Crisis. El Visitante, tercera parte

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Crisis. El Visitante, tercera parte

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El canciller Speer había escuchado la descripción de Von Manstein con fastidio, pues sabía lo que vendría luego.

—Suéltalo, Eric ¿Qué necesitas?

—Ya te lo podrás imaginar. Más aviones de transporte. Va a sr necesario construir más aparatos y acelerar el desarrollo de tipos más capaces. Además el ejército precisa muchos más camiones.

—¿No acabas de decir que el transporte por carretera es un sistema ineficiente?

—No es el ideal, pero es el más flexible. Casi en cualquier sitio hay caminos y si no, se pueden construir. Por cierto, también precisamos más maquinaria pesada. Excavadoras, apisonadoras y todo eso.

—Ya me lo imaginaba. Pero sigo sin tener muy claro que se pueda abastecer a un ejército solo con camiones.

—No estoy diciendo eso. Pensaba en emplearlos en combinación con otros sistemas. Si tenemos ferrocarriles servirá para la distribución. Lo mismo con barcos o aviones. Y donde no haya otras alternativas, pues emplearemos solo camiones. Fácil no será, pero es que no tenemos otra alternativa. Eso sí, será necesario sustituir los tipos que se están fabricando. Nuestros camiones son resistentes pero demasiado pequeños. Los británicos emplean unos de origen norteamericano más capaces, tan buenos que los que hemos capturado están prestando un servicio valiosísimo. El general Rommel está reclamando que le enviemos todos los que tengamos ya que los prefiere a los alemanes.

—Pero esos camiones pesados también son más caros —contestó Speer.

—Desde luego, pero un vehículo que pueda llevar seis toneladas es más barato que dos que carguen tres toneladas.

—Obvio —repuso Speer—, pero cambiar los tipos que se están construyendo conllevará retrasos. Por lo que recuerdo los más grandes que tenemos son de cinco toneladas. Los fabrica Mercedes ¿no es así?

—Así es, y ya te he dicho que son pequeños, así que cuanto antes nos pongamos a mejorarlos, mejor. Piensa que en el futuro esos camiones no solo tendrán aplicaciones militares. Eso sí, como no podemos esperar un par de años, me gustaría que Mercedes estudiase alguna alternativa. Los ingleses están empleando transportes de tanques que consisten en una especie de camión locomotora que lleva un semirremolque. No solo los usan para llevar sus blindados, sino para cargar todo tipo de provisiones. Cuando el camión llega a su destino deja el remolque para que lo descarguen, toma otro vacío, y se vuelve para repetir el viaje. Viene a ser una especie de ferrocarril por carretera. Por lo que me han dicho no sería difícil adaptar los camiones Mercedes para acoplarles remolques. Además los italianos tienen tipos parecidos que aun serían mejores. A los chicos de Ciano los tanques no se les dan muy bien pero fabrican un par de camiones pesados bastante potables. Igual es mejor que los italianos se dediquen a eso, que para coches tienen mano, y nos dejen a nosotros los panzer.

—Ya veo —contestó Speer—. No te basta con tanques, cañones, aviones y barcos, y ahora pides camiones. Francamente, Eric, no entiendo esas demandas justo cuando está acabando la guerra. Todas esas montañas de armas que estamos fabricando van a ir directamente al soplete.

—Albert, tú creerás que la guerra ha terminado pero yo no lo tengo tan claro. Inglaterra sigue luchando y en cualquier momento sus primos del otro lado del océano pueden unirse a la fiesta.



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—No es lo que nos contó Walter el otro día —respondió Speer—. Parece que el enfado del tullido con Churchill es monumental ¿No es así?

Schellenberg respondió—. Es la impresión que tengo. Aun no he conseguido poner micrófonos en el despacho del presidente yanqui, pero tenemos indicios de otro tipo. Por ejemplo, nuestros agentes en Inglaterra dicen que está llegando armamento por montañas.

—No te entiendo —dijo Von Manstein.

—Recordad lo que os conté hace unas semanas. Temía que los ingleses habían pervertido nuestras redes de espías. Ahora estoy seguro: han debido capturar a todos los que hemos mandado y los utilizan, al menos a los que siguen vivos, para intentar engañarnos soltándonos un cuento muy bien preparado. Funcionaba tan bien nuestra red que empecé a tener mis dudas, porque no terminaban de cuadrar los informes con otras fuentes. También me había alarmado lo peligroso que estaba resultando ser agente en Gran Bretaña; unos se mataban al saltar en paracaídas, otros se ahogaban, o los atropellaban tranvías, o se pillaban una buena pulmonía. Ahora sé lo que estaba pasando: los detenían a todos nada más llegar y los que se negaban a colaborar sufrían un desafortunado accidente. Pero los ingleses no esperaban que los irlandeses nos ayudasen. Ahora que tenemos una fuente independiente estoy seguro de que nuestras redes en Inglaterra las controlan los británicos.

—¿Dices que han conseguido capturarlos a todos? Parece increíble —preguntó Speer.

—Desde luego. He ordenado una investigación y me he llevado un disgusto. Hasta ahora confiaba en Nikolaus Ritter, el jefe de nuestra sección de Hamburgo…

—¿Sección de Hamburgo?

—Es la denominación dela división encargada del espionaje a los ingleses y a los americanos. Ritter parecía un tipo muy capaz, pero era todo fachada. NO esperaba encontrar tanta desidia. He mantenido a Ritter y a sus subordinados únicamente por no alarmar a los ingleses, pero más adelante Eric tendrá que buscarle algún puesto. A ser posible, en la trinchera más infecta de Mesopotamia. El imbécil ese, en lugar de organizar células estancas de tal manera que si pillaban a alguna las otras siguiesen funcionando, hacía que todos los agentes en Inglaterra estuviesen en contacto entre ellos, supuestamente para controlarlos mejor y por mantener su moral. Para los británicos habrá sido trivial tirar del hilo hasta que han desenredado el ovillo, y además lo han conseguido sin que nos enterásemos. Vamos a tener que ser muy precavidos con los británicos a partir de ahora, y no podemos fiarnos de nada que pueda llegar de allí.

—Me imagino la sarta de trolas que nos habrán estado contando —dijo Von Manstein.

—Pues te extrañará, pero casi todo lo que nos han dicho es verdad. Claro que nunca se trata de cosas relevantes. Poco más de lo que pueda leerse en los periódicos con algún detallito interesante para mantener nuestra atención. Nos dan chucherías para que comamos de su mano, y de vez en cuando nos sueltan unas mentiras más grandes que el Tirpitz. Ahora que sabemos que nos están engañando podemos emplear su artimaña contra ellos; basta con revisar lo que nos cuentan, lo que callan y en lo que mienten para hacernos idea de lo que nuestros enemigos quieren que pensemos. He estado revisando lo que nos decían en cada fase de la guerra. Cuando los ingleses se preparaban para invadir Portugal, nuestros espías informaban que se estaba reuniendo un gran convoy para enviar refuerzos a Mesopotamia. Mientras preparaban lo de Mogador se suponía que su intención era desembarcar en Noruega. Después han estado describiendo las monumentales fortificaciones que están construyendo en sus costas. Siempre había parte de verdad: era cierto que iban a enviar refuerzos a Oriente, pero lo importante se cocía en Lisboa. Hicieron un par de incursiones en las Lofoten mientras preparaban un convoy a las Canarias. Lo de las fortificaciones es real, pero no hasta el punto que nos quieren hacer creer.

—Entiendo —dijo Speer—. Ahora ¿Qué es lo que nos cuentan los espías?

—Ahora la historia que nos llega es que los envíos de armas norteamericanas se han incrementado. Sacad vuestras propias conclusiones.

El canciller sonrió con satisfacción— ¿Veis como a la guerra le quedan cuatro avemarías? Es el momento de empezar a desmovilizar la industria y de que el pueblo alemán empiece a gozar de los frutos de la paz.

—Eric, Albert tiene razón —intervino por primera vez Von Papen—. Toda Europa está harta de la guerra y de sus estrecheces. Ahora que la economía funciona y que los ingleses están en las últimas podríamos aprovechar para producir artículos de consumo. Todo eso del renacimiento de Europa, de la amistad y demás está muy bien, pero la gente quiere tener la despensa llena y un Volkswagen en la puerta.

—Mientras no sea un tanque ruso…

—Vamos, Eric, no empieces con lo de siempre —le dijo Von Papen. Las relaciones con la Unión Soviética no pasan por su mejor momento, pero no creo que Stalin vaya a atacarnos. Bastante tiene con seguir asesinando a sus amigotes.

El argumento de Von Papen no tranquilizó a Speer, que intervino en la discusión—. Franz, no te rías de eso, que es muy grave. Walter ¿hay algún indicio de que vayan a atacarnos?

—Por ahora no —respondió Schellenberg—. Tienen muchas tropas en la frontera pero con un despliegue defensivo. Si se estuviesen moviendo lo sabríamos.

—¿Estás seguro? —Speer seguía preocupado.

—Seguro. Nuestros aviones de reconocimiento patrullan por la línea fronteriza fotografiando lo que hay bastantes kilómetros más allá, y no han detectado movimientos de tropas. Las unidades de escucha tampoco han apreciado cambios en el tráfico radiofónico. Además de vez en cuando llegan desertores que tampoco han contado nada raro. Al contrario, parece que la mayor parte de su ejército sigue en sus cuarteles del interior.

Yo miraba a Von Manstein y admiraba su cara de póker. Era tan buen actor como yo. Pues Herta le había dicho unos días antes que los soviéticos habían desplegado su policía en la frontera para impedir el paso de fugados.

—Aun así yo no me quedaría tranquilo —dijo el mariscal. El oso ruso es muy pero que muy grande.

—Poco importa lo grandote que sea si sigue en su guarida —contestó Schellenberg—. Por lo que sabemos en la frontera solo tienen algunas avanzadas

—Walter, esas avanzadas tienen más tanques que todos los ejércitos del Pacto juntos. Podrían atacar mañana mismo con lo que ya tienen allí y nos pondrían en un brete. Además ¿estás seguro de que no están trasladando tropas?

—Ya os he dicho que lo hubiéramos notado. Pero no os preocupéis. Voy a dedicar más gente y si notan algún cambio os avisaré.

—Siempre que no se lo encargues a Ritter. No te enfades, era solo una broma —contestó Von Manstein. Aun así, os recuerdo que según las últimas estimaciones los rusos tienen veinte mil tanques y diez mil aviones, tres cuartas partes al oeste de los Urales. Si Walter dice que no hay indicios de que estén preparando nada malo, me lo creeré. Pero imaginad que nos desmovilizamos y el año que viene atacan. No sé si conseguiríamos detenerlos; aunque gozásemos de un preaviso de meses lo pasaríamos muy mal. Yo no me sentiré cómodo hasta que no tengamos un ejército que pueda rivalizar con el de Stalin. Aparte que los rusos no son nuestros únicos enemigos.

—Aun no lo son.

—Podrían serlo. Pero ahora estaba hablando de Estados Unidos. No olvidéis a Roosevelt y sus maquinaciones.

—¿El tullido ese? —dijo Von Papen—. Si lleva un cabreo con Churchill de mil demonios.

—Tal vez sí y tal vez no. Walter dice que está muy enfadado, pero ese yanqui cojo es muy ladino. He estado leyendo su expediente, que cuenta como supo apoyarse en el crimen organizado para llegar al poder mientras cautivaba a la gente con sonrisitas. No me extrañaría que ahora esté haciendo lo mismo: posturitas para la galería mientras sigue preparándose. Recordad que hace unos meses solicitó al congreso cien mil aviones para este año. Walter no nos ha dicho que hayan anulado ningún contrato ¿Para qué querrá tanto avión? ¿Para invadir México?

—Da igual lo que puedan fabricar mientras nuestra flota domine los mares —dijo Von Papen.

—No me hagas reír, Franz —contestó el mariscal—. Según la última evaluación los americanos tienen veinte acorazados y ocho portaaviones ¿cuántos tenemos nosotros? Solo con lo que tiene la marina yanqui en el Atlántico bastaría para echarnos del océano. Y mejor será que no os diga lo que están construyendo o no dormiréis esta noche.

Von Papen iba a seguir pero Speer le calló—. Franz, me parece que Eric tiene razón. Aunque Stalin esté tranquilo a saber qué que pueda estar preparando, y Roosevelt tampoco parece de fiar. El otro día tú mismo nos contaste como presiona a nuestros amigos de Tokio. Más que negociar, es como si quisiera provocarlos para que fuesen a la guerra. Si los japoneses hacen alguna tontería nos veremos implicados. Será una pena, pero me temo que los europeos tendrán que seguir esperando sus Volkswagen.



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Las dotaciones del Saguenay y del Hamilton sabían que iban a sacrificarse. Eran dos destructores, poco más de dos mil toneladas de acero, contra las cuarenta mil de los germanos. El Hamilton, un viejo «cuatro chimeneas», solo tenía un par de cañones de cuatro pulgadas. Aunque el Saguenay también tenía sus años, disponía de cuatro tubos de 120 mm; poca cosa contra los treinta cañones enemigos. De todas formas los destructores no estaban desarmados porque entre ambos llevaban una docena de torpedos. Bastaría uno solo para desventrar a cualquier crucero enemigo pero para lograrlo sería necesario acercarse.

Las calderas de los dos barcos aumentaron la presión al límite hasta impulsarlos sobre las olas a treinta y cinco nudos, la velocidad que el Hamilton había logrado en las pruebas cuando se llamaba USS Kalk y que desde entonces no había vuelto a alcanzar. Zigzagueaban como locos para evitar las salvas, pero aun así estaban todavía a ocho mil metros de distancia cuando un proyectil dejó al Hamilton sin propulsión. Al momento otro alcanzó al Saguenay destruyendo el cañón de popa. El destructor siguió intentando esquivar los proyectiles pero poco a poco fueron destrozándolo hasta que uno hizo estallar el montaje lanzatorpedos proel. Para entonces el Hamilton ya se había hundido, y el Saguenay lo siguió minutos después. Pero el sacrificio de los dos destructores canadienses distrajo la atención de los cruceros del Pacto durante veinte minutos clave.



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—¡Qué jeta la de ese tipo! ¿Es verdad que dijo que no pasaba nada en Rusia? ¿Nadie notó que mentía como un bellaco? Recuérdame que no juegue al póker con él. —Decir que el regente se había sulfurado tras enterarse de lo que se había dicho en la reunión era como describir la batalla de Verdún como una riña de taberna. Von Lettow bufaba, rojo de ira. Menos mal que el despacho del regente era seguro, o al menos eso había asegurado Gerard, o medio Berlín se hubiese enterado de la opinión de Von Lettow sobre el general Walter Schellenberg. Yo permanecí en silencio; aunque no había acabado con mi exposición, conocía al regente lo suficiente como para saber que era mejor que se desahogase. Siguió despotricando unos minutos, llamando a Schellenberg de todo menos bonito, y cuando se tranquilizó le conté el resto.

— Así que al final Speer aceptó mantener la producción de guerra.


—Sí, Alteza. No le hizo mucha gracia, y menos cuando Von Papen…

—Otro inútil. Ya podría haber pensado el gordo en algún otro para ese puesto. Pero qué se le va a hacer, tendremos que aguantarlo. Sigue, Roland, que te he interrumpido.

—Pues como le decía, a Speer no le hizo gracia enfrentarse a Schellenberg y a Von Papen, pero al final entendió lo que le decía Von Manstein, que hasta el rabo todo es toro —se me estaban pegando los dichos hispanos— y que era mejor fabricar mil tanques de más que perder la guerra. Así que se mantendrá la movilización industrial al menos hasta que Inglaterra se rinda.

—Cuando eso ocurra tendremos montañas de cañones, y me parece que no se untarán bien en el pan.

—Sí, Von Papen también soltó eso de cañones o mantequilla, pero lo que contestó Von Manstein le cerró la boca: si pasa como en 1918, tras la guerra llegarán las guerritas y podremos colocar todas esas armas de más a los que se den de bofetadas por las migajas.

—¿Tan claro lo soltó?

—Fue algo más fino pero en sustancia vino a decir eso. Luego Speer nos contó cuáles eran las previsiones para este próximo año si se seguía al ritmo actual. La producción estimada será de unos treinta mil aviones, de ellos doce mil cazas y seis mil bombarderos. Además esperamos fabricar, quince mil carros de combate, y a finales de este año o a principios del que viene tendremos los primeros portaaviones y cruceros del plan Hochsee…

—Supongo que los acorazados tardarán un poco más.

Al escucharlo pensé que el regente chocheaba. Esa cuestión ya se había tratado en el gabinete aunque, ahora que lo pensaba, hacía bastante tiempo—. Alteza, me temo que el plan no incluye ningún acorazado.

—¿Lo dices en serio?

—Mire, fue una cuestión que ya se planteó hace unos meses. El problema era que aunque ahora mismo empecemos a construir un acorazado, no estará finalizado hasta dentro de cinco o seis años y no creo que por entonces siga la guerra. Además el almirante Marschall ya nos estuvo explicando que el tiempo de los barcos blindados ha pasado. Es el momento de los aviones.

—Si el almirante lo dice… Me imagino que a Speer no le habrá importado cambiar caros acorazados por barquitos de papel de fumar.

—Ya lo conoce. Casi se puso a bailar de contento. Aunque no le hizo tanta gracia fue cuando Marschall le dijo lo que quería a cambio. Casi se cae de la silla cuando le pidió cuatrocientos destructores.

El regente me miró con ojos desorbitados— ¿Cuatrocientos? Si la flota del káiser no llegó a tener ni la mitad.

—Eso es lo que contestó Speer —le contesté—. Alteza, tendría que haber visto la cara del canciller cuando el almirante dijo que además necesitaba astilleros para construir semejante flota. Menos mal que suavizó la píldora al decirle que un solo acorazado del tipo Bismarck equivalía a cincuenta destructores. Lo mejor es que Speer se lo tragó, o al menos eso hizo creer. En realidad y si nos limitamos al acero un acorazado viene a ser equivalente a, como mucho, veinte destructores, y eso sin contar que en esos barquitos hay que poner maquinaria y cañones. La verdad, no sé de dónde vamos a sacar tanto hierro.

—¿Hay metal o no?

—Justito. Speer le pidió a Von Papen que le diese un toque a los fineses y a los suecos para que dejasen de hacerse los ídem y aumentasen la producción de mineral. También se está mejorando la tecnología de los altos hornos para que gasten menos carbón, y Speer contó algo de los nuevos convertidores. La verdad es que me perdí con tanto aspecto técnico. Lo importante es que si las cosas salen medianamente bien no nos faltará ni acero ni aluminio. Aunque tampoco sobrará.

—Más vale. Ahora solo queda esperar que no tengamos que usar esas armas. Pero me duele la rodilla y eso significa que el tiempo va a cambiar.



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Néstor González Luján. La Guerra de Supremacía en el mar. Ed. Ju-ventud. Madrid, 1976.

El combate de Rockall

Como muchos otros enfrentamientos navales de la guerra de Supre-macía el combate de Rockall se libró en alta mar, lejos de la costa, y recibió su nombre de un islote que en realidad estaba a gran distancia del escenario.

Tras la campaña emprendida por los submarinos germanos contra los buques de escolta la Royal Navy se vio obligada a reorganizar el sistema de convoyes, reuniéndolos en unos pocos de gran tamaño, que se acercaban al centenar de barcos. Esas masas de barcos aprovechaban mejor los pocos barcos de escolta disponibles ya que proporcionalmente su perímetro era menor. El HX-174 fue uno de estos grandes convoyes y había aparejado de Halifax con ochenta buques que cargaban mercancías de gran valor: petróleo y gasolina de aviación en quince petroleros, lingotes de acero, explosivos, alimentos y armamento. La escolta era muy potente y estaba formada por dos destructores canadienses (Saguenay y Hamilton, este último el antiguo USS Kalk), cinco cañoneros (llamados «sloops» por la Royal Navy), cinco corbetas, tres dragaminas y cuatro pesqueros armados. Al convoy también se le asignó el Primrose Hill, un buque «CAM», es decir, un mercante provisto de catapulta que podía lanzar un caza Hurricane contra los aviones de reconocimiento enemigos.

Junto al convoy se movían cuatro barcos disfrazados para parecer una división de buques de guerra. Se trataba de los cruceros auxiliares HMS Esperance Bay, HMCS Prince Henry, HMCS Prince David y HMCS Prince Robert. El primero había sido transformado para asemejarse a un crucero de batalla de la clase Repulse, mientras que los otros tres (los «Princes») eran pequeños transtlánticos que parecían cruceros ligeros y que habían sido armados con viejos cañones de seis pulgadas y cargas de profundidad. La intención era simular que el convoy llevaba una potente escolta de superficie.

La primera parte de la travesía transcurrió sin sobresaltos pero el diecisiete de marzo de 1942 el convoy fue localizado al sur de Islandia por un aparato de reconocimiento partido de Noruega, que pudo transmitir su posición antes de ser derribado por el Hurricane del Primrose Hill. El Almirantazgo se alarmó: los Condor solían dirigir a los submarinos, y el HX-174 era el convoy más valioso de los que esos días cruzaban el Atlántico. Sin embargo se consideró que la amenaza de los buques de superficie del Pacto era menor ya que la flota combinada seguía en Gibraltar y la división de cruceros que estaba fondeada en Vigo estaba demasiado lejos para interceptar al HX-174. La única inquietud era que el mal tiempo había impedido los reconocimientos aéreos sobre Noruega; por eso no se había detectado la salida de los cruceros alemanes de Trondheim. Con todo, la división alemana en Noruega no se consideraba excesivamente peligrosa ya que se creía que tras el combate de las Feroe los cruceros Prinz Eugen y Admiral Scheer habían sufrido averías graves que tardarían varios meses en ser reparadas. Se pensaba que en Noruega solo quedaba el crucero acorazado Lutzow.

Hasta entonces los cruceros del Pacto no habían atacado a ningún convoy protegido, pero la potente artillería del Lutzow preocupaba al Almi-rantazgo. En otras fases de la guerra se hubiesen asignado cruceros o acorazados a la escolta del HX-174, pero la marina británica estaba pasando su peor momento en siglos. Las graves pérdidas sufridas en Mogador habían dejado reducida la Home Fleet a la mínima expresión. De los buques pesados que habían participado, solo el viejo Queen Elizabeth seguía en servicio a pesar de sus averías. Los demás supervivientes (el moderno acorazado Prince of Gales, los más viejos Nelson y Rodney y el portaaviones Victorious) habían sufrido daños muy graves y tardarían meses o incluso años en reincorporarse. A las pérdidas de Mogador se sumaban las del acorazado Resolutión y el portaaviones Argus (torpedeados en el mar de Irlanda), más las de los portaaviones Formidable y Furious (que como el Argus no sería reparado) y el acorazado Barham en el bombardeo de Faslane. También había sufrido averías fatales el acorazado Howe, que estaba próximo a su finalización; las obras de su gemelo Anson y de los portaaviones Implacable e Indefatigable se habían detenido a causa de la escasez de materiales y a los repetidos ataques aéreos que sufrían los astilleros.

Se había reunido en Escocia a los buques de batalla que quedaban (con la excepción del acorazado Royal Sovereign y del portaaviones Her-mes, que estaban en el Índico), pero a mediados de marzo de 1942 a la Home Fleet solo le quedaban tres viejos acorazados de la clase Queen Elizabeth y dos portaaviones de escolta. Con los pocos barcos disponibles era imposible proteger los convoyes durante toda la ruta, y solo se podía intentar prestarles protección en la última fase de su viaje transatlántico. Para ello se mantenía al oeste de Irlanda una agrupación con un acorazado y algunos cruceros presta a apoyar a cualquier convoy amenazado. En ese momento estaban en el mar el Malaya y los cruceros Susesx y Orion, a los que se ordenó incorporarse al HX-174.



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En Londres no se sabía que una potente agrupación germana estaba en el mar desde dos días antes. Tras los anteriores fiascos el contralmirante Kummetz había sido sustituido por el de su mismo cargo Lutjens, que ya había conducido un crucero exitoso de los cruceros de batalla Gneisenau y Scharnhorst el año anterior. Lutjens recibió la orden de atacar a los convoyes enemigos del Atlántico norte y zarpó de Trondheim con los cruceros pesados Seydlitz (que acababa de incorporarse a la flota), Prinz Eugen y Lutzow. Los buques salieron del fiordo noruego sin ser advertidos y entraron en el Atlántico norte pasando entre Islandia y las islas Feroe. Durante la travesía el radiotelémetro del Seydlitz detectó un avión de reconocimiento británico pero el mal tiempo evitó que fuesen avistados. Poco después Lutjens fue informado de la presencia de un gran convoy a cien millas hacia el sur.

Mientras tanto el HX-174 había sido seguido por otros aviones alemanes, no solo Condor sino también Do 217 armados que ahuyentaron a los aviones de patrulla británicos. Un Condor descubrió a la escuadra simulada, pero para su desgracia el Esperance Bay solo parecía un crucero de batalla visto desde el nivel del mar, ya que no tenía la ancha manga característica de esos buques. Desde el aire se asemejaba más a un crucero pesado de la clase York. Los tres Princes fueron confundidos con cruceros ligeros de la anticuada clase «C». En esa fase de la guerra era decisivo interrumpir el flujo de los convoyes incluso aceptando el riesgo que suponía enfrentarse con buques de escolta, y Lutjens decidió atacar a pesar de la escolta enemiga, a la que intentaría sorprender. Al almirante le llamó la atención que los barcos se situasen en el flanco meridional y no en el norte, pero pensó que la intención del enemigo era resguardarse tras el convoy para luego caer contra los buques que intentasen atacarlo. Era justo lo que Lutjens no pensaba hacer; al contrario, iba a rodear al convoy pro el oeste para luego llegar desde el sur, por donde menos le esperarían los británicos. Para no delatarse ordenó el silencio radial (incluyendo el de los radiotelémetros) confiando en los aviones Condor que sobrevolaban tanto el convoy como su división. Solo permitió que el Seydlitz realizase barridos con sus equipos avanzados cuando estuvo a corta distancia del enemigo.

Mientras tanto el aumento del tráfico radiofónico alemán había alarmado a los británicos, y dos días después un agente noruego informó que tres cruceros habían abandonado Trondheim. En Londres no se creyó el informe ya que, como hemos visto, se pensaba que el Prinz Eugen tenía daños graves, y no se sabía que el Seydlitz se había incorporado al escuadrón de Noruega. Se pensó que los cruceros que supuestamente había visto el agente serían realmente destructores o a lo sumo el viejo crucero Emden (que en realidad estaba siendo transformado en crucero antiaéreo en Kiel). El Almirantazgo no tuvo en cuenta que el mal tiempo y las graves bajas sufridas por las unidades de reconocimiento habían hecho que los puertos enemigos solo fuesen sobrevolados ocasionalmente. En cualquier caso el HX-174 corría peligro y se ordenó al grupo del Malaya que le prestase protección. Sin embargo el viejo acorazado presentaba problemas con los condensadores que limitaban su andar, y los cruceros Sussex y Orion junto con tres destructores tuvieron que dejar atrás al Malaya.




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Los dos cruceros británicos aun estaban a cierta distancia del HX-174 cuando Lutjens atacó a los barcos simulados. El efecto de los cañones sobre buques carentes de cualquier asomo de protección fue horrísono. El Esperance Bay fue alcanzado por dos torpedos e inmediatamente después por una andanada del Seydlitz que lo dejó sin propulsión, con la artillería fuera de combate y plagado de muertos y heridos. Si no se hundió inmediatamente fue porque la bodega estaba llena de bidones que actuaron como flotadores. En su estela el Prince Henry se partió en dos cuando un torpedo estalló bajo la quilla, en el Prince David la popa quedó deshecha tras el estallido de las cargas de profundidad, y el Prince Roberts quedó al garete tras recibir un torpedo del Lutzow. A medida que los Princes quedaban fuera de combate los cruceros alemanes centraron su fuego en el Esperance Bay, que esta vez sí que había sido confundido con un crucero de batalla no solo por su silueta sino por cómo resistía las andanadas de tres cruceros. Lutjens no sabía que su objetivo carecía de protección y que los proyectiles perforantes lo atravesaban de lado a lado sin estallar, aunque lanzando nubes de esquirlas que convirtieron el interior en un matadero. Finalmente el almirante ordenó finiquitarlo con torpedos y el Prinz Eugen lo alcanzó con dos. El Esperance dio la voltereta y se hundió, quedando los pocos supervivientes abandonados en las gélidas aguas ya que el escuadrón alemán continuó con su ataque contra el convoy. Tras el cañoneo botes y balsas habían sido destruidos, y buena parte de los náufragos perecieron por la exposición al frío. Seis horas después los destructores Paladin y Panther recogieron veintisiete náufragos, entre los que estaba un oficial subalterno del Prince David; se perdieron los otros novecientos treinta hombres que formaban la tripulación de los cruceros auxiliares.

Durante los veinte minutos que duró el combate el convoy había empezado a dispersarse. Lutjens sabía que entre la escolta había destructores y mantuvo las distancias mientras acababa con los mercantes. En pocos minutos fueron hundidos los vapores Jutland y Ocean Venus, las motonaves Muncaster Castle y Empire Falcon, y los petroleros Stillman, Diala, San Gerardo y Svenør. Entonces aparecieron los cañoneros Weston y Fowey, que trataron de tender una columna de humo para proteger la huida de los mercantes, pero quedaron a punto de hundimiento tras ser alcanzados por el Seydlitz y el Prinz Eugen. Fue el momento en el que llegaron los destructores Saguenay y Hamilton. Trataron de acercarse para lanzar torpedos, pero sometidos al fuego de tres cruceros pronto fueron alcanzados. El Hamilton se hundió y el Saguenay quedó muerto en el agua. Lutjens ordenó al Scheer que lo rematase mientras reemprendía la caza del convoy; en esa fase fueron hundidos los Empire Seal, Empire Convoy, Westmoreland y Pleasantville. Lo alemanes fueron distraídos otra vez cuando el cañonero Milford y las corbetas Dawson y Baddeck (estas dos últimas, canadienses) se enfrentaron a los potentes barcos alemanes. De nuevo, el fuego alemán fue preciso y brutal y los tres barquitos sufrieron serios daños (la Dawson tendría que ser abandonada pocas horas después). Entonces los buques germanos tuvieron que presentar atención a nuevos participantes en el enfrentamiento.



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El radiotelémetro del Seydlitz había detectado la aproximación de varios contactos desde el oeste. Dado el tamaño de la señal se trataba de unidades de gran porte que se acercaban a alta velocidad. Lutjens ordenó una caída al sur para cruzarse ante las unidades enemigas. Cuando estaban a quince mil metros de distancia se hizo visible la característica silueta de un crucero pesado inglés y la escuadra disparó contra el recién llegado.

Desde el Sussex aun no se había conseguido distiguir a los barcos alemanes, que estaban ocultos por la humareda, cuando fue rodeado por los piques de los proyectiles germanos. El comandante Smithies (que estaba al mando del crucero y de la división) ordenó virar a estribor para descentrarse y las dos fuerzas tomaron rumbos divergentes. Ambas partes dispararon unas pocas salvas que no alcanzaron su objetivo antes de suspender el fuego por la baja visibilidad. Entonces Smithies volvió a poner proa hacia el convoy, sin conseguir avistar a los barcos alemanes.

Por entonces Lutjens navegaba a toda máquina hacia el oeste. Tras casi dos horas de combate los pañoles de sus buques estaban casi vacíos y ya no le quedaban torpedos. Él mismo declaró años después que el dolor le atenazaba el alma mientras escapaba de los británicos, pero enfrentarse con ellos significaba correr un peligro excesivo. En cuanto se perdieron de vista los cruceros británicos los barcos alemanes lanzaron señuelos (flotadores con Düppel, probablemente fue la primera vez que se emplearon en un combate naval) e invirtieron el rumbo para poco después caer a estribor. La división germana se retiró con rumbo este aprovechando para pasar entre los mercantes que intentaban escapar, hundiendo al petrolero Empire Petrol y al frigorífico Port Melbourne.

Los barcos ingleses solo fueron engañados por los falsos ecos del radar durante unos minutos porque los fogonazos de las andanadas delataron a los barcos alemanes que se retiraban. Sus dos cruceros eran más veloces que los del enemigo y llegó a avistar a los de Lutjens, que cambiaron de rumbo para enfrentar a la nueva amenaza. El Lutzow disparó varias andanadas y un proyectil alcanzó al Sussex entre las dos torres de popa, que quedaron fuera de combate. Smithies decidió que sus barcos no eran enemigos para los potentes cruceros germanos y viró hacia el oeste para para abrir distancias. Por su parte, Lutjens volvió al este hasta que al anochecer cambió al nordeste para volver a Trondheim por el norte de las Feroe. Aunque el almirante lamentaba haber dejado escapar al crucero pesado, podía considerarse satisfecho con los resultados de su incursión: había hundido catorce mercantes, cinco de ellos valiosos petroleros. Además había echado a pique cuatro cruceros auxiliares, dos destructores, dos cañoneros y una corbeta. Sus cruceros no habían sufrido ni un rasguño.



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Crisis. El Visitante, tercera parte

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La batalla no terminó con la retirada de Lutjens. Hasta entonces los submarinos se habían abstenido de intervenir pero en cuanto el convoy se dispersó se lanzaron contra los mercantes. También s unieron a la caza bombarderos de largo alcance procedentes de Noruega. Los escoltas trataron de crear pequeños grupos de barcos y conducirlos a la salvación, pero pasaron a ser el objetivo de los sumergibles y en los tres días siguientes fueron hundidos el cañonero Scarborough, la corbeta Chicoutimi y el dragaminas Gaspé (los dos últimos, de la armada canadiense). También se fueron a pique veintidós mercantes (incluyendo al buque del comodoro El Argentino y al CAM Pimrose Hill) y siete petroleros. En total, las pérdidas inglesas fueron de dos destructores, tres cañoneros, dos corbetas, un dragaminas, cuatro cruceros auxiliares, un buque CAM, doce petroleros y treinta mercantes. Otros quince barcos sufrieron daños de diversa consideración. Por parte alemana fue hundido el submarino U-159, sufrieron averías los U-86 y U-134, y fueron derribados dos Condor y tres Do 217.

La batalla de Rockall fue la primera ocasión en la que un gran convoy fuertemente escoltado era derrotado por la marina alemana, suceso que no se había producido desde que en 1780 el almirante español Córdova había capturado uno en las islas Sicily. El HX-174 había perdido casi la mitad de los barcos que lo componían y la mayoría de los valiosos petroleros. Los mercantes averiados también quedaron fuera de servicio ya que la castigada industria naval británica no era capaz de reparar a los buques dañados a ritmo suficiente, y millones de toneladas esperaban amarradas. Había tantos barcos a la espera de ser reparados que para no saturar los muelles muchos tuvieron que ser anclados en los numerosos fiordos escoceses.

Por desgracia para los británicos todos esos mercantes amarrados constituían un objetivo de primer orden para la Luftwaffe. Al mismo tiempo que se producía el ataque al HX-174 arreciaron los bombardeos sobre los puertos escoceses; el 28 de marzo fueron hundidos en Glasgow doce barcos que esperaban reparación, incluyendo cuatro supervivientes del HX-174. Además el KG 106 reinició los ataques con las bombas–torpedo BT-400b contra los buques surtos en radas mal protegidas. En estos ataques los lanzamientos se hicieron a mayor altura para correr menos riesgos, y se acompañaron de incursiones contra las bases de los cazas nocturnos, con lo que las pérdidas fueron menores que durante la operación Aletsch. Aunque no se consiguió la misma precisión que en Faslane, sus objetivos eran mucho más vulnerables a las explosiones submarinas y normalmente bastaba un impacto para hundir al barco o dañarlo irremediablemente. En pocos días fueron alcanzados veintitrés mercantes, la mayor parte de los cuales se hundieron o tuvieron que ser desguazados. Otro buque dañado fue el acorazado francés Paris. Había sido capturado en 1940 cuando estaba en Portsmouth, y cuando la campaña aérea arreció se decidió su traslado al norte. En marzo estaba anclado en Rothesay, cerca de Glasgow, ya que se estaba estudiando si era factible su incorporación a la Royal Navy. Tras ser descubierto por un avión de reconocimiento fue atacado por seis Ju 188 que lo alcanzaron con cuatro BT-400b; aun así el resistente buque se mantuvo a flote durante varias horas, aunque finalmente tuvo que ser embarrancado para evitar su pérdida.



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La operación Julius

La saturación de los puertos escoceses y los repetidos ataques aéreos que sufrían hicieron que las instalaciones portuarias de Irlanda del Norte adquiriesen gran valor; cada vez más convoyes oceánicos descargaban en Belfast. Allí se trasbordaban las cargas a barcos de cabotaje que después cruzaban el mar de Irlanda hacia Liverpool, Bristol u otros puertos de la costa oeste. La redistribución tenía ventajas y desventajas. Permitía emplear convoyes costeros que aliviaban la crítica situación del transporte en Gran Bretaña, y además los pequeños barcos de cabotaje no eran objetivos tan atractivos para la fuerza aérea enemiga; a cambio conllevaba importantes retrasos, e hizo que se acumulasen en Belfast grandes cantidades de mercancías esperando ser distribuidas; además la ciudad parecía un objetivo muy atractivo para la Luftwaffe por sus grandes instalaciones portuarias y sus astilleros, y por el gran número de buques amarrados. Sin embargo sobre la capital del Úlster solo cayeron octavillas que decían que la Luftwaffe tenía capacidad para destruirla, pero iba a respetarla por aprecio a la comunidad católica oprimida por los ingleses. Con todo, las autoridades británicas temían que finalmente se lanzase alguna incursión, y tuvieron que emplear el resto de los puertos del Úlster. Cobró gran importancia el de Larne y algo menos el de Warrenpoint; este último no tenía demasiada capacidad, pero estaba en el fondo de un «lough» (estuario) en el que quedaron anclados buen número de mercantes que estaban a la espera de ser reparados. El de Derry (Londonderry) tenía mayor capacidad, y también estaba en un amplio estuario. Se utilizó como destino de algunos buques transatlánticos, pero sobre todo era empleado por los grupos de escolta.

A esos puertos y amarraderos la distancia les ponía a salvo de la Luftwaffe, pero estaban expuestos a incursiones procedentes de la República de Irlanda. Tras el ataque al puerto de Belfast realizado por la X Flottigia MAS la vigilancia se estaba reforzando, eran demasiados los lugares a proteger. Además la tensión creciente entre Gran Bretaña e Irlanda hizo que la mayor parte de los refuerzos fuesen enviados a la frontera. Los puertos más expuestos eran los de Warrender y Derry, ya que en ambos casos estaban en estuarios fronterizos. Obviamente, fueron los primeros en ser reforzados, pero tenían prioridad el de Belfast y los de Escocia.

Fue el de Derry el escogido para la operación Julius (llamada así por Julio Agricola, un comandante romano que invadió Hibernia en el siglo primero); al ser el más occidental resultaba más sencillo la aproximación para las fuerzas de la X Flottigia MAS. El puerto estaba situado en el río Foyle, cerca de su desembocadura en el Lough Foyle, un amplio estuario de veinticuatro kilómetros de longitud por nueve de anchura; la mayor parte era poco profundo, pero había varios amarraderos que podían admitir buques de gran calado. El estuario se comunicaba con el océano por el North Channel, un paso de algo más de un kilómetro de anchura entre la Magilligan Point y Greencastle.

Al Almirantazgo le preocupaba la vulnerabilidad del estuario ya que el canal era suficientemente profundo como para que pudiesen pasar submarinos en inmersión. Lo razonable hubiese sido tender una red antisubmarina o al menos campos de minas, dejando solo un paso bien vigilado. Pero el Foyle Lough estab situado entre el Úlster y la república de Irlanda, y en la costa noroeste (la irlandesa) había varios puertos pesqueros. El criterio británico era que todo el Lough Foyle estaba dentro del territorio del Úlster, pero la negativa irlandesa a permitir el minado de sus aguas y el paso constante de las barcas de pesca impedían bloquear el canal. En Magilligan Point había una vieja torre de vigilancia; al incrementarse la tensión se había instalado una batería con dos cañones de campaña de 17 libras (estaba previsto sustituirlos por otros de costa de 12 cm) y varias ametralladoras.

En el otro extremo del estuario, donde ambas orillas eran británicas, una red tendida entre Coneyburrow Points y Black Brae cerraba los accesos al puerto de Derry. La obstrucción estaba protegida por dos «pillbox» armados con cañones de 3,7 cm (de origen norteamericano) y más ametralladoras. En Culmore Point estaba emplazada una batería antiaérea equipada con tres cañones de 7,62 cm que también podía disparar contra el canal. El dispositivo de vigilancia se complementaba con cuatro lanchas de defensa de puerto o HDML (las ML 117, ML 119, ML 120 y ML 491), y el patrullero Andrew Sack, un viejo pesquero que ya había servido en la Gran Guerra y que había sido convertido en buque de vigilancia; normalmente el Sack controlaba los barcos que pasaban por el North Channel, mientras que las cuatro HDML patrullaban el estuario. Además una decena de botes a motor vigilaban la red y el puerto para impedir el paso de buceadores.



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La operación Julius fue encomendada al capital de fragata Junio Valerio Borghese, antiguo comandante del submarino Sciré. Tras estudiar diversas opciones se decidió lanzar un ataque combinado en el que participarían torpedos humanos (maiale), botes de asalto y lanchas torpederas MAS. Los maiale serían transportados hasta la cercanía de la red, que tenían que destruir. Las MAS (llevando a remolque los botes de asalto) entrarían en el estuario con el apoyo del IRA, y aprovecharían las brechas abiertas por los maiale para atacar a los buques surtos en el puerto.

El cese de las patrullas navales en la costa irlandesa facilitó la llegada de los medios de asalto. El submarino Domenico Millelire llevó dos maiale a la bahía de Sheephaven con su correspondiente personal. Los torpedos humanos fueron amarrados bajo el casco de dos pesqueros que se dirigieron al Lough Foyle. Además el vapor Monte Monega (el antiguo Aegeon, un mercante capturado por el crucero auxiliar español Nadir en 1941) transportó seis lanchas torpederas (MAS 570 a 575) y seis botes de asalto a Aran, en la bahía de Galway. Posteriormente cada lancha tomó a remolque un bote y navegó por sus propios medios hasta una ensenada cerca de Shantla, donde fueron ocultadas por el IRA.

La noche del veinticuatro al veinticinco de marzo se lanzó el ataque, que coincidió (aunque no de forma premeditada) con la batalla del convoy HX-174. La mañana anterior habían entrado los dos pesqueros que ocultaban los maiale; atravesaron el paso sin dificultades y amarraron en Carrickarory. Al atardecer volvieron a zarpar para adentrarse en el estuario. Uno fue inspeccionado por una lancha de vigilancia que no encontró nada sospechoso. A media noche estaban en Sand Point, a corta distancia de la barrera.

Los colaboradores del IRA habían estudiado las patrullas aéreas comprobando que los británicos volvían a su base al menos una hora antes del ocaso; tras el retorno de los aviones las MAS salieron de Shantla, aunque la MAS 571 se averió y tuvo que ser hundida, así como su bote explosivo. Las demás costearon hasta llegar al North Channel y entraron en el estuario a media noche, escudándose en dos pesqueros marinados por el IRA. Estaba previsto entrar a la fuerza si los británicos trataban de detenerlas, pero no fue necesario, ya que esa tarde el Andrew Sack había vuelto a Derry para hacer un recorrido de viejas máquinas. Desde Magilligan Point se interrogó a los pesqueros con lámpara de señales y los irlandeses respondieron con obscenidades; al parecer era lo habitual.

Una vez en el estuario las MAS siguieron hasta Sand Point donde se reunieron con los maiale a medianoche; tal reunión implicaba retrasos, pero Borghese prefería coordinar la operación y no actuar con horarios fijos. Fue una decisión afortunada porque el capitán había modificado sus planes al ver que el estuario estaba lleno de barcos amarrados; atacarlos sería más provechoso y menos arriesgado que intentar entrar en el puerto. Los dos maiale fueron dirigidos contra blancos de gran valor: la fragata Exe que acababa de entrar en servicio en la Royal Navy, y el petrolero British Character; los dos estaban amarrados fuera de la rada. Las potentes cargas de doscientos kilos hicieron que la Exe se hundiese y que el petrolero se incendiase, iluminando las llamas los barcos amarrados. Entonces los botes de asalto se lanzaron hundiendo cuatro mercantes; el quinto falló y la carga de autodestrucción lo hizo estallar dos horas después. Las MAS recogieron a los tripulantes de los botes y de los maiale, y después recorrieron la rada lanzando sus torpedos; seis mercantes fueron alcanzados de los que cuatro se fueron a pique. Además las MAS 570 y 574 sorprendieron y hundieron a la ML 120 con sus cañones de 2 cm; el corto enfrentamiento atrajo el fuego de los cañones que protegían la barrera, pero confundieron a la ML 491 con una lancha italiana y la dañaron gravemente.

Tras el ataque las cinco MAS se dirigieron a Quigley’s Point, donde los marinos italianos las hundieron. Era una decisión dolorosa, pero Borghese pensaba que sería muy difícil salir del estuario e imposible escapar de la vigilancia aérea. De nuevo con la ayuda del IRA los transalpinos llegaron hasta Galway, donde fueron recogidos por el Millelire. La única baja fue el sargento Amato, uno de los tripulantes de los botes de asalto, que no pudo ser encontrado por los MAS y que a la mañana siguiente fue descubierto cuando intentaba llegar a la costa irlandesa, siendo tiroteado por uno de los botes de vigilancia.



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La ruptura de las relaciones con Irlanda

La operación Julius se produjo cuando las relaciones entre Londres y Dublín estaban a punto de romperse. Al presidente De Valera le desagradó sobremanera que los italianos hubiesen empleado el territorio del Estado Libre como base, no tanto por la violación de su soberanía sino por la previsible respuesta británica. Aunque ni el Fianna Fáil (el partido del presidente) ni mucho menos el Estado Libre habían colaborado con el ataque, era evidente que los italianos habían sido ayudados por el IRA. De Valera aun estaba pensando en la respuesta del gobierno cuando John Dulanty, representante de Irlanda en el Reino Unido, comunicó a Dublín el contenido de una carta firmada por Jorge VI y que había sido entregada por George Villiers, lord chambelán británico.

La dureza de la nota hacía ver la mano del primer ministro Churchill; según los allegados al monarca el primer ministro le había convencido de la necesidad de su intervención no solo por la creciente actividad del Pacto en Irlanda, sino por el dolor que al rey le había causado la muerte de su primo el duque de Mountbatten, que había perecido en un atentado del que Londres acusaba al IRA.

La carta suponía un terremoto constitucional ya que empleaba la prerrogativa real para intervenir en uno de los antiguos dominios, a pesar del estatuto de Westminster de 1931 que convertía a los antiguos dominios en naciones soberanas. Comenzaba enumerando las repetidas violaciones irlandesas del tratado angloirlandés de 1921, como la promulgación de la constitución de 1922 que otorgaba al Oireachtas (parlamento irlandés) la exclusividad del poder legislativo (aunque en esa época el parlamento londinense seguía teniendo jurisdicción sobre dominios y colonias), la abolición del juramento de lealtad a la corona o la del cargo de gobernador general. Después señalaba como tras el comienzo de la guerra Dublín no solo se había negado a ceder los puertos del tratado a Irlanda (aunque según el convenio Inglaterra podía reclamarlos si las necesidades bélicas así lo aconsejaban) sino que había cobijado las actividades de los agentes alemanes y de sus aliados. Las repetidas violaciones de los acuerdos habían hecho que el monarca perdiese la confianza tanto en De Valera sino en el Oireachtas; la retirada de la confianza suponía automáticamente el cese del presidente irlandés y la disolución del parlamento. Asimismo se nombraba a James Hamilton, duque de Abercorn, gobernador general de Irlanda; no se restablecía el cargo, pues se indicaba que el acta irlandesa de abolición era inválida, sino que se nombraba a Hamilton para cubrir un puesto vacante,
La nota mostraba el grado de desesperación al que se había llegado en Londres porque de facto significaba que el estatuto de Westminster dejaba de ser válido si el rey podía disolver cualquier asamblea de los dominios cuando le conviniese. O mejor dicho, cuando le conviniese al gobierno británico, ya que habitualmente el monarca se limitaba a trasladar sus sugerencias. En los años siguientes los parlamentos de los demás dominios aprobaron resoluciones que rechazaban cualquier intromisión real, o simplemente proclamaron la independencia.

Por otra parte, el nombramiento de Hamilton suponía un insulto deliberado, ya que era un destacado unionista norirlandés que desempeñaba el puesto de gobernador general del Úlster. Como no se le nombró sustituto, iba a desempeñar en lo sucesivo los dos puestos, como si se volviese a los tiempos anteriores a la Gran Guerra y a la Home Rule.

La respuesta irlandesa fue la que cabría esperar. De Valera convocó una sesión extraordinaria del parlamento en la que se dio lectura a la carta (entre los abucheos tanto de los parlamentarios como del público) y en la que se aprobó una declaración que convertía al Estado Libre en una república independiente sin ningún lazo con Inglaterra. También se prohibía la entrada tanto del monarca inglés como de cualquier funcionario británico sin la autorización previa del gobierno; aunque no se nombraba a Hamilton, la resolución estaba dirigida contra él. Aun así el duque intentó desplazarse a Dublín pero fue rechazado en la frontera.

Hamilton volvió a Belfast tras ser rechazado, proclamando que al rechazar al representante británico designado y al declarar la independencia los irlandeses se habían puesto fuera de la ley. Después promulgó una serie de resoluciones en los que los que ponía bajo sus órdenes a la policía y al ejército irlandés, ilegalizaba al Sinn Féil y al Fianna Fáil, y ordenaba la detención de De Valera y de su gobierno. También anuló la resolución de 1938 por la que se transferían al Estado Libre los puertos del Tratado. Otra de las resoluciones de Hamilton fue prohibir la navegación de embarcaciones no autorizadas por los loughs fronterizos (el de Foyle y el de Calingford) y por el mar de Irlanda. No se distinguía entre irlandesas o ulsterianas, dando a entender que Irlanda volvía a ser una posesión británica.

Obviamente Irlanda ignoró las órdenes de Hamilton, y los funcionarios y militares ingleses que intentaron llevarlas a cabo fueron rechazados, o detenidos y expulsados si habían conseguido cruzar la frontera. Mientras De Valera alertó al ejército y ordenó la movilización general.

Los primeros incidentes se produjeron casi inmediatamente. Los patrulleros británicos empezaron a detener y a apresar a las embarcaciones irlandesas, disparando contra los irlandeses que se resistían. El servicio naval irlandés trató de interponerse, pero en 1940 era una fuerza muy débil (compuesta del patrullero Fort Rannoch, una docena de lanchas rápidas y algunos pesqueros armados) y nada tenía que hacer contra la Royal Navy. En un enfrentamiento ocurrido en la bahía de Dublín tres días tras el ataque a Derry, el Fort Rannoch y dos lanchas rápidas fueron hundidos por cazabombarderos ingleses y por los bous Mazurka y Minuet.

De Valera pensó que ya no había vuelta atrás y que la invasión era inminente. Pidió ayuda a los embajadores alemán e italiano, y ordenó al ejército que respondiese con su artillería a las intrusiones británicas. En el Foyle se libró un combate a gran escala cuando un cañón irlandés hizo disparos de aviso contra una motora británica que estaba deteniendo a los pesqueros irlandeses. Los ingleses emplearon su propia artillería, y el ejército respondió bombardeando el puerto de Derry con sus cañones. Los británicos llamaron en su auxilio a la RAF, que tuvo que enfrentarse con los cazas irlandeses en un combate en el que fueron derribados cuatro H-75 y dos Tomahawk. Las fuerzas inglesas en el Úlster se desplegaron en la frontera y parecía inminente la invasión…




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Felix y Savely bajaron a la calle, recogieron los maderos y luego volvieron a por los paneles. Pesaban mucho y tuvieron que subirlos entre los dos. El portero meneó la cabeza; era una pena que un edificio tan prestigioso acabase con unas placas tapando las ventanas. Aunque no le extrañaba demasiado porque él en su casa había hecho lo mismo, desmontando los caros cristales para poner tableros que resisten mejor las explosiones y no saltan en esquirlas.

Los dos falsos operarios cerraron la puerta del piso y después desataron los paneles. Solo los de fuera estaban enteros, ya que los del interior habían sido vaciados para poder esconder las piezas del fusil. El agente las tomó y las montó con cuidado, colocando la mira en la marca que había dejado con la resina, aunque sabía que no bastaría para un tiro de precisión. Tendría que correr el riesgo de reglar el fusil en medio de Berlín. Cuando acabó tomó los paneles y los atornilló a los marcos de las ventanas. En los tableros había recortado rectángulos que había vuelto a unir con bisagras, colocando luego un tornillo a modo de tirador; aparentemente servían para ventilar el piso, pero también resultaban excelentes mirillas. Levantó la que daba hacia la entrada de su objetivo y con la mira calculó la distancia: unos doscientos metros. Un disparo largo pero no excesivo.

Después bajaron otra vez a la calle. Ya no llovía e incluso asomaba algún rayo de sol. Se acercaron a un árbol y sacaron un pedazo de fiambre y algo de pan. Felix se puso de pie, ocultando a Savely, que estaba atando una fina tira de tela a una rama. Más tarde hizo lo mismo en otro árbol: servirían para indicar la dirección del viento y su velocidad.

Cuando acabaronse volvieron al departamento, aunque primero pararon en la carnicería para comprar algunas salchichas.



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Gertrud estaba cansada. A su edad no estaba para hacer la calle y menos con ese tiempo. Además ya desesperaba encontrar nada. En el portal había entrado bastante gente pero del Alto, ni rastro. Aburrida, dio por terminada la jornada y se dirigió hacia el metro; tenía que descansar unas horas porque al día siguiente le tocaría hacer lo mismo. Sería en otro barrio y vigilando otra puerta, ya que los agentes iban rotando para que nadie sospechase.

Las escaleras del subterráneo estaban atestadas y las bajó más flotando que otra cosa cuando vio que al otro lado de la barandilla de separación subía el Alto. La mujer se quedó de piedra. Recordó las órdenes y echó la mano al bolso para tomar la pequeña automática. Cuando notó el frío tacto de metal se lo pensó un momento, ya que apenas sabía manejar el arma; lo justo para cargarla y quirtarle el seguro. Pero mientras dudaba la gente empezó a pincharla con sus paraguas para que siguise bajando. Intentó darse la vuelta pero le fue imposible. Tuvo que bajar casi a saltos y luego subir por el otro lado lo más deprisa que le dejaron sus kilos. Salió a la calle resoplando como una ballena. Llevaba la mano dentro el bolso, empuñando la pistola.



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Capítulo 38


La vida es un espectáculo magnífico, pero tenemos malos asientos y no entendemos lo que estamos presenciando.

Georges Clemenceau


El Bismarck acababa de volver a la bahía de Algeciras tras dos semanas frenéticas en Cádiz. También el Tirpitz y el Gneisenau habían dejado el muelle. Las placas de acero recién pintadas apenas tapaban los destrozos causados por los proyectiles británicos, pero los tres mastodontes ya estaban preparados para salir a la mar.

Mientras el golfo de Cádiz bullía de actividad. Los radiotelémetros de los aviones de vigilancia emitían millones de vatios y los sonotelémetros de los barcos antisubmarinos ensordecían a ballenas y peces. En tierra, la policía estaba alistando sus equipos de intercepción.

El día veintitrés de marzo de 1942 partieron de Gibraltar con rumbo oeste el crucero Cervantes acompañado de dos destructores. Pocos minutos después los detectores descubrieron emisiones procedentes de Tarifa y de Algeciras. Los camiones de intercepción recorrieron las calles mientras policías con tricornios entraban en las viviendas. En Algeciras una advertencia a tiempo permitió que los agentes consiguieran escapar tras abandonar el transmisor, pero los de Tarifa cayeron tras un corto tiroteo.

Al día siguiente la flota del Pacto se hizo a la mar. Cinco acorazados y cuatro cruceros se internaron golfo de Cádiz y después en el Atlántico.



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