Crisis. El Visitante, tercera parte

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Crisis. El Visitante, tercera parte

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Pido disculpas por la tardanza. Los destructores, por fin, serán los Forester, Firedrake y Fame. De hecho los «E» se integraron con los «F» cuando las bajas impidieron formar flotillas completas.

Saludos
Última edición por Domper el 06 Ago 2018, 15:48, editado 1 vez en total.



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Crisis. El Visitante, tercera parte

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Yo tiraba de los mandos atascados pero mi Heinkel ametrallador, herido por la antiaérea, perdía altura cada vez más deprisa. Por fin noté como si algo se soltara y conseguí estabilizar el avión cuando ya debía quedar poco hasta el agua. Del motor izquierdo empezaron a salir llamas pero el mecánico, con serenidad envidiable, disparó el extintor y consiguiendo apagarlas. Como el motor derecho respondía di potencia y compensé con el timón. Así, con un poco de suerte, podríamos volver a casa. Cuidadosamente moví la palanca para virar hacia la derecha, pero cuando el avión apuntaba ya hacia el sur e intenté corregir descubrí que la palanca, otra vez, se había atascado. El avión describió un círculo suave —menos mal que no se me había ocurrido hacerlo brusco o estaría en el agua— y volvió a perder altura. Ya me imaginaba lo que sería un amerizaje a ciegas, pero entre el copiloto y yo, tirando con toda nuestra alma, logramos que la palanca se moviese. Aparentemente había algún lugar donde los cables de control se enganchaban. A saber cómo estaban; muchos tirones como el que habíamos dado y se romperían. Me quedó claro que intentar maniobrar era jugar con la parca.

En esas condiciones intentar volver a las Canarias sería una locura. Tal vez lograse encaminar el avión hacia ahí, jugando con la potencia y el timón, pero no podría aterrizar. Ni siquiera estaba seguro de poder llevar al Heinkel sobre una isla para saltar; aparte que Lanzarote, la más cercana, no es el mejor lugar del mundo para el paracaidismo. En esa situación solo quedaba una alternativa: volar hacia el este. Por allí estaba África, un continente tan grande que hasta yo podría encontrar. Dejé que el avión describiese un círculo completo antes de quitar potencia al motor y así encaminar al pobre aparato hacia el este.

Seguí dando toques suaves con el timón para mantener el rumbo mientras daba más potencia y empezaba a remontar; a una mala podríamos saltar en paracaídas si se volvían a atorar los cables. Tampoco me elevé demasiado por si había suerte y encontrábamos a alguien; si teníamos esa fortuna no me lo pensaría e intentaría amarar. Así pasaron las horas pero al amanecer estábamos volando sobre un mar vacío. A pesar de la intensa batalla que se estaba librando, no veía ni aviones, ni barcos, ni mucho menos el continente; no ayudaba que se hubiese levantado un viento de poniente que arrastraba polvo del Sáhara y que no dejaba ver casi nada. Aprovechando las primeras luces pedí al ametrallador que inspeccionase el avión. Volvió al momento con el alma fuera del cuerpo: la cola parecía un colador, el revestimiento del fuselaje estaba hecho jirones, y los planos no estaban mucho mejor. Por un hueco en el suelo se veían los cables de control. Al menos uno estaba roto; otro, reducido a unas finas hilas de alambre. Es decir, que bastante suerte teníamos con seguir en el aire. Hubiese sido el momento para saltar, pero sobre un mar vacío y con las malas condiciones de visibilidad que disfrutábamos solo serviría para que los pescados comiesen a gusto.

—¡Capitán, creo que hay algo hacia el sur!

A mi copiloto le había parecido ver un surtidor de agua, y donde hay explosiones, hay barcos o aviones. A esas alturas el Heinkel cada vez volaba peor y la cola empezaba a vibrar; podía arriesgarme y seguir hasta tierra, o probar suerte con lo que veía el copiloto. Lo de saltar sobre el desierto tampoco me terminaba de gustar, porque todos habíamos oído historias de la afición mora a convertir los aviadores en eunucos. Así que me decidí y quité potencia para perder altura. Dejé que el Heinkel describiese un círculo esta vez en sentido contrario hasta que vi un barquito. Ni me lo pensé; si fuese de los nuestros, nos salvaría; si no también, pues la guerra acabaría para nosotros.

Lo malo era que a pesar de mis andanzas aun no tenía experiencia en estrellarme, y amerizar no es sino una variante de tal técnica. De nuevo mi inconsciencia tomó el control y me dije que alguna vez tendría que ser la primera. Descendí poco a poco, disminuyendo la potencia y compensando con suavidad. Cuando ya estaba a pocos metros de altura esperé a que el morro apuntase al seno de una ola. Entonces ordené a todos que se apretasen los arneses, apagué el motor y puse la hélice en bandera. El avión bajó más y cuando ya casi rozábamos el agua pegué un buen tirón de los mandos. Noté como se enganchaban los cables pero ya me daba igual, pues al encabritarse el avión quedó casi parado en el aire, y luego cayó al agua casi como quien tira un flotador a una piscina. No hizo falta apremiar a mis compañeros para que evacuasen; creo que batieron el récord olímpico de salida por agujero. Yo fui el último y hasta recordé coger el paquete de emergencia. Una vez en el agua mis camaradas me auparon al ala, que vacía de combustible mantenía al Heinkel a flote. Desplegamos la balsa y la hinchamos con un cartucho de gas comprimido antes de montarnos. Pero apenas estuvimos en ella cinco minutos, porque un pequeño buque con la bandera española se puso a nuestra altura y nos recogió.



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Destruido el submarino enemigo quedaba la tarea humanitaria. El Somorrostro ya había desaparecido bajo las olas y solo quedaban unos pocos náufragos. Apenas docena y media, todos con tremendas heridas, y ningún oficial. Me detuve para recogerlos, pero cuando finalicé el convoy ya estaba demasiado lejos para la radio de corto alcance, y no tenía autorización para emplear la de largo. Además seguía teniendo mis órdenes de rescatar aviadores. Así que estuve toda la noche en esas aguas solitarias, y al amanecer puse rumbo suroeste. Tuvimos un momento de emoción porque el sonotelemetrista dijo haber encontrado algo. Igual era que atraíamos los submarinos y aun podíamos cobrarnos otro más. Así que ordené describir un círculo y echar alguna carga sobre el contacto. No lo volvimos a localizar y mi impresión es que dejamos a un banco de sardinas sordas y con un susto de muerte.

Entonces vimos un segundo avión en dificultades: un Heinkel alemán pintado de negro con parte de la cola desprendida. Igual que había hecho el Savoia, el Heinkel amerizó nada más vernos, y he de decir que lo hizo con bastante más pericia que el italiano. Los tripulantes saltaron a una balsa que habían echado al agua desde el ala, y al momento llegué a su vera y les tiré cabos. Como estos aviadores llegaban de una pieza no hubo que ayudarles. El último en subir al Gajuchi fue el piloto, un oficial de la Luftwaffe con cara aniñada. Ya que la enfermería estaba llena con los italianos y con los compañeros del Somorrostro, ordené que los llevasen al comedor de oficiales para que se recuperasen con un buen lingotazo de anís. Yo también me acerqué y vi que el oficial, que no parecía ni asustado, trasegaba una copa tras otra, amenazando las magras provisiones del Gajuchi. Le saludé —al responder tuvo que soltar el vidrio y no iba a dejar que lo recuperase— y me presenté con el poco alemán que sabía. Pero el tipo chapurreaba el cristiano y logré aclararme un poco.

—Capitán —el tipo no sabía que en los barcos de la Armada el mandamás era el comandante—, soy el capitán Freitag. Gracias por salvarnos.

Luego me contó su participación en la reciente batalla tirando torpedos por la noche. Mucho no entendí, aunque por lo que colegí no debía ser muy aburrido. Seguro que el Lori se hubiese entusiasmado con tanto barco hundiéndose. Pero no podía entretenerme pues la tarea no había acabado. Dejé al alemán con la palabra en la boca y con el anís lejos, y volví al puente. Unas horas más tarde me reincorporé al convoy, más chulo que un ocho tras haberme cargado a un inglés. Solo para saber que López el del Noya, que vaya suerte tenía el tipo, se había cepillado otro, el tercero en su haber.

La batalla ya estaba de capa caída. El retemé siguió detectando aviones pero lejanos. Ni siquiera enviaron cazas para escoltarnos, aunque los Dornier y los hidros mantuvieron sus patrullas. Tampoco volvieron los cruceros, y en lugar de recalar en Agadir el convoy saltó directamente hacia las Canarias. Que nos adentrásemos en la mar significaba que las cosas habían ido bien y que ya no existía el peligro de encontrarnos con algún acorazado inglés enarbolando el parche de Nelson. Además al abandonar la costa era menor el riesgo de toparnos con un submarino, sobre todo cuando nos acercamos a Lanzarote desde la que operaban los Dornier y Focke Wulf. Una vez en las Afortunadas el convoy se dispersó. Unos pocos barcos fueron a Lanzarote y Fuerteventura, llevando suministros para las bases, y el resto siguió hasta Maspalomas y Mogán. Esos lugares de puerto no tenían ni el nombre, que en Maspalomas no había más que una playa abierta y Mogán tres cuartos de lo mismo, una bahía expuesta a todos los vientos, sin playa pero con un minúsculo embarcadero. Afortunadamente —que por algo llaman así a esas islas— la mar tenía un día anémico y se pudo empezar la descarga mientras nuestro grupo antisubmarino daba protección. Los cruceros italianos también se acercaron después de hacer una parada ante el Puerto de la Luz para vaciar sus pañoles sobre los ingleses.

Durante la semana que permanecimos en aguas canarias no solo aligeró sus bodegas el convoy. Los aviones iban y venían desde Tantan trayendo soldados, mientras que los transportes de tropas, que se habían quedado en Agadir, traían a la división italiana Julia, cuyos hombres habían hecho el viaje por Marruecos en tren. Nosotros no los acompañamos esa vez —fue cosa del segundo grupo— porque nos quedamos vigilando los fondeaderos, aunque sin tener la suerte que se acercase ningún britano. Finalmente tocó repetir la operación pero de vuelta: se volvió a organizar el convoy y de recogida a casa, aunque como esta vez había menos prisa hicimos altos en Agadir y Casablanca para pasar la noche en seguro. Finalmente llegamos a las aguas del Estrecho donde la escolta ya no era cosa nuestra. El grupo entró en el Arsenal de La Carraca con el triste hueco dejado por el Somorrostro. Ahí me esperaba una felicitación pero también la orden de traslado y, como las desgracias nunca vienen solas, además me encontré al Lori, que venía a quitarme el puesto en el puente del Gajuchi digo Motril.



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Al mayor Parpagnoli le sorprendió que en lugar del planeado traslado en avión, el salto entre Agadir y Gran Canaria se fuese a hacer finalmente por mar. En la bahía de la ciudad marroquí esperaban varios barcos. Nada parecido a los colosos que los habían llevado por el Mediterráneo y ninguno era comparable al Rex. Al menos eran unidades más o menos modernas. El regimiento en el que estaba Parpagnoli subió en uno de bandera española cuyas planchas abolladas y oxidadas denotaban muchas millas de navegación. Al mayor le sorprendió que estuviese erizado de cañones; luego supo que se trataba del Nadir, uno de los cruceros auxiliares españoles que más fama había ganado en el Atlántico. Tras sus correrías ya era demasiado conocido por los británicos y había tenido que volver a España. Ahora había sido seleccionado para la peligrosa tarea de mantener la conexión entre Agadir y las Canarias, aprovechando su velocidad y armamento. Además el buque español era lo suficientemente amplio para albergar el regimiento. Había balsas y salvavidas de sobra, precaución que no estaba de más.

Otros transportes de tropas llegaron a la bahía y fue al tercer día cuando el pequeño convoy —ocho transportes y doce buques de escolta— hizo su último salto. A la mañana siguiente el Nadir atracó en una abierta cala que estaba dominada por cerros rojizos que llegaban hasta el mar. Un bote trasladó a Parpagnoli hasta una cala con una pequeña playa de piedras y arena negra, en la que descansaban astillas y restos herrumbrosos de todo tipo de embarcaciones. Los alpini ya estaban en Gran Canaria.



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Néstor González Luján. La Guerra de Supremacía en el mar. Op. Cit.

La batalla de Mogador

Después de la batalla


Tras hundir al King George V y al Hood el almirante Ciliax renunció a la persecución. Había perdido tiempo y los acorazados británicos supervivientes (el Rodney y el Queen Elizabeth) ya se encontraban a más de veinte millas. Además tras los combates de Esauira y de Alegranza los pañoles de la flota estaban casi vacíos, hasta tal punto que el Gneisenau había tenido que emplear proyectiles de alto explosivo contra el «Rodnol» (el Rodney, llamado así por su parecido con un petrolero). Paradójicamente fue un acierto, pues los perforantes no hubiesen hecho mella en la pesada coraza del Rodney, que llegaba a los 40 cm, mientras que los de alto explosivo destrozaron sus superestructuras y crearon una grave vía de agua a proa. También parece que fue el empleo de estos proyectiles una de las causas del gran número de bajas sufrido por el King George V, ya que su metralla destruyó la mayoría de las balsas y barrió a los tripulantes que accedían a la cubierta para intentar abandonar el agonizante buque.

Otro factor que hizo desistir a Ciliax fue la proximidad a Madeira y la cada vez mayor lejanía a las bases propias. Ya había sufrido dos ataques aéreos y de mantener la persecución se alejaría de la sombrilla de los cazas. Además el almirante alemán no conocía los resultados de los combates del día anterior. Veía que en la línea británica faltaban tres acorazados: un King George V, un Nelson y el Renown (ya hemos visto que en Esauira hubo un error de identificación). Tal vez hubiesen sido dañados, pero no se podía descartar que una agrupación británica estuviese presta a caer sobre alguna de sus divisiones o incluso que no hubiese sido localizada y que se dirigiese hacia el convoy. Ciliax también estaba preocupado por la división italiana, pues los viejos acorazados modernizados eran tan vulnerables a los proyectiles enemigos como los cruceros de batalla ingleses. Aunque hasta el momento apenas habían sufrido daños, no quería correr el riesgo de un nuevo enfrentamiento en el que perdiese alguno. Pensando que no valía la pena arriesgar su flota persiguiendo a dos acorazados viejos, ordenó a las divisiones que se reagrupasen y puso rumbo este. Es posible que de conocer el estado real de la Fuerza H hubiese mantenido la persecución, pero en cualquier caso había logrado un éxito resonante a costa de pérdidas mínimas.

El último enfrentamiento de la batalla fue aéreo, cuando un grupo francés intentó atacar a los dos acorazados que huían. Los aviones galos se enfrentaron a una escuadrilla de cazas de largo alcance Lightning que entraban en combate por primera vez. Los cazas de origen norteamericano Lightning eran del modelo inicial y tenían muchos defectos, especialmente a alta cota, y baja temperatura, donde sus motores no proporcionaban la potencia deseada y era fácil perder el control en los picados. La RAF estuvo considerando rechazarlos, pero la desesperada situación de Inglaterra y que fuesen los únicos cazas de largo alcance disponibles (sin contar los deficientes Blenheim y los menos efectivos Beaufighter) hizo que fuesen enviados a Madeira. Allí las temperaturas más suaves hicieron que los Lightning mostrasen lo mejor de sus cualidades, No solo por su alcance sino por su agilidad, casi comparable a la de los monomotores, y su pesado armamento. Derribaron seis torpederos MB.178 y dos cazas Potez 631 de escolta a cambio de un único Lightning. Los cazas británicos también derribaron dos aviones de reconocimiento Focke Wulf 200 y un Do 17 de los habilitados para encabezar formaciones. Careciendo de guías un grupo de bombarderos Junkers 88 no consiguió encontrar a la escuadra británica; fue la última actuación de la aviación del Pacto en la batalla.

Mientras tanto la flota del Pacto se dirigió hacia Casablanca donde entró al atardecer. Ahí permaneció tres días mientras se reparaban los daños más urgentes, y el cuarto partió hacia Gibraltar. Fue entonces cuando se produjo la última víctima de la batalla, al perderse el destructor alemán Z28 tras ser torpedeado por el submarino británico HMS Ultimatum. Sin más incidentes los barcos de Ciliax entraron en la gran bahía de Algeciras después de haber permanecido dos semanas en el mar.

La Fuerza H también se retiró. El contraalmirante Wake-Walker, que había asumido el mando, ordenó al Queen Elizabeth y al Rodney que rompiesen el contacto y que se uniesen a sus cruceros. La decisión levantó polémica en Gran Bretaña pues se adujo que los potentes cañones de los dos acorazados podrían haber hundido alguno de los buques de batalla italianos e incluso invertir el resultado de la batalla. Pero los críticos no tenían en cuenta que la flota del Pacto aventajaba en diez nudos de velocidad a los barcos británicos, que estaban lastrados por las averías. Ya se ha relatado que Ciliax no quería exponer más a sus acorazados, y probablemente hubiese rehuido el combate. No solo la vuelta del Queen Elizabeth y del Rodney hubiese sido inefectiva, sino que probablemente hubiesen sufrido el ataque de los Junkers 88 que, como hemos visto, no consiguieron localizarlos. Por el contrario, cuando los acorazados se reintegraron a la flota sus destructores potenciaron la pantalla antisubmarina y no solo se consiguió evitar que la Fuerza H sufriese nuevas pérdidas, sino que el destructor Echo hundió al submarino italiano Guglielmotti. Sin más contratiempos, lo que quedaba de la Fuerza H se dirigió hacia Madeira y, posteriormente, a las Azores. Aun así la decisión de retirada fue muy criticada y Wake-Walker tachado de timorato, vio su carrera arruinada: apenas quince días después fue relevado y pasado a la reserva. Posteriormente se ha rehabilitado su figura, y se considera que la orden de retirada fue la más adecuada dadas las circunstancias.



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El desastre de Mogador supuso un vuelco en la situación estratégica: la casi destrucción de la Fuerza H había puesto a la Royal Navy en franca inferioridad. En Mogador los británicos habían perdido dos acorazados modernos (King George V y Duke of York), dos cruceros de batalla (Hood y Renown), dos portaaviones (Indomitable y Unicorn), tres cruceros pesados, seis destructores y ocho submarinos. Además habían sido averiados tres acorazados, un portaaviones, un crucero pesado y dos ligeros. Los buques de batalla supervivientes tenían daños tan severos que a pesar de lo grave de la situación solo el acorazado Queen Elizabeth pudo permanecer en servicio, aunque solo tenía tres torres útiles. También la RAF y sobre todo la Fleet Air Arm sufrieron su cuota de pérdidas: habían sido derribados cincuenta aviones de base terrestre, y apenas sobrevivieron veinte aviones embarcados (todos en el Victorious). Las pérdidas de las dotaciones fueron menores, y en poco tiempo Estados Unidos envió aviones de repuesto, pero se carecía de portaaviones en los que embarcarlos.

La flota del Pacto había sufrido mucho menos. No se había perdido ningún buque pesado aunque cuatro acorazados tenían daños, que eran importantes en el Bismarck y en el Gneisenau. Aun así se pudieron realizar reparaciones de emergencia y en solo dos semanas estaban listos. Más adelante el Bismarck y el Gneisenau tuvieron que volver a Alemania para su reparación definitiva. Además dos destructores habían sido hundidos (el citado Z26 y el español Císcar), y tres cruceros tenían averías; en el Gorizia y el Galicia eran de tal magnitud que tardaron más de un año en volver al servicio. Asimismo se habían perdido cuatro submarinos y un centenar y medio de aviones. Otros doscientos aparatos tenían averías de grado mayor o menor.

Como balance final, los británicos solo disponían de los dos acorazados de Scapa Flow (Barham y Resolution), el citado Queen Elizabeth y los de la «Fuerza G» que se dirigía al Índico (acorazados Valiant, Malaya y Barham). No quedaba ningún acorazado rápido en servicio; tan solo había sobrevivido el Prince of Wales que se dirigía a Estados Unidos para ser reparado. Además solo quedaban tres portaaviones aptos para operaciones con la flota: el Argus y el Furious, en Scapa Flow, y el Hermes, en el Índico. Los tres eran unidades muy viejas y especialmente las dos primeras tenían serios problemas con sus maquinarias. El único portaaviones moderno, el Formidable, estaba siendo reparado en Nueva York pero las obras se demorarían al menos tres meses. Como reemplazo, la Royal Navy había recibido unos pocos portaaviones de escolta de origen norteamericano: los recién entregados Avenger y Biter que estaban en Scapa Flow, el Archer (que estaba con la Fuerza G), y el Ardent (antiguo Long Island) que estaba en Sidney entrenando su dotación. Sin embargo se trataba de unidades pequeñas, vulnerables y de capacidad limitada. Por otra parte, la marina británica aun mantenía la superioridad en cruceros y destructores, pero al ser tantos los escenarios a cubrir en la práctica también carecía de estos tipos de buques en el Atlántico norte, sobre todo porque la creciente amenaza submarina y las pérdidas de buques de escolta habían obligado a destinar varias escuadrillas a la escolta de convoyes.

La marina del Pacto, por el contrario, había sufrido pérdidas mucho menores y su fuerza de acorazados iba a volver a estar lista para el combate en pocos días. Factor de gran importancia era que el Pacto disponía de cuatro acorazados rápidos (más los tres modernizados italianos, más veloces que sus equivalentes ingleses) lo que suponía una enorme ventaja táctica. Casi de igual importancia, durante la batalla de Mogador la coordinación entre las diferentes fuerzas había sido mucho mejor que en anteriores operaciones. Ventaja adicional era que el Pacto de Aquisgrán no dependía de las líneas marítimas (salvo las del Mediterráneo que eran seguras) por lo que podía emplear toda su flota en operaciones ofensivas. Su única carencia seguía siendo la de los portaaviones, y la dependencia de la aviación terrestre era un serio inconveniente.

Ante tan catastrófica situación a prioridad del Almirantazgo pasó a ser la protección de las líneas del Atlántico norte. La Home Fleet se trasladó al Firth of Clyde, más cercano a las rutas de los convoyes y a salvo de la aviación del Pacto, y se ordenó al contraalmirante Harwood, que había sustituido a Wake-Walker, que transfiriese el Queen Elizabeth a la Home Fleet. En el Clyde se reunieron la mayor parte de los portaaviones que quedaban: el Argus, el Furious, al que se le habían parcheado apresuradamente los daños sufridos en San Vicente, y los de escolta Avenger y Biter. Seguía siendo una fuerza muy reducida, y la Royal Navy se vio forzada a abandonar otros escenarios. En primer lugar se renunció a reforzar el Océano Índico. Al conocerse la salida de la flota combinada la «Fuerza G» (acorazados Valiant, Malaya y Barham, y portaaviones de escolta Archer) había recalado en Cabo Verde, y tras la derrota fue llamada urgentemente a la metrópoli. Temiendo encontrarse con la victoriosa escuadra del Pacto la Fuerza G tuvo que dar un gran resguardo a las Canarias y a la Península para mantenerse lejos del alcance de los aviones de reconocimiento. El periplo supuso una semana de retraso.

Las fuerzas del Índico quedaron aun más debilitadas cuando se reclamó al portaaviones Hermes y los cruceros Dorsetshire y Cornwall, que fueron trasladados a False Bay, en Sudáfrica. Desde ahí se suponía que tenían que poder intervenir tanto en el Atlántico sur y el Índico, pero en la práctica su papel se limitó a proteger la navegación en el Cabo de Buena Esperanza y en el Río de la Plata, zonas en las que los corsarios españoles y alemanes habían hecho estragos. En el Índico solo quedaron los cruceros de Crace, insuficientes para enfrentarse a la escuadra del almirante francés Laborde, sobre todo si era reforzada por parte de la flota del Pacto. Ante el riesgo de una nueva incursión se decidió limitar la navegación por aquellas aguas. En lo sucesivo los convoyes más valiosos se pegarían a la costa (entre Bahréin y Bombay o entre Ciudad del Cabo y Mombasa), recorrerían la más larga ruta del Canal de Panamá, o darían un gran rodeo manteniéndose en aguas australes hasta rebasar el meridiano de Madrás. Las nuevas rutas implicaban una gran demora que disminuyó la eficiencia de la marina mercante, retrasando los traslados de unidades del ejército de la India a África.

Otro escenario de gran valor que de repente quedó casi sin vigilancia británica fue el Golfo de Guinea. No solo faltaban buques sino que se carecía de una base naval adecuada tras la destrucción de Freetown; había multitud de puertos pero carecían de los medios para mantener una flota. Probablemente fue el motivo por el que la agrupación del Hermes fue basada en False Bay. En el golfo de Guinea solo quedaron algunos cruceros anticuados apenas útiles para la escolta. Como consecuencia la conexión marítima con Dakar quedó abierta; hasta entonces solo se habían podido enviar unos pocos buques en convoyes costeros con fuerte escolta. La llegada de suministros y de refuerzos permitió que las fuerzas coloniales francesas tomasen la iniciativa. Pocos días después de la batalla los rebeldes del Chad fueron sometidos, y se preparó la invasión de Gabón y del Congo. La moral de los «franceses libres» de De Gaulle era cada vez menor y, aunque las fuerzas británicas de la región eran numerosas, se basaban en unidades de recluta local de escasa confianza. El dominio inglés del África Occidental quedaba amenazado.

Más importante para España fue que el Estado Mayor Imperial renunció a las Canarias. Al mismo tiempo que Harwood recibía la orden de transferir sus mejores buques, se le dio la de preparar la evacuación de las tropas que quedaban en Gran Canaria. Empresa comprometida ya que la Fuerza H ya solo contaba con cruceros y destructores y la guarnición de Gran Canaria era muy numerosa: unos cuarenta mil hombres, de los que solo una pequeña parte era de fuerzas de combate (el resto era personal administrativo, de la RAF o de la Royal Navy). También era conveniente salvar a los españoles partidarios de la república que habían apoyado a los ingleses.

No era el único problema de Harwood. A las Azores habían llegado los buques dañados durante la batalla (acorazados Prince of Wales y Nelson, portaaviones Victorious y cruceros Berwick y Liverpool) y urgía su reparación. Los astilleros británicos, sometidos a bombardeos casi continuos y sobrecargados con la construcción de buques de escolta y la reparación de barcos averiados (a principios de marzo había más de dos millones de toneladas de mercantes esperando la reparación) no podían afrontar la tarea, y los barcos dañados tuvieron que ser escoltados hasta la costa este norteamericana. Al menos Harwood contaba con buen número de destructores de transporte y había recibido el refuerzo de dos cruceros minadores. Con todo, aun se estaba preparando la operación de rescate cuando el Pacto volvió a adelantarse a los movimientos británicos.

Más importante que el balance militar tras la batalla fue el efecto político de la victoria. Tras el anuncio…




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A pesar de mi pie tullido yo flotaba en el aire. No sé si por las noticias de la victoria o por ir del brazo de Karin.

El quinto día de marzo sirenas y campanas tocaron en Berlín. Los ciudadanos corrieron a las radios para saber qué ocurría, y escucharon el glorioso parte de guerra que anunciaba la victoria contra el inglés. Nuestros barcos y nuestros aviones, unidos a los de italianos, franceses y españoles, habían propinado un golpe demoledor a la Royal Navy. Tal era la victoria que no se necesitaban exageraciones y el parte fue veraz como poco, prácticamente lo que yo ya había escuchado en el Gabinete: habían sido hundidos al menos tres acorazados y dos portaaviones ingleses y los demás barcos ingleses habían quedado fuera de combate. La Royal Navy, en la práctica, había dejado de existir, y por primera vez en siglos Inglaterra estaba expuesta a una invasión.

Al momento empezó una fiesta que dejó pequeña a la que había seguido a la victoria de Francia de 1940. En una ciudad tan circunspecta como Berlín los extraños se abrazaban y las parejas se besaban. Yo hice lo mismo con Katrin: la estreché entre mis brazos y acerqué mis labios a los suyos. Pero ella respondió a mi beso con frialdad. Entonces vi su expresión seria, y noté que había cambiado los alegres vestidos que últimamente llevaba por el serio conjunto de color gris con el que la había conocido.

—¿Te pasa algo, Katrin?

—Roland, tengo que hablar contigo.



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Savely volvió a la pensión temprano. Los trabajadores, por su cuenta, se habían tomado la tarde libre para celebrar la victoria con unas cuantas jarras, pero a Fricis no le apetecía emborracharse. Suponía que Annelie se habría unido al gentío; así podría aprovechar para revisar el equipo. Pero la puerta del piso solo tenía una vuelta de llave y el agente pensó que su casera le esperaba para otra sesión de sexo.

—Annelie, yo volver fiesta fábrica por muy bien guerra ¿Qué tal estas tú?

Pero Annelie no estaba en su cuarto. Savely fue a su habitación y allí encontró a la mujer.

—Fricis ¿qué es esto?

En el suelo estaban dispersas las piezas del rifle. La muy puta había registrado la habitación y hasta había movido el armario.

—Mujer, son piezas fábrica yo querer vender por pagar regalo.

—No seas imbécil, que sé reconocer un arma cuándo la veo ¿Quién eres?

—Annelie, yo luchar libertad —dijo mientras se acercaba. La casera se relajó, pues no tenía motivos para amar al régimen. No vio que Savely sacaba su cuchillo.



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—Tenemos varios candidatos, Director. Hay uno muy sospechoso, un letón que trabaja en al BMW de Pankow. Es alto y delgado, habla bastante bien el alemán, y está alojado en una pensión dirigida por una viuda que antes ya se había metido en líos. Además un perista del barrio dice que alguien con esa descripción le ha vendido una sortija que decía haber encontrado. Era un anillo de mujer antiguo, de los que se estilaban en Rusia antes de la Revolución, según nos ha dicho el joyero.

—Así que tenemos a nuestro hombre.

—Aun no, señor Director. Ha sido esta mañana cuando hemos encontrado la coincidencia. De ser otro día hubiese montado la operación inmediatamente, pero hoy la gente está loca con lo de la victoria y las fábricas ha cerrado. Tampoco creo que vaya a pasar la noche en su escondite; si es listo, andará por las calles como todo el mundo. Había pensado en detenerlo mañana.

A Gerard no le gustaba la demora. El Alto era demasiado escurridizo. Pero los argumentos tenían su lógica

—De acuerdo, pero quiero que haya un equipo preparado y que pongáis bajo vigilancia la fábrica y la pensión inmediatamente. Si veis al Alto, empezad el operativo inmediatamente. Es mejor que vayáis por él a que intentéis seguirlo, que seguro que se escapa. Para mañana quiero que todos nuestros efectivos estén preparados, y que tanto la fábrica como la pensión estén controladas. Desde lejos, pero tan firmemente que no pueda escaparse ni un ratón. Si lo creéis necesario podéis pedir auxilio a la policía. Decidles que es un asesino, un violador, o lo que se os ocurra. Esta madrugada, cuando ya no quede gente en las calles, iremos a por él.

—¿Vendrá con nosotros, señor Director?

—Sí, ya tengo ganas de conocer a ese sujeto. Respiraré mejor cuando esté en un calabozo del sótano y podamos tener una conversación tranquila.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE



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No amenazaba en balde: tocan barquitos, cortesía de Reytuerto.

La Kriegsmarine en la batalla de Mogador

Imagen
La imagen está reducida; para verla en su tamaño original es recomendable visitar DeviantArt:
LaKriegsmarine en DeviantArt; allí puede verse en la resolución original.

Aunque el número de buques alemanes presentes en la batalla de Mogador fue reducido, tuvieron un papel crucial en la batalla. Tan solo estuvieron presentes siete unidades: tres acorazados (Tirpitz, Bismarck y Gneisenau) y cuatro destructores (Z23, Z26, Z28 y Z29); pocos buques pero potentes y que contaban con los equipos electrónicos más modernos.

Durante los combates se perdió un destructor, el Z28, tras ser torpedeado por el sumergible británico Ultimatum, y los tres acorazados sufrieron daños de cierta consideración, que no impidieron que siguieen operando pero que obligaron a su reconstrucción poco tiempo después.


Los dibujos son cortesía de reytuerto, y están tomados de http://www.shipbucket.com.
Última edición por Domper el 21 Ago 2018, 18:56, editado 2 veces en total.



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Crisis. El Visitante, tercera parte

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La Regia Marina en la batalla de Mogador

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La imagen está reducida; para verla en su tamaño original es recomendable visitar DeviantArt:
La imagen en DeviantArt; allí puede verse a la resolución original.

La Regia Marina aportó la mayor parte de las unidades que participa-ron en la batalla de Mogador. Al tratarse de unidades concebidas para el reducido Mediterráneo adolecían de autonomía, pero dado que los combates se libraron en aguas próximas a la costa esta limitación no tuvo graves consecuencias. Otra carencia de los buques italianos era su carencia d equipos electrónicos. Solo dos cruceros ligeros, los Barbiano y Díaz, contaban con radiotelémetros de diseño alemán que acababan de ser instalados. Hubo que integrar a cada uno en una división (las de cruceros de Cattaneo y Legnani) para que pudiesen proporcionar la necesaria vigilancia aérea y de superficie.

Con todo, la mayor deficiencia de los buques italianos ya había sido apreciada en enfrentamientos anteriores como los de Scarpantos, las islas Salvajes o San Vicente. Se trataba de la excesiva dispersión de las salvas de la artillería. Eso hizo que, aparentemente, el fuego italiano desde larga distancia fuese muy preciso al lograr centrar rápidamente al enemigo, pero que luego la tasa de impactos fuese inferior a la de la Kriegsmarine o la Royal Navy. La citada falta de precisión tenía múltiples orígenes. Por una parte, se había primado el alcance de los cañones y al ser las cargas de proyección excesivas los tubos vibraban durante el disparo. Además, para simplificar los mecanismos de las torres los dos cañones estaban en la misma cuna; eso significaba que los tubos estaban muy próximos y que los proyectiles interferían entre sí durante su vuelo. Sobre todo, el factor de mayor importancia fue el deficiente control de calidad de la munición, que tenía pesos o cargas de proyección ligeramente diferentes. El mismo problema aquejó a la artillería terrestre: por ejemplo el obús de 149/19, que era muy similar al alemán sFH18, tenía mayor alcance pero a costa de una precisión escasa.

Para mejorar la precisión se disminuyó la potencia de las cargas, y se mejoraron los controles durante la producción. También se modificaron los sistemas de tiro: tras algunas pruebas con inervalómetros se decidió que la única manera de impedir las perturbaciones en vuelo era el fuego por medias salvas, aun a costa de acortar la vida de los montajes. Con todo, estas mejoras no llegaron a tiempo para la batalla de Mogador, ni llegaron a ser suficientemente efectivas. Por ello los cruceros de las clases Condottieri fueron dados de baja en la inmediata posguerra (salvo los dos Abruzzi que fueron modernizados), siendo sustituidos por los más efectivos de la clase Cittá.

En Mogador la escasa precisión disminuyó los logros de la artillería italiana. Aun así, consiguió varios éxitos, sobre todo los hundimientos de los cruceros de batalla Hood y Renown, pero solo a costa del volumen de fuego, con todos los acorazados italianos disparando sucesivamente contra el mismo objetivo.

A pesar de su intensa participación en la batalla, los buques italianos apenas sufrieron daños. Tan solo fueron de importancia en el crucero Monttecuoli, torpedeado por un hidroavión.

Los dibujos son cortesía de reytuerto, y están tomados de http://www.shipbucket.com.



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Crucero Miguel de Cervantes

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El dibujo está reducido y por tanto no es de buena calidad. El original a la escala adecuada puede verse en el Miguel de Cervantes en DeviantArt

El crucero Miguel de Cervantes, última unidad de la clase Cervera de cruceros ligeros, fue la única unidad española que participó en la batalla de Mogador, en la que estuvo asignado a la división italiana comandada por el almirante Cattaneo.

Durante la guerra civil española el Cervantes, que había quedado en manos republicanas, no recibió el necesario mantenimiento y en 1939 sus máquinas estaban en mal estado. Durante las obras el buque fue re-consturido casi por completo. Para ello se desmontaron las superestructuras y el armamento principal. Este pasó a estar formado por ocho cañones de 15,2 cm en cuatro montajes dobles. Era el mismo que el original pero mejor agrupado; con todo, el no disponer de torres cerradas implicaba un serio inconveniente. El armamento secundario también fue modificado y en lugar de los cuatro montajes simples de 10,2 cm pasó a llevar cuatro cañones SK/C33 en dos torres Dop L C31, desmontadas del acorazado Bismarck. Asimismo se montaron cañones automáticos de 3,7 y 2 cm. La modificación más importante fue la instalación de radiotelémetros y otros equipos electrónicos de origen alemán de manera similar a lo realizado en su gemelo Galicia. Con estos sistemas el Cervantes, a pesar de la obsolescencia de su diseño, se convirtió en «los ojos y los oídos de la flota» ya que solo el acorazado Tirpitz y el destructor Z30 disponían de equipos superiores.

El Cervantes no fue dañado ni en el combate de Mogador ni en las operaciones posteriores en Canarias. Posteriormente se reincorporó a la división de cruceros española, que operó en el Atlántico y en el Índico. Cuando acabó el conflicto el buque estaba en malas condiciones. Se consi-deró su reconstrucción, pero la del Almirante Cervera fue cara y solo par-cialmente exitosa. Finalmente el crucero fue retirado y desguazado en 1948, tras permanecer tres años amarrado en la base naval de Vigo.


Dibujo de Shipbucket cortesía de reytuerto que ha efectuado las principales modificaciones.



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Más barcos cortesía de reytuerto

La Royal Navy en la batalla de Mogador

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Como otras veces la imagen es muy grande y para verla bien se recomienda hacerlo en este enlace de DeviantArt

Igual que la batalla de Trafalgar ha sido considerada en cénit de la Royal Navy, la de Mogador fue su nadir, el punto de no retorno tras el cual Inglaterra ya no volvió a contar con el dominio de los mares. La derrota fue consecuencia de las erróneas decisiones tomadas en el periodo de entreguerras.

Al acabar la Primera Guerra Mundial la Royal Navy era la más pode-rosa del mundo y seguía contando con el «two power standard», es decir, que podía superar a una alianza de la segunda y tercera marina del mundo. Pero tanto Estados Unidos como Japón, que apenas habían intervenido en la Gran Guerra, se lanzaron a una carrera de armamentos navales que Gran Bretaña, que afrontaba una grave crisis económica, no podía mantener.

Para impedir una escalada naval las principales potencias marítimas negociaron los tratados de limitaciones navales de Washington y de Lon-dres. Aunque Japón fue la potencia más descontenta con las limitaciones impuestas, la perdedora fue Inglaterra. La Royal Navy tuvo que desguazar a la mayor parte de sus unidades, algunas con menos de diez años de servicios. Aunque la fuerza de acorazados que conservaba era moderna y potentemente armada, solo tres buques eran realmente modernos (el crucero de batalla Hood y los dos acorazados de la clase Nelson), y tan solo los dos últimos incorporaban los últimos adelantos, a pesar de lo cual acabaron siendo buques deficientes.

Un segundo inconveniente para la Royal Navy es que el tratado impuso un tipo de crucero del que se construyeron grandes números aunque se trataba de unidades grandes de gran autonomía pero caras y mal protegidas, poco adecuadas para las aguas confinadas europeas. Como resultado la Royal Navy en 1939, aun siendo numerosa, no tenía la abrumadora superioridad del conflicto anterior.

La única ventaja que logró Gran Bretaña fue disponer de más portaaviones que sus rivales ya que las unidades más antiguas fueron consideradas experimentales. Sin embargo, esa ventaja no pudo ser aprovechada por una decisión que en 1918 pareció lógica: la creación de la Royal Air Force, una nueva rama de las fuerzas armadas que agrupó todos los servicios aéreos, incluyendo el naval. Se perdió la gran experiencia que habían acumulado los aviadores navales (que en su mayoría permanecieron en la Royal Navy) durante la Gran guerra. La RAF no tenía experiencia en la guerra aeronaval y equipó los grupos aéreos de los portaaviones con aparatos derivados de tipos terrestres que no dieron buen resultado. Pero el principal problema es que la Royal Navy no llegó a desarrollar una doctrina aeronaval adecuada y, aunque construyó varios portaaviones, resultaron inferiores a los de otras potencias. La Royal Navy recuperó en 1937 el control de la aviación naval (que pasó a denominarse Fleet Air Arm) pero no dio tiempo a compensar las deficiencias apreciadas. Como consecuencia los grupos aéreos embarcados británicos que combatieron en Mogador estaban equipados con aviones obsoletos. Además las deficientes tácticas y la obsolescencia de la aviación embarcada habían conllevado graves pérdidas, de tal manera que cuando se produjo la batalla decisiva la fuerza de portaaviones había quedado reducida a la mitad. Solo un nuevo buque había entrado en servicio, el portaaviones ligero Unicorn, pero se trataba de un barco diseñado como portaaviones de mantenimiento (concepto no imitado por otras marinas) que carecía de protección.

El catastrófico curso de las operaciones terrestres en 1940 y 1941 hizo que Inglaterra volviese a afrontar el riesgo de una invasión. Dado que la Royal Navy seguía siendo superior a las marinas combinadas del Pacto de Aquisgrán, el gobierno británico presionó para que se buscase una acción decisiva contra la flota del Pacto de Aquisgrán, intentando repetir una victoria como la de Trafalgar que alejase el peligro de las costas y diese un respiro a Inglaterra. A finales de 1941 se produjeron choques inconclusos como la batalla de San Vicente. Sin embargo, el Pacto de Aquisgrán aprendió mejor las lecciones de la batalla. Los almirantes Marschall (alemán) y Moreno (español) consiguieron atraer a la flota británica a la costa, donde cayó dentro del radio de acción de la aviación terrestre. Solo posteriormente la flota del Pacto actuó contra un enemigo ya muy debilitado.

En Mogador Gran Bretaña perdió buena parte de sus buques más valiosos: dos acorazados modernos (King George V y Duke of York), dos cruceros de batalla (Hood y Renown), dos portaaviones (Indomitable y Unicorn) y dos cruceros pesados (Suffolk y Devonshire). Además la mayor parte de los buques supervivientes sufrió daños de consideración y solo el acorazado Queen Elizabeth pudo reinte-grarse a la Home Fleet a los pocos días del enfrentamiento.


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El enlaca al Miguel de Cervantes en DeviantArt

Gracias a Tacuster.



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El Queen Elizabeth tras la batalla de Mogador

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La imagen está reducida. Se recomienda ver la original en DeviantArt.

El Queen Elizabeth fue el cabeza de una serie de cinco acorazados que tuvieron una destacada actuación durante la Primera Guerra Mundial. Aunque su protección no era tan grande como la de otros acorazados coe-táneos (como el Baden alemán o el New Mexico norteamericano), tenía una velocidad casi comparable a la de los cruceros de batalla de la época. Además el cañón de 15 pulgadas resultó ser una de las armas de ese tipo más efectivas que se hayan construido. Por ello la clase fue retenida en la posguerra y fue elegida para su modernización, mientras que los posteriores de la clase Revenge, mejor protegidos pero más lentos, apenas fueron mejorados.

La modernización implicó casi la reconstrucción del buque. Se instalaron bulges antitorpedos y se mejoró la protección horizontal, se sustituyó el puente por uno de torre de grandes dimensiones, similar al instalado en los acorazados de la clase Nelson y que se convirtió en la característica de los buques ingleses. Se aumentó la elevación de la batería principal y la secundaria de 15,2 cm fue reemplazada por una bivalente de 11,4 cm montada en torres dobles. La modernización lo convirtió en una unidad mucho más capaz cuya única rémora era la velocidad limitada. Sin embargo, resultó tan cara que solo el Valiant sufrió una transformación similar. Estaba previsto que solo el Queen Elizabeth y el Valiant seguirían en servicio con la flota, mientras que los acorazados de la clase Revenge, el crucero de batalla Repulse y los tres Queen Elizabeth restantes serían dados de baja a medida que entrasen en servicio los nuevos acorazados de las clases King George V y Lion.
Sin embargo el comienzo de la Guerra de Supremacía hizo que los tres buques de la clase fuesen empleados intensamente en los combates del Mediterráneo (donde fue hundido el Warspite) y en los del Atlántico. El Queen Elizabeth fue la única unidad de la clase que participó en la batalla de Mogador, pero no estuvo en el combate de Esauira por haberse retrasa-do a causa de los ataques aéreos. Al día siguiente participó en las fases iniciales del combate de Alegranza, en la que alcanzó al acorazado italiano Duilio en la proa, causando daños leves. Posteriormente recibió una bomba de quinientos kilos que destruyó la torre X; las maniobras que tuvo que realizar para eludir los ataques aéreos le impidieron estar presente en la fase final de la batalla, pudiendo escapar sin más daños.

Tras la batalla el Queen Elizabeth fue el único buque de batalla de la Fuerza H que podía seguir operando. Fue enviado a Clydebank para realizar las reparaciones más urgentes, que se redujeron a desmontar los cañones de la torre dañada e instalar armamento antiaéreo adicional. Durante las reparaciones Clydebank fue bombardeado y el Queen Elizabeth fue alcanzado en el combés por una bomba de 250 kg que destruyó la catapulta, por lo que se desmontaron los equipos para manejo de aeronaves y se colocaron más armas antiaéreas automáticas. Las reparaciones se hicieron con tal urgencia que apenas dos semanas después pudo unirse a la Home Fleet.


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