Un soldado de cuatro siglos
- tercioidiaquez
- Mariscal de Campo
- Mensajes: 19467
- Registrado: 20 Ago 2005, 16:59
- Ubicación: En Empel, pasando frio.
Un soldado de cuatro siglos
Durante varios días, varias compañías habían estado realizando marchas por las zonas circundantes. Diego las acompañaba siempre que podía, pero no intervenía en su instrucción. Los veteranos españoles e irlandeses se bastaban para impartir su experiencia a los bisoños reclutas y a los veteranos, para los que las nuevas tácticas y armas eran todo un desafío.
Desde una colina observó como una compañía se desplazaba en columna por un valle. Sus exploradores le habían advertido que varias compañías de jinetes ingleses se encontraban forrajeando en las proximidades. Se había negado a avisar a una de las compañías irlandesas de su presencia.
Diego y su estado mayor pudo ver como varios centenares de jinetes se aproximaban al llano en el cual se encontraba la compañía irlandesa. Sus acompañantes le pidieron que avisaran a otra de las compañías que se encontraban próximas o que incluso ellos, se acercaran a galope para participar en el combate que se avecinaba. Diego se negó.
Todos observaron como el veterano capitán irlandés al descubrir a los jinetes ordenó desplegar en línea. Esto se hizo de manera rápida, aunque una vez formada los movimientos de cabeza de los irlandeses, hacia los lados y atrás, mostraba que no se encontraban a gusto. Era una sensación rara y nueva para ellos. Pocos compañeros detrás, solo dos detrás de la primera fila y una fila larga sin ninguna pica que les proporcionara seguridad.
Los jinetes ingleses comenzaron a avanzar, al paso primero, acelerando poco a poco. Se apreció en las filas irlandesas ciertos titubeos, miradas hacia los oficiales y sargentos que se encontraban detrás de ellos. También hacia el capitán que en primera fila, en el centro de la línea no ordenaba nada.
-¿Porque no disparamos?- se preguntaban los soldados.- Nos van a despedazar.
La primera orden llego.
- ¡Calen bredas!.
Los soldados obedecieron con mayores nervios que presteza.
-¡ Carguen!.
Nerviosos, los soldados mordieron el cartucho e introdujeron la pólvora. Ya podía oirse el repiqueteo de los cascos de los caballos.
-A mi señal, fuego por filas, de vanguardia a retaguardia.¡Apunten!.
Los soldados levantaron los fusiles y los dirigieron hacia los jinetes que habían comenzado el galope.
Pero ninguna orden se oyó mas y los caballos se encontraban cada vez mas cerca.
La fila tembló. Un soldado dio un paso atrás. Sus compañeros de las dos filas traseras trastabillaron. Varios decidieron que ya era demasiado y retrocedieron varios pasos. Inmediatamente las voces de los sargentos rasgaron el aire. Los insultos se oyeron hasta en España y varias varas de madera rehicieron la formación a golpes, "sin dejar marca permanente" como marcaban las ordenanzas españolas.
Hubo incluso varios disparos aislados, seguidos por otra oleada de insultos.
Los irlandeses estaban a punto de salir corriendo. Los jinetes se encontraban a varias decenas de metros.
Entonces la voz del capitán restalló como un látigo:
-¡Primera fila, fuego!.
Aliviando la tensión los soldados apretaron los gatillos y una salvaje descarga voló hacia los ingleses que mas sorprendidos que heridos se detuvieron conmocionados.
Sin esperar salió la siguiente orden:
-¡Segunda fila, fuego!.
Esta descarga fue mas efectiva y varias decenas de caballos rodaron por el suelo.
Poco después la tercera se unió y los ingleses decidieron que ya era bastante por hoy. Huyeron dejando varias decenas de los suyos tirados.
Cuando clareo el humo, los sorprendidos irlandeses observaron que el enemigo se había retirado. Ellos no habían sufrido ninguna baja y habían sido capaces de rechazar a los invasores.
Un grito espontaneo resonó en la pradera a la vez que algunos sombreros se lanzaron al aire.
Desde una colina observó como una compañía se desplazaba en columna por un valle. Sus exploradores le habían advertido que varias compañías de jinetes ingleses se encontraban forrajeando en las proximidades. Se había negado a avisar a una de las compañías irlandesas de su presencia.
Diego y su estado mayor pudo ver como varios centenares de jinetes se aproximaban al llano en el cual se encontraba la compañía irlandesa. Sus acompañantes le pidieron que avisaran a otra de las compañías que se encontraban próximas o que incluso ellos, se acercaran a galope para participar en el combate que se avecinaba. Diego se negó.
Todos observaron como el veterano capitán irlandés al descubrir a los jinetes ordenó desplegar en línea. Esto se hizo de manera rápida, aunque una vez formada los movimientos de cabeza de los irlandeses, hacia los lados y atrás, mostraba que no se encontraban a gusto. Era una sensación rara y nueva para ellos. Pocos compañeros detrás, solo dos detrás de la primera fila y una fila larga sin ninguna pica que les proporcionara seguridad.
Los jinetes ingleses comenzaron a avanzar, al paso primero, acelerando poco a poco. Se apreció en las filas irlandesas ciertos titubeos, miradas hacia los oficiales y sargentos que se encontraban detrás de ellos. También hacia el capitán que en primera fila, en el centro de la línea no ordenaba nada.
-¿Porque no disparamos?- se preguntaban los soldados.- Nos van a despedazar.
La primera orden llego.
- ¡Calen bredas!.
Los soldados obedecieron con mayores nervios que presteza.
-¡ Carguen!.
Nerviosos, los soldados mordieron el cartucho e introdujeron la pólvora. Ya podía oirse el repiqueteo de los cascos de los caballos.
-A mi señal, fuego por filas, de vanguardia a retaguardia.¡Apunten!.
Los soldados levantaron los fusiles y los dirigieron hacia los jinetes que habían comenzado el galope.
Pero ninguna orden se oyó mas y los caballos se encontraban cada vez mas cerca.
La fila tembló. Un soldado dio un paso atrás. Sus compañeros de las dos filas traseras trastabillaron. Varios decidieron que ya era demasiado y retrocedieron varios pasos. Inmediatamente las voces de los sargentos rasgaron el aire. Los insultos se oyeron hasta en España y varias varas de madera rehicieron la formación a golpes, "sin dejar marca permanente" como marcaban las ordenanzas españolas.
Hubo incluso varios disparos aislados, seguidos por otra oleada de insultos.
Los irlandeses estaban a punto de salir corriendo. Los jinetes se encontraban a varias decenas de metros.
Entonces la voz del capitán restalló como un látigo:
-¡Primera fila, fuego!.
Aliviando la tensión los soldados apretaron los gatillos y una salvaje descarga voló hacia los ingleses que mas sorprendidos que heridos se detuvieron conmocionados.
Sin esperar salió la siguiente orden:
-¡Segunda fila, fuego!.
Esta descarga fue mas efectiva y varias decenas de caballos rodaron por el suelo.
Poco después la tercera se unió y los ingleses decidieron que ya era bastante por hoy. Huyeron dejando varias decenas de los suyos tirados.
Cuando clareo el humo, los sorprendidos irlandeses observaron que el enemigo se había retirado. Ellos no habían sufrido ninguna baja y habían sido capaces de rechazar a los invasores.
Un grito espontaneo resonó en la pradera a la vez que algunos sombreros se lanzaron al aire.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
—El ejército francés ha desplegado a media jornada de aquí. —informó el capitán de caballería que acababa de regresar de una misión de descubierta. —Su flanco izquierdo descansa sobre este bosque, y el derecho sobre una pequeña aldea que limita nuestras oportunidades de flanquearlos. Más allá hay bosques por los que no hemos logrado penetrar en esta ocasión.
Con aquella información, Pedro se hizo una composición de la situación con rapidez. Los franceses se habían enterado de su llegada, cosa que ya esperaba pues había pasado dos semanas preparando el tren de suministros que le acompañaba, y cuando confirmaron su ruta de aproximación, se habían desplegado para interceptarles. Por la descripción del capitán, la posición que los franceses habían adoptado parecía fuerte y fácilmente defendible, además estaban fortificando las posiciones de su artillería y una casa de campo cerca de su flanco derecho. Desde luego era una posición fuerte, que facilitaba la defensa a un ejército que de por si duplicaba con creces a sus fuerzas.
Por fortuna no iba a tener que atacar. Tras estudiar unos minutos uno de sus mapas, decidió enviar unos escuadrones de dragones, con cazadores montados a su grupa, para ocupar un bosque a unas leguas de allí. Cuando lo hubiese ocupado, maniobraría con su ejército alrededor de aquel bosque, alejándose de los franceses cuya posición quedaría anulada. A continuación continuaría moviéndose hacia el sur, aprovechando la mayor movilidad de su ejército, para terminar situándose al sur del Oye. Para cuando los franceses se diesen cuenta, y con aquel bosque ocupado por sus fuerzas en medio de su camino, les sería imposible interceptarles.
Sí, era casi como si pudiese verlo. Su ejército llegando a Caláis para levantar el sitio, relevar a la guarnición, aprovisionar la ciudad, y destruir las trincheras y labores de zapa hechas por los franceses. Y mientras tanto. Mientras tanto los franceses tratarían de regresar al sur, solo para que al pasar junto al bosquecillo, sus tiradores les acribillasen a disparos, desbaratando su marcha y obligándoles a perder unas horas preciosas.
Tras impartir las directrices adecuadas a su ejército, Pedro se volvió hacia sus comandantes para departir con ellos mientras el ejército se tomaba un respiro. —Caballeros, se que todas vuesas mercedes desean la batalla, pero permítanme hablarles de Fabio Cunctactor.
Con aquella información, Pedro se hizo una composición de la situación con rapidez. Los franceses se habían enterado de su llegada, cosa que ya esperaba pues había pasado dos semanas preparando el tren de suministros que le acompañaba, y cuando confirmaron su ruta de aproximación, se habían desplegado para interceptarles. Por la descripción del capitán, la posición que los franceses habían adoptado parecía fuerte y fácilmente defendible, además estaban fortificando las posiciones de su artillería y una casa de campo cerca de su flanco derecho. Desde luego era una posición fuerte, que facilitaba la defensa a un ejército que de por si duplicaba con creces a sus fuerzas.
Por fortuna no iba a tener que atacar. Tras estudiar unos minutos uno de sus mapas, decidió enviar unos escuadrones de dragones, con cazadores montados a su grupa, para ocupar un bosque a unas leguas de allí. Cuando lo hubiese ocupado, maniobraría con su ejército alrededor de aquel bosque, alejándose de los franceses cuya posición quedaría anulada. A continuación continuaría moviéndose hacia el sur, aprovechando la mayor movilidad de su ejército, para terminar situándose al sur del Oye. Para cuando los franceses se diesen cuenta, y con aquel bosque ocupado por sus fuerzas en medio de su camino, les sería imposible interceptarles.
Sí, era casi como si pudiese verlo. Su ejército llegando a Caláis para levantar el sitio, relevar a la guarnición, aprovisionar la ciudad, y destruir las trincheras y labores de zapa hechas por los franceses. Y mientras tanto. Mientras tanto los franceses tratarían de regresar al sur, solo para que al pasar junto al bosquecillo, sus tiradores les acribillasen a disparos, desbaratando su marcha y obligándoles a perder unas horas preciosas.
Tras impartir las directrices adecuadas a su ejército, Pedro se volvió hacia sus comandantes para departir con ellos mientras el ejército se tomaba un respiro. —Caballeros, se que todas vuesas mercedes desean la batalla, pero permítanme hablarles de Fabio Cunctactor.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
El rey estaba abrumado por los gastos de la monarquía. No sabía cuando “El Estado” como lo llamaba el marques del Puerto, se había desbocado al punto que lo había hecho. Bueno, sí lo sabía. Había sido a principios de su reinado, allá por la segunda mitad de los años veinte, cuando la economía y con ello todo el Imperio, empezaron a cambiar. Fue precisamente el maques del Puerto, en aquel entonces un simple hijo natural de un ciudadano honrado de Valencia, lo que venía a ser un hidalgo, quien había empezado a mover la economía y a fomentar las reformas de la administración del reino de Valencia, sospechaba que mediante sobornos, que acabaron dando tan buenos resultados en aquel reino. Y de Valencia a Castilla, tan solo hubo un pequeño salto.
Tan buenos resultados había dado, que ahora pasaba gran parte de su tiempo revisando los libros de cuentas que cada seis meses le presentaban, con los informes de la situación económica. Una tarea necesaria si quería mantener el Imperio en funcionamiento.
Precisamente en aquellos momentos estaba repasando los libros de cuentas del reino de Valencia, de ahí que el marques del Puerto hubiese venido a su memoria. Según el catastro que había repasado la semana anterior, y que era actualizado anualmente mediante los datos aportados por los distintos pueblos, villas y ciudades, en aquellos momentos el reino de Valencia tenía dos millones y medio de habitantes, incluyendo ciento setenta mil en la propia ciudad de Valencia, y no dejaban de crecer.
Más interesantes eran los libros de ingresos de la hacienda de aquel reino. Sus nuevas industrias, la mayoría participadas, cuando no creadas por el propio marqués del Puerto, apoyados por la red de caminos y su flota que facilitaban el comercio, generaban grandes beneficios, lo que se traducía en grandes ingresos para la hacienda real.
Las fabricas de porcelanas, ahora llamadas “Real fabrica de Porcelanas” por haber sido puestas bajo patrocinio real, vendían gran parte de sus productos de lujo en Europa, y América, y aunque sus productos eran inferiores en fama a los de porcelana China, resultaban más económicos. El resultado era que todo noble y burgués de Europa deseaba tener su propia vajilla, en muchos casos con decoraciones personalizadas como muestra de estatus. Con ello el dinero fluyo hacia España, y hacia la hacienda real.
La “Real fabrica de Espejos” también vendía gran parte de su producción al extranjero, desde los países europeos a lugares tan alejados como China o la India. Con un precio que iba de 5.000 reales por espejo hacia arriba, el comercio de espejos generaba varios millones de ducados anuales de beneficio, y si no eran más, era porque aún competían con los espejos de Venecia, aunque estos últimos estaban en claro retroceso por no poder competir con el tamaño de los espejos de Valencia. Incluso en aquel momento se estaba empezando a popularizar un nuevo producto gracias al vidrio, las ventanas, que permitían mantener el calor de las viviendas de forma mucho más eficaz que hasta entonces.
La “Real fabrica de Relojes” generaba muchos menos ingresos, y la mayor parte correspondían a comercio interno. Por un lado los relojeros tenían mucha competencia, sobre todo alemana, por tratarse de un producto de sobra conocido. Y por otro, la mayor parte de sus productos eran adquiridos por el propio estado, sobre todo para equipar a sus buques de cronómetros eficaces para medir la longitud, una labor en la que descollaban por encima de todos, gracias a los relojes diseñados por Ignacio de Otamendi. Por todo ello, el mayor éxito de esta fabrica era el ahorro que suponía a la corona, que ya no dependía de artesanos extranjeros, y sobre todo, que tenía a su alcance cronómetros navales operativos.
También en Valencia se encontraba la judería, y en ella los tallistas de diamantes que Don Pedro había traído bajo su protección, y que había permitido a Valencia, competir con Ámsterdam como centro mundial del comercio de diamantes. En ello por supuesto había influido mucho el hallazgo de diamantes a nivel del suelo en el Sur de África, un lugar en el que había instalado un apostadero naval con el único fin de proteger aquella producción. Las ventas de diamantes, muchos de ellos en Europa, hacienda ingresaba ingentes cantidades de dinero.
Los altos hornos de Sagunto fabricaban multitud de utensilios diversos, desde cocinas económicas, estufas salamandra, y quinqués, a utensilios de labranza, la mayor parte de los cuales acababan en el mercado interno. Aún así los impuestos que pagaban suponían unos dos millones de reales al año, lo que era mucho teniendo en cuenta que aquellos productos habían sido gravados con un 10% de impuestos y no con un 20% como los productos de lujo; espejos, porcelana, diamantes, y relojes.
También las nuevas fabricas de tela, que funcionaban día y noche, pagaban una alcabala de un 10%, y sus productos, muy apreciados, se vendían por toda Europa, siendo especialmente apreciados los de algodón, pues la industria de lana y lino era común por toda Europa, no así la de algodón. En esto por supuesto había sido vital la desmotadora de algodón española, una tecnología que mientras no saliese de España había de permitir que se mantuviese el dominio del mercado de este tejido. Por ello era necesario potenciarlo aumentando las plantaciones de algodón, y creando nuevas fabricas de telas. Para lo primero ya estaban realizando plantaciones en Egipto y la Florida, y para lo segundo, había varios nobles que habían mostrado interés en entrar en aquel negocio.
Precisamente otro tejido en boga, era la seda, uno de cuyos mayores productores en España era Valencia, habiéndose agrupado sus artesanos en la Real fabrica de Sedas, que junto a la Real fabrica de Abanicos, reportaban 120.000 reales anuales a sus arcas.
Por supuesto había otras industrias en Valencia, industrias que aun no contaban con su patrocinio, como la de castilla elástica, que producía impermeables y que eran destinados principalmente al ejército, en forma de capotes de campaña. Era un producto solido y mucho más eficaz que cualquier otro impermeable utilizado hasta entonces, como el caso de las capas enceradas. Por ello era una lastima el que la producción de castilla elástica fuese aún escasa, aunque eso estaba en visos de cambiar gracias a que varios potentados del otro lado del océano, estaban preparando plantaciones de el árbol del que se extraía. Cuando se potenciase su uso, estaba seguro que los productos de aquel material se venderían como rosquillas.
Otros impuestos eran los aportados por el nuevo puerto de Valencia, que gravaba con un almojarifazgo las mercancías que entraban y salían de él. Y teniendo la Compañía Comercial de Nuestra Señora del Carmen, su sede en la ciudad, y gracias a los nuevos caminos que conectaban todos los pueblos del reino, producía unos importantes ingresos de 490.000 reales anuales más.
La parte buena de tantos ingresos al comercio, era que se había permitido reducir algunos impuestos, como las alcabalas o los millones al comercio de productos de primera necesidad, como alimentos y vino. Una medida que había gustado mucho al pueblo, que no había dejado de cantar loas a su persona.
Había otros muchos impuestos personales, por supuesto, diezmos, portazgos, anclajes, etc., pero por ser de menor importancia, se destinaban al mantenimiento de los asuntos internos de aquel reino y pagar a sus funcionarios.
Tan buenos resultados había dado, que ahora pasaba gran parte de su tiempo revisando los libros de cuentas que cada seis meses le presentaban, con los informes de la situación económica. Una tarea necesaria si quería mantener el Imperio en funcionamiento.
Precisamente en aquellos momentos estaba repasando los libros de cuentas del reino de Valencia, de ahí que el marques del Puerto hubiese venido a su memoria. Según el catastro que había repasado la semana anterior, y que era actualizado anualmente mediante los datos aportados por los distintos pueblos, villas y ciudades, en aquellos momentos el reino de Valencia tenía dos millones y medio de habitantes, incluyendo ciento setenta mil en la propia ciudad de Valencia, y no dejaban de crecer.
Más interesantes eran los libros de ingresos de la hacienda de aquel reino. Sus nuevas industrias, la mayoría participadas, cuando no creadas por el propio marqués del Puerto, apoyados por la red de caminos y su flota que facilitaban el comercio, generaban grandes beneficios, lo que se traducía en grandes ingresos para la hacienda real.
Las fabricas de porcelanas, ahora llamadas “Real fabrica de Porcelanas” por haber sido puestas bajo patrocinio real, vendían gran parte de sus productos de lujo en Europa, y América, y aunque sus productos eran inferiores en fama a los de porcelana China, resultaban más económicos. El resultado era que todo noble y burgués de Europa deseaba tener su propia vajilla, en muchos casos con decoraciones personalizadas como muestra de estatus. Con ello el dinero fluyo hacia España, y hacia la hacienda real.
La “Real fabrica de Espejos” también vendía gran parte de su producción al extranjero, desde los países europeos a lugares tan alejados como China o la India. Con un precio que iba de 5.000 reales por espejo hacia arriba, el comercio de espejos generaba varios millones de ducados anuales de beneficio, y si no eran más, era porque aún competían con los espejos de Venecia, aunque estos últimos estaban en claro retroceso por no poder competir con el tamaño de los espejos de Valencia. Incluso en aquel momento se estaba empezando a popularizar un nuevo producto gracias al vidrio, las ventanas, que permitían mantener el calor de las viviendas de forma mucho más eficaz que hasta entonces.
La “Real fabrica de Relojes” generaba muchos menos ingresos, y la mayor parte correspondían a comercio interno. Por un lado los relojeros tenían mucha competencia, sobre todo alemana, por tratarse de un producto de sobra conocido. Y por otro, la mayor parte de sus productos eran adquiridos por el propio estado, sobre todo para equipar a sus buques de cronómetros eficaces para medir la longitud, una labor en la que descollaban por encima de todos, gracias a los relojes diseñados por Ignacio de Otamendi. Por todo ello, el mayor éxito de esta fabrica era el ahorro que suponía a la corona, que ya no dependía de artesanos extranjeros, y sobre todo, que tenía a su alcance cronómetros navales operativos.
También en Valencia se encontraba la judería, y en ella los tallistas de diamantes que Don Pedro había traído bajo su protección, y que había permitido a Valencia, competir con Ámsterdam como centro mundial del comercio de diamantes. En ello por supuesto había influido mucho el hallazgo de diamantes a nivel del suelo en el Sur de África, un lugar en el que había instalado un apostadero naval con el único fin de proteger aquella producción. Las ventas de diamantes, muchos de ellos en Europa, hacienda ingresaba ingentes cantidades de dinero.
Los altos hornos de Sagunto fabricaban multitud de utensilios diversos, desde cocinas económicas, estufas salamandra, y quinqués, a utensilios de labranza, la mayor parte de los cuales acababan en el mercado interno. Aún así los impuestos que pagaban suponían unos dos millones de reales al año, lo que era mucho teniendo en cuenta que aquellos productos habían sido gravados con un 10% de impuestos y no con un 20% como los productos de lujo; espejos, porcelana, diamantes, y relojes.
También las nuevas fabricas de tela, que funcionaban día y noche, pagaban una alcabala de un 10%, y sus productos, muy apreciados, se vendían por toda Europa, siendo especialmente apreciados los de algodón, pues la industria de lana y lino era común por toda Europa, no así la de algodón. En esto por supuesto había sido vital la desmotadora de algodón española, una tecnología que mientras no saliese de España había de permitir que se mantuviese el dominio del mercado de este tejido. Por ello era necesario potenciarlo aumentando las plantaciones de algodón, y creando nuevas fabricas de telas. Para lo primero ya estaban realizando plantaciones en Egipto y la Florida, y para lo segundo, había varios nobles que habían mostrado interés en entrar en aquel negocio.
Precisamente otro tejido en boga, era la seda, uno de cuyos mayores productores en España era Valencia, habiéndose agrupado sus artesanos en la Real fabrica de Sedas, que junto a la Real fabrica de Abanicos, reportaban 120.000 reales anuales a sus arcas.
Por supuesto había otras industrias en Valencia, industrias que aun no contaban con su patrocinio, como la de castilla elástica, que producía impermeables y que eran destinados principalmente al ejército, en forma de capotes de campaña. Era un producto solido y mucho más eficaz que cualquier otro impermeable utilizado hasta entonces, como el caso de las capas enceradas. Por ello era una lastima el que la producción de castilla elástica fuese aún escasa, aunque eso estaba en visos de cambiar gracias a que varios potentados del otro lado del océano, estaban preparando plantaciones de el árbol del que se extraía. Cuando se potenciase su uso, estaba seguro que los productos de aquel material se venderían como rosquillas.
Otros impuestos eran los aportados por el nuevo puerto de Valencia, que gravaba con un almojarifazgo las mercancías que entraban y salían de él. Y teniendo la Compañía Comercial de Nuestra Señora del Carmen, su sede en la ciudad, y gracias a los nuevos caminos que conectaban todos los pueblos del reino, producía unos importantes ingresos de 490.000 reales anuales más.
La parte buena de tantos ingresos al comercio, era que se había permitido reducir algunos impuestos, como las alcabalas o los millones al comercio de productos de primera necesidad, como alimentos y vino. Una medida que había gustado mucho al pueblo, que no había dejado de cantar loas a su persona.
Había otros muchos impuestos personales, por supuesto, diezmos, portazgos, anclajes, etc., pero por ser de menor importancia, se destinaban al mantenimiento de los asuntos internos de aquel reino y pagar a sus funcionarios.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
Y si Valencia era la que había puesto el carro en marcha, Castilla la había seguido con decisión. Tras un siglo y medio de monopolio de la Casa de Contratación de Sevilla, el comercio con las Indias por fin se había abierto a todos los puertos españoles, causando una explosión del comercio. Al principio se trataba de materias de sobra conocidas como pieles, porcelana china, sedas, y azúcar, pero ahora se estaban exportando materias primas antes desconocidas pero que ahora empezaban a ser vitales para la economía. Sin embargo, las principales fabricas en Castilla eran las relacionadas con el ejército.
Con las reformas militares de principios de la década anterior, Castilla había iniciado la industrialización creando las grandes fabricas de armamento y los arsenales de la armada que ahora trabajaban a pleno rendimiento para equipar a l ejército. Dos maestranzas de artillería en Sevilla y la Cavada, la tercera estaba en Valencia, tres fabricas de armas en Placencia de las Armas, Orbaiceta, y Toledo, en las que se habían agrupado cientos de artesanos del ramo. Tres fabricas de pólvoras en Madrid, Murcia y Villafeliche, y una de ingenios en Trubia, surtían al ejército de todo lo necesario.
También la armada tenía sus industrias, en este caso tres asenales de la armada,, situados en Ferrol, Cádiz, y Cartagena, y cada uno de esos arsenales tenía sus fabricas de “Jarcias” para el cordaje de los navíos, la de “Lanillas” para la confección de velas, de los clavos y ferralla se encargaba la fabrica de “Clavazón” , y la de “Alquitrán” para la brea necesaria para calafatearlos. A todas estas fabricas se unían las carenas, encargadas de “carenar” o mantener los buques, y sobre todo, las gradas de construcción. En todas ellas, miles de artesanos cualificados trabajaban en exclusiva para la armada, y arrastraban la economía de las regiones circundantes que trabajaban para proporcionar materiales a los arsenales.
Luego estaban las nuevas manufacturas de productos sobre los que la corona disfrutaba del monopolio que proporcionaba el Nuevo Mundo. Claro que la mayor parte de aquellos productos eran nuevos, por lo que no eran conocidos fuera de los círculos inmediatos a la corte o a los ejércitos.
La Real fabrica de Fieltros de Vigo, recibía pieles procedentes de Siberia, América y de las propias granjas de conejos que se habían fundado cerca de las principales ciudades españolas. Una vez transformados, sus productos se vendían por toda Europa, siendo muy apreciados sus sombreros en Inglaterra, a la que se exportaban casi cincuenta mil sombreros al año. Un producto necesario para protegerse de las inclemencias del tiempo en aquel país. Empero, su principal cliente seguía siendo el ejército, para el que fabricaban miles de sombreros y prendas de abrigo, lo que era un ahorro por no tener que depender de productores extranjeros, evitando así la fuga de capitales.
Precisamente ese ahorro de capitales, era la principal diferencia entre las fabricas valencianas y castellanas. Mientras las fabricas valencianas, muchas de las cuales ya arrastraban casi dos décadas de historia tras ellas, dedicaban gran parte de sus productos a la exportación logrando que las riquezas fluyeran desde Europa hacia España, las fabricas de Castilla dedicaban gran parte de su producción para consumo interno, principalmente de la corte y del ejército. Y no es que se quejase, el ahorro que la corona lograba gracias a aquellas fabricas, había supuesto otro tipo de revolución. Ahora ya no se dependía de adquirir tapices en Flandes, cristal en Venecia, o manteles en Italia. Ahora todo o casi todo podía producirse en Castilla, y aunque los artesanos cobraban buenos sueldos, la corona se ahorraba el pago a los intermediarios, y siempre podía vender una parte del excedente para sacar beneficios.
En la Rabida, la Real fabrica de Flotadores y Jergones, utilizaba los cargamentos de Ceiba que recibía de la Nueva España, para construir los salvavidas para la armada, pero también para comercializarlos para todos los marineros que quisiesen uno. Un producto que en un mundo que cada vez dependía más del comercio marítimo, no hacía más que crecer, generando unos ingresos de más de un millón de reales por sus impuestos. Incluso en los últimos tiempos se habían popularizado los jergones rellenos de Ceiba, que estaban superando a los tradicionales de lana en popularidad, y aunque su precio era alto, podía ser un nicho a explorar en el futuro.
Por supuesto todo dependía de la capacidad de producción de guata (ceiba petandra) en la Nueva España, pero a esas alturas ya había grandes potentados, principalmente caciques de aquellas tierras, que estaban preparando plantaciones de aquel árbol para mantener el suministro de aquella especie de fibra. Y quien sabía, si se lograba expandir el negocio, tal vez podría empezar a exportarse aquellos jergones al resto de Europa.
Con las reformas militares de principios de la década anterior, Castilla había iniciado la industrialización creando las grandes fabricas de armamento y los arsenales de la armada que ahora trabajaban a pleno rendimiento para equipar a l ejército. Dos maestranzas de artillería en Sevilla y la Cavada, la tercera estaba en Valencia, tres fabricas de armas en Placencia de las Armas, Orbaiceta, y Toledo, en las que se habían agrupado cientos de artesanos del ramo. Tres fabricas de pólvoras en Madrid, Murcia y Villafeliche, y una de ingenios en Trubia, surtían al ejército de todo lo necesario.
También la armada tenía sus industrias, en este caso tres asenales de la armada,, situados en Ferrol, Cádiz, y Cartagena, y cada uno de esos arsenales tenía sus fabricas de “Jarcias” para el cordaje de los navíos, la de “Lanillas” para la confección de velas, de los clavos y ferralla se encargaba la fabrica de “Clavazón” , y la de “Alquitrán” para la brea necesaria para calafatearlos. A todas estas fabricas se unían las carenas, encargadas de “carenar” o mantener los buques, y sobre todo, las gradas de construcción. En todas ellas, miles de artesanos cualificados trabajaban en exclusiva para la armada, y arrastraban la economía de las regiones circundantes que trabajaban para proporcionar materiales a los arsenales.
Luego estaban las nuevas manufacturas de productos sobre los que la corona disfrutaba del monopolio que proporcionaba el Nuevo Mundo. Claro que la mayor parte de aquellos productos eran nuevos, por lo que no eran conocidos fuera de los círculos inmediatos a la corte o a los ejércitos.
La Real fabrica de Fieltros de Vigo, recibía pieles procedentes de Siberia, América y de las propias granjas de conejos que se habían fundado cerca de las principales ciudades españolas. Una vez transformados, sus productos se vendían por toda Europa, siendo muy apreciados sus sombreros en Inglaterra, a la que se exportaban casi cincuenta mil sombreros al año. Un producto necesario para protegerse de las inclemencias del tiempo en aquel país. Empero, su principal cliente seguía siendo el ejército, para el que fabricaban miles de sombreros y prendas de abrigo, lo que era un ahorro por no tener que depender de productores extranjeros, evitando así la fuga de capitales.
Precisamente ese ahorro de capitales, era la principal diferencia entre las fabricas valencianas y castellanas. Mientras las fabricas valencianas, muchas de las cuales ya arrastraban casi dos décadas de historia tras ellas, dedicaban gran parte de sus productos a la exportación logrando que las riquezas fluyeran desde Europa hacia España, las fabricas de Castilla dedicaban gran parte de su producción para consumo interno, principalmente de la corte y del ejército. Y no es que se quejase, el ahorro que la corona lograba gracias a aquellas fabricas, había supuesto otro tipo de revolución. Ahora ya no se dependía de adquirir tapices en Flandes, cristal en Venecia, o manteles en Italia. Ahora todo o casi todo podía producirse en Castilla, y aunque los artesanos cobraban buenos sueldos, la corona se ahorraba el pago a los intermediarios, y siempre podía vender una parte del excedente para sacar beneficios.
En la Rabida, la Real fabrica de Flotadores y Jergones, utilizaba los cargamentos de Ceiba que recibía de la Nueva España, para construir los salvavidas para la armada, pero también para comercializarlos para todos los marineros que quisiesen uno. Un producto que en un mundo que cada vez dependía más del comercio marítimo, no hacía más que crecer, generando unos ingresos de más de un millón de reales por sus impuestos. Incluso en los últimos tiempos se habían popularizado los jergones rellenos de Ceiba, que estaban superando a los tradicionales de lana en popularidad, y aunque su precio era alto, podía ser un nicho a explorar en el futuro.
Por supuesto todo dependía de la capacidad de producción de guata (ceiba petandra) en la Nueva España, pero a esas alturas ya había grandes potentados, principalmente caciques de aquellas tierras, que estaban preparando plantaciones de aquel árbol para mantener el suministro de aquella especie de fibra. Y quien sabía, si se lograba expandir el negocio, tal vez podría empezar a exportarse aquellos jergones al resto de Europa.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
La aparición de aquellos nuevos productos unida a la creación de las fabricas para su manufactura, había provocado un constante incremento de la demanda, aumentando el comercio de materias primas. Si en 1627, una flota del tesoro podía consistir un un centenar de galeones, en la actualidad había el triple de esa cifra cruzando el océano dos veces al año, llegando a emplearse tripulaciones de relevo. El marqués del Puerto lo llamaba circulo virtuoso, aunque para un español que recurriese al refranero era simplemente la pescadilla que se muerde la cola. A mayor demanda de materias primas, más galeones eran necesarios para transportarlas, por lo que eran necesario más madera, más medios de transporte de la madera hasta los astilleros, más artesanos que los construyesen, y más hombres de mar para tripularlos. Y todos ellos pagaban impuestos.
Solo el comercio de madera de América del Norte, requería entre cuarenta y cincuenta galeones de indias que cruzaban el océano en primavera y otoño, para recoger las pieles y los grandes troncos que a continuación llevaban a los astilleros del norte de España. La construcción naval, otro de los negocios que estaba despegando y que había atraído artesanos de toda Europa. Don Pedro había predicho que, algún día, habría que crear astilleros aquellas regiones del norte de América, pero eso sería un problema a estudiar en unos años, décadas tal vez. De momento la madera que cruzaba el océano, aunque importante, no era tanta, y el tiempo de viaje en realidad no difería tanto de los lentos trayectos de los bueyes de los arrieros por la cornisa cantábrica.
Aún así, la Compañía de Nuestra Señora del Carmen construía los galeones de indias a mansalva, o como ellos decían, en serie. Su ingeniero de cabecera había diseñado un mercante de gran capacidad y muy buenas cualidades marineras, y ahora fabricaban todos los galeones con esas medidas en mente. Claro, le habían contado que luego siempre había pequeñas diferencias entre uno y otro. Diferencias dadas por la propia naturaleza del árbol cuyo tronco servía para colocar la quilla, pues no había dos iguales. Pero en el aspecto exterior de los propios buques hubiese hecho falta medirlos para apreciar las diferencias, inexistentes a ojo de buen cubero.
Los propios galeones de indias de la compañía, se dedicaban ahora al comercio de la guata, navegando entre Veracruz y Cádiz con su carga de cientos de toneladas al año. Barcos y más barcos repletos de aquel liviano tejido que era utilizado para rellenar los flotadores de la armada y de la propia compañía. Más pesada resultaba la castilla elástica que era transportada desde la audiencia de Quito, sin restar importancia al guano importado desde algunas zonas de bañadas por el océano pacifico.
En definitiva, la economía marchaba a pleno rendimiento, y en unos años, cuando las nuevas fabricas hubiesen creado su mercado como ya habían hecho las valencianas, esperaba que las exportaciones y el ingreso por impuestos se disparase como en el caso valenciano. Con un nuevo suspiro cerró el libro de hacienda que le habían presentado el consejo real.
Solo el comercio de madera de América del Norte, requería entre cuarenta y cincuenta galeones de indias que cruzaban el océano en primavera y otoño, para recoger las pieles y los grandes troncos que a continuación llevaban a los astilleros del norte de España. La construcción naval, otro de los negocios que estaba despegando y que había atraído artesanos de toda Europa. Don Pedro había predicho que, algún día, habría que crear astilleros aquellas regiones del norte de América, pero eso sería un problema a estudiar en unos años, décadas tal vez. De momento la madera que cruzaba el océano, aunque importante, no era tanta, y el tiempo de viaje en realidad no difería tanto de los lentos trayectos de los bueyes de los arrieros por la cornisa cantábrica.
Aún así, la Compañía de Nuestra Señora del Carmen construía los galeones de indias a mansalva, o como ellos decían, en serie. Su ingeniero de cabecera había diseñado un mercante de gran capacidad y muy buenas cualidades marineras, y ahora fabricaban todos los galeones con esas medidas en mente. Claro, le habían contado que luego siempre había pequeñas diferencias entre uno y otro. Diferencias dadas por la propia naturaleza del árbol cuyo tronco servía para colocar la quilla, pues no había dos iguales. Pero en el aspecto exterior de los propios buques hubiese hecho falta medirlos para apreciar las diferencias, inexistentes a ojo de buen cubero.
Los propios galeones de indias de la compañía, se dedicaban ahora al comercio de la guata, navegando entre Veracruz y Cádiz con su carga de cientos de toneladas al año. Barcos y más barcos repletos de aquel liviano tejido que era utilizado para rellenar los flotadores de la armada y de la propia compañía. Más pesada resultaba la castilla elástica que era transportada desde la audiencia de Quito, sin restar importancia al guano importado desde algunas zonas de bañadas por el océano pacifico.
En definitiva, la economía marchaba a pleno rendimiento, y en unos años, cuando las nuevas fabricas hubiesen creado su mercado como ya habían hecho las valencianas, esperaba que las exportaciones y el ingreso por impuestos se disparase como en el caso valenciano. Con un nuevo suspiro cerró el libro de hacienda que le habían presentado el consejo real.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
Egipto era la segunda gran fuente de ingresos de la monarquía. Las recientes guerras habían supuesto la destrucción de las flotas comerciales de Las Provincias Unidas y Portugal, la primera atrapada por las lanchas cañoneras dentro de la bahía de Ij, mientras la segunda lo fue a lo largo de una larga campaña naval de búsqueda y captura, incluyendo el bloqueo de Lisboa. Eso había dejado el comercio de las especias en manos españolas y otomanas, e incluso en el caso turco, muchos comerciantes utilizaban los puertos de Egipto para su transito hasta el Mediterráneo.
Con ello se habían hecho realidad las previsiones de Don Pedro, el control de Egipto daría a España el control de las especias. La ruta oceánica inaugurada por Vasco de Gama, el navegante portugués que inició la ruta que circunnavegaba África para traer las especias a Europa en navegaciones que duraban hasta dos años y medio, estaba quedando en desuso. Ahora los navegantes españoles ya no debían arriesgar sus vidas en navegaciones que se eternizaban, pues habían creado una ruta de conexiones. Así los navegantes originarios o asentados en las islas Filipinas se encargaban del comercio entre las islas de las especias y la India, en una ruta de unos pocos meses, mientras los de la India eran encargados de trasladar las especias a Egipto en otra ruta similar. Una vez en Egipto, las caravanas llevaban las especias a los puertos de Rosetta o Alejandría, desde donde eran repartidos por toda Europa gracias a los mercaderes genoveses y venecianos.
Como resultado Génova y Venecia, sobre todo la primera, se estaban convirtiendo en extensiones de la propia monarquía. Desde luego Génova llevaba décadas siendo una fiel aliada de España, y su mayor proximidad actual era casi un resultado buscado, pero en el caso de Venecia era algo nuevo e inesperado incluso para ellos. Si la aparición de los espejos valencianos había supuesto un duro golpe para la República, el que la otra gran fuente de beneficios que tenían, hubiese pasado a manos españolas, les había obligado a buscar su colaboración. Y la corona se la había dado, sabiendo que cada barco que atracaba en Egipto para cargar especias, sellaba un poco más el destino de la orgullosa ciudad. Como dijera Don Pedro, Egipto sería la llave del dominio español del Mediterráneo, y funcionaría mientras la armada española mantuviese el dominio naval.
La otra gran fuente de ingresos de Egipto era el trigo, no por nada antiguamente fue considerada el granero de Roma. Aunque tras la conquista, la peste, las epidemias de los campos de trabajo de las fortalezas, la mortandad causada por el contraataque turco y beduino, y la emigración de muchos musulmanes a otros territorios, habían perjudicado la agricultura durante unos años, las tornas estaban cambiando. De un tiempo a esta parte los nuevos ingenios agrícolas surgidos de la Universidad de Valencia, sembradoras, desbrozadoras, cosechadoras, etc., estaban demostrando su eficacia al permitir realizar el trabajo que antes realizaban decenas de braceros, con unos pocos trabajadores.
A esta mejora técnica se unía la reciente emigración de europeos hacia Egipto. Se trataba de varios cientos de familias portuguesas que, tras la reciente supresión de la rebelión, en la que habían visto requisadas sus tierras, habían recibido tierras en Egipto como compensación. El segundo grupo enviado a Egipto eran familias alemanas y holandesas enviadas por motivos similares, entre los que se encontraba un pueblo entero de Alemania, trasladado tras un caso de asesinato por brujería en su localidad, y por ultimo, familias de Castilla y Valencia que buscaban fortuna en aquellas tierras.
Todo en suma había permitido que Egipto volviese a producir alimentos a gran escala, pudiendo navegar los barcos cargados de grano rumbo a Europa, donde eran bien recibidos desde España a una Alemania arrasada por la guerra. Quedaba el asunto del algodón, pues según los entendidos aquellas tierras eran muy aptas para su cultivo, sin embargo la productividad del algodón era escasa, y del momento su importancia era escasa. Aun así, sabía que “la Compañía” había enviado decenas de naturalistas a todos los rincones imaginables del mundo, solo para tratar de encontrar algún tipo de planta de algodón de mayor rendimiento.
Mientras revisaba aquel libro, el rey tuvo un momento de inspiración. Recientemente había recibido una pareja de caballos de pura sangre árabe, regalados por los patriarcas de las iglesias de Egipto. No estaría de más crear otra maestranza de caballos en aquellas tierras, así que escribió una nota para que el consejo de estado tomase las medidas oportunas.
Con ello se habían hecho realidad las previsiones de Don Pedro, el control de Egipto daría a España el control de las especias. La ruta oceánica inaugurada por Vasco de Gama, el navegante portugués que inició la ruta que circunnavegaba África para traer las especias a Europa en navegaciones que duraban hasta dos años y medio, estaba quedando en desuso. Ahora los navegantes españoles ya no debían arriesgar sus vidas en navegaciones que se eternizaban, pues habían creado una ruta de conexiones. Así los navegantes originarios o asentados en las islas Filipinas se encargaban del comercio entre las islas de las especias y la India, en una ruta de unos pocos meses, mientras los de la India eran encargados de trasladar las especias a Egipto en otra ruta similar. Una vez en Egipto, las caravanas llevaban las especias a los puertos de Rosetta o Alejandría, desde donde eran repartidos por toda Europa gracias a los mercaderes genoveses y venecianos.
Como resultado Génova y Venecia, sobre todo la primera, se estaban convirtiendo en extensiones de la propia monarquía. Desde luego Génova llevaba décadas siendo una fiel aliada de España, y su mayor proximidad actual era casi un resultado buscado, pero en el caso de Venecia era algo nuevo e inesperado incluso para ellos. Si la aparición de los espejos valencianos había supuesto un duro golpe para la República, el que la otra gran fuente de beneficios que tenían, hubiese pasado a manos españolas, les había obligado a buscar su colaboración. Y la corona se la había dado, sabiendo que cada barco que atracaba en Egipto para cargar especias, sellaba un poco más el destino de la orgullosa ciudad. Como dijera Don Pedro, Egipto sería la llave del dominio español del Mediterráneo, y funcionaría mientras la armada española mantuviese el dominio naval.
La otra gran fuente de ingresos de Egipto era el trigo, no por nada antiguamente fue considerada el granero de Roma. Aunque tras la conquista, la peste, las epidemias de los campos de trabajo de las fortalezas, la mortandad causada por el contraataque turco y beduino, y la emigración de muchos musulmanes a otros territorios, habían perjudicado la agricultura durante unos años, las tornas estaban cambiando. De un tiempo a esta parte los nuevos ingenios agrícolas surgidos de la Universidad de Valencia, sembradoras, desbrozadoras, cosechadoras, etc., estaban demostrando su eficacia al permitir realizar el trabajo que antes realizaban decenas de braceros, con unos pocos trabajadores.
A esta mejora técnica se unía la reciente emigración de europeos hacia Egipto. Se trataba de varios cientos de familias portuguesas que, tras la reciente supresión de la rebelión, en la que habían visto requisadas sus tierras, habían recibido tierras en Egipto como compensación. El segundo grupo enviado a Egipto eran familias alemanas y holandesas enviadas por motivos similares, entre los que se encontraba un pueblo entero de Alemania, trasladado tras un caso de asesinato por brujería en su localidad, y por ultimo, familias de Castilla y Valencia que buscaban fortuna en aquellas tierras.
Todo en suma había permitido que Egipto volviese a producir alimentos a gran escala, pudiendo navegar los barcos cargados de grano rumbo a Europa, donde eran bien recibidos desde España a una Alemania arrasada por la guerra. Quedaba el asunto del algodón, pues según los entendidos aquellas tierras eran muy aptas para su cultivo, sin embargo la productividad del algodón era escasa, y del momento su importancia era escasa. Aun así, sabía que “la Compañía” había enviado decenas de naturalistas a todos los rincones imaginables del mundo, solo para tratar de encontrar algún tipo de planta de algodón de mayor rendimiento.
Mientras revisaba aquel libro, el rey tuvo un momento de inspiración. Recientemente había recibido una pareja de caballos de pura sangre árabe, regalados por los patriarcas de las iglesias de Egipto. No estaría de más crear otra maestranza de caballos en aquellas tierras, así que escribió una nota para que el consejo de estado tomase las medidas oportunas.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- tercioidiaquez
- Mariscal de Campo
- Mensajes: 19467
- Registrado: 20 Ago 2005, 16:59
- Ubicación: En Empel, pasando frio.
Un soldado de cuatro siglos
Historia de la infantería española. El estilo militar español. Editorial FMG. 2019.
"Esta obra, escrita en un momento indeterminado de finales del siglo XVII cuenta con la primera descripción de lo que posteriormente se denominaría "Estado Mayor". Los primeros intentos de crear algo así se realizaron en el marco de las campañas en el Reino de Valencia y los condados catalanes contra los franceses.
El hecho se perfeccionó en la campaña de Irlanda y la inmediatamente posterior en... Se crearon las figuras que hoy conocemos como G1, G2 etc...(o S, si es en el marco de una pequeña unidad), en la que distintos oficiales se encargaban de recopilar una serie de datos, desarrollar un plan y aconsejar la ejecución al jefe correspondiente, así como durante la conducción de las operaciones.
La diferencia principal consistía con lo que había anteriormente en que estos oficiales se encargaban siempre de la misma tarea, mediante un método de trabajo sistemático, dejando a la improvisación lo menos posible.
Por supuesto hubo reticencias pues en los ejércitos siempre fue difícil aceptar determinadas innovaciones, pero la eficacia del sistema, que permitía tomar decisiones mas rápido que el enemigo hizo que fuera empleado por los ejércitos españoles primero, y luego por sus aliados.
Es importante reseñar que el ejército español, así como la Real Armada, mantuvo la iniciativa en cuanto a tecnología, desarrollo y adopción de nuevos procedimientos, lo que le permitió afrontar a sus enemigos a pesar de ser estos mayores cuantitativamente..."
"Esta obra, escrita en un momento indeterminado de finales del siglo XVII cuenta con la primera descripción de lo que posteriormente se denominaría "Estado Mayor". Los primeros intentos de crear algo así se realizaron en el marco de las campañas en el Reino de Valencia y los condados catalanes contra los franceses.
El hecho se perfeccionó en la campaña de Irlanda y la inmediatamente posterior en... Se crearon las figuras que hoy conocemos como G1, G2 etc...(o S, si es en el marco de una pequeña unidad), en la que distintos oficiales se encargaban de recopilar una serie de datos, desarrollar un plan y aconsejar la ejecución al jefe correspondiente, así como durante la conducción de las operaciones.
La diferencia principal consistía con lo que había anteriormente en que estos oficiales se encargaban siempre de la misma tarea, mediante un método de trabajo sistemático, dejando a la improvisación lo menos posible.
Por supuesto hubo reticencias pues en los ejércitos siempre fue difícil aceptar determinadas innovaciones, pero la eficacia del sistema, que permitía tomar decisiones mas rápido que el enemigo hizo que fuera empleado por los ejércitos españoles primero, y luego por sus aliados.
Es importante reseñar que el ejército español, así como la Real Armada, mantuvo la iniciativa en cuanto a tecnología, desarrollo y adopción de nuevos procedimientos, lo que le permitió afrontar a sus enemigos a pesar de ser estos mayores cuantitativamente..."
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
Legiones Negras
Se denominaron legiones negras a un grupo de unidades del ejército de la monarquía española, inicialmente formadas por esclavos, la mayor parte negros, liberados a cambio de convertirse a la fe católica y prestar juramento al rey de España.
Antecedentes
Durante la conquista de Egipto el marqués del Puerto liberó a todos los esclavos no musulmanes a cambio de la conversión y el alistamiento en los ejércitos españoles, logrando reclutar varios miles de hombres que en los meses siguientes fueron entrenados conforme al modelo español. Egipto era un país rico, paso indispensable de las caravanas de esclavos negros que los musulmanes trasladaban hacia el Imperio Otomano y Asía. Necesitado de tropas, el maques del Puerto recurrió a los esclavos para reforzar su ejército, inicialmente para tareas auxiliares como la protección de las poblaciones y cultivos de los ataques de saqueadores beduinos, para posteriormente, ir asumiendo tareas de mayor calado.
Los soldados negros, a los que se había prometido tierras a cambio de su servicio, pronto demostraron su valía, siendo reconocidos por su valor y férrea disciplina incluso por los tercios españoles. Aunque inicialmente sus oficiales y sargentos fueron blancos, no tardaron en aparecer los primeros suboficiales negros, y en 1659 fue ascendido el primer oficial negro, Amancio Felipe N'Kono.
Historia
El primer tercio formado con tropas negras fue el tercio de África, bajo el mando del señor de Cerdañola, Juan de Marimón y Farnés, y tal vez por eso, fue puesto bajo la advocación de la Virgen de Montserrat. Este tercio tomaría parte en la defensa de Egipto, al mando del marqués del Puerto, distinguiéndose en varios combates. La valía de aquellos soldados propicio que la corona buscase la forma de extender el reclutamiento de esclavos. Para ello se promulgaron leyes que facilitaban la incorporación a filas de cualquier esclavo huido o que formase parte de los remeros de las naves capturadas por la armada o los corsarios españoles.
La rebelión de Braganza de 1640 fue aprovechada por la corona española para asestar un golpe letal a las posesiones portuguesas en América, África, y Asia. Durante aquellas conquistas, el ejército español capturó el archipiélago de Cabo Verde, al que los portugueses habían trasladado miles de esclavos negros para cultivar sus campos. La intención española era aprovechar aquellas islas en el centro del Atlántico, para controlar las rutas comerciales portuguesas, y como tal, fueron transformadas en un gran apostadero naval, eliminándose la actividad agrícola que realizaban los esclavos en ella.
Aquello significó que miles de esclavos ya no tenían utilidad, y el gobernador español les dio a elegir entre regresar a la costa africana y que ellos buscasen allí la forma de regresar a sus hogares, o alistarse en el ejército español. Como regresar a sus hogares por sus propios medios era terriblemente complicado por no existir cartografiá propiamente dicha de la zona y depender por entero de tradiciones orales, la mayor parte de los esclavos escogieron convertirse al catolicismo y alistarse en tercios de negros, unidades formadas por tropas negras de hombres libres, mandados por oficiales españoles.
Pronto se formaron las primeras unidades de negros, con los citados esclavos liberados en Cabo Verde, a los que no tardaron en unirse los liberados en otros archipiélagos conquistados o en barcos negreros capturados durante la guerra. A cambio de su servicio se prometieron tierras en el Nuevo Mundo a los soldados, convirtiéndose con el tiempo ,en los colonizadores de importantes zonas del caribe.
Conforme se reclutaban nuevas tropas al interceptar las rutas de los esclavos negros árabes que transcurrían por el sur de Egipto, y las atlánticas de Portugal y posteriormente de Inglaterra, el numero de tercios aumentaría, llegando a formarse dos legiones permanentes y ocasionalmente una temporal, cada una de ellas con tres tercios, un regimiento de dragones, y un regimiento de artillería. La primera de esas legiones fue emplazada en Egipto, donde se distinguió en numerosas campañas, y la segunda en varias islas del Atlántico.
Durante los dos siglos siguientes, las legiones prestaron servicio en todos los conflictos que libró España, luchando en los cinco continentes. Aunque la presencia de esclavos liberados o huidos fue una constante, a partir del año 1700 también empezaron a alistarse negros libres, muchos de ellos descendientes de aquellos primeros esclavos liberados…
Curiosidades
Con el tiempo uno de sus mayores caladeros sería el tren subterráneo que facilitaba la huida de esclavos ingleses hacia Florida.
Se denominaron legiones negras a un grupo de unidades del ejército de la monarquía española, inicialmente formadas por esclavos, la mayor parte negros, liberados a cambio de convertirse a la fe católica y prestar juramento al rey de España.
Antecedentes
Durante la conquista de Egipto el marqués del Puerto liberó a todos los esclavos no musulmanes a cambio de la conversión y el alistamiento en los ejércitos españoles, logrando reclutar varios miles de hombres que en los meses siguientes fueron entrenados conforme al modelo español. Egipto era un país rico, paso indispensable de las caravanas de esclavos negros que los musulmanes trasladaban hacia el Imperio Otomano y Asía. Necesitado de tropas, el maques del Puerto recurrió a los esclavos para reforzar su ejército, inicialmente para tareas auxiliares como la protección de las poblaciones y cultivos de los ataques de saqueadores beduinos, para posteriormente, ir asumiendo tareas de mayor calado.
Los soldados negros, a los que se había prometido tierras a cambio de su servicio, pronto demostraron su valía, siendo reconocidos por su valor y férrea disciplina incluso por los tercios españoles. Aunque inicialmente sus oficiales y sargentos fueron blancos, no tardaron en aparecer los primeros suboficiales negros, y en 1659 fue ascendido el primer oficial negro, Amancio Felipe N'Kono.
Historia
El primer tercio formado con tropas negras fue el tercio de África, bajo el mando del señor de Cerdañola, Juan de Marimón y Farnés, y tal vez por eso, fue puesto bajo la advocación de la Virgen de Montserrat. Este tercio tomaría parte en la defensa de Egipto, al mando del marqués del Puerto, distinguiéndose en varios combates. La valía de aquellos soldados propicio que la corona buscase la forma de extender el reclutamiento de esclavos. Para ello se promulgaron leyes que facilitaban la incorporación a filas de cualquier esclavo huido o que formase parte de los remeros de las naves capturadas por la armada o los corsarios españoles.
La rebelión de Braganza de 1640 fue aprovechada por la corona española para asestar un golpe letal a las posesiones portuguesas en América, África, y Asia. Durante aquellas conquistas, el ejército español capturó el archipiélago de Cabo Verde, al que los portugueses habían trasladado miles de esclavos negros para cultivar sus campos. La intención española era aprovechar aquellas islas en el centro del Atlántico, para controlar las rutas comerciales portuguesas, y como tal, fueron transformadas en un gran apostadero naval, eliminándose la actividad agrícola que realizaban los esclavos en ella.
Aquello significó que miles de esclavos ya no tenían utilidad, y el gobernador español les dio a elegir entre regresar a la costa africana y que ellos buscasen allí la forma de regresar a sus hogares, o alistarse en el ejército español. Como regresar a sus hogares por sus propios medios era terriblemente complicado por no existir cartografiá propiamente dicha de la zona y depender por entero de tradiciones orales, la mayor parte de los esclavos escogieron convertirse al catolicismo y alistarse en tercios de negros, unidades formadas por tropas negras de hombres libres, mandados por oficiales españoles.
Pronto se formaron las primeras unidades de negros, con los citados esclavos liberados en Cabo Verde, a los que no tardaron en unirse los liberados en otros archipiélagos conquistados o en barcos negreros capturados durante la guerra. A cambio de su servicio se prometieron tierras en el Nuevo Mundo a los soldados, convirtiéndose con el tiempo ,en los colonizadores de importantes zonas del caribe.
Conforme se reclutaban nuevas tropas al interceptar las rutas de los esclavos negros árabes que transcurrían por el sur de Egipto, y las atlánticas de Portugal y posteriormente de Inglaterra, el numero de tercios aumentaría, llegando a formarse dos legiones permanentes y ocasionalmente una temporal, cada una de ellas con tres tercios, un regimiento de dragones, y un regimiento de artillería. La primera de esas legiones fue emplazada en Egipto, donde se distinguió en numerosas campañas, y la segunda en varias islas del Atlántico.
Durante los dos siglos siguientes, las legiones prestaron servicio en todos los conflictos que libró España, luchando en los cinco continentes. Aunque la presencia de esclavos liberados o huidos fue una constante, a partir del año 1700 también empezaron a alistarse negros libres, muchos de ellos descendientes de aquellos primeros esclavos liberados…
Curiosidades
Con el tiempo uno de sus mayores caladeros sería el tren subterráneo que facilitaba la huida de esclavos ingleses hacia Florida.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- tercioidiaquez
- Mariscal de Campo
- Mensajes: 19467
- Registrado: 20 Ago 2005, 16:59
- Ubicación: En Empel, pasando frio.
Un soldado de cuatro siglos
La voz de Diego atronó en la pradera y acto seguido, siguiendo sus órdenes todo el Tercio hizo derecha, mirando al horizonte, justo en el punto donde el sol comenzaba a ponerse.
-¡Presenten armas!
Todos los irlandeses hicieron lo propio. No lo sabían, pero acababan de adoptar una costumbre, comenzada varios años atrás por los españoles.
En el momento en que Diego levantó el brazo para saludar, como el resto de oficiales y soldados fuera de formación, las cornetas con sordina, y las cajas destempladas tonaron una marcha, lenta y fúnebre como el sol que se iba poniendo. A la vez, la memoria de Diego comenzó a recordar a varios compañeros caídos, vencidos por los años o la enfermedad, pero nunca derrotados...Iris, Sursum, Manel...para todos ellos iba hoy este acto de Oración, pues incluso siendo enemigos alguno, valían mas que muchos aliados. Eso pensaba Diego cuando una lágrima comenzó a brotar y sabiendo que esa noche no podría dormir pensando en hechos del pasado con aquellos a los que ya echaba en falta.
-¡Presenten armas!
Todos los irlandeses hicieron lo propio. No lo sabían, pero acababan de adoptar una costumbre, comenzada varios años atrás por los españoles.
En el momento en que Diego levantó el brazo para saludar, como el resto de oficiales y soldados fuera de formación, las cornetas con sordina, y las cajas destempladas tonaron una marcha, lenta y fúnebre como el sol que se iba poniendo. A la vez, la memoria de Diego comenzó a recordar a varios compañeros caídos, vencidos por los años o la enfermedad, pero nunca derrotados...Iris, Sursum, Manel...para todos ellos iba hoy este acto de Oración, pues incluso siendo enemigos alguno, valían mas que muchos aliados. Eso pensaba Diego cuando una lágrima comenzó a brotar y sabiendo que esa noche no podría dormir pensando en hechos del pasado con aquellos a los que ya echaba en falta.
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
Ignacio, Cartagena, 1633
Al final Ignacio se había visto arrastrado a la labor publica. Cuando Ignacio se había trasladado a Valencia, había empezado a trabajar en la construcción del puerto de la ciudad y en la gestión de la Compañía. Allí pudo disfrutar de un tiempo de calma y centrarse en sus estudios. Sin embargo la calma no había durado mucho. Pedro se había labrado un nombre en el mundo de las armas, y había atraído la atención del rey, que le había encargado la tarea de crear una armada moderna, similar a la que ya funcionaba en el reino de Valencia. Y Pedro había delegado en él gran parte del trabajo...solo podía esperar que la economía española hubiese mejorado lo suficiente como para que le pagasen bien y a tiempo…
En fin, que ahora tenía un nuevo trabajo, director general de la armada, y era mejor que se implicase a fondo para hacerlo. Como pensaba aprovechar los diseños de los navíos y los astilleros en los que se construían los navíos de la compañía para construir la flota española, podía concentrarse en la construcción de los arsenales de Ferrol, Cádiz y Cartagena, y entre estos, el primero en construirse sería el de Cartagena. El motivo era simple, hacía muchos años, durante sus estudios, había visitado aquel astillero y algo recordaba, al menos la zona en la que estaba construido, sus defensas y algunos de los principales edificios.
Por supuesto no sería tan simple como aquello. Como Director General de la Armada tendría que organizar la construcción de tres arsenales y no solo de uno, y para eso precisaría de la intervención de decenas de ingenieros, por lo que recurrió a Italia y a la Universidad de Valencia, de la que bajo los auspicios de la Compañía estaban egresando buenos ingenieros.
En cuanto llegó a Cartagena se reunió con las autoridades locales para presentar sus credenciales, firmadas por el propio monarca. En ellas se le autorizaba a emprender grandes obras y, de ser necesario, adquirir las tierras necesarias para construir el mejor arsenal del mundo. Entre la autorización real y las arcas de dinero que había llevado consigo, encontró a unas autoridades de lo más receptivas.
Solo unas horas más tarde, incluso antes de dirigirse al puerto, escogió un buen terreno en el interior, para instalar en él una fabrica de ladrillos. Al fin y al cabo iba a precisar de millones de ladrillos para poder construir un arsenal. Por supuesto la fabrica sería construida según los nuevos estándares valencianos. Un problema tradicional de los ladrillos artesanales, era que al cocerlos en hornos improvisados el calor se repartía de forma muy diferente entre el lote de ladrillos. Unos, los más cercanos al fuego acababan quemados, y otros, los más alejados, casi crudos.
Y el sistema valenciano evitaba eso al emplear hornos de reverbero y disponer los ladrillos en el interior del horno en carros de cocido. Unos carros en forma de estantería, sobre los que disponían los ladrillos, cada uno con su propio espacio para que circulase el aire caliente procedente de la cámara de combustión aledaña. Por lo tanto todos los ladrillos tenían la más alta calidad, lo que unido a la fabricación en masa, debería ser la piedra fundamental del nuevo arsenal.
Tras organizar la construcción de aquella fabrica y contratar a los primeros trabajadores para la labor, por fin se pudo dirigir al puerto. Su primera parada fue el llamado monte de Galeras, donde instaló un teodolito. Al pie de la montaña podía divisarse el apostadero de galeras de los espalmadores, ahora obsoleto, y por delante, una tarea ingente. Diseñaría el arsenal y sus defensas, construiría una maqueta, y luego dejaría la tarea de llevarlo a cabo a los ingenieros que contratase mientras él pasaba a Cádiz y Ferrol.
https://archivo.cartagena.es/gestion/do ... /22601.pdf
Al final Ignacio se había visto arrastrado a la labor publica. Cuando Ignacio se había trasladado a Valencia, había empezado a trabajar en la construcción del puerto de la ciudad y en la gestión de la Compañía. Allí pudo disfrutar de un tiempo de calma y centrarse en sus estudios. Sin embargo la calma no había durado mucho. Pedro se había labrado un nombre en el mundo de las armas, y había atraído la atención del rey, que le había encargado la tarea de crear una armada moderna, similar a la que ya funcionaba en el reino de Valencia. Y Pedro había delegado en él gran parte del trabajo...solo podía esperar que la economía española hubiese mejorado lo suficiente como para que le pagasen bien y a tiempo…
En fin, que ahora tenía un nuevo trabajo, director general de la armada, y era mejor que se implicase a fondo para hacerlo. Como pensaba aprovechar los diseños de los navíos y los astilleros en los que se construían los navíos de la compañía para construir la flota española, podía concentrarse en la construcción de los arsenales de Ferrol, Cádiz y Cartagena, y entre estos, el primero en construirse sería el de Cartagena. El motivo era simple, hacía muchos años, durante sus estudios, había visitado aquel astillero y algo recordaba, al menos la zona en la que estaba construido, sus defensas y algunos de los principales edificios.
Por supuesto no sería tan simple como aquello. Como Director General de la Armada tendría que organizar la construcción de tres arsenales y no solo de uno, y para eso precisaría de la intervención de decenas de ingenieros, por lo que recurrió a Italia y a la Universidad de Valencia, de la que bajo los auspicios de la Compañía estaban egresando buenos ingenieros.
En cuanto llegó a Cartagena se reunió con las autoridades locales para presentar sus credenciales, firmadas por el propio monarca. En ellas se le autorizaba a emprender grandes obras y, de ser necesario, adquirir las tierras necesarias para construir el mejor arsenal del mundo. Entre la autorización real y las arcas de dinero que había llevado consigo, encontró a unas autoridades de lo más receptivas.
Solo unas horas más tarde, incluso antes de dirigirse al puerto, escogió un buen terreno en el interior, para instalar en él una fabrica de ladrillos. Al fin y al cabo iba a precisar de millones de ladrillos para poder construir un arsenal. Por supuesto la fabrica sería construida según los nuevos estándares valencianos. Un problema tradicional de los ladrillos artesanales, era que al cocerlos en hornos improvisados el calor se repartía de forma muy diferente entre el lote de ladrillos. Unos, los más cercanos al fuego acababan quemados, y otros, los más alejados, casi crudos.
Y el sistema valenciano evitaba eso al emplear hornos de reverbero y disponer los ladrillos en el interior del horno en carros de cocido. Unos carros en forma de estantería, sobre los que disponían los ladrillos, cada uno con su propio espacio para que circulase el aire caliente procedente de la cámara de combustión aledaña. Por lo tanto todos los ladrillos tenían la más alta calidad, lo que unido a la fabricación en masa, debería ser la piedra fundamental del nuevo arsenal.
Tras organizar la construcción de aquella fabrica y contratar a los primeros trabajadores para la labor, por fin se pudo dirigir al puerto. Su primera parada fue el llamado monte de Galeras, donde instaló un teodolito. Al pie de la montaña podía divisarse el apostadero de galeras de los espalmadores, ahora obsoleto, y por delante, una tarea ingente. Diseñaría el arsenal y sus defensas, construiría una maqueta, y luego dejaría la tarea de llevarlo a cabo a los ingenieros que contratase mientras él pasaba a Cádiz y Ferrol.
https://archivo.cartagena.es/gestion/do ... /22601.pdf
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
El trazado de la muralla fue rápidamente marcado por los agrimensores, mientras un equipo artesanos navales, que al fin y al cabo serían los que trabajarían allí, describían sus necesidades. La amplia dársena interior sería debidamente adecuada. Para ello se utilizarían ataguías para evacuar el agua de las orillas y trabajar en ellas, construyendo muelles de piedra y ladrillo a una profundidad adecuada. Sin duda se trataba de una tarea dura y que precisaría cientos de trabajadores, aunque esperaba aligerar su labor con la ayuda de algunos inventos, sin ir más lejos podía diseñar una bomba de achique eólica para vaciar las ataguías. Sí, esa era una buena idea, se dijo Ignacio.
Mientras tanto en tierra se irían levantando los edificios más necesarios; cuerpos de guardia, una caseta para la cadena que cerraría la dársena, almacenes de cáñamo, depósitos de alquitrán, un obrador de viradores, la guindaleza que por medio de un tamborete es la encargada de guindar y calar las velas. Se trataba de edificios que junto a la prometida fabrica de ladrillos, se empezaron a construir de inmediato, gracias a los ladrillos que empezaron a recibir procedentes de las fabricas valencianas por medio de las saetías que servían para el comercio de cabotaje.
Mientras se construirían estos edificios por ser de factura más simple, podía planificar con más cuidado el resto de edificios; los destinados a cordelería necesarios para fabricar las jarcias de los buques, depósitos varios, para madera, alquitrán y carbón de roca o piedra, como se llamaba aquí el mineral, e incluso un almacén de pólvora para la batería situada sobre la colina de Galeras, decenas de almacenes necesarios para todos los pertrechos de los buques., y sobre todo, dos gradas de construcción y dos diques de carena con sus talleres de trabajo, almacenes, y las fosas y tinglados para el curado y guardado de la madera con la que se trabajaría. Un trabajo exigente que requeriría de toda su capacidad.
Todo este arsenal sería separado a su vez por un muro de la ciudad propiamente dicha. Una ciudad que también se amurallaría y en la que a su vez se construirían nuevos edificios, desde cuarteles para infantería de marina a hospitales y todo lo necesario para atender las necesidades del arsenal. Por supuesto para todo esto contaría con la ayuda de los ingenieros que habían contratado para la ocasión, pues hacerlo solo sería demasiado trabajo. Dichos ingenieros habían de serle de gran ayuda, pero aun así a él le quedaba por delante un ingente trabajo, especialmente el relacionado con el diseño y construcción de los nuevos ingenios que habían de funcionar en el arsenal.
De estos, los principales tal vez fuesen los relacionados con los diques secos, pues debían colocar maquinaría capaz de desaguar los diques con rapidez. Suponía que podría colocar algún sistema eólico, pero más útil que estos sería una maquina de vapor, así que tendría que empezar a realizar los primeros diseños operativos de esta. Sería un paso, aunque no sabía en qué dirección.
También serían necesarias maquinas para arbolar o desarbolar las naves, en este caso grúas lo bastante precisas y resistentes como para hacer dicho trabajo con precisión y seguridad. Si quería que fuesen capaces de colocar los altos mástiles, debían ser de grandes dimensiones, así que sería un nuevo reto. La parte buena era que una vez diseñadas por primera vez, en lo sucesivo podía replicarlas, lo que también se aplicaba a otro ingenio o machina para colocar las quillas, o las que esperaba construir para facilitar el trabajo de cordeleros, herreros, y carpinteros, por mencionar solo algunos.
Esa noche, mientras descansaba en la habitación que le habían conseguido, pensó sus próximos movimientos. Cuando acabase en Cartagena debería pasar a Cádiz o Ferrol, y sería mejor que cuando lo hiciese en aquellos lugares hubiese ya una fabrica de ladrillos que permitiese acelerar el trabajo. Esa misma noche firmó las ordenes necesarias para que unos ingenieros de la Compañía, que ya habían trabajado en las fabricas de nueva factura, se encargasen de ello.
Pero a cual de las dos ciudades debería dirigirse personalmente cuando acabase aquí. Sabía que históricamente Cádiz había asido la más atacada por sus enemigos, pero también era la sede de la Casa de Contratación, y tal vez fuese mejor perjudicarla un poco para debilitar su poder y liberalizar el comercio con las Indias. Por otro lado, Ferrol quedaba más cerca de sus enemigos… bueno, lo iría pensando los próximos meses, a ver que decisión tomaba.
Por cierto, en el post anterior deje un pdf sobre una maqueta del citado arsenal
Mientras tanto en tierra se irían levantando los edificios más necesarios; cuerpos de guardia, una caseta para la cadena que cerraría la dársena, almacenes de cáñamo, depósitos de alquitrán, un obrador de viradores, la guindaleza que por medio de un tamborete es la encargada de guindar y calar las velas. Se trataba de edificios que junto a la prometida fabrica de ladrillos, se empezaron a construir de inmediato, gracias a los ladrillos que empezaron a recibir procedentes de las fabricas valencianas por medio de las saetías que servían para el comercio de cabotaje.
Mientras se construirían estos edificios por ser de factura más simple, podía planificar con más cuidado el resto de edificios; los destinados a cordelería necesarios para fabricar las jarcias de los buques, depósitos varios, para madera, alquitrán y carbón de roca o piedra, como se llamaba aquí el mineral, e incluso un almacén de pólvora para la batería situada sobre la colina de Galeras, decenas de almacenes necesarios para todos los pertrechos de los buques., y sobre todo, dos gradas de construcción y dos diques de carena con sus talleres de trabajo, almacenes, y las fosas y tinglados para el curado y guardado de la madera con la que se trabajaría. Un trabajo exigente que requeriría de toda su capacidad.
Todo este arsenal sería separado a su vez por un muro de la ciudad propiamente dicha. Una ciudad que también se amurallaría y en la que a su vez se construirían nuevos edificios, desde cuarteles para infantería de marina a hospitales y todo lo necesario para atender las necesidades del arsenal. Por supuesto para todo esto contaría con la ayuda de los ingenieros que habían contratado para la ocasión, pues hacerlo solo sería demasiado trabajo. Dichos ingenieros habían de serle de gran ayuda, pero aun así a él le quedaba por delante un ingente trabajo, especialmente el relacionado con el diseño y construcción de los nuevos ingenios que habían de funcionar en el arsenal.
De estos, los principales tal vez fuesen los relacionados con los diques secos, pues debían colocar maquinaría capaz de desaguar los diques con rapidez. Suponía que podría colocar algún sistema eólico, pero más útil que estos sería una maquina de vapor, así que tendría que empezar a realizar los primeros diseños operativos de esta. Sería un paso, aunque no sabía en qué dirección.
También serían necesarias maquinas para arbolar o desarbolar las naves, en este caso grúas lo bastante precisas y resistentes como para hacer dicho trabajo con precisión y seguridad. Si quería que fuesen capaces de colocar los altos mástiles, debían ser de grandes dimensiones, así que sería un nuevo reto. La parte buena era que una vez diseñadas por primera vez, en lo sucesivo podía replicarlas, lo que también se aplicaba a otro ingenio o machina para colocar las quillas, o las que esperaba construir para facilitar el trabajo de cordeleros, herreros, y carpinteros, por mencionar solo algunos.
Esa noche, mientras descansaba en la habitación que le habían conseguido, pensó sus próximos movimientos. Cuando acabase en Cartagena debería pasar a Cádiz o Ferrol, y sería mejor que cuando lo hiciese en aquellos lugares hubiese ya una fabrica de ladrillos que permitiese acelerar el trabajo. Esa misma noche firmó las ordenes necesarias para que unos ingenieros de la Compañía, que ya habían trabajado en las fabricas de nueva factura, se encargasen de ello.
Pero a cual de las dos ciudades debería dirigirse personalmente cuando acabase aquí. Sabía que históricamente Cádiz había asido la más atacada por sus enemigos, pero también era la sede de la Casa de Contratación, y tal vez fuese mejor perjudicarla un poco para debilitar su poder y liberalizar el comercio con las Indias. Por otro lado, Ferrol quedaba más cerca de sus enemigos… bueno, lo iría pensando los próximos meses, a ver que decisión tomaba.
Por cierto, en el post anterior deje un pdf sobre una maqueta del citado arsenal
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
Al final fueron los preparativos de la guerra con Francia los que motivaron que pasase a Ferrol en 1635. Para ese momento la construcción del arsenal de Cádiz marchaba a buen ritmo gracias a los más de tres mil trabajadores contratados, e Ignacio había dejado tras de sí bastantes machinas novedosas entre las que se encontraban una bomba a vapor para desaguar los diques, y una grúa-torre para el arbolado de los buques.
Ferrol, a diferencia de Cartagena, era una pequeña localidad rural, poco desarrollada, por lo que la construcción del arsenal presentaba menos dificultades ya que había grandes espacios a utilizar. Precisamente esta fue su única dificultad, pues tras los dos años de trabajo en Cartagena, los edificios a construir estaban definidos y se reutilizaron muchos de sus diseños para este arsenal. Una vez hecho esto, las construcciones avanzaron con rapidez ya que durante los dos años anteriores se habían venido acumulando grandes cantidades de pertrechos, piedra, ladrillos, madera, y todo cuanto se precisase para este arsenal.
Una ventaja de la situación de Ferrol era que tenía a su disposición todos los bosques de costa Atlántica, por lo que era previsible que la mayor parte de la construcción naval española recayese en aquel arsenal. Con ello en mente, en este arsenal construiría más gradas de construcción, cuatro o cinco si era capaz de diseñarlo, y otras tantas de carena, a las que por supuesto equiparía con sus nuevas maquinas de fuego.
Cuando el arsenal estuviese operativo trabajarían en él entre tres y cinco mil trabajadores de todos los oficios indispensables para la armada. Albañiles para el mantenimiento de los edificios, hojalateros para la cada vez más importante tarea de fabricar los recipientes de lata para la conservación de los alimentos, carpinteros para la construcción y el mantenimiento, calafates para la indispensable impermeabilización del buque, y veleros, cordeleros, armeros, herreros, artilleros, químicos o alquimistas, como eran llamados en la actualidad, y otros muchos artesanos.
A estos trabajadores se unirían las tropas de los tercios de la armada y la guarnición del arsenal, además de la marinería. Con todo ello la pequeña población de Ferrol, que tenía menos de 300 habitantes, multiplicaría por veinte su numero.
El coste inicial de la construcción se había calculado en unos seis millones de reales, e implicaría a más de tres mil obreros trabajando durante varios años, aunque esperaba que para finales de década, el arsenal pudiese estar operativo y culminar su construcción en diez o doce años.
Mientras tanto empezó a diseñar un nuevo navío de línea, este de 74 cañones. Sabía que de momento la organización y potencia de la armada española, con sus navíos de 64 cañones, sería más que suficiente para enfrentar a cualquier enemigo, pero no estaba de más ir preparando las cosas para dar un paso más cuando fuese necesario.
Ferrol, a diferencia de Cartagena, era una pequeña localidad rural, poco desarrollada, por lo que la construcción del arsenal presentaba menos dificultades ya que había grandes espacios a utilizar. Precisamente esta fue su única dificultad, pues tras los dos años de trabajo en Cartagena, los edificios a construir estaban definidos y se reutilizaron muchos de sus diseños para este arsenal. Una vez hecho esto, las construcciones avanzaron con rapidez ya que durante los dos años anteriores se habían venido acumulando grandes cantidades de pertrechos, piedra, ladrillos, madera, y todo cuanto se precisase para este arsenal.
Una ventaja de la situación de Ferrol era que tenía a su disposición todos los bosques de costa Atlántica, por lo que era previsible que la mayor parte de la construcción naval española recayese en aquel arsenal. Con ello en mente, en este arsenal construiría más gradas de construcción, cuatro o cinco si era capaz de diseñarlo, y otras tantas de carena, a las que por supuesto equiparía con sus nuevas maquinas de fuego.
Cuando el arsenal estuviese operativo trabajarían en él entre tres y cinco mil trabajadores de todos los oficios indispensables para la armada. Albañiles para el mantenimiento de los edificios, hojalateros para la cada vez más importante tarea de fabricar los recipientes de lata para la conservación de los alimentos, carpinteros para la construcción y el mantenimiento, calafates para la indispensable impermeabilización del buque, y veleros, cordeleros, armeros, herreros, artilleros, químicos o alquimistas, como eran llamados en la actualidad, y otros muchos artesanos.
A estos trabajadores se unirían las tropas de los tercios de la armada y la guarnición del arsenal, además de la marinería. Con todo ello la pequeña población de Ferrol, que tenía menos de 300 habitantes, multiplicaría por veinte su numero.
El coste inicial de la construcción se había calculado en unos seis millones de reales, e implicaría a más de tres mil obreros trabajando durante varios años, aunque esperaba que para finales de década, el arsenal pudiese estar operativo y culminar su construcción en diez o doce años.
Mientras tanto empezó a diseñar un nuevo navío de línea, este de 74 cañones. Sabía que de momento la organización y potencia de la armada española, con sus navíos de 64 cañones, sería más que suficiente para enfrentar a cualquier enemigo, pero no estaba de más ir preparando las cosas para dar un paso más cuando fuese necesario.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
- tercioidiaquez
- Mariscal de Campo
- Mensajes: 19467
- Registrado: 20 Ago 2005, 16:59
- Ubicación: En Empel, pasando frio.
Un soldado de cuatro siglos
-"Es urgente señor".
-"Todo es urgente en la guerra".
-"Pero los parlamentarios están acabando con todo. Han quemado, saqueado, asesinado...no han dejado una iglesia indemne en todo Munster" cuando dijo esto, el emisario se santiguó repetida y rápidamente. "Ahora se dirigen a la Roca".
-¿"La roca"? -preguntó Diego interrumpiendo la charla entre el mensajero y Thorton.
Este contestó.-"La Roca de Cashel, es un lugar muy simbólico para nosotros. La cruz del propio San Patricio se encuentra allí. Es una abadía y catedrál."
Diego pensó por un momento. "¿A qué distancia estamos?"
"A 30 millas" Diego lo tradujo a kilómetros mentalmente, todavía, con el tiempo que llevaba, no se acostumbraba a esas unidades de medida que encima cambiaban con el lugar.
"Unos 30 kilómetros, algo mas" musitó.
"¿Treinta que...?-preguntó Thorton.
"Nada, cosas mías. Ordena que se prepare un Tercio y varios escuadrones de caballería, salimos en dos horas. Mañana por la mañana estaremos en la Roca".
-"Pero señor, sabeis que no podemos ir a la guerra con los ingleses, el Consejo Supremo de la Confederación no nos ha autorizado. Ademas-dijo bajando el tono-sabeis tan bien como yo que hay negociaciones "discretas" entre algunos miembros del Consejo y representantes ingleses".
"Lo sé, lo sé, por eso solo vamos a hacer turismo. Me han dicho que en la Roca hay reliquias de San Patricio. Por cierto, mensajero, coge un caballo fresco y vuelve a tu pueblo. No has estado aquí".
-"Todo es urgente en la guerra".
-"Pero los parlamentarios están acabando con todo. Han quemado, saqueado, asesinado...no han dejado una iglesia indemne en todo Munster" cuando dijo esto, el emisario se santiguó repetida y rápidamente. "Ahora se dirigen a la Roca".
-¿"La roca"? -preguntó Diego interrumpiendo la charla entre el mensajero y Thorton.
Este contestó.-"La Roca de Cashel, es un lugar muy simbólico para nosotros. La cruz del propio San Patricio se encuentra allí. Es una abadía y catedrál."
Diego pensó por un momento. "¿A qué distancia estamos?"
"A 30 millas" Diego lo tradujo a kilómetros mentalmente, todavía, con el tiempo que llevaba, no se acostumbraba a esas unidades de medida que encima cambiaban con el lugar.
"Unos 30 kilómetros, algo mas" musitó.
"¿Treinta que...?-preguntó Thorton.
"Nada, cosas mías. Ordena que se prepare un Tercio y varios escuadrones de caballería, salimos en dos horas. Mañana por la mañana estaremos en la Roca".
-"Pero señor, sabeis que no podemos ir a la guerra con los ingleses, el Consejo Supremo de la Confederación no nos ha autorizado. Ademas-dijo bajando el tono-sabeis tan bien como yo que hay negociaciones "discretas" entre algunos miembros del Consejo y representantes ingleses".
"Lo sé, lo sé, por eso solo vamos a hacer turismo. Me han dicho que en la Roca hay reliquias de San Patricio. Por cierto, mensajero, coge un caballo fresco y vuelve a tu pueblo. No has estado aquí".
“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
Memorias de un ingeniero de la Armada. Ignacio de Otamendi
...en el año de nuestro señor de 1641, tras pasar nueve años dedicado a la puesta en marcha de los arsenales de la Armada, por fin pude regresar a Valencia para descansar y reponer fuerzas tomando unas aguas en el interior del reino. Tras de mi dejaba una ingente labor en los arsenales que ahora empezaban a funcionar de forma autónoma, en las reales maestranzas de armas, y en la conservación y explotación de los recursos madereros del país, cuyos bosques habían sido repoblados a razón de cinco nuevos arboles por cada uno que talábamos. Una tarea que había precisado de todo mi esfuerzo y saber hacer, agotándome física y mentalmente.
Tras nueve años lejos de la ciudad, desembarqué en una Valencia cambiada y en constante evolución. Tras catorce años de construcción el puerto había tomado forma y aunque aún se continuaba trabajando en él, tenía ya la forma característica que hoy conocemos. Dos amplios rompeolas se adentraban en el mar desde la zona del Grao. El mayor de ellos era el situado al norte, que se adentraba en el mar, describiendo una curva hacia el sur, cerrando el puerto en sus bandas meridional y oriental, que además quedaban protegidas por sendos fuertes situados el primero en el que sería el vértice noreste del puerto, y el segundo en la propia bocana situada al sureste. Mientras tanto el segundo rompeolas era rectilinio, adentrándose en el mar en dirección a dicho citado fuerte, deteniéndose a unos doscientos cincuenta metros de él, creando así la entrada del puerto que era defendida por un tercer fuerte en este mismo lugar.
Por supuesto las defensas del puerto no se limitaban a esos tres fuertes. En la actualidad este era el puerto más rico de Europa, puede que del mundo entero, y la corona y el consejo secreto de la ciudad habían actuado en consonancia. Los rompeolas eran tan amplios que por ellos podían transitar varios carros en paralelo, y estaban coronados por muros arpillados en los cuyas barbetas descansaban cañones de gran calibre, y de tanto en tanto, podían verse extraños hornos de ladrillo preparados para calentar las balas de cañón al rojo antes de dispararlas. Las defensas se completaban con un ultimo fuerte, este en tierra, que servia de cuartel para los cientos de soldados de las milicias del reino encargados de su defensa.
El puerto era grande y espacioso, y en él podían refugiarse sin dificultad un centenar de buques. Curiosamente, un grupo de galeras y fustas a remo navegaba dentro del puerto, realizando tareas de remolque de los grandes galeones que en él recalaban, de esa forma los galeones podían moverse sin depender del viento, y eso le dio que pensar. Como fuere, ahora no tenía tiempo para ello, y tras desembarcar se dirigió directamente a la sede de la Compañía, situada en primera línea del puerto, paseando entre grúas, carros, estibadores y grandes fardos de mercancías que se dirigían a los almacenes del puerto o eran cargados en los buques surtos en él.
La sede de la compañía no había cambiado durante su ausencia, si acaso ahora se veía más animada, seguramente por haber aumentado los negocios, pero en el resto estaba como siempre. Dos guardias en la entrada lo reconocieron mientras se acercaba…pronto descubrió que seguramente se debía al gran retrato que adornaba la sala de recepción del edificio, un retrato pintado años atrás por Velázquez nada menos. Al contemplar el cuadro no pudo evitar compararse con aquel, y se encontró viejo y cansado.
Pero los negocios podían esperar, antes de eso aprovechó para informar de su llegada, tomar un baño y dirigirse a su palacete de las afueras, aprovechando para ver la ciudad.
...en el año de nuestro señor de 1641, tras pasar nueve años dedicado a la puesta en marcha de los arsenales de la Armada, por fin pude regresar a Valencia para descansar y reponer fuerzas tomando unas aguas en el interior del reino. Tras de mi dejaba una ingente labor en los arsenales que ahora empezaban a funcionar de forma autónoma, en las reales maestranzas de armas, y en la conservación y explotación de los recursos madereros del país, cuyos bosques habían sido repoblados a razón de cinco nuevos arboles por cada uno que talábamos. Una tarea que había precisado de todo mi esfuerzo y saber hacer, agotándome física y mentalmente.
Tras nueve años lejos de la ciudad, desembarqué en una Valencia cambiada y en constante evolución. Tras catorce años de construcción el puerto había tomado forma y aunque aún se continuaba trabajando en él, tenía ya la forma característica que hoy conocemos. Dos amplios rompeolas se adentraban en el mar desde la zona del Grao. El mayor de ellos era el situado al norte, que se adentraba en el mar, describiendo una curva hacia el sur, cerrando el puerto en sus bandas meridional y oriental, que además quedaban protegidas por sendos fuertes situados el primero en el que sería el vértice noreste del puerto, y el segundo en la propia bocana situada al sureste. Mientras tanto el segundo rompeolas era rectilinio, adentrándose en el mar en dirección a dicho citado fuerte, deteniéndose a unos doscientos cincuenta metros de él, creando así la entrada del puerto que era defendida por un tercer fuerte en este mismo lugar.
Por supuesto las defensas del puerto no se limitaban a esos tres fuertes. En la actualidad este era el puerto más rico de Europa, puede que del mundo entero, y la corona y el consejo secreto de la ciudad habían actuado en consonancia. Los rompeolas eran tan amplios que por ellos podían transitar varios carros en paralelo, y estaban coronados por muros arpillados en los cuyas barbetas descansaban cañones de gran calibre, y de tanto en tanto, podían verse extraños hornos de ladrillo preparados para calentar las balas de cañón al rojo antes de dispararlas. Las defensas se completaban con un ultimo fuerte, este en tierra, que servia de cuartel para los cientos de soldados de las milicias del reino encargados de su defensa.
El puerto era grande y espacioso, y en él podían refugiarse sin dificultad un centenar de buques. Curiosamente, un grupo de galeras y fustas a remo navegaba dentro del puerto, realizando tareas de remolque de los grandes galeones que en él recalaban, de esa forma los galeones podían moverse sin depender del viento, y eso le dio que pensar. Como fuere, ahora no tenía tiempo para ello, y tras desembarcar se dirigió directamente a la sede de la Compañía, situada en primera línea del puerto, paseando entre grúas, carros, estibadores y grandes fardos de mercancías que se dirigían a los almacenes del puerto o eran cargados en los buques surtos en él.
La sede de la compañía no había cambiado durante su ausencia, si acaso ahora se veía más animada, seguramente por haber aumentado los negocios, pero en el resto estaba como siempre. Dos guardias en la entrada lo reconocieron mientras se acercaba…pronto descubrió que seguramente se debía al gran retrato que adornaba la sala de recepción del edificio, un retrato pintado años atrás por Velázquez nada menos. Al contemplar el cuadro no pudo evitar compararse con aquel, y se encontró viejo y cansado.
Pero los negocios podían esperar, antes de eso aprovechó para informar de su llegada, tomar un baño y dirigirse a su palacete de las afueras, aprovechando para ver la ciudad.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
-
- General
- Mensajes: 23392
- Registrado: 28 Oct 2007, 21:59
- Ubicación: Hoy en mañolandia, mañana ya veremos
Un soldado de cuatro siglos
Esa noche dormí en la sede de la Compañía, por lo que no fue hasta el día siguiente cuando pude adentrarme en las calles de Valencia para ver que sorpresas me deparaba la bulliciosa ciudad. Como desde unas décadas atrás las calles estaban empedradas y no se arrojaban desperdicios a ellas, estaban limpias en extremo. Tan solo de tanto en tanto eran ensuciadas por las ocasionales boñigas de los animales de tiro o compañía que eran rápidamente retiradas por chiquillos que las vendían para producir abonos, una novedad que me sorprendió gratamente, pero aparte de eso, la habitual inmundicia de otras ciudades en forma de barro, sangre, y heces humanas brillaba por su ausencia.
No tardé en percatarme de la presencia de pequeños canales de agua que recorrían las calles sobre las aceras. Luego supe que se trataba de las nuevas canalizaciones de agua que, procedentes del nuevo embalse del Turia, cerca de la ciudad, eran traídas por medio de acueductos. Una de las grandes obras promovidas por Pedro, que había asegurado el suministro de agua de la ciudad, y que por medio de depuradoras y filtros suministraba agua limpia a todos los ciudadanos de Valencia por medio de canalizaciones que pasaban frente a sus casas y de fuentes repartidas por la ciudad. Incluso pude comprobar como algunas de las viviendas habían acoplado bombas de agua que conectaban esos canales con sus viviendas, proporcionándoles agua corriente y poniéndolas a la par con cualquier ciudad de principios del siglo XIX.
Con la higiene en las calles y costumbres, pues recordemos que aquí el baño semanal era casi una obligación impuesta por la moda, y el suministro de agua potable, se habían asegurado dos de los grandes nichos de la salud publica. Otro de los nichos importantes era la alimentación, y está se había asegurado en cantidad con la introducción de la rotación de cultivos, y la adopción de los abonos orgánicos, que habían asegurado grandes cosechas aun en medio de la pequeña edad del hielo. En cuanto a la calidad el mayor avance había sido la conservación, gracias a la introducción de las conservas al baño maría y los mataderos municipales situados fuera de la ciudad, donde no afectasen o atrajesen alimañas e insectos a las zonas habitadas.
Todo esto, unido a las vacunaciones y saneamiento de marjales y zonas húmedas del interior, habían provocado un gran aumento en la calidad de vida de los valencianos, que se tradujo en una explosión demográfica de una ciudad que casi había triplicado sus habitantes en unos años. Un aumento de la población que antecedía al que seguro sucedería en otras ciudades y regiones de España. Eso me hacia pensar, que si se persistía estos cambios, España viviría un crecimiento considerable y afianzaría su fuerza para el futuro próximo.
Fue más o menos en ese momento en el que me dí de bruces con el que habría de ser mi campo de trabajo en los próximos años. Mi carruaje que se dirigía a mi palacete desde la compañía, pasó sobre los raíles de madera que tiempo atrás, Pedro había utilizado para trasladar varias embarcaciones desde el puerto al museo. Aquello me intrigó sobre manera, y al llegar a casa me puse a investigar entre los papeles de mi amigo. En ellos pude encontrar menciones al problema del rozamiento en las que teorizaba sobre la formula Fr=μ⋅N y las soluciones que proponía, un problema que me llamo la atención y que en los años siguientes me llevaron a desarrollar todo el conjunto de formulas que acabaron llevando mi nombre.
Había encontrado una nueva pasión, y con las matemáticas en una mano y los fondos de la Compañía en la otra, pude lanzarme a la aventura de conseguir llevar un elemento de transporte puntual como fue aquel carril de madera, a un medio de transporte permanente. Para ello no dude en entrar en otros campos como el de la metalurgia, quería probar a sustituir los rieles de madera por otros de hierro como medio para asegurar su durabilidad, claro que para ello debía modificar o crear nuevos altos hornos, y para eso precisaría de un lugar con un buen suministro de carbón y hierro. Eso marcó mi siguiente parada, Asturias.
No tardé en percatarme de la presencia de pequeños canales de agua que recorrían las calles sobre las aceras. Luego supe que se trataba de las nuevas canalizaciones de agua que, procedentes del nuevo embalse del Turia, cerca de la ciudad, eran traídas por medio de acueductos. Una de las grandes obras promovidas por Pedro, que había asegurado el suministro de agua de la ciudad, y que por medio de depuradoras y filtros suministraba agua limpia a todos los ciudadanos de Valencia por medio de canalizaciones que pasaban frente a sus casas y de fuentes repartidas por la ciudad. Incluso pude comprobar como algunas de las viviendas habían acoplado bombas de agua que conectaban esos canales con sus viviendas, proporcionándoles agua corriente y poniéndolas a la par con cualquier ciudad de principios del siglo XIX.
Con la higiene en las calles y costumbres, pues recordemos que aquí el baño semanal era casi una obligación impuesta por la moda, y el suministro de agua potable, se habían asegurado dos de los grandes nichos de la salud publica. Otro de los nichos importantes era la alimentación, y está se había asegurado en cantidad con la introducción de la rotación de cultivos, y la adopción de los abonos orgánicos, que habían asegurado grandes cosechas aun en medio de la pequeña edad del hielo. En cuanto a la calidad el mayor avance había sido la conservación, gracias a la introducción de las conservas al baño maría y los mataderos municipales situados fuera de la ciudad, donde no afectasen o atrajesen alimañas e insectos a las zonas habitadas.
Todo esto, unido a las vacunaciones y saneamiento de marjales y zonas húmedas del interior, habían provocado un gran aumento en la calidad de vida de los valencianos, que se tradujo en una explosión demográfica de una ciudad que casi había triplicado sus habitantes en unos años. Un aumento de la población que antecedía al que seguro sucedería en otras ciudades y regiones de España. Eso me hacia pensar, que si se persistía estos cambios, España viviría un crecimiento considerable y afianzaría su fuerza para el futuro próximo.
Fue más o menos en ese momento en el que me dí de bruces con el que habría de ser mi campo de trabajo en los próximos años. Mi carruaje que se dirigía a mi palacete desde la compañía, pasó sobre los raíles de madera que tiempo atrás, Pedro había utilizado para trasladar varias embarcaciones desde el puerto al museo. Aquello me intrigó sobre manera, y al llegar a casa me puse a investigar entre los papeles de mi amigo. En ellos pude encontrar menciones al problema del rozamiento en las que teorizaba sobre la formula Fr=μ⋅N y las soluciones que proponía, un problema que me llamo la atención y que en los años siguientes me llevaron a desarrollar todo el conjunto de formulas que acabaron llevando mi nombre.
Había encontrado una nueva pasión, y con las matemáticas en una mano y los fondos de la Compañía en la otra, pude lanzarme a la aventura de conseguir llevar un elemento de transporte puntual como fue aquel carril de madera, a un medio de transporte permanente. Para ello no dude en entrar en otros campos como el de la metalurgia, quería probar a sustituir los rieles de madera por otros de hierro como medio para asegurar su durabilidad, claro que para ello debía modificar o crear nuevos altos hornos, y para eso precisaría de un lugar con un buen suministro de carbón y hierro. Eso marcó mi siguiente parada, Asturias.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
¿Quién está conectado?
Usuarios navegando por este Foro: Pinterest [Bot] y 1 invitado