Crisis. El Visitante, tercera parte

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Batalla de Mogador. Salida de los cruceros al Atlántico

El mapa en DeviantArt

La flota del Pacto apareja de Gibraltar durante el día, pero de noche vuelve a entrar en el Mediterráneo y ancla junto al islote de Alborán, lejos de las vistas de tierra. Grupos antisubmarinos realizan un barrido en el golfo de Cádiz.

Una división de cruceros y destructores mandada por el almirante Regalado permanece en el Atlántico y entra en Vigo. Es observada por aviones y submarinos británicos, peor hay dudas sobre la presencia de acorazados. Sale al día siguiente siendo atacada infructuosamente por el submarino HMS Unbeaten. El HMS Talisman observa la salida.

Regalado intenta rodear Irlanda por el sur pero es observado por aviones ingleses. Parte de la Fuerza H intenta interceptar a la división de cruceros pero es detectada. Regalado desiste de la salida al Atlántico pero ante el riesgo de ser interceptado se dirige a Santander. Ahí es atacado por el submarino HMS Tuna que hunde al destructor José Luis Díez y avería gravemente al crucero Galicia, que tiene que embarrancar. El resto de la división se dirige hacia el Ferrol costeando. El Galicia es rescatado a pesar de sufrir ataques aéreos británicos.
Última edición por Domper el 06 Sep 2018, 18:53, editado 1 vez en total.



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Batalla de Mogador. Combate de las Laquedivas

El combate de las Laquedivas en DeviantArt

El almirante francés Laborde realiza una operación de distracción sa-liendo de Masaua con el acorazado Strasbourg, dos cruceros pesados y uno ligero. Realiza un crucero por el mar Arábigo capturando o hundiendo varios mercantes. Cerca de Bombay es detectado por un hidroavión y se interna en el mar; un ataque torpedero desde Bombay falla. Mientras el convoy PB.3 se refugia en Karachi. El crucero Diomede se dirige hacia el contacto pero al saber que se trata de un acorazado se mantiene a gran distancia.

El almirante australiano Crace parte de las Maldivas con un portaaviones (Hermes), dos cruceros pesados y dos ligeros. Se cruza con Laborde durante la noche. Mientras Laborde da un rodeo por el interior antes de acercarse a la costa y hacer un barrido. Se encuentra con el convoy MB.13 que destruye. Luego Laborde se interna en el océano Índico.

Sin embargo Crace adivina la posición de Laborde y lo ataca con los aviones del Hermes, sin efecto. Laborde se retira hacia Adén y Crace a las Maldivas. Mientras el crucero Lamotte-Priquet llega procedente de Indochina.



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Batalla de Mogador. Primer día

Primer día de la batalla de Mogador en DeviantArt

La batalla propiamente dicha comienza con la salida de un gran con-voy de tropas formado por media docena de buques de línea, entre los que destacan el Comte de Savoia y el Rex (que con sus 48.000 y 51.000 Tn respectivamente estaban entre los buques mayores de la época) y que llevaba al segundo cuerpo alpino italiano (divisiones Julia y Cuneense). El convoy procedía de Italia y tras cruzar el estrecho se dirige a Tánger donde desembarca sus tropas. Los espías británicos de Tánger alertan sobre la llegada de los barcos.

Esa misma noche cruza el estrecho un segundo convoy con carga y que se dirige hacia el suroeste bordeando la costa marroquí. Está escoltado por dos grupos antisubmarinos españoles y por la división de cruceros del vicealmirante Legnani (italiana). Durante su recorrido debe enfrentarse a lo submarinos ingleses desplegados en la costa marroquí, aunque no hay demasiados tras el barrido antisubmarino de la semana anterior.

El paso de los dos convoyes es detectado y la Fuerza H británica (Somerville) se prepara. Al estar dispersa por las Azores tarda algún tiempo en reunirse y sale en dos grupos principales. Los aviones de reconocimiento alemanes solo detectan el primer grupo.

Tras los convoyes sale el Atlántico la Flota Combinada (Ciliax), que había estado esperando en Alborán. Está formada por dos divisiones de acorazados: una alemana (Tirpitz, Bismarck, Gneisenau) y otra italiana (Doria, Cesare, Duilio), más otra de cruceros pesados (Cattaneo; incluye al español Miguel de Cervantes). La escolta está formada por destructores italianos y alemanes.

Tanto el convoy que costea como la flota combinada son seguidos por aviones británicos procedentes de Madeira. La Fuerza H se hace a la mar y se dirige hacia la costa marroquí para interceptar el convoy, siendo seguido por aviones de reconocimiento alemanes.

La flota combinada efectúa una finta que la Fuerza H ignora, por lo que finalmente tiene que dirigirse hacia el convoy. Al amanecer están situados cerca de la costa marroquí, a pocas millas de Esauira (cabo Mogador). La Fuerza H mientras tiene que atravesar una barrera de decenas de submarinos italianos y alemanes, desplegada al este de Madeira.



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Batalla de Mogador. Segundo día

El mapa en DeviantArt

Durante la noche del primer al segundo día hidroaviones Catalina provistos de radar parten de Madeira, pero las maniobras de la tarde ante-rior (cuando Ciliax pareció dirigirse hacia el cabo San Vicente) hacen que no encuentren su objetivo. Un grupo de bombarderos Halifax bombardea Tenerife infructuosamente.

Por la mañana la Fuerza H (Somerville) se encuentra con la barrera de submarinos, que son guiados por aviones de reconocimiento. El acorazado Prince of Wales y el portaaviones Victorious son averiados y el destructor Jervis hundido. Tres submarinos (uno alemán y dos italianos) son hundidos en los contrataques ingleses. Somerville se ve obligado a maniobrar y se retrasan las operaciones aéreas.

Posteriormente cazas y bombarderos alemanes, italianos, franceses y españoles atacan desde la costa marroquí y Canarias. Los cazas destruyen a sus contrapartes británicos y logran el control del aire. Los bombarderos y torpederos hunden el portaaviones ligero Unicorn y causan daños adicionales en el Victorious. También son averiados los acorazados Nelson y Duke of York (gravemente), el Queen Elizabeth (que puede mantenerse con la flota) y un crucero ligero. Los ataques aéreos británicos son inefectivos en su mayoría, aunque consiguen averiar al crucero pesado Gorizia que se ve obligado a refugiarse en Esauira.

La escuadra de Somerville se acerca a la flota combinada (Ciliax). Ciliax rehúye el combate para buscar la mejor situación según el sol, y luego vira al noroeste para cruzar la «T» a los ingleses. En el combate el crucero de batalla Renown estalla. El resto de la línea británica (dos acorazados, un crucero de batalla y tres cruceros pesados) sufre daños de mayor o menor gravedad. Los acorazados alemanes Bismarck y Gneisenau sufren averías importantes, y en el Tirpitz leves.

Somerville envía los destructores y Ciliax rompe el combate, dirigiéndose aparentemente hacia el noreste (Casablanca) pero ya de noche invierte el curso y se dirige al suroeste. Somerville toma rumbo contrario y luego se retira hacia Madeira, sin saber que Ciliax lo está rodeando por el sur.

Al mismo tiempo el convoy sigue navegando por la costa marroquí escoltado por la división e cruceros de Legnani. Cuando se inicia el combate Legnani se separa para buscar a Ciliax pero está retrasado y no llega a incorporarse, por lo que en lugar de rodear la probable posición de los ingleses se dirige hacia ellos.



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Batalla de Mogador. Segundo día.

Combate de Esauira


El combate de Esauira en DeviantArt

Al atardecer las dos flotas se acercan. Ambas están formadas en líneas con los acorazados al frente.

1. La flota combinada (Ciliax) detecta la aproximación de la Fuerza H de Somerville y vira al sudeste para mantener distancias hasta que el sol está a punto de ponerse

2. Cuando el sol se pone el atardecer perfila a los barcos ingleses mientras que los de Ciliax apenas son visibles. Ciliax vira al noroeste pata cruzar la «T» a Somerville.

3. Los barcos de Ciliax disparan contra la columna británica.

4. Somerville responde al fuego inefectivamente mientras intenta que la distancia disminuya.

5. Somerville se ve obligado a virar al suroeste para mejorar sus campos de tiro.

6. Los barcos de Ciliax disparan contra el punto de viraje. Los buques de Somerville sufren serios daños.

7. El Renown se convierte en objetivo de tres acorazados italianos y estalla.

8. Se mantiene el cañoneo. Los barcos ingleses sufren más por su peor posición táctica. Los cruceros pesados son gravemente da-ñados y la línea británica se disgrega.

9. Somerville vira al oeste para interrumpir el combate.

10. Los destructores de la Fuerza H atacan a Ciliax.

11. Ciliax vira al nordeste para evitar un combate nocturno al torpe-do. Somerville reclama a sus destructores.

12. Ya de noche Ciliax vuelve al sur y al oeste para rodear por el sur a Somerville.

13. El Suffolk se hunde poco después.



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Batalla de Mogador. La noche del segundo al tercer día

El mapa en DeviantArt

Tras el combate de Esauira la Fuerza H se dirige primero al suroeste y luego al noroeste para escapar, creyendo que la flota combinada de Ciliax se dirige hacia Casablanca. Poco después se hunde el crucero pesado Suffolk y quedan retrasados los del mismo tipo Devonshire y Berwick. Los aviones de reconocimiento del Pacto siguen a los buques ingleses gracias a sus radiotelémetros.

Ciliax en lugar de ir hacia Casablanca ha invertido su curso durante la noche y valiéndose de su mayor velocidad intenta rodear a la Fuerza H por el sur. Legnani, que trataba de incorporársele, sigue el curso de la Fuerza H.

Durante la noche hidroaviones Catalina provistos de radar atacan a Legnani y averían un crucero ligero. En la oscuridad, informan de haber atacado a una escuadra de acorazados. Somerville cree que tiene al enemigo a su popa.

También durante la noche una escuadrilla alemana especializada en el ataque nocturno torpedea al acorazado King George V y al portaaviones Indomitable.

En las cercanías de Madeira el acorazado Duke of York, que averiado se retiraba hacia las Azores, es torpedeado y hundido por el submarino U-215. El resto de los buques averiados de la Fuerza H logra atravesar la barrera de submarinos sin pérdidas ulteriores.



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Batalla de Mogador. Tercer día.

El combate de Alegranza


El mapa en DeviantArt

Al amanecer los cruceros de Legnani encuentran a los cruceros pesados Devonshire y Berwick, dañados el día anterior. El Devonshire es hundido y el Berwick emite llamadas de socorro. La Fuerza H (Somerville) invierte su curso y ahuyenta a Legnani, salvando al Berwick. Legnani sigue a la Fuerza H y después se une al convoy.

El Indomitable y su escolta siguen hacia Madeira pero el portaaviones es averiado en un ataque aéreo, así como el crucero Liverpool.

Somerville recibe informes contradictorios y cree que los buques de Legnani son la fuerza principal enemiga. También es informado que el Indomitable es atacado por buques de superficie, y piensa que son unidades ligeras. La Fuerza H invierte de nuevo su curso para proteger al Indomitable, pero la flota combinada (Ciliax) llega antes y hunde al portaaviones.

Ciliax y la Fuerza H se encuentran e inician un combate, interrumpido por ataques aéreos. En estos, los buques británicos sufren graves daños y los acorazados Rodney y Queen Elizabeth quedan retrasados. Ciliax reanuda el combate con la Fuerza H. Un ataque de destructores es repelido siendo tres hundidos. Ciliax atraviesa una barrera de humo y cae sobre el King George V y el Hood, que son hundidos. Después, ante el riesgo de nuevos ataques aéreos se retira a Casablanca. Los restos de la Fuerza H se dirigen hacia Madeira y las Azores.



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Combate de Alegranza

Primera fase en DeviantArt

La Flota Combinada (Ciliax con seis acorazados y Cattaneo con cuatro cruceros ataca al Indomitable (un portaaviones dañado, tres cruceros ligeros). El portaaviones es hundido y los cruceros Liverpool (más alejado), Ajax y Hermione escapan perseguidos por la Flota Combinada.

La Fuerza H (tres acorazados, un crucero de batalla y seis destructo-res) vuelve para intentar salvar al Indomitable.


Segunda fase en DeviantArt

Somerville descubre a la Flota Combinada y ve que es superior, por lo que intenta huir. Ciliax, gracias a su mayor velocidad, entabla combate tomando un rumbo divergente para mantener las distancias. El enfrenta-miento está siendo desfavorable para los ingleses que tienden una barrera de humo.

Durante ese enfrentamiento se produce un ataque aéreo. Los aviones ingleses que llegan de Madeira son rechazados, aunque Ciliax tiene que virar para esquivar los torpedos. Los aviones del Pacto causan graves daños al BB King George V y al BC Hood. Los BB Rodney y BB Queen Elizabeth quedan retrasados intentando esquivar los aviones.


Tercera fase en DeviantArt

Tras el ataque aéreo Ciliax intenta rodear la nube de humo, pero So-merville lanza sus destructores a un ataque torpedero para intentar salvar a sus buques. Tres destructores (Forester, Firedrake y Fame) son hundidos. Entonces Ciliax decide que para evitar los torpedos, en lugar de virar en dirección contraria, lo haga hacia el enemigo; implica mayor riesgo pero permite recortar distancias. Por fin Ciliax atraviesa la nube de humo y encuentra al King George V y al Hood a corta distancia, y los hunde con su artillería y sus destructores. Luego se retira hacia Casablanca mientras el resto de la Fuerza H lo hace hacia Madeira y las Azores, finalizando la batalla.

Con esto y un bizcocho acabamos con los mapas que, la verdad, ya me estaban cansando. Si no hoy mañana retomaré la historia.



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Tercera parte

El oráculo de Delfos había aconsejado a Temístocles luchar tras un muro de madera, y amparándose en los de sus trirremes aniquiló en Salamina a la flota persa alejando la amenaza meda del mundo helénico y de la civilización occidental. Inglaterra había hecho suyo el consejo y había basado su supremacía en las amuras de sus barcos. Desde la Edad Media habían sido los buques de guerra ingleses los que habían defendido la isla y transportado ejércitos para herir a sus enemigos continentales.

En ese medio milenio de luchas Inglaterra había sufrido derrotas y perdido guerras, pero su flota siempre había salido indemne. Incluso tras derrotas catastróficas como la de Castillón en el siglo XIV o la de Yorktown en el XVIII los ingleses podían lamentar haber perdido la guerra con la seguridad de que sus ciudades no serían holladas por el invasor.

En Mogador la Royal Navy había buscado una batalla decisiva y para su desgracia y la de su nación la había obtenido. La derrota la había herido de muerte; aunque los ingleses conservaban muchas unidades e incluso podían formar una flota de batalla, sería inferior de la enemiga. Las escuadras enemigas podrían dominar los océanos antes británicos. Con las rutas marítimas cortadas la isla tendría que elegir entre morir de hambre o rendirse, si antes no había sido invadida por un ejército apoyado por los cañones enemigos.

Por Alemania la euforia se extendió pues la victoria auguraba el final de la guerra. Pero unos cuantos hombres en Berlín sabían que el conflicto estaba lejos de ser resuelto. Estados Unidos concentraba sus armadas en su costa este, y el mastodóntico Ejército Rojo había comenzado a desplazarse hacia la frontera.

Era una carrera contra reloj, y el Gabinete sabía que la meta estaba demasiado lejos.



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Capítulo 31

La victoria es por naturaleza insolente y arrogante.

Marco Tulio Cicerón.


El almirante aun no se había tranquilizado tras su tormentosa reunión con el presidente. Pertenecer a su círculo íntimo era un privilegio, pero también implicaba tener que transmitir los deseos de Franklin Delano Roosevelt a sabiendas de que iba a encontrar una durísima oposición, ya que para la marina nada había más preciado que sus barcos. Cuando FDR ordenó la entrega de destructores a los británicos el clamor de los almirantes había llegado a los congresistas. Ahora la Casa Blanca quería ceder a los ingleses nada menos que cinco acorazados, los reyes de los mares, más dos portaaviones, seis cruceros, veinte destructores y doce submarinos. Aunque se trataba de unidades anticuadas, suponían una parte importante de la flota e iba a resultar muy difícil conseguir la aprobación del Congreso.

Para intentar dulcificar el mal trago los ingleses habían aceptado a cambio que permitirían durante los próximos cincuenta años el uso conjunto de algunas de sus principales bases en el Pacífico. En puertos como Hong Kong, Singapur, Rabaul, Melbourne, Sídney o Auckland las barras y estrellas iban a ondear junto a la Unión Jack. Con esas bases se cerraría el círculo alrededor del díscolo Japón y se facilitarían las comunicaciones con las Filipinas. Aunque el almirante Stark no se engañaba: tanto británicos como australianos y neozelandeses verían con agrado las guarniciones norteamericanas porque les protegerían del expansionismo nipón.

Aun así, Stark pensaba que sería imposible que el Congreso aprobase la cesión. FDR había perdido parte del apoyo de la cámara en las últimas elecciones, y el embarazoso incidente del petrolero alemán Belchen había hecho que tanto los congresistas como los votantes creyesen, con razón, que el presidente quería llevar al país a la guerra. Si hubiese sido contra el tiránico Hitler o el fatuo Goering aun se hubiese podido justificar, pero el nuevo régimen alemán no parecía mucho peor que tantos otros que pululaban por el mundo. A nadie le gustaba ir a la guerra y menos a los estadounidenses, pero si fuese por salvar al mundo se hubiesen resignado. Sería muy difícil que aceptasen participar en lo que cada vez más parecía una pelea por el poder.

Aun así cumplir los deseos presidenciales no sería imposible, pues al almirante se le había ocurrido una posibilidad. La marina estaba empezando a recibir los frutos del rearme, y las entregas de buques se estaban produciendo a tal ritmo que estaba costando entrenar a las dotaciones.

—Teniente Donaldson ¿Tiene los listados que le solicité?

El ayudante se apresuró a entregarle unos documentos. Stark estudió el primero. Sí, ahí estaba. En los últimos doce meses se habían incorporado a la flota dos acorazados, un portaaviones y dos cruceros ligeros, amén de buen número de destructores y otros buques menores. Luego tomó el segundo papel y fue subrayando nombres, sonriendo mientras lo hacía. Estaba marcando a los patitos feos de la marina: al Arkansas, el acorazado más viejo, y al Oklahoma, el cojo de la flota, que llevaba unas pésimas máquinas de triple expansión consecuencia de un desacuerdo entre la marina y los fabricantes de turbinas por el precio de sus productos. El pobre Okie había salido tan malo que estaba previsto retirarlo ese mismo año. Los cruceros de la clase Omaha eran engendros que avergonzaban a la Navy, y aun quedaban algunos «flush-deckers» que valían para poco más que para llenar amarraderos. Seguro que la Royal Navy estaría encantada con sus nuevas unidades.



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Relato de Von Hoesslin

Tras dos años y cinco meses de guerra por fin veíamos la luz al final del túnel. Parecía que la paz victoriosa estaba al alcance de las manos. Recuerdo la reunión del Gabinete: además de sus miembros, estaba el regente —al que yo acompañaba—, el almirante Marschall y el mariscal Von Richthofen. Pensábamos que no iba a ser una de esas reuniones agrias como aquellas, hacía ya una eternidad, en la que se discutió sobre portaaviones. En esta ocasión los militares acudían en parte para informar pero sobre todo para ser felicitados. Que es lo que hicieron tanto el regente como el canciller Speer y el resto del Gabinete antes de empezar.

Fue Von Lettow quien acabó por resumir lo que él y Alemania sentían.

–Almirante, mariscal, ustedes saben mejor que yo la trascendencia de la batalla que acaban de ganar. Va a figurar con letras de oro en el libro de la historia alemana al mismo nivel que Waterloo o Sedán. Han vencido a un enemigo superior, veterano de mil combates y que peleaba en su elemento, y lo han logrado con una sabia combinación de arrojo y de inteligencia. Acepten las felicitaciones y la gratitud de un viejo y oxidado general. Aunque no dependa de mí, que ya saben que mi papel va a ser de figurón y poco más —dijo con toda seriedad mientras miraba al canciller— espero que ustedes reciban la recompensa que tanto merecen. Pero bueno, no hace falta que pierdan el tiempo contestando a este abuelo. Será mejor que empecemos a trabajar. Mariscal Von Manstein, supongo que usted querrá hacerles algunas cuestiones.

—Desde luego, Alteza. Aunque todos conocemos el transcurso de la batalla, desearía que el almirante nos la resumiese.

Marschall habló durante media hora. Relató como en los últimos meses se habían hecho grandes esfuerzos para integrar las diferentes flotas y mejorar la coordinación no solo entre ellas sino con la aviación. También nos describió el objeto de la operación: a pesar de las mejoras en las comunicaciones nuestra flota seguía siendo inferior a la británica, y los ingleses lo sabían; por ello habían buscado varias veces una batalla naval decisiva. No se debía solo a la seguridad que tenían de ganarla, sino a que la flota del Pacto, a pesar de ser inferior, era como una espina en su costado, y más tras la afortunada incursión de Freetown. Si nuestra flota se hacía a la mar la Royal Navy al completo se lanzaría sobre ella.

El almirante dijo que la sustancia del plan era emplear a la flota como cebo para atraer a los barcos ingleses cerca de tierra, donde nuestra potente aviación pudiese destruirla. De todas maneras, la superioridad inglesa era tal que no confiaba en que pudiese vencerles ni con la colaboración de la aviación. Por eso previamente a la salida de la flota se realizaron dos operaciones de distracción: la flota al completo había hecho una salida en falso, aprovechando para realizar un barrido antisubmarino en los alrededores de Gibraltar. Al mismo tiempo la flota francesa realizó una incursión en el Índico. El saldo había sido positivo: a cambio de un crucero español dañado —el Galicia— se había creado un gran trastorno en las rutas del Atlántico norte, y en el Índico los franceses habían acabado con un convoy. Los submarinos también tuvieron un gran papel, sobre todo los nuevos modelos que acababan de entrar en servicio y que habían sido especialmente efectivos. La aviación de reconocimiento había demostrado que la Luftwaffe ya sabía operar a una con la marina, y gracias a los radiotelémetros fue capaz de localizar y seguir a la flota enemiga.

Después Marschall pasó a relatar la operación principal que, de nuevo, se había basado en los engaños. El primer paso había sido la salida al Atlántico de dos importantes convoyes, uno con destino a las Canarias y otro a Tánger. Como esa ciudad era un coladero la noticia de que estábamos realizando un gran esfuerzo para reforzar a los españoles en Gran Canarias llegaría a Londres en pocas horas. Efectivamente, el convoy llevaba refuerzos, pero su misión principal era otra: ser un pretexto que justificase la salida de la flota. Esta, a su vez, actuó como cualquier cebo que se preciase y efectuó fintas hasta conseguir atraer a los ingleses al alcance de la aviación.

Finalmente el grossadmiral alabó la actuación de los mandos que habían controlado las operaciones.

—Alteza, mariscal, general, he de decir que en la victoria ha sido clave la actuación de tres hombres. Uno ha sido el almirante Ciliax. Aunque combatía con un enemigo herido por la aviación, ha manejado sus barcos con una maestría que Von Scheer o Hipper hubiesen envidiado. Una y otra vez ha sabido desplegar su flota para causar el mayor daño posible a los ingleses sin correr riesgos excesivos. Tampoco debo olvidar a mi colega español el almirante Moreno; los planes de la batalla han sido fruto de su intelecto. El tercer hombre está aquí presente. Imaginen una corrida de toros como las que hacen en España. La marina ha actuado como la muleta que atrae al toro y el descabello que lo remata. Pero el estoque, el que hiere de muerte al enemigo, ha sido la Luftwaffe, y se ha logrado gracias a la minuciosa planificación y soberbia ejecución que tenemos que agradecer al mariscal Von Richthofen. No solo ha logrado sorprender al enemigo trasladando un enorme número de aviones, sino que ha evitado los fallos de otras operaciones. Los aviones que dirigía han proporcionado la protección que nuestros buques necesitaban para compensar la carencia de portaaviones. Sus bombarderos y torpederos han sangrado a la flota enemiga y la han entregado a los cañones de nuestros acorazados.

Von Richthofen agradeció el halago, pero dijo que todo había sido tarea de sus hombres. Sabíamos que no era así: los estados mayores trabajan pero la iluminación la da el jefe, y los jefes habían sido Marschall y Richthofen. Magistralmente secundados por el general Fink de la Luftwaffe y el ya citado almirante Ciliax.

—Gracias, almirante. Ahora desearía que fuese el mariscal Von Richthofen quien nos contase el papel de la Luftwaffe —dijo el canciller.

Esta vez el relato fue más corto que el de Marschall. Von Richthofen primero nos contó los fallos que se habían producido durante la batalla de San Vicente, ocurrida dos meses antes, y como se habían revisado los errores. Nos dijo que la siguiente operación, la de Mogador, se había preparado con gran cuidado. Con el mayor secreto que habían construido campos de aviación en la costa marroquí y se habían acumulado repuestos, municiones y combustible. Sabiendo que sería difícil que los ingleses no llegasen a saberlo, se procuró que las obras pareciesen no estar finalizadas. Asimismo se planificó el traslado de los grupos aéreos, lográndose llevar a Marruecos y a las Canarias más de un millar de aviones en pocos días. Al escucharlo Von Manstein le interrumpió.

—Un momento. Me gustaría que mis compañeros entendiesen la trascendencia de lo que ha ocurrido. Una gran fuerza aérea se ha desplazado a tres mil kilómetros de distancia en cuatro días. Es la primera vez que ocurre algo así en la Historia. Ahora el Reich tiene una herramienta de enorme valor, pues el saber que la Luftwaffe puede llegar al último rincón de Europa en pocos días nos da una gran confianza ante cualquier cosa que pueda ocurrir ¿No le parece, general Schellenberg?

—Sí, sí, desde luego —contestó el aludido sin demostrar mayor interés. Sin embargo, yo que los conocía capté la mirada de inteligencia que Von Manstein dirigió a Von Richthofen, y que este captó al vuelo.

—Disculpe la interrupción. Le ruego que siga —dijo Von Manstein animando a que el jefe de la Luftwaffe continuase con la narración. Entonces Richthofen describió las tácticas seguidas. La experiencia adquirida sobre Inglaterra indicaba lo difícil que resultaba coordinar los grupos de cazas y de bombarderos, y que solía ser más eficiente enviar a alguna escuadrilla por delante para barrer a los aviones enemigos. Esta vez se había hecho lo mismo pero en mayor escala: una masa de cazas había caído sobre la flota enemiga, barriendo del cielo a sus aviones de combate y consiguiendo la superioridad aérea. A partir de entonces había bastado con mantener patrullas de combate tanto sobre los barcos enemigos —para atacar a sus cazas en cuanto despegasen— como sobre nuestra flota. La táctica había funcionado maravillosamente durante el primer día, abriendo camino a los bombarderos y los torpederos que habían diezmado al enemigo. El segundo día se había producido algún fallo de coordinación al ser mayores las distancias, a pesar de lo cual los ataques habían sido casi igual de efectivos.



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—Gracias, mariscal —dijo Speer, que intervenía por primera vez. Si no le importa, desearía saber cuál ha sido el balance de la batalla ¿hemos sufrido muchas pérdidas?

Fue el almirante el que contestó—: Afortunadamente han sido bastante ligeras. Ningún buque de batalla ha sido hundido, aunque unos cuantos necesitarán reparaciones. Sobre todo el Gneisenau y el Bismarck. Aunque los están parcheando a toda prisa y seguramente podrán reincorporarse a la flota en unos días, antes o después precisarán una reparación completa. Aparte de eso tres cruceros han sufrido daños de importancia y han sido hundidos un par de destructores y algunos submarinos. Las mayores bajas las han tenido las fuerzas aéreas, como el mariscal Von Richthofen podrá contar. Por lo que me ha dicho hemos perdido algo más de ciento cincuenta aviones. De todas maneras son pérdidas importantes pero no excesivas, inferiores a las que sufrimos cada semana en nuestras operaciones sobre Gran Bretaña.

—¿Y las del enemigo?

—Canciller, entienda que lo que voy a decir es solo una estimación. Demasiadas veces ocurre que durante una batalla un barco parece haber sido hundido cuando en realidad ni siquiera ha sido tocado. Los pilotos solo ven humaredas y barcos que desaparecen, pero que pueden estar escondidos por las nubes o el humo. Aun así, tenemos la seguridad de haber hundido tres acorazados, un portaaviones y un crucero grande.

—¿Está completamente seguro?

—Sí, puedo confirmárselo pues se trata de buques cuyo hundimiento fue presenciado desde nuestros barcos y de los que hemos rescatado a algunos de sus tripulantes. Con todo, estamos casi seguros de que las pérdidas enemigas han sido mayores. Los otros dos portaaviones enemigos sufrieron ataques masivos, se los vio ardiendo de proa a popa, y algunos mensajes captados hablan del rescate de supervivientes. Así que es probable que en total hayamos hundido dos o incluso tres portaaviones. Además dos submarinos aseguran haber hundido acorazados enemigos. Espero que en los próximos días tengamos informes fidedignos. Los barcos enemigos supervivientes se dirigen hacia las Azores, donde tenemos agentes que podrán confirmar o no nuestras suposiciones.

—No está mal, pero creo recordar que a los ingleses les quedan muchos más buques de guerra —repuso Schellenberg—. Según mis datos, la Fuerza H tenía ocho acorazados y tres o cuatro portaaviones.

—Tiene razón, general. Pero aun siendo conservadores, podemos suponer con bastante certeza que además del portaaviones y de los tres acorazados y hundidos, han sufrido daños muy serios tres o cuatro acorazados y dos portaaviones, como mínimo. De hecho, la aviación embarcada enemiga no participó en el segundo día de los combates. Respecto a los acorazados, los ingleses nunca han llegado a alinearlos todos, seguramente por haber sido averiados. En lo referente a otros tipos, ya les he relatado que hemos hundido un crucero pesado enemigo, y tal vez uno o dos más. En resumen, según las estimaciones más optimistas todos los barcos grandes y la mitad de los cruceros que componían la Fuerza H han sido averiados o hundidos. Insisto que se trata la estimación más optimista; es posible que parte de los barcos enemigos hayan escapado con pocos daños y pronto puedan volver al combate. Creemos que entre los supervivientes esté un acorazado rápido, seguramente un King George V aunque pudiera ser el Renown; es el único que les quedará. Están construyendo otros dos pero las obras parecen haberse detenido. Los ingleses siguen teniendo unos cuantos acorazados, pero son todos viejos, de la cosecha de la Gran Guerra o poco posteriores, y no sobrepasan los veinte nudos. Incluso los viejos barcos de batalla italianos son capaces de dejarlos atrás. Respecto a los portaaviones, además del que tal vez se haya salvado a los ingleses, que seguramente estará en muy mal estado, solo les quedan cuatro. Tan solo uno es moderno, el que está siendo reparado en Estados Unidos; lógicamente se van a apresurar a ponerlo en servicio. Los demás portaaviones que tienen son muy viejos y, según lo que decía la prensa británica antes de la guerra, no están en buen estado. Además sus primos norteamericanos les han entregado varios barcos mercantes convertidos, pero a la luz de los problemas que están dando los que estamos construyendo, yo no me preocuparía en demasía por ellos.

—Me alegra oírlo pero me estoy perdiendo con todos esos números —repuso Schellenberg—. A mí no me importa si ellos o nosotros tenemos dos, seis o quince acorazados. A ver si consigue que me aclare. Imagine que mañana queremos invadir su isla ¿Cuántos barcos podrían reunir?

—Un máximo de siete acorazados, pero solo uno moderno, y dos o tres portaaviones, más dos o tres portaaviones pequeños, los derivados de mercantes.

—Aun así siguen superándonos ¿no es así?

—A medias. Tenga en cuenta que nuestras unidades son más rápidas. Si se tratase de un duelo al cañón los ingleses seguirían teniendo ventaja. Pero resultará improbable un enfrentamiento así salvo que metamos la flota en aguas confinadas como las del Canal o el mar del Norte. En el Atlántico los lentos barcos ingleses tienen muy poco que hacer. En cuanto detectemos una escuadra enemiga nuestra flota, más moderna, podrá dejarla atrás con facilidad y diezmar sus convoyes con impunidad.

—Magnífico ¿a qué esperan a hacerlo? —respondió el general. Por la expresión del regente y de Von Manstein vi que no les había agradado el tono.

—General, tiempo al tiempo —dijo Marschall—. Los barcos tienen que realizar algunas reparaciones, es necesario que reposten y que carguen municiones. La flota tardará al menos quince días en poder salir al mar.

—Vaya. Espero que no pase como siempre y que en esas dos semanas el enemigo no se recupere. Otra cuestión ¿No sería mejor que desembarquemos en su maldita isla de una vez en vez de hundir mercantes de a marco la tonelada?

—Lamentablemente debo desaconsejar esa operación, al menos por ahora, pues sería la única batalla que los ingleses podrían ganar. Ya les he dicho que no me parece aconsejable que nuestra flota opere en espacios cerrados como el del Canal, donde se anula nuestra ventaja en velocidad. Aparte que aun les quedan muchos cruceros y destructores, y los británicos siguen teniendo en sus islas muchos aviones que reservan para la invasión. Más importante, les recuerdo que estamos en invierno —dijo mirando a las ventanas, azotadas por la lluvia.

—Así que estamos como siempre, con Churchill al otro lado de su canal riéndose de nosotros. Me parece que su cacareada victoria no ha servido para nada.

—Walter, no vayas tan deprisa —intervino Von Manstein—. No cometas el error de reprender al almirante y al mariscal por ser sinceros ¿preferirías que fuesen unos aduladores como los que rodeaban a Goering? El almirante Marschall ha conseguido más de lo que podíamos esperar, pero todavía no tiene capacidad para hacer milagros. Almirante —dijo dirigiéndose a Marschall—, aunque el desembarco no sea factible ahora tal vez pueda emprenderse en el futuro ¿Cuándo sería posible?

—Sé que no les va a gustar mi respuesta. Aunque voy a ordenar que se preparen planes para lanzar una invasión a finales de la primavera, cuando mejore el tiempo, tengo muchas dudas respecto a nuestra capacidad para llevarlos a cabo. Es más, tal como están las cosas ahora creo que esa operación correría el riesgo de acabar mal. Si queremos desembarcar con posibilidades de éxito seguramente tendremos que posponer la operación hasta el año que viene.

—¿Veis? Mucha batalla pero tenemos guerra para rato —volvió a decir Schellenberg.

—Walter, la verdad, no sé qué te pasa —dijo Speer para interrumpir la discusión—. El almirante Marschall y el mariscal Von Richthofen acaban de lograr la mayor victoria que Alemania haya logrado nunca en el mar y te parece poco. Por otra parte yo no estoy tan seguro de que sea necesaria la invasión. La cuestión es si podrá sobrevivir Inglaterra sin su flota. No necesito la respuesta: sé que no pueden. Walter, según tus informes en otoño ya estaban contra las cuerdas. Están pasando un invierno muy difícil, y tenemos pruebas de que la actividad industrial ha disminuido incluso en campos clave. Si ahora podemos bloquear a los ingleses, estarán pasando hambre antes de dos o tres meses ¿no le parece, almirante?

—Bueno, la aviación y los submarinos hacen imposible un bloqueo clásico, y tampoco tenemos bases en medio del Atlántico. Es decir, no podemos imponer a los ingleses un bloqueo como el que sufrió nuestra Patria en la anterior guerra. Pero no es la única manera de ahogar al enemigo. Con nuestra flota en la mar, o simplemente amenazando con salir, se verán obligados a emplear los pocos barcos que les quedan en escoltar sus convoyes; será el momento de buscar otro combate naval en el que, por fin, tendremos la superioridad. Nuestra flota, la aviación y los submarinos podrán cobrarse un pesado peaje a sus barcos mercantes, diezmar lo que queda de su marina mercante y reducir el flujo de importaciones a un hilillo. Al mismo tiempo creo que será conveniente preparar una invasión por si los británicos siguen resistiendo. Aunque no creo que llegue a ser necesaria, salvo que no les importe ver morir de hambre a sus niños.



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Crisis. El Visitante, tercera parte

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—Muy fácil lo ve, almirante —volvió a interrumpir Schellenberg—. Apostaría a que ahora mismo el presidente yanqui estará firmando un decreto para transferir a los ingleses la mitad de su flota ¿lo han tenido en cuenta?

Los dos militares quedaron en silencio unos segundos. Luego Marschall respondió—: Mi campo no es la diplomacia ni la inteligencia, así que no sé si los norteamericanos van a reequipar a los británicos. De todas formas, aunque decidiesen hacerlo, el efecto de la medida se demoraría meses. Recuerden que cuando hace año y pico les regalaron aquellos cincuenta destructores viejos tardaron algún tiempo en poder emplearlos. Aun así han tenido serios problemas con ellos, o al menos eso nos han dicho los prisioneros que hemos interrogado. Un acorazado, incluso un crucero, es un barco mucho más complejo. Piense que desde que nuestra industria entrega un buque de guerra hasta que puede operar pasan semanas o meses, pues es preciso entrenar a los tripulantes, aunque muchos ya conozcan sistemas similares. Los barcos norteamericanos son completamente diferentes a los británicos. Cualquier detalle es diferente, desde el paso de la rosca de los tornillos hasta el funcionamiento de la artillería. Salvo que los americanos envíen su propia flota al rescate de los ingleses, la Royal Navy va a estar contra las cuerdas durante muchos meses.

—Me parece una estimación acertada —dijo Von Manstein, que deseaba cortar el acoso al que Schellenberg estaba sometiendo a los militares—. Bueno, ya hemos escuchado su relato de la batalla pero ahora me gustaría conocer la parte técnica. Almirante, por favor.

—Gracias, mariscal. Creo que debemos obtener dos lecciones. Una ya la supondrá: en lo sucesivo será la tecnología la que decida los combates. Han sido los radiotelémetros y los equipos electrónicos los que han permitido a Ciliax actuar tan acertadamente. Los pocos submarinos de nuevo modelo que han participado han logrado más que todo el resto. La aviación también ha empleado armas novedosas con singular acierto. En lo sucesivo quién se quede atrás perderá. Recomendaría incrementar el gasto en investigación.

—Si se me permite intervenir —dijo Von Richthofen— el efecto de las nuevas armas ha sido desproporcionado. Por ejemplo, casi todos los buques enemigos torpedeados lo han sido por un modelo especial de torpedo que hemos empleado por primera vez; los aviones que llevaban los de modelos anteriores no han logrado casi nada. De haber sido todos los torpedos de este nuevo tipo y si hubiésemos tenido las bombas teledirigidas que ya están en fase de pruebas, ningún inglés habría podido escapar. Incluso detalles aparentemente nimios como el haber modificado los cazas para llevar depósitos de combustible han tenido su efecto, pues gracias al mayor alcance nuestros aparatos han conseguido dominar los cielos.

—Qué lástima —repuso Schellenberg— Si tan buenas eran esas armas maravillosas ¿por qué no han empleado más?

Noté que a Von Manstein no le estaba gustando el matiz de la conversación. No era habitual que el mariscal, habitualmente un modelo de educación, respondiese tan desabridamente como lo hizo.

—Walter, por favor, estás tratando a nuestros hombres como si fuesen incompetentes. Menos mal que han vencido ¿Qué les harías si no? ¿Meterlos en Dachau? —la antigua prisión nazi se había convertido en el lugar de reclusión de los criminales de camisa parda que habían escapado del patíbulo. El mariscal siguió—. No estamos en un cuento de hadas donde mágicamente aparecen todas las espadas que queramos. Las fábricas necesitan tiempo ¿no es así, Albert? Hay que tener un poco de paciencia.

Aunque a Speer tampoco le debía gustar la actitud de su antiguo patrón no lo reprendió sino que intentó reconducir la conversación.

—Tengo que darle la razón a Eric. Las factorías del Reich están al límite.

—¿Tanto se necesita para aplastar a los moscardones ingleses?

Si las miradas matasen, la de Speer hubiese convertido a Schellenberg en carbonilla. Pero prefirió no enconar la polémica.

—Walter, me parece que hoy te has levantado con el pie izquierdo, Será mejor que dejemos la discusión.

—Como quieras —dijo el general con una media sonrisa.

—Perfecto. Mariscal Von Richthofen, lo que no me gusta de lo que me ha contado es lo de tener que gastar todavía más.

—Canciller, no va a ser así necesariamente. Desde luego que investigar no es gratis, pero luego un arma avanzada no siempre es cara. Por el precio de cinco torpedos antiguos se pueden fabricar cuatro de los nuevos, que son diez veces más efectivos. La marina está ultimando otro tipo de torpedos que es capaz de seguir a los barcos enemigos por su ruido; siempre será más barato hundir un destructor con un torpedo buscador que con una salva. Aunque una bomba radiodirigida sea cara, mucho más lo es tener que enviar decenas de aviones a desperdigar explosivos por medio océano. Desarrollar un avión moderno no es barato, pero luego cuesta lo mismo construir un avión malo que uno bueno.

—Si usted lo dice… —repuso Speer, no del todo convencido—. Cuando estuve en Armamentos aprendí que la manía de tener tipos y tipos cada vez más mejorados causa tantos trastornos en la producción que acaba siendo peor que si no se hubiesen hecho cambios. Estamos intentando disminuir la pléyade de modelos que sale de nuestras factorías para centrarnos en los mejores, y ahora nos dice que tendremos que volver a las mismas. Usted no sabe lo complicado que será organizar todo eso. Aunque no se desanime, que entiendo sus argumentos. Si no nos mantenemos en la cresta de la ola, si nos quedamos atrás, nos derrotarán. Pero usted ha dicho que la importancia de la ventaja tecnológica ha sido solo una de las lecciones ¿Cuál es la otra?

Fue el almirante el que respondió. Se aclaró la garganta antes de hablar, señal de su incomodidad—. Canciller, me ha sido muy difícil aceptarla. Creo que el tiempo de los acorazados ha acabado. Están tan anticuados como los galeones.



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Schellenberg empezó a reírse—. Vaya, esto es lo último que esperaba escuchar. Hemos pasado los últimos diez años esforzándolos en construir superacorazados. Ahora viene aquí uno de los artífices de nuestra flota, el que llegó al puesto en el que está por haberla empleado para hundir al ¿Gladiolo, Glorioso o algo así?

—Glorious, general.

—Pues será Glorious si usted lo dice. El caso es que usted llegó a su puesto hundiendo portaaviones a cañonazos. Ahora nos ha contado las excelencias de Ciliax manejando acorazados, para luego soltarnos que no valen para nada. Francamente, no entiendo sus procesos mentales.

—Walter, déjale hablar. Seguro que nos aclarará lo que ha dicho —intervino Von Manstein—. Almirante, entenderá que nos haya extrañado su afirmación ¿le importará explicárnosla, por favor?

—Será muy sencillo —repuso Marschall; noté que lo hizo sin cortesías, algo lógico, pues no muchos años antes una respuesta como la de Schellenberg hubiese llevado a un duelo a sablazos—. Resulta triste para un marino tener que reconocer que en esta batalla el papel principal de nuestra flota ha sido hacer de cebo. Quienes han causado los peores daños fueron los aviones de Von Richthofen. Nuestros acorazados se han limitado a rematar a barcos ya dañados, y ni eso hubiesen tenido que hacer si la Luftwaffe hubiese tenido más de esos supertorpedos, o si hubiese recibido ya las bombas teledirigidas. Nuestros buques de batalla fueron imprescindibles pero no por su potencia de fuego, sino porque de no haber estado ahí la Royal Navy nunca se hubiese dejado atraer a la costa. Lo que les he dicho: nuestros potentes acorazados fueron como el gusanito que se agita en el extremo de un anzuelo.

—Así que el futuro es la aviación —concluyó Von Manstein.

—No del todo. El futuro de la guerra naval se basará en la tecnología, como ya he dicho, y en la aviación, pero no en la basada en tierra. Los aparatos de mi apreciado colega tienen un alcance limitado, y si los británicos se hubiesen mantenido más allá de la cobertura de nuestros cazas su flota hubiese escapado indemne. Hemos hablado de emplear la flota para acosar sus convoyes, pero les adelanto que si detectamos la presencia de un portaaviones tendremos que retirarnos, pues bastará con que el enemigo tenga uno solo de esos buques para que nuestros acorazados corran el riesgo de ser torpedeados. Sé que ustedes nos oyeron discutir hace bastantes meses, pero tras esta batalla Von Richthofen y yo estamos de acuerdo: necesitamos portaaviones que puedan extender el poder de la aviación más allá de nuestras costas.

—Pero usted ha contado como nuestra aviación superó a los portaaviones enemigos.

—Es cierto, mariscal, pero solo porque su caza era muy débil. Aunque los ingleses contaron con tres portaaviones, los aparatos que llevaban estaban anticuados. Aun así esos aviones obsoletos lograron torpedear dos cruceros, y siguen siendo temibles para nuestra flota si se aleja de la costa. Si queremos dominar los mares, necesitamos portaaviones.

Schellenberg volvió a mostrar una sonrisa escéptica antes de preguntar—: No piense que dudo de su criterio, almirante, pero ¿de verdad necesitamos dominar los mares? ¿No nos basta con Europa, África y Asia?

Marschall miró al general como el maestro a un alumno retrasado. Iba a contestar pero se adelantó Richthofen—: General, tal vez se salga de mis atribuciones, pero me sorprende que dude de la importancia del control de las aguas. Me imagino que el canciller en su anterior papel de ministro de Armamentos les habrá contado los problemas que tiene la industria para sustituir los materiales que antes llegaban de allende los mares. Caucho para las ruedas, aluminio para los aviones, petróleo para los motores, manganeso para los blindajes, todo llegaba por mar. La industria ha tenido que hacer filigranas para sustituirlos y no siempre con fortuna. Últimamente nos está preocupando cada vez más un bombardero ligero inglés que llaman Mosquito. Vuela tan veloz y tan alto que nuestros cazas no pueden alcanzarlo, y lo logra porque está hecho de madera. Pero no de cualquiera, sino de una tropical que aúna ligereza y resistencia. Para nuestra industria, que no tiene acceso a esos materiales, resulta imposible copiarlo.

Speer asintió. Como antiguo ministro de Armamentos sabía de las dificultades experimentadas por Alemania desde que tras iniciarse la guerra ya no tenía acceso a los mercados mundiales.

Fue entonces Marschall quien siguió—: Además no debemos olvidar a nuestro otro enemigo. No pretendo darles lecciones de política, pero ya les he dicho que en el Estado Mayor de la Kriegsmarine partimos de la premisa de que el presidente norteamericano nos odia. Si puede conspirar contra nosotros y armar a nuestros enemigos es gracias al océano que nos separa. Un océano que controlan con su flota, todavía mayor que la inglesa. Si Estados Unidos nos declara la guerra nos encontraremos con serios problemas si no tenemos una flota que pueda medirse con la suya. Esa flota tendrá que basarse en los portaaviones. Necesitamos muchos y cuanto antes.

—Llama la atención que pidan dinero para más barcos justo tras la batalla que supuestamente ha decidido la guerra —repuso Schellenberg—. No creo que el Reich pueda construir la flota que ustedes piden.

—Walter, te estás metiendo en mi campo —intervino Speer—. Desde luego que no será barato, pero hace ya tiempo que me preocupa la amenaza que supone el presidente Roosevelt. Es posible que Alemania pueda hacer ese esfuerzo. Eric, tal vez sería conveniente que el almirante prepare un informe con las necesidades de la marina.



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El canciller Speer agradeció a los dos militares sus esfuerzos; el almirante Marschall y el mariscal Von Richthofen lo interpretaron como una invitación a abandonar la sala, en la que siguió la deliberación.

—Al fin vemos la luz. Yo no creo que los ingleses puedan resistir mucho más. Por lo menos, es lo que dicen los analistas económicos, basándose en los informes que les proporcionas —dijo Speer refiriéndose a Schellenberg.

—Pues yo no lo veo tan fácil. A mí me parece que a los ingleses aun les queda fuelle. Según mis agentes, aunque las ciudades inglesas no naden en comida el racionamiento es soportable. Ya os dije que no me fío mucho de mi red, pero podemos comprobar sus informes con los de la embajada irlandesa en Londres. Los de Dublín disponen de fuentes muy valiosas en Inglaterra; ya sabéis que media Irlanda tiene parientes que emigraron a Gran Bretaña y se cartean con frecuencia. La censura ha eliminado lo más jugoso pero no puede impedir que algunos emigrantes hayan pasado la Navidad con sus familias, bebiendo como esponjas y hablando por los codos. Lo que os digo, están mal pero no tanto como para rendirse.

—No era la impresión que nos quedó después de lo que nos dijiste hará apenas un par de meses —repuso Von Papen.

—Pues lo siento si me entendiste mal, pero yo sé lo que dije.

—Haya paz —interrumpió Speer—. Supongo que Eric podrá contarnos lo que ven sus aviones de reconocimiento.

Me llamó la atención que Speer recurriese al mariscal, pues la Luftwaffe estuviese a su cargo, eran los analistas del Servicio de Inteligencia los que trataban de ver en las fotos la situación real de los ingleses. A la Wehrmacht lo que le interesaba era el estado de los aeródromos, de los puertos y de las defensas costeras.

—Albert, ya sabes que es Walter quién se encarga de todo eso.

—Desde luego, pero cuatro ojos ven más que dos. Me gustaría saber tu impresión.

—Bueno, la economía no es lo mío pero sé lo que pasa en los puertos ingleses. Durante el invierno, a tenor de los barcos que están descargando, las importaciones inglesas se han reducido por lo menos en una tercera parte. Teniendo en cuenta que en otoño ya estaban al límite yo creo que solo han aguantado a base de sus reservas, que a estas alturas no serán grandes. Además tienen muchos problemas para mover lo que traen los barcos. Indicio de ello es que los almacenes de los muelles están atestados a pesar de la amenaza de los bombardeos. Se están esforzando como locos en reconstruir unas cuantas vías férreas y parece que han abandonado las demás. También siguen enviando convoyes costeros a pesar de las pérdidas que sufren. Mientras nuestro bloqueo sigue. La Kriegsmarine estima que durante este invierno la quinta parte de los buques que han intentado cruzar el Atlántico han sido hundidos. Os parecerá poco, pero a ese ritmo este próximo verano su flota mercante quedará reducida a un tercio. Por otra parte las obras en los astilleros siguen detenidas salvo las de barcos de escolta. Ni siquiera están reparando los buques mercantes averiados, de los que tienen millones de toneladas amarrados a los muelles esperando a que queden diques libres. De todas formas parece que el traslado de los submarinos para la batalla les ha servido de alivio y tres o cuatro convoyes grandes han conseguido pasar sin problemas. Eso les dará algunas semanas más. Más les vale porque supongo que dentro de poco cesarán los temporales del Atlántico de las últimas semanas.

—Eso será bueno para ellos —dijo Von Papen.

—No, al contrario. El mal tiempo perjudica a los submarinos, que son más pequeños que los mercantes. Cuando cesen las tormentas nuestros sumergibles volverán a diezmar a sus convoyes, y ahora les acompañará de la flota. De todas maneras no penséis que será un camino de rosas. A los ingleses, como nos ha contado Marschall, les quedan aun muchos barcos, y eso suponiendo que los norteamericanos no se impliquen más. Pero todas maneras mi impresión es que Inglaterra se está quedando sin reservas, y uno de los campos en los que peor está es en el de los alimentos. Antes de la guerra no era capaz de producir todos los que producía. Ahora, sin fertilizantes, sin combustible y con hombres y animales en el ejército, dependerán de las provisiones que lleguen por vía marítima. Todavía quedan muchos meses hasta la cosecha del verano. Si mantenemos la campaña submarina a este ritmo en poco tiempo estarán pasando hambre. Veremos si siguen resistiendo cuando empiecen a morir niños y ancianos. Aunque dudo que lleguen a ese extremo. Recordad que después de nuestra victoria en Francia parte del gobierno inglés era partidario de un armisticio. Tras tantos desastres como han sufrido no creo que a nuestro amigo Winston le quede mucha cuerda ¿no es así, Walter?

—Eso lo dices tú pero no concuerda con lo que informan mis agentes.

A Von Manstein no le agradó lo desabrido de la respuesta— A ver si nos aclaramos. El otro día nos dijiste que pensabas que los ingleses controlan a los espías que tenemos en sus islas. Acabas de repetir que no te fías de ellos, pero ahora das crédito a lo que dicen. No te lo tomes a mal, pero a veces cuesta seguirte.

—Pues esforzaos un poco. Pensad al revés e imaginad que nuestro servicio de inteligencia ha conseguido controlar a todos los espías ingleses. Si los empleásemos para colarles información falsa se darán cuenta, no los creerán y enviarán más. Así que tendríamos que ser muy cuidadosos con lo que dijésemos. Los británicos están en esa situación. Aunque hayan atrapado a todos nuestros hombres tienen que actuar como si siguiesen libres. Es decir, tienen que enviar informes. No pueden soltarnos una falsedad tras otra; no son tan obtusos como para no saber que nosotros nos daríamos cuenta. Así que tienen que envolver las mentiras en una capa de verdades, que tienen que ser sustanciosas y no lo que se pueda leer en la prensa. Lo malo es que nosotros ya sabemos que los ingleses han infiltrado a nuestros espías y podemos analizar los informes desde ese punto de vista. Solo queda separar el grano de la paja. La cuestión es que todos nuestros agentes coinciden en lo mismo: aunque Churchill ya no tiene tanta popularidad como hace un año, los ingleses siguen queriendo resistir, y el Primer Ministro sigue disfrutando del apoyo del partido laborista.

—¿No será esa la mentira que quieren que nos creamos? —preguntó Von Papen, que había actuado como agente secreto en la anterior guerra.

—No lo creo. Pienso que el engaño está en sus preparativos para defenderse. Si hago caso a lo que llega a Berlín, la isla está a punto de hundirse de tantas armas norteamericanas que han llegado.

—Walter —intervino Von Manstein—, tú eres el experto en el juego ese de yo sé que tú sabes que yo no sé lo que tú sabes. Pero a mí también me llegan noticias. Los interrogatorios a los prisioneros de Portugal han sido muy instructivos. Muchos soldados están hartos de la guerra y de las derrotas.

—Si tú te crees lo que dicen los prisioneros…

—Vamos, Walter, ya sé que la inteligencia no es mi negocio pero tampoco soy tonto del todo. No me baso en lo que hayan confesado dos o tres cobardes. También hemos leído sus diarios y las cartas que iban a mandar a casa. Recuerda además que al final de la campaña de Portugal grandes fracciones de su ejército se rindieron sin pegar un tiro. Ni siquiera destruyeron sus armas. No imagináis el botín que hemos capturado. Pensad además que las derrotas han herido de muerte su ejército: buena parte de sus oficiales y suboficiales están en campos de prisioneros o bajo tierra. No les será fácil reconstruir su ejército, pues reclutas pueden encontrarse, pero los sargentos veteranos no salen de debajo de las piedras.

Speer se estaba cansando así que zanjó la cuestión—: Bien, ya veo que no tenemos una idea demasiado clara de lo que pasa en Londres. Yo no creo que estén las cosas ni tan bien como pinta Walter ni tan mal como lo que tú dices, Eric. Ahora lo que realmente importa ¿creéis que hay posibilidades de que pidan la paz? Franz, esto sí que es lo tuyo.

—La verdad es que no lo sé. Hasta ahora no ha habido contactos. Tenemos un problema, y es que quedan pocas capitales neutrales en las que tanto nosotros como los ingleses mantengamos legaciones diplomáticas. Estocolmo, Ankara y poco más. Por ahora no ha llegado nada a nuestras embajadas. De todas maneras supongo que tardarán un poco en digerir los efectos de la derrota. Creo que la prensa inglesa aun no ha dicho nada de la batalla.

—Es cierto, no lo ha hecho, pero la de Europa ya se ha hecho eco así que mañana o a lo sumo pasado tendrán que dar su versión.

—Habrá que darles un poco de tiempo para que la noticia fermente. También tendrá bastante efecto el que sepan que vamos a firmar un tratado de alianza con los franceses. Así que calculad un par de semanas. Si para entonces no han movido ficha será porque Churchill ha conseguido imponerse otra vez. Si por el contrario intentan hablar con nosotros, será interesante ver quienes lo hacen y dónde contactan. Si es a través de Washington, malo; como mucho nos ofrecerán una tregua que les beneficiará más que a nosotros. Si es por Moscú, señal de que Stalin quiere meter baza; recordad que los comunistas controlan a los laboristas. Si es en una capital verdaderamente neutral será indicio de que se han dado por vencidos.

—Supongamos que envían a alguien —interviene Speer— ¿Convendrá negociar con ellos? ¿No será mejor rechazar cualquier componenda, desembarcar en su isla y ocupar su país?

Tanto Von Manstein como Von Papen contestaron a la vez. El mariscal, más educado, dejó hablar al ministro—Albert, ya has oído al almirante Marschall. Preparar una invasión con garantías precisa un tiempo que no nos sobra. No me fío de los americanos ni de los rusos. Walter, es tu campo ¿Qué se cuece en Moscú?

—Si lo supiese te lo diría, pero es como intentar escrutar el interior de una cueva profunda. Quién sabe lo pasa allí. Aun así mi impresión es que no están preparando nada.

—Menos mal —dijo Von Papen con cara de satisfacción. Sin embargo Von Manstein apretó los labios. Anoté mentalmente que el regente iba a tener que hablar con mi antiguo jefe.



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