Documentos, textos y articulos respecto a la Guerra Civil.
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Documentos, textos y articulos respecto a la Guerra Civil.
Espero que no molesté este post que creo.
Testigo directo en Brunete
Un teniente de la 11 División
Publicado por Historia y Vida nº 50. 1972
No, Brunete no fue para nosotros, los leales a la República, una derrota. Atacamos y nos contuvieron, eso es todo.
-Pero ustedes pensaban cercar las tropas nacionales que asediaban Madrid por el Oeste y por el Sur, y no lo consiguieron.
-Cierto. No lo conseguimos, pero los nacionales habían fallado, poco antes, en dos intentos análogos en el Jarama y en Guadalajara. ¿Cuántas veces se consigue en la guerra el objetivo propuesto?
Soldados de la 11, descansando a la fresca en Brunete.
-¿Por qué se detuvieron ustedes en Brunete? ¿Por qué no siguieron?
-Hombre... Ese es un problema complejo. A Brunete llegamos a las seis de la mañana. A las siete y media, el pueblo estaba ocupado. Sabíamos que había poca gente, pero nos sorprendió la falta de resistencia. Entró en el pueblo la Brigada Cien, recientemente constituida, mientras que la Primera esperaba al Norte, dispuesta a intervenir si era necesario. La Novena, por su parte, desbordó el pueblo por el Este y se detuvo. El paso siguiente había de ser, como es sabido, alcanzar el puente de la carretera de Villaviciosa; pero este cambio de frente no podíamos hacerlo con garantía de éxito, hasta que no estuviese asegurado el flanco derecho. Para ello se mandó un Batallón de la Brigada Cien a Sevilla la Nueva y Navalcarnero. Mientras se realizaron estos preparativos, la Brigada Nueve no se movió. Cuando quiso hacerlo se encontró con el enemigo. Hubo un forcejeo inicial y se llegó a la conclusión de que había que lograr el paso aplastando la resistencia. Se lanzó un ataque que no tuvo éxito. Faltaba fuego, pero la artillería y los tanques estaban en Quijorna, con el «Campesino», rebotando una y otra vez contra la resistencia del enemigo. Por la tarde, el problema se complicó notablemente. Nuestro Batallón de Sevilla la Nueva había sido rechazado por fuerzas superiores, y, además, moros, que minaron bastante la moral de los recién incorporados reclutas de la Cien Brigada. Por otra parte, sobre la carretera a San Martín de Valdeiglesias también encontramos enemigos, cerca de Brunete; legionarios en este caso. Con estos antecedentes se emplearon al día siguiente seis Batallones en romper la línea enemiga, pero no fue bastante; faltaba fuego. El enemigo, para ese día, había recibido refuerzos considerables, además de artillería. Nos paró, pero ya no porque intervinieran los santos, como se ha dicho por ahí, sino porque reunieron en un día tanta gente como la que podíamos dedicar a atacarles, y eso sin tener seguras nuestras líneas de comunicaciones con la retaguardia, lo que nos obligaba a mantener en cualquier caso una fuerte reserva.
El Campensino despachándose a gusto con los novatos de la 101 BM
-Perdida la oportunidad inicial de llegar al Guadarrama, siguiendo la carretera de Villaviciosa, ¿cómo ve usted el problema de la lucha en su sector en los días siguientes?
-Podemos establecer tres períodos: ofensiva nuestra, neutralización y ofensiva enemiga... Nuestra ofensiva no puede lanzarse en serio hasta que no recibimos los tanques que tenía el «Campesino» frente a Quijorna, ya que las dos compañías que habían de actuar con las dos Divisiones de primera línea -la Once y la Cuarenta y seis- son dadas a la que opera en el flanco derecho. La artillería la recibimos el día siete y, el mismo día ocho, montamos un fortísimo ataque con seis Batallones. Insistimos al día siguiente, ya con algunos tanques, y logramos copar una compañía, pero no abrirnos camino. La resistencia se había endurecido. Según informaciones muy comprobadas, teníamos enfrente cuatro Batallones en primera línea y había reservas que serían empleadas. El día diez, y sobre todo el once, hacemos un gran esfuerzo que sólo logra mejorar nuestra línea de contacto, pero no el ansiado paso a Villaviciosa. La neutralización se extiende a lo largo de dos períodos de tiempo: el primero, del doce al diecisiete; el segundo, del diecinueve al veintitrés. El primero de ellos es el resultado de la paralización de nuestro ataque. El segundo es consecuencia de la detención del primer contraataque general enemigo. La ofensiva enemiga tiene también dos partes: la parcial, del día dieciocho, que fue detenida, y la general de los días veinticuatro y veinticinco, que rompió nuestras líneas.
Asensio se fuma un cigarrito a la sombra...
-¿En qué estado se encontraban sus fuerzas los días que precedieron a los contraataques nacionales?
-Nuestros intentos de ruptura los días ocho, nueve, diez y once nos costaron un importante número de bajas, pero supongo que al enemigo le saldría aún más caro. Pero el ataque de éste, el día dieciocho, elevó nuestras pérdidas, en números redondos, a unos cinco mil hombres, aproximadamente, la mitad de los efectivos iniciales de la División; la mayor parte muertos, dadas las especiales y duras condiciones del combate. De esta manera, el día veinticuatro contábamos en Brunete con menos de cinco mil hombres de la División, reforzados con cuatro Batallones de la División Treinta y cinco (dos de la Once Brigada Internacional y dos de la Ciento ocho Brigada), todos ellos muy mermados en sus efectivos.
Panorámica tras la batalla.
-¿Por qué cayó Brunete?
-Brunete cayó por desbordamiento. El día dieciocho habíamos perdido una posición esencial para su defensa, un cerro que se eleva como a dos kilómetros al Este, cota seiscientos sesenta. Con esta altura como base de partida, y aprovechando que la Dieciséis Brigada Mixta, que estaba a nuestra izquierda, retrocedió, el enemigo avanzó profundamente en nuestro flanco Este con evidente peligro de embolsarnos. Centramos entonces la defensa un poco más al Norte, sobre el cementerio y Brunete, y sus ruinas cambiaron varias veces de manos, para acabar por la noche en las del enemigo.
-Se ha hablado de que la Catorce División, formada poco antes con las Brigadas Setenta y Noventa y ocho, había de relevar a la Once en sus posiciones. ¿Por qué no sucedió así?
-El porqué, no lo sé. Lo que sí puedo afirmar es que el relevo había sido prometido a nuestro jefe por el general Miaja, que mandaba el Ejército de Maniobra. Parece ser que se quería relevar a las dos Divisiones de primera línea por las dos de reserva formadas durante la batalla. La División de «El Campesino», la Cuarenta y seis, fue relevada, en efecto, por la División Durán en la noche del día veintidós. La Catorce tenía que relevar a la nuestra en la noche del veinticuatro, pero el ataque enemigo lo impidió.
-¿Cree usted que las cosas hubieran ocurrido de otra manera si la Once División hubiera sido relevada a tiempo?
-Es imposible saberlo, pero no cabe duda de que donde se metió gente nueva, en el sector de Quijorna, no logró nada el enemigo. Claro que en nuestro flanco izquierdo se vino abajo la Dieciséis Brigada, y por ese boquete se hubiera podido también derrumbar la Catorce, como se derrumbó la Once.
-¿Por qué no fue efectivo el contraataque de la Catorce División?
-En el contraataque de la Catorce División hay que distinguir dos partes. En la primera, obtuvo cierto éxito, que impidió que el avance enemigo, desde el Guadarrama, llegara a desbordar Villanueva de la Cañada. En la segunda, se vio contenida por las fuerzas de la Trece División enemiga, que avanzaba rápidamente a lo largo de la carretera al pueblo citado. Fue entonces cuando la Catorce en masa se acogió al abrigo del bosque al norte de Brunete, bien para establecer una línea defensiva, bien para realizar un nuevo contraataque de conjunto. Pero la aviación enemiga se dio cuenta de su situación y la aplastó materialmente con una serie de bombardeos durísimos.
La torre de la Iglesia.
-¿Es cierto, como se ha dicho, que hubo pánico, que las unidades huían en masa hacia la retaguardia, que sólo mediante el enérgico empleo de tropas blindadas y de caballería se pudo contener la retirada?
-Sí, es cierto... La Catorce, agobiada por un bombardeo que duró varias horas y arrasó la zona en que se encontraba, abandonó desordenadamente la línea y se dirigió a retaguardia. La Once, reducida a poco más de un cuarto de sus efectivos, hizo lo que pudo para conservar sus posiciones sobre la loma del cementerio, pero la huida de los otros la obligó a replegarse hacia el Norte para ocupar y perfeccionar unas fortificaciones en las inmediaciones de Villanueva de la Cañada. El ataque enemigo, una vez más, fue contenido por los hombres de la Once en la zona de mayor peligro y a pesar de que el Dieciocho Cuerpo de Ejército se había derrumbado en nuestro flanco izquierdo, y la Catorce División en nuestra retaguardia.
Las marquesas Larios, capturadas en Brunete, ponen cara de circunstancias mientras la prensa madrileña las entrevista, y el Comisario que las vigila sonríe con aires de que aquí no pasa nada. Las canjearon.
-¿Podría darnos una idea más concreta de las bajas sufridas por la División en los veinte días de lucha en Brunete?
-Hablar de bajas es siempre difícil... En el caso de esta batalla lo es aún más, porque hubo un momento en el que todo falló y ni siquiera pudo atenderse a su recogida y clasificación. No faltaron los desertores, hubo prisioneros y los enfermos igualaron en número a los heridos. Entre los enfermos hubo casos patéticos de trastornos psíquicos como consecuencia de la notable tensión nerviosa de aquellos inolvidables veinte días. También las enfermedades gastrointestinales dieron un elevado número de bajas. Había hombres que se vaciaban literalmente en una colitis imposible de cortar. En estas condiciones, el número total de bajas, según las más optimistas apreciaciones, se elevó a seis mil al final de la batalla. Para una fuerza de diez mil hombres, como me parece que ya he indicado, el número parece quizá excesivo, pero, a poco que reflexionemos sobre datos oficiales, de garantía probada, esta cifra (¡seis mil bajas de diez mil hombres!), quizá resulte optimista. Los datos a que me refiero están tomados de los partes diarios de la Sanidad del Ejército de Maniobra y arrojan un total, entre las tres Brigadas (Una, Nueve y Cien), de dos mil quinientos cuarenta y siete bajas, según detalle que le adjunto.
El total de bajas es, pues, de dos mil quinientos cuarenta y siete. Ahora bien, si estimamos que el número de enfermos era casi tan grande como el de heridos, podemos calcular, por bajo, dos mil enfermos. Si por otro lado tenemos en cuenta que, según el propio jefe de División, Líster, la mayor parte de las bajas eran muertos, no parece aventurado cifrar el número de éstos en dos o tres mil, digamos dos mil. Si a esto, finalmente, unimos un porcentaje pequeño, del orden de un diez por ciento, entre huidos del frente, desertores y prisioneros, nos quedamos en definitiva con el terrible hecho de que la Once División sufrió pérdidas superiores al setenta y cinco por ciento de sus efectivos. Es decir, que fue materialmente destrozada. »De lo que sí tenemos datos, que parecen exactos por proceder del mismo Líster, es de las pérdidas de jefes y oficiales, y éstas sí que no dejan ningún resquicio a la esperanza de que los cálculos hechos sean exagerados. Los datos son los siguientes: siete en el Estado Mayor divisionario; cinco en el escuadrón de Caballería; veintitrés en el Batallón Especial; cinco en la Sección de Antitanques; doscientos dos en la Primera Brigada; ciento sesenta y ocho en la Novena; doscientos seis en la Cien, y más de cuarenta comisarios.
Fuente:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... vision.htm
pd: espero que no me denuncien por derechos de autor.
Testigo directo en Brunete
Un teniente de la 11 División
Publicado por Historia y Vida nº 50. 1972
No, Brunete no fue para nosotros, los leales a la República, una derrota. Atacamos y nos contuvieron, eso es todo.
-Pero ustedes pensaban cercar las tropas nacionales que asediaban Madrid por el Oeste y por el Sur, y no lo consiguieron.
-Cierto. No lo conseguimos, pero los nacionales habían fallado, poco antes, en dos intentos análogos en el Jarama y en Guadalajara. ¿Cuántas veces se consigue en la guerra el objetivo propuesto?
Soldados de la 11, descansando a la fresca en Brunete.
-¿Por qué se detuvieron ustedes en Brunete? ¿Por qué no siguieron?
-Hombre... Ese es un problema complejo. A Brunete llegamos a las seis de la mañana. A las siete y media, el pueblo estaba ocupado. Sabíamos que había poca gente, pero nos sorprendió la falta de resistencia. Entró en el pueblo la Brigada Cien, recientemente constituida, mientras que la Primera esperaba al Norte, dispuesta a intervenir si era necesario. La Novena, por su parte, desbordó el pueblo por el Este y se detuvo. El paso siguiente había de ser, como es sabido, alcanzar el puente de la carretera de Villaviciosa; pero este cambio de frente no podíamos hacerlo con garantía de éxito, hasta que no estuviese asegurado el flanco derecho. Para ello se mandó un Batallón de la Brigada Cien a Sevilla la Nueva y Navalcarnero. Mientras se realizaron estos preparativos, la Brigada Nueve no se movió. Cuando quiso hacerlo se encontró con el enemigo. Hubo un forcejeo inicial y se llegó a la conclusión de que había que lograr el paso aplastando la resistencia. Se lanzó un ataque que no tuvo éxito. Faltaba fuego, pero la artillería y los tanques estaban en Quijorna, con el «Campesino», rebotando una y otra vez contra la resistencia del enemigo. Por la tarde, el problema se complicó notablemente. Nuestro Batallón de Sevilla la Nueva había sido rechazado por fuerzas superiores, y, además, moros, que minaron bastante la moral de los recién incorporados reclutas de la Cien Brigada. Por otra parte, sobre la carretera a San Martín de Valdeiglesias también encontramos enemigos, cerca de Brunete; legionarios en este caso. Con estos antecedentes se emplearon al día siguiente seis Batallones en romper la línea enemiga, pero no fue bastante; faltaba fuego. El enemigo, para ese día, había recibido refuerzos considerables, además de artillería. Nos paró, pero ya no porque intervinieran los santos, como se ha dicho por ahí, sino porque reunieron en un día tanta gente como la que podíamos dedicar a atacarles, y eso sin tener seguras nuestras líneas de comunicaciones con la retaguardia, lo que nos obligaba a mantener en cualquier caso una fuerte reserva.
El Campensino despachándose a gusto con los novatos de la 101 BM
-Perdida la oportunidad inicial de llegar al Guadarrama, siguiendo la carretera de Villaviciosa, ¿cómo ve usted el problema de la lucha en su sector en los días siguientes?
-Podemos establecer tres períodos: ofensiva nuestra, neutralización y ofensiva enemiga... Nuestra ofensiva no puede lanzarse en serio hasta que no recibimos los tanques que tenía el «Campesino» frente a Quijorna, ya que las dos compañías que habían de actuar con las dos Divisiones de primera línea -la Once y la Cuarenta y seis- son dadas a la que opera en el flanco derecho. La artillería la recibimos el día siete y, el mismo día ocho, montamos un fortísimo ataque con seis Batallones. Insistimos al día siguiente, ya con algunos tanques, y logramos copar una compañía, pero no abrirnos camino. La resistencia se había endurecido. Según informaciones muy comprobadas, teníamos enfrente cuatro Batallones en primera línea y había reservas que serían empleadas. El día diez, y sobre todo el once, hacemos un gran esfuerzo que sólo logra mejorar nuestra línea de contacto, pero no el ansiado paso a Villaviciosa. La neutralización se extiende a lo largo de dos períodos de tiempo: el primero, del doce al diecisiete; el segundo, del diecinueve al veintitrés. El primero de ellos es el resultado de la paralización de nuestro ataque. El segundo es consecuencia de la detención del primer contraataque general enemigo. La ofensiva enemiga tiene también dos partes: la parcial, del día dieciocho, que fue detenida, y la general de los días veinticuatro y veinticinco, que rompió nuestras líneas.
Asensio se fuma un cigarrito a la sombra...
-¿En qué estado se encontraban sus fuerzas los días que precedieron a los contraataques nacionales?
-Nuestros intentos de ruptura los días ocho, nueve, diez y once nos costaron un importante número de bajas, pero supongo que al enemigo le saldría aún más caro. Pero el ataque de éste, el día dieciocho, elevó nuestras pérdidas, en números redondos, a unos cinco mil hombres, aproximadamente, la mitad de los efectivos iniciales de la División; la mayor parte muertos, dadas las especiales y duras condiciones del combate. De esta manera, el día veinticuatro contábamos en Brunete con menos de cinco mil hombres de la División, reforzados con cuatro Batallones de la División Treinta y cinco (dos de la Once Brigada Internacional y dos de la Ciento ocho Brigada), todos ellos muy mermados en sus efectivos.
Panorámica tras la batalla.
-¿Por qué cayó Brunete?
-Brunete cayó por desbordamiento. El día dieciocho habíamos perdido una posición esencial para su defensa, un cerro que se eleva como a dos kilómetros al Este, cota seiscientos sesenta. Con esta altura como base de partida, y aprovechando que la Dieciséis Brigada Mixta, que estaba a nuestra izquierda, retrocedió, el enemigo avanzó profundamente en nuestro flanco Este con evidente peligro de embolsarnos. Centramos entonces la defensa un poco más al Norte, sobre el cementerio y Brunete, y sus ruinas cambiaron varias veces de manos, para acabar por la noche en las del enemigo.
-Se ha hablado de que la Catorce División, formada poco antes con las Brigadas Setenta y Noventa y ocho, había de relevar a la Once en sus posiciones. ¿Por qué no sucedió así?
-El porqué, no lo sé. Lo que sí puedo afirmar es que el relevo había sido prometido a nuestro jefe por el general Miaja, que mandaba el Ejército de Maniobra. Parece ser que se quería relevar a las dos Divisiones de primera línea por las dos de reserva formadas durante la batalla. La División de «El Campesino», la Cuarenta y seis, fue relevada, en efecto, por la División Durán en la noche del día veintidós. La Catorce tenía que relevar a la nuestra en la noche del veinticuatro, pero el ataque enemigo lo impidió.
-¿Cree usted que las cosas hubieran ocurrido de otra manera si la Once División hubiera sido relevada a tiempo?
-Es imposible saberlo, pero no cabe duda de que donde se metió gente nueva, en el sector de Quijorna, no logró nada el enemigo. Claro que en nuestro flanco izquierdo se vino abajo la Dieciséis Brigada, y por ese boquete se hubiera podido también derrumbar la Catorce, como se derrumbó la Once.
-¿Por qué no fue efectivo el contraataque de la Catorce División?
-En el contraataque de la Catorce División hay que distinguir dos partes. En la primera, obtuvo cierto éxito, que impidió que el avance enemigo, desde el Guadarrama, llegara a desbordar Villanueva de la Cañada. En la segunda, se vio contenida por las fuerzas de la Trece División enemiga, que avanzaba rápidamente a lo largo de la carretera al pueblo citado. Fue entonces cuando la Catorce en masa se acogió al abrigo del bosque al norte de Brunete, bien para establecer una línea defensiva, bien para realizar un nuevo contraataque de conjunto. Pero la aviación enemiga se dio cuenta de su situación y la aplastó materialmente con una serie de bombardeos durísimos.
La torre de la Iglesia.
-¿Es cierto, como se ha dicho, que hubo pánico, que las unidades huían en masa hacia la retaguardia, que sólo mediante el enérgico empleo de tropas blindadas y de caballería se pudo contener la retirada?
-Sí, es cierto... La Catorce, agobiada por un bombardeo que duró varias horas y arrasó la zona en que se encontraba, abandonó desordenadamente la línea y se dirigió a retaguardia. La Once, reducida a poco más de un cuarto de sus efectivos, hizo lo que pudo para conservar sus posiciones sobre la loma del cementerio, pero la huida de los otros la obligó a replegarse hacia el Norte para ocupar y perfeccionar unas fortificaciones en las inmediaciones de Villanueva de la Cañada. El ataque enemigo, una vez más, fue contenido por los hombres de la Once en la zona de mayor peligro y a pesar de que el Dieciocho Cuerpo de Ejército se había derrumbado en nuestro flanco izquierdo, y la Catorce División en nuestra retaguardia.
Las marquesas Larios, capturadas en Brunete, ponen cara de circunstancias mientras la prensa madrileña las entrevista, y el Comisario que las vigila sonríe con aires de que aquí no pasa nada. Las canjearon.
-¿Podría darnos una idea más concreta de las bajas sufridas por la División en los veinte días de lucha en Brunete?
-Hablar de bajas es siempre difícil... En el caso de esta batalla lo es aún más, porque hubo un momento en el que todo falló y ni siquiera pudo atenderse a su recogida y clasificación. No faltaron los desertores, hubo prisioneros y los enfermos igualaron en número a los heridos. Entre los enfermos hubo casos patéticos de trastornos psíquicos como consecuencia de la notable tensión nerviosa de aquellos inolvidables veinte días. También las enfermedades gastrointestinales dieron un elevado número de bajas. Había hombres que se vaciaban literalmente en una colitis imposible de cortar. En estas condiciones, el número total de bajas, según las más optimistas apreciaciones, se elevó a seis mil al final de la batalla. Para una fuerza de diez mil hombres, como me parece que ya he indicado, el número parece quizá excesivo, pero, a poco que reflexionemos sobre datos oficiales, de garantía probada, esta cifra (¡seis mil bajas de diez mil hombres!), quizá resulte optimista. Los datos a que me refiero están tomados de los partes diarios de la Sanidad del Ejército de Maniobra y arrojan un total, entre las tres Brigadas (Una, Nueve y Cien), de dos mil quinientos cuarenta y siete bajas, según detalle que le adjunto.
El total de bajas es, pues, de dos mil quinientos cuarenta y siete. Ahora bien, si estimamos que el número de enfermos era casi tan grande como el de heridos, podemos calcular, por bajo, dos mil enfermos. Si por otro lado tenemos en cuenta que, según el propio jefe de División, Líster, la mayor parte de las bajas eran muertos, no parece aventurado cifrar el número de éstos en dos o tres mil, digamos dos mil. Si a esto, finalmente, unimos un porcentaje pequeño, del orden de un diez por ciento, entre huidos del frente, desertores y prisioneros, nos quedamos en definitiva con el terrible hecho de que la Once División sufrió pérdidas superiores al setenta y cinco por ciento de sus efectivos. Es decir, que fue materialmente destrozada. »De lo que sí tenemos datos, que parecen exactos por proceder del mismo Líster, es de las pérdidas de jefes y oficiales, y éstas sí que no dejan ningún resquicio a la esperanza de que los cálculos hechos sean exagerados. Los datos son los siguientes: siete en el Estado Mayor divisionario; cinco en el escuadrón de Caballería; veintitrés en el Batallón Especial; cinco en la Sección de Antitanques; doscientos dos en la Primera Brigada; ciento sesenta y ocho en la Novena; doscientos seis en la Cien, y más de cuarenta comisarios.
Fuente:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... vision.htm
pd: espero que no me denuncien por derechos de autor.
Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
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Historia y Vida. Extra número 4, 1974
LA CNT ACUERDA SUBLEVARSE CONTRA EL DOCTOR NEGRIN
Gregorio Gallego
A finales de febrero de 1939 fui convocado para asistir a un pleno restringido de militantes de la CNT madrileña con el aviso de que «se trataba de un pleno muy importante en el que se tomarían acuerdos decisivos en relación con la guerra y la política del doctor Negrín. Recuerdo que, en principio, me mostré reacio a asistir a la reunión, y no porque no me interesaran los problemas orgánicos, sino más bien porque me agobiaban los problemas del frente. A la sazón era jefe accidental del Estado Mayor de la 50 Brigada Mixta, mandada por Alfonso Pérez, y me hallaba personalmente comprometido en el intenso plan de fortificaciones que se estaba realizando en el sector con vistas a la temida ofensiva enemiga. Prácticamente estábamos en estado de alerta, ya que tanto los observatorios propios, como los servicios de información de la 12 División y del IV Cuerpo de Ejército, acusaban movimiento inusitado de vehículos y concentración de fuerzas en la retaguardia enemiga.
Además del temible «achuchón» que nos amenazaba, existían otros motivos de alarma en los frentes. El derrotismo empezaba a hacer estragos en la moral de los combatientes republicanos. La pérdida de Cataluña, el fracaso de la ofensiva republicana en Extremadura y la vida trashumante del doctor Negrín y su Gobierno estimulaban cierto humorismo corrosivo en las trincheras. Por supuesto, nadie creía en la victoria. Los comisarios políticos se las veían y deseaban para contener la murmuración y la crítica. Las deserciones a la retaguardia o al enemigo estaban a la orden del día. Incluso se daban casos de insubordinación patentes, aunque hay que reconocer que la mayoría de soldados acataban disciplinadamente las órdenes de sus oficiales. Otro motivo de preocupación diaria era el abastecimiento. Intendencia empezaba a fallar. Las raciones eran escasísimas y había que valerse de mil tretas para obtener recursos complementarios en los pueblos de la retaguardia. Una labor penosa, porque los pueblos tampoco estaban sobrados de alimentos y había que librar verdaderas batallas con los alcaldes y encargados de las colectividades y, a veces, amenazarlos para que entregasen un poco de harina, unos corderos o el alimento que tenían para el ganado. Después de, haber comunicado por teléfono a los compañeros de Guadalajara que no asistiría al pleno, llegó Alfonso Pérez, jefe de la Brigada, y me dijo que Cipriano Mera y Feliciano Benito le habían insistido mucho para que no faltáramos a la reunión.
-¿No te han dicho de lo que se trata?
-Feliciano Benito me ha dicho que es orden de Val y que por la gravedad de los asuntos a tratar solamente han sido convocados los militantes de absoluta confianza...
Por primera vez en muchos meses hablé con mi jefe con entera confianza. La disciplina militar y el sentido de la jerarquía habían enfriado un tanto nuestras relaciones personales, pero en aquel momento volvimos a ser los compañeros de lucha sindical y comentamos con entera libertad la situación política y militar y la crisis a que nos veríamos abocados de un momento a otro. En el IV Cuerpo de Ejército se hablaba mucho por aquellos días de las conversaciones que Mera había tenido con el doctor Negrín y algunos de sus ministros. El «viejo» se mantenía impenetrable, pero todos sabíamos que no se había mordido la lengua al analizar las posibilidades de resistencia.
Manuel López ofrece un cuadro escalofriante de la solidaridad internacional para con la República.
Al día siguiente nos trasladamos a Madrid y poco antes de las 11 entrábamos en el salón de actos del Sindicato de Espectáculos Públicos, instalado en un palacete de la calle de Miguel Ángel. Los reunidos no pasábamos, de un centenar, pero allí estaban las planas mayores de los comités regionales y locales de la CNT, la FAI y las Juventudes Libertarias, los directores y algunos redactores de «CNT», «Castilla Libre» y «Frente Libertario», todos los secretarios de Sindicato y federaciones regionales. Entre los militares destacaba Cipriano Mera, con sus incondicionales Rafael Gutiérrez Caro, jefe de la 14 División, y Luzón, que mandaba la 70 Brigada; el todo poderoso «Comité Regional de Defensa» con su secretario, Eduardo Val, discretamente difuminado en la presidencia, junto a Gallego Crespo, secretario del Comité Regional, y Manuel López, secretario del subcomité nacional, con sede en Valencia, y a la sazón primer dirigente del Movimiento Libertario en la zona Centro-Sur. En el pleno se percibía cierta tensión y apremio. Faltaba el aire discursivo, polémico y hasta jocoso de las reuniones normales. Todos sabíamos poco más o menos de lo que se iba a tratar y la preocupación era unánime.
Abrió la sesión Gallego Crespo como secretario de la Confederación Regional del Centro y, casi sin preámbulo, cedió la palabra a Manuel López, hombre sobrio de gestos que poseía una rara capacidad de síntesis. Se le notaba enfermo y cansado. Murió tuberculoso a los pocos meses de terminada la guerra. Durante cerca de una hora habló en un. tono monótonamente informativo de las dificultades con que habían tropezado los tres compañeros comisionados por las organizaciones anarcosindicalistas de la zona Centro-Sur para ponerse en contacto con el comité nacional de la C.N.T., primero en Cataluña y después en Francia. Los componentes de la comisión eran Juan López, ex ministro de Comercio y cabeza visible de la corriente más moderada del sindicalismo; Manuel Amil, varias veces miembro del comité nacional de la CNT, dirigente nacional del Sindicato del Transporte y muy astuto y maniobrero en la lucha sindical; y Eduardo Val, dirigente del Sindicato Gastronómico y hombre de confianza de los grupos de defensa confederal. En aquel momento era el hombre más poderoso de la CNT a pesar de que apenas si era conocido fuera de ella. Manuel López informó extensamente de la situación de los refugiados en Francia, de las imprevisiones de nuestro Gobierno y del comportamiento de las autoridades francesas. Sin intención de dramatizar, nos ofreció un cuadro escalofriante de la solidaridad internacional. «Los socialistas, los comunistas y los masones -vino a decir-, cuentan en Francia con la tolerancia de las autoridades y la ayuda de sus camaradas franceses, pero nosotros no podemos contar con ninguna, porque los anarcosindicalistas franceses carecen de influencia». Para ilustrar la situación real de los millares de cenetistas que habían huido de Cataluña, nos relató la odisea de Marianet, secretario del comité nacional de la CNT, que vivía como un fugitivo para no ser detenido y encerrado en un campo de concentración. Con relación a la guerra, afirmó que teníamos que seguir hasta el final, pero no de cualquier manera, arrastrados por las falsas esperanzas del doctor Negrín y de los que pedían el sacrificio total del pueblo a una causa perdida, mientras ellos se preparaban la huida con todos los honores y con todos los tesoros».
Seguidamente relató algo que sacudió a los reunidos como una descarga eléctrica. En el avión que traía de Francia a Juan López, Eduardo Val y Manuel Amil, este último había sorprendido una conversación entre dos militares comunistas, según la cual el doctor Negrín proyectaba dar un golpe de Estado en la zona Centro-Sur y destituir a todos los mandos militares que no le fueran adictos. Aunque Manuel Amil tenía fama de receloso y aficionado a las intrigas, nadie puso en tela de juicio sus «escuchas». Gallego Crespo centró la discusión en un punto único: actitud de la CNT en el caso de que el doctor Negrín intentara hacerse con todo el poder de acuerdo con los comunistas.
Parte del Ejército y la Marina, con la CNT y contra Negrin.
Uno de los primeros en intervenir fue Manuel Salgado, que durante algún tiempo desempeñó el cargo de jefe de los Servicios Especiales del Ministerio de la Guerra y conocía bien los entresijos de los Estados Mayores. A Salgado fue a quien el general Miaja pidió ingresar en la CNT en 1936 y Salgado le respondió que "la CNT no tenía sindicatos de generales". Naturalmente, su intervención fue un alegato contra toda clase de dictaduras y afirmó que no éramos solamente nosotros los que estábamos en contra de los sueños dictatoriales del doctor Negrín, sino que también la mayoría de los republicanos y socialistas rechazaban el poder personal de un hombre incapaz de conducir la guerra y respetar los principios democráticos de la República. "Me consta -dijo con aire sibilino- que si tenemos la gallardía de hacerle frente, muchos jefes y oficiales del Ejército y de la Marina que todavía creen en una paz honrosa se pondrán de nuestra parte."
La intervención de Salgado provocó una gran polémica. No fueron pocos los que preguntaron qué significaba «una paz honrosa, ya que se daba por supuesto que Salgado actuaba como portavoz del Comité Regional de Defensa. Me parece que fue Ramos, un dirigente de la FAI, quien recogió la pelota lanzada por Salgado y la desmenuzó a dentelladas. «Para mí -dijo- la paz honrosa es sinónimo de traición o de claudicación y considero que no debemos tomarla en consideración. Es más, si el doctor Negrín y los comunistas son tan insensatos y se lanzan a la aventura dictatorial, más que una paz honrosa lo qué tenemos que pensar es en una muerte honrosa, porque todo se vendrá abajo.»
Antes de que Ramos terminase de hablar, el fogoso director de "CNT" tomó la palabra sin que nadie se la concediera y pronunció una de sus más exaltadas arengas anticomunistas. Con la mayor crudeza dijo que la guerra la teníamos perdida de cualquier manera y que si los comunistas se apoderaban del poder harían con nosotros la mayor escabechina que recuerda la historia.
-Peor será la que organicen los fascistas si nos enzarzamos nosotros en luchas intestinas -le interrumpió alguien.
Se produjo un pequeño tumulto entre los que creían peor a los comunistas que a los fascistas y viceversa. Pero García Pradas, que tenía buenos pulmones, siguió hablando exaltadamente con igual desprecio hacia los comunistas que hacia los fascistas. Embriagado de retórica heroica, llegó a decir que, como depositarios de los principios libertarios, no nos quedaba más remedio que destruir las pretensiones dictatoriales de los comunistas, primero, y después .«mellar la espada de Franco con nuestros pescuezos». Esta frase se la volvería a oír cuando ya todo estaba perdido y la Junta de Casado luchaba denodadamente por obtener un período de tregua para organizar la huida.
Como era de esperar, el pleno acordó por abrumadora mayoría rechazar cualquier tipo de dictadura. A tal fin, los comités del Movimiento Libertario recibían un voto de confianza y quedaban facultados para establecer compromisos y alianzas con las fuerzas antifascistas que se mantuvieran fieles a los principios democráticos.
Terminado el pleno, los militares fuimos convocados al Comité Regional de Defensa, en la calle Serrano, para recibir instrucciones más concretas. Después de comer nos reunimos en el despacho de Eduardo Val una veintena de jefes y oficiales.
El hombre que «Pasionaria» califica con su habitual superficialidad y sectarismo de «personaje oscuro y siniestro» nos informó detalladamente de los proyectos del doctor Negrín y de sus entrevistas con los jefes militares y las autoridades de la zona Centro-Sur con la mayor objetividad. Al parecer, tanto los grandes jefes militares como los dirigentes políticos consideraban que habíamos llegado al límite de la resistencia y se mostraban contrarios a provocar situaciones catastróficas.
-Yo, personalmente -dijo considero tan estúpido el numantismo como el entreguismo, por lo cual creo que lo más importante es mantener unido el frente antifascista. Pero si Negrín se lía la manta a la cabeza y entrega el poder militar a los mandos comunistas que perdieron la batalla de Cataluña después de haber machacado a la CNT y a los catalanistas, recibirá la respuesta que merece, aunque luego tengamos que lamentarlo todos.
Seguidamente nos dijo que debíamos permanecer pendientes del parte de guerra emitido por Unión Radio a las doce de la noche.
-Inmediatamente que oigáis que se ha constituido una Junta para luchar contra Negrin, apoderaos del mando de las unidades y destituir o encerrar a los negrinistas sin la menor vacilación. A partir de ese momento todo el Movimiento Libertario debe considerarse en pie de guerra.
Pocos días después los acuerdos de aquel pleno se cumplían a rajatabla.
Bibliografia:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... ubleva.htm
LA CNT ACUERDA SUBLEVARSE CONTRA EL DOCTOR NEGRIN
Gregorio Gallego
A finales de febrero de 1939 fui convocado para asistir a un pleno restringido de militantes de la CNT madrileña con el aviso de que «se trataba de un pleno muy importante en el que se tomarían acuerdos decisivos en relación con la guerra y la política del doctor Negrín. Recuerdo que, en principio, me mostré reacio a asistir a la reunión, y no porque no me interesaran los problemas orgánicos, sino más bien porque me agobiaban los problemas del frente. A la sazón era jefe accidental del Estado Mayor de la 50 Brigada Mixta, mandada por Alfonso Pérez, y me hallaba personalmente comprometido en el intenso plan de fortificaciones que se estaba realizando en el sector con vistas a la temida ofensiva enemiga. Prácticamente estábamos en estado de alerta, ya que tanto los observatorios propios, como los servicios de información de la 12 División y del IV Cuerpo de Ejército, acusaban movimiento inusitado de vehículos y concentración de fuerzas en la retaguardia enemiga.
Además del temible «achuchón» que nos amenazaba, existían otros motivos de alarma en los frentes. El derrotismo empezaba a hacer estragos en la moral de los combatientes republicanos. La pérdida de Cataluña, el fracaso de la ofensiva republicana en Extremadura y la vida trashumante del doctor Negrín y su Gobierno estimulaban cierto humorismo corrosivo en las trincheras. Por supuesto, nadie creía en la victoria. Los comisarios políticos se las veían y deseaban para contener la murmuración y la crítica. Las deserciones a la retaguardia o al enemigo estaban a la orden del día. Incluso se daban casos de insubordinación patentes, aunque hay que reconocer que la mayoría de soldados acataban disciplinadamente las órdenes de sus oficiales. Otro motivo de preocupación diaria era el abastecimiento. Intendencia empezaba a fallar. Las raciones eran escasísimas y había que valerse de mil tretas para obtener recursos complementarios en los pueblos de la retaguardia. Una labor penosa, porque los pueblos tampoco estaban sobrados de alimentos y había que librar verdaderas batallas con los alcaldes y encargados de las colectividades y, a veces, amenazarlos para que entregasen un poco de harina, unos corderos o el alimento que tenían para el ganado. Después de, haber comunicado por teléfono a los compañeros de Guadalajara que no asistiría al pleno, llegó Alfonso Pérez, jefe de la Brigada, y me dijo que Cipriano Mera y Feliciano Benito le habían insistido mucho para que no faltáramos a la reunión.
-¿No te han dicho de lo que se trata?
-Feliciano Benito me ha dicho que es orden de Val y que por la gravedad de los asuntos a tratar solamente han sido convocados los militantes de absoluta confianza...
Por primera vez en muchos meses hablé con mi jefe con entera confianza. La disciplina militar y el sentido de la jerarquía habían enfriado un tanto nuestras relaciones personales, pero en aquel momento volvimos a ser los compañeros de lucha sindical y comentamos con entera libertad la situación política y militar y la crisis a que nos veríamos abocados de un momento a otro. En el IV Cuerpo de Ejército se hablaba mucho por aquellos días de las conversaciones que Mera había tenido con el doctor Negrín y algunos de sus ministros. El «viejo» se mantenía impenetrable, pero todos sabíamos que no se había mordido la lengua al analizar las posibilidades de resistencia.
Manuel López ofrece un cuadro escalofriante de la solidaridad internacional para con la República.
Al día siguiente nos trasladamos a Madrid y poco antes de las 11 entrábamos en el salón de actos del Sindicato de Espectáculos Públicos, instalado en un palacete de la calle de Miguel Ángel. Los reunidos no pasábamos, de un centenar, pero allí estaban las planas mayores de los comités regionales y locales de la CNT, la FAI y las Juventudes Libertarias, los directores y algunos redactores de «CNT», «Castilla Libre» y «Frente Libertario», todos los secretarios de Sindicato y federaciones regionales. Entre los militares destacaba Cipriano Mera, con sus incondicionales Rafael Gutiérrez Caro, jefe de la 14 División, y Luzón, que mandaba la 70 Brigada; el todo poderoso «Comité Regional de Defensa» con su secretario, Eduardo Val, discretamente difuminado en la presidencia, junto a Gallego Crespo, secretario del Comité Regional, y Manuel López, secretario del subcomité nacional, con sede en Valencia, y a la sazón primer dirigente del Movimiento Libertario en la zona Centro-Sur. En el pleno se percibía cierta tensión y apremio. Faltaba el aire discursivo, polémico y hasta jocoso de las reuniones normales. Todos sabíamos poco más o menos de lo que se iba a tratar y la preocupación era unánime.
Abrió la sesión Gallego Crespo como secretario de la Confederación Regional del Centro y, casi sin preámbulo, cedió la palabra a Manuel López, hombre sobrio de gestos que poseía una rara capacidad de síntesis. Se le notaba enfermo y cansado. Murió tuberculoso a los pocos meses de terminada la guerra. Durante cerca de una hora habló en un. tono monótonamente informativo de las dificultades con que habían tropezado los tres compañeros comisionados por las organizaciones anarcosindicalistas de la zona Centro-Sur para ponerse en contacto con el comité nacional de la C.N.T., primero en Cataluña y después en Francia. Los componentes de la comisión eran Juan López, ex ministro de Comercio y cabeza visible de la corriente más moderada del sindicalismo; Manuel Amil, varias veces miembro del comité nacional de la CNT, dirigente nacional del Sindicato del Transporte y muy astuto y maniobrero en la lucha sindical; y Eduardo Val, dirigente del Sindicato Gastronómico y hombre de confianza de los grupos de defensa confederal. En aquel momento era el hombre más poderoso de la CNT a pesar de que apenas si era conocido fuera de ella. Manuel López informó extensamente de la situación de los refugiados en Francia, de las imprevisiones de nuestro Gobierno y del comportamiento de las autoridades francesas. Sin intención de dramatizar, nos ofreció un cuadro escalofriante de la solidaridad internacional. «Los socialistas, los comunistas y los masones -vino a decir-, cuentan en Francia con la tolerancia de las autoridades y la ayuda de sus camaradas franceses, pero nosotros no podemos contar con ninguna, porque los anarcosindicalistas franceses carecen de influencia». Para ilustrar la situación real de los millares de cenetistas que habían huido de Cataluña, nos relató la odisea de Marianet, secretario del comité nacional de la CNT, que vivía como un fugitivo para no ser detenido y encerrado en un campo de concentración. Con relación a la guerra, afirmó que teníamos que seguir hasta el final, pero no de cualquier manera, arrastrados por las falsas esperanzas del doctor Negrín y de los que pedían el sacrificio total del pueblo a una causa perdida, mientras ellos se preparaban la huida con todos los honores y con todos los tesoros».
Seguidamente relató algo que sacudió a los reunidos como una descarga eléctrica. En el avión que traía de Francia a Juan López, Eduardo Val y Manuel Amil, este último había sorprendido una conversación entre dos militares comunistas, según la cual el doctor Negrín proyectaba dar un golpe de Estado en la zona Centro-Sur y destituir a todos los mandos militares que no le fueran adictos. Aunque Manuel Amil tenía fama de receloso y aficionado a las intrigas, nadie puso en tela de juicio sus «escuchas». Gallego Crespo centró la discusión en un punto único: actitud de la CNT en el caso de que el doctor Negrín intentara hacerse con todo el poder de acuerdo con los comunistas.
Parte del Ejército y la Marina, con la CNT y contra Negrin.
Uno de los primeros en intervenir fue Manuel Salgado, que durante algún tiempo desempeñó el cargo de jefe de los Servicios Especiales del Ministerio de la Guerra y conocía bien los entresijos de los Estados Mayores. A Salgado fue a quien el general Miaja pidió ingresar en la CNT en 1936 y Salgado le respondió que "la CNT no tenía sindicatos de generales". Naturalmente, su intervención fue un alegato contra toda clase de dictaduras y afirmó que no éramos solamente nosotros los que estábamos en contra de los sueños dictatoriales del doctor Negrín, sino que también la mayoría de los republicanos y socialistas rechazaban el poder personal de un hombre incapaz de conducir la guerra y respetar los principios democráticos de la República. "Me consta -dijo con aire sibilino- que si tenemos la gallardía de hacerle frente, muchos jefes y oficiales del Ejército y de la Marina que todavía creen en una paz honrosa se pondrán de nuestra parte."
La intervención de Salgado provocó una gran polémica. No fueron pocos los que preguntaron qué significaba «una paz honrosa, ya que se daba por supuesto que Salgado actuaba como portavoz del Comité Regional de Defensa. Me parece que fue Ramos, un dirigente de la FAI, quien recogió la pelota lanzada por Salgado y la desmenuzó a dentelladas. «Para mí -dijo- la paz honrosa es sinónimo de traición o de claudicación y considero que no debemos tomarla en consideración. Es más, si el doctor Negrín y los comunistas son tan insensatos y se lanzan a la aventura dictatorial, más que una paz honrosa lo qué tenemos que pensar es en una muerte honrosa, porque todo se vendrá abajo.»
Antes de que Ramos terminase de hablar, el fogoso director de "CNT" tomó la palabra sin que nadie se la concediera y pronunció una de sus más exaltadas arengas anticomunistas. Con la mayor crudeza dijo que la guerra la teníamos perdida de cualquier manera y que si los comunistas se apoderaban del poder harían con nosotros la mayor escabechina que recuerda la historia.
-Peor será la que organicen los fascistas si nos enzarzamos nosotros en luchas intestinas -le interrumpió alguien.
Se produjo un pequeño tumulto entre los que creían peor a los comunistas que a los fascistas y viceversa. Pero García Pradas, que tenía buenos pulmones, siguió hablando exaltadamente con igual desprecio hacia los comunistas que hacia los fascistas. Embriagado de retórica heroica, llegó a decir que, como depositarios de los principios libertarios, no nos quedaba más remedio que destruir las pretensiones dictatoriales de los comunistas, primero, y después .«mellar la espada de Franco con nuestros pescuezos». Esta frase se la volvería a oír cuando ya todo estaba perdido y la Junta de Casado luchaba denodadamente por obtener un período de tregua para organizar la huida.
Como era de esperar, el pleno acordó por abrumadora mayoría rechazar cualquier tipo de dictadura. A tal fin, los comités del Movimiento Libertario recibían un voto de confianza y quedaban facultados para establecer compromisos y alianzas con las fuerzas antifascistas que se mantuvieran fieles a los principios democráticos.
Terminado el pleno, los militares fuimos convocados al Comité Regional de Defensa, en la calle Serrano, para recibir instrucciones más concretas. Después de comer nos reunimos en el despacho de Eduardo Val una veintena de jefes y oficiales.
El hombre que «Pasionaria» califica con su habitual superficialidad y sectarismo de «personaje oscuro y siniestro» nos informó detalladamente de los proyectos del doctor Negrín y de sus entrevistas con los jefes militares y las autoridades de la zona Centro-Sur con la mayor objetividad. Al parecer, tanto los grandes jefes militares como los dirigentes políticos consideraban que habíamos llegado al límite de la resistencia y se mostraban contrarios a provocar situaciones catastróficas.
-Yo, personalmente -dijo considero tan estúpido el numantismo como el entreguismo, por lo cual creo que lo más importante es mantener unido el frente antifascista. Pero si Negrín se lía la manta a la cabeza y entrega el poder militar a los mandos comunistas que perdieron la batalla de Cataluña después de haber machacado a la CNT y a los catalanistas, recibirá la respuesta que merece, aunque luego tengamos que lamentarlo todos.
Seguidamente nos dijo que debíamos permanecer pendientes del parte de guerra emitido por Unión Radio a las doce de la noche.
-Inmediatamente que oigáis que se ha constituido una Junta para luchar contra Negrin, apoderaos del mando de las unidades y destituir o encerrar a los negrinistas sin la menor vacilación. A partir de ese momento todo el Movimiento Libertario debe considerarse en pie de guerra.
Pocos días después los acuerdos de aquel pleno se cumplían a rajatabla.
Bibliografia:
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Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
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Monografías Beecham
Experiencia personal en un hospital quirúrgico de primera línea durante nuestra guerra civil.
DR. MANUEL PICARDO CASTELLÓN
Académico corresponsal de la Real Academia de Medicina de Valencia.
De la Sociedad Española de Médicos Escritores
A MANERA DE PROLOGO
El título de esta modesta recopilación de recuerdos iba a ser: «La cirugía en un hospital de primera línea durante nuestra guerra civil», pero me pareció un tanto presuntuoso y quizá desproporcionado a mis conocimientos y mis propósitos. Otra cosa sería si el que redacta estas cuartillas fuese -pongo por caso- un teniente coronel de la Sanidad Militar, que, al comenzar nuestra guerra, llevase tras sí la experiencia de haber hecho la campaña de Marruecos y posteriormente actuado en un hospital militar; entonces sí que estaría más que autorizado para hablar en extensión de la misión específica y todo lo concerniente a los hospitales de primera línea.
Por ello, me pareció prudente limitarme a referir lo que he visto y trabajado en el hospital de primera línea en que desarrollé mi actividad, contentándome, por tanto, con hablar tan sólo de mi experiencia y no del vasto campo de la cirugía en esos hospitales, antes llamados «de sangre».
PROPÓSITOS Y ANTECEDENTES
Es mi deseo que esto no tenga de autobiográfico más de lo indispensable, ni tienda a lo intrascendente y anecdótico. Relatar lo vivido, sin pretender juzgar hechos, ni conductas..., tal es lo que pretende aquel muchacho que terminó la carrera en Madrid en 1934 y al que pilló el 18 de julio del 36, después de haber sido alumno interno de cirugía en el Hospital Provincial, en el puesto de médico de guardia e interno, en dicho Provincial y en el Hospital Clínico de San Carlos. Mi única y modesta experiencia en heridos de guerra la tuve en la sala 21 del Provincial, con el jefe del Servicio, doctor don Jacinto Segovia Caballero, que por pertenecer al Partido Socialista tuvo dicha sala llena de heridos propiamente de guerra, enviados directamente desde Asturias cuando la Revolución del año 1934.
El hecho de estar durante el verano el Hospital Clínico cerrado y de que, en el Provincial, la mitad del personal, tanto de profesores como de internos, estuvieran de vacaciones (pues entonces no existían los «jefes clínicos»), hizo que, desde los primeros momentos, los médicos internos -por orden de la dirección- nos tuviéramos que hacer cargo de salas enteras llenas de heridos (de 40 a 50 camas) bajo nuestra única responsabilidad, sin ayuda ni asesoramiento (por lo menos en mi caso) del jefe del Servicio, ya que el doctor Segovia fue nombrado secretario del Comité Central de la Cruz Roja Española y, el día 8 de agosto de 1936, director del Hospital Central de la Institución. Además, a los pocos días, viajó a París, donde permaneció un tiempo prolongado, para gestionar la adquisición de material quirúrgico y sanitario, pasando poco después a dirigir un equipo quirúrgico de la Sanidad de Carabineros (actuando en la Batalla de Guadalajara). Por otra parte, nuestra misión quirúrgica en el Provincial era intensa, pues, desde los primeros momentos, el Provincial -dada la proximidad de los frentes- actuaba, de hecho, como hospital de primera línea (teníamos sacos terreros en las ventanas de los quirófanos del segundo piso): Recibíamos los heridos directamente de la Sierra del Guadarrama, de la retirada de Extremadura, de Toledo, de los barrios periféricos de Madrid, los Carabancheles, Casa de Campo, barrios de Usera y Argüelles, Ciudad Universitaria, etcétera.
Posteriormente, al militarizarse los hospitales civiles de la capital, al Provincial (Hospital Militar núm. 4) fue destinado como director mi maestro, el profesor Cardenal, que comenzó a divulgar en los diversos servicios lo que desde el primer momento implantó en el suyo, asepsia rigurosa, intervención sistemática de Friedrich y cierre parcial de las heridas si el intervalo entre herida e intervención era menor de siete u ocho horas; taponamiento o drenaje-declive (si se consideraba necesario), supresión de lavados, curas húmedas o líquido de Dakin, mejorando con todo ello, en poco tiempo, el estado y la evolución de las heridas, en líneas generales. Con este escaso, aunque suficiente, bagaje fui nombrado por la «Jefatura de Sanidad de) Ejército del Centro», en junio de 1937, cirujano jefe del Equipo Quirúrgico de la 11 División; equipo que había quedado «acéfalo», pues su jefe se «pasó» a las líneas de enfrente durante los combates del Jarama; por todo ello no pude conjuntar un equipo a mi gusto, sino que hube de acoplarme al personal que quedó (después de que hubiera sido convenientemente depurado).
JEFE DEL EQUIPO QUIRURGICO «A» DE LA 11 DIVISION
Dicha División, destinada en el frente de Madrid, estaba formada por las Primera y Novena Brigadas Mixtas y era la continuación militar de la primera unidad de choque creada en Madrid con el nombre de «5.° Regimiento de Milicias Populares», que, al mando de Enrique Líster, estaba integrada por los batallones: El Batallón Thaelman, el Batallón Cruz, el Batallón Heredia, y El Batallón José Díaz. No quisiera extenderme en la organización sanitaria de la División ni de las brigadas, que contaba con los médicos de batallón y su personal auxiliar de sanitarios y camilleros. Más atrás del puesto del batallón, más resguardado y en lugar apropiado, estaba el puesto de clasificación y triaje de cada brigada, para recibir las evacuaciones de los batallones; solía estar en tiendas de campaña o algún caserío aislado y tener un buen camino o carretera para evacuar. Para su instalación había que contar con una zanja-refugio y un camuflaje conveniente, así como disponer de unos cobertizos de ramajes y arbolado para ambulancias y vehículos.
En este puesto de triaje se iban reuniendo los heridos, a los que se rectificaban o completaban curas, torniquetes o inmovilizaciones; se administraban sueros, tónicos o calmantes y se extendían o completaban los partes de evacuación, con el diagnóstico, la hora de herida, la medicación empleada, la forma en que debía hacerse la evacuación, etcétera.
Las ambulancias rápidas, que eran las que traían a los heridos graves a nuestro hospital de primera línea, estaban hechas en los talleres mecánicos divisionarios utilizando un chasis de un turismo (generalmente «camuflado» en la calle) y llevaban dos camillas, una sobre otra, el conductor y un sanitario.
Al clasificar los heridos en el puesto de triaje de la brigada (un recuerdo para los doctores Torres y Fajardo), a nuestro hospital se enviaban tan sólo:
1. Los heridos penetrantes de vientre o con sospecha de serlo.
2. Los heridos penetrantes de tórax.
3. Los heridos de cráneo con cuadro de compresión o hemorragia.
4. Los heridos de miembros con cuadro de shock o hemorragia.
5. Los grandes quemados con shock.
6. Los heridos con graves cuadros de shock o problemas respiratorios; por ejemplo, heridos de cara, rostro y cuello.
Los demás heridos eran transportados a los hospitales base en grandes ambulancias, en camillas o sentados, y los más leves, en autobuses.
Desgraciadamente, la presencia cada vez más constante de la aviación enemiga sobre las líneas propias y de comunicación con la retaguardia hacían prácticamente imposible las evacuaciones durante las horas del día, ya que los cazas disparaban contra cualquier vehículo que transitase por detrás de las líneas de fuego, por lo que en muchas ocasiones los heridos debían esperar hasta el anochecer para poder ser evacuados, con la agravación que en el pronóstico representaba esa demora de horas.
Hospital de primera línea; había sólo uno por División, y lo principal y fundamental de su misión podía resumirse en estos tres postulados:
1.° Debía estar situado, dentro de unas condiciones mínimas de seguridad, lo más próximo posible a la línea de fuego, para que los heridos pudieran ser atendidos cuanto antes.
2.° Debía estar dotado de los medios y personal suficientes para que las intervenciones que en él se realizasen pudiesen considerarse como «definitivas»; o sea, que no se trataba de realizar una cura más o menos perfecta, sino que la operación debía ser lo más completa, radical y total.
3.° Que los heridos ya operados y que se encontrasen en condiciones de ser evacuados lo fueran con las suficientes garantías, para terminar su período de curación y recuperación en los hospitales base o en algún hospital especializado en su dolencia, ya que, como estos hospitales de primera línea tienen, por necesidad, un número reducido de camas, los ya operados han de hacer en ellos hospitalizaciones breves para dejar sus camas libres y poder así estar en disposición de recibir y atender nuevos heridos urgentes.
De lo dicho se deduce que lo fundamental de la misión de un hospital de primera línea es que sea capaz de ofrecer a los heridos un tratamiento quirúrgico completo y eficiente y la perfecta organización de sus evacuaciones.
La guerra del Vietnam ha demostrado estos extremos, pues aparte del inmenso progreso de la técnica, medicación, recuperación, etcétera, ha contribuido enormemente a la mejoría de los resultados la evacuación en helicópteros (convertidos en centros de reanimación) a los pocos minutos de producirse la herida, desde las inmediaciones del frente de combate directamente a un «hospital especializado».
Hablemos, en primer lugar, de la organización de nuestro hospital y más tarde de su funcionamiento.
De transportes, no teníamos más que un gran autobús -como material propio destinado a los desplazamientos del personal sanitario.
Para nuestros forzosos y continuos traslados nos enviaban, del cuerpo del tren divisionario, los camiones precisos (de aquellos «rusos» pintados de verde), uno para material de cocina y despensa, otro para la farmacia (ya que el hospital avanzado distribuía el suministro y abastecimiento sanitario necesario para brigadas y batallones), varios camiones para las camas de la dotación hospitalaria, colchones, mantas y ropa en general; otros para el material de quirófanos, curas, desinfección, esterilización, desinsectación, etcétera. A uno se enganchaba un remolque con un grupo electrógeno que nos suministraba fluido y luz.
A esto se sumaban las ambulancias precisas para la evacuación de los heridos hospitalizados que nos enviaba el parque sanitario de la División.
Solíamos actuar sólo los dos equipos quirúrgicos divisionarios, el del doctor Mateo Gallego y el mío, y llevábamos varias mesas de operaciones para facilitar el trabajo. El material de quirófano constaba de lámparas, focos auxiliares, dos esterilizadores Poupinell, hervidores, mesas para instrumental, autoclaves, cajas de instrumental, etcétera; aparte de ello, cada equipo llevaba su instrumental quirúrgico y material propio por separado, siendo los responsables del mismo el instrumentista, la enfermera y el sanitario de quirófano, que además realizaban la esterilización del material y ropa.
Los lugares en que tuvimos que montar nuestro hospital fueron tan diversos y variados que sólo mencionaré «algunos tipos» dentro de los que existían infinidad de variantes. Teníamos unas tiendas de campaña-hospital, italianas, magníficas (tomadas por nuestra División al enemigo en Brunete); otras veces en masías, cuadras, ermitas, iglesias, conventos, fábricas de harina, de aceite, mansiones suntuosas, de lujo, casas de labor y hasta, en dos ocasiones, en teatros (en los que vaciábamos el patio de butacas tirando las filas a la calle; en el escenario se instalaba el quirófano, bajando el telón para que los heridos, desde sus camas en el patio de butacas y palcos, no presenciasen las intervenciones, y se subía y bajaba el telón para dar paso a las camillas. Donde mejor resultaba nuestra instalación era en los grupos escolares y escuelas, así que siempre que podíamos (en Alcañiz, Segorbe, La Ametilla del Mar, etcétera) nos «metíamos» en uno de ellos, lo que se dio en más de seis ocasiones. En un pueblo mísero (Cuevas Labradas -Teruel-) requisamos todas las plantas bajas, tirando paredes y comunicando las casas entre sí para no tener que salir a la calle. También dispusimos de edificios que eran monumentos nacionales, como un magnífico monasterio en Bellpuig (Lérida) y el Monasterio de Santas Creus (Tarragona). Dos veces tuvimos el hospital montado en sendos túneles. Primero, tras el paso del Ebro, frente a Gandesa, en unos túneles que habían servido a los nacionales de refugio antiaéreo de un puesto de mando avanzado, y otra vez cerca de Pinell, en un largo túnel de ferrocarril, sin tendido de vías aún, en el que convivimos (a lo largo del túnel) con un hospital de la Internacional.
En todas estas tan heterogéneas instalaciones, después de una limpieza rápida, pero lo más minuciosa posible, con agua, jabón y zotal, se blanqueaban paredes y techos con cal y se extendían sobre el suelo grandes rollos de linóleum (requisados no se sabe dónde), pues muchas veces el suelo era terrizo y así se podía tener limpio. En los túneles, como en los bombardeos próximos se desprendían tierra y trozos de piedra, se nos ocurrió clavar unas fuertes estacas de troncos de chopo, del suelo al techo, en los ángulos, para tensar sobre ellas telas de lona sobre las mesas de operaciones, para que con la trepidación de los bombardeos no cayeran trozos del techo sobre el campo operatorio.
Muchas cosas de las que hoy consideraríamos indispensables para el correcto funcionamiento de un hospital brillaban por su ausencia, pues carecíamos de laboratorio, radiología, servicio de oxigenoterapia, bisturí eléctrico, aspiradores, transfusión sanguínea. reanimación. etcétera.
PERSONAL
El personal de nuestro hospital estaba dividido en dos grupos:
1. El personal de plantilla del hospital, compuesto de un médico, director del hospital, encargado de la organización de los servicios y su funcionamiento, las guardias, las evacuaciones, relaciones con la comandancia, reconocimiento de ingresos y, de acuerdo con los ayudantes de los equipos, fijar el orden de prelación de las intervenciones según la valoración de las urgencias. Además, vigilancia de las historias clínicas y cumplimiento de las órdenes recibidas de la superioridad en relación con instalaciones, traslados, evacuaciones, etcétera.
Un «responsable» o jefe del hospital -que solía ser un teniente de milicias- para hacer cumplir las órdenes de la dirección y bajo cuyo mando directo estaban un sargento y un cabo, que se ocupaban del mando sobre los sanitarios, del suministro, de la ropa, del lavado, del correo, organización de las evacuaciones, carga y descarga de todo el material en todos los traslados, transporte de los heridos en camillas, recogida de ropas y limpieza. El sargento era responsable de la recogida de los enseres, documentación y armas que traían los heridos al ingresar.
A las órdenes del «responsable» estaba igualmente el grupo de cocina, formado por un sargento encargado de la despensa y suministro, un cocinero y tres pinches. Un oficinista (que ulteriormente, por necesidades del servicio, se amplió a tres) encargado del «papeleo» del hospital, partes a la superioridad, relación de altas e ingresos, certificados de defunción, estadísticas, nóminas de personal, vales para intendencia y suministro de alimentos, medicación y material diverso, etcétera.
Un comisario político y su ayudante, que recibían órdenes directas del comisariado de la División.
Además, un número variable de enfermeras y practicantes y cuatro o seis sanitarios encargados de todas las funciones materiales del hospital.
El hospital llevaba agregado un servicio de desinfección y desinsectación, al frente del cual estaban un teniente veterinario y varios sacerdotes militarizados. Continuamente desinfectaban todo con zotal, desinsectaban, en cámaras especiales, colchones, mantas y sábanas, así como las ropas con que llegaban los heridos, etcétera.
En nuestro hospital actuaban los dos equipos quirúrgicos mencionados, que se relevaban o actuaban conjunta o separadamente, según las necesidades y de acuerdo con la dirección del hospital, y organizaban sus guardias y descansos. Ya en los combates de Brunete se vio que dos equipos eran pocos para las necesidades de una labor eficiente y correcta, ante la gran cantidad de ingresos, y fuimos reforzados por un equipo de la Sanidad del Cuerpo de Carabineros. Pero antes de los combates de Teruel la comandancia aumentó con un tercer equipo (doctor Pueyo) la plantilla hospitalaria, pues los heridos, que frecuentemente nos llegaban a oleadas, no debían ver demoradas sus intervenciones ya que esto repercutía en el pronóstico y resultados.
El plan de trabajo solía ser el siguiente: Un equipo estaba de guardia, otro de imaginaria y el tercero de descanso, por turnos de ocho horas rotativas. Cuando era necesario, el de guardia llamaba al imaginaria, y si el trabajo aumentaba operábamos todos a la vez.
En otras ocasiones -según las órdenes de superioridad- actuábamos los equipos separados y, a veces, si el trabajo era intenso, éramos reforzados por otros equipos quirúrgicos, bien de otras divisiones o cuerpos del Ejército, del grupo de Ejércitos de Cataluña (doctores Marsillach, Caralps Olsina, Pueo, Llauradó, Riera, Verdaguer y varios más), o de la Internacional (doctores Jarufe [peruano], doctora Olga Tschecowa y su ayudante doctor Indovitch [polacos], doctor Singulesco [rumano] y varios otros).
PERSONAL PROPIO DE CADA EQUIPO QUIRÚRGICO
Cada equipo quirúrgico divisionario estaba formado por un jefe, con el grado de capitán; un teniente ayudante, también médico; un oficial anestesista, que solía ser practicante; un instrumentista, practicante o estudiante de Medicina; a éstos se añadió más tarde un transfusor de sangre, estudiante de Medicina o practicante. Había además una enfermera de quirófano, ayudada por un sanitario de quirófano, encargados del montaje, esterilización, manejo de autoclave, hervidores, Poupinell, teniendo en todo momento en punto la ropa (paños, sábanas, guantes, etcétera) y el instrumental esterilizado en cajas metálicas, cerradas y selladas por especialidades, iluminación, etcétera. Asimismo, tres enfermeras o practicantes del equipo para el trabajo en colaboración con el personal propio del hospital. A este personal se añadió un oficinista, que solía ser un sacerdote (nosotros tuvimos un pastor protestante), pues de cada herido había que hacer un parte detallado que era una verdadera historia clínica:
Su estado general al ingresar, descripción de la herida y de la intervención realizada, medicación utilizada, material de sutura, etcétera, que había que hacer por triplicado. Un ejemplar para el archivo del equipo, otro que se enviaba cada día a la Comandancia de Sanidad divisionaria y otro que, en un sobre, acompañaba siempre al herido en sus traslados y evacuaciones. Otro personal muy importante para la labor del equipo era el barbero, pues afeitar deprisa y extensamente un cráneo, un tronco o unos miembros con heridas de consideración (a veces con colgajos), con sangre reseca pegada, no era una labor fácil.
Cada equipo disponía de un número de camas no superior -generalmente- a 25 ni inferior a 15 ó 20. La movilidad de los equipos era obligada en una división de choque, y la mayor parte de las veces las órdenes de traslado eran apremiantes y había que cumplirlas al instante. Lo corriente era que al recibir una orden de traslado se cumpliera al minuto, y lo más frecuente, el salir hacia nuestro nuevo emplazamiento sin conocer cuál sería nuestro punto de destino, pues para evitar indiscreciones o informes que pudieran servir al espionaje, la orden de partida la recibía el director en un sobre cerrado que no podía abrirse hasta determinado lugar de la carretera; o bien íbamos hasta un lugar indicado, en el que teníamos que esperar la llegada de un motorista que nos conducía hasta el lugar de nuestro nuevo emplazamiento. A esto se acompañaba una orden en la que se especificaba la hora en que debía estar todo dispuesto y a punto para recibir los primeros heridos, según las órdenes de evacuación que recibían igualmente los jefes de los puestos de clasificación y triaje de las brigadas.
Antes de entrar en materia quiero dedicar unas emocionadas palabras en recuerdo de personas entrañables que compartieron su trabajo con nosotros y encontraron en nuestro hospital un final desgraciado. Ya escribí al principio de estas líneas que en ellas no quiero juzgar hechos ni conductas, pretendiendo únicamente ser totalmente fiel a la descripción de los acontecimientos de los que fui testigo.
En primer lugar, deseo mencionar a «La Mami», que había sido enfermera-jefe de la sala de hombres del servicio del profesor Marañón en el Hospital Provincial de Madrid y a la que conocía desde mi entrada de alumno interno. Era la de más edad entre nuestras enfermeras. Durante la retirada en las segundas operaciones sobre Teruel socorrió con ropas y alimentos a algunos soldados de nuestras unidades que se retiraban en desorden del frente, desertores aspeados y maltrechos, por lo que fue fusilada en los alrededores de las tiendas de campaña de nuestro hospital cerca de Coll de Balaguer.
El segundo es un estudiante de Medicina de Madrid, responsable del servicio de ambulancias y transportes sanitarios de la División, que acusado de sabotaje por presuntas deficiencias en el servicio de ambulancias, fue fusilado al terminar los combates de Teruel.
Los restantes fueron el capitán Luis Riera (cuñado del doctor Antonio Caralps Masó, el primer cirujano de tórax de Barcelona), el teniente Joaquín Verdaguer, jefes ambos de equipos quirúrgicos de nuestro 5.° Cuerpo de Ejército, que habían venido a reforzarnos, y sus dos médicos ayudantes, los alféreces Puigferrat y Chacón, todos de Barcelona, que fueron sacados materialmente de los quirófanos en que estaban operando por un grupo de milicianos al mando de un delegado del comisario y fusilados en las proximidades del pueblo de Arbucias (Gerona) acusados del supuesto delito de «intento de deserción ante el enemigo» en la retirada de Cataluña.
Tras esta nota triste y emotiva, referiré -como excepción- esta pincelada sobre nuestro trabajo.
Al terminar la batalla de Brunete llegaron los camiones del cuerpo de tren para cargarlos y regresar a nuestra base en Madrid (en la calle de Lista). Era un trabajo pesado, pues había que cargar más de 60 camas, somiers, colchones, fardos de mantas y ropas, material de cocina, etcétera. Todavía teníamos un sanitario de baja con unaa mano vendada a causa de una herida que se había producido con los alambres de un somier en el traslado anterior. Siguiendo la costumbre establecida en estos casos, todo el mundo, médicos, enfermeras, etcétera, empezaron la pesada faena del acarreo y carga, a lo que me opuse y convencí a los médicos y personal de ambos equipos que no debíamos hacerlo, pues si nos producíamos una herida en una mano quedábamos inutilizados para nuestro quehacer quirúrgico. El jefe de Personal vino, muy alterado, obligándonos a la carga de los camiones. Ante nuestra negativa razonada, vino el comisario político (Menós), diciéndonos que allí todos éramos iguales, que se habían terminado los enchufes y favoritismos... y a cargar todos. Le contesté que si un sanitario se hería en una mano se le podía sustituir con otro, pero no así si un cirujano o cualquier persona de un equipo quedaba inutilizado, y que si todos éramos iguales, pues de acuerdo, en el próximo emplazamiento el cabo Romero operaría, yo guisaría y cualquier otro sanitario o chófer anestesiaría, y entonces sí, todos seríamos iguales y nosotros cargaríamos. Esto lo comprendió perfectamente y nos autorizó a no cargar, pero rogándonos que no nos hiciéramos visibles. De todas maneras, no hubo protestas, pues los sanitarios lo comprendieron.
MEDICACION
Como anestesia teníamos éter sulfúrico «Abelló», con el aparato de Ombrédanne y también, a veces, el cloroformo con mascarilla. La raquianestesia, muy en boga en aquella época, no la solíamos utilizar por la baja de tensión que provocaba. Rara vez el «Evipán» o el «Cloretilo». La anestesia local la solíamos utilizar poco, si acaso, en los heridos cráneo-encefálicos. Como tónicos cardiocirculatorios se utilizaban aún el aceite alcanforado y el Cardiazol. Como sedantes, el cloruro mórfico y el Pantopón. Los sueros antitetánicos y antigangrenosos eran de utilización obligada, anotándose cuidadosamente en las fichas de evacuación si se habían inyectado, para evitar peligrosos cuadros de shock, Se procuraba la desensibilización con inyecciones espaciadas sucesivas de mínimas cantidades. Los sueros fisiológicos y glucosalinos solían usarse en inyección subcutánea a presión, pues venían en aquellas ampollas autoinyectables «Rapid», de un litro, recuperables. Se utilizaba el extracto tebaico, tras las intervenciones abdominales, para favorecer el «silencio» intestinal.
SHOCK
Recibíamos muchos heridos en estado de shock, por la hemorragia, por el frío, por el miedo, por el dolor, por el desamparo, por la soledad; siendo imposible valorar porcentualmente (como pretendió hacer el doctor Lluesma en el shock de los tanquistas) cada uno de estos factores. La norma, naturalmente, era no operar nunca a ningún herido en estado de shock, por lo que a estos heridos se les solía acomodar en alguna habitación, tienda de campaña o lugar un poco apartado (cuando se podía) del movimiento del hospital. Se les abrigaba, tonificaba, se procuraba calmar el dolor, se les ponían ropas secas, se repetían las tomas de pulso y tensión (aquí sí que echábamos de menos el oxígeno y las transfusiones), y únicamente eran llevados al quirófano cuando habían remontado el estado de shock.
Los heridos solían llegar al comenzar la noche. El director, con algún médico del equipo de guardia, revisaba los partes de evacuación y la hora en que habían sido heridos; se controlaban las heridas y el estado general (pulso, temperatura, tensión) y se establecía la indicación quirúrgica, así como el orden de prelación para las diversas intervenciones que habían de realizarse, apartando aquellos que quedaban en espera de recuperación o en expectación armada. A los que debían ser operados se les solía poner en la frente un esparadrapo con el número de orden, para evitar confusiones. Durante la espera para ser intervenidos se les quitaba la ropa húmeda y sucia y se comprobaba su identificación. El sargento recogía todas sus pertenencias personales, armas, etcétera. Se les limpiaba, se afeitaba ampliamente la región operatoria (pecando por exceso), se les tonificaba, etcétera, pasándolos a una cama con bolsas calientes y administrando calmantes si se precisaban. Se seguía la norma de hacer que el herido orinase o se le practicaba un cateterismo vesical, así como una evacuación gástrica, sin lavado. El campo operatorio se desinfectaba con lavado con agua y jabón y después con éter, alcohol y tintura de yodo. En todas las circunstancias y en los más diferentes lugares hemos operado con los principios de asepsia más rigurosa y absoluta, tal y como hacíamos en nuestros hospitales de Madrid, con guantes, mascarillas, etcétera.
TECNICA QUIRURGICA
La técnica variaba según los casos, pero lo fundamental era siempre lo mismo, la «Cura de Friedrich», o sea, la escisión de los bordes de la piel, amplio desbridamiento de la herida y todos sus trayectos, con resección de los tejidos contundidos o desvitalizados, con el mayor respeto para las formaciones vasculares o nerviosas; extirpación de esquirlas óseas sueltas, respetando las unidas a periostio; extracción minuciosa de cuerpos extraños, practicando lavados o desinfección de la herida cuando pareciera conveniente con agua oxigenada o éter, según los casos.
Aquellas curas que hacíamos al principio de la contienda, herencia de la guerra europea y que habíamos estudiado en nuestros libros de «Patología externa» (como entonces solía decirse), Eitelberg, Forgue, Begouin, Keen, etcétera, con irrigación continua de las heridas con el «Líquido de Dakin», ya habían quedado atrás. Tras minuciosa hemostasia con ligaduras de catgut del «0» se daban puntos de aproximación, con catgut fino, de los diversos planos, musculares, aponeuróticos, etcétera, y de la piel, con puntos sueltos, espaciados, con crin; se dejaba contraabertura con drenaje declive cuando se estimaba conveniente, o se hacía taponamiento con gasa yodofórmica envaselinada, a veces con ligero goteo antiséptico, según existiera evidencia de infección local. Cuando había alguna sospecha de gangrena «in situ», después de amplia escisión tisular se vertían varias ampollas de suero antigangrenoso empapando el taponamiento. Como ampliación de este tipo de cirugía dedicaremos más tarde una mayor extensión (al tratar de las heridas de los miembros) al injustamente llamado «Método de Trueta».
Fue norma siempre en nuestro hospital, siguiendo órdenes de la Comandancia, no establecer en ningún caso discriminación alguna, ni en el tratamiento ni en el orden de urgencias operatorias, con los heridos prisioneros, que fueron tratados con las mismas normas e interés que los propios.
A continuación haremos mención de algunos tipos de heridas muy frecuentes en hospitales, como el nuestro, de primera línea.
A) LAS HERIDAS PENETRANTES EN CAVIDAD ABDOMINAL
Ante la evidencia de penetración, si el estado general era relativamente satisfactorio, no debía dudarse en intervenir y cuanto antes. En casos de duda razonable, con buen estado general, siempre operar y nunca abstenerse y esperar «a ver la evolución». La «expectación armada» no es buena norma y sólo puede admitirse en muy contadas ocasiones. Preparación cuidadosa del herido, evacuación gástrica sin lavado, cateterismo vesical, etcétera; como carecíamos de radiología, ante un caso de orificio de entrada sin salida, amplia laparotomía media. Si la herida ofrecía orificios de entrada y salida podía decidirse a practicar la laparotomía subcostal, pararrectal, etcétera, guiados por el posible trayecto. Se procedía inmediatamente a una revisión directa, lo más completa posible, del hígado, bazo, fondo de Douglas, presencia de sangre en heces o contenido intestinal en peritoneo y, sistemáticamente, de la totalidad del tubo digestivo, limpieza con compresas húmedas (no teníamos aspirador) del contenido peritoneal (nunca lavados) y revisión detenida del peritoneo parietal posterior ante la sospecha de lesiones (siempre graves) en el espacio retroperitoneal. En las perforaciones del tubo digestivo se realizaba, según los casos, o bien sutura en dos planos (catgut y seda) de las perforaciones, o resección intestinal y restauración de la continuidad (término-terminal, látero-lateral o término-lateral), según las particularidades de cada caso. En casos particularmente graves, como el de estallido del intestino grueso con mal estado general, se procedía a la exteriorización total del asa (técnica de Mikulicz) y, en un segundo tiempo, se hacía la resección del asa; en una tercera intervención (ya en el hospital base), cierre del ano artificial restableciendo la continuidad. También era obligada la amplia resección intestinal en caso de extensos desgarros mesentéricos. En las heridas del hígado, suturas o resecciones parciales, según los casos o posibilidades. En las heridas del bazo, generalmente con estallido y gran hemorragia, ningún intento de sutura; siempre esplenectomía. Las lesiones retroperitoneales solían ocasionar un gran hematóma retroperitoneal que exigía una exploración directa. Si existían lesiones de grandes vasos, aorta, cavas, arterias renales, iliacas, etcétera, los heridos no solían llegar a nuestras manos, pero eran relativamente frecuentes las lesiones renales que nos obligaban a la nefrectomía, así como las ureterales, que tenían la misma indicación, o el abocamiento de la porción proximal a la piel por una contraabertura lateral, con ligadura del extremo periférico; esto era no difícil si el cabo superior era largo, pero el posoperatorio resultaba incómodo, con molestas complicaciones. Naturalmente, no existían unas directrices rígidas, y cada uno, según su experiencia, seguía parecidos criterios ante casos iguales o similares. La pared, para ahorrar tiempo y dar mayor solidez a la sutura, la solíamos cerrar en un solo plano, con crines trenzadas o con alambre. En caso necesario, sobre todo con perforaciones y contenido séptico en peritoneo, solíamos dejar drenaje, pero nunca tubos, sino un taponamiento de Mikulicz, con una compresa rellena de gasa yodofórmica. Posición posoperatoria, semiincorporado, de Fowler. Sueros glucosalinos subcutáneos y extracto tebaico los primeros días, tónicos, etcétera.
Muchos fueron los que pudieron evacuarse satisfactoriamente a los cinco o seis días, y tuvimos la satisfacción, después de los combates de Brunete, de que nuestro hospital avanzado fuera mencionado en la orden del día por el inspector de los equipos quirúrgicos del Ejército del Centro, doctor D'Harcourt, por haber conseguido la más alta cifra de curaciones en los heridos penetrantes de vientre. Nunca nos vanagloriamos de ello, pues comprendimos que, según las normas de nuestro comandante y la unificación de nuestro hospital, era el más avanzado de todo el frente, por lo que recibíamos a los heridos, con menos horas que ningún otro. Esto se vio luego en las estadísticas de promedio del tiempo «herida-operación».
B) HERIDOS DE TORAX
Estos heridos eran siempre un problema. Las heridas centrales, con afectación del mediastino, generalmente no llegaban a nuestras manos, pues morían en el campo o su estado era tan desesperado que, sin medios apropiados de reanimación (de que carecíamos), no podían ser intervenidos. Las heridas torácicas de bala, generalmente en sedal (orificios de entrada y salida), penetrantes en cavidad pleural o con orificio sólo de entrada y alojamiento del proyectil en parénquima o pared, iban acompañadas siempre de cuadros de disnea intensa, tos, sofocación, hemoneumotórax -generalmente a tensión-, desviación mediastínica, respiración paradójica, con o sin enfisema subcutáneo, y eran muy escasas nuestras posibilidades de intervenir con posibilidades de éxito, ya que intentar abrir un hemitórax con anestesia etérea, sin intubación ni cámara de hipopresión ni aspiración, era totalmente impensable, por lo que estos heridos, a los que se les solía colocar un fuerte esparadrapo en la base del tórax o hemitórax, solían llevar un curso más o menos rápido de empeoramiento progresivo y siempre un fatal pronóstico. Las heridas -más o menos extensas- de metralla en la pared torácica, con neumotórax abierto, «respirando por la herida», con o sin lesiones viscerales, eran igualmente de gravedad extrema e infausto pronóstico, y muy poco, y desde luego nada útil, podíamos hacer en estos casos, que solíamos tratar como sigue: Bajo una ligera «anestesia a la reina» con cloroformo, se ampliaba o regularizaba la herida parietal; se intentaba tomar el pulso -lesionado o no- con unas pinzas blandas de Nétalon o de anillo forradas con goma, y atraerlo hacia la pared, procurando suturarlo a ésta con puntos de catgut grueso para intentar fijar el mediastino, así como suturar los desgarros pulmonares (todo ello, mucho más fácil de decir que de hacer), etcétera. Nunca pudimos realizar esto a satisfacción, ni nos dio en ningún caso buen resultado, pues la fatiga y disnea, los frecuentes golpes de tos, el bamboleo mediastínico y la obligada posición en decúbito lateral, que hacía desplazarse hacia abajo (hacia el hemitórax sano) el mediastino, terminaban desgarrando el pulmón más de lo que estaba y los resultados no podían ser más desalentadores ni fueron buenos en ningún caso.
Prácticamente, casi los únicos heridos de tórax que hemos visto curar eran aquellos heridos de bala en sedal, periféricos o sólo con orificio de entrada y alojamiento del proyectil en el parénquima o la pared, sin haber interesado vasos ni bronquios importantes y que habían padecido con anterioridad procesos pleuro-pulmo-nares, pleuritis o llevado anteriormente un neumotórax terapéutico, lo que determinaba sínfisis pleurales, fijación mediastínica y un tórax estable.
Siempre problemáticas, de difícil diagnóstico (sin radiología) y de inseguridad, tanto en el pronóstico como en la actitud quirúrgica a seguir, eran las heridas de bala o metralla situadas en las partes inferiores de los hemitórax o en los hipocondrios, que ofrecen la duda de si son heridas tóraco-abdominales, con lesiones combinadas supra e infradiafragmáticas, de pleura, pulmón, hígado, bazo o fundus gástrico, o ángulo esplénico del colon, etcétera. En la duda, si el estado general lo permite, a sabiendas del riesgo, es preferible operar a esperar, siempre que las complicaciones pleuro-pulmonares respiratorias no lo impidan en absoluto. Este tipo de heridas, si sobrevivían, tenían muchas posibilidades de padecer hernias diafragmáticas, con todas sus graves complicaciones ulteriores.
(Antes de comenzar la exposición del tema sobre traumatismos cráneo-encefálicos, quiero presentar mis disculpas y solicitar de mis lectores una gran dosis de indulgencia, pues no soy neurocirujano, ni neurólogo, ni nada que se le parezca. Por ello, tendrán que perdonar la terminología escasamente científica que en ellos empleo. Realmente, no me hubiera costado ningún trabajo solicitar de un colega especializado que me indicara los nombres apropiados para cada síntoma o síndrome, con lo que mi exposición quedaría más «presentable», pero como la mayor parte de las cosas que aquí refiero están basadas en notas tomadas por mí, con los recuerdos todavía vivos de los hechos y aconteceres, he preferido conservar las descripciones tal como hace muchos años las hice, pues estimo que lo que pierden en exactitud científica lo ganan en realismo y expresividad de unos hechos vividos por un "no especialista" ante la necesidad ineludible de intervenir, y que pretende tan sólo transmitir lo que en aquellas circunstancias vivió y padeció.)
C) HERIDOS CRANEO-ENCEFALICOS Y MEDULARES
Constituían un grupo terrible y lastimoso de heridos, desgraciadamente bastante frecuentes. Empiezo por decir que carecía de experiencia en neurocirugía; lo más que había hecho durante las guardias y mi trabajo en el Provincial eran algunas trepanaciones descompresivas o, en algún tratamiento craneal con fractura y hundimiento, trepanación, levantando los fragmentos hundidos, evacuando el hematoma intra o extra-dural, hemostasia, retirar esquirlas o cuerpos extraños y poco más. Pero entonces los casos que recibíamos eran sobrecogedores. Operados muchos de ellos. Aquí sí que utilizábamos la anestesia local, practicando amplias cranecto mías, extrayendo fragmentos óseos hundidos, cuerpos extraños, tejido cerebral destruido; practicando hemostasia lo más cuidadosa posible (nos hubiera gustado disponer del bisturí eléctrico), sutura de piel, no siempre fácil, precisando con frecuencia desplazamiento de colgajos para poder cerrar, dejando drenaje de tubo de goma o crines. Entre estos heridos, los recuerdo de todo tipo. Los excitados, imposibles de calmar, a los que frecuentemente había que atar a la cama; a veces manifestaban una agitación continua, agotadora, hablando o gritando sin parar. Otros se quitaban los vendajes y desgarraban su ropa continuamente. Se les ataban las manos y se daban golpes con la cabeza contra la pared, forcejeando hasta agotarse. Les poníamos suero hipertónico y toda clase de sedantes y calmantes, infructuosamente. Algunos, que también tenían que estar atados, intentaban masturbarse arañándose los genitales; éstos, por lo general, estaban heridos en los lóbulos frontales. Otros presentaban convulsiones continuas o espaciadas, generalizadas o localizadas a un miembro o medio cuerpo, etcétera.
Había otro grupo con parálisis totales o parciales de miembros, de esfínteres, hemiplejías o paraplejías, según la localización cerebral o medular de sus heridas. Heridos sin vista, por lesión de lóbulos occipitales o quiasma, o con vértigos continuos, lastimosos, por heridas en región temporal o del oído interno. Otros habían perdido el sentido de la situación de su cuerpo, o de parte de él, en el espacio, o se quedaban rígidos, catatónicos, como estatuas. Había pérdidas completas o parciales de la sensibilidad al tacto, al frío, al calor, al dolor, con anestesia parcial o total. Otros que veían, sí, pero no tenían idea de la orientación, ni de las distancias, ni de la percepción del color, a los que se ponía un objeto, por ejemplo, una llave, sobre un mantel rojo, y no la veían, pues el objeto quedaba «sumergido» en el color. Algunos presentaban variadas clases de «daltonismo».
Otro grupo igualmente digno de compasión era el de los que no hablaban, los ausentes, los deprimidos hasta la exageración, los hundidos, los de la mirada perdida e inconcreta, que no sabes si te miran o no. Los que siempre están lejanos, con expresión de infinita tristeza, como seres de corcho, sin idea de su ser ni de su personalidad; con amnesia total, completa o parcial; ni saben quienes son ni recuerdan nada, ni su nombre, ni su pasado... Caras rígidas, brillantes, como untadas de pomada, tristes, inexpresivas. Era terrible; los que no morían enseguida no tardaban en presentar fiebre elevada, vómitos, irritación, postración, rigideces, síntomas meníngeos y meningitis.
Por lo general, no seguíamos estos cuadros, ya que los heridos debían ser evacuados para dejar sus camas a otros futuros ocupantes y procurábamos evacuarlos cuanto antes a centros de retaguardia especializados, como, en la campaña de Cataluña, al hospital Valcarca de Barcelona, y en las campañas de Teruel y Aragón, al hospital que se tomó en Godella (Valencia), en el que trabajó el doctor Justo Gonzalo, y fruto de sus trabajos con aquellos heridos fue la publicación de su obra «Dinámica cerebral», de originales ideas sobre las funciones cerebrales.
A veces nos impresionaban las pérdidas de sustancia cerebral, que parecía no podían ser compatibles con la vida. Grandes trozos de masa encefálica venían entre los vendajes de la primera cura o eran expulsados con la tos por la nariz y la boca, y, sin embargo, la vida seguía. Muy rara vez, sólo en contadas ocasiones, y sin pronóstico deliberado previo, en el curso de una intervención hemos practicado alguna laminectomía en una vértebra lumbar para extraer alguna bala o trozo de metralla, procurando una descompresión en casos de heridas con paraplejía. Si existía lesión o sección medular con riesgo de infección, los resultados no podían ser peores; si sólo había comprensión por hematoma, esquirlas o cuerpos extraños, se podía pensar en resultados más alentadores, que nunca comprobamos, pues los heridos eran evacuados y no volvíamos a saber su curso ulterior.
D) HERIDAS DE CARA Y CUELLO
En este grupo de heridas la gravedad dependía en gran parte de su localización. Las de bala, en sedal, podían ser de escasa gravedad si no afectaban la médula, grandes vasos, tráquea, esófago, en cuyo caso podían ser mortales y ni siquiera nos llegaban. Otra cosa eran las de metralla, de extraordinaria gravedad por la frecuente amplitud de las heridas, y la mayor parte de las veces tampoco llegaban al hospital. Las heridas de cara más frecuentes eran las de metralla, realmente impresionantes. Estos pobres heridos de metralla en el rostro producían horror; verdaderos monstruos, sin cara; masas de carne y de piel a piltrafas colgando, sangrando, respirando; con los ojos fuera de las órbitas por desaparación del macizo óseo de la cara; sin nariz, ni labios; sin boca ni dientes; sin barbilla; con la lengua amoratada, hinchada, cayendo sobre el pecho. Llenos de moscas, soplando una espuma sanguinolenta, asfixiándose. Hay que imaginar que una inmensa hacha cortase de violento golpe lateral toda la cara. La hemostasia, difícil; la anestesia, dificilísima; la reconstrucción (para la cirugía de entonces, aún no especializada), muchas veces imposible. Eran los heridos -para mí- más dignos de lástima. Los ojos vacíos, estallados, reventados, desinflados, colgando. Había que enuclearlos casi sin anestesia (una inyección de Novocaína en el nervio óptico, y la tijera). Nos veíamos obligados a hacer traqueotomías, a mantener la lengua fija con un punto de alambre a un arco hecho con una férula de Cramer, ya que al carecer de apoyo, por no existir mandíbula inferior, ni suelo de la boca, ni glotis, la lengua edematosa, sangrando, caía sobre el pecho.Sin poder hablar, ni respirar casi; ahogados por el constante burbujeo de la sangre en la tráquea, tampoco podían alimentarse; había que comenzar ligando la carótida externa del lado más afectado, o la lingual. Ahora mismo, sólo recordarlos me horroriza.
No era infrecuente que este tipo de heridos de cara, y otros, nos llegaran con sus heridas llenas de gusanos, orugas, larvas de moscas, etcétera. Esta invasión de las heridas por insectos y gusanos fue frecuente en los combates de Brunete y el Ebro, en pleno verano, donde la dificultad de la evacuación de los heridos por las muchas horas de luz (a veces permanecían varios días en el campo) y el intenso calor propiciaba esta parasitación de insectos, en cuyos desagradables detalles no quiero extenderme, pero que pueden ser fácilmente imaginados sin dificultad (verdaderas gusaneras).
E) HERIDAS LOCALIZADAS EN LOS MIEMBROS
Constituían un tipo de heridas muy frecuentes, pero de los que no recibíamos más que los hemorrágicos, los shockados y los portadores de un garrote. En los hemorrágicos por heridas vasculares o fracturas abiertas, lo ordinario es que los recibiéramos con un fuerte garrote o torniquete colocado por el sanitario o médico del batallón o por un camarada. Con gran frecuencia (aunque teóricamente tenían prioridad), dadas las dificultades de evacuación durante el día, los recibíamos con muchas horas de retraso, lo que producía, si el torniquete estaba correctamente aplicado, prácticamente la necesidad de amputación, que hacíamos siempre a colgajo, con sutura posterior, pensando siempre en hacer un muñón útil para la prótesis ulterior. Y si el torniquete estaba insuficientemente aplicado provocaba una estasis sanguínea que facilitaba la continuación o incremento de la hemorragia.
El torniquete es un mal menor al que hay necesidad de recurrir de urgencia, pero con la condición de que su permanencia sea muy limitada, lo que no solía ocurrir en el frente. A los heridos que recibíamos de shock había que recuperarlos con los escasos medios a nuestra disposición antes de operarlos, como ya ha sido descrito con anterioridad. No dispusimos de sangre hasta los combates de Cataluña, en que un servicio diario nos traía las ampollas tipo autoinyectable «Rapid» de un litro de sangre citratada del grupo «0» y recogía los envases vacíos para volver a ser utilizados. Las heridas de los miembros, fueran de bala o metralla, con fractura o sin ella, si no presentaban cuadros de shock o hemorragia no eran clasificadas para nuestro hospital. Al llegar a este punto me veo obligado a tratar de la llamada -después de la guerra- «Cura de Trueta», de la que intento dar aquí una explicación.
Cuando, avanzada la campaña de Cataluña, después del Ebro, los equipos quirúrgicos, por necesidades derivadas de la marcha de los combates, nos íbamos retirando escalonadamente, ya no nos llegaban los heridos correctamente clasificados de los puestos de triaje -según prioridades- como antes en los frentes estabilizados; los heridos nos llegaban deficientemente clasificados y, prácticamente, ninguno de bala, todos de metralla. En todos ellos empleábamos la técnica habitual de Friedrich, ya descrita, por lo que omito la repetición. Cuando la atrición de partes blandas iba acompañada de fractura, después del taponamiento, cierre discontinuo, etcétera, se inmovilizaba el miembro con un vendaje escayolado sin ventana, que incluía las articulaciones superior e inferior (proximal o distal), dejando los dedos visibles para comprobar color, temperatura, movilidad y vitalidad del miembro.
Esto era lo que hacía el doctor Jimeno Vidal en el Hospital Militar para fracturados de «La Sabinosa» (Tarragona), tal como lo vimos en la «Umfallskrankenhaus» de Bóhler durante nuestra estancia en Alemania los años 1943 y 1944. Lo descrito era lo mismo que solíamos ya hacer con mi maestro el profesor Cardenal en el Hospital Provincial en las fracturas abiertas de guerra, pero la novedad que implantamos en aquella época de nuestra guerra en Cataluña fue el emplear el proceder descrito «en heridos de miembros sólo de partes blandas, sin fractura». Las curas oclusivas ya habían logrado predicamento y difusión en la práctica civil por aquellos años (curas de Orr y de Lohr) y se empleaban principalmente en el tratamiento de las osteomielitis crónicas de los miembros.
Dadas las condiciones en que, se desarrollaban las operaciones bélicas, que obligaban a continuos traslados y evacuaciones de heridos precozmente, para evitar molestias y dolores a estos heridos de miembros sin fracturas, después de la intervención y escayolado como a los fracturados, se les evacuaba relativamente pronto. En el parte clínico que acompañaba al herido se detallaban las características de la herida, la intervención realizada, la medicación empleada y que el yeso era sólo transitorio y debía ser retirado para realizar las curas sucesivas pertinentes. Pero debido a la situación de los hospitales de retaguardia, llenos, abarrotados, si los heridos llegaban en buen estado general, no tenían fiebre alta ni su estado era crítico, ni se quejaban de dolores en la herida, pasaban de hospital en hospital sin que les fuesen retiradas las escayolas, y así llegaron muchos, muchos, en su última etapa de evacuación, a los hospitales civiles del sur de Francia, donde al fin levantaron -muchos días después- los apósitos y enyesados, que en todos los casos llegaban chorreando pus por los extremos, empapados y con desagradable fetidez. Pus que, por lo visto, era lo que los antiguos llamaban «pus loable», ofreciendo a pesar de ello las heridas -en considerable proporción- un buen aspecto, en avanzado estado de reparación y, en suma, un buen tejido de granulación y en vías de curación.
Al poco aparecieron trabajos y publicaciones en revistas médicas francesas mencionando este tipo de tratamiento y llamando a este proceder «Cura Española». Los comandantes de Sanidad divisionarios del Ejército de Cataluña -como el nuestro- nos aconsejaban seguir utilizando este método, que se había extendido por todos los equipos quirúrgicos de nuestras unidades en vista -no de los satisfactorios resultados (cosa que aún desconocíamos)- de lo práctica y cómoda que resultaba la evacuación y sucesivos traslados de estos heridos -siempre numerosos-, que, gracias a ello, no solían ocasionar problemas ni complicaciones. Posteriormente, después de nuestra guerra, en varias y cada vez más repetidas ocasiones, en revistas inglesas, se comenzó a llamar a este proceder «Método de Trueta», ya que desde el comienzo de la guerra mundial fue empleado por este gran cirujano en los heridos a su cargo en los hospitales ingleses. Sin quitar ningún mérito al doctor Trueta, que, como nosotros y tantos otros cirujanos, utilizó en nuestra guerra este método, hay que reconocer que él lo difundió y popularizó con sus trabajos ulteriores sobre estudios biológicos del proceso de cicatrización, bacteriología, bioquímica de las secreciones, etcétera, y esto, unido a los excelentes resultados obtenidos en los heridos ingleses tratados por él, especialmente de la RAF, operados en su servicio del Hospital de Oxford, en aquella época pre-antibiótica, resultados asimismo excelentes comparados con otros métodos, le dieron una amplia difusión y el nombre -injusto, a mi modo de ver- de «Método de Trueta». El doctor don Antonio Llauradó Tomás, de Barcelona, que con su equipo quirúrgico colaboró con nosotros en varias ocasiones en los combates del Ebro y frente de Cataluña, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Medicina de Barcelona: «La cirugía que jo he viscut» (20 de abril 1980, pág. 15) dice, refiriéndose a este tema: «En els ferits de membres amb grans destrosses, fractures obertes i hemorragia, neteja amb bisturí i tisores les parts toves malmeses, hemostasia, extracció deis requills óssis, tapar la ferida amb una compresa de gasa i inmobilització amb un guix. Nosaltres anomenaven aquest procediment: "Métode tancat". Llavores encara no sel coneixia amb el nom de: "Métode de Trueta". Aconseguiem, en aitals cassos, si mes no, col.locar el malat en una situació que fes menys dolorós el seu trasllat».
En este apartado de heridas de los miembros hemos de incluir las heridas articulares (hombro, codo, muñeca, cadera, rodilla, etcétera), que presentan, por lo general, unas características que las hacen de una particular seriedad, ante todo por el grave riesgo de infecciones y la gravedad de éstas, que podían llegar a terminar con una indicación de amputación, así como por lo sombrío del pronóstico, tan amenazado de importantes secuelas que hacían siempre más que dudosa la esperanza de una favorable recuperación. Por lo general, nosotros no seguíamos este proceso evolutivo, pues los heridos operados eran evacuados y toda la continuación de su tratamiento lo seguían en hospitales bases o especializados.
F) QUEMADURAS
Otro tipo de heridos que solíamos recibir en nuestro hospital eran los grandes quemados, generalmente con intenso shock; muchos de ellos, además, con heridas y fracturas. Unas veces se trataba de aviadores derribados en combates aéreos (en escaso número) y otras, más frecuentemente, de tanquistas de las unidades de «blindados» cuyo tanque ardía, quedando aprisionados en su interior hasta poder ser liberados y que, a más de sus extensas y graves quemaduras, presentaban heridas y fracturas con intensos y graves estados de shock (que fueron estudiados por el doctor Lluesma Uranga), que aumentaban las dificultades para un correcto tratamiento. En ellos, desgraciadamente, la mortalidad era muy elevada. Afortunadamente, en nuestra contienda no se utilizaron (que yo sepa) lanzallamas, pero sí, y en gran profusión, bombas incendiarias, que cayeron también sobre nuestro hospital.
G) CONGELACIONES
Exclusivamente se nos presentaron casos de congelaciones en que nos viéramos obligados a intervenir durante los combates de Teruel. En aquel crudísimo invierno, con temperaturas de 15, 17 y hasta 20 grados bajo cero, con la infantería durante semanas en trincheras con agua helada y nieve hasta las rodillas, tanto nuestras fuerzas como las contrarias padecieron congelaciones de diversos grados, principalmente en las extremidades inferiores, pero también en manos, nariz, orejas, etcétera. Aunque lo frecuente era que los afectados de congelaciones fueran evacuados a hospitales de segunda línea, de todas formas a nosotros nos llegaron bastantes, después de haber soportado y sufrido largos días con pies y piernas sumergidos en agua helada y con escaso ejercicio, hasta el punto que muchos nos llegaban ya con gangrena isquémica que obligaba a realizar numerosas amputaciones de dedos, pies y piernas. Nosotros logramos que algunos de estos lesionados salvaran sus miembros gracias a la intervención llamada «simpatectomía periarterial, operación del doctor Leriche», que habíamos practicado en la clínica del doctor Cardenal con los doctores Sarasola y Sanchis Perpiñá. Consiste en resecar la capa más externa o periférica de la pared de la arteria femoral en su porción más proximal y en una extensión de unos ocho a diez centímetros, lo que provoca una vasodilatación de los vasos de la pierna. En una operación hace tiempo ya en desuso desde que se practica la «gangliectomía simpática lumbar», mucho más eficaz.
Las congelaciones fueron tan terribles que sólo en nuestra 11 División se llegaron a practicar 58 amputaciones de pies, algunas piernas y también manos como tributo a los quince días que duraron los combates en aquel «infierno blanco».
H) AUTOMUTILADOS
Un tipo de herida de bala que empezamos ya a ver en el Provincial entre los heridos que nos llegaban de los frentes próximos fue la automutilación por un disparo de fusil en la palma de la mano (generalmente, la izquierda), para conseguir ser evacuados del frente. Estos «automutilados» aparecieron en Brunete y posteriormente en Teruel (por lo que he oído, en la zona nacional se presentaron igualmente este tipo de heridas). La herida era de bala, con orificio de entrada generalmente puntiforme en la palma de la mano izquierda (aunque vimos muchas variantes), denunciando su mecanismo de producción la presencia de un «tatuaje» alrededor, provocado por negras partículas de pólvora incrustadas en la piel. En cambio, la herida de salida por el dorso de la mano era grande, estrellada y con fragmentos de metacarpiano asomando por ella. Más adelante el método «se perfeccionó», y, para evitar el tatuaje delator de la pólvora se interponía un chusco de pan entre el cañón del fusil y la palma de la mano. Estas heridas de automutilación solían presentarse en soldados de una misma unidad (compañía o batallón), por lo que decíamos que eran «heridas contagiosas». Ante la frecuencia de tales heridas en una misma unidad, los comisarios políticos dieron la orden (inhumana) a los médicos de batallón de que a tales heridos no se les evacuase, sino que se les curase con tintura de yodo, gasas, algodón y venda, obligándoles a continuar en su posición. El resultado era que cuando estos desgraciados, que no habían podido dominar su «miedo insuperable», eran al cabo de unos días evacuados, llegaban a nuestras manos con avanzados cuadros de gangrena gaseosa y, en el mejor de los casos, si no morían, perdían su brazo por la parte más alta.
En el tratamiento de estas heridas, en los casos tratados precozmente, seguimos pronto las normas del doctor Bastos: «Extirpación en masa de todo el trayecto de la herida, llevándose el dedo medió (generalmente el afectado) con su metacarpiano, que, de persistir, les hubiera quedado retraído e inservible, perturbando completamente el juego y función de la mano». Una buena sutura (por palma y dorso) hacía desaparecer la brecha resultante y la mano quedaba así, muy pronto, enteramente válida y únicamente algo más estrecha. Por eso llamábamos a tal intervención «hacer manos de princesa». (La descripción precedente está tomada de la obra del doctor Bastos.)
DIVERSOS TIPOS DE HERIDAS, SEGUN EL AGENTE VULNERABLE
Naturalmente recibíamos heridas de toda clase, con predominio total de las producidas por proyectiles de todo orden; aunque también tuvimos bastantes de accidentes de automóvil (como el comisario político de la 46 División de «El Campesino», con luxación de hombro y conmoción cerebral). Al principio, las heridas más frecuentes y en mayor porcentaje eran las de bala, tanto de fusil como de ametralladora, que eran las que solíamos tratar en la primera época, ya fuera en el Clínico o en el Provincial, procedentes tanto del «paqueo» callejero como de los ya mencionados frentes próximos a Madrid, pero con la llegada de los internacionales a los frentes y al consolidarse la defensa de la capital pronto se endurecieron los combates, se estabilizaron los frentes y comenzó la guerra de posiciones, con bombardeos de aviación y artillería, minas, morteros, bombas de mano, etcétera, siendo desde entonces más frecuentes las heridas producidas por cascos de metralla que las de bala de fusil o ametralladora. En general, en todos los frentes, al comienzo de una ofensiva, que solía iniciarse por sorpresa, las fuerzas defensivas de guarnición hacían uso de sus fusiles y ametralladoras y entonces era mayor el porcentaje de heridas de bala; mas cuando el frente se estabilizaba, llegaban refuerzos, se hacían presentes la aviación y la artillería, la mayoría de los heridos lo eran de metralla.
A) HERIDAS DE BALA
Estas solían presentar un orificio de entrada generalmente puntiforme, si bien en algunos casos la herida era de cierta consideración. Los de salida podían ofrecer análogas características, aunque a veces eran grandes y con destrozos considerables de masas musculares y de la piel; esto lo solían atribuir los propios heridos y los sanitarios a «balas explosivas». Nosotros nunca pudimos comprobar ni confirmar que se tratase de auténticas «balas explosivas», es decir, con una carga en su interior dispuesta para hacer explosión. Tales «balas explosivas» existían realmente en las cintas de las ametralladoras pesadas de los aviones, en las que solían alternarse las «trazadoras», las «antiblindajes» y las explosivas. En realidad, las balas que ordinariamente producían tales destrozos solían estar deformadas por haber sufrido antes un rebote en alguna piedra. De todas formas, en más de una ocasión (por no decir en muchas), hemos extraído balas de las llamadas vulgarmente «explosivas», y en realidad eran balas que, por haberles limado la punta afilada del blindaje, se convertían en la llamada «bala explosiva» o «bala dum-dum», ya que al chocar con el cuerpo se abre el blindaje «herniándose» el ánima de plomo del proyectil, lo que ocasiona desgarros y heridas irregulares, a veces tremendas. Las fuerzas marroquíes, Mehala, etcétera, utilizaban mucho este tipo de bala, prohibida en los convenios internacionales de Ginebra y La Haya. Cuando una herida de bala presentaba orificios de entrada y salida podíamos reconstruir imaginariamente el trayecto y prever los órganos, vísceras o regiones afectadas.
En casos sin orificio de salida era imprescindible la localización del proyectil por medio de la radiografía, no porque la extracción fuera necesaria, ya que pueden ser perfectamente tolerados, pero sí para calibrar los daños que ha podido causar su trayectoria. En el hospital base disponíamos de rayos X, pero en el de primera línea carecíamos de tal método diagnóstico, y en estos casos preguntábamos al herido cuál era la posición exacta de su cuerpo al recibir el impacto. Conociendo si estaba de pie, corriendo o tendido sobre el suelo, podía suponerse idealmente (con imaginación) la trayectoria de la bala a lo largo del cuerpo y proceder en consecuencia.
B) HERIDAS DE METRALLA
Sabido es que éstas son mucho más graves, en general, que las de bala, pues sus proyectiles son trozos irregulares de bordes, generalmente cortantes y agudos, procedentes de la explosión de obuses de artillería o bombas de aviación que, tras explotar bajo tierra y fragmentarse, se dispersan animadas de gran velocidad, movimientos de rotación y fuerza de penetración, produciendo heridas tremendas irregulares con destrozos de gran consideración, hemorragia, fracturas, shock y a veces amputaciones completas. Estos trozos de metralla no solían tener -como las heridas de bala- salida, sino que solían quedar empotrados en el organismo, tras arrastrar con ellos tierra, trozos de ropa, de ramas, etcétera. Las lesiones óseas eran por lo general fracturas conminutas, como por estallido, de imposible reparación frecuentemente y que solían exigir la amputación.
En las fracturas producidas por heridas de bala también podíamos ver este tipo de fractura conminuta si la bala venía lateralizada o deformada por un rebote, o era de las llamadas «expansivas», o el disparo no había sido a larga distancia y venía animada de gran velocidad. Si el poder de penetración de la bala era escaso, en los huesos largos solían producir la fractura llamada «en alas de mariposa», poco frecuente, en cambio, en las heridas de metralla, a no ser que el fragmento de metralla fuera pequeño y la velocidad de penetración escasa.
C) LAS BALAS ESFERICAS, LOS «SHRAPNELS»
Típicos de la guerra europea, se utilizaron muy escasamente en la nuestra. Se trataba de granadas disparadas por obuses, con espoletas graduadas para explotar a ras del suelo y dispersar sus proyectiles, que eran esferas de acero de unos 10 a 12 milímetros de diámetro (como las bolas de los rodamientos). Se disparaban como tiro de barrera contra el avance de fuerzas de infantería. Aunque tenían escaso poder de penetración, producían heridas graves, fracturas, etcétera.
D) HERIDAS DE MORTERO
Estas eran terribles por ser múltiples, producían impactos pequeños y numerosos y, si la explosión era próxima, podían provocar heridas penetrantes y graves. Es un arma traidora, ya que el estar en el fondo de la trinchera o zanja o detrás de un muro no le protege a uno suficientemente; por eso se emplea en posiciones estables o como fuego de contención.
E) CUERPOS EXTRAÑOS
Los más frecuentes eran, naturalmente, proyectiles de toda clase o fragmentos de proyectil, de cualquier tamaño y variada localización. Entre ellos recuerdo algunos, de los que me voy a permitir describir dos por ser insólitos y por su especial particularidad, ya que los fragmentos o trozos de piedras, matorrales, astillas, trozos de cristales, de ropas o de correaje, fragmentos de una hebilla, de un lápiz, de una cartera y, más de una vez, de un reloj, eran moneda corriente. Uno de los más curiosos fue en Libros (Teruel), cuando un grupo de diez o doce soldados estaban al abrigo del peligro de un bombardeo de aviación en el interior de un socavón o cueva poco profunda
Experiencia personal en un hospital quirúrgico de primera línea durante nuestra guerra civil.
DR. MANUEL PICARDO CASTELLÓN
Académico corresponsal de la Real Academia de Medicina de Valencia.
De la Sociedad Española de Médicos Escritores
A MANERA DE PROLOGO
El título de esta modesta recopilación de recuerdos iba a ser: «La cirugía en un hospital de primera línea durante nuestra guerra civil», pero me pareció un tanto presuntuoso y quizá desproporcionado a mis conocimientos y mis propósitos. Otra cosa sería si el que redacta estas cuartillas fuese -pongo por caso- un teniente coronel de la Sanidad Militar, que, al comenzar nuestra guerra, llevase tras sí la experiencia de haber hecho la campaña de Marruecos y posteriormente actuado en un hospital militar; entonces sí que estaría más que autorizado para hablar en extensión de la misión específica y todo lo concerniente a los hospitales de primera línea.
Por ello, me pareció prudente limitarme a referir lo que he visto y trabajado en el hospital de primera línea en que desarrollé mi actividad, contentándome, por tanto, con hablar tan sólo de mi experiencia y no del vasto campo de la cirugía en esos hospitales, antes llamados «de sangre».
PROPÓSITOS Y ANTECEDENTES
Es mi deseo que esto no tenga de autobiográfico más de lo indispensable, ni tienda a lo intrascendente y anecdótico. Relatar lo vivido, sin pretender juzgar hechos, ni conductas..., tal es lo que pretende aquel muchacho que terminó la carrera en Madrid en 1934 y al que pilló el 18 de julio del 36, después de haber sido alumno interno de cirugía en el Hospital Provincial, en el puesto de médico de guardia e interno, en dicho Provincial y en el Hospital Clínico de San Carlos. Mi única y modesta experiencia en heridos de guerra la tuve en la sala 21 del Provincial, con el jefe del Servicio, doctor don Jacinto Segovia Caballero, que por pertenecer al Partido Socialista tuvo dicha sala llena de heridos propiamente de guerra, enviados directamente desde Asturias cuando la Revolución del año 1934.
El hecho de estar durante el verano el Hospital Clínico cerrado y de que, en el Provincial, la mitad del personal, tanto de profesores como de internos, estuvieran de vacaciones (pues entonces no existían los «jefes clínicos»), hizo que, desde los primeros momentos, los médicos internos -por orden de la dirección- nos tuviéramos que hacer cargo de salas enteras llenas de heridos (de 40 a 50 camas) bajo nuestra única responsabilidad, sin ayuda ni asesoramiento (por lo menos en mi caso) del jefe del Servicio, ya que el doctor Segovia fue nombrado secretario del Comité Central de la Cruz Roja Española y, el día 8 de agosto de 1936, director del Hospital Central de la Institución. Además, a los pocos días, viajó a París, donde permaneció un tiempo prolongado, para gestionar la adquisición de material quirúrgico y sanitario, pasando poco después a dirigir un equipo quirúrgico de la Sanidad de Carabineros (actuando en la Batalla de Guadalajara). Por otra parte, nuestra misión quirúrgica en el Provincial era intensa, pues, desde los primeros momentos, el Provincial -dada la proximidad de los frentes- actuaba, de hecho, como hospital de primera línea (teníamos sacos terreros en las ventanas de los quirófanos del segundo piso): Recibíamos los heridos directamente de la Sierra del Guadarrama, de la retirada de Extremadura, de Toledo, de los barrios periféricos de Madrid, los Carabancheles, Casa de Campo, barrios de Usera y Argüelles, Ciudad Universitaria, etcétera.
Posteriormente, al militarizarse los hospitales civiles de la capital, al Provincial (Hospital Militar núm. 4) fue destinado como director mi maestro, el profesor Cardenal, que comenzó a divulgar en los diversos servicios lo que desde el primer momento implantó en el suyo, asepsia rigurosa, intervención sistemática de Friedrich y cierre parcial de las heridas si el intervalo entre herida e intervención era menor de siete u ocho horas; taponamiento o drenaje-declive (si se consideraba necesario), supresión de lavados, curas húmedas o líquido de Dakin, mejorando con todo ello, en poco tiempo, el estado y la evolución de las heridas, en líneas generales. Con este escaso, aunque suficiente, bagaje fui nombrado por la «Jefatura de Sanidad de) Ejército del Centro», en junio de 1937, cirujano jefe del Equipo Quirúrgico de la 11 División; equipo que había quedado «acéfalo», pues su jefe se «pasó» a las líneas de enfrente durante los combates del Jarama; por todo ello no pude conjuntar un equipo a mi gusto, sino que hube de acoplarme al personal que quedó (después de que hubiera sido convenientemente depurado).
JEFE DEL EQUIPO QUIRURGICO «A» DE LA 11 DIVISION
Dicha División, destinada en el frente de Madrid, estaba formada por las Primera y Novena Brigadas Mixtas y era la continuación militar de la primera unidad de choque creada en Madrid con el nombre de «5.° Regimiento de Milicias Populares», que, al mando de Enrique Líster, estaba integrada por los batallones: El Batallón Thaelman, el Batallón Cruz, el Batallón Heredia, y El Batallón José Díaz. No quisiera extenderme en la organización sanitaria de la División ni de las brigadas, que contaba con los médicos de batallón y su personal auxiliar de sanitarios y camilleros. Más atrás del puesto del batallón, más resguardado y en lugar apropiado, estaba el puesto de clasificación y triaje de cada brigada, para recibir las evacuaciones de los batallones; solía estar en tiendas de campaña o algún caserío aislado y tener un buen camino o carretera para evacuar. Para su instalación había que contar con una zanja-refugio y un camuflaje conveniente, así como disponer de unos cobertizos de ramajes y arbolado para ambulancias y vehículos.
En este puesto de triaje se iban reuniendo los heridos, a los que se rectificaban o completaban curas, torniquetes o inmovilizaciones; se administraban sueros, tónicos o calmantes y se extendían o completaban los partes de evacuación, con el diagnóstico, la hora de herida, la medicación empleada, la forma en que debía hacerse la evacuación, etcétera.
Las ambulancias rápidas, que eran las que traían a los heridos graves a nuestro hospital de primera línea, estaban hechas en los talleres mecánicos divisionarios utilizando un chasis de un turismo (generalmente «camuflado» en la calle) y llevaban dos camillas, una sobre otra, el conductor y un sanitario.
Al clasificar los heridos en el puesto de triaje de la brigada (un recuerdo para los doctores Torres y Fajardo), a nuestro hospital se enviaban tan sólo:
1. Los heridos penetrantes de vientre o con sospecha de serlo.
2. Los heridos penetrantes de tórax.
3. Los heridos de cráneo con cuadro de compresión o hemorragia.
4. Los heridos de miembros con cuadro de shock o hemorragia.
5. Los grandes quemados con shock.
6. Los heridos con graves cuadros de shock o problemas respiratorios; por ejemplo, heridos de cara, rostro y cuello.
Los demás heridos eran transportados a los hospitales base en grandes ambulancias, en camillas o sentados, y los más leves, en autobuses.
Desgraciadamente, la presencia cada vez más constante de la aviación enemiga sobre las líneas propias y de comunicación con la retaguardia hacían prácticamente imposible las evacuaciones durante las horas del día, ya que los cazas disparaban contra cualquier vehículo que transitase por detrás de las líneas de fuego, por lo que en muchas ocasiones los heridos debían esperar hasta el anochecer para poder ser evacuados, con la agravación que en el pronóstico representaba esa demora de horas.
Hospital de primera línea; había sólo uno por División, y lo principal y fundamental de su misión podía resumirse en estos tres postulados:
1.° Debía estar situado, dentro de unas condiciones mínimas de seguridad, lo más próximo posible a la línea de fuego, para que los heridos pudieran ser atendidos cuanto antes.
2.° Debía estar dotado de los medios y personal suficientes para que las intervenciones que en él se realizasen pudiesen considerarse como «definitivas»; o sea, que no se trataba de realizar una cura más o menos perfecta, sino que la operación debía ser lo más completa, radical y total.
3.° Que los heridos ya operados y que se encontrasen en condiciones de ser evacuados lo fueran con las suficientes garantías, para terminar su período de curación y recuperación en los hospitales base o en algún hospital especializado en su dolencia, ya que, como estos hospitales de primera línea tienen, por necesidad, un número reducido de camas, los ya operados han de hacer en ellos hospitalizaciones breves para dejar sus camas libres y poder así estar en disposición de recibir y atender nuevos heridos urgentes.
De lo dicho se deduce que lo fundamental de la misión de un hospital de primera línea es que sea capaz de ofrecer a los heridos un tratamiento quirúrgico completo y eficiente y la perfecta organización de sus evacuaciones.
La guerra del Vietnam ha demostrado estos extremos, pues aparte del inmenso progreso de la técnica, medicación, recuperación, etcétera, ha contribuido enormemente a la mejoría de los resultados la evacuación en helicópteros (convertidos en centros de reanimación) a los pocos minutos de producirse la herida, desde las inmediaciones del frente de combate directamente a un «hospital especializado».
Hablemos, en primer lugar, de la organización de nuestro hospital y más tarde de su funcionamiento.
De transportes, no teníamos más que un gran autobús -como material propio destinado a los desplazamientos del personal sanitario.
Para nuestros forzosos y continuos traslados nos enviaban, del cuerpo del tren divisionario, los camiones precisos (de aquellos «rusos» pintados de verde), uno para material de cocina y despensa, otro para la farmacia (ya que el hospital avanzado distribuía el suministro y abastecimiento sanitario necesario para brigadas y batallones), varios camiones para las camas de la dotación hospitalaria, colchones, mantas y ropa en general; otros para el material de quirófanos, curas, desinfección, esterilización, desinsectación, etcétera. A uno se enganchaba un remolque con un grupo electrógeno que nos suministraba fluido y luz.
A esto se sumaban las ambulancias precisas para la evacuación de los heridos hospitalizados que nos enviaba el parque sanitario de la División.
Solíamos actuar sólo los dos equipos quirúrgicos divisionarios, el del doctor Mateo Gallego y el mío, y llevábamos varias mesas de operaciones para facilitar el trabajo. El material de quirófano constaba de lámparas, focos auxiliares, dos esterilizadores Poupinell, hervidores, mesas para instrumental, autoclaves, cajas de instrumental, etcétera; aparte de ello, cada equipo llevaba su instrumental quirúrgico y material propio por separado, siendo los responsables del mismo el instrumentista, la enfermera y el sanitario de quirófano, que además realizaban la esterilización del material y ropa.
Los lugares en que tuvimos que montar nuestro hospital fueron tan diversos y variados que sólo mencionaré «algunos tipos» dentro de los que existían infinidad de variantes. Teníamos unas tiendas de campaña-hospital, italianas, magníficas (tomadas por nuestra División al enemigo en Brunete); otras veces en masías, cuadras, ermitas, iglesias, conventos, fábricas de harina, de aceite, mansiones suntuosas, de lujo, casas de labor y hasta, en dos ocasiones, en teatros (en los que vaciábamos el patio de butacas tirando las filas a la calle; en el escenario se instalaba el quirófano, bajando el telón para que los heridos, desde sus camas en el patio de butacas y palcos, no presenciasen las intervenciones, y se subía y bajaba el telón para dar paso a las camillas. Donde mejor resultaba nuestra instalación era en los grupos escolares y escuelas, así que siempre que podíamos (en Alcañiz, Segorbe, La Ametilla del Mar, etcétera) nos «metíamos» en uno de ellos, lo que se dio en más de seis ocasiones. En un pueblo mísero (Cuevas Labradas -Teruel-) requisamos todas las plantas bajas, tirando paredes y comunicando las casas entre sí para no tener que salir a la calle. También dispusimos de edificios que eran monumentos nacionales, como un magnífico monasterio en Bellpuig (Lérida) y el Monasterio de Santas Creus (Tarragona). Dos veces tuvimos el hospital montado en sendos túneles. Primero, tras el paso del Ebro, frente a Gandesa, en unos túneles que habían servido a los nacionales de refugio antiaéreo de un puesto de mando avanzado, y otra vez cerca de Pinell, en un largo túnel de ferrocarril, sin tendido de vías aún, en el que convivimos (a lo largo del túnel) con un hospital de la Internacional.
En todas estas tan heterogéneas instalaciones, después de una limpieza rápida, pero lo más minuciosa posible, con agua, jabón y zotal, se blanqueaban paredes y techos con cal y se extendían sobre el suelo grandes rollos de linóleum (requisados no se sabe dónde), pues muchas veces el suelo era terrizo y así se podía tener limpio. En los túneles, como en los bombardeos próximos se desprendían tierra y trozos de piedra, se nos ocurrió clavar unas fuertes estacas de troncos de chopo, del suelo al techo, en los ángulos, para tensar sobre ellas telas de lona sobre las mesas de operaciones, para que con la trepidación de los bombardeos no cayeran trozos del techo sobre el campo operatorio.
Muchas cosas de las que hoy consideraríamos indispensables para el correcto funcionamiento de un hospital brillaban por su ausencia, pues carecíamos de laboratorio, radiología, servicio de oxigenoterapia, bisturí eléctrico, aspiradores, transfusión sanguínea. reanimación. etcétera.
PERSONAL
El personal de nuestro hospital estaba dividido en dos grupos:
1. El personal de plantilla del hospital, compuesto de un médico, director del hospital, encargado de la organización de los servicios y su funcionamiento, las guardias, las evacuaciones, relaciones con la comandancia, reconocimiento de ingresos y, de acuerdo con los ayudantes de los equipos, fijar el orden de prelación de las intervenciones según la valoración de las urgencias. Además, vigilancia de las historias clínicas y cumplimiento de las órdenes recibidas de la superioridad en relación con instalaciones, traslados, evacuaciones, etcétera.
Un «responsable» o jefe del hospital -que solía ser un teniente de milicias- para hacer cumplir las órdenes de la dirección y bajo cuyo mando directo estaban un sargento y un cabo, que se ocupaban del mando sobre los sanitarios, del suministro, de la ropa, del lavado, del correo, organización de las evacuaciones, carga y descarga de todo el material en todos los traslados, transporte de los heridos en camillas, recogida de ropas y limpieza. El sargento era responsable de la recogida de los enseres, documentación y armas que traían los heridos al ingresar.
A las órdenes del «responsable» estaba igualmente el grupo de cocina, formado por un sargento encargado de la despensa y suministro, un cocinero y tres pinches. Un oficinista (que ulteriormente, por necesidades del servicio, se amplió a tres) encargado del «papeleo» del hospital, partes a la superioridad, relación de altas e ingresos, certificados de defunción, estadísticas, nóminas de personal, vales para intendencia y suministro de alimentos, medicación y material diverso, etcétera.
Un comisario político y su ayudante, que recibían órdenes directas del comisariado de la División.
Además, un número variable de enfermeras y practicantes y cuatro o seis sanitarios encargados de todas las funciones materiales del hospital.
El hospital llevaba agregado un servicio de desinfección y desinsectación, al frente del cual estaban un teniente veterinario y varios sacerdotes militarizados. Continuamente desinfectaban todo con zotal, desinsectaban, en cámaras especiales, colchones, mantas y sábanas, así como las ropas con que llegaban los heridos, etcétera.
En nuestro hospital actuaban los dos equipos quirúrgicos mencionados, que se relevaban o actuaban conjunta o separadamente, según las necesidades y de acuerdo con la dirección del hospital, y organizaban sus guardias y descansos. Ya en los combates de Brunete se vio que dos equipos eran pocos para las necesidades de una labor eficiente y correcta, ante la gran cantidad de ingresos, y fuimos reforzados por un equipo de la Sanidad del Cuerpo de Carabineros. Pero antes de los combates de Teruel la comandancia aumentó con un tercer equipo (doctor Pueyo) la plantilla hospitalaria, pues los heridos, que frecuentemente nos llegaban a oleadas, no debían ver demoradas sus intervenciones ya que esto repercutía en el pronóstico y resultados.
El plan de trabajo solía ser el siguiente: Un equipo estaba de guardia, otro de imaginaria y el tercero de descanso, por turnos de ocho horas rotativas. Cuando era necesario, el de guardia llamaba al imaginaria, y si el trabajo aumentaba operábamos todos a la vez.
En otras ocasiones -según las órdenes de superioridad- actuábamos los equipos separados y, a veces, si el trabajo era intenso, éramos reforzados por otros equipos quirúrgicos, bien de otras divisiones o cuerpos del Ejército, del grupo de Ejércitos de Cataluña (doctores Marsillach, Caralps Olsina, Pueo, Llauradó, Riera, Verdaguer y varios más), o de la Internacional (doctores Jarufe [peruano], doctora Olga Tschecowa y su ayudante doctor Indovitch [polacos], doctor Singulesco [rumano] y varios otros).
PERSONAL PROPIO DE CADA EQUIPO QUIRÚRGICO
Cada equipo quirúrgico divisionario estaba formado por un jefe, con el grado de capitán; un teniente ayudante, también médico; un oficial anestesista, que solía ser practicante; un instrumentista, practicante o estudiante de Medicina; a éstos se añadió más tarde un transfusor de sangre, estudiante de Medicina o practicante. Había además una enfermera de quirófano, ayudada por un sanitario de quirófano, encargados del montaje, esterilización, manejo de autoclave, hervidores, Poupinell, teniendo en todo momento en punto la ropa (paños, sábanas, guantes, etcétera) y el instrumental esterilizado en cajas metálicas, cerradas y selladas por especialidades, iluminación, etcétera. Asimismo, tres enfermeras o practicantes del equipo para el trabajo en colaboración con el personal propio del hospital. A este personal se añadió un oficinista, que solía ser un sacerdote (nosotros tuvimos un pastor protestante), pues de cada herido había que hacer un parte detallado que era una verdadera historia clínica:
Su estado general al ingresar, descripción de la herida y de la intervención realizada, medicación utilizada, material de sutura, etcétera, que había que hacer por triplicado. Un ejemplar para el archivo del equipo, otro que se enviaba cada día a la Comandancia de Sanidad divisionaria y otro que, en un sobre, acompañaba siempre al herido en sus traslados y evacuaciones. Otro personal muy importante para la labor del equipo era el barbero, pues afeitar deprisa y extensamente un cráneo, un tronco o unos miembros con heridas de consideración (a veces con colgajos), con sangre reseca pegada, no era una labor fácil.
Cada equipo disponía de un número de camas no superior -generalmente- a 25 ni inferior a 15 ó 20. La movilidad de los equipos era obligada en una división de choque, y la mayor parte de las veces las órdenes de traslado eran apremiantes y había que cumplirlas al instante. Lo corriente era que al recibir una orden de traslado se cumpliera al minuto, y lo más frecuente, el salir hacia nuestro nuevo emplazamiento sin conocer cuál sería nuestro punto de destino, pues para evitar indiscreciones o informes que pudieran servir al espionaje, la orden de partida la recibía el director en un sobre cerrado que no podía abrirse hasta determinado lugar de la carretera; o bien íbamos hasta un lugar indicado, en el que teníamos que esperar la llegada de un motorista que nos conducía hasta el lugar de nuestro nuevo emplazamiento. A esto se acompañaba una orden en la que se especificaba la hora en que debía estar todo dispuesto y a punto para recibir los primeros heridos, según las órdenes de evacuación que recibían igualmente los jefes de los puestos de clasificación y triaje de las brigadas.
Antes de entrar en materia quiero dedicar unas emocionadas palabras en recuerdo de personas entrañables que compartieron su trabajo con nosotros y encontraron en nuestro hospital un final desgraciado. Ya escribí al principio de estas líneas que en ellas no quiero juzgar hechos ni conductas, pretendiendo únicamente ser totalmente fiel a la descripción de los acontecimientos de los que fui testigo.
En primer lugar, deseo mencionar a «La Mami», que había sido enfermera-jefe de la sala de hombres del servicio del profesor Marañón en el Hospital Provincial de Madrid y a la que conocía desde mi entrada de alumno interno. Era la de más edad entre nuestras enfermeras. Durante la retirada en las segundas operaciones sobre Teruel socorrió con ropas y alimentos a algunos soldados de nuestras unidades que se retiraban en desorden del frente, desertores aspeados y maltrechos, por lo que fue fusilada en los alrededores de las tiendas de campaña de nuestro hospital cerca de Coll de Balaguer.
El segundo es un estudiante de Medicina de Madrid, responsable del servicio de ambulancias y transportes sanitarios de la División, que acusado de sabotaje por presuntas deficiencias en el servicio de ambulancias, fue fusilado al terminar los combates de Teruel.
Los restantes fueron el capitán Luis Riera (cuñado del doctor Antonio Caralps Masó, el primer cirujano de tórax de Barcelona), el teniente Joaquín Verdaguer, jefes ambos de equipos quirúrgicos de nuestro 5.° Cuerpo de Ejército, que habían venido a reforzarnos, y sus dos médicos ayudantes, los alféreces Puigferrat y Chacón, todos de Barcelona, que fueron sacados materialmente de los quirófanos en que estaban operando por un grupo de milicianos al mando de un delegado del comisario y fusilados en las proximidades del pueblo de Arbucias (Gerona) acusados del supuesto delito de «intento de deserción ante el enemigo» en la retirada de Cataluña.
Tras esta nota triste y emotiva, referiré -como excepción- esta pincelada sobre nuestro trabajo.
Al terminar la batalla de Brunete llegaron los camiones del cuerpo de tren para cargarlos y regresar a nuestra base en Madrid (en la calle de Lista). Era un trabajo pesado, pues había que cargar más de 60 camas, somiers, colchones, fardos de mantas y ropas, material de cocina, etcétera. Todavía teníamos un sanitario de baja con unaa mano vendada a causa de una herida que se había producido con los alambres de un somier en el traslado anterior. Siguiendo la costumbre establecida en estos casos, todo el mundo, médicos, enfermeras, etcétera, empezaron la pesada faena del acarreo y carga, a lo que me opuse y convencí a los médicos y personal de ambos equipos que no debíamos hacerlo, pues si nos producíamos una herida en una mano quedábamos inutilizados para nuestro quehacer quirúrgico. El jefe de Personal vino, muy alterado, obligándonos a la carga de los camiones. Ante nuestra negativa razonada, vino el comisario político (Menós), diciéndonos que allí todos éramos iguales, que se habían terminado los enchufes y favoritismos... y a cargar todos. Le contesté que si un sanitario se hería en una mano se le podía sustituir con otro, pero no así si un cirujano o cualquier persona de un equipo quedaba inutilizado, y que si todos éramos iguales, pues de acuerdo, en el próximo emplazamiento el cabo Romero operaría, yo guisaría y cualquier otro sanitario o chófer anestesiaría, y entonces sí, todos seríamos iguales y nosotros cargaríamos. Esto lo comprendió perfectamente y nos autorizó a no cargar, pero rogándonos que no nos hiciéramos visibles. De todas maneras, no hubo protestas, pues los sanitarios lo comprendieron.
MEDICACION
Como anestesia teníamos éter sulfúrico «Abelló», con el aparato de Ombrédanne y también, a veces, el cloroformo con mascarilla. La raquianestesia, muy en boga en aquella época, no la solíamos utilizar por la baja de tensión que provocaba. Rara vez el «Evipán» o el «Cloretilo». La anestesia local la solíamos utilizar poco, si acaso, en los heridos cráneo-encefálicos. Como tónicos cardiocirculatorios se utilizaban aún el aceite alcanforado y el Cardiazol. Como sedantes, el cloruro mórfico y el Pantopón. Los sueros antitetánicos y antigangrenosos eran de utilización obligada, anotándose cuidadosamente en las fichas de evacuación si se habían inyectado, para evitar peligrosos cuadros de shock, Se procuraba la desensibilización con inyecciones espaciadas sucesivas de mínimas cantidades. Los sueros fisiológicos y glucosalinos solían usarse en inyección subcutánea a presión, pues venían en aquellas ampollas autoinyectables «Rapid», de un litro, recuperables. Se utilizaba el extracto tebaico, tras las intervenciones abdominales, para favorecer el «silencio» intestinal.
SHOCK
Recibíamos muchos heridos en estado de shock, por la hemorragia, por el frío, por el miedo, por el dolor, por el desamparo, por la soledad; siendo imposible valorar porcentualmente (como pretendió hacer el doctor Lluesma en el shock de los tanquistas) cada uno de estos factores. La norma, naturalmente, era no operar nunca a ningún herido en estado de shock, por lo que a estos heridos se les solía acomodar en alguna habitación, tienda de campaña o lugar un poco apartado (cuando se podía) del movimiento del hospital. Se les abrigaba, tonificaba, se procuraba calmar el dolor, se les ponían ropas secas, se repetían las tomas de pulso y tensión (aquí sí que echábamos de menos el oxígeno y las transfusiones), y únicamente eran llevados al quirófano cuando habían remontado el estado de shock.
Los heridos solían llegar al comenzar la noche. El director, con algún médico del equipo de guardia, revisaba los partes de evacuación y la hora en que habían sido heridos; se controlaban las heridas y el estado general (pulso, temperatura, tensión) y se establecía la indicación quirúrgica, así como el orden de prelación para las diversas intervenciones que habían de realizarse, apartando aquellos que quedaban en espera de recuperación o en expectación armada. A los que debían ser operados se les solía poner en la frente un esparadrapo con el número de orden, para evitar confusiones. Durante la espera para ser intervenidos se les quitaba la ropa húmeda y sucia y se comprobaba su identificación. El sargento recogía todas sus pertenencias personales, armas, etcétera. Se les limpiaba, se afeitaba ampliamente la región operatoria (pecando por exceso), se les tonificaba, etcétera, pasándolos a una cama con bolsas calientes y administrando calmantes si se precisaban. Se seguía la norma de hacer que el herido orinase o se le practicaba un cateterismo vesical, así como una evacuación gástrica, sin lavado. El campo operatorio se desinfectaba con lavado con agua y jabón y después con éter, alcohol y tintura de yodo. En todas las circunstancias y en los más diferentes lugares hemos operado con los principios de asepsia más rigurosa y absoluta, tal y como hacíamos en nuestros hospitales de Madrid, con guantes, mascarillas, etcétera.
TECNICA QUIRURGICA
La técnica variaba según los casos, pero lo fundamental era siempre lo mismo, la «Cura de Friedrich», o sea, la escisión de los bordes de la piel, amplio desbridamiento de la herida y todos sus trayectos, con resección de los tejidos contundidos o desvitalizados, con el mayor respeto para las formaciones vasculares o nerviosas; extirpación de esquirlas óseas sueltas, respetando las unidas a periostio; extracción minuciosa de cuerpos extraños, practicando lavados o desinfección de la herida cuando pareciera conveniente con agua oxigenada o éter, según los casos.
Aquellas curas que hacíamos al principio de la contienda, herencia de la guerra europea y que habíamos estudiado en nuestros libros de «Patología externa» (como entonces solía decirse), Eitelberg, Forgue, Begouin, Keen, etcétera, con irrigación continua de las heridas con el «Líquido de Dakin», ya habían quedado atrás. Tras minuciosa hemostasia con ligaduras de catgut del «0» se daban puntos de aproximación, con catgut fino, de los diversos planos, musculares, aponeuróticos, etcétera, y de la piel, con puntos sueltos, espaciados, con crin; se dejaba contraabertura con drenaje declive cuando se estimaba conveniente, o se hacía taponamiento con gasa yodofórmica envaselinada, a veces con ligero goteo antiséptico, según existiera evidencia de infección local. Cuando había alguna sospecha de gangrena «in situ», después de amplia escisión tisular se vertían varias ampollas de suero antigangrenoso empapando el taponamiento. Como ampliación de este tipo de cirugía dedicaremos más tarde una mayor extensión (al tratar de las heridas de los miembros) al injustamente llamado «Método de Trueta».
Fue norma siempre en nuestro hospital, siguiendo órdenes de la Comandancia, no establecer en ningún caso discriminación alguna, ni en el tratamiento ni en el orden de urgencias operatorias, con los heridos prisioneros, que fueron tratados con las mismas normas e interés que los propios.
A continuación haremos mención de algunos tipos de heridas muy frecuentes en hospitales, como el nuestro, de primera línea.
A) LAS HERIDAS PENETRANTES EN CAVIDAD ABDOMINAL
Ante la evidencia de penetración, si el estado general era relativamente satisfactorio, no debía dudarse en intervenir y cuanto antes. En casos de duda razonable, con buen estado general, siempre operar y nunca abstenerse y esperar «a ver la evolución». La «expectación armada» no es buena norma y sólo puede admitirse en muy contadas ocasiones. Preparación cuidadosa del herido, evacuación gástrica sin lavado, cateterismo vesical, etcétera; como carecíamos de radiología, ante un caso de orificio de entrada sin salida, amplia laparotomía media. Si la herida ofrecía orificios de entrada y salida podía decidirse a practicar la laparotomía subcostal, pararrectal, etcétera, guiados por el posible trayecto. Se procedía inmediatamente a una revisión directa, lo más completa posible, del hígado, bazo, fondo de Douglas, presencia de sangre en heces o contenido intestinal en peritoneo y, sistemáticamente, de la totalidad del tubo digestivo, limpieza con compresas húmedas (no teníamos aspirador) del contenido peritoneal (nunca lavados) y revisión detenida del peritoneo parietal posterior ante la sospecha de lesiones (siempre graves) en el espacio retroperitoneal. En las perforaciones del tubo digestivo se realizaba, según los casos, o bien sutura en dos planos (catgut y seda) de las perforaciones, o resección intestinal y restauración de la continuidad (término-terminal, látero-lateral o término-lateral), según las particularidades de cada caso. En casos particularmente graves, como el de estallido del intestino grueso con mal estado general, se procedía a la exteriorización total del asa (técnica de Mikulicz) y, en un segundo tiempo, se hacía la resección del asa; en una tercera intervención (ya en el hospital base), cierre del ano artificial restableciendo la continuidad. También era obligada la amplia resección intestinal en caso de extensos desgarros mesentéricos. En las heridas del hígado, suturas o resecciones parciales, según los casos o posibilidades. En las heridas del bazo, generalmente con estallido y gran hemorragia, ningún intento de sutura; siempre esplenectomía. Las lesiones retroperitoneales solían ocasionar un gran hematóma retroperitoneal que exigía una exploración directa. Si existían lesiones de grandes vasos, aorta, cavas, arterias renales, iliacas, etcétera, los heridos no solían llegar a nuestras manos, pero eran relativamente frecuentes las lesiones renales que nos obligaban a la nefrectomía, así como las ureterales, que tenían la misma indicación, o el abocamiento de la porción proximal a la piel por una contraabertura lateral, con ligadura del extremo periférico; esto era no difícil si el cabo superior era largo, pero el posoperatorio resultaba incómodo, con molestas complicaciones. Naturalmente, no existían unas directrices rígidas, y cada uno, según su experiencia, seguía parecidos criterios ante casos iguales o similares. La pared, para ahorrar tiempo y dar mayor solidez a la sutura, la solíamos cerrar en un solo plano, con crines trenzadas o con alambre. En caso necesario, sobre todo con perforaciones y contenido séptico en peritoneo, solíamos dejar drenaje, pero nunca tubos, sino un taponamiento de Mikulicz, con una compresa rellena de gasa yodofórmica. Posición posoperatoria, semiincorporado, de Fowler. Sueros glucosalinos subcutáneos y extracto tebaico los primeros días, tónicos, etcétera.
Muchos fueron los que pudieron evacuarse satisfactoriamente a los cinco o seis días, y tuvimos la satisfacción, después de los combates de Brunete, de que nuestro hospital avanzado fuera mencionado en la orden del día por el inspector de los equipos quirúrgicos del Ejército del Centro, doctor D'Harcourt, por haber conseguido la más alta cifra de curaciones en los heridos penetrantes de vientre. Nunca nos vanagloriamos de ello, pues comprendimos que, según las normas de nuestro comandante y la unificación de nuestro hospital, era el más avanzado de todo el frente, por lo que recibíamos a los heridos, con menos horas que ningún otro. Esto se vio luego en las estadísticas de promedio del tiempo «herida-operación».
B) HERIDOS DE TORAX
Estos heridos eran siempre un problema. Las heridas centrales, con afectación del mediastino, generalmente no llegaban a nuestras manos, pues morían en el campo o su estado era tan desesperado que, sin medios apropiados de reanimación (de que carecíamos), no podían ser intervenidos. Las heridas torácicas de bala, generalmente en sedal (orificios de entrada y salida), penetrantes en cavidad pleural o con orificio sólo de entrada y alojamiento del proyectil en parénquima o pared, iban acompañadas siempre de cuadros de disnea intensa, tos, sofocación, hemoneumotórax -generalmente a tensión-, desviación mediastínica, respiración paradójica, con o sin enfisema subcutáneo, y eran muy escasas nuestras posibilidades de intervenir con posibilidades de éxito, ya que intentar abrir un hemitórax con anestesia etérea, sin intubación ni cámara de hipopresión ni aspiración, era totalmente impensable, por lo que estos heridos, a los que se les solía colocar un fuerte esparadrapo en la base del tórax o hemitórax, solían llevar un curso más o menos rápido de empeoramiento progresivo y siempre un fatal pronóstico. Las heridas -más o menos extensas- de metralla en la pared torácica, con neumotórax abierto, «respirando por la herida», con o sin lesiones viscerales, eran igualmente de gravedad extrema e infausto pronóstico, y muy poco, y desde luego nada útil, podíamos hacer en estos casos, que solíamos tratar como sigue: Bajo una ligera «anestesia a la reina» con cloroformo, se ampliaba o regularizaba la herida parietal; se intentaba tomar el pulso -lesionado o no- con unas pinzas blandas de Nétalon o de anillo forradas con goma, y atraerlo hacia la pared, procurando suturarlo a ésta con puntos de catgut grueso para intentar fijar el mediastino, así como suturar los desgarros pulmonares (todo ello, mucho más fácil de decir que de hacer), etcétera. Nunca pudimos realizar esto a satisfacción, ni nos dio en ningún caso buen resultado, pues la fatiga y disnea, los frecuentes golpes de tos, el bamboleo mediastínico y la obligada posición en decúbito lateral, que hacía desplazarse hacia abajo (hacia el hemitórax sano) el mediastino, terminaban desgarrando el pulmón más de lo que estaba y los resultados no podían ser más desalentadores ni fueron buenos en ningún caso.
Prácticamente, casi los únicos heridos de tórax que hemos visto curar eran aquellos heridos de bala en sedal, periféricos o sólo con orificio de entrada y alojamiento del proyectil en el parénquima o la pared, sin haber interesado vasos ni bronquios importantes y que habían padecido con anterioridad procesos pleuro-pulmo-nares, pleuritis o llevado anteriormente un neumotórax terapéutico, lo que determinaba sínfisis pleurales, fijación mediastínica y un tórax estable.
Siempre problemáticas, de difícil diagnóstico (sin radiología) y de inseguridad, tanto en el pronóstico como en la actitud quirúrgica a seguir, eran las heridas de bala o metralla situadas en las partes inferiores de los hemitórax o en los hipocondrios, que ofrecen la duda de si son heridas tóraco-abdominales, con lesiones combinadas supra e infradiafragmáticas, de pleura, pulmón, hígado, bazo o fundus gástrico, o ángulo esplénico del colon, etcétera. En la duda, si el estado general lo permite, a sabiendas del riesgo, es preferible operar a esperar, siempre que las complicaciones pleuro-pulmonares respiratorias no lo impidan en absoluto. Este tipo de heridas, si sobrevivían, tenían muchas posibilidades de padecer hernias diafragmáticas, con todas sus graves complicaciones ulteriores.
(Antes de comenzar la exposición del tema sobre traumatismos cráneo-encefálicos, quiero presentar mis disculpas y solicitar de mis lectores una gran dosis de indulgencia, pues no soy neurocirujano, ni neurólogo, ni nada que se le parezca. Por ello, tendrán que perdonar la terminología escasamente científica que en ellos empleo. Realmente, no me hubiera costado ningún trabajo solicitar de un colega especializado que me indicara los nombres apropiados para cada síntoma o síndrome, con lo que mi exposición quedaría más «presentable», pero como la mayor parte de las cosas que aquí refiero están basadas en notas tomadas por mí, con los recuerdos todavía vivos de los hechos y aconteceres, he preferido conservar las descripciones tal como hace muchos años las hice, pues estimo que lo que pierden en exactitud científica lo ganan en realismo y expresividad de unos hechos vividos por un "no especialista" ante la necesidad ineludible de intervenir, y que pretende tan sólo transmitir lo que en aquellas circunstancias vivió y padeció.)
C) HERIDOS CRANEO-ENCEFALICOS Y MEDULARES
Constituían un grupo terrible y lastimoso de heridos, desgraciadamente bastante frecuentes. Empiezo por decir que carecía de experiencia en neurocirugía; lo más que había hecho durante las guardias y mi trabajo en el Provincial eran algunas trepanaciones descompresivas o, en algún tratamiento craneal con fractura y hundimiento, trepanación, levantando los fragmentos hundidos, evacuando el hematoma intra o extra-dural, hemostasia, retirar esquirlas o cuerpos extraños y poco más. Pero entonces los casos que recibíamos eran sobrecogedores. Operados muchos de ellos. Aquí sí que utilizábamos la anestesia local, practicando amplias cranecto mías, extrayendo fragmentos óseos hundidos, cuerpos extraños, tejido cerebral destruido; practicando hemostasia lo más cuidadosa posible (nos hubiera gustado disponer del bisturí eléctrico), sutura de piel, no siempre fácil, precisando con frecuencia desplazamiento de colgajos para poder cerrar, dejando drenaje de tubo de goma o crines. Entre estos heridos, los recuerdo de todo tipo. Los excitados, imposibles de calmar, a los que frecuentemente había que atar a la cama; a veces manifestaban una agitación continua, agotadora, hablando o gritando sin parar. Otros se quitaban los vendajes y desgarraban su ropa continuamente. Se les ataban las manos y se daban golpes con la cabeza contra la pared, forcejeando hasta agotarse. Les poníamos suero hipertónico y toda clase de sedantes y calmantes, infructuosamente. Algunos, que también tenían que estar atados, intentaban masturbarse arañándose los genitales; éstos, por lo general, estaban heridos en los lóbulos frontales. Otros presentaban convulsiones continuas o espaciadas, generalizadas o localizadas a un miembro o medio cuerpo, etcétera.
Había otro grupo con parálisis totales o parciales de miembros, de esfínteres, hemiplejías o paraplejías, según la localización cerebral o medular de sus heridas. Heridos sin vista, por lesión de lóbulos occipitales o quiasma, o con vértigos continuos, lastimosos, por heridas en región temporal o del oído interno. Otros habían perdido el sentido de la situación de su cuerpo, o de parte de él, en el espacio, o se quedaban rígidos, catatónicos, como estatuas. Había pérdidas completas o parciales de la sensibilidad al tacto, al frío, al calor, al dolor, con anestesia parcial o total. Otros que veían, sí, pero no tenían idea de la orientación, ni de las distancias, ni de la percepción del color, a los que se ponía un objeto, por ejemplo, una llave, sobre un mantel rojo, y no la veían, pues el objeto quedaba «sumergido» en el color. Algunos presentaban variadas clases de «daltonismo».
Otro grupo igualmente digno de compasión era el de los que no hablaban, los ausentes, los deprimidos hasta la exageración, los hundidos, los de la mirada perdida e inconcreta, que no sabes si te miran o no. Los que siempre están lejanos, con expresión de infinita tristeza, como seres de corcho, sin idea de su ser ni de su personalidad; con amnesia total, completa o parcial; ni saben quienes son ni recuerdan nada, ni su nombre, ni su pasado... Caras rígidas, brillantes, como untadas de pomada, tristes, inexpresivas. Era terrible; los que no morían enseguida no tardaban en presentar fiebre elevada, vómitos, irritación, postración, rigideces, síntomas meníngeos y meningitis.
Por lo general, no seguíamos estos cuadros, ya que los heridos debían ser evacuados para dejar sus camas a otros futuros ocupantes y procurábamos evacuarlos cuanto antes a centros de retaguardia especializados, como, en la campaña de Cataluña, al hospital Valcarca de Barcelona, y en las campañas de Teruel y Aragón, al hospital que se tomó en Godella (Valencia), en el que trabajó el doctor Justo Gonzalo, y fruto de sus trabajos con aquellos heridos fue la publicación de su obra «Dinámica cerebral», de originales ideas sobre las funciones cerebrales.
A veces nos impresionaban las pérdidas de sustancia cerebral, que parecía no podían ser compatibles con la vida. Grandes trozos de masa encefálica venían entre los vendajes de la primera cura o eran expulsados con la tos por la nariz y la boca, y, sin embargo, la vida seguía. Muy rara vez, sólo en contadas ocasiones, y sin pronóstico deliberado previo, en el curso de una intervención hemos practicado alguna laminectomía en una vértebra lumbar para extraer alguna bala o trozo de metralla, procurando una descompresión en casos de heridas con paraplejía. Si existía lesión o sección medular con riesgo de infección, los resultados no podían ser peores; si sólo había comprensión por hematoma, esquirlas o cuerpos extraños, se podía pensar en resultados más alentadores, que nunca comprobamos, pues los heridos eran evacuados y no volvíamos a saber su curso ulterior.
D) HERIDAS DE CARA Y CUELLO
En este grupo de heridas la gravedad dependía en gran parte de su localización. Las de bala, en sedal, podían ser de escasa gravedad si no afectaban la médula, grandes vasos, tráquea, esófago, en cuyo caso podían ser mortales y ni siquiera nos llegaban. Otra cosa eran las de metralla, de extraordinaria gravedad por la frecuente amplitud de las heridas, y la mayor parte de las veces tampoco llegaban al hospital. Las heridas de cara más frecuentes eran las de metralla, realmente impresionantes. Estos pobres heridos de metralla en el rostro producían horror; verdaderos monstruos, sin cara; masas de carne y de piel a piltrafas colgando, sangrando, respirando; con los ojos fuera de las órbitas por desaparación del macizo óseo de la cara; sin nariz, ni labios; sin boca ni dientes; sin barbilla; con la lengua amoratada, hinchada, cayendo sobre el pecho. Llenos de moscas, soplando una espuma sanguinolenta, asfixiándose. Hay que imaginar que una inmensa hacha cortase de violento golpe lateral toda la cara. La hemostasia, difícil; la anestesia, dificilísima; la reconstrucción (para la cirugía de entonces, aún no especializada), muchas veces imposible. Eran los heridos -para mí- más dignos de lástima. Los ojos vacíos, estallados, reventados, desinflados, colgando. Había que enuclearlos casi sin anestesia (una inyección de Novocaína en el nervio óptico, y la tijera). Nos veíamos obligados a hacer traqueotomías, a mantener la lengua fija con un punto de alambre a un arco hecho con una férula de Cramer, ya que al carecer de apoyo, por no existir mandíbula inferior, ni suelo de la boca, ni glotis, la lengua edematosa, sangrando, caía sobre el pecho.Sin poder hablar, ni respirar casi; ahogados por el constante burbujeo de la sangre en la tráquea, tampoco podían alimentarse; había que comenzar ligando la carótida externa del lado más afectado, o la lingual. Ahora mismo, sólo recordarlos me horroriza.
No era infrecuente que este tipo de heridos de cara, y otros, nos llegaran con sus heridas llenas de gusanos, orugas, larvas de moscas, etcétera. Esta invasión de las heridas por insectos y gusanos fue frecuente en los combates de Brunete y el Ebro, en pleno verano, donde la dificultad de la evacuación de los heridos por las muchas horas de luz (a veces permanecían varios días en el campo) y el intenso calor propiciaba esta parasitación de insectos, en cuyos desagradables detalles no quiero extenderme, pero que pueden ser fácilmente imaginados sin dificultad (verdaderas gusaneras).
E) HERIDAS LOCALIZADAS EN LOS MIEMBROS
Constituían un tipo de heridas muy frecuentes, pero de los que no recibíamos más que los hemorrágicos, los shockados y los portadores de un garrote. En los hemorrágicos por heridas vasculares o fracturas abiertas, lo ordinario es que los recibiéramos con un fuerte garrote o torniquete colocado por el sanitario o médico del batallón o por un camarada. Con gran frecuencia (aunque teóricamente tenían prioridad), dadas las dificultades de evacuación durante el día, los recibíamos con muchas horas de retraso, lo que producía, si el torniquete estaba correctamente aplicado, prácticamente la necesidad de amputación, que hacíamos siempre a colgajo, con sutura posterior, pensando siempre en hacer un muñón útil para la prótesis ulterior. Y si el torniquete estaba insuficientemente aplicado provocaba una estasis sanguínea que facilitaba la continuación o incremento de la hemorragia.
El torniquete es un mal menor al que hay necesidad de recurrir de urgencia, pero con la condición de que su permanencia sea muy limitada, lo que no solía ocurrir en el frente. A los heridos que recibíamos de shock había que recuperarlos con los escasos medios a nuestra disposición antes de operarlos, como ya ha sido descrito con anterioridad. No dispusimos de sangre hasta los combates de Cataluña, en que un servicio diario nos traía las ampollas tipo autoinyectable «Rapid» de un litro de sangre citratada del grupo «0» y recogía los envases vacíos para volver a ser utilizados. Las heridas de los miembros, fueran de bala o metralla, con fractura o sin ella, si no presentaban cuadros de shock o hemorragia no eran clasificadas para nuestro hospital. Al llegar a este punto me veo obligado a tratar de la llamada -después de la guerra- «Cura de Trueta», de la que intento dar aquí una explicación.
Cuando, avanzada la campaña de Cataluña, después del Ebro, los equipos quirúrgicos, por necesidades derivadas de la marcha de los combates, nos íbamos retirando escalonadamente, ya no nos llegaban los heridos correctamente clasificados de los puestos de triaje -según prioridades- como antes en los frentes estabilizados; los heridos nos llegaban deficientemente clasificados y, prácticamente, ninguno de bala, todos de metralla. En todos ellos empleábamos la técnica habitual de Friedrich, ya descrita, por lo que omito la repetición. Cuando la atrición de partes blandas iba acompañada de fractura, después del taponamiento, cierre discontinuo, etcétera, se inmovilizaba el miembro con un vendaje escayolado sin ventana, que incluía las articulaciones superior e inferior (proximal o distal), dejando los dedos visibles para comprobar color, temperatura, movilidad y vitalidad del miembro.
Esto era lo que hacía el doctor Jimeno Vidal en el Hospital Militar para fracturados de «La Sabinosa» (Tarragona), tal como lo vimos en la «Umfallskrankenhaus» de Bóhler durante nuestra estancia en Alemania los años 1943 y 1944. Lo descrito era lo mismo que solíamos ya hacer con mi maestro el profesor Cardenal en el Hospital Provincial en las fracturas abiertas de guerra, pero la novedad que implantamos en aquella época de nuestra guerra en Cataluña fue el emplear el proceder descrito «en heridos de miembros sólo de partes blandas, sin fractura». Las curas oclusivas ya habían logrado predicamento y difusión en la práctica civil por aquellos años (curas de Orr y de Lohr) y se empleaban principalmente en el tratamiento de las osteomielitis crónicas de los miembros.
Dadas las condiciones en que, se desarrollaban las operaciones bélicas, que obligaban a continuos traslados y evacuaciones de heridos precozmente, para evitar molestias y dolores a estos heridos de miembros sin fracturas, después de la intervención y escayolado como a los fracturados, se les evacuaba relativamente pronto. En el parte clínico que acompañaba al herido se detallaban las características de la herida, la intervención realizada, la medicación empleada y que el yeso era sólo transitorio y debía ser retirado para realizar las curas sucesivas pertinentes. Pero debido a la situación de los hospitales de retaguardia, llenos, abarrotados, si los heridos llegaban en buen estado general, no tenían fiebre alta ni su estado era crítico, ni se quejaban de dolores en la herida, pasaban de hospital en hospital sin que les fuesen retiradas las escayolas, y así llegaron muchos, muchos, en su última etapa de evacuación, a los hospitales civiles del sur de Francia, donde al fin levantaron -muchos días después- los apósitos y enyesados, que en todos los casos llegaban chorreando pus por los extremos, empapados y con desagradable fetidez. Pus que, por lo visto, era lo que los antiguos llamaban «pus loable», ofreciendo a pesar de ello las heridas -en considerable proporción- un buen aspecto, en avanzado estado de reparación y, en suma, un buen tejido de granulación y en vías de curación.
Al poco aparecieron trabajos y publicaciones en revistas médicas francesas mencionando este tipo de tratamiento y llamando a este proceder «Cura Española». Los comandantes de Sanidad divisionarios del Ejército de Cataluña -como el nuestro- nos aconsejaban seguir utilizando este método, que se había extendido por todos los equipos quirúrgicos de nuestras unidades en vista -no de los satisfactorios resultados (cosa que aún desconocíamos)- de lo práctica y cómoda que resultaba la evacuación y sucesivos traslados de estos heridos -siempre numerosos-, que, gracias a ello, no solían ocasionar problemas ni complicaciones. Posteriormente, después de nuestra guerra, en varias y cada vez más repetidas ocasiones, en revistas inglesas, se comenzó a llamar a este proceder «Método de Trueta», ya que desde el comienzo de la guerra mundial fue empleado por este gran cirujano en los heridos a su cargo en los hospitales ingleses. Sin quitar ningún mérito al doctor Trueta, que, como nosotros y tantos otros cirujanos, utilizó en nuestra guerra este método, hay que reconocer que él lo difundió y popularizó con sus trabajos ulteriores sobre estudios biológicos del proceso de cicatrización, bacteriología, bioquímica de las secreciones, etcétera, y esto, unido a los excelentes resultados obtenidos en los heridos ingleses tratados por él, especialmente de la RAF, operados en su servicio del Hospital de Oxford, en aquella época pre-antibiótica, resultados asimismo excelentes comparados con otros métodos, le dieron una amplia difusión y el nombre -injusto, a mi modo de ver- de «Método de Trueta». El doctor don Antonio Llauradó Tomás, de Barcelona, que con su equipo quirúrgico colaboró con nosotros en varias ocasiones en los combates del Ebro y frente de Cataluña, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Medicina de Barcelona: «La cirugía que jo he viscut» (20 de abril 1980, pág. 15) dice, refiriéndose a este tema: «En els ferits de membres amb grans destrosses, fractures obertes i hemorragia, neteja amb bisturí i tisores les parts toves malmeses, hemostasia, extracció deis requills óssis, tapar la ferida amb una compresa de gasa i inmobilització amb un guix. Nosaltres anomenaven aquest procediment: "Métode tancat". Llavores encara no sel coneixia amb el nom de: "Métode de Trueta". Aconseguiem, en aitals cassos, si mes no, col.locar el malat en una situació que fes menys dolorós el seu trasllat».
En este apartado de heridas de los miembros hemos de incluir las heridas articulares (hombro, codo, muñeca, cadera, rodilla, etcétera), que presentan, por lo general, unas características que las hacen de una particular seriedad, ante todo por el grave riesgo de infecciones y la gravedad de éstas, que podían llegar a terminar con una indicación de amputación, así como por lo sombrío del pronóstico, tan amenazado de importantes secuelas que hacían siempre más que dudosa la esperanza de una favorable recuperación. Por lo general, nosotros no seguíamos este proceso evolutivo, pues los heridos operados eran evacuados y toda la continuación de su tratamiento lo seguían en hospitales bases o especializados.
F) QUEMADURAS
Otro tipo de heridos que solíamos recibir en nuestro hospital eran los grandes quemados, generalmente con intenso shock; muchos de ellos, además, con heridas y fracturas. Unas veces se trataba de aviadores derribados en combates aéreos (en escaso número) y otras, más frecuentemente, de tanquistas de las unidades de «blindados» cuyo tanque ardía, quedando aprisionados en su interior hasta poder ser liberados y que, a más de sus extensas y graves quemaduras, presentaban heridas y fracturas con intensos y graves estados de shock (que fueron estudiados por el doctor Lluesma Uranga), que aumentaban las dificultades para un correcto tratamiento. En ellos, desgraciadamente, la mortalidad era muy elevada. Afortunadamente, en nuestra contienda no se utilizaron (que yo sepa) lanzallamas, pero sí, y en gran profusión, bombas incendiarias, que cayeron también sobre nuestro hospital.
G) CONGELACIONES
Exclusivamente se nos presentaron casos de congelaciones en que nos viéramos obligados a intervenir durante los combates de Teruel. En aquel crudísimo invierno, con temperaturas de 15, 17 y hasta 20 grados bajo cero, con la infantería durante semanas en trincheras con agua helada y nieve hasta las rodillas, tanto nuestras fuerzas como las contrarias padecieron congelaciones de diversos grados, principalmente en las extremidades inferiores, pero también en manos, nariz, orejas, etcétera. Aunque lo frecuente era que los afectados de congelaciones fueran evacuados a hospitales de segunda línea, de todas formas a nosotros nos llegaron bastantes, después de haber soportado y sufrido largos días con pies y piernas sumergidos en agua helada y con escaso ejercicio, hasta el punto que muchos nos llegaban ya con gangrena isquémica que obligaba a realizar numerosas amputaciones de dedos, pies y piernas. Nosotros logramos que algunos de estos lesionados salvaran sus miembros gracias a la intervención llamada «simpatectomía periarterial, operación del doctor Leriche», que habíamos practicado en la clínica del doctor Cardenal con los doctores Sarasola y Sanchis Perpiñá. Consiste en resecar la capa más externa o periférica de la pared de la arteria femoral en su porción más proximal y en una extensión de unos ocho a diez centímetros, lo que provoca una vasodilatación de los vasos de la pierna. En una operación hace tiempo ya en desuso desde que se practica la «gangliectomía simpática lumbar», mucho más eficaz.
Las congelaciones fueron tan terribles que sólo en nuestra 11 División se llegaron a practicar 58 amputaciones de pies, algunas piernas y también manos como tributo a los quince días que duraron los combates en aquel «infierno blanco».
H) AUTOMUTILADOS
Un tipo de herida de bala que empezamos ya a ver en el Provincial entre los heridos que nos llegaban de los frentes próximos fue la automutilación por un disparo de fusil en la palma de la mano (generalmente, la izquierda), para conseguir ser evacuados del frente. Estos «automutilados» aparecieron en Brunete y posteriormente en Teruel (por lo que he oído, en la zona nacional se presentaron igualmente este tipo de heridas). La herida era de bala, con orificio de entrada generalmente puntiforme en la palma de la mano izquierda (aunque vimos muchas variantes), denunciando su mecanismo de producción la presencia de un «tatuaje» alrededor, provocado por negras partículas de pólvora incrustadas en la piel. En cambio, la herida de salida por el dorso de la mano era grande, estrellada y con fragmentos de metacarpiano asomando por ella. Más adelante el método «se perfeccionó», y, para evitar el tatuaje delator de la pólvora se interponía un chusco de pan entre el cañón del fusil y la palma de la mano. Estas heridas de automutilación solían presentarse en soldados de una misma unidad (compañía o batallón), por lo que decíamos que eran «heridas contagiosas». Ante la frecuencia de tales heridas en una misma unidad, los comisarios políticos dieron la orden (inhumana) a los médicos de batallón de que a tales heridos no se les evacuase, sino que se les curase con tintura de yodo, gasas, algodón y venda, obligándoles a continuar en su posición. El resultado era que cuando estos desgraciados, que no habían podido dominar su «miedo insuperable», eran al cabo de unos días evacuados, llegaban a nuestras manos con avanzados cuadros de gangrena gaseosa y, en el mejor de los casos, si no morían, perdían su brazo por la parte más alta.
En el tratamiento de estas heridas, en los casos tratados precozmente, seguimos pronto las normas del doctor Bastos: «Extirpación en masa de todo el trayecto de la herida, llevándose el dedo medió (generalmente el afectado) con su metacarpiano, que, de persistir, les hubiera quedado retraído e inservible, perturbando completamente el juego y función de la mano». Una buena sutura (por palma y dorso) hacía desaparecer la brecha resultante y la mano quedaba así, muy pronto, enteramente válida y únicamente algo más estrecha. Por eso llamábamos a tal intervención «hacer manos de princesa». (La descripción precedente está tomada de la obra del doctor Bastos.)
DIVERSOS TIPOS DE HERIDAS, SEGUN EL AGENTE VULNERABLE
Naturalmente recibíamos heridas de toda clase, con predominio total de las producidas por proyectiles de todo orden; aunque también tuvimos bastantes de accidentes de automóvil (como el comisario político de la 46 División de «El Campesino», con luxación de hombro y conmoción cerebral). Al principio, las heridas más frecuentes y en mayor porcentaje eran las de bala, tanto de fusil como de ametralladora, que eran las que solíamos tratar en la primera época, ya fuera en el Clínico o en el Provincial, procedentes tanto del «paqueo» callejero como de los ya mencionados frentes próximos a Madrid, pero con la llegada de los internacionales a los frentes y al consolidarse la defensa de la capital pronto se endurecieron los combates, se estabilizaron los frentes y comenzó la guerra de posiciones, con bombardeos de aviación y artillería, minas, morteros, bombas de mano, etcétera, siendo desde entonces más frecuentes las heridas producidas por cascos de metralla que las de bala de fusil o ametralladora. En general, en todos los frentes, al comienzo de una ofensiva, que solía iniciarse por sorpresa, las fuerzas defensivas de guarnición hacían uso de sus fusiles y ametralladoras y entonces era mayor el porcentaje de heridas de bala; mas cuando el frente se estabilizaba, llegaban refuerzos, se hacían presentes la aviación y la artillería, la mayoría de los heridos lo eran de metralla.
A) HERIDAS DE BALA
Estas solían presentar un orificio de entrada generalmente puntiforme, si bien en algunos casos la herida era de cierta consideración. Los de salida podían ofrecer análogas características, aunque a veces eran grandes y con destrozos considerables de masas musculares y de la piel; esto lo solían atribuir los propios heridos y los sanitarios a «balas explosivas». Nosotros nunca pudimos comprobar ni confirmar que se tratase de auténticas «balas explosivas», es decir, con una carga en su interior dispuesta para hacer explosión. Tales «balas explosivas» existían realmente en las cintas de las ametralladoras pesadas de los aviones, en las que solían alternarse las «trazadoras», las «antiblindajes» y las explosivas. En realidad, las balas que ordinariamente producían tales destrozos solían estar deformadas por haber sufrido antes un rebote en alguna piedra. De todas formas, en más de una ocasión (por no decir en muchas), hemos extraído balas de las llamadas vulgarmente «explosivas», y en realidad eran balas que, por haberles limado la punta afilada del blindaje, se convertían en la llamada «bala explosiva» o «bala dum-dum», ya que al chocar con el cuerpo se abre el blindaje «herniándose» el ánima de plomo del proyectil, lo que ocasiona desgarros y heridas irregulares, a veces tremendas. Las fuerzas marroquíes, Mehala, etcétera, utilizaban mucho este tipo de bala, prohibida en los convenios internacionales de Ginebra y La Haya. Cuando una herida de bala presentaba orificios de entrada y salida podíamos reconstruir imaginariamente el trayecto y prever los órganos, vísceras o regiones afectadas.
En casos sin orificio de salida era imprescindible la localización del proyectil por medio de la radiografía, no porque la extracción fuera necesaria, ya que pueden ser perfectamente tolerados, pero sí para calibrar los daños que ha podido causar su trayectoria. En el hospital base disponíamos de rayos X, pero en el de primera línea carecíamos de tal método diagnóstico, y en estos casos preguntábamos al herido cuál era la posición exacta de su cuerpo al recibir el impacto. Conociendo si estaba de pie, corriendo o tendido sobre el suelo, podía suponerse idealmente (con imaginación) la trayectoria de la bala a lo largo del cuerpo y proceder en consecuencia.
B) HERIDAS DE METRALLA
Sabido es que éstas son mucho más graves, en general, que las de bala, pues sus proyectiles son trozos irregulares de bordes, generalmente cortantes y agudos, procedentes de la explosión de obuses de artillería o bombas de aviación que, tras explotar bajo tierra y fragmentarse, se dispersan animadas de gran velocidad, movimientos de rotación y fuerza de penetración, produciendo heridas tremendas irregulares con destrozos de gran consideración, hemorragia, fracturas, shock y a veces amputaciones completas. Estos trozos de metralla no solían tener -como las heridas de bala- salida, sino que solían quedar empotrados en el organismo, tras arrastrar con ellos tierra, trozos de ropa, de ramas, etcétera. Las lesiones óseas eran por lo general fracturas conminutas, como por estallido, de imposible reparación frecuentemente y que solían exigir la amputación.
En las fracturas producidas por heridas de bala también podíamos ver este tipo de fractura conminuta si la bala venía lateralizada o deformada por un rebote, o era de las llamadas «expansivas», o el disparo no había sido a larga distancia y venía animada de gran velocidad. Si el poder de penetración de la bala era escaso, en los huesos largos solían producir la fractura llamada «en alas de mariposa», poco frecuente, en cambio, en las heridas de metralla, a no ser que el fragmento de metralla fuera pequeño y la velocidad de penetración escasa.
C) LAS BALAS ESFERICAS, LOS «SHRAPNELS»
Típicos de la guerra europea, se utilizaron muy escasamente en la nuestra. Se trataba de granadas disparadas por obuses, con espoletas graduadas para explotar a ras del suelo y dispersar sus proyectiles, que eran esferas de acero de unos 10 a 12 milímetros de diámetro (como las bolas de los rodamientos). Se disparaban como tiro de barrera contra el avance de fuerzas de infantería. Aunque tenían escaso poder de penetración, producían heridas graves, fracturas, etcétera.
D) HERIDAS DE MORTERO
Estas eran terribles por ser múltiples, producían impactos pequeños y numerosos y, si la explosión era próxima, podían provocar heridas penetrantes y graves. Es un arma traidora, ya que el estar en el fondo de la trinchera o zanja o detrás de un muro no le protege a uno suficientemente; por eso se emplea en posiciones estables o como fuego de contención.
E) CUERPOS EXTRAÑOS
Los más frecuentes eran, naturalmente, proyectiles de toda clase o fragmentos de proyectil, de cualquier tamaño y variada localización. Entre ellos recuerdo algunos, de los que me voy a permitir describir dos por ser insólitos y por su especial particularidad, ya que los fragmentos o trozos de piedras, matorrales, astillas, trozos de cristales, de ropas o de correaje, fragmentos de una hebilla, de un lápiz, de una cartera y, más de una vez, de un reloj, eran moneda corriente. Uno de los más curiosos fue en Libros (Teruel), cuando un grupo de diez o doce soldados estaban al abrigo del peligro de un bombardeo de aviación en el interior de un socavón o cueva poco profunda
Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
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armas para la República
armas para la República
El trabajo que ofrecemos no es un trabajo técnico, lo que estaría fuera de lugar por nuestras aficiones y por nuestros conocimientos, se trata de unas simples reseñas identificativas, en el que la imagen juega un importante lugar, y, sobre todo, de ofrecer las cifras de materiales adquiridos realmente por la República a la luz de los últimos estudios. Es decir, un concienzudo trabajo de recopilación en conjunto y que muy pocas veces se ha ofrecido al lector.
Sabemos que para el aficionado común a la GCE, este capítulo de armas puede ser poco atractivo e incluso pesado. Pero también sabemos que para el colectivo de aficionados a los materiales bélicos usados en la GCE, este capítulo es, por contra, fundamental. Nuestros colaboradores han echado el resto en su confección. Se han estudiado pacientemente decenas de publicaciones, se han contrastado y cruzado datos de unos y de otros, y se ha optado finalmente por ofrecer los datos más veraces a nuestro entender, y, como no, los que hubiera cuando esto no fuera posible, eso sí, advirtiéndolo.
Por otra parte, confesar que no somos expertos en armas, ni del pasado reciente ni del presente, ni tampoco es esta nuestra afición histórica principal. Hemos confeccionado este capítulo con gran esfuerzo y cuidado, pero también hemos sacado buen provecho, ahora sabemos más, mucho más, ahora identificamos una pieza con facilidad, distinguimos un cañón de un obús, sabemos que significa la expresión en artillería "largo 40 calibres", entendemos un poco más de aviación militar, de armas ligeras, distinguimos unas ametralladoras de otras, y sobre todo, detectamos, dicho sea con todo respeto, la mayoría de los innumerables gazapos que circulan por toda la bibliografía de la GCE sobre materiales bélicos de la GCE. Hemos aprendido también a reconocer las fuentes originales de los historiadores y expertos, y vemos con sorpresa como en algunos casos se copian estas fuentes sin ningún espíritu crítico creyéndoselo todo como si fueran dogmas de fe. Siendo este, a nuestro parecer, uno de los puntos cruciales, de toda la historiografía militar de la GCE, y desgraciadamente no solo en el capítulo de armas.
Fernando de los Rios, dirigente socialista, embajador en Paris cuando la República buscaba armas en Francia. Ello no quiere decir que nosotros mismos estemos libres de pecado, seguro que en nuestras páginas hay gazapos, errores y opiniones parciales, pero puede estar seguro el lector de que en nuestro ánimo esta la búsqueda de la objetividad, y que deseamos encontrarla a cualquier precio, pues estamos convencidos de que sólo ella contribuirá a explicarnos nuestro mayor desgracia, de cómo fuimos derrotados política y militarmente por un ejército en rebeldía, y por qué, fuimos tan miserablemente abandonados por las democracias vecinas.
Muchas fueron las causas de la derrota republicana, y tenemos intención de componer una página dedicada especialmente a este tema, pero aquí, en el capítulo sobre armas, hemos de hacernos una pregunta fundamental: ¿En que grado influyó el suministro de armas en la derrota de la II Republica? Pues como dice Artemio Mortera, "el material de guerra importado por la República española no le fue suficiente para alcanzar el triunfo en tanto que el adquirido por los nacionales fue suficiente para que estos se alzaran con la victoria".
Tras esta demoledora pero cierta afirmación, ¿qué duda puede caber?, nuestra tarea es encontrar los motivos por los que a la República no le fueron suficientes. ¿Fue la falta de dinero para adquirirlas?, como se pregunta Pablo Martín Aceña en su excelente libro "El oro de Moscú y el oro de Berlín"? En principio no parece que la Hacienda republicana hubiera tenido dificultades para adquirir en un primer momento las armas necesarias para derrotar al ejército rebelde, incluso en el calamitoso estado en que se encontraban las fuerzas que defendían la República en el verano del 36. El problema es, ¿adquirírselas a quién? Una vez que Inglaterra y Francia tomaron la decisión de abandonar a la República española, al gobierno no le quedó otra alternativa que el mercado mundial de armas. Y aquí empezó la tragedia republicana, la de un gobierno legítimo en busca de armas en el mercado mundial de armas, solicitándolas a países ideológicamente favorables a los rebeldes pero dispuestos a hacer negocio con la chatarra sobrante de la I GM, más la despiadada actitud de decenas de traficantes de armas embaucando a inexpertos compradores republicanos. Primera afirmación, por tanto.
1) La República tuvo dificultades para conseguir armas en la primera hora de la guerra. Pagó por armas viejas y malas, precios abusivos incluso para armas nuevas y buenas. Esto no les ocurrió a los rebeldes, que apenas compraron armas en el mercado internacional.
Las fuerzas republicanas no constituían un ejército regular en el primer momento de la guerra, la desorganización, mal uso, y el derroche eran corrientes. Los combatientes republicanos eran mayoritariamente civiles en armas carentes de instrucción y disciplina militar. Esto condicionó grandemente el uso que se hizo de las armas adquiridas antes del otoño de 1936. Pero incluso tras la reorganización de las milicias y la subsiguiente creación del EPR, el grado de uso, aprovechamiento y mantenimiento de las armas republicanas fue menor que el de sus oponentes por lo menos hasta la batalla de Brunete. Y además, la instrucción de suboficiales y oficiales fue también peor. Segunda afirmación.
2) Es cierto que la República uso inicialmente peor el armamento que el ejército rebelde, pero la tendencia fue a mejorar, que aunque nunca se consiguió equiparar del todo, sí hubo periodos de igualdad en todos los aspectos. La ofensiva rebelde hacia Valencia y la batalla del Ebro, son ejemplos de esto, incluso de superación del oponente. No obstante, es este, la instrucción, un aspecto fundamental en la valoración de las causas de la insuficiencia del armamento republicano.
Se ha dicho que las armas rusas eran excelentes, abundantes y baratas. Hoy sabemos que no fue así. Se trataba, salvo las excepciones conocidas, de material anticuado, desgastado y también muy caro. Tampoco fue suministrado en cantidades que garantizaran un flujo continuo. Excepto contadas ocasiones, como la batalla del Jarama y la de Guadalajara, donde los carros T-26 fueron decisivos para la República, las armas rusas no produjeron ningún vuelco estratégico en toda la guerra. Las ofensivas republicanas se desfondaban en hombres (que podían ser relevados) pero también en materiales que no tenían sustitución. Los rebeldes neutralizaron todas las ofensivas republicanas gracias a la movilidad de sus reservas de hombres y materiales, pero sobre todo a su superioridad artillera y aérea. Podemos en cierto modo resumir la cuestión armentística diciendo que cuando la República dispuso de armas en relativa abundancia, finales de otoño de 1936-principios de 1937, no tenía un ejército verdaderamente preparado para sacarles partido, y que cuando dispuso de un ejército, o una parte de él, veterano y disciplinado, es decir, desde Belchite, ya no dispuso de suficientes armas para armarle y defenderse la avalancha franquista. Esta sencilla afirmación ha sido escamoteada por todos los historiadores franquistas y no franquistas, acudiendo a los balances armamentísticos globales o a afirmaciones falaces dónde, con absoluto conocimiento de las cifras reales, se mentía, asegurando más de mil tanques rusos, miles de aviones, miles de cañones, etc... Una vez lanzada la mentira desde la cúspide de la propaganda, que no historia, el resto de la pirámide se lo creía a pies juntillas, sesudos historiadores ingleses y americanos incluidos. Esto también pasó con la represión. La evidencia de esta afirmación puede reconocerla el lector si en la polémica Howson versus Salas-Mortera, lee los balances de armas respecto a envíos por fechas. Observará entonces que el año militarmente crucial para la derrota de la República, 1.938, es el año en que menos material se recibió. Las causas de esto están explicadas en nuestros artículos siguientes. Tercera afirmación.
3) El material ruso no mejoró sustancialmente el balance armamentístico. Los parques republicanos sufrieron una angustiosa penuria de materiales desde la batalla de Teruel. Los aviones y carros rusos nunca fueron decisivos ni por su cantidad ni por su calidad.
Por tanto, la lúcida observación de Mortera es definitoria. La República no dispuso de suficientes armas nunca, y pese a que ambos bandos gastaron prácticamente el mismo dinero (la república en metálico y los rebeldes a crédito) en adquisición de materiales, el adquirido por la República fue menor, peor y más caro.
Terminemos entonces haciéndonos una pregunta crucial, ¿fue la incompetencia de los republicanos el motivo de esta desastrosa adquisición de materiales de guerra? Howson nos da la respuesta acertada. La República fue abandonada a su suerte por las democracias europeas y estafada sin tasa por países ideológicamente hostiles y por traficantes de armas sin escrúpulos. Los agentes republicanos encargados de la compra de armas fueron probablemente unos inexpertos compradores (que no unos aprovechados, como mantienen algunos expertos pese a que este asunto la ha clarificado Howson), pero desde luego, lucharon con denuedo por adquirir todo tipo de armas en todos los sitios donde las vendieran. El resultado esta ahí, en los datos que aportan Viñas, Howson y Martín Aceña: menos armas, más caras y peores.
Una bonita maqueta del I-16 "Mosca" Dicho todo lo anterior, pasemos a explicar cómo hemos diseñado este capitulo de armas republicanas de la GCE. Para empezar, y seguramente contra la opinión de muchos aficionados, no hemos entrado en detalles técnicos, pues muchas publicaciones hay y también muchas páginas en la red que los detallan profusamente. Además, no hay posible polémica en estos detalles. Hemos, entonces, organizado nuestras páginas agrupando los materiales por clases y centrándonos en los aspectos más polémicos, esto es, las cifras recibidas y los detalles esclarecedores de cada material, aunque fueran anecdóticos. Y sobre todo, en ofrecer una imagen o fotografía que posibilite al lector su identificación en las miles y miles de imágenes de la Guerra Civil Española, que el aficionado puede encontrar en libros, revistas y en la propia red. Nosotros, por cierto, ofrecemos más de un centenar de ellas, todas comentadas, y cuando se tercia incluimos en el comentario referencias al armamento mostrado.
También hemos incluido, cuando era posible una cuadro balance con las cantidades recibidas.
Tampoco hemos podido sustraernos de confeccionar balances de ambos bandos, ya sabemos que es muy difícil componer estos balances armamentísticos, las comparaciones entre materiales son, en el fondo, pura entelequia, pero, es la única manera de hacernos una idea aproximada del estado de la cuestión, porque, ¿como valorar x cazas Me-109 contra x cazas I-16 o x cazas CR-32 contra x cazas I-15? Hay tantos aspectos cualitativos en la comparación que la tarea es fundamentalmente subjetiva. Naturalmente, los "Messer" eran superiores a los "Moscas", y los "Chirris" algo inferiores a los "Chatos", ¿pero qué decir de la pericia y decisión de sus tripulaciones?, ¿y de las unidades de apoyo en tierra?, ¿y de sus tácticas de vuelo?, etc... El Fiat CR-32 "Chirri" un excelente contrincante para el I-15
Quede por tanto avisado el lector de la en cierto modo imposible tarea de hacer balances, aún así, hemos querido hacerla, ¿por qué? A nuestro entender, la respuesta es fácil, porque el balance, una vez confeccionado, las más de las veces, se inclina notablemente hacía uno de los lados, normalmente al rebelde, pero no siempre. Este es el motivo. Otra advertencia más, los balances quieren ser intemporales, pero eso también es falso, dependiendo de periodos determinados de la guerra, la superioridad de un bando en determinadas armas, cambia radicalmente, por ello, la contabilidad de un arma determinada totalizada al final de la guerra, puede ser muy engañosa respecto de otros periodos de la guerra. Pero esto es lo que hay. Entrar en detalles sobre la evolución cuantitativa de un material, supera nuestras posibilidades de tiempo y espacio.
Solo esperamos que el lector no quede decepcionado o contrariado, y si así es, que nos lo diga, estamos a favor de incluir discrepancias fundadas.
Grupo Memoria republicana.
Bibliografia:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/Fuerzas/ ... ublica.htm
El trabajo que ofrecemos no es un trabajo técnico, lo que estaría fuera de lugar por nuestras aficiones y por nuestros conocimientos, se trata de unas simples reseñas identificativas, en el que la imagen juega un importante lugar, y, sobre todo, de ofrecer las cifras de materiales adquiridos realmente por la República a la luz de los últimos estudios. Es decir, un concienzudo trabajo de recopilación en conjunto y que muy pocas veces se ha ofrecido al lector.
Sabemos que para el aficionado común a la GCE, este capítulo de armas puede ser poco atractivo e incluso pesado. Pero también sabemos que para el colectivo de aficionados a los materiales bélicos usados en la GCE, este capítulo es, por contra, fundamental. Nuestros colaboradores han echado el resto en su confección. Se han estudiado pacientemente decenas de publicaciones, se han contrastado y cruzado datos de unos y de otros, y se ha optado finalmente por ofrecer los datos más veraces a nuestro entender, y, como no, los que hubiera cuando esto no fuera posible, eso sí, advirtiéndolo.
Por otra parte, confesar que no somos expertos en armas, ni del pasado reciente ni del presente, ni tampoco es esta nuestra afición histórica principal. Hemos confeccionado este capítulo con gran esfuerzo y cuidado, pero también hemos sacado buen provecho, ahora sabemos más, mucho más, ahora identificamos una pieza con facilidad, distinguimos un cañón de un obús, sabemos que significa la expresión en artillería "largo 40 calibres", entendemos un poco más de aviación militar, de armas ligeras, distinguimos unas ametralladoras de otras, y sobre todo, detectamos, dicho sea con todo respeto, la mayoría de los innumerables gazapos que circulan por toda la bibliografía de la GCE sobre materiales bélicos de la GCE. Hemos aprendido también a reconocer las fuentes originales de los historiadores y expertos, y vemos con sorpresa como en algunos casos se copian estas fuentes sin ningún espíritu crítico creyéndoselo todo como si fueran dogmas de fe. Siendo este, a nuestro parecer, uno de los puntos cruciales, de toda la historiografía militar de la GCE, y desgraciadamente no solo en el capítulo de armas.
Fernando de los Rios, dirigente socialista, embajador en Paris cuando la República buscaba armas en Francia. Ello no quiere decir que nosotros mismos estemos libres de pecado, seguro que en nuestras páginas hay gazapos, errores y opiniones parciales, pero puede estar seguro el lector de que en nuestro ánimo esta la búsqueda de la objetividad, y que deseamos encontrarla a cualquier precio, pues estamos convencidos de que sólo ella contribuirá a explicarnos nuestro mayor desgracia, de cómo fuimos derrotados política y militarmente por un ejército en rebeldía, y por qué, fuimos tan miserablemente abandonados por las democracias vecinas.
Muchas fueron las causas de la derrota republicana, y tenemos intención de componer una página dedicada especialmente a este tema, pero aquí, en el capítulo sobre armas, hemos de hacernos una pregunta fundamental: ¿En que grado influyó el suministro de armas en la derrota de la II Republica? Pues como dice Artemio Mortera, "el material de guerra importado por la República española no le fue suficiente para alcanzar el triunfo en tanto que el adquirido por los nacionales fue suficiente para que estos se alzaran con la victoria".
Tras esta demoledora pero cierta afirmación, ¿qué duda puede caber?, nuestra tarea es encontrar los motivos por los que a la República no le fueron suficientes. ¿Fue la falta de dinero para adquirirlas?, como se pregunta Pablo Martín Aceña en su excelente libro "El oro de Moscú y el oro de Berlín"? En principio no parece que la Hacienda republicana hubiera tenido dificultades para adquirir en un primer momento las armas necesarias para derrotar al ejército rebelde, incluso en el calamitoso estado en que se encontraban las fuerzas que defendían la República en el verano del 36. El problema es, ¿adquirírselas a quién? Una vez que Inglaterra y Francia tomaron la decisión de abandonar a la República española, al gobierno no le quedó otra alternativa que el mercado mundial de armas. Y aquí empezó la tragedia republicana, la de un gobierno legítimo en busca de armas en el mercado mundial de armas, solicitándolas a países ideológicamente favorables a los rebeldes pero dispuestos a hacer negocio con la chatarra sobrante de la I GM, más la despiadada actitud de decenas de traficantes de armas embaucando a inexpertos compradores republicanos. Primera afirmación, por tanto.
1) La República tuvo dificultades para conseguir armas en la primera hora de la guerra. Pagó por armas viejas y malas, precios abusivos incluso para armas nuevas y buenas. Esto no les ocurrió a los rebeldes, que apenas compraron armas en el mercado internacional.
Las fuerzas republicanas no constituían un ejército regular en el primer momento de la guerra, la desorganización, mal uso, y el derroche eran corrientes. Los combatientes republicanos eran mayoritariamente civiles en armas carentes de instrucción y disciplina militar. Esto condicionó grandemente el uso que se hizo de las armas adquiridas antes del otoño de 1936. Pero incluso tras la reorganización de las milicias y la subsiguiente creación del EPR, el grado de uso, aprovechamiento y mantenimiento de las armas republicanas fue menor que el de sus oponentes por lo menos hasta la batalla de Brunete. Y además, la instrucción de suboficiales y oficiales fue también peor. Segunda afirmación.
2) Es cierto que la República uso inicialmente peor el armamento que el ejército rebelde, pero la tendencia fue a mejorar, que aunque nunca se consiguió equiparar del todo, sí hubo periodos de igualdad en todos los aspectos. La ofensiva rebelde hacia Valencia y la batalla del Ebro, son ejemplos de esto, incluso de superación del oponente. No obstante, es este, la instrucción, un aspecto fundamental en la valoración de las causas de la insuficiencia del armamento republicano.
Se ha dicho que las armas rusas eran excelentes, abundantes y baratas. Hoy sabemos que no fue así. Se trataba, salvo las excepciones conocidas, de material anticuado, desgastado y también muy caro. Tampoco fue suministrado en cantidades que garantizaran un flujo continuo. Excepto contadas ocasiones, como la batalla del Jarama y la de Guadalajara, donde los carros T-26 fueron decisivos para la República, las armas rusas no produjeron ningún vuelco estratégico en toda la guerra. Las ofensivas republicanas se desfondaban en hombres (que podían ser relevados) pero también en materiales que no tenían sustitución. Los rebeldes neutralizaron todas las ofensivas republicanas gracias a la movilidad de sus reservas de hombres y materiales, pero sobre todo a su superioridad artillera y aérea. Podemos en cierto modo resumir la cuestión armentística diciendo que cuando la República dispuso de armas en relativa abundancia, finales de otoño de 1936-principios de 1937, no tenía un ejército verdaderamente preparado para sacarles partido, y que cuando dispuso de un ejército, o una parte de él, veterano y disciplinado, es decir, desde Belchite, ya no dispuso de suficientes armas para armarle y defenderse la avalancha franquista. Esta sencilla afirmación ha sido escamoteada por todos los historiadores franquistas y no franquistas, acudiendo a los balances armamentísticos globales o a afirmaciones falaces dónde, con absoluto conocimiento de las cifras reales, se mentía, asegurando más de mil tanques rusos, miles de aviones, miles de cañones, etc... Una vez lanzada la mentira desde la cúspide de la propaganda, que no historia, el resto de la pirámide se lo creía a pies juntillas, sesudos historiadores ingleses y americanos incluidos. Esto también pasó con la represión. La evidencia de esta afirmación puede reconocerla el lector si en la polémica Howson versus Salas-Mortera, lee los balances de armas respecto a envíos por fechas. Observará entonces que el año militarmente crucial para la derrota de la República, 1.938, es el año en que menos material se recibió. Las causas de esto están explicadas en nuestros artículos siguientes. Tercera afirmación.
3) El material ruso no mejoró sustancialmente el balance armamentístico. Los parques republicanos sufrieron una angustiosa penuria de materiales desde la batalla de Teruel. Los aviones y carros rusos nunca fueron decisivos ni por su cantidad ni por su calidad.
Por tanto, la lúcida observación de Mortera es definitoria. La República no dispuso de suficientes armas nunca, y pese a que ambos bandos gastaron prácticamente el mismo dinero (la república en metálico y los rebeldes a crédito) en adquisición de materiales, el adquirido por la República fue menor, peor y más caro.
Terminemos entonces haciéndonos una pregunta crucial, ¿fue la incompetencia de los republicanos el motivo de esta desastrosa adquisición de materiales de guerra? Howson nos da la respuesta acertada. La República fue abandonada a su suerte por las democracias europeas y estafada sin tasa por países ideológicamente hostiles y por traficantes de armas sin escrúpulos. Los agentes republicanos encargados de la compra de armas fueron probablemente unos inexpertos compradores (que no unos aprovechados, como mantienen algunos expertos pese a que este asunto la ha clarificado Howson), pero desde luego, lucharon con denuedo por adquirir todo tipo de armas en todos los sitios donde las vendieran. El resultado esta ahí, en los datos que aportan Viñas, Howson y Martín Aceña: menos armas, más caras y peores.
Una bonita maqueta del I-16 "Mosca" Dicho todo lo anterior, pasemos a explicar cómo hemos diseñado este capitulo de armas republicanas de la GCE. Para empezar, y seguramente contra la opinión de muchos aficionados, no hemos entrado en detalles técnicos, pues muchas publicaciones hay y también muchas páginas en la red que los detallan profusamente. Además, no hay posible polémica en estos detalles. Hemos, entonces, organizado nuestras páginas agrupando los materiales por clases y centrándonos en los aspectos más polémicos, esto es, las cifras recibidas y los detalles esclarecedores de cada material, aunque fueran anecdóticos. Y sobre todo, en ofrecer una imagen o fotografía que posibilite al lector su identificación en las miles y miles de imágenes de la Guerra Civil Española, que el aficionado puede encontrar en libros, revistas y en la propia red. Nosotros, por cierto, ofrecemos más de un centenar de ellas, todas comentadas, y cuando se tercia incluimos en el comentario referencias al armamento mostrado.
También hemos incluido, cuando era posible una cuadro balance con las cantidades recibidas.
Tampoco hemos podido sustraernos de confeccionar balances de ambos bandos, ya sabemos que es muy difícil componer estos balances armamentísticos, las comparaciones entre materiales son, en el fondo, pura entelequia, pero, es la única manera de hacernos una idea aproximada del estado de la cuestión, porque, ¿como valorar x cazas Me-109 contra x cazas I-16 o x cazas CR-32 contra x cazas I-15? Hay tantos aspectos cualitativos en la comparación que la tarea es fundamentalmente subjetiva. Naturalmente, los "Messer" eran superiores a los "Moscas", y los "Chirris" algo inferiores a los "Chatos", ¿pero qué decir de la pericia y decisión de sus tripulaciones?, ¿y de las unidades de apoyo en tierra?, ¿y de sus tácticas de vuelo?, etc... El Fiat CR-32 "Chirri" un excelente contrincante para el I-15
Quede por tanto avisado el lector de la en cierto modo imposible tarea de hacer balances, aún así, hemos querido hacerla, ¿por qué? A nuestro entender, la respuesta es fácil, porque el balance, una vez confeccionado, las más de las veces, se inclina notablemente hacía uno de los lados, normalmente al rebelde, pero no siempre. Este es el motivo. Otra advertencia más, los balances quieren ser intemporales, pero eso también es falso, dependiendo de periodos determinados de la guerra, la superioridad de un bando en determinadas armas, cambia radicalmente, por ello, la contabilidad de un arma determinada totalizada al final de la guerra, puede ser muy engañosa respecto de otros periodos de la guerra. Pero esto es lo que hay. Entrar en detalles sobre la evolución cuantitativa de un material, supera nuestras posibilidades de tiempo y espacio.
Solo esperamos que el lector no quede decepcionado o contrariado, y si así es, que nos lo diga, estamos a favor de incluir discrepancias fundadas.
Grupo Memoria republicana.
Bibliografia:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/Fuerzas/ ... ublica.htm
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Como casi siempre son victimistas y se presentan como tal.
Sus armas eran peores y en número menor.
Grandes dificultadas para su compra. Hchan la culpa a el resto de las democracias, sabiendo y partiendo de la base que, el Fp no era democrático, cuestión ya sospechada aunque no admitida completamente en el resto de Europa, haciendo la revolución totalitaria, además de haberse cargado a gran parte de profesionales y oficiales. Entre otros aspectos genéricos sobre el uso/tenencia de armamento.
En el artículo de momento, no hacen mención de la Armada.
Desde mi punto de vista, tal vez tengan razón en que los Nacionales supieron usar y sacar mejor provecho a las armas, aunque comentan o dejan entrever que, el Fp también lo hice incluso mejor.
Sus armas eran peores y en número menor.
Grandes dificultadas para su compra. Hchan la culpa a el resto de las democracias, sabiendo y partiendo de la base que, el Fp no era democrático, cuestión ya sospechada aunque no admitida completamente en el resto de Europa, haciendo la revolución totalitaria, además de haberse cargado a gran parte de profesionales y oficiales. Entre otros aspectos genéricos sobre el uso/tenencia de armamento.
En el artículo de momento, no hacen mención de la Armada.
Desde mi punto de vista, tal vez tengan razón en que los Nacionales supieron usar y sacar mejor provecho a las armas, aunque comentan o dejan entrever que, el Fp también lo hice incluso mejor.
EX NOTITIA VICTORIA
EX PLURIBUS UNUM
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ZULU 031 escribió:Como casi siempre son victimistas y se presentan como tal.
Sus armas eran peores y en número menor.
Grandes dificultadas para su compra. Hchan la culpa a el resto de las democracias, sabiendo y partiendo de la base que, el Fp no era democrático, cuestión ya sospechada aunque no admitida completamente en el resto de Europa, haciendo la revolución totalitaria, además de haberse cargado a gran parte de profesionales y oficiales. Entre otros aspectos genéricos sobre el uso/tenencia de armamento.
En el artículo de momento, no hacen mención de la Armada.
Desde mi punto de vista, tal vez tengan razón en que los Nacionales supieron usar y sacar mejor provecho a las armas, aunque comentan o dejan entrever que, el Fp también lo hice incluso mejor.
Unos links donde las tablas sobre armamento recibido, producido por los dos bandos, tanto en aviones, artillería, blindados, y después la lista de howson (estos datos nunca son exactos, pero nos hace una idea).
http://www.sbhac.net/Republica/Fuerzas/ ... botras.htm
http://www.sbhac.net/Republica/Fuerzas/ ... Tabart.htm
http://www.sbhac.net/Republica/Fuerzas/ ... /Tabav.htm
http://www.sbhac.net/Republica/Fuerzas/ ... Howson.htm
Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
- JoseLuis
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No ha sido solo Salas y Mortera los que han puesto en solfa la lista de Howson, sino también Lucas Molina, Joseª Manrique, Francisco Marín y muchos otros. Pero claro, estos son "historiografía franquista" y por tanto los datos que aportan se deshechan ya de antemano. Puestos así, también habría que deshechar los datos de Howson de antemano. Pero como servidor siguió la polémica del libro de Howson a través de las páginas de la Revista Española de Historia Militar, pues le doy más credibilidad a Artemio Mortera, quien, además, goza de la reputación de haber desenmascarado a más de un trolero de esos a los que tanta publicidad se les da hoy en día. Y en concreto me refiero a un fantasmón que aseguraba que fue él quien hundió el acorazado "España", y todo con datos en la mano, con los propios partes de vuelo de la aviación republicana del Norte.
Por cierto, nou_moles, sin acritud y con ánimo de crítica constructiva: ¿sólo has encontrado datos en www.sbhac.net? Lo digo porque esa página es algo tendenciosa, en el sentido de que no esconde la tendencia (Zulu 031 dice que para los de la "Memoria", pero creo que es más bien para la "desmemoria") hacia uno de los dos bandos, y si queremos hacer un análisis y debate crítico, tendrían que figurar de los dos bandos. Por otro lado, el copy&paste de artículos de esa página, nos convertiría en un mero espejo (o "mirror" como se dice en esto de la internet ) de dicha página. Ya se que es fastidioso el tener que usar varios libros y luego componer un texto (por eso servidor tarda mucho en algunas respuestas o en continuar temas), pero es que veo que se está rozando la propiedad intelectual.
Por cierto, nou_moles, sin acritud y con ánimo de crítica constructiva: ¿sólo has encontrado datos en www.sbhac.net? Lo digo porque esa página es algo tendenciosa, en el sentido de que no esconde la tendencia (Zulu 031 dice que para los de la "Memoria", pero creo que es más bien para la "desmemoria") hacia uno de los dos bandos, y si queremos hacer un análisis y debate crítico, tendrían que figurar de los dos bandos. Por otro lado, el copy&paste de artículos de esa página, nos convertiría en un mero espejo (o "mirror" como se dice en esto de la internet ) de dicha página. Ya se que es fastidioso el tener que usar varios libros y luego componer un texto (por eso servidor tarda mucho en algunas respuestas o en continuar temas), pero es que veo que se está rozando la propiedad intelectual.
ULTIMA RATIO REGIS
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- Coronel
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JoseLuis escribió:No ha sido solo Salas y Mortera los que han puesto en solfa la lista de Howson, sino también Lucas Molina, Joseª Manrique, Francisco Marín y muchos otros. Pero claro, estos son "historiografía franquista" y por tanto los datos que aportan se deshechan ya de antemano. Puestos así, también habría que deshechar los datos de Howson de antemano. Pero como servidor siguió la polémica del libro de Howson a través de las páginas de la Revista Española de Historia Militar, pues le doy más credibilidad a Artemio Mortera, quien, además, goza de la reputación de haber desenmascarado a más de un trolero de esos a los que tanta publicidad se les da hoy en día. Y en concreto me refiero a un fantasmón que aseguraba que fue él quien hundió el acorazado "España", y todo con datos en la mano, con los propios partes de vuelo de la aviación republicana del Norte.
Por cierto, nou_moles, sin acritud y con ánimo de crítica constructiva: ¿sólo has encontrado datos en www.sbhac.net? Lo digo porque esa página es algo tendenciosa, en el sentido de que no esconde la tendencia (Zulu 031 dice que para los de la "Memoria", pero creo que es más bien para la "desmemoria") hacia uno de los dos bandos, y si queremos hacer un análisis y debate crítico, tendrían que figurar de los dos bandos. Por otro lado, el copy&paste de artículos de esa página, nos convertiría en un mero espejo (o "mirror" como se dice en esto de la internet ) de dicha página. Ya se que es fastidioso el tener que usar varios libros y luego componer un texto (por eso servidor tarda mucho en algunas respuestas o en continuar temas), pero es que veo que se está rozando la propiedad intelectual.
Hay tienes razón, la pagina no es del todo objetiva, cosa que suele suceder desgraciadamente, pero como yo digo, ni unos eran tan malos ni otros tan buenos, solo tengo acceso a ls paginas en intened (no tengo libros en italia de esta temática) y si creo que hay un pequeño debate sobre todas estas listas dentro de la misma pagina (creo recordar) en forma de artículos, de todas formas creo que jamas sabremos las cifras exactas, y lo de la propiedad intelectual lo se, si queréis cerramos el post.
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Os hago una consulta.
En la red hay muchos artículos sobre la guerra civil, todos sabemos como son los derechos de autor, peor también sabemos que solo suelen ser estrictos en ese tema cuando es una publicación oficial, si solo es algo como para informar, sin animo de lucro no ven mal que enseñes los trabajos de los demás dejando claro que ese articulo es de tal persona y esta publicado en tal revista, web o libro.
Mi consulta es esta, dejo de poner artículos que he leído o los sigo poniendo?¿ la mayoría de los que he leído son de la pagina de la ''Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores'', eso es verdad, pero no se si los tienen los derechos para publicar todos esos artículos, imagino que si. A mi me gustaría seguir poniendo aqui el trabajo de otras personas, ya que hay personas que si no nunca los leerían, pero claro, si a los moderadores, o alguna persona se siente ofendida o molesta edito lo que copiado de esas paginas y no pongo mas artículos.
Espero una respuesta.
En la red hay muchos artículos sobre la guerra civil, todos sabemos como son los derechos de autor, peor también sabemos que solo suelen ser estrictos en ese tema cuando es una publicación oficial, si solo es algo como para informar, sin animo de lucro no ven mal que enseñes los trabajos de los demás dejando claro que ese articulo es de tal persona y esta publicado en tal revista, web o libro.
Mi consulta es esta, dejo de poner artículos que he leído o los sigo poniendo?¿ la mayoría de los que he leído son de la pagina de la ''Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores'', eso es verdad, pero no se si los tienen los derechos para publicar todos esos artículos, imagino que si. A mi me gustaría seguir poniendo aqui el trabajo de otras personas, ya que hay personas que si no nunca los leerían, pero claro, si a los moderadores, o alguna persona se siente ofendida o molesta edito lo que copiado de esas paginas y no pongo mas artículos.
Espero una respuesta.
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Manuel Tagüeña.
Una biografía en fotogramas
La vida de una persona es una sucesión dinámica de hechos; como una película que tiene sentido en su totalidad, pero que no puede analizarse sólo por alguno de sus fotogramas. Cuando tratamos de explicar únicamente una parte perdemos la riqueza del todo. Pero ¿cómo plasmar con palabras ese dinamismo existencial completo? El discurso probablemente no sirva. Es por ello que la razón humana emplea siempre discursos reduccionistas, como no tiene herramientas que puedan abordar el todo se conforma con tratar de analizar cada una de las partes.
En este trabajo intentaremos resumir la vida de Manuel Tagüeña a través de unos cuantos fotogramas de la misma. A veces un solo momento sirve para entender toda una existencia, pero cuando un hombre es grande puede vivir varias vidas en una misma y entonces necesitamos múltiples instantes para captar esa diversidad que se nos escapa. Para entrar en detalles más prolijos están sus propias memorias, el Testimonio de dos guerras[1], su ponderada y recomendable autobiografía.
El vértice Cantarranas sobre el Ebro
Estamos en el vértice Cantarranas, a un kilómetro y medio al noroeste de la Torre del Español, sobre la margen derecha del río Ebro. Hace calor, es el 24 de julio de 1938, el atardecer hace que las lomas cercanas comiencen a presentar perfiles más precisos. El sol se está poniendo enfrente, detrás de la sierra de la Fatarella. Manuel Tagüeña Lacorte, teniente coronel del Ejército Popular de la República, jefe del XV Cuerpo de Ejército, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas y del Partido Comunista de España está, junto con su Estado Mayor, viviendo las últimas horas antes de que comience la maniobra más importante que el ejército republicano hará en toda la guerra, el paso del río Ebro. Cuando anochece le visitan el coronel Modesto, jefe del Ejército del Ebro y su consejero soviético Lazarev. Tagüeña, junto con su consejero Soroka, discute con Lazarev, que opina que la operación de paso no está asegurada y debe suspenderse. Pero Modesto continua con las órdenes y todo sigue adelante. Cuando los dos visitantes se marchan el silencio comienza a imperar. El proceso de revisar telefónicamente la disposición de todas las unidades ha terminado, ahora sólo falta esperar que llegue la hora prevista y desear que nada falle. Todo el mundo está pensativo y silencioso. Tagüeña sabe que va a mandar a la muerte a muchos hombres esa noche, pero la causa lo justifica. Si la ofensiva tiene éxito se habrá logrado dar forma a la política de resistencia de Negrín, se habrá podido detener la ofensiva enemiga sobre Valencia y se habrá ganado tiempo para que la guerra en Europa haga que la contienda española entre en un escenario más amplio de lucha contra el fascismo, contando entonces con aliados más importantes. Y de eso se trata al fin, de luchar contra el fascismo. Los recuerdos le invaden. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?, se pregunta. Desde la adolescencia se vio inmerso en la aventura revolucionaria, pensaba que la acción violenta podía transformar el mundo. La sociedad estaba llena de injusticias y había que actuar sobre ellas para cambiarlas. Ello le llevó a la FUE, a las Juventudes Socialistas y, por fin, al Partido Comunista, la organización que más eficazmente había puesto en práctica las ideas organizativas necesarias para hacer frente al levantamiento de los militares rebeldes. El Partido era lo más importante, el comunismo una causa por la que merecía la pena luchar. Realmente él no se ha nutrido de los elementos teóricos del marxismo, ha llegado a la militancia por cuestiones estrictamente prácticas; como tantos otros ha visto en el Partido Comunista la forma más rigurosa y sólida de organizarse para ganar. Su pertenencia al partido le ha ayudado, sin duda, para lograr su actual posición en el Ejército. Esto, por supuesto, sin menoscabar sus claros méritos. Tagüeña tiene sólo veinticinco años y dirige una de las unidades de choque más importantes del Ejército de la República, el XV Cuerpo de Ejército; a su mando más de 30.000 hombres y algunas de las divisiones míticas del Ejército Popular, la 3ª, que paró a los italianos en Torrevelilla y en Cherta cuando el frente de Aragón se desplomaba y la 35ª Internacional, ahora reformada, que había actuado como fuerza de choque en las batallas más importantes de la contienda. Su vida no ha sido tampoco la de un revolucionario profesional, como muchos otros de sus compañeros de partido. Pertenecía la clase media, estudio la licenciatura en Ciencias Físico Matemáticas y casi termina el doctorado en Física, interrumpido por el estallido de la guerra civil. Siempre osciló entre la vida de acción del revolucionario y la vida de investigación del científico. En este momento, la primera había ganado la batalla. Pero a pesar de eso él era un combatiente estudioso de la táctica, que respetaba y fomentaba el trabajo de sus oficiales de Estado Mayor y trataba de aprender todo lo que podía sobre el mundo militar. La mezcla de valor y técnica era la base necesaria para ganar una batalla. Lo malo es que muchos cuadros del Ejército Popular estaban sobrados de la primera característica y bastante faltos de la segunda. Sus hombres sabían que no era un irreflexivo hombre de acción, que las operaciones en sus tropas eran concienzudamente preparadas y que siempre buscaba asegurar el menor número de bajas posible. Y ahora estaba ante la historia. Él estaba entre los que confiaban que la guerra se podía ganar. El Ejército Popular había avanzado enormemente desde aquellos valientes, pero desorganizados hombres, que pararon la rebelión de los militares en las ciudades más importantes de España; ahora era una máquina de alto nivel que podía enfrentarse de tú a tú con el ejército rebelde. Sólo la carencia de armas, de las que los franquistas estaban sobrados, marcaba la diferencia. La operación del Ebro demostraría de lo que los republicanos eran capaces. Eran las 0:15 del día 25 de julio, los primeros movimientos de tropas podían adivinarse en la oscuridad, algunos motores de camiones comenzaron a sonar y el chapoteo de las primeras barcas que se echaban al río sugerían que la operación estaba comenzando. La suerte estaba echada.
Port Bou y la derrota
Hace mucho frío, es el 9 de febrero de 1939 y ha anochecido ya hace horas. Estamos en Port Bou, en la frontera entre España y Francia asistiendo a la concreción formal del hecho de que una vez más a lo largo de nuestra historia, media España está mandando al exilio a la otra media. Desde que el día 26 de enero se ha perdido Barcelona, ríos humanos se dirigen hacia Francia temiendo la represión de los franquistas. Más de 300.000 personas pasan la frontera y se esparcen por improvisados campos de concentración habilitados por las autoridades galas, hacinados, hambrientos, derrotados. El día 5 los franceses abren la frontera al paso de unidades militares republicanas[2]. Tagüeña recibe de Modesto la orden de cruzar al otro lado con sus unidades. Todo se ha perdido. Cataluña ha caído y aunque se mantiene oficialmente la ilusión de que la guerra puede continuar en la zona Centro-Sur, el fondo de su corazón alberga una razonable duda de que ello pueda lograrse. Lleva muchos meses apartado de la realidad de la gente. Desde que en marzo de 1938 se le ordenó desplazar su 3ª división desde Torrelaguna al frente de Aragón, todo ha sido correr sin descanso de un lado a otro. El Ebro, la batalla de Cataluña, Barcelona perdida y ahora el fin, pasar a Francia con la esperanza de volver pronto a pisar suelo español y seguir luchando por construir un país más justo y libre de la amenaza del fascismo internacional y las fuerzas reaccionarias internas. Nuestro responsable teniente coronel tiene algunas evidencias, aunque no se lo termina de creer, de que el pueblo está harto de guerra y la mayoría de la población española duda ya de que cualquier causa merezca tanto sufrimiento y privaciones. Pero allí está Francisco Antón para poner el punto de vista del partido en este maremágnum. Seguir las instrucciones del partido clarifica las cosas. La fidelidad a la organización, la disciplina, es la base del triunfo futuro. Y el PCE dice que hay que seguir luchando. Antón indica a los militares importantes, a través de Modesto, que deben cuidarse de caer en la trampa de los campos franceses, que deben seguir hasta Toulouse desde donde volarán de nuevo a España para continuar la lucha. Tagüeña ha llegado ese mismo día a Port Bou tratando de que sus tropas fueran realizando una retirada organizada. Y lo que se ha encontrado en la frontera es un espectáculo dantesco. Sus dotes organizativas se muestran pronto. Reprende a los oficiales presentes en la zona y les indica que en nombre del Ejército del Ebro se hace cargo de la operación. Negocia con los agentes fronterizos franceses. Él quiere una operación digna de paso de la frontera, no quiere la imagen de derrota de tropas desarmadas arrastrando los pies mientras salen de su país. Este es el Ejército del Ebro, el que ha mantenido en jaque durante 113 días a lo más granado de las tropas franquistas, llenas de los mejores y más modernos materiales de guerra. Enseguida infunde energía a los hombres. Con los franceses ha negociado que se podrá pasar con armas y luego abandonarlas en territorio galo. Organiza a las unidades que van pasando la frontera en perfecta formación y portando su armamento. Nada debe quedar del lado español para evitar así que caiga en manos de los franquistas. Es de noche, está junto con André Marty viendo como se alejan hacia Cerbère los últimos brigadistas internacionales que quedaban en suelo español. Los dos se han cuadrado emocionados ante estos hombres que lo abandonaron todo en su día para venir a luchar por un país que no era el suyo y que han regado con su sangre de forma generosa. Ya solo quedan las últimas tropas. Lo mejor del Ejército del Ebro, la 35ª división del XV Cuerpo de Tagüeña y la 11 división del V Cuerpo de Líster. El orgullo del ejército republicano. Ambas pasan marcialmente la frontera. Ya todo ha acabado. Tagüeña pasa la frontera y detrás de él lo hace Modesto que deseaba ser el último hombre de su ejército que quedara en España.
Llegando a la patria del socialismo
Hace cuatro días que el Smolny ha salido del puerto del El Havre. Es el día 13 de abril de 1939. Tras una cómoda travesía que les ha llevado a través del mar del Norte y los pasos de Skagerrat, Kattegat y Sund hacia el mar Báltico y el golfo de Finlandia, ahora estaban entrando en Leningrado. Por supuesto que habían atravesado Kronstad y la emoción les había invadido pensando en los marinos sublevados que habían dado pie a la revolución. El Smolny transporta a la flor y nata de los dirigentes del Partido Comunista de España que han salido un mes antes del país por decisión del Partido a fin de que pudieran ser empleados en otras labores a la mayor gloria de Stalin. Manuel Tagüeña y su esposa, Carmen Parga, miran por la borda las banderas de la revolución que ondean en el puerto. Están entrando en la patria del socialismo. Aquello por lo que tanto han luchado, aquello que les ha llevado a sacrificarse desde la más precoz adolescencia está a punto de concretarse en el país de los soviets. A la depresión surgida de la situación española, de la guerra perdida, del exilio forzoso, de los familiares y amigos abandonados, sucede el optimismo del futuro, de una nueva vida a comenzar en el país abanderado de la nueva sociedad sin clases. El mes pasado en Francia ha sido duro. Toulouse, Melum, París; la larga espera fuera de la patria recibiendo cada día las noticias más crueles, el triunfo del golpe de Casado y los fusilamientos de amigos y camaradas, el fracaso de la negociación de Casado ante Franco. Y el último acto, la entrada pactada en Madrid, con el Ejército Popular previamente rendido y las calles de la otrora orgullosa capital de la gloria y la resistencia repletas de banderas bicolores, camisas azules, boinas rojas y voces cantando los himnos fascistas. Y al final, la caída de Alicante sin que nadie pudiera huir por mar para salvarse del aciago futuro. Luego, las noticias del comienzo de la terrible represión; la duda de no saber el destino que tendrán los seres queridos, los camaradas con los que se han compartido tres largos años de lucha. Pero el espíritu de misión permanece, ahora hay que esperar una nueva posición en el frente de la revolución socialista. Tagüeña se siente soldado de una causa más amplia que la del pueblo español, una causa universal cuyas guerras tienen lugar en cualquier parte del mundo. Cualquier lugar es bueno para luchar por el socialismo. Cualquier lugar es bueno para enfrentarse a la reacción fascista. El Partido Comunista es la organización a la que pertenecen y que se ocupa de su futuro. El Partido exige dedicación total y fidelidad absoluta, pero a cambio proporciona seguridad, la seguridad de que siempre hay un puesto en que ejercer la lucha. Eso es lo que esperan ahora en la Unión Soviética, un nuevo puesto desde el que seguir trabajando por la revolución social.
Moscú tras la guerra
La primavera está volviendo a Moscú después del largo invierno. Esto es una metáfora, ya que también la primavera está volviendo después de cuatro largos años del invierno de la guerra. Es la noche del 5 de mayo de 1944. En el salón de actos están reunidas alrededor de treinta personas. Son los militares españoles pertenecientes a las academias Frunze y Vorochilov. Están allí reunidos a petición del Buró Político del Partido Comunista de España. Preside la reunión Ignacio Gallego. En la Vorochilov están los militares profesionales, gente como Cordón y Ciutat. En la Frunze están los que provenían de las milicias y que han pasado allí largos años preparándose primero ellos y algunos preparando después a las hornadas de oficiales soviéticos que han destrozado las Panzerdivision alemanas en Stalingrado y Moscú y que ahora avanzan victoriosos camino de Berlín. Tagüeña, junto con sus compañeros de la Frunze ha pasado en Asia Central, en Taskent, los años más duros de la guerra. Stalin no quiso que los oficiales españoles lucharan en el ejército soviético; según decía, quería reservarlos para la futura vuelta a España. Algunos terminaron sus estudios y desde entonces pasaron a formar parte del profesorado, Tagüeña estaba entre ellos. Otros, no tuvieron unas notas demasiado brillantes, tampoco se les dio demasiado bien el ruso y, además, se negaron a trabajar como profesores intentando con ello que Stalin los mandara al frente, los más significados a este respecto eran Modesto y Líster, los camaradas de Tagüeña en la dirección del Ejército del Ebro. La guerra había sido terrible; muchos de los refugiados españoles se encontraban en una lamentable situación, aunque ciertamente no peor que la de los soviéticos. A lo largo de estos años, Tagüeña ha ido recibiendo el impacto de la realidad soviética, también de las luchas internas por el poder en el PCE. El viejo ideario revolucionario seguía en pie, pero la experiencia acumulada iba haciendo germinar la duda sobre los métodos seguidos y, sobre todo, sobre muchas de las personas que dirigían las organizaciones proletarias. Las noticias de la represión de Stalin no se difundían a la luz del día, pero los atisbos de las mismas se presentaban cada vez más con la evidencia suficiente. Ignacio Gallego abre la reunión ante los asistentes. Se trata de debatir acerca del trabajo fraccional que Jesús Hernández y Enrique Castro han estado realizando en los últimos años y presentar la conclusiones del Comité Central al respecto, informando de la decisión de expulsar a Jesús de la dirección y del partido y la del alejamiento de Enrique de la dirección, permitiéndole la militancia si se produce el abandono de sus ácidas críticas sobre los dirigentes del PCE y el mundo soviético. Desde el suicidio de José Díaz, en el partido se ha dado una monumental lucha de poder entre Jesús Hernández y Pasionaria, o más bien sus partidarios que la emplean como un icono de la fuerza del partido. Pasionaria ha ganado la batalla. Jesús Hernández ha sido expulsado acusado de trabajo fraccional. Ignacio Gallego pone las cartas sobre la mesa, “…ella (Dolores) es una realidad histórica, es un símbolo que no tiene ningún Partido, es un tesoro que no se puede comprar. Sus cuartillas tienen más valor que toda la filosofía de sus atacantes. Es un gigante; tiene unas ideas tan claras que no caben en la cabeza de Hernández y Castro porque para ver eso hay que ser muy honrado…”[3]. Los miembros de los colectivos militares que han apoyado abiertamente a Jesús Hernández tienen que hacer ahora una pirueta en el aire para que la realidad histórica de Dolores no los aplaste. Líster y Modesto están en esa posición, pero en los últimos tiempos han sabido cambiarla hábilmente. Tanto es así que recientemente han sido nombrados ambos generales del ejército polaco y van a ser enviados a Polonia para que participen en esta última fase de la guerra. Su participación en la reunión es clara, tienen que explicar los porqués de su equivocada antigua posición y echar todas las loas posibles sobre Pasionaria como líder indiscutible del partido. Tanto Líster como Modesto han sido los responsables del colectivo de la Frunze desde la llegada a la URSS, aunque sus actitudes intelectuales no sean demasiado relevantes. Tagüeña se ha sentido apartado, su poco apego al poder no ha sido entendido de forma correcta y en ocasiones ha creído que otros camaradas le empleaban como una alternativa a los dos generales en la dirección del colectivo. Ello le ha llevado a ser un compañero incómodo. Pero también está lo de los chistes. Carmen, su mujer, con el fino humor gallego que la caracteriza era uno de los ecos más autorizados de recepción y control de los chistes sobre Stalin y otras realidades históricas del momento. Líster lo menciona en el acta de la reunión e igualmente lo ha hecho en la del Comité Central que se ha llevado a cabo el mismo día, su dedo acusador señala a Carmen Parga y a Caridad Mercader (la madre del asesino de Trotski, gloria patria de la URSS, medalla de la orden de Lenin) acusándolas de cachondearse junto con Enrique Castro y su esposa, de Stalin, de la revolución socialista y de ellos mismos. Y es que Carmen lleva ya tiempo siendo consciente del enorme berenjenal en el que están metidos. Sus mitos revolucionarios se han caído hace tiempo, la pobreza vista en la URSS, la falta del dinamismo social, la represión estalinista, el culto a la personalidad, las personas, como su cuñada Natacha, aplastadas por la maquinaria de un poder omnímodo han ido dejando paso a la sorna como mecanismo de protección. Tagüeña no ha llegada aún a tanto, él sigue siendo un disciplinado y convencido militante comunista que conoce las mismas realidades que Carmen, pero que las achaca a fallos en las personas, pequeñas piedras en el camino que algo más grande, como la revolución socialista terminará apartando. También es una persona práctica. Él es consciente de que “…el Partido comunista, para sus militantes, no es sola ni principalmente un organismo político: es escuela, iglesia, cuartel, familia; es una institución total en el sentido más completo y puro del término, y compromete por entero a quien se somete a él”[4]. Tagüeña siente miedo de ser apartado, él sabe que en la URSS no es nadie sin el partido, el partido le da trabajo, le proporciona hogar y sustento. Él es un funcionario más de una maquinaria enorme y aún no está preparado para romper sus anclajes. Por ello templa gaitas. “Me siento orgulloso de pertenecer a un Partido que marcha hacia adelante apartando los obstáculos. Esta reunión exige intervenciones largas para decir francamente lo que uno siente. El beneficio no queda reducido a la reunión, sino que en adelante hay que eliminar de sí mismo todo lo que sea necesario. Hoy por primera vez presencio una reunión de esta importancia. Está claro que, -como dijo el camarada Gallego y lo ha dicho Modesto- lo que unía a Hernández y Castro era la ambición, aspiraban a ser jefes”[5]. Tras una larga y confusa disertación en la que alaba a Pasionaria y, hay que confesarlo, tiene momentos en que no se sabe lo que dice, el camarada Carrión le contesta, “hay que saber mucha filosofía para comprender a Tagüeña; si ha tenido algo debe decirlo y no divagar”[6].
La vuelta a la ciencia en Checoslovaquia
Estamos a últimos de febrero de 1949. Manuel, Carmen y sus dos hijas, Carmiña, de ocho años y Julita con sus escasos tres meses, acaban de llegar a Brno en Checoslovaquia. La vida está dando un giro trascendental para ellos. Para Tagüeña se ha acabado el mundo militar y la vivencia interior de la revolución. Se encuentra en Brno porque ha sido invitado por el Instituto de Biología en la Facultad de Medicina de la Universidad Masaryk para dar clase allí. El mundo científico vuelve a resurgir con fuerza. Tagüeña le pidió a Vicente Uribe su alejamiento de la primera línea de la revolución. Ello se produjo después del affaire yugoslavo. Stalin ha decidido acabar con el protagonismo de Tito en el mundo socialista. El dictador soviético no puede consentir otro líder que él y Tito no para de ganar prestigio entre las democracias populares. Para ello tira de la maquinaria habitual. Todos los partidos comunistas hermanos generando información perversa y falsa acerca de las maldades del líder yugoslavo. Nuestro renovado científico ha estado en Yugoslavia varios años como coronel asesor del ejército y tiene un fuerte nivel de compromiso con el país, con sus líderes y con la vía yugoslava hacia el socialismo. En Yugoslavia ha visto parte del socialismo que a él le gustaría ver en España, un socialismo de carácter nacional no plegado a los dicterios imperiales de la URSS, un socialismo participativo y auto gestionado, un socialismo con líderes dedicados a la causa y respetados por el pueblo. Los militares soviéticos que asesoraban a Tito recibieron la orden de volver a la Unión Soviética. Manuel y Carmen se lo piensan. Ya le han perdido todo el respeto a la patria de la revolución. Saben que Stalin es un dictador inmisericorde y aunque siguen creyendo en el futuro del socialismo, cada vez están más convencidos de que éste no pasa por las prácticas que se están llevando a cabo en los denominados países del socialismo real. ¿Deberían quedarse en Yugoslavia? Finalmente deciden no hacerlo. Aunque comparten amistad e intereses comunes con sus camaradas yugoslavos, ambos saben que aquel no es su país. Aman a España y su deseo es volver a la patria. Quedarse en Yugoslavia supondría seguir de mercenario de la revolución, aunque fuera para un país amigo. Por otro lado saben que Stalin es hijo de una teoría política, que no es fruto del azar. Aquí el pensamiento de Tagüeña ha cambiado radicalmente. Con el paso de los años ha dedicado mucho tiempo a estudiar la teoría marxista y lo que ha visto no le convence. Desde su punto de vista es el marxismo, como doctrina política, la fuente que produce situaciones como la creada por Stalin. Y lo mismo que surgió Stalin, puede cambiar a Tito. Ellos no han dejado de ser estalinistas para convertirse en titistas. Lo que desean realmente es abandonar el mundo comunista. Pero aún no están preparados y saben que la situación es altamente peligrosa. El mundo de la URSS y sus satélites no es algo que pueda abandonarse como quien deja una asociación benéfica. Por otro lado Tagüeña aún no está preparado para romper todas las amarras con el PCE, allí están muchos de sus camaradas de lucha que aún siguen creyendo en las viejas ideas. Él es un hombre disciplinado y, aunque Carmen, hubiera preferido quedarse en Yugoslavia y mandarlo todo al carajo, Manuel continúa fiel a la disciplina del Partido. Sin embargo, sabe también que el mundo militar se ha acabado para él. Ya no puede permanecer trabajando tan directamente por la causa. Por otro lado sabe que lo público de su actitud defendiendo el modelo yugoslavo le va a traer grandes problemas. Sabe que en el estalinismo es práctica común la eliminación de los disidentes y no puede evitar sentir miedo. A Checoslovaquia ha llegado junto con algunos de los españoles destinados en Yugoslavia. Primero recalan en Praga; cada vez siente más el alejamiento de los viejos principios, cada vez se siente más distanciado de sus antiguos camaradas. Por otro lado, el gusanillo de la ciencia ha vuelto a picarle tras tantos años de abandono y surge la idea. En la entrevista con Uribe, le pide que el Partido le busque algo que tenga que ver con su antigua profesión. Uribe, con su brutalidad habitual, le advierte que ha cometido el error de pensar y de buscar razones para las cosas cuando lo único que hay que hacer es obedecer y aceptar las directivas soviéticas. El partido es lo más grande, lo único, el partido siempre tiene razón y los militantes deben sacrificarlo todo por el partido. El alto cardenal de la iglesia comunista, pontifica. Pero también ayuda y Tagüeña finalmente obtiene lo que desea. Uribe le indica que pedirá la ayuda del partido checo para que pueda trabajar en el entorno científico que desea. Ahora está entrando en la Universidad Masaryk y una nueva vida comienza para él.
La muerte de Stalin
Es el 5 de marzo de 1953 y las calles de Praga están oficialmente tristes. Ya ha anochecido, Manuel y Carmen están en su casa y la abuela y las niñas se han ido a dormir. Manuel saca una botella de vino oculta en el bolsillo de su abrigo y ambos brindan por la muerte del dictador. Muchos años más tarde, cuando Tagüeña ya haya muerto, Carmen brindará de nuevo con champán en México por la muerte del dictador doméstico español, mucho más duradero que aquel otro. Para Tagüeña, a esas alturas de la vida y tras cuatro años en Praga, el mito del comunismo ha caído totalmente. En estos años ha visto como un país próspero se ha ido hundiendo cada vez más en la red del socialismo real al servicio de los intereses soviéticos. El proceso de Praga ha terminado de testimoniar la realidad descarnada de un régimen inhumano. En dicho proceso han caído en la horca patriotas checos y líderes comunistas de dicho país. Cae Sling, el líder del partido en Brno y protector suyo. El miedo sigue imperando. Artur London, amigo de Tagüeña y brigadista internacional en España se ha librado de la horca pero ha sido condenado a cadena perpetua. Su hijo, menor de edad, ha sido obligado a renegar públicamente de su padre. Con la distancia de los años, libre de la pesada carga de la cárcel impuesta por los propios camaradas, Artur confesará:
“…éramos soldados de la revolución, disciplinados, y considerábamos justo acatar órdenes superiores sin discutir. (…) ¿Cómo sospechar de Stalin, o acusarle de traición, cuando su nombre estaba en los labios de los héroes que caían ante los pelotones de ejecución alemanes, en las bocas de los soldados soviéticos que caían en Stalingrado u otras batallas? Nuestra aproximación al marxismo era simplista. En nuestra fe incondicional, habíamos perdido la cualidad esencial de marxismo: la duda. Habíamos olvidado el sentido de una estrofa de la Internacional, que cantábamos con entusiasmo: Ni en dioses, reyes o tribunos está el supremo salvador…”[7].
Tagüeña se siente cómplice de los crímenes por haber servido a una causa que conducía a estos niveles de degeneración. Pero ahora ha muerto Stalin y quizá un viento de libertad recorra el mundo socialista. Al poco tiempo fallecerá también Gottwald, el presidente checo, servil esclavo del patrón soviético y promotor de los crímenes de Praga. Tan cerca en el tiempo muere uno de otro que el crespón que los Tagüeña deben poner en la ventana se reutiliza con el segundo tras ser usado para el primero. Incluso queda vino de la botella de Stalin que vuelve a ser usado para el brindis por la estancia en el infierno del carnicero de Praga.
La salida del telón de acero
Es el 11 de octubre de 1955, es de noche y vuelan en un avión de la KLM que está cruzando sobre el telón de acero. Su destino es México. Desde el avión pueden ver los reflectores y las alambradas que marcan la separación de una Europa dividida. Desde la muerte de Stalin y Gottwald se han relajado en parte los controles de seguridad, situación que Manuel y Carmen aprovechan para planificar su definitiva huída de la cárcel comunista. Conocen bien el sistema, los absurdos de su burocracia y navegan entre ellos para lograr lo que quieren. Primero, a través de la familia de Carmen, solicitan autorización de México para establecerse allí. Una vez obtenida ésta, falta el escollo de regularizar su situación con el Partido Comunista de España. Desde que están en Brno dedicados a labores docentes el contacto con el Partido ha estado roto. Tal ha sido así que Tagüeña no sabe si su situación administrativa es o no de alta en el mismo. Pero sí sabe que no podrá salir de Checoslovaquia sin la autorización del PCE y se prepara para obtenerla. Lo primero que hace es solicitar a las autoridades checas la salida del país, pero sabe que no habrá respuesta hasta que el partido español lo autorice. Al poco tiempo recibe una citación de la organización de Praga del partido español para acudir a una reunión. En siete años no han contado con ellos para nada y de repente se acuerdan. Asisten a la cita entre el temor y la esperanza. Allí están los viejos camaradas y amigos, Artemio Precioso y García Victorero. Junto a ellos, Moix, un militante del PSUC que ahora pertenece al Comité Central. La discusión es larga. Sobre el tapete se pone todo lo que les hace abominar del mundo comunista: falta de democracia interna, culto a la personalidad, métodos dictatoriales de dirección, abuso de autoridad, desprecio de los valores humanos, etc. Ante los argumentos, Moix primero elogia. Cuando no consigue nada pasa a la amenaza y suelta la retahíla de argumentos acostumbrados sobre la prevalencia del partido sobre sus militantes. Pero Tagüeña responde que nada tiene que agradecer al partido y en cambio el partido le debe mucho a él. Ante Moix y los viejos camaradas, Manuel y Carmen insisten en que sólo podrán evitar su salida de Checoslovaquia con el empleo de la fuerza. Tras el segundo intento fallido tiene lugar el tercero, el intento de compra. Le ofrecen ser trasladado a Praga y llevarlo al mejor instituto de investigación, todo antes de que abandone el partido para marcharse al mundo capitalista. Nada funciona ante su firme decisión. Por último, se produce la oferta final. Deben reconocer que son miembros del partido y solicitar a éste el traslado a México. Aunque al principio se niegan, finalmente aceptan. Así escriben:
“nuestro traslado a México no puede significar en ningún modo rompimiento con el Partido, por el contrario esto ha tenido como consecuencia una larga discusión con el Comité de la organización de Praga que nos ha sido muy útil y que ha disipado completamente desconfianzas y dudas que un largo periodo de relaciones irregulares había despertado entre nosotros y la organización y que nos había llevado a realizar las gestiones para nuestro traslado a México sin consultar la opinión de la dirección del Partido. Lo que reconocemos que ha sido injusto por nuestra parte”[8].
La respuesta aún se hace esperar, pero finalmente llega la autorización para salir del país. Toda una época de la vida finaliza, todo un mundo se derrumba. Tagüeña tiene 42 años y siente que ha gastado su vida en un esfuerzo baldío por una causa injusta. Así, con el paso de los años, le confesará en una de sus cartas a Juan Fernández Figueroa, editor de la revista Índice: “me entregué a una causa que me parecía justa y la he abandonado por motivos de conciencia. Por lo primero no me juzgo a mí mismo muy favorablemente, aunque estoy bien seguro de la limpieza de mis impulsos; pero de lo segundo sí me considero orgulloso y la satisfacción interna que este hecho me ha producido me permite mirar con tranquilidad hacia adelante y hacia atrás”[9].
España tras más de veinte años
Son las navidades de 1960. Tagüeña ha vuelto a pisar la bendita tierra española. Su madre está gravemente enferma y está volviendo a su patria para verla por última vez. Sus pies no han hollado España desde la madrugada del 7 de marzo de 1939, cuando un avión republicano sacó a algunos de los últimos líderes comunistas del aeródromo de Monóvar, después de que el gobierno Negrín y el Comité Central del Partido Comunista hubieran partido para el exilio. Tagüeña lleva cinco años en México. Nada más llegar al país intenta el regreso a España. La aversión tan profunda hacia los regímenes comunistas le hace quizá ser más benévolo para el régimen del dictador doméstico. Entre dictadura y dictadura prefiere la cercana, la conocida y que se expresa en su misma lengua. El principio de la estancia en México es duro. Tiran adelante gracias al apoyo de la familia y a las muchas horas de trabajo. El prometido puesto en la Universidad no se ha concretado y sólo resta dar clases en colegios destinados a los hijos de los exiliados españoles y traducir publicaciones técnicas en los varios idiomas que conoce. Incluso está a punto de ser expulsado del país, acusado de espía soviético. La intercesión de Rafael Méndez, antiguo secretario del doctor Negrín y persona respetada por las autoridades mexicanas, le salva[10]. Ante un entorno tan hostil sus fuerzas se concentran en requerir de las autoridades españolas la autorización para la vuelta a España. Contacta también con su antiguo profesor de Termodinámica, Julio Palacios, quien le atiende de forma amabilísima, pero le quita las ganas de volver. En una de sus cartas llegará a decirle: “me permito aconsejarle que asegure V. su situación económica de antemano, pues todos los mediocres han ocupado los mejores lugares y los defienden con dientes y uñas sin reparar en los medios”[11]. En cualquier caso, el tiempo va pasando y la situación en México se normaliza. Finalmente ha encontrado trabajo como asesor médico en los Laboratorios Servet, fundados en 1943 por otro exiliado español, Cristian Cortès, que había sido durante la República director del Instituto de Cardiología de la Generalitat. Su situación se ha estabilizado, sus hijas han emprendido allí sus estudios y el agradecimiento al nuevo país de adopción es enorme. El tiempo ha moderado, además, las pasiones. En su escaso tiempo libre ha comenzado a redactar sus memorias, pero el trabajo es arduo y muchas sus dudas acerca del enfoque. No desea crear más polémicas y por ello su estilo no será tan revanchista como el de otros autores excomunistas como Jesús Hernández o Enrique Castro. Tagüeña sigue creyendo en el socialismo, pero en un socialismo respetuoso para los valores humanos, un socialismo en democracia. Pero la idea de volver a España sigue tirando con fuerza. Por fin, tras cinco largos años recibe el permiso para viajar al país. Y ahora lo está aprovechando para visitar a su madre a la que sabe moribunda y que no ha visto desde 1938. Llega al aeropuerto ilusionado pero con prevención sobre lo que se va a encontrar. El ministro de Asuntos Exteriores, Castiella, ha propuesto la autorización en Consejo de Ministros y el propio Franco ha dado su plácet. El ejército se ha opuesto; quizás las heridas del Ebro no se han cerrado todavía y el perdón para el jefe del XV Cuerpo, que tantos disgustos les causó, se hace aún esperar; pero Castiella y Franco esperan obtener beneficios de la estancia de un rojo arrepentido y facilitan las cosas. Carmen Parga narra en su obra Antes que sea tarde, como se producen las cosas:
“es cosa sabida que cuando en una dictadura el dictador mueve un dedo, todos sus servidores mueven el mismo dedo. La policía española recibió a Tagüeña con toda amabilidad, y le comunicaron que “por decisión de las más altas esferas” podía volver a España cuando quisiera y trabajar donde quisiera. “¿Qué me están pagando?”, les preguntó Tagüeña. Estaba claro que tenían informes de nuestra posición política y se preparaban para utilizarnos en beneficio propio”[12].
Sea como fuere, el viaje a España le convence de que México es su último destino, su país de adopción, al menos mientras no muera el dictador. Ha encontrado una España nueva, diferente, con gente que piensa de modo distinto a como lo hacía su generación y donde ve un fuerte dinamismo que habla muy bien respecto al futuro. Pero el presente es Franco y su dictadura y Tagüeña no desea ser usado como icono político.
La última carta
Es el 29 de mayo de 1971. Estamos en México. Tagüeña está gravemente enfermo y dicta la que será su última carta. Faltan sólo dos días para su muerte que se producirá el 1 de junio. Escribe a Michael Alpert, el reputado historiador inglés, especialistas en el Ejército Popular de la República y con quien ha mantenido una asidua correspondencia en los últimos años. Durante sus dieciséis años en México son muchos los interesados en la guerra civil que le escriben solicitando información. Hugh Thomas, Michael Alpert, Luis Romero. Otros intentan que escriba cosas para revistas o que incluso publique sus memorias en España, como Juan Fernández Figueroa, editor de la prestigiosa revista Índice que ya en los años cincuenta está arrojando algo de luz aperturista en el negro horizonte del régimen. Tagüeña contesta amablemente a todo el mundo. Son decenas de cartas donde anota cuanta información se le pide, pero no escribe casi nada para publicar. Sólo lo hace con un artículo en la mencionada revista y la polémica levantada es tan fuerte que decide no continuar por ese camino. Tagüeña critica las prácticas soviéticas, pero se le acusa de ayudar al régimen de Franco con dicha crítica. No quiere revuelos y por ello cierra los oídos a las propuestas de publicación de su obra, totalmente terminada ya en 1969. Tampoco quiere más polémica y, por tanto, no desea ni una edición mexicana en vida. Por ello encarga Carmen Parga que se encargue de la edición de la misma, una vez que se haya producido su fallecimiento. Para España es más duro, como no desea interferir en las nobles inquietudes de la juventud antifranquista, pide a Carmen que no se edite la obra hasta que Franco muera. Una vez fallecido Tagüeña, serán varios los editores españoles que pidan a Carmen la edición de la obra, que ya ha visto la luz en México y goza de un notorio prestigio. Pero el deseo de Manuel se cumple y hasta 1978 no saldrá de imprenta una edición española llevada a cabo por Planeta. Tanto la edición mexicana como la española fue manejada por muchos españoles durante la transición y fue muy influyente entre la clase política del momento. La muerte le llega demasiado joven, con 58 años, cuando las cosas le están yendo mejor y se encuentra más satisfecho con la vida que lleva. México le parece un gran país al que le debe mucho, se encuentra en la mejor fase de su vida respecto a la función intelectual; sus hijas han decidido seguir sus pasos y ambas estudian Física, ya tiene incluso nietos. Pero la vida está siempre fuera de nuestro control y en ese momento tranquilo decidió abandonarlo. Carmen Parga lo cuenta con emoción en su obra,
“en 1971 murió mi marido. Afrontó la muerte con el mismo valor con que había afrontando la vida. Se despidió de las niñas y de mí, y nos pidió que no lo lloráramos. Se consideraba afortunado de ser superviviente de tantas batallas en las que había visto morir a tantos hombres. Tenía 58 años recién cumplidos y hay que admirarse de todas las cosas que le dio tiempo de hacer en su realmente corta vida. Dos años antes había terminado de escribir sus memorias, que se resistía a publicar, tan harto estaba de polémicas. Me pidió que yo las publicara después de su muerte y así lo hice. No quiso que se editaran en España mientras viviera Franco. Temía que sus críticas fueran distorsionadas o utilizadas por los franquistas”[13].
Notas:
[1] Manuel Tagüeña. Testimonio de dos guerras, Barcelona, 2005, editorial Planeta. La mayor parte de la información presente en este capítulo está obtenida de la obra autobiográfica de Tagüeña, así que no se la volverá a referenciar. Sólo se citan a continuación los elementos basados en fuentes diferentes.
[2] Gabriel Jackson, La República Española y la Guerra Civil, Barcelona, 2006, editorial Crítica, p. 402
[3] Acta de la reunión de los colectivos de la “Frunze” y “Vorochilov” para discutir el asunto Hernández-Castro. 5 de mayo de 1944 (AHPCE –Archivo Histórico del Partido Comunista de España- Exilio, carpeta 25)
[4] Boris Souvarine. Le premiere désenchanté du communisme. Robert Laffont, Paris, 1993. p. 150
[5] Acta de la reunión de los colectivos de la “Frunze” y “Vorochilov” para discutir el asunto Hernández-Castro. 5 de mayo de 1944 (AHPCE Exilio, carpeta 25)
[6] Ibidem
[7] Artur London. Se levantaron antes del alba, Barcelona, 2006, ediciones Península, p. 27.
[8] AMTL -Manuel Tagüeña, Fondo documental depositado en la Fundación Pablo Iglesias-, correspondencia sobre la salida de Checoslovaquia y del PCE, carta del 2 de septiembre de 1955, signatura 747-18-5.
[9] AMTL, correspondencia con Juan Fernández Figueroa, carta del 15 de octubre de 1958, signatura 747-9 (páginas 3 a 5)
[10] AMTL, correspondencia varia (carta-informe a Rafael Méndez de fecha 9-5-57), signatura 747-14
[11] AMTL, correspondencia con Julio Palacios, carta sin fecha, probablemente de principios de 1958, signatura 747-17-8.
[12] Carmen Parga. Antes que sea tarde. Madrid, 1996, Compañía Literaria, p. 165.
[13] Ibidem, p. 168
Texto integro obtenido de la web de S.B.H.A.C.
Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/Colabora ... aguena.htm
Una biografía en fotogramas
La vida de una persona es una sucesión dinámica de hechos; como una película que tiene sentido en su totalidad, pero que no puede analizarse sólo por alguno de sus fotogramas. Cuando tratamos de explicar únicamente una parte perdemos la riqueza del todo. Pero ¿cómo plasmar con palabras ese dinamismo existencial completo? El discurso probablemente no sirva. Es por ello que la razón humana emplea siempre discursos reduccionistas, como no tiene herramientas que puedan abordar el todo se conforma con tratar de analizar cada una de las partes.
En este trabajo intentaremos resumir la vida de Manuel Tagüeña a través de unos cuantos fotogramas de la misma. A veces un solo momento sirve para entender toda una existencia, pero cuando un hombre es grande puede vivir varias vidas en una misma y entonces necesitamos múltiples instantes para captar esa diversidad que se nos escapa. Para entrar en detalles más prolijos están sus propias memorias, el Testimonio de dos guerras[1], su ponderada y recomendable autobiografía.
El vértice Cantarranas sobre el Ebro
Estamos en el vértice Cantarranas, a un kilómetro y medio al noroeste de la Torre del Español, sobre la margen derecha del río Ebro. Hace calor, es el 24 de julio de 1938, el atardecer hace que las lomas cercanas comiencen a presentar perfiles más precisos. El sol se está poniendo enfrente, detrás de la sierra de la Fatarella. Manuel Tagüeña Lacorte, teniente coronel del Ejército Popular de la República, jefe del XV Cuerpo de Ejército, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas y del Partido Comunista de España está, junto con su Estado Mayor, viviendo las últimas horas antes de que comience la maniobra más importante que el ejército republicano hará en toda la guerra, el paso del río Ebro. Cuando anochece le visitan el coronel Modesto, jefe del Ejército del Ebro y su consejero soviético Lazarev. Tagüeña, junto con su consejero Soroka, discute con Lazarev, que opina que la operación de paso no está asegurada y debe suspenderse. Pero Modesto continua con las órdenes y todo sigue adelante. Cuando los dos visitantes se marchan el silencio comienza a imperar. El proceso de revisar telefónicamente la disposición de todas las unidades ha terminado, ahora sólo falta esperar que llegue la hora prevista y desear que nada falle. Todo el mundo está pensativo y silencioso. Tagüeña sabe que va a mandar a la muerte a muchos hombres esa noche, pero la causa lo justifica. Si la ofensiva tiene éxito se habrá logrado dar forma a la política de resistencia de Negrín, se habrá podido detener la ofensiva enemiga sobre Valencia y se habrá ganado tiempo para que la guerra en Europa haga que la contienda española entre en un escenario más amplio de lucha contra el fascismo, contando entonces con aliados más importantes. Y de eso se trata al fin, de luchar contra el fascismo. Los recuerdos le invaden. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?, se pregunta. Desde la adolescencia se vio inmerso en la aventura revolucionaria, pensaba que la acción violenta podía transformar el mundo. La sociedad estaba llena de injusticias y había que actuar sobre ellas para cambiarlas. Ello le llevó a la FUE, a las Juventudes Socialistas y, por fin, al Partido Comunista, la organización que más eficazmente había puesto en práctica las ideas organizativas necesarias para hacer frente al levantamiento de los militares rebeldes. El Partido era lo más importante, el comunismo una causa por la que merecía la pena luchar. Realmente él no se ha nutrido de los elementos teóricos del marxismo, ha llegado a la militancia por cuestiones estrictamente prácticas; como tantos otros ha visto en el Partido Comunista la forma más rigurosa y sólida de organizarse para ganar. Su pertenencia al partido le ha ayudado, sin duda, para lograr su actual posición en el Ejército. Esto, por supuesto, sin menoscabar sus claros méritos. Tagüeña tiene sólo veinticinco años y dirige una de las unidades de choque más importantes del Ejército de la República, el XV Cuerpo de Ejército; a su mando más de 30.000 hombres y algunas de las divisiones míticas del Ejército Popular, la 3ª, que paró a los italianos en Torrevelilla y en Cherta cuando el frente de Aragón se desplomaba y la 35ª Internacional, ahora reformada, que había actuado como fuerza de choque en las batallas más importantes de la contienda. Su vida no ha sido tampoco la de un revolucionario profesional, como muchos otros de sus compañeros de partido. Pertenecía la clase media, estudio la licenciatura en Ciencias Físico Matemáticas y casi termina el doctorado en Física, interrumpido por el estallido de la guerra civil. Siempre osciló entre la vida de acción del revolucionario y la vida de investigación del científico. En este momento, la primera había ganado la batalla. Pero a pesar de eso él era un combatiente estudioso de la táctica, que respetaba y fomentaba el trabajo de sus oficiales de Estado Mayor y trataba de aprender todo lo que podía sobre el mundo militar. La mezcla de valor y técnica era la base necesaria para ganar una batalla. Lo malo es que muchos cuadros del Ejército Popular estaban sobrados de la primera característica y bastante faltos de la segunda. Sus hombres sabían que no era un irreflexivo hombre de acción, que las operaciones en sus tropas eran concienzudamente preparadas y que siempre buscaba asegurar el menor número de bajas posible. Y ahora estaba ante la historia. Él estaba entre los que confiaban que la guerra se podía ganar. El Ejército Popular había avanzado enormemente desde aquellos valientes, pero desorganizados hombres, que pararon la rebelión de los militares en las ciudades más importantes de España; ahora era una máquina de alto nivel que podía enfrentarse de tú a tú con el ejército rebelde. Sólo la carencia de armas, de las que los franquistas estaban sobrados, marcaba la diferencia. La operación del Ebro demostraría de lo que los republicanos eran capaces. Eran las 0:15 del día 25 de julio, los primeros movimientos de tropas podían adivinarse en la oscuridad, algunos motores de camiones comenzaron a sonar y el chapoteo de las primeras barcas que se echaban al río sugerían que la operación estaba comenzando. La suerte estaba echada.
Port Bou y la derrota
Hace mucho frío, es el 9 de febrero de 1939 y ha anochecido ya hace horas. Estamos en Port Bou, en la frontera entre España y Francia asistiendo a la concreción formal del hecho de que una vez más a lo largo de nuestra historia, media España está mandando al exilio a la otra media. Desde que el día 26 de enero se ha perdido Barcelona, ríos humanos se dirigen hacia Francia temiendo la represión de los franquistas. Más de 300.000 personas pasan la frontera y se esparcen por improvisados campos de concentración habilitados por las autoridades galas, hacinados, hambrientos, derrotados. El día 5 los franceses abren la frontera al paso de unidades militares republicanas[2]. Tagüeña recibe de Modesto la orden de cruzar al otro lado con sus unidades. Todo se ha perdido. Cataluña ha caído y aunque se mantiene oficialmente la ilusión de que la guerra puede continuar en la zona Centro-Sur, el fondo de su corazón alberga una razonable duda de que ello pueda lograrse. Lleva muchos meses apartado de la realidad de la gente. Desde que en marzo de 1938 se le ordenó desplazar su 3ª división desde Torrelaguna al frente de Aragón, todo ha sido correr sin descanso de un lado a otro. El Ebro, la batalla de Cataluña, Barcelona perdida y ahora el fin, pasar a Francia con la esperanza de volver pronto a pisar suelo español y seguir luchando por construir un país más justo y libre de la amenaza del fascismo internacional y las fuerzas reaccionarias internas. Nuestro responsable teniente coronel tiene algunas evidencias, aunque no se lo termina de creer, de que el pueblo está harto de guerra y la mayoría de la población española duda ya de que cualquier causa merezca tanto sufrimiento y privaciones. Pero allí está Francisco Antón para poner el punto de vista del partido en este maremágnum. Seguir las instrucciones del partido clarifica las cosas. La fidelidad a la organización, la disciplina, es la base del triunfo futuro. Y el PCE dice que hay que seguir luchando. Antón indica a los militares importantes, a través de Modesto, que deben cuidarse de caer en la trampa de los campos franceses, que deben seguir hasta Toulouse desde donde volarán de nuevo a España para continuar la lucha. Tagüeña ha llegado ese mismo día a Port Bou tratando de que sus tropas fueran realizando una retirada organizada. Y lo que se ha encontrado en la frontera es un espectáculo dantesco. Sus dotes organizativas se muestran pronto. Reprende a los oficiales presentes en la zona y les indica que en nombre del Ejército del Ebro se hace cargo de la operación. Negocia con los agentes fronterizos franceses. Él quiere una operación digna de paso de la frontera, no quiere la imagen de derrota de tropas desarmadas arrastrando los pies mientras salen de su país. Este es el Ejército del Ebro, el que ha mantenido en jaque durante 113 días a lo más granado de las tropas franquistas, llenas de los mejores y más modernos materiales de guerra. Enseguida infunde energía a los hombres. Con los franceses ha negociado que se podrá pasar con armas y luego abandonarlas en territorio galo. Organiza a las unidades que van pasando la frontera en perfecta formación y portando su armamento. Nada debe quedar del lado español para evitar así que caiga en manos de los franquistas. Es de noche, está junto con André Marty viendo como se alejan hacia Cerbère los últimos brigadistas internacionales que quedaban en suelo español. Los dos se han cuadrado emocionados ante estos hombres que lo abandonaron todo en su día para venir a luchar por un país que no era el suyo y que han regado con su sangre de forma generosa. Ya solo quedan las últimas tropas. Lo mejor del Ejército del Ebro, la 35ª división del XV Cuerpo de Tagüeña y la 11 división del V Cuerpo de Líster. El orgullo del ejército republicano. Ambas pasan marcialmente la frontera. Ya todo ha acabado. Tagüeña pasa la frontera y detrás de él lo hace Modesto que deseaba ser el último hombre de su ejército que quedara en España.
Llegando a la patria del socialismo
Hace cuatro días que el Smolny ha salido del puerto del El Havre. Es el día 13 de abril de 1939. Tras una cómoda travesía que les ha llevado a través del mar del Norte y los pasos de Skagerrat, Kattegat y Sund hacia el mar Báltico y el golfo de Finlandia, ahora estaban entrando en Leningrado. Por supuesto que habían atravesado Kronstad y la emoción les había invadido pensando en los marinos sublevados que habían dado pie a la revolución. El Smolny transporta a la flor y nata de los dirigentes del Partido Comunista de España que han salido un mes antes del país por decisión del Partido a fin de que pudieran ser empleados en otras labores a la mayor gloria de Stalin. Manuel Tagüeña y su esposa, Carmen Parga, miran por la borda las banderas de la revolución que ondean en el puerto. Están entrando en la patria del socialismo. Aquello por lo que tanto han luchado, aquello que les ha llevado a sacrificarse desde la más precoz adolescencia está a punto de concretarse en el país de los soviets. A la depresión surgida de la situación española, de la guerra perdida, del exilio forzoso, de los familiares y amigos abandonados, sucede el optimismo del futuro, de una nueva vida a comenzar en el país abanderado de la nueva sociedad sin clases. El mes pasado en Francia ha sido duro. Toulouse, Melum, París; la larga espera fuera de la patria recibiendo cada día las noticias más crueles, el triunfo del golpe de Casado y los fusilamientos de amigos y camaradas, el fracaso de la negociación de Casado ante Franco. Y el último acto, la entrada pactada en Madrid, con el Ejército Popular previamente rendido y las calles de la otrora orgullosa capital de la gloria y la resistencia repletas de banderas bicolores, camisas azules, boinas rojas y voces cantando los himnos fascistas. Y al final, la caída de Alicante sin que nadie pudiera huir por mar para salvarse del aciago futuro. Luego, las noticias del comienzo de la terrible represión; la duda de no saber el destino que tendrán los seres queridos, los camaradas con los que se han compartido tres largos años de lucha. Pero el espíritu de misión permanece, ahora hay que esperar una nueva posición en el frente de la revolución socialista. Tagüeña se siente soldado de una causa más amplia que la del pueblo español, una causa universal cuyas guerras tienen lugar en cualquier parte del mundo. Cualquier lugar es bueno para luchar por el socialismo. Cualquier lugar es bueno para enfrentarse a la reacción fascista. El Partido Comunista es la organización a la que pertenecen y que se ocupa de su futuro. El Partido exige dedicación total y fidelidad absoluta, pero a cambio proporciona seguridad, la seguridad de que siempre hay un puesto en que ejercer la lucha. Eso es lo que esperan ahora en la Unión Soviética, un nuevo puesto desde el que seguir trabajando por la revolución social.
Moscú tras la guerra
La primavera está volviendo a Moscú después del largo invierno. Esto es una metáfora, ya que también la primavera está volviendo después de cuatro largos años del invierno de la guerra. Es la noche del 5 de mayo de 1944. En el salón de actos están reunidas alrededor de treinta personas. Son los militares españoles pertenecientes a las academias Frunze y Vorochilov. Están allí reunidos a petición del Buró Político del Partido Comunista de España. Preside la reunión Ignacio Gallego. En la Vorochilov están los militares profesionales, gente como Cordón y Ciutat. En la Frunze están los que provenían de las milicias y que han pasado allí largos años preparándose primero ellos y algunos preparando después a las hornadas de oficiales soviéticos que han destrozado las Panzerdivision alemanas en Stalingrado y Moscú y que ahora avanzan victoriosos camino de Berlín. Tagüeña, junto con sus compañeros de la Frunze ha pasado en Asia Central, en Taskent, los años más duros de la guerra. Stalin no quiso que los oficiales españoles lucharan en el ejército soviético; según decía, quería reservarlos para la futura vuelta a España. Algunos terminaron sus estudios y desde entonces pasaron a formar parte del profesorado, Tagüeña estaba entre ellos. Otros, no tuvieron unas notas demasiado brillantes, tampoco se les dio demasiado bien el ruso y, además, se negaron a trabajar como profesores intentando con ello que Stalin los mandara al frente, los más significados a este respecto eran Modesto y Líster, los camaradas de Tagüeña en la dirección del Ejército del Ebro. La guerra había sido terrible; muchos de los refugiados españoles se encontraban en una lamentable situación, aunque ciertamente no peor que la de los soviéticos. A lo largo de estos años, Tagüeña ha ido recibiendo el impacto de la realidad soviética, también de las luchas internas por el poder en el PCE. El viejo ideario revolucionario seguía en pie, pero la experiencia acumulada iba haciendo germinar la duda sobre los métodos seguidos y, sobre todo, sobre muchas de las personas que dirigían las organizaciones proletarias. Las noticias de la represión de Stalin no se difundían a la luz del día, pero los atisbos de las mismas se presentaban cada vez más con la evidencia suficiente. Ignacio Gallego abre la reunión ante los asistentes. Se trata de debatir acerca del trabajo fraccional que Jesús Hernández y Enrique Castro han estado realizando en los últimos años y presentar la conclusiones del Comité Central al respecto, informando de la decisión de expulsar a Jesús de la dirección y del partido y la del alejamiento de Enrique de la dirección, permitiéndole la militancia si se produce el abandono de sus ácidas críticas sobre los dirigentes del PCE y el mundo soviético. Desde el suicidio de José Díaz, en el partido se ha dado una monumental lucha de poder entre Jesús Hernández y Pasionaria, o más bien sus partidarios que la emplean como un icono de la fuerza del partido. Pasionaria ha ganado la batalla. Jesús Hernández ha sido expulsado acusado de trabajo fraccional. Ignacio Gallego pone las cartas sobre la mesa, “…ella (Dolores) es una realidad histórica, es un símbolo que no tiene ningún Partido, es un tesoro que no se puede comprar. Sus cuartillas tienen más valor que toda la filosofía de sus atacantes. Es un gigante; tiene unas ideas tan claras que no caben en la cabeza de Hernández y Castro porque para ver eso hay que ser muy honrado…”[3]. Los miembros de los colectivos militares que han apoyado abiertamente a Jesús Hernández tienen que hacer ahora una pirueta en el aire para que la realidad histórica de Dolores no los aplaste. Líster y Modesto están en esa posición, pero en los últimos tiempos han sabido cambiarla hábilmente. Tanto es así que recientemente han sido nombrados ambos generales del ejército polaco y van a ser enviados a Polonia para que participen en esta última fase de la guerra. Su participación en la reunión es clara, tienen que explicar los porqués de su equivocada antigua posición y echar todas las loas posibles sobre Pasionaria como líder indiscutible del partido. Tanto Líster como Modesto han sido los responsables del colectivo de la Frunze desde la llegada a la URSS, aunque sus actitudes intelectuales no sean demasiado relevantes. Tagüeña se ha sentido apartado, su poco apego al poder no ha sido entendido de forma correcta y en ocasiones ha creído que otros camaradas le empleaban como una alternativa a los dos generales en la dirección del colectivo. Ello le ha llevado a ser un compañero incómodo. Pero también está lo de los chistes. Carmen, su mujer, con el fino humor gallego que la caracteriza era uno de los ecos más autorizados de recepción y control de los chistes sobre Stalin y otras realidades históricas del momento. Líster lo menciona en el acta de la reunión e igualmente lo ha hecho en la del Comité Central que se ha llevado a cabo el mismo día, su dedo acusador señala a Carmen Parga y a Caridad Mercader (la madre del asesino de Trotski, gloria patria de la URSS, medalla de la orden de Lenin) acusándolas de cachondearse junto con Enrique Castro y su esposa, de Stalin, de la revolución socialista y de ellos mismos. Y es que Carmen lleva ya tiempo siendo consciente del enorme berenjenal en el que están metidos. Sus mitos revolucionarios se han caído hace tiempo, la pobreza vista en la URSS, la falta del dinamismo social, la represión estalinista, el culto a la personalidad, las personas, como su cuñada Natacha, aplastadas por la maquinaria de un poder omnímodo han ido dejando paso a la sorna como mecanismo de protección. Tagüeña no ha llegada aún a tanto, él sigue siendo un disciplinado y convencido militante comunista que conoce las mismas realidades que Carmen, pero que las achaca a fallos en las personas, pequeñas piedras en el camino que algo más grande, como la revolución socialista terminará apartando. También es una persona práctica. Él es consciente de que “…el Partido comunista, para sus militantes, no es sola ni principalmente un organismo político: es escuela, iglesia, cuartel, familia; es una institución total en el sentido más completo y puro del término, y compromete por entero a quien se somete a él”[4]. Tagüeña siente miedo de ser apartado, él sabe que en la URSS no es nadie sin el partido, el partido le da trabajo, le proporciona hogar y sustento. Él es un funcionario más de una maquinaria enorme y aún no está preparado para romper sus anclajes. Por ello templa gaitas. “Me siento orgulloso de pertenecer a un Partido que marcha hacia adelante apartando los obstáculos. Esta reunión exige intervenciones largas para decir francamente lo que uno siente. El beneficio no queda reducido a la reunión, sino que en adelante hay que eliminar de sí mismo todo lo que sea necesario. Hoy por primera vez presencio una reunión de esta importancia. Está claro que, -como dijo el camarada Gallego y lo ha dicho Modesto- lo que unía a Hernández y Castro era la ambición, aspiraban a ser jefes”[5]. Tras una larga y confusa disertación en la que alaba a Pasionaria y, hay que confesarlo, tiene momentos en que no se sabe lo que dice, el camarada Carrión le contesta, “hay que saber mucha filosofía para comprender a Tagüeña; si ha tenido algo debe decirlo y no divagar”[6].
La vuelta a la ciencia en Checoslovaquia
Estamos a últimos de febrero de 1949. Manuel, Carmen y sus dos hijas, Carmiña, de ocho años y Julita con sus escasos tres meses, acaban de llegar a Brno en Checoslovaquia. La vida está dando un giro trascendental para ellos. Para Tagüeña se ha acabado el mundo militar y la vivencia interior de la revolución. Se encuentra en Brno porque ha sido invitado por el Instituto de Biología en la Facultad de Medicina de la Universidad Masaryk para dar clase allí. El mundo científico vuelve a resurgir con fuerza. Tagüeña le pidió a Vicente Uribe su alejamiento de la primera línea de la revolución. Ello se produjo después del affaire yugoslavo. Stalin ha decidido acabar con el protagonismo de Tito en el mundo socialista. El dictador soviético no puede consentir otro líder que él y Tito no para de ganar prestigio entre las democracias populares. Para ello tira de la maquinaria habitual. Todos los partidos comunistas hermanos generando información perversa y falsa acerca de las maldades del líder yugoslavo. Nuestro renovado científico ha estado en Yugoslavia varios años como coronel asesor del ejército y tiene un fuerte nivel de compromiso con el país, con sus líderes y con la vía yugoslava hacia el socialismo. En Yugoslavia ha visto parte del socialismo que a él le gustaría ver en España, un socialismo de carácter nacional no plegado a los dicterios imperiales de la URSS, un socialismo participativo y auto gestionado, un socialismo con líderes dedicados a la causa y respetados por el pueblo. Los militares soviéticos que asesoraban a Tito recibieron la orden de volver a la Unión Soviética. Manuel y Carmen se lo piensan. Ya le han perdido todo el respeto a la patria de la revolución. Saben que Stalin es un dictador inmisericorde y aunque siguen creyendo en el futuro del socialismo, cada vez están más convencidos de que éste no pasa por las prácticas que se están llevando a cabo en los denominados países del socialismo real. ¿Deberían quedarse en Yugoslavia? Finalmente deciden no hacerlo. Aunque comparten amistad e intereses comunes con sus camaradas yugoslavos, ambos saben que aquel no es su país. Aman a España y su deseo es volver a la patria. Quedarse en Yugoslavia supondría seguir de mercenario de la revolución, aunque fuera para un país amigo. Por otro lado saben que Stalin es hijo de una teoría política, que no es fruto del azar. Aquí el pensamiento de Tagüeña ha cambiado radicalmente. Con el paso de los años ha dedicado mucho tiempo a estudiar la teoría marxista y lo que ha visto no le convence. Desde su punto de vista es el marxismo, como doctrina política, la fuente que produce situaciones como la creada por Stalin. Y lo mismo que surgió Stalin, puede cambiar a Tito. Ellos no han dejado de ser estalinistas para convertirse en titistas. Lo que desean realmente es abandonar el mundo comunista. Pero aún no están preparados y saben que la situación es altamente peligrosa. El mundo de la URSS y sus satélites no es algo que pueda abandonarse como quien deja una asociación benéfica. Por otro lado Tagüeña aún no está preparado para romper todas las amarras con el PCE, allí están muchos de sus camaradas de lucha que aún siguen creyendo en las viejas ideas. Él es un hombre disciplinado y, aunque Carmen, hubiera preferido quedarse en Yugoslavia y mandarlo todo al carajo, Manuel continúa fiel a la disciplina del Partido. Sin embargo, sabe también que el mundo militar se ha acabado para él. Ya no puede permanecer trabajando tan directamente por la causa. Por otro lado sabe que lo público de su actitud defendiendo el modelo yugoslavo le va a traer grandes problemas. Sabe que en el estalinismo es práctica común la eliminación de los disidentes y no puede evitar sentir miedo. A Checoslovaquia ha llegado junto con algunos de los españoles destinados en Yugoslavia. Primero recalan en Praga; cada vez siente más el alejamiento de los viejos principios, cada vez se siente más distanciado de sus antiguos camaradas. Por otro lado, el gusanillo de la ciencia ha vuelto a picarle tras tantos años de abandono y surge la idea. En la entrevista con Uribe, le pide que el Partido le busque algo que tenga que ver con su antigua profesión. Uribe, con su brutalidad habitual, le advierte que ha cometido el error de pensar y de buscar razones para las cosas cuando lo único que hay que hacer es obedecer y aceptar las directivas soviéticas. El partido es lo más grande, lo único, el partido siempre tiene razón y los militantes deben sacrificarlo todo por el partido. El alto cardenal de la iglesia comunista, pontifica. Pero también ayuda y Tagüeña finalmente obtiene lo que desea. Uribe le indica que pedirá la ayuda del partido checo para que pueda trabajar en el entorno científico que desea. Ahora está entrando en la Universidad Masaryk y una nueva vida comienza para él.
La muerte de Stalin
Es el 5 de marzo de 1953 y las calles de Praga están oficialmente tristes. Ya ha anochecido, Manuel y Carmen están en su casa y la abuela y las niñas se han ido a dormir. Manuel saca una botella de vino oculta en el bolsillo de su abrigo y ambos brindan por la muerte del dictador. Muchos años más tarde, cuando Tagüeña ya haya muerto, Carmen brindará de nuevo con champán en México por la muerte del dictador doméstico español, mucho más duradero que aquel otro. Para Tagüeña, a esas alturas de la vida y tras cuatro años en Praga, el mito del comunismo ha caído totalmente. En estos años ha visto como un país próspero se ha ido hundiendo cada vez más en la red del socialismo real al servicio de los intereses soviéticos. El proceso de Praga ha terminado de testimoniar la realidad descarnada de un régimen inhumano. En dicho proceso han caído en la horca patriotas checos y líderes comunistas de dicho país. Cae Sling, el líder del partido en Brno y protector suyo. El miedo sigue imperando. Artur London, amigo de Tagüeña y brigadista internacional en España se ha librado de la horca pero ha sido condenado a cadena perpetua. Su hijo, menor de edad, ha sido obligado a renegar públicamente de su padre. Con la distancia de los años, libre de la pesada carga de la cárcel impuesta por los propios camaradas, Artur confesará:
“…éramos soldados de la revolución, disciplinados, y considerábamos justo acatar órdenes superiores sin discutir. (…) ¿Cómo sospechar de Stalin, o acusarle de traición, cuando su nombre estaba en los labios de los héroes que caían ante los pelotones de ejecución alemanes, en las bocas de los soldados soviéticos que caían en Stalingrado u otras batallas? Nuestra aproximación al marxismo era simplista. En nuestra fe incondicional, habíamos perdido la cualidad esencial de marxismo: la duda. Habíamos olvidado el sentido de una estrofa de la Internacional, que cantábamos con entusiasmo: Ni en dioses, reyes o tribunos está el supremo salvador…”[7].
Tagüeña se siente cómplice de los crímenes por haber servido a una causa que conducía a estos niveles de degeneración. Pero ahora ha muerto Stalin y quizá un viento de libertad recorra el mundo socialista. Al poco tiempo fallecerá también Gottwald, el presidente checo, servil esclavo del patrón soviético y promotor de los crímenes de Praga. Tan cerca en el tiempo muere uno de otro que el crespón que los Tagüeña deben poner en la ventana se reutiliza con el segundo tras ser usado para el primero. Incluso queda vino de la botella de Stalin que vuelve a ser usado para el brindis por la estancia en el infierno del carnicero de Praga.
La salida del telón de acero
Es el 11 de octubre de 1955, es de noche y vuelan en un avión de la KLM que está cruzando sobre el telón de acero. Su destino es México. Desde el avión pueden ver los reflectores y las alambradas que marcan la separación de una Europa dividida. Desde la muerte de Stalin y Gottwald se han relajado en parte los controles de seguridad, situación que Manuel y Carmen aprovechan para planificar su definitiva huída de la cárcel comunista. Conocen bien el sistema, los absurdos de su burocracia y navegan entre ellos para lograr lo que quieren. Primero, a través de la familia de Carmen, solicitan autorización de México para establecerse allí. Una vez obtenida ésta, falta el escollo de regularizar su situación con el Partido Comunista de España. Desde que están en Brno dedicados a labores docentes el contacto con el Partido ha estado roto. Tal ha sido así que Tagüeña no sabe si su situación administrativa es o no de alta en el mismo. Pero sí sabe que no podrá salir de Checoslovaquia sin la autorización del PCE y se prepara para obtenerla. Lo primero que hace es solicitar a las autoridades checas la salida del país, pero sabe que no habrá respuesta hasta que el partido español lo autorice. Al poco tiempo recibe una citación de la organización de Praga del partido español para acudir a una reunión. En siete años no han contado con ellos para nada y de repente se acuerdan. Asisten a la cita entre el temor y la esperanza. Allí están los viejos camaradas y amigos, Artemio Precioso y García Victorero. Junto a ellos, Moix, un militante del PSUC que ahora pertenece al Comité Central. La discusión es larga. Sobre el tapete se pone todo lo que les hace abominar del mundo comunista: falta de democracia interna, culto a la personalidad, métodos dictatoriales de dirección, abuso de autoridad, desprecio de los valores humanos, etc. Ante los argumentos, Moix primero elogia. Cuando no consigue nada pasa a la amenaza y suelta la retahíla de argumentos acostumbrados sobre la prevalencia del partido sobre sus militantes. Pero Tagüeña responde que nada tiene que agradecer al partido y en cambio el partido le debe mucho a él. Ante Moix y los viejos camaradas, Manuel y Carmen insisten en que sólo podrán evitar su salida de Checoslovaquia con el empleo de la fuerza. Tras el segundo intento fallido tiene lugar el tercero, el intento de compra. Le ofrecen ser trasladado a Praga y llevarlo al mejor instituto de investigación, todo antes de que abandone el partido para marcharse al mundo capitalista. Nada funciona ante su firme decisión. Por último, se produce la oferta final. Deben reconocer que son miembros del partido y solicitar a éste el traslado a México. Aunque al principio se niegan, finalmente aceptan. Así escriben:
“nuestro traslado a México no puede significar en ningún modo rompimiento con el Partido, por el contrario esto ha tenido como consecuencia una larga discusión con el Comité de la organización de Praga que nos ha sido muy útil y que ha disipado completamente desconfianzas y dudas que un largo periodo de relaciones irregulares había despertado entre nosotros y la organización y que nos había llevado a realizar las gestiones para nuestro traslado a México sin consultar la opinión de la dirección del Partido. Lo que reconocemos que ha sido injusto por nuestra parte”[8].
La respuesta aún se hace esperar, pero finalmente llega la autorización para salir del país. Toda una época de la vida finaliza, todo un mundo se derrumba. Tagüeña tiene 42 años y siente que ha gastado su vida en un esfuerzo baldío por una causa injusta. Así, con el paso de los años, le confesará en una de sus cartas a Juan Fernández Figueroa, editor de la revista Índice: “me entregué a una causa que me parecía justa y la he abandonado por motivos de conciencia. Por lo primero no me juzgo a mí mismo muy favorablemente, aunque estoy bien seguro de la limpieza de mis impulsos; pero de lo segundo sí me considero orgulloso y la satisfacción interna que este hecho me ha producido me permite mirar con tranquilidad hacia adelante y hacia atrás”[9].
España tras más de veinte años
Son las navidades de 1960. Tagüeña ha vuelto a pisar la bendita tierra española. Su madre está gravemente enferma y está volviendo a su patria para verla por última vez. Sus pies no han hollado España desde la madrugada del 7 de marzo de 1939, cuando un avión republicano sacó a algunos de los últimos líderes comunistas del aeródromo de Monóvar, después de que el gobierno Negrín y el Comité Central del Partido Comunista hubieran partido para el exilio. Tagüeña lleva cinco años en México. Nada más llegar al país intenta el regreso a España. La aversión tan profunda hacia los regímenes comunistas le hace quizá ser más benévolo para el régimen del dictador doméstico. Entre dictadura y dictadura prefiere la cercana, la conocida y que se expresa en su misma lengua. El principio de la estancia en México es duro. Tiran adelante gracias al apoyo de la familia y a las muchas horas de trabajo. El prometido puesto en la Universidad no se ha concretado y sólo resta dar clases en colegios destinados a los hijos de los exiliados españoles y traducir publicaciones técnicas en los varios idiomas que conoce. Incluso está a punto de ser expulsado del país, acusado de espía soviético. La intercesión de Rafael Méndez, antiguo secretario del doctor Negrín y persona respetada por las autoridades mexicanas, le salva[10]. Ante un entorno tan hostil sus fuerzas se concentran en requerir de las autoridades españolas la autorización para la vuelta a España. Contacta también con su antiguo profesor de Termodinámica, Julio Palacios, quien le atiende de forma amabilísima, pero le quita las ganas de volver. En una de sus cartas llegará a decirle: “me permito aconsejarle que asegure V. su situación económica de antemano, pues todos los mediocres han ocupado los mejores lugares y los defienden con dientes y uñas sin reparar en los medios”[11]. En cualquier caso, el tiempo va pasando y la situación en México se normaliza. Finalmente ha encontrado trabajo como asesor médico en los Laboratorios Servet, fundados en 1943 por otro exiliado español, Cristian Cortès, que había sido durante la República director del Instituto de Cardiología de la Generalitat. Su situación se ha estabilizado, sus hijas han emprendido allí sus estudios y el agradecimiento al nuevo país de adopción es enorme. El tiempo ha moderado, además, las pasiones. En su escaso tiempo libre ha comenzado a redactar sus memorias, pero el trabajo es arduo y muchas sus dudas acerca del enfoque. No desea crear más polémicas y por ello su estilo no será tan revanchista como el de otros autores excomunistas como Jesús Hernández o Enrique Castro. Tagüeña sigue creyendo en el socialismo, pero en un socialismo respetuoso para los valores humanos, un socialismo en democracia. Pero la idea de volver a España sigue tirando con fuerza. Por fin, tras cinco largos años recibe el permiso para viajar al país. Y ahora lo está aprovechando para visitar a su madre a la que sabe moribunda y que no ha visto desde 1938. Llega al aeropuerto ilusionado pero con prevención sobre lo que se va a encontrar. El ministro de Asuntos Exteriores, Castiella, ha propuesto la autorización en Consejo de Ministros y el propio Franco ha dado su plácet. El ejército se ha opuesto; quizás las heridas del Ebro no se han cerrado todavía y el perdón para el jefe del XV Cuerpo, que tantos disgustos les causó, se hace aún esperar; pero Castiella y Franco esperan obtener beneficios de la estancia de un rojo arrepentido y facilitan las cosas. Carmen Parga narra en su obra Antes que sea tarde, como se producen las cosas:
“es cosa sabida que cuando en una dictadura el dictador mueve un dedo, todos sus servidores mueven el mismo dedo. La policía española recibió a Tagüeña con toda amabilidad, y le comunicaron que “por decisión de las más altas esferas” podía volver a España cuando quisiera y trabajar donde quisiera. “¿Qué me están pagando?”, les preguntó Tagüeña. Estaba claro que tenían informes de nuestra posición política y se preparaban para utilizarnos en beneficio propio”[12].
Sea como fuere, el viaje a España le convence de que México es su último destino, su país de adopción, al menos mientras no muera el dictador. Ha encontrado una España nueva, diferente, con gente que piensa de modo distinto a como lo hacía su generación y donde ve un fuerte dinamismo que habla muy bien respecto al futuro. Pero el presente es Franco y su dictadura y Tagüeña no desea ser usado como icono político.
La última carta
Es el 29 de mayo de 1971. Estamos en México. Tagüeña está gravemente enfermo y dicta la que será su última carta. Faltan sólo dos días para su muerte que se producirá el 1 de junio. Escribe a Michael Alpert, el reputado historiador inglés, especialistas en el Ejército Popular de la República y con quien ha mantenido una asidua correspondencia en los últimos años. Durante sus dieciséis años en México son muchos los interesados en la guerra civil que le escriben solicitando información. Hugh Thomas, Michael Alpert, Luis Romero. Otros intentan que escriba cosas para revistas o que incluso publique sus memorias en España, como Juan Fernández Figueroa, editor de la prestigiosa revista Índice que ya en los años cincuenta está arrojando algo de luz aperturista en el negro horizonte del régimen. Tagüeña contesta amablemente a todo el mundo. Son decenas de cartas donde anota cuanta información se le pide, pero no escribe casi nada para publicar. Sólo lo hace con un artículo en la mencionada revista y la polémica levantada es tan fuerte que decide no continuar por ese camino. Tagüeña critica las prácticas soviéticas, pero se le acusa de ayudar al régimen de Franco con dicha crítica. No quiere revuelos y por ello cierra los oídos a las propuestas de publicación de su obra, totalmente terminada ya en 1969. Tampoco quiere más polémica y, por tanto, no desea ni una edición mexicana en vida. Por ello encarga Carmen Parga que se encargue de la edición de la misma, una vez que se haya producido su fallecimiento. Para España es más duro, como no desea interferir en las nobles inquietudes de la juventud antifranquista, pide a Carmen que no se edite la obra hasta que Franco muera. Una vez fallecido Tagüeña, serán varios los editores españoles que pidan a Carmen la edición de la obra, que ya ha visto la luz en México y goza de un notorio prestigio. Pero el deseo de Manuel se cumple y hasta 1978 no saldrá de imprenta una edición española llevada a cabo por Planeta. Tanto la edición mexicana como la española fue manejada por muchos españoles durante la transición y fue muy influyente entre la clase política del momento. La muerte le llega demasiado joven, con 58 años, cuando las cosas le están yendo mejor y se encuentra más satisfecho con la vida que lleva. México le parece un gran país al que le debe mucho, se encuentra en la mejor fase de su vida respecto a la función intelectual; sus hijas han decidido seguir sus pasos y ambas estudian Física, ya tiene incluso nietos. Pero la vida está siempre fuera de nuestro control y en ese momento tranquilo decidió abandonarlo. Carmen Parga lo cuenta con emoción en su obra,
“en 1971 murió mi marido. Afrontó la muerte con el mismo valor con que había afrontando la vida. Se despidió de las niñas y de mí, y nos pidió que no lo lloráramos. Se consideraba afortunado de ser superviviente de tantas batallas en las que había visto morir a tantos hombres. Tenía 58 años recién cumplidos y hay que admirarse de todas las cosas que le dio tiempo de hacer en su realmente corta vida. Dos años antes había terminado de escribir sus memorias, que se resistía a publicar, tan harto estaba de polémicas. Me pidió que yo las publicara después de su muerte y así lo hice. No quiso que se editaran en España mientras viviera Franco. Temía que sus críticas fueran distorsionadas o utilizadas por los franquistas”[13].
Notas:
[1] Manuel Tagüeña. Testimonio de dos guerras, Barcelona, 2005, editorial Planeta. La mayor parte de la información presente en este capítulo está obtenida de la obra autobiográfica de Tagüeña, así que no se la volverá a referenciar. Sólo se citan a continuación los elementos basados en fuentes diferentes.
[2] Gabriel Jackson, La República Española y la Guerra Civil, Barcelona, 2006, editorial Crítica, p. 402
[3] Acta de la reunión de los colectivos de la “Frunze” y “Vorochilov” para discutir el asunto Hernández-Castro. 5 de mayo de 1944 (AHPCE –Archivo Histórico del Partido Comunista de España- Exilio, carpeta 25)
[4] Boris Souvarine. Le premiere désenchanté du communisme. Robert Laffont, Paris, 1993. p. 150
[5] Acta de la reunión de los colectivos de la “Frunze” y “Vorochilov” para discutir el asunto Hernández-Castro. 5 de mayo de 1944 (AHPCE Exilio, carpeta 25)
[6] Ibidem
[7] Artur London. Se levantaron antes del alba, Barcelona, 2006, ediciones Península, p. 27.
[8] AMTL -Manuel Tagüeña, Fondo documental depositado en la Fundación Pablo Iglesias-, correspondencia sobre la salida de Checoslovaquia y del PCE, carta del 2 de septiembre de 1955, signatura 747-18-5.
[9] AMTL, correspondencia con Juan Fernández Figueroa, carta del 15 de octubre de 1958, signatura 747-9 (páginas 3 a 5)
[10] AMTL, correspondencia varia (carta-informe a Rafael Méndez de fecha 9-5-57), signatura 747-14
[11] AMTL, correspondencia con Julio Palacios, carta sin fecha, probablemente de principios de 1958, signatura 747-17-8.
[12] Carmen Parga. Antes que sea tarde. Madrid, 1996, Compañía Literaria, p. 165.
[13] Ibidem, p. 168
Texto integro obtenido de la web de S.B.H.A.C.
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Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
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Objetivo: Acabar con la República
Historia 16 Extra III de junio de 1977
Objetivo: Acabar con la República
Manuel Tuñón de Lara
Todavía rodaba hacia Cartagena el coche en que Alfonso XIII se dirigía al destierro cuando, sustrayéndose al clamor popular que se elevaba por calles y plazas, campos y ciudades, Ios hombres más avisados —o más impacientes— de una élite que veía escapársele de las manos el poder político, pensaban ya en la necesidad de una contrarrevolución que se opusiera a las decisiones expresadas por el sufragio universal. Y usamos el término contrarrevolución para servirnos de sus propios términos y situarnos en su mentalidad; porque así llamaban, «revolución», a lo que por el momento era sólo un cambio político. Durante los años de la II República se confundirán de hecho con mucha frecuencia las fuerzas socio-políticas de la contrarrevolución y de la reacción, expresada esta última por la extrema derecha; sólo en el período que va de 1934 a diciembre de 1935, la contrarrevolución tiene el aparato del Poder, mientras la reacción quiere ir más allá (sin que ello excluya ciertas e importantes penetraciones en Ios aparatos de Estado).
Pero volvamos a la mañana del 15 de abril. Algo hay que hacer. Todos no van a exiliarse, como los Reyes y algunos aristócratas. La tarde antes ya se han reunido en casa de Guadalhorce (ex-ministro de la Dictadura, directivo de la Unión Monárquica, hombre de negocios y de las «grandes familias», emparentado por matrimonio con los Heredia de Málaga) el marqués de Quintanar, Calvo Sotelo, Ramiro de Maeztu, José Antonio Primo de Rivera, Yanguas Messía (también ex-ministro de la Dictadura y presidente de la Asamblea consultiva) y Vegas Latapié. Sus propósitos no pasan, en hora para ellos tan aciaga, del dominio de lo ideológico, coincidiendo en «la necesidad inaplazable de fundar una escuela de pensamiento contrarrevolucionario a la moderna».
Otros más intentaron reagruparse: Luca de Tena (que fue de los primeros en visitar al rey exiliado), el conde de Gamazo (que batía el «record» de Urquijo y de Ventosa en cuanto a coleccionar puestos en consejos de administración), Gabriel Maura, el duque de Hornachuelos... todos monárquicos fervientes que obtuvieron, gracias a la intercesión de Romanones (contertulio de Carlos Blanco, Director general de Seguridad de la República, pero también del Gobierno de García-Prieto que en 1923 había fenecido ante Primo de Rivera), la autorización para constituir un Circulo Monárquico y alquilar un piso para local en la calle de Alcalá n.° 67. Nobles como los duques del Infantado y de Fernán-Núñez, personajes del gran casual (a la vez que con una práctica política de derechas) como Lequerica, Matos o Zubiría, militares files ala Corona como Orgaz, Barrera, Martínez Anido (otros, como Goded, a pesar de su monarquismo, seguía siendo jefe del Estado Mayor de la República), pensaron pronto que «algo había que hacer».
Reacción de la Iglesia
Desde el primer momento trató, pues, de reagruparse una parte de aristócratas, financieros, militares y personal político del antiguo régimen. A ellos había que añadir los exiguos grupos fascistas que ya existían; en primer lugar, los que editaban La Conquista del Estado, luego, Albiñana y sus legionarios... ninguno de ellos pasaba de la categoría de grupúsculo y la verdadera contrarrevolución no les prestaba todavía atención. Y, naturalmente, es-taba la jerarquía eclesiástica que, en su inmensa mayoría, no había visto con la menor simpatía el cambio de régimen. Si el Vaticano obraba cautamente aconsejando que se respetase al nuevo poder (sin perjuicio de dar posteriores instrucciones para tratar de influenciar la política española, como lo prueba lo que ya conocemos del archivo Vidal y Barraquer), el primado, Cardenal Segura, se lanzaba a primeros de mayo por el arriscado camino de una pastoral de elogios ala monarquía y de reticencias apenas veladas sobre el nuevo régimen. No era hábil, ni podía ob-tener un amplio consenso. En cambio, la acción que rápidamente va a emprender un hombre de confianza del Vaticano, el entonces director de El Debate Ángel Herrera, será de importancia decisiva para agrupar las fuerzas contrarrevolucionarias.
Habían transcurrido tan sólo cuarenta y ocho horas desde la proclamación de la república cuando en la Casa de Ejercicios espirituales de Chamartín de la Rosa, Herrera presidía una reunión de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas que sería decisiva para la estructuración de las fuerzas que se oponían a Ios cambios políticos y sociales. Allí Herrera insistió en el objetivo de crear un organismo de defensa social para «la salvación político-social de España».
Se trataba de no plantear la cuestión de monarquía o república; de aceptar la nueva legalidad para una campaña derechista. Así se le presentó el asunto a Miguel Maura, ministro de la Gobernación, que accedió a la legalización de una nueva asociación que con el nombre de Acción Nacional presentó su reglamento el 29 de abril. En el artículo primero podía leerse así: «Con el nombre de Acción Nacional se constituye en Madrid una Asociación que tendrá por objeto la propaganda y actuación política bajo el lema de Religión, Familia, Orden, Trabajo y Propiedad».
El Presidente era Ángel Herrera y el Vice-presidente José María Valiente. Entre los miembros de aquella primera junta se encontraban también Javier Martín Artajo y José Martín Sánchez-Juliá. El 4 de mayo, el cardenal Segura comunicaba a los obispos las instrucciones reservadísimas de la Santa Sede (enviadas por el cardenal Pacelli, futuro Papa y entonces Secretario de Estado), para defender «la Iglesia y el orden social», basándose en la experiencia alemana de 1918 (cuando Pacelli estaba de Nuncio en Baviera), donde se consiguió «salvar al país del bolchevismo amenazante».
El cardenal Segura añadía que os católicos debían unirse en «la coalición denominada de Acción Nacional que es preciso apoyar decididamente».
En Acción Nacional coexistían quienes, como Herrera o Gil Robles, optaban por la vía legal, por la contrarrevolución desde dentro del régimen (aunque pasarían más de dos años para que su aceptación del mismo fuese explícita) y quienes, como Goicoechea y el conde de Vallellano, prefirieron desde el primer momento la vía violenta y sólo aceptaron aquella asociación como cobertura legal con la esperanza de conquistar su hegemonía.
Esta era la gran opción que dividió largo tiempo a las fuerzas de la contrarrevolución: la vía legal y del sufragio que, tarde o temprano, suponía aceptar el régimen aunque fuese para darle un contenido reaccionario, y la vía conspirativa y violenta que, en puridad, negaba la importancia del consenso mayoritario. Los campos no siempre estuvieron completamente deslindados, como veremos más adelante.
La táctica del caballo de Troya
En la primavera de 1931 ante todos aquellos grupos se abría una interrogante: el cambio político e institucional era una realidad que parecía irreversible; el cambio socio-económico era sólo un temor, una interrogante. Había que actuar para evitarlo, en nombre de ala defensa social' a la que audazmente mezclaban con las creencias religiosas algunos jerarcas eclesiásticos del más alto nivel. La situación implicaba que las clases sociales dominantes (esas de la «propiedad» y del «orden», que por hipostatización querían arrogarse el monopolio de la patria, la fe religiosa y la familia) veían escapar su poder sobre los centros de decisión del Estado. ¿Iban a dejar de ser las clases «reinantes»?
Ciertamente, los aparatos estatales no habían sido desmantelados por el nuevo régimen. Miguel Maura lo ha reconocido al escribir después que decidieron «respetar as bases del Estado monárquico, su estructura tradicional, y acometer, paulatinamente, las necesarias reformas para obtener una democratización de los resortes del aparato estatal». Tal vez se podía guardar la esperanza de permanecer incrustados en aquel Estado que escondía su debilidad e imprecisión de perfiles tras a incontinencia verbal de algunos de sus dirigentes. La vieja y eficaz táctica del caballo de Troya fue adoptada desde los primeros momentos por la contrarrevolución hispánica. Y no es ocioso recordar que la carrera demencial hacia el desencadenamiento de una hecatombe civil, se emprende por la fracción social directamente interesada en la contrarrevolución, cuando este sector, tras su derrota electoral de febrero del 36, cree perdidas todas las posibilidades de la via legal para el logro de sus fines.
Ambos sectores se disponen a dar una primera batalla con ocasión de las elecciones a Cortes Constituyentes (28 de junio de 1931). Con anterioridad, la formación del citado Circulo Monárquico había dado lugar a los graves incidentes del 0 de mayo y pretexto, al siguiente día, a una quema de conventos que casi medio siglo después no ha sido reivindicada por ninguna organización. En todo caso, la «quema de los conventos» fue una magnífica baza en manos de la derecha española. Con ello se confirma una constante histórica; que las clases sociales dominantes, también llamadas «de orden», han tenido siempre interés en exagerar los desórdenes, reales o aparentes, y en crear un clima de «catastrofismo» (esto debería ser objeto de un estudio histórico particularizado).
La cuestión eclesiástica se agravó, con motivo o con pretexto de todo aquello. En efecto, varios días antes de la «quema», el 4 de mayo, una circular «confidencial y reservadísima» del cardenal Segura, fechada en Francia el 20 de julio de 1931, comunicaba el prelado que había recibido informe del letrado R. Marín Lázaro sobre la manera de vender, ocultar o sacar fuera de España los bienes y valores de la Iglesia e instituciones eclesiásticas. El 13 de mayo salió Segura para Roma y luego no regresó a España sino a la localidad fronteriza francesa Saint-Jean-Pied-de-Port; desde allí, en virtual conflicto con el Nuncio Mons. Tedeschini, pasó clandestinamente a España el 11 de junio. Se enteró Miguel Maura cuando el prelado estaba en Pastrana celebrando una reunión con todos los párrocos de la provincia de Guadalajara. Fuera de sí, tomó la decisión de expulsarlo del país, sin tan siquiera consultar a los restantes miembros del Gobierno.
No obstante, la posición del Ministro se vio fortalecida por la detención en la frontera, el 14 de agosto, del vicario de la diócesis de Vitoria D. Justo Echeguren, que llevaba encima la famosa circular de Segura sobre venta y expatriación de bienes de la Iglesia. El nuncio y el Vaticano se mostraron conciliantes y consiguieron que Segura renunciase ala silla primada de Toledo; pero el cardenal expatriado se convertía en una pieza activa de la extrema derecha. Y el católico medio de la época sólo sabia que el prelado había sido expulsado, y mucho menos o nada de sus diferencias con el Nuncio, de las implicaciones políticas de su actitud, etcétera.
La derecha apenas se había presentado como tal a las elecciones, si se exceptúa los tradicionalistas (y aun así en candidatura común con los nacionalistas vascos y presentándose corno defensores del proyectado Estatuto) y del ejemplar caso de Romanones. En Madrid, la candidatura de Acción Nacional, encabezada por Ángel Herrera, no obtuvo el «quorum»; en provincias prefirieron presentarse bajo la ambigua denominación de «agrarios»; allí estaban Royo Villanova (no sólo catedrático, sino consejero de administración de varias empresas de primer orden), el general Fanjul, Abilio Calderón, proverbial cacique palentino, Oriol, Ventosa, March entre los «super-grandes» de las finanzas y la riqueza; Cándido Casanueva, Lamamié de Clairac... entre los defensores a ultranza de las viejas estructuras territoriales.
Nacen las JONS
Los dos caminos se ofrecían a la derecha; y mientras unos proseguían el debate parlamentario (no sin retirarse cuando se aprueban los artículos sobre relaciones entre Iglesia y Estado) otros pensaban ya en la conspiración aquel verano de 1931. El búnker se atrincheraba.
Se agitaba por un lado el general Orgaz (que tuvo una entrevista, sin resultado alguno, con el diputado vasco José Antonio Aguirre) y otros personajes como Leopoldo Matos y Gabriel Maura mantuvieron contactos con Sanjurjo (a quien, como es sabido, la República dejó dirigiendo la Guardia Civil). Se cargaba el ambiente en Navarra, donde el coronel retirado Sáinz de Lerin, empezaba a instruir «requetés» y, según Lizarza, se estructuraba un dispositivo militar en decurias. Y surgían otros grupos embrionarios; un vallisoletano, que había estado de lector en Alemania, y unía un catolicismo «chapado a la antigua» a una admiración por el nazismo. Onésimo Redondo, fundó en agosto un grupito tramado «Juntas Castellanas de Acción Hispánica»; dos meses después se fusionaría con el de Ledesma en Madrid para crear las J.O.N.S. (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista), primera organización estrictamente fascista que aparece en España. El 8 de enero de 1932, el periódico Libertad, que Redondo publicaba en Valladolid, anunciaba la creación de «las milicias anticomunistas.
Votóse la Constitución en diciembre del 31: la República tenía ya su jefe del Estado, Alcalá Zamora, y su Gobierno con base parlamentaria, el de los republicanos de izquierda con colaboración socialista, presidido por Azaña.
Al «búnker» le urgía pasar a la acción. A mediados de noviembre ya el Gobierno (presidido por Azaña desde octubre) tuvo noticias de una conspiración de alguna importancia, localizada en Alava y Navarra; en ella participaban el general Orgaz y algunos oficiales en activo, como el comandante Méndez Vigo, que estaba destinado en la Presidencia del Consejo; entre los civiles el diputado tradicionalista Oreja Elósegui y el conde de Vallellano. Se habló, pero sin poder reunir pruebas, de complicidades de Sanjurjo, Goded y Millán Astray. Azaña seguía confiando en los dos primeros generales.
El fallecimiento de don Jaime, pretendiente carlista, facilitó el reagrupamiento de carlistas e integristas; un joven y belicoso abogado procedente de este último campo comenzó pronto a destacar: Manuel Fal Conde. El infante don Alfonso Carlos, nuevo caudillo del carlismo, resultó más proclive a utilizar las vías de hecho contra la democracia.
En verdad, si en la Junta de Acción Nacional, renovada en octubre de 1931 (sustituye Gil Robles a Herrera, entregado de lleno a El Debate) coexisten monárquicos «bunkerianos» y derechistas de tipo pacífico, los campos tienden cada vez más a deslindarse. No obstante, la extrema derecha encabezada por Goicoechea, hizo aprobar en la asamblea de diciembre un programa que éste redactó, extremadamente conservador: subsistían empero algunas formas de compromiso. Se estructuraron los comités provinciales y secciones locales, se creó la organización femenina, seguida pronto, en febrero de 1932, por la Juventud (la J.A.N., que luego fue J.A.P.) particularmente agresiva. Las ambj gúedades ideológicas aconseja-ron seguramente ala extrema derecha un reagrupamiento en ese sector de actividades, con la creación, también en diciembre de 1931, de Acción Española, revista dirigida por el marqués de Quintanar, con la colaboración de Ramiro de Maeztu —que redacta la presentación—, Vegas Lataplé, Víctor Pradera, José María Peman, Goicoechea, etc.
Contrarrevolución agraria
Desde que la Constitución se promulga y aparece la posibilidad de que se vote una ley de reforma agraria, el objetivo esencial y primario de la derecha española es impedir que ese proyecto llegue a ser ley; y si llega, impedir que se aplique. La contrarrevolución española es una contrarrevolución agraria, de terratenientes. Es curioso observar que el gran consorcio patronal de los años treinta, la llamada «Unión Económica», declaraba en su base segunda: «La Asamblea afirma que el fundamento básico de la riqueza nacional lo constituyen sus producciones agrícola, forestal y ganadera..». Los 27 puntos de Falange hablaban siempre del agro y no de la industria; Onésimo quería salvar a España desde la rural Castilla; las bases de las JONS también soñaban con el «impulso de la economía agrícola» y no ala industrial («santo» horror a la industria y a las minas, con sus obreros a quienes quisieron hasta arrancarles su nombre y cambiárselo por un ambiguo «productores»; y el Bloque Nacional de Calvo Sotelo, Goicoechea, etc., decía en su manifiesto de diciembre de 1934: «la ya inaplazable reconstrucción económica nacional, que ha de tener en la agricultura su más honda raíz», No cabe duda; el gran terrateniente no abandonaba la hegemonía, por más que se abrazase con el capitán de industria; en una España cuya agricultura llevaba más de un siglo bloqueando el desarrollo económico del país, se quería perseverar en ello por encima de todo. No era una simple contrarrevolución; era un suicidio nacional por reflejo de clase, el típico reflejo de ese grupo que en la terminología de hoy llamamos «búnker».
La «Unión Económica», creada en 1931 como réplica de la gran patronal contra la República, apadrinó inmediatamente la lucha sin cuartel contra la reforma agraria, así como también contra los jurados mixtos. En ella, junto a las sociedades anónimas más poderosas del país (Altos Hornos, M.Z.A., Caminos de Hierro del Norte), el Fomento del Trabajo de Cataluña y a Liga Vizcaína de Productores, la Federación de Círculos Mercantiles, la Confederación Patronal con sus 70.000 afiliados, etcétera, se hallaba la Asociación de Agricultores de España, creada en 1912 y dirigida por aristócratas y grandes propietarios, y también la Asociación Nacional de Olivareros, la de Ganaderos y, en fin, la Asociación Nacional de Propietarios de Fincas Rústicas, particularmente combativa y representante específica de los intereses de la gran propiedad, cuyos directivos lo fueron también con frecuencia de la C.E.D.A. Y tenían su «gente de tropa» en una Liga Nacional de Campesinos, que legó a tener 3.000 entidades afiliadas y que también dijo inspirarse por los archiconocidos lemas de «Propiedad, Familia, Religión y Autoridad».
Para la derecha el peligro fundamental era la reforma agraria, cualquier posibilidad por pequeña que fuese, de cambiar las relaciones de producción en el campo, de poner en entredicho una posición de privilegio que nadie había querido o podido amenazar hasta entonces. Sin embargo, la propaganda contra el proyecto de Estatuto de Cataluña, presentando la autonomía como una separación y aprovechando los reflejos más toscos de medios rurales y de pequeña burguesía, se convirtió en otro objetivo de la derecha. Todo presidido por una «justificación ideológica generosamente dada por la jerarquía eclesiástica y facilitada por las torpezas anticlericales del régimen.
La dialéctica de los sables
Sin duda, la derecha sentía la nostalgia de la «dialéctica de los sables», que prefería indudablemente a la de los debates en el Parlamento o en la plaza pública. Royo Villanova llegó a decir que «bastaría nombrar capitán general de Cataluña al general Barrera para que no pasara nada».
Ciertos cambios y tensiones a nivel de altos cargos facilitaron la tarea de quienes estimaban que un buen golpe de Estado vale más que millones de votos. Y fue siempre el campo, aunque indirectamente, el responsable. Porque los campesinos de Castillblanco (Extremadura) asesinaron a varios guardias civiles, produciendo la natural indignación de cualquier persona sensible, pero la muy particular de la extrema derecha que no había encontrado nada a objetar en las semanas y meses precedentes cuando numerosos choques entre guardias y campesinos se habían saldado por muertos y heridos entre estos últimos. Reaccionó Sanjurjo con singular viveza y reaccionaron sus hombres, que dispararon a bocajarro en Arnedo (Logroño) contra una manifestación dando muerte a ocho personas (cuatro de ellas mujeres) e hiriendo a otras treinta, sin que la extrema derecha manifestase la menor señal de duelo.
A partir de aquel momento todo el «bunker» rodea a Sanjurjo, lo halaga, le hace proposiciones, etc. Y Azaña, que piensa trasladarlo a la Dirección de Carabineros, se lo dice, lo que lógicamente le cae como un rayo. Cuando deja la Dirección de la Guardia Civil hay algunos conatos de rebeldía; Goded da a entender muy sibilinamente que algo pudiera pasar. Un incidente durante las maniobras de Carabanchel provoca la destitución de Goded y de Villegas, Jefe de la Primera Región Militar.
Por primera vez, desde el advenimiento de la República, hay que decidirse; los partidarios de la acción violenta van a reagruparse para intentar fortuna. Estamos ante lo que se ha dado en llamar «la conspiración del 10 de agosto». Pero ésta es menos simple de lo que parece a primera vista; bajo ese nombre se denominan dos conspiraciones paralelas, más o menos articuladas, con algunas figuras comunes (en primer lugar la de Sanjurjo), que dicen perseguir distintos fines, pero coinciden en querer derribar por la violencia al Gobierno constitucional.
El aparato conspirativo de la extrema derecha se organizó como un contrapoder perfectamente articulado: una Junta provisional estaba presidida por el general Barrera, y en ella colaboraban civiles como Vallellano y el periodista Pujol (a quien se señala como vinculado a March, el multimillonario que ya había tenido el primer choque con la república al concederse el suplicatorio para procesarlo por actividades anteriores), militares como Ponte y Orgaz, jóvenes decididos como el aviador Ansaldo que fue enviado a Roma, en el mes de abril, para celebrar una entrevista con el mariscal Italo Balbo, de la que salió un acuerdo de ayuda económica de la Italía oficial a los conspiradores. Se contaba también con el citado coronel Sáina de Lerin, que decía tener organizados en requetés a 6.000 muchachos navarros (sin embargo, Fal Conde no participó en esta conspiración). Los tradicionalistas decían no participar oficialmente en la conspiración, pero autorizaban a sus afiliados para hacerlo; ese fue el caso de algunos destacados militares, como el coronel Varela, que entonces se encontraba de guarnición en Cádiz.
Ballet de conspiraciones
Ocurría, sin embargo, que desde fines de diciembre una serie de viejos políticos que habían aceptado la República pero se encontraban mal dentro de ella (en primer lugar, Burgos y Mazo, el gran cacique de Huelva y ministro conservador, pasado más tarde al grupo «constitucionalista» cuando se derrumbaba el régimen; y también Melquiades Alvarez) acariciaban la idea de un golpe de fuerza contra el Gobierno, pero no contra la forma republicana. Este sector trabó contacto con Sanjurjo cuando éste era aún Director de la Guardia Civil, y también en el general Goded. A su vez, Sanjurjo se veía de vez en cuando con Lerroux (al que no convenció) y Goded no dejaba de ser cortejado por el sector monárquico de la conspiración.
Por otra parte, las ciudades del País Vasco del sur de Francia, era, a ciencia y paciencia de la policía francesa, plazas de armas y reductos conspirativos de diversas formaciones de la extrema derecha. El general Ponte estaba instalado en Biarritz y con el colaboraban, en eficaz organismo de conspiración, hombres tan representativos de la extrema derecha y del mundo de la alta finanza y de la gran propiedad como eran José Félix de Lequerica, el duque de Medinaceli, el conde de Vallellano y Fuentes Pila.
Pero aquel extraordinario «ballet>, de complots y conspiraciones se completaba por una diminuta corte carlista en Ascain, a seis kilómetros de San Juan de Luz, donde estaba instalado el pretendiente don Alfonso Carlos y su esposa. Funcionaba una Junta delegada designada por Alfonso Carlos a la que pertenecían José María Oriol, el conde de Rodezno, Lamamié de Clairac, Víctor Pradera y Esteban Bilbao. A decir de Galindo Herrero, en su conocido libro de historia de los partidos monárquicos, este núcleo organizaba febrilmente el contrabando de armas a través de los caseríos vasco-navarros. Bien es verdad que, según esta fuente, parece como si el tradicionalismo hubiera tenido mayor participación y responsabilidad en la conspiración y alzamiento de 1932 que las que parecen desprenderse de otras fuentes de distinto origen.
No obstante, la Junta del interior presidida por Barrera y la de Biarritz parece que controlaban la organización de lo que hemos llamado un contrapoder: preparaban su fuerza armada, tenían sus estafetas, sus finanzas, sus servicios de información y de espionaje del aparato del Estado, su propaganda, sus medios de comunicación... toda la enrevesada trama de los servicios de nuestro tiempo que caracteriza a un contrapoder. Generales de extrema derecha como Cavalcanti, Fernández Pérez y G. Carrasco estaban en la Junta. Se contaba con a participación de Onésimo Redondo y de las escuadras de sus Juntas Castellanas, cuyas filas no debían ser muy nutridas; también con los restos de aquellos «legionarios» del Dr. Albiñana, cuyo «punch» ofensivo había disminuido tras proclamarse la República.
El complot tenía aspectos bien organizados: en el ministerio de la Guerra actuaba a sus anchas el teniente coronel Galarza, todavía no localizado por los servicios republicanos, aunque Azaña sospechaba de él; en la misma Dirección General de Seguridad se contaba con tres importantes funcionarios del gabinete telegráfico y telefónico: Encinas, Aguado y Montero. En un alto puesto de la Dirección General de Aeronáutica estaba Alejandro Arias Salgado y como profesional a sueldo (con 5.000 pesetas al mes según Ansaldo y 1.500 según Mauricio Carlavilla, en ambos casos sumas fabulosas para la época) el funcionario que fue jefe de a Brigada Social durante a monarquía, Martin Báguenas.
Sanjurjo se lanzó decididamente a los trabajos conspirativos. Goded conspiraba discretamente con él, pero está menos claro que se comprometiese con los generales de la junta de Barrera. Y en aquella conspiración, que tenía ya relentes fascistas de nuestro tiempo, pero también frivolidades decimonónicas. estaba un empresario de teatro (Tirso Escudero), un capitán de industria (Zubina, además de Lequerica y de Oriol, etc.), nobles con latifundios, etc., que lo mismo se reunían en las fincas del duque de Medinaceli, que en el saloncito de la Comedia o en a madrileña piscina de la Isla, todo ello alternado con frecuentes idas y venidas al «cuartel general» de Biarritz.
Información de alcoba y cama.
No es el rasgo menos curioso de aquella conspiración el carácter equívoco fomentado por el general Sanjurjo, que permitía recabar colaboraciones de derechistas descontentos para preparar lo que en puridad era un golpe de fuerza de la ultra-derecha clásica.
«Parece indudable ha comentado Arrarás— que Sanjurjo alternaba la conspiración de los constitucionalistas con un complot urdido por elementos militares, entre los que se encontraban amigos y compañeros del general.»
Semejante conspiración fue pronto conocida por el Gobierno, aunque los servicios de información de éste dejaban bastante que desear. Tanto que es fama que las últimas precisiones sobre la sublevación las obtuvo el Estado republicano por el legendario procedimiento de alcoba y cama; Eros más fuerte que Marte era el principio de los servicios de contraespionaje del siglo pasado. En esa línea romántica que va hasta Mata-Hari se encuentra la delación de quién puso por sola condición que nada le ocurriese a su enamorado.
Tras las primeras sospechas, el Gobierno dispuso la detención del general Barrera —que no duró mucho— y la del general Orgaz, que ya se hallaba desterrado en Canarias. Pero la conspiración proseguía y Sanjurjo se ocupaba mucho más de ella que de la Dirección General de Carabineros. En Sevilla se entrevistó con los militares que conspiraban en la base aérea de Tablada, a la cabeza de los cuales se encontraba el segundo jefe Acedo Colunga, que habla de pasar a la historia por ser el fiscal que pidiese la pena de muerte para Besteiro.
A finales de julio el Gobierno creyó llegada la hora y procedió a practicar numerosas detenciones: Zubiría, José María Urquijo, director de La Gaceta del Norte de la ultraderecha católica, algunos albiñanistas desperdigados aquí y allá... Poca cosa; se clausuraron los locales de «Acción Española». «La policía no da para más», comenta Azaña en su diario. Verdad llena de enseñanzas; el Estado republicano nunca dispuso de un aparato de seguridad y orden público suyo, sino de aquel que le prestó el régimen monárquico en sus años dictatoriales, penetrado además por los adversarios sociales y políticos de la República.
La sublevación frustrada
8 de agosto. Los conjurados se reúnen en las cercanías de la capital. Sanjurjo se encarga de Sevilla, Vareta de Cádiz, Ponte de Valladolid, Sáinz de Lerin de Navarra. En Madrid, el general Fernández Pérez sacará a la calle las fuerzas de la remonta y los regimientos acantonados en Alcalá; también se pondrían al frente de las tropas el duque de Sevilla, el teniente coronel Martin Alonso (de los últimos ayudantes que tuvo Alfonso XIII, luego ministro con Franco)...
En el plan de los conspiradores se preveía que las columnas del sur y del norte cayeran sobre Madrid. ¿Y el pueblo? ¿Se contaba con él, a favor o en contra? Para nada. El guión de la obra que se trataba de representar era de puro corte decimonónico.
Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: la sublevación del 10 de agosto de 1932 fracasó estrepitosamente. En Madrid fallaron los conspiradores, la Guardia Civil del Hipódromo y los regimientos acantonados en Alcalá. Y en el cuartel de la Montaña, los sargentos y cabos se negaron a formar las compañías del Regimiento de Infantería número 31. A los de la Remonta, de Tetuán de las Victorias, se les sacó del cuartel con el socorrido pretexto de que «había estallado en Madrid una insurrección comunista (!)». Salieron y en total eran 69 soldados con dos capitanes y dos tenientes.
Al mismo tiempo, los generales Barrera, Cavalcanti, Fernández Pérez y el coronel Serrador hablan instalado un verdadero «puesto de mando» en el domicilio de los marqueses de Molins, calle de Prim n.° 21. Los exiguos grupos de conspiradores intentaron atacar el Ministerio de la Guerra y el Palacio de Comunicaciones. Se les esperaba, y el propio Director General de Seguridad, capitán Arturo Menéndez, dirigía la operación fusil al brazo. Cuando llegaron los de la Remonta era ya tarde y fueron dispersados, tras un ligero combate entre los árboles del paseo de Recoletos, con dos compañías de Asalto. Todo estaba terminado; pero Barrera, acompañado de Ansaldo, salió velozmente para Getafe y tomaron una avioneta rumbo a Pamplona donde creían que la sublevación había triunfado, pero donde nada había sucedido.
En cambio, Sanjurjo, instalado desde aquella misma madrugada en el palacio de la marquesa de Esquivel en Sevilla (adonde había llegado por carretera, con su hijo, el teniente coronel Infantes y dos amigos) en compañía del general García de la Herrón y de una veintena de militares implicados en el complot, parecía más afortunado. Proclamó el estado de guerra (gesto clásico de todo derechista al sublevarse), difundió un llamamiento redactado por Pujol (por lo visto el de Burgos y Mazo debió ir al cesto de los papeles, como todo lo que significaba la vertiente «republicana» de aquel golpe de fuerza) y se creyó dueño de la situación porque aquella mañana le aplaudían los señoritos de la calle de las Sierpes.
Pero en Tablada los suboficiales, sargentos y tropa se negaron a secundar la sublevación. El Ayuntamiento de Sevilla se había reunido y resistía, llegando a publicar un bando contra la sedición; la guardia civil detuvo al alcalde y a cincuenta concejales, pero las organizaciones obreras ya estaban en acción. Por un día, los militantes de la CNT, los del P.C. y la Unión Local de Sindicatos y los allí menos numerosos de la UGT dejaron de lado sus querellas para movilizarse en defensa de la República. Representantes de todos los partidos y sindicatos se reunían en el Alcázar y formaban un Comité de Salud Pública bajo la presidencia del catedrático de Historia de la Universidad, Juan María Aguilar, y del conservador del Alcázar Lasso de la Vega.
Sanjurjo telefoneaba a las distintas capitales de Andalucía y no encontraba interlocutores. Incluso en Cádiz, donde los monárquicos tenían influencia, había sido detenido el coronel Varela. En la calle, las octavillas de las organizaciones obreras se repartían por doquier, y la huelga avanzaba por mementos. Primero se retiraron os taxistas. luego empezaron a cerrar los comercios, los tranvías que no se retiraron fueron apedreados. «Durante las primeras horas de la noche —dice El Liberal del 12 de agosto— los grupos de manifestantes y las manifestaciones de descontento fueron aumentando.» Coincide Arrarás —que, sin embargo, es un panegirista de aquella sublevación— diciendo que si durante el día «la actividad de la capital se paralizaba por instantes», luego, «al llegar la noche, el aspecto de la ciudad se hizo más amenazador». Y era verdad; en Triana y otros barrios populares la gente estaba en la calle y los sublevados no podían entrar. Mientras tanto, se sabía que el general Ruiz-Trillo. enviado por Azaña, avanzaba al frente de una columna mixta hacia Andalucía y que el general Mena también movía sus fuerzas desde Cádiz. A la una de la madrugada del 11 de agosto todo había terminado. El coronel Rodríguez Polanco y el teniente coronel Muñoz Tassara se negaron, en nombre de la guarnición de Sevilla, a enfrentarse con las fuerzas adictas a la República.
Ya es sabido el resto; Sanjurjo y sus acompañantes eran detenidos a las seis de la mañana en la barrida Isla Chica de Huelva, por una pareja de guardias (uno de ellos había servido en África y reconoció al general, que iba ya vestido de paisano).
La represión fue más espectacular que otra cosa. Sanjurjo, condenado a muerte, vio inmediatamente conmutada su pena; su hijo fue absuelto; García de la Herrán e Infantes fueron condenados a penas de prisión. El proceso contra los sublevados de Madrid no se vería sino un año después. En fin, alrededor de un centenar de personas, muchas de ellas aristócratas, fueron deportadas al Sahara. Algunos se escaparon con facilidad antes de Navidad, y el resto regresó poco después.
En cambio, el Gobierno aprovechó su éxito en el plano político, para conseguir que el Estatuto de Cataluña y la Ley de bases de la Reforma Agraria se votasen en una sola sesión, el 9 de septiembre. Y para añadir una «coletilla» expropiando sin indemnización a los terratenientes Grandes de España. El aristócrata de las viejas estampas, como el clérigo apegado a los bienes terrenales, siguieron siendo los chivos expiatorios de un Gobierno republicano que también tenía mucho de decimonónico.
Divergencias tácticas
El «búnker» se repliega en el otoño de 1932. Los recalcitrantes del complot no se desaniman; el núcleo de Biarritz se dedica a preparar un nuevo golpe y recauda varios millones de pesetas con dicho fin. El trabajo entre los militares lo dirige el teniente coronel Galarza, que ha sido expulsado del servicio activo; sus relaciones en el ministerio y otros órganos estatales le permiten organizar un eficaz servicio de información que, según Payne, costaba cinco mil pesetas mensuales, suma que parece modesta para semejante empeño. Calvo Sotelo se instala también en Biarritz donde su presencia es determinante (otros, en cambio, como Martínez Anido, se desentienden tras el fracaso de agosto). Calvo —sobre el que las ideas de Maurras ejercen cada día mayor influjo— va a Roma en febrero de 1933 para entrevistarse con diversas personalidades; con Italo Babo celebra una reunión en términos muy cordiales; también se entrevista con el cardenal Segura y según Yanguas Messía (citado por Robinson) con el mismo Mussolini.
Los partidarios de la «vía pacífica de la contrarrevolución» estiman que el fracaso de agosto del 32 confirmaba sus puntos de vista. Tanto más cuanto que las dificultades que encuentra el Gobierno tras la represión cruenta de Casas Viejas (entre cuyos responsables, el capitán Rojas, es un hombre de extrema derecha, es curioso el hecho) y más tarde, con su contratiempo electoral en las elecciones municipales de pequeñas localidades le hacen más vulnerable a los ataques virulentos de los grupos de presión patronales cada vez más obsesionados contra la legislación agraria y contra los jurados mixtos. La divergencia de tácticas (que incluso puede ser más que de tácticas) se va a perfilar en un divorcio en el seno de la antigua «Acción Nacional», titulada «Acción Popular» tras un decreto de abril de 1932.
Casi al mismo tiempo, en febrero de 1933, surgen por un lado «Renovación Española» (Goicoechea, Vallellano, Fuentes Pila, etc.) y por otro la Confederación Española. de Derechas Autónomas (CEDA), dirigida por Gil Robles, bajo el denominador común del posibilismo legal, pero con tal heterogeneidad que dentro de ellas llegaron a coexistir desde el talante fascista de Serrano Súñer, Valiente y algunos miembros de la J.A.P., hasta el demócrata-cristiano de Giménez Fernández y Lúcia, pero donde figuraron en lugar preeminente os más destacados representantes de a gran propiedad agraria, la que tantas palancas movía en «Unión Económica» y entidades en ella federadas.
Cabe señalar que, sin embargo, la alta burguesía no dejaba de «apuntar a todas las cartas» y que según Ledesma Ramos, sus J.O.N.S. recibieron en aquel mismo período unas 10.000 pesetas de «jóvenes de la alta burguesía» bilbaína. Los escuadristas se fueron entrenando en diversos choques contra estudiantes de izquierdas. A finales de octubre despuntaría Falange Española (cuyo jefe, José A. Primo de Rivera, que el 9 de octubre había visitado a Mussolini, sería elegido diputado en la candidatura monárquico - derechista de Cádiz). Claro que afirmando que el mejor destino que podía tener una urna electoral era el de ser rota. Y es que corría el año 1933 y Hitler estaba mostrando que la violencia y el exterminio, mezclados a cierta demagogia, podían ser interesantes para liquidar las organizaciones obreras y, de paso, todas las libertades democráticas. Sin embargo, justo es decir que la extrema derecha de la época todavía miraba más en 1933 hacia la Roma de Mussolini que hacia la Alemania de Hitler. El predominio de éste vendría más tarde.
Durante todo el año 1933 las organizaciones patronales agrarias redoblaron su lucha contra la ley de reforma agraria. La asamblea celebrada en marzo reunió, junto a la derecha clásica, al jefe de los agrarios Martínez de Velasco y hasta a republicanos de corte conservador como Maura y Salazar Alonso. Se trataba de hacerle la vida imposible al Gobierno y hay que decir que lo consiguieron. Vino luego la asamblea cerealista del mes de mayo y se preparó una Asamblea «magna» de elementos agrarios, especie de marcha sobre Madrid, para el mes de septiembre, que no tuvo lugar a causa de la crisis de gobierno. Adolfo Rodríguez-Jurado, que era diputado de la CEDA, habló en nombre de la Asociación de Propietarios de Fincas Rústicas propugnando «alentar un movimiento popular contra el .marxismo».
Pero también se movió el sector urbano de la patronal, que reunió en Madrid, los días 19 y 20 de julio, una Asamblea Económico-Social bajo los auspicios de «Unión Económica». Dicha Asamblea concentró su fuego graneado contra los Jurados Mixtos y de ella surgió la Iniciativa de crear una Unión General de Patronos.
Lo característico de estas reuniones patronales, y por eso las incluimos en el «búnker» de la época, era: 1.°) que sus dirigentes lo eran también de partidos de derecha y extrema derecha: Mariano Matesanz, Adolfo Rodríguez-Jurado, etc.; 2.°) que sus campañas se encaminaron a derribar el Gobierno de Azaña con participación socialista; 3°) que en sus asambleas, declaraciones y prensa no ocultaron su simpatía por las «experiencias» de Alemania e Italia, por las Ligas fascistas de Francia, etc.
La derecha, en la encrucijada
Llegaron las elecciones de noviembre de 1933 y «pacíficos» y «violentos» de la derecha se unieron en un solo frente para obtener el mayor número de diputados, cosa que consiguieron tanto más fácil-mente cuanto que la izquierda, lejos de seguir ese ejemplo, se presentó a las elecciones en orden disperso. Aquellas elecciones llevaron al Parlamento a 36 diputados que se pueden calificar de extrema derecha: «Renovación Española» y Comunión Tradicionalista, más algunos ndependientes de extrema derecha. Diputados eran Vallellano, Matesanz, Oreja, Oriol, Bau, Calvo Sotelo, Fanjul, Fuentes Pila y un largo etcétera. Además, la heterogeneidad de la CEDA acogía en su seno a políticos como Fernández Ladreda, S. Sóñer, Moreno Torres, R. Jurado, Mayalde, Pujol, Valiente, etc., que eran tan de extrema derecha como el que más.
Comienza entonces una nueva etapa que, momentáneamente, separará más a las dos corrientes de derecha. Para la CEDA y sus amigos, que desde que se abran las Cortes declarará su «acatamiento leal al Poder público», se abre una ancha vía que lleva hacia ese mismo Poder, pasando por un período previo de apoyo condicionado a los gobiernos centro-derecha de Lerroux y Samper. El Poder está al alcance de la mano: lo sabe Gil Robles, lo sabe El Debate y no se privan de pedirlo, apoyando sus peticiones con alardes propagandísticos que, como la concentración de la JAP en El Escorial y el estilo «pre-fascista» de esa organización juvenil, despiertan hondos recelos en los medios republicanos.
Para los Goicoechea y Calvo Sotelo (éste volverá amnistiado de su exilio) no hay más camino que a intransigencia, y se acercarán a las organizaciones de corte totalitario como F. E. y JONS, que, precisamente, realizan su unificación al comenzar 1934. Los ocho primeros meses de ese año serán una encrucijada para esas fuerzas de derecha. Mientras tanto, os propietarios agrarios se creen ya con derecho para rebajar los salarios, se ven apoyados por las autoridades provinciales y exigen, sin conseguirlo por el momento, que se detenga la tímida aplicación de la reforma agraria. Salazar Alonso, ministro de la Gobernación, del partido radical pero en íntima conexión con la derecha hacia la que evoluciona ideológicamente, destituye a centenares de ayuntamientos socialistas y toma pretexto de la huelga de campesinos de junio, para desmantelar las organizaciones sindicales de las regiones latifundistas.
El proyecto de Estatuto Vasco es bloqueado en el Parlamento y el conflicto con el Gobierno de Cataluña sobre la Ley de Cultivos coloca al Gobierno en una situación difícil. Mientras tanto, Falange ha organizado sus grupos de combate; hay violencia en las calles. Mueren bajo las balas el falangista Matías Montero, pero también la joven socialista Juanita Rico y el joven comunista Joaquin de Grade. El «búnker» está armado, tiene sus instructores militares. Ciertamente, es el tiempo de la violencia y todas las organizaciones tienen miilcias, las de derecha y las de izquierda; hasta «Renovación» tiene sus «camisas grises» uniformados y con botas altas.
Al poder por la fuerza
Lo característico de la extrema derecha durante el año 1934 es que continúa preparándose para tomar el poder mediante un golpe de fuerza. Dos hechos fundamentales se producen en ese sentido; uno, la entrevista de Goicoechea y los tradicionalistas con Mussolini; otro, el nombramiento de Fal Conde, por el pretendiente Alfonso Carlos, como secretario general de la Comunión Tradicionalista.
El 31 de marzo, Mussolini, flanqueado por Italo Balbo y por el coronel Longo, recibe al general Barrera, a Goicoechea y a los carlistas Olazábal y Lizarza. El gobernante fascista dio facilidades y se firmó un acuerdo según el cual Italia ayudaría a monárquicos y tradicionalistas a derribar el régimen republicano y sustituirlo por una regencia que prepararía la instauración de la monarquía corporativa y orgánica. (Las fuentes de este Acuerdo son hoy archiconocidas, por haber sido encontrada el acta de la reunión por Ios norteamericanos, entre Ios documentos de asuntos extranjeros italianos; además, por protagonistas como Lizarza, etc.) El acuerdo prevé la entrega a la ultraderecha española de 20.000 fusiles (10.000 según el acta y 20.000 según Lizarza), 20.000 ó 10.000 granadas, y 200 ametralladoras. Antes de salir de Italia recibieron del Duce medio millón de pesetas y poco más tarde recibió Olazábal un millón. A partir de entonces fueron enviados a Italia jóvenes tradicionalistas «para instruirse en el uso de las armas», que figuraban legalmente como «oficiales peruanos en viaje de prácticas».
La tensión se cargaba; en el mes de abril Fal Conde comenzó los aplecs, concentraciones militarizadas; los requetés que desfilan en Sevilla, en Potes, en Villarreal y en Poblet son, por definición del citado jefe carlista, «la verdadera milicia nacional contrarrevolucionaria»; en mayo, el presidente de la JAP, José M. Valiente, visitaba a Alfonso XIII; al divulgarse la noticia dimitió de su puesto y evolucionó hacia la extrema derecha. Pero en la misma JAP los «slogans» favoritos eran tales como «aplastar al marxismo, la masonería y el separatismo», «No cabe diálogo ni convivencia con la anti-España. 0 ellos o nosotros, «El jefe no se equivoca» y tantos otros de impronta fascista. Gil Robles mismo ha dicho que, sobre todo desde octubre de 1934 la JAP se apartó netamente de las tendencias democráticas. Y como, efectivamente —y Gil Robles lo ha confirmado—, dirigía la propaganda de la CEDA y una serie de servicios, entre ellos los de rompe-huelgas (han sido calificadas las JAP, sin duda exageradamente, de eje de la contrarrevolución en octubre de 1934), es lógico suponer lo que la mayoría de los españoles de izquierdas pensaban de aquellas JAP e incluso de aquella CEDA que avalaba tal proceder.
Mayo fue también el mes del regreso de Calvo Sotelo, que ya abrigaba la idea de reunir a la extrema derecha en un bloque que, con la inveterada manía derechista de confundirse nada menos que con la patria, podría apellidarse «nacional». En aquel mes de mayo José Antonio Primo de Rivera va a Alemania y celebra una «larga entrevista con Hitler», asunto hoy precisado gracias a las investigaciones del profesor Angel Viñas (Gil Robles fue en septiembre a Berlín, pero parece que no se entrevistó con el Führer).
No sólo era eso. Aquel invierno se había constituido la Unión Militar Española, por el coronel retirado Rodríguez Tarduchy, y por el capitán de Estado Mayor Bartolomé Barba. También en ese mayo español del 34 en el que se diría que la extrema derecha tiene una cita con el Destino, se estructura la UME con una Junta Central que, aunque sin militares de máxima graduación, mantenía ya contacto con lo generales Goded y Mola, y tal vez con alguno más. La UME va deslizándose hacia posiciones de extrema derecha.
En fin, el talante agresivo de las escuadras de Falange mandadas por Ansaldo va generalizándose: asalto a la Casa del Pueblo de Cuatro Caminos, asalto al Fomento de las Artes de Madrid, asalto a una exposición en el Ateneo... Todo ello con la «mise en scéne» y los procedimientos que, ¡ay!, siguen teniendo demasiada actualidad y frecuencia cuarenta y tres años después. Y así llega, tras una reyerta en El Pardo, el asesinato de la joven socialista Juanita Rico, por las calles de Madrid; y, semanas después, el del joven comunista Joaquín de Grado, cuyos entierros constituyen una demostración impresionante de obreros y de jóvenes.
Se ha dicho que los socialistas preparaban la revolución; también se ha dicho que sólo preparaban la defensa de la legitimidad republicana frente al «asalto legal» fascista como en Italia y Alemania (tesis de la Comisión Ejecutiva del PSOE expresada por Vidarte y que comparte Prieto).
No entramos en ello; pero es bien cierto que el «búnker» está preparando desde hace tiempo la guerra civil, con el mismo espíritu que los propietarios agrarios están tomándose el «desquite» con sus obreros de la tierra y protestando aún porque la tímida reforma agraria no se ha paralizado durante el año 34.
Mientras tanto, «Renovación Española» y Falange Española y de las JONS se entendían bien. El 20 de agosto Goicoechea y José Antonio Primo de Rivera firmaban un pacto que podríamos llamar político-financiero. La base política —«los diez puntos de El Escorial»— había sido firmada por José Antonio Primo de Rivera y P. Sainz Rodríguez varias semanas antes; el décimo de esos puntos decía: La violencia es licita al servicio de la razón y de la justicia. En cuanto al acuerdo del 20 de agosto constaba de siete artículos y tras aprobar las bases de El Escorial (por ejemplo: «El liberalismo es una actitud errónea, ya superada, en el sentido de la libertad. La libertades tradicionales de los españoles serán conjugadas en un sis-tema de autoridad, jerarquía y orden...» «se proscribe el sufragio inorgánico y la necesidad de los partidos políticos» un largo etcétera de lindezas totalitarias que han hecho sus pruebas durante cuarenta años) «Renovación» se compromete a pagar a Falange diez mil pesetas mensuales (y si la cantidad fuese superior al 45 por 100 del subsidio habría en todo caso de aplicarse a la organización de milicias), a cambio de que «Falange Española y de las JONS no ataca en sus propagandas orales o escritas ni al partido Renovación Española ni a la doctrina monárquica, comprometiéndose a no crear deliberadamente con su actuación ningún obstáculo a la realización del programa de dicho partido». Al mismo tiempo (según fuentes de Payne, G. Caballero y otros), Falange recibía ayudas financieras de personalidades de la oligarquía económica, tales como Lequerica y March. En cuanto a la ayuda financiera italiana, demostrada documentalmente por el profesor Viñas, tiene todo el aspecto de haber sido posterior, en 1935. En cambio, también parece que desde fines de 1934 no hubo ya ayuda de «Renovación», si bien «la juventud de «Renovación» siguió obrando en intimo contacto con Falange» (declaraciones de Cortés Cavanillas a Richard H. Robinson).
Hacia la Cruzada nacional
No estamos haciendo una historia completa de aquellos años. No obstante, conviene no ignorar que tras el fallido intento revolucionario de octubre del 34 y la participación de la CEDA en el Gobierno, se produce igualmente la participación creciente de miembros de la derecha y de la oligarquía en los centros de decisión y aparatos del Estado. En muchas ocasiones he tratado este tema y baste aportar ahora algunos ejemplos: el general Franco como jefe del Estado Mayor Central desde que Gil Robles es ministro de la Guerra; el general Fanjul de subsecretario de este Ministerio; el general Goded de director general de Aeronáutica; el general Mola como jefe de las fuerzas militares del Protectorado de Marruecos; tras la amnistía por la sublevación del 10 de agosto, vino la reintegración de los militares en ella comprometidos, dándoles mandos de fuerza, pese a la oposición del presidente de la República; son los casos, entre otros, de Varela y Acedo Colunga.
En el aparato de Seguridad se llegó a que el jefe de la Brigada Social de la Monarquía y conspirador con sueldo designado en la sublevación de agosto del 32, fuese propuesto para director general de Seguridad por Lerroux; y que, frustrado el intento, por Alcalá Zamora y Chapaprieta, fue, sin embargo, designado para jefe superior de Policía de Barcelona.
La penetración se realizaba a todos los niveles y eso fue la principal causa de que, por razones de táctica, se operase una seria división en la derecha. El sector representado por la CEDA y fuerzas análogas (no olvidemos la filiación en el sector derecha de la CEDA de los representantes de la gran propiedad agraria) pensaba que la vía legal iba a permitir el triunfo total de la contrarrevolución. Y, en efecto, se liquidó la reforma agraria, se liquidó virtualmente la autonomía de Cataluña, se produjo una infiltración general en los aparatos del Estado republicano, se crearon «servicios de información» partidistas dentro del Ejército con el falaz pretexto de «luchar contra la subversión».
Pero había un «búnker» cuyo criterio era diferente, que podría personificarse en Calvo Sotelo y Goicoechea. Y surgió el llamado Bloque Nacional, destinado a la conquista del Estado con un programa fascista-maurrasiano. Partían de la base de que «la revolución no está vencida todavía» y, como decía Calvo, «el que no está contra la revolución, está con la revolución»; «la era ruinosa de la lucha de clases está tocando a su fin...» «El Ejército no es sólo el brazo armado de la patria, sino su columna vertebral».
Y Goicoechea añadía que Italia era «el mejor ejemplo donde podemos mirarnos». Mientras Ramiro de Maeztu prefería una reacción más hispánica, llegando a afirmar la necesidad de volver a los valores hispánicos de la Edad Media, ya a los lemas de «servicio, jerarquía y hermandad» para salvar a Occidente del amenazador Oriente.
Calvo Sotelo, portavoz del Bloque, criticaba la táctica «pacífica» de la CEDA, pero entre bastidores los miembros de la UME vinculados a la extrema derecha del Bloque, se reunían con el subsecretario de la Guerra, general Fanjul; en realidad, durante el verano de 1935 la UME estuvo dividida entre los que querían ya dar el golpe de fuerza y los que, más cautamente, pensaban que la «penetración» era eficaz. A propósito de aquellos que estaban incrustados en altos cargos, Joaquín Chapaprieta (jefe del Gobierno en la segunda mitad de 1935) ha contado en sus memorias, que Alcalá Zamora había instado a Gil Robles para que Fanjul fuese separado del puesto de subsecretario, pero que pese a las promesas que se e hicieron quedó allí todo el tiempo. También añade que Goded llegó a afirmar delante del jefe del Estado (siendo inspector general del Ejército y director de Servicios de Aeronáutica), que el Ejército no consentiría que el poder fuese a manos de las izquierdas. (Era evidente que la legalidad era buena mientras se tenían los resortes del poder. Luego será «inadmisible».)
Alcalá Zamora entendió que las palabras de Goded eran una coacción o amenaza manifiesta. No hay que olvidar que el 10 de diciembre de 1935 Fanjul era partidario de dar un golpe de fuerza y se lo dijo así a Gil Robles (según las memorias de éste), quien se limitó a decirle que consultase con otros generales. Franco era opuesto (él seguía siendo Jefe de Estado Mayor, sin la CEDA); Varela y Goded dudaron. Luego, todos desistieron; pero todos ellos, y el general Rodríguez del Barrio también, intentaron, primero, un golpe de Estado «desde los centros de poder» y luego una sublevación de guarniciones, en la noche del 17 al 18. de febrero de 1936.
Claro que los partidarios de la vía violenta no habían cesado de preparar la guerra ciivil durante 1935. No fueron otras las palabras de José Antonio Primo de Rivera ante la Junta Política de Falange reunida en el Parador de Gredos en junio de 1935. «La Falange —ha escrito su historiógrafo Francisco Bravo— decidió ir a la guerra civil y santa para el rescate de la patria». Según diversas fuentes, todas comprobadas, se proyectó después un alzamiento con cadetes de Toledo, propuesto a Moscardó por F. Cuesta. Se establecieron contactos con la UME, a través de Barba, pero la organización militar conspirativa, vacilaba aún entre penetración «legal» y golpe de Estado. El 22 de diciembre Ruiz de Alda no ocultó en Sevilla que «estamos preparando una cruzada nacional».
Sin duda, los tradicionalistas no les iban a la zaga: J. Bau, Oriol, el conde de la Florida y varios más constituyeron una llamada «Junta de Hacienda» encargada de recabar fondos y, en conexión con ella a la organización del «Socorro Blanco». Una Junta Militar Carlista se aprestaba ya a la acción en San Juan de Luz, mandada por el teniente coronel Utrilla. Una Inspección Nacional de Requetés era mandada por el teniente coronel Rada. Aquellas conspiraciones tuvieron sus aventuras y sus percances; por mediación de J. Luis Oriol se fletó un barco desde Bélgica con 6.000 fusiles, 150 ametralladoras pesadas.. 300 ligeras, 10.000 bombas de manos y cinco millones de cartuchos. Pero tal bélica cargazón fue decomisada, excepto las ametralladoras, que fueron recibidas en España (y suponemos utilizadas un año después). Se hizo una gestión cerca del rey de Bélgica (el mismo que luego se inclinaría ante Hitler, debiendo abdicar por ello), quien intervino con resultados favorables, pero —según las fuentes carlistas— las armas no llegaron a tiempo.
Se obtenían por otros medios; cuenta Lizarza que consiguió del representante de «Mauser» cien pistolas con culata de fusil y su munición que, «entregadas en la frontera, fueron desde allí transportadas a Pamplona»: No en balde dijo Fal Conde, el 3 de noviembre en Montserrat, pasando revista a sus unidades militarizadas: «Si la revolución quiere llevarnos a la guerra, habrá guerra.» Para ella se preparaba activamente el «búnker» de la época.
Febrero de 1936 significó para la derecha el fracaso de la «vía legal»; su sector más agresivo se desplazó hacia la extrema derecha, mientras se criticaba la táctica de Gil Robles y El Debate. La etapa que iba a empezar escapa ya al objeto de este trabajo, que ha querido limitarse a señalar las más importantes conspiraciones de extrema derecha durante casi cinco años contra el régimen republicano. Hemos podido ver que esa extrema derecha preconizó siempre el empleo de la violencia y lo utilizó en cuanto le fue posible; que utilizó igualmente las técnicas de penetración para intentar golpes de Estado, desechando, por el contrario, toda eventualidad de apoyarse en un movimiento de masas; que se trataba de organizaciones totalitarias, con programas totalitarios, en constante relación con el extranjero, del que recibían ayuda financlera y al que, de hecho, facilitaban una intervención en España (todo eso utilizando siempre el adjetivo de «nacional con carácter excluyente frente al adversario politico); que esa extrema derecha, que desde abril de 1931 niega la convivencia, tiene muchas más raíces en los propietarios agrarios que en los medios análogos urbanos; que suele servirse de la religión como «doctrina de justificación», aunque a veces ciertos excesos (como el de Castro Albarrán, predicando el derecho a la sublevación) sean menos apreciados en Roma.
En suma, y como sus portavoces mismos lo dijeron, aquella extrema derecha, bastante heteróclita, no tema otra cohesión y fuerza que las que da la negación; la pura y simple negación de la democracia.
Fuente:
Historia 16 Extra III de junio de 1977
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... racion.htm
Objetivo: Acabar con la República
Manuel Tuñón de Lara
Todavía rodaba hacia Cartagena el coche en que Alfonso XIII se dirigía al destierro cuando, sustrayéndose al clamor popular que se elevaba por calles y plazas, campos y ciudades, Ios hombres más avisados —o más impacientes— de una élite que veía escapársele de las manos el poder político, pensaban ya en la necesidad de una contrarrevolución que se opusiera a las decisiones expresadas por el sufragio universal. Y usamos el término contrarrevolución para servirnos de sus propios términos y situarnos en su mentalidad; porque así llamaban, «revolución», a lo que por el momento era sólo un cambio político. Durante los años de la II República se confundirán de hecho con mucha frecuencia las fuerzas socio-políticas de la contrarrevolución y de la reacción, expresada esta última por la extrema derecha; sólo en el período que va de 1934 a diciembre de 1935, la contrarrevolución tiene el aparato del Poder, mientras la reacción quiere ir más allá (sin que ello excluya ciertas e importantes penetraciones en Ios aparatos de Estado).
Pero volvamos a la mañana del 15 de abril. Algo hay que hacer. Todos no van a exiliarse, como los Reyes y algunos aristócratas. La tarde antes ya se han reunido en casa de Guadalhorce (ex-ministro de la Dictadura, directivo de la Unión Monárquica, hombre de negocios y de las «grandes familias», emparentado por matrimonio con los Heredia de Málaga) el marqués de Quintanar, Calvo Sotelo, Ramiro de Maeztu, José Antonio Primo de Rivera, Yanguas Messía (también ex-ministro de la Dictadura y presidente de la Asamblea consultiva) y Vegas Latapié. Sus propósitos no pasan, en hora para ellos tan aciaga, del dominio de lo ideológico, coincidiendo en «la necesidad inaplazable de fundar una escuela de pensamiento contrarrevolucionario a la moderna».
Otros más intentaron reagruparse: Luca de Tena (que fue de los primeros en visitar al rey exiliado), el conde de Gamazo (que batía el «record» de Urquijo y de Ventosa en cuanto a coleccionar puestos en consejos de administración), Gabriel Maura, el duque de Hornachuelos... todos monárquicos fervientes que obtuvieron, gracias a la intercesión de Romanones (contertulio de Carlos Blanco, Director general de Seguridad de la República, pero también del Gobierno de García-Prieto que en 1923 había fenecido ante Primo de Rivera), la autorización para constituir un Circulo Monárquico y alquilar un piso para local en la calle de Alcalá n.° 67. Nobles como los duques del Infantado y de Fernán-Núñez, personajes del gran casual (a la vez que con una práctica política de derechas) como Lequerica, Matos o Zubiría, militares files ala Corona como Orgaz, Barrera, Martínez Anido (otros, como Goded, a pesar de su monarquismo, seguía siendo jefe del Estado Mayor de la República), pensaron pronto que «algo había que hacer».
Reacción de la Iglesia
Desde el primer momento trató, pues, de reagruparse una parte de aristócratas, financieros, militares y personal político del antiguo régimen. A ellos había que añadir los exiguos grupos fascistas que ya existían; en primer lugar, los que editaban La Conquista del Estado, luego, Albiñana y sus legionarios... ninguno de ellos pasaba de la categoría de grupúsculo y la verdadera contrarrevolución no les prestaba todavía atención. Y, naturalmente, es-taba la jerarquía eclesiástica que, en su inmensa mayoría, no había visto con la menor simpatía el cambio de régimen. Si el Vaticano obraba cautamente aconsejando que se respetase al nuevo poder (sin perjuicio de dar posteriores instrucciones para tratar de influenciar la política española, como lo prueba lo que ya conocemos del archivo Vidal y Barraquer), el primado, Cardenal Segura, se lanzaba a primeros de mayo por el arriscado camino de una pastoral de elogios ala monarquía y de reticencias apenas veladas sobre el nuevo régimen. No era hábil, ni podía ob-tener un amplio consenso. En cambio, la acción que rápidamente va a emprender un hombre de confianza del Vaticano, el entonces director de El Debate Ángel Herrera, será de importancia decisiva para agrupar las fuerzas contrarrevolucionarias.
Habían transcurrido tan sólo cuarenta y ocho horas desde la proclamación de la república cuando en la Casa de Ejercicios espirituales de Chamartín de la Rosa, Herrera presidía una reunión de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas que sería decisiva para la estructuración de las fuerzas que se oponían a Ios cambios políticos y sociales. Allí Herrera insistió en el objetivo de crear un organismo de defensa social para «la salvación político-social de España».
Se trataba de no plantear la cuestión de monarquía o república; de aceptar la nueva legalidad para una campaña derechista. Así se le presentó el asunto a Miguel Maura, ministro de la Gobernación, que accedió a la legalización de una nueva asociación que con el nombre de Acción Nacional presentó su reglamento el 29 de abril. En el artículo primero podía leerse así: «Con el nombre de Acción Nacional se constituye en Madrid una Asociación que tendrá por objeto la propaganda y actuación política bajo el lema de Religión, Familia, Orden, Trabajo y Propiedad».
El Presidente era Ángel Herrera y el Vice-presidente José María Valiente. Entre los miembros de aquella primera junta se encontraban también Javier Martín Artajo y José Martín Sánchez-Juliá. El 4 de mayo, el cardenal Segura comunicaba a los obispos las instrucciones reservadísimas de la Santa Sede (enviadas por el cardenal Pacelli, futuro Papa y entonces Secretario de Estado), para defender «la Iglesia y el orden social», basándose en la experiencia alemana de 1918 (cuando Pacelli estaba de Nuncio en Baviera), donde se consiguió «salvar al país del bolchevismo amenazante».
El cardenal Segura añadía que os católicos debían unirse en «la coalición denominada de Acción Nacional que es preciso apoyar decididamente».
En Acción Nacional coexistían quienes, como Herrera o Gil Robles, optaban por la vía legal, por la contrarrevolución desde dentro del régimen (aunque pasarían más de dos años para que su aceptación del mismo fuese explícita) y quienes, como Goicoechea y el conde de Vallellano, prefirieron desde el primer momento la vía violenta y sólo aceptaron aquella asociación como cobertura legal con la esperanza de conquistar su hegemonía.
Esta era la gran opción que dividió largo tiempo a las fuerzas de la contrarrevolución: la vía legal y del sufragio que, tarde o temprano, suponía aceptar el régimen aunque fuese para darle un contenido reaccionario, y la vía conspirativa y violenta que, en puridad, negaba la importancia del consenso mayoritario. Los campos no siempre estuvieron completamente deslindados, como veremos más adelante.
La táctica del caballo de Troya
En la primavera de 1931 ante todos aquellos grupos se abría una interrogante: el cambio político e institucional era una realidad que parecía irreversible; el cambio socio-económico era sólo un temor, una interrogante. Había que actuar para evitarlo, en nombre de ala defensa social' a la que audazmente mezclaban con las creencias religiosas algunos jerarcas eclesiásticos del más alto nivel. La situación implicaba que las clases sociales dominantes (esas de la «propiedad» y del «orden», que por hipostatización querían arrogarse el monopolio de la patria, la fe religiosa y la familia) veían escapar su poder sobre los centros de decisión del Estado. ¿Iban a dejar de ser las clases «reinantes»?
Ciertamente, los aparatos estatales no habían sido desmantelados por el nuevo régimen. Miguel Maura lo ha reconocido al escribir después que decidieron «respetar as bases del Estado monárquico, su estructura tradicional, y acometer, paulatinamente, las necesarias reformas para obtener una democratización de los resortes del aparato estatal». Tal vez se podía guardar la esperanza de permanecer incrustados en aquel Estado que escondía su debilidad e imprecisión de perfiles tras a incontinencia verbal de algunos de sus dirigentes. La vieja y eficaz táctica del caballo de Troya fue adoptada desde los primeros momentos por la contrarrevolución hispánica. Y no es ocioso recordar que la carrera demencial hacia el desencadenamiento de una hecatombe civil, se emprende por la fracción social directamente interesada en la contrarrevolución, cuando este sector, tras su derrota electoral de febrero del 36, cree perdidas todas las posibilidades de la via legal para el logro de sus fines.
Ambos sectores se disponen a dar una primera batalla con ocasión de las elecciones a Cortes Constituyentes (28 de junio de 1931). Con anterioridad, la formación del citado Circulo Monárquico había dado lugar a los graves incidentes del 0 de mayo y pretexto, al siguiente día, a una quema de conventos que casi medio siglo después no ha sido reivindicada por ninguna organización. En todo caso, la «quema de los conventos» fue una magnífica baza en manos de la derecha española. Con ello se confirma una constante histórica; que las clases sociales dominantes, también llamadas «de orden», han tenido siempre interés en exagerar los desórdenes, reales o aparentes, y en crear un clima de «catastrofismo» (esto debería ser objeto de un estudio histórico particularizado).
La cuestión eclesiástica se agravó, con motivo o con pretexto de todo aquello. En efecto, varios días antes de la «quema», el 4 de mayo, una circular «confidencial y reservadísima» del cardenal Segura, fechada en Francia el 20 de julio de 1931, comunicaba el prelado que había recibido informe del letrado R. Marín Lázaro sobre la manera de vender, ocultar o sacar fuera de España los bienes y valores de la Iglesia e instituciones eclesiásticas. El 13 de mayo salió Segura para Roma y luego no regresó a España sino a la localidad fronteriza francesa Saint-Jean-Pied-de-Port; desde allí, en virtual conflicto con el Nuncio Mons. Tedeschini, pasó clandestinamente a España el 11 de junio. Se enteró Miguel Maura cuando el prelado estaba en Pastrana celebrando una reunión con todos los párrocos de la provincia de Guadalajara. Fuera de sí, tomó la decisión de expulsarlo del país, sin tan siquiera consultar a los restantes miembros del Gobierno.
No obstante, la posición del Ministro se vio fortalecida por la detención en la frontera, el 14 de agosto, del vicario de la diócesis de Vitoria D. Justo Echeguren, que llevaba encima la famosa circular de Segura sobre venta y expatriación de bienes de la Iglesia. El nuncio y el Vaticano se mostraron conciliantes y consiguieron que Segura renunciase ala silla primada de Toledo; pero el cardenal expatriado se convertía en una pieza activa de la extrema derecha. Y el católico medio de la época sólo sabia que el prelado había sido expulsado, y mucho menos o nada de sus diferencias con el Nuncio, de las implicaciones políticas de su actitud, etcétera.
La derecha apenas se había presentado como tal a las elecciones, si se exceptúa los tradicionalistas (y aun así en candidatura común con los nacionalistas vascos y presentándose corno defensores del proyectado Estatuto) y del ejemplar caso de Romanones. En Madrid, la candidatura de Acción Nacional, encabezada por Ángel Herrera, no obtuvo el «quorum»; en provincias prefirieron presentarse bajo la ambigua denominación de «agrarios»; allí estaban Royo Villanova (no sólo catedrático, sino consejero de administración de varias empresas de primer orden), el general Fanjul, Abilio Calderón, proverbial cacique palentino, Oriol, Ventosa, March entre los «super-grandes» de las finanzas y la riqueza; Cándido Casanueva, Lamamié de Clairac... entre los defensores a ultranza de las viejas estructuras territoriales.
Nacen las JONS
Los dos caminos se ofrecían a la derecha; y mientras unos proseguían el debate parlamentario (no sin retirarse cuando se aprueban los artículos sobre relaciones entre Iglesia y Estado) otros pensaban ya en la conspiración aquel verano de 1931. El búnker se atrincheraba.
Se agitaba por un lado el general Orgaz (que tuvo una entrevista, sin resultado alguno, con el diputado vasco José Antonio Aguirre) y otros personajes como Leopoldo Matos y Gabriel Maura mantuvieron contactos con Sanjurjo (a quien, como es sabido, la República dejó dirigiendo la Guardia Civil). Se cargaba el ambiente en Navarra, donde el coronel retirado Sáinz de Lerin, empezaba a instruir «requetés» y, según Lizarza, se estructuraba un dispositivo militar en decurias. Y surgían otros grupos embrionarios; un vallisoletano, que había estado de lector en Alemania, y unía un catolicismo «chapado a la antigua» a una admiración por el nazismo. Onésimo Redondo, fundó en agosto un grupito tramado «Juntas Castellanas de Acción Hispánica»; dos meses después se fusionaría con el de Ledesma en Madrid para crear las J.O.N.S. (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista), primera organización estrictamente fascista que aparece en España. El 8 de enero de 1932, el periódico Libertad, que Redondo publicaba en Valladolid, anunciaba la creación de «las milicias anticomunistas.
Votóse la Constitución en diciembre del 31: la República tenía ya su jefe del Estado, Alcalá Zamora, y su Gobierno con base parlamentaria, el de los republicanos de izquierda con colaboración socialista, presidido por Azaña.
Al «búnker» le urgía pasar a la acción. A mediados de noviembre ya el Gobierno (presidido por Azaña desde octubre) tuvo noticias de una conspiración de alguna importancia, localizada en Alava y Navarra; en ella participaban el general Orgaz y algunos oficiales en activo, como el comandante Méndez Vigo, que estaba destinado en la Presidencia del Consejo; entre los civiles el diputado tradicionalista Oreja Elósegui y el conde de Vallellano. Se habló, pero sin poder reunir pruebas, de complicidades de Sanjurjo, Goded y Millán Astray. Azaña seguía confiando en los dos primeros generales.
El fallecimiento de don Jaime, pretendiente carlista, facilitó el reagrupamiento de carlistas e integristas; un joven y belicoso abogado procedente de este último campo comenzó pronto a destacar: Manuel Fal Conde. El infante don Alfonso Carlos, nuevo caudillo del carlismo, resultó más proclive a utilizar las vías de hecho contra la democracia.
En verdad, si en la Junta de Acción Nacional, renovada en octubre de 1931 (sustituye Gil Robles a Herrera, entregado de lleno a El Debate) coexisten monárquicos «bunkerianos» y derechistas de tipo pacífico, los campos tienden cada vez más a deslindarse. No obstante, la extrema derecha encabezada por Goicoechea, hizo aprobar en la asamblea de diciembre un programa que éste redactó, extremadamente conservador: subsistían empero algunas formas de compromiso. Se estructuraron los comités provinciales y secciones locales, se creó la organización femenina, seguida pronto, en febrero de 1932, por la Juventud (la J.A.N., que luego fue J.A.P.) particularmente agresiva. Las ambj gúedades ideológicas aconseja-ron seguramente ala extrema derecha un reagrupamiento en ese sector de actividades, con la creación, también en diciembre de 1931, de Acción Española, revista dirigida por el marqués de Quintanar, con la colaboración de Ramiro de Maeztu —que redacta la presentación—, Vegas Lataplé, Víctor Pradera, José María Peman, Goicoechea, etc.
Contrarrevolución agraria
Desde que la Constitución se promulga y aparece la posibilidad de que se vote una ley de reforma agraria, el objetivo esencial y primario de la derecha española es impedir que ese proyecto llegue a ser ley; y si llega, impedir que se aplique. La contrarrevolución española es una contrarrevolución agraria, de terratenientes. Es curioso observar que el gran consorcio patronal de los años treinta, la llamada «Unión Económica», declaraba en su base segunda: «La Asamblea afirma que el fundamento básico de la riqueza nacional lo constituyen sus producciones agrícola, forestal y ganadera..». Los 27 puntos de Falange hablaban siempre del agro y no de la industria; Onésimo quería salvar a España desde la rural Castilla; las bases de las JONS también soñaban con el «impulso de la economía agrícola» y no ala industrial («santo» horror a la industria y a las minas, con sus obreros a quienes quisieron hasta arrancarles su nombre y cambiárselo por un ambiguo «productores»; y el Bloque Nacional de Calvo Sotelo, Goicoechea, etc., decía en su manifiesto de diciembre de 1934: «la ya inaplazable reconstrucción económica nacional, que ha de tener en la agricultura su más honda raíz», No cabe duda; el gran terrateniente no abandonaba la hegemonía, por más que se abrazase con el capitán de industria; en una España cuya agricultura llevaba más de un siglo bloqueando el desarrollo económico del país, se quería perseverar en ello por encima de todo. No era una simple contrarrevolución; era un suicidio nacional por reflejo de clase, el típico reflejo de ese grupo que en la terminología de hoy llamamos «búnker».
La «Unión Económica», creada en 1931 como réplica de la gran patronal contra la República, apadrinó inmediatamente la lucha sin cuartel contra la reforma agraria, así como también contra los jurados mixtos. En ella, junto a las sociedades anónimas más poderosas del país (Altos Hornos, M.Z.A., Caminos de Hierro del Norte), el Fomento del Trabajo de Cataluña y a Liga Vizcaína de Productores, la Federación de Círculos Mercantiles, la Confederación Patronal con sus 70.000 afiliados, etcétera, se hallaba la Asociación de Agricultores de España, creada en 1912 y dirigida por aristócratas y grandes propietarios, y también la Asociación Nacional de Olivareros, la de Ganaderos y, en fin, la Asociación Nacional de Propietarios de Fincas Rústicas, particularmente combativa y representante específica de los intereses de la gran propiedad, cuyos directivos lo fueron también con frecuencia de la C.E.D.A. Y tenían su «gente de tropa» en una Liga Nacional de Campesinos, que legó a tener 3.000 entidades afiliadas y que también dijo inspirarse por los archiconocidos lemas de «Propiedad, Familia, Religión y Autoridad».
Para la derecha el peligro fundamental era la reforma agraria, cualquier posibilidad por pequeña que fuese, de cambiar las relaciones de producción en el campo, de poner en entredicho una posición de privilegio que nadie había querido o podido amenazar hasta entonces. Sin embargo, la propaganda contra el proyecto de Estatuto de Cataluña, presentando la autonomía como una separación y aprovechando los reflejos más toscos de medios rurales y de pequeña burguesía, se convirtió en otro objetivo de la derecha. Todo presidido por una «justificación ideológica generosamente dada por la jerarquía eclesiástica y facilitada por las torpezas anticlericales del régimen.
La dialéctica de los sables
Sin duda, la derecha sentía la nostalgia de la «dialéctica de los sables», que prefería indudablemente a la de los debates en el Parlamento o en la plaza pública. Royo Villanova llegó a decir que «bastaría nombrar capitán general de Cataluña al general Barrera para que no pasara nada».
Ciertos cambios y tensiones a nivel de altos cargos facilitaron la tarea de quienes estimaban que un buen golpe de Estado vale más que millones de votos. Y fue siempre el campo, aunque indirectamente, el responsable. Porque los campesinos de Castillblanco (Extremadura) asesinaron a varios guardias civiles, produciendo la natural indignación de cualquier persona sensible, pero la muy particular de la extrema derecha que no había encontrado nada a objetar en las semanas y meses precedentes cuando numerosos choques entre guardias y campesinos se habían saldado por muertos y heridos entre estos últimos. Reaccionó Sanjurjo con singular viveza y reaccionaron sus hombres, que dispararon a bocajarro en Arnedo (Logroño) contra una manifestación dando muerte a ocho personas (cuatro de ellas mujeres) e hiriendo a otras treinta, sin que la extrema derecha manifestase la menor señal de duelo.
A partir de aquel momento todo el «bunker» rodea a Sanjurjo, lo halaga, le hace proposiciones, etc. Y Azaña, que piensa trasladarlo a la Dirección de Carabineros, se lo dice, lo que lógicamente le cae como un rayo. Cuando deja la Dirección de la Guardia Civil hay algunos conatos de rebeldía; Goded da a entender muy sibilinamente que algo pudiera pasar. Un incidente durante las maniobras de Carabanchel provoca la destitución de Goded y de Villegas, Jefe de la Primera Región Militar.
Por primera vez, desde el advenimiento de la República, hay que decidirse; los partidarios de la acción violenta van a reagruparse para intentar fortuna. Estamos ante lo que se ha dado en llamar «la conspiración del 10 de agosto». Pero ésta es menos simple de lo que parece a primera vista; bajo ese nombre se denominan dos conspiraciones paralelas, más o menos articuladas, con algunas figuras comunes (en primer lugar la de Sanjurjo), que dicen perseguir distintos fines, pero coinciden en querer derribar por la violencia al Gobierno constitucional.
El aparato conspirativo de la extrema derecha se organizó como un contrapoder perfectamente articulado: una Junta provisional estaba presidida por el general Barrera, y en ella colaboraban civiles como Vallellano y el periodista Pujol (a quien se señala como vinculado a March, el multimillonario que ya había tenido el primer choque con la república al concederse el suplicatorio para procesarlo por actividades anteriores), militares como Ponte y Orgaz, jóvenes decididos como el aviador Ansaldo que fue enviado a Roma, en el mes de abril, para celebrar una entrevista con el mariscal Italo Balbo, de la que salió un acuerdo de ayuda económica de la Italía oficial a los conspiradores. Se contaba también con el citado coronel Sáina de Lerin, que decía tener organizados en requetés a 6.000 muchachos navarros (sin embargo, Fal Conde no participó en esta conspiración). Los tradicionalistas decían no participar oficialmente en la conspiración, pero autorizaban a sus afiliados para hacerlo; ese fue el caso de algunos destacados militares, como el coronel Varela, que entonces se encontraba de guarnición en Cádiz.
Ballet de conspiraciones
Ocurría, sin embargo, que desde fines de diciembre una serie de viejos políticos que habían aceptado la República pero se encontraban mal dentro de ella (en primer lugar, Burgos y Mazo, el gran cacique de Huelva y ministro conservador, pasado más tarde al grupo «constitucionalista» cuando se derrumbaba el régimen; y también Melquiades Alvarez) acariciaban la idea de un golpe de fuerza contra el Gobierno, pero no contra la forma republicana. Este sector trabó contacto con Sanjurjo cuando éste era aún Director de la Guardia Civil, y también en el general Goded. A su vez, Sanjurjo se veía de vez en cuando con Lerroux (al que no convenció) y Goded no dejaba de ser cortejado por el sector monárquico de la conspiración.
Por otra parte, las ciudades del País Vasco del sur de Francia, era, a ciencia y paciencia de la policía francesa, plazas de armas y reductos conspirativos de diversas formaciones de la extrema derecha. El general Ponte estaba instalado en Biarritz y con el colaboraban, en eficaz organismo de conspiración, hombres tan representativos de la extrema derecha y del mundo de la alta finanza y de la gran propiedad como eran José Félix de Lequerica, el duque de Medinaceli, el conde de Vallellano y Fuentes Pila.
Pero aquel extraordinario «ballet>, de complots y conspiraciones se completaba por una diminuta corte carlista en Ascain, a seis kilómetros de San Juan de Luz, donde estaba instalado el pretendiente don Alfonso Carlos y su esposa. Funcionaba una Junta delegada designada por Alfonso Carlos a la que pertenecían José María Oriol, el conde de Rodezno, Lamamié de Clairac, Víctor Pradera y Esteban Bilbao. A decir de Galindo Herrero, en su conocido libro de historia de los partidos monárquicos, este núcleo organizaba febrilmente el contrabando de armas a través de los caseríos vasco-navarros. Bien es verdad que, según esta fuente, parece como si el tradicionalismo hubiera tenido mayor participación y responsabilidad en la conspiración y alzamiento de 1932 que las que parecen desprenderse de otras fuentes de distinto origen.
No obstante, la Junta del interior presidida por Barrera y la de Biarritz parece que controlaban la organización de lo que hemos llamado un contrapoder: preparaban su fuerza armada, tenían sus estafetas, sus finanzas, sus servicios de información y de espionaje del aparato del Estado, su propaganda, sus medios de comunicación... toda la enrevesada trama de los servicios de nuestro tiempo que caracteriza a un contrapoder. Generales de extrema derecha como Cavalcanti, Fernández Pérez y G. Carrasco estaban en la Junta. Se contaba con a participación de Onésimo Redondo y de las escuadras de sus Juntas Castellanas, cuyas filas no debían ser muy nutridas; también con los restos de aquellos «legionarios» del Dr. Albiñana, cuyo «punch» ofensivo había disminuido tras proclamarse la República.
El complot tenía aspectos bien organizados: en el ministerio de la Guerra actuaba a sus anchas el teniente coronel Galarza, todavía no localizado por los servicios republicanos, aunque Azaña sospechaba de él; en la misma Dirección General de Seguridad se contaba con tres importantes funcionarios del gabinete telegráfico y telefónico: Encinas, Aguado y Montero. En un alto puesto de la Dirección General de Aeronáutica estaba Alejandro Arias Salgado y como profesional a sueldo (con 5.000 pesetas al mes según Ansaldo y 1.500 según Mauricio Carlavilla, en ambos casos sumas fabulosas para la época) el funcionario que fue jefe de a Brigada Social durante a monarquía, Martin Báguenas.
Sanjurjo se lanzó decididamente a los trabajos conspirativos. Goded conspiraba discretamente con él, pero está menos claro que se comprometiese con los generales de la junta de Barrera. Y en aquella conspiración, que tenía ya relentes fascistas de nuestro tiempo, pero también frivolidades decimonónicas. estaba un empresario de teatro (Tirso Escudero), un capitán de industria (Zubina, además de Lequerica y de Oriol, etc.), nobles con latifundios, etc., que lo mismo se reunían en las fincas del duque de Medinaceli, que en el saloncito de la Comedia o en a madrileña piscina de la Isla, todo ello alternado con frecuentes idas y venidas al «cuartel general» de Biarritz.
Información de alcoba y cama.
No es el rasgo menos curioso de aquella conspiración el carácter equívoco fomentado por el general Sanjurjo, que permitía recabar colaboraciones de derechistas descontentos para preparar lo que en puridad era un golpe de fuerza de la ultra-derecha clásica.
«Parece indudable ha comentado Arrarás— que Sanjurjo alternaba la conspiración de los constitucionalistas con un complot urdido por elementos militares, entre los que se encontraban amigos y compañeros del general.»
Semejante conspiración fue pronto conocida por el Gobierno, aunque los servicios de información de éste dejaban bastante que desear. Tanto que es fama que las últimas precisiones sobre la sublevación las obtuvo el Estado republicano por el legendario procedimiento de alcoba y cama; Eros más fuerte que Marte era el principio de los servicios de contraespionaje del siglo pasado. En esa línea romántica que va hasta Mata-Hari se encuentra la delación de quién puso por sola condición que nada le ocurriese a su enamorado.
Tras las primeras sospechas, el Gobierno dispuso la detención del general Barrera —que no duró mucho— y la del general Orgaz, que ya se hallaba desterrado en Canarias. Pero la conspiración proseguía y Sanjurjo se ocupaba mucho más de ella que de la Dirección General de Carabineros. En Sevilla se entrevistó con los militares que conspiraban en la base aérea de Tablada, a la cabeza de los cuales se encontraba el segundo jefe Acedo Colunga, que habla de pasar a la historia por ser el fiscal que pidiese la pena de muerte para Besteiro.
A finales de julio el Gobierno creyó llegada la hora y procedió a practicar numerosas detenciones: Zubiría, José María Urquijo, director de La Gaceta del Norte de la ultraderecha católica, algunos albiñanistas desperdigados aquí y allá... Poca cosa; se clausuraron los locales de «Acción Española». «La policía no da para más», comenta Azaña en su diario. Verdad llena de enseñanzas; el Estado republicano nunca dispuso de un aparato de seguridad y orden público suyo, sino de aquel que le prestó el régimen monárquico en sus años dictatoriales, penetrado además por los adversarios sociales y políticos de la República.
La sublevación frustrada
8 de agosto. Los conjurados se reúnen en las cercanías de la capital. Sanjurjo se encarga de Sevilla, Vareta de Cádiz, Ponte de Valladolid, Sáinz de Lerin de Navarra. En Madrid, el general Fernández Pérez sacará a la calle las fuerzas de la remonta y los regimientos acantonados en Alcalá; también se pondrían al frente de las tropas el duque de Sevilla, el teniente coronel Martin Alonso (de los últimos ayudantes que tuvo Alfonso XIII, luego ministro con Franco)...
En el plan de los conspiradores se preveía que las columnas del sur y del norte cayeran sobre Madrid. ¿Y el pueblo? ¿Se contaba con él, a favor o en contra? Para nada. El guión de la obra que se trataba de representar era de puro corte decimonónico.
Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: la sublevación del 10 de agosto de 1932 fracasó estrepitosamente. En Madrid fallaron los conspiradores, la Guardia Civil del Hipódromo y los regimientos acantonados en Alcalá. Y en el cuartel de la Montaña, los sargentos y cabos se negaron a formar las compañías del Regimiento de Infantería número 31. A los de la Remonta, de Tetuán de las Victorias, se les sacó del cuartel con el socorrido pretexto de que «había estallado en Madrid una insurrección comunista (!)». Salieron y en total eran 69 soldados con dos capitanes y dos tenientes.
Al mismo tiempo, los generales Barrera, Cavalcanti, Fernández Pérez y el coronel Serrador hablan instalado un verdadero «puesto de mando» en el domicilio de los marqueses de Molins, calle de Prim n.° 21. Los exiguos grupos de conspiradores intentaron atacar el Ministerio de la Guerra y el Palacio de Comunicaciones. Se les esperaba, y el propio Director General de Seguridad, capitán Arturo Menéndez, dirigía la operación fusil al brazo. Cuando llegaron los de la Remonta era ya tarde y fueron dispersados, tras un ligero combate entre los árboles del paseo de Recoletos, con dos compañías de Asalto. Todo estaba terminado; pero Barrera, acompañado de Ansaldo, salió velozmente para Getafe y tomaron una avioneta rumbo a Pamplona donde creían que la sublevación había triunfado, pero donde nada había sucedido.
En cambio, Sanjurjo, instalado desde aquella misma madrugada en el palacio de la marquesa de Esquivel en Sevilla (adonde había llegado por carretera, con su hijo, el teniente coronel Infantes y dos amigos) en compañía del general García de la Herrón y de una veintena de militares implicados en el complot, parecía más afortunado. Proclamó el estado de guerra (gesto clásico de todo derechista al sublevarse), difundió un llamamiento redactado por Pujol (por lo visto el de Burgos y Mazo debió ir al cesto de los papeles, como todo lo que significaba la vertiente «republicana» de aquel golpe de fuerza) y se creyó dueño de la situación porque aquella mañana le aplaudían los señoritos de la calle de las Sierpes.
Pero en Tablada los suboficiales, sargentos y tropa se negaron a secundar la sublevación. El Ayuntamiento de Sevilla se había reunido y resistía, llegando a publicar un bando contra la sedición; la guardia civil detuvo al alcalde y a cincuenta concejales, pero las organizaciones obreras ya estaban en acción. Por un día, los militantes de la CNT, los del P.C. y la Unión Local de Sindicatos y los allí menos numerosos de la UGT dejaron de lado sus querellas para movilizarse en defensa de la República. Representantes de todos los partidos y sindicatos se reunían en el Alcázar y formaban un Comité de Salud Pública bajo la presidencia del catedrático de Historia de la Universidad, Juan María Aguilar, y del conservador del Alcázar Lasso de la Vega.
Sanjurjo telefoneaba a las distintas capitales de Andalucía y no encontraba interlocutores. Incluso en Cádiz, donde los monárquicos tenían influencia, había sido detenido el coronel Varela. En la calle, las octavillas de las organizaciones obreras se repartían por doquier, y la huelga avanzaba por mementos. Primero se retiraron os taxistas. luego empezaron a cerrar los comercios, los tranvías que no se retiraron fueron apedreados. «Durante las primeras horas de la noche —dice El Liberal del 12 de agosto— los grupos de manifestantes y las manifestaciones de descontento fueron aumentando.» Coincide Arrarás —que, sin embargo, es un panegirista de aquella sublevación— diciendo que si durante el día «la actividad de la capital se paralizaba por instantes», luego, «al llegar la noche, el aspecto de la ciudad se hizo más amenazador». Y era verdad; en Triana y otros barrios populares la gente estaba en la calle y los sublevados no podían entrar. Mientras tanto, se sabía que el general Ruiz-Trillo. enviado por Azaña, avanzaba al frente de una columna mixta hacia Andalucía y que el general Mena también movía sus fuerzas desde Cádiz. A la una de la madrugada del 11 de agosto todo había terminado. El coronel Rodríguez Polanco y el teniente coronel Muñoz Tassara se negaron, en nombre de la guarnición de Sevilla, a enfrentarse con las fuerzas adictas a la República.
Ya es sabido el resto; Sanjurjo y sus acompañantes eran detenidos a las seis de la mañana en la barrida Isla Chica de Huelva, por una pareja de guardias (uno de ellos había servido en África y reconoció al general, que iba ya vestido de paisano).
La represión fue más espectacular que otra cosa. Sanjurjo, condenado a muerte, vio inmediatamente conmutada su pena; su hijo fue absuelto; García de la Herrán e Infantes fueron condenados a penas de prisión. El proceso contra los sublevados de Madrid no se vería sino un año después. En fin, alrededor de un centenar de personas, muchas de ellas aristócratas, fueron deportadas al Sahara. Algunos se escaparon con facilidad antes de Navidad, y el resto regresó poco después.
En cambio, el Gobierno aprovechó su éxito en el plano político, para conseguir que el Estatuto de Cataluña y la Ley de bases de la Reforma Agraria se votasen en una sola sesión, el 9 de septiembre. Y para añadir una «coletilla» expropiando sin indemnización a los terratenientes Grandes de España. El aristócrata de las viejas estampas, como el clérigo apegado a los bienes terrenales, siguieron siendo los chivos expiatorios de un Gobierno republicano que también tenía mucho de decimonónico.
Divergencias tácticas
El «búnker» se repliega en el otoño de 1932. Los recalcitrantes del complot no se desaniman; el núcleo de Biarritz se dedica a preparar un nuevo golpe y recauda varios millones de pesetas con dicho fin. El trabajo entre los militares lo dirige el teniente coronel Galarza, que ha sido expulsado del servicio activo; sus relaciones en el ministerio y otros órganos estatales le permiten organizar un eficaz servicio de información que, según Payne, costaba cinco mil pesetas mensuales, suma que parece modesta para semejante empeño. Calvo Sotelo se instala también en Biarritz donde su presencia es determinante (otros, en cambio, como Martínez Anido, se desentienden tras el fracaso de agosto). Calvo —sobre el que las ideas de Maurras ejercen cada día mayor influjo— va a Roma en febrero de 1933 para entrevistarse con diversas personalidades; con Italo Babo celebra una reunión en términos muy cordiales; también se entrevista con el cardenal Segura y según Yanguas Messía (citado por Robinson) con el mismo Mussolini.
Los partidarios de la «vía pacífica de la contrarrevolución» estiman que el fracaso de agosto del 32 confirmaba sus puntos de vista. Tanto más cuanto que las dificultades que encuentra el Gobierno tras la represión cruenta de Casas Viejas (entre cuyos responsables, el capitán Rojas, es un hombre de extrema derecha, es curioso el hecho) y más tarde, con su contratiempo electoral en las elecciones municipales de pequeñas localidades le hacen más vulnerable a los ataques virulentos de los grupos de presión patronales cada vez más obsesionados contra la legislación agraria y contra los jurados mixtos. La divergencia de tácticas (que incluso puede ser más que de tácticas) se va a perfilar en un divorcio en el seno de la antigua «Acción Nacional», titulada «Acción Popular» tras un decreto de abril de 1932.
Casi al mismo tiempo, en febrero de 1933, surgen por un lado «Renovación Española» (Goicoechea, Vallellano, Fuentes Pila, etc.) y por otro la Confederación Española. de Derechas Autónomas (CEDA), dirigida por Gil Robles, bajo el denominador común del posibilismo legal, pero con tal heterogeneidad que dentro de ellas llegaron a coexistir desde el talante fascista de Serrano Súñer, Valiente y algunos miembros de la J.A.P., hasta el demócrata-cristiano de Giménez Fernández y Lúcia, pero donde figuraron en lugar preeminente os más destacados representantes de a gran propiedad agraria, la que tantas palancas movía en «Unión Económica» y entidades en ella federadas.
Cabe señalar que, sin embargo, la alta burguesía no dejaba de «apuntar a todas las cartas» y que según Ledesma Ramos, sus J.O.N.S. recibieron en aquel mismo período unas 10.000 pesetas de «jóvenes de la alta burguesía» bilbaína. Los escuadristas se fueron entrenando en diversos choques contra estudiantes de izquierdas. A finales de octubre despuntaría Falange Española (cuyo jefe, José A. Primo de Rivera, que el 9 de octubre había visitado a Mussolini, sería elegido diputado en la candidatura monárquico - derechista de Cádiz). Claro que afirmando que el mejor destino que podía tener una urna electoral era el de ser rota. Y es que corría el año 1933 y Hitler estaba mostrando que la violencia y el exterminio, mezclados a cierta demagogia, podían ser interesantes para liquidar las organizaciones obreras y, de paso, todas las libertades democráticas. Sin embargo, justo es decir que la extrema derecha de la época todavía miraba más en 1933 hacia la Roma de Mussolini que hacia la Alemania de Hitler. El predominio de éste vendría más tarde.
Durante todo el año 1933 las organizaciones patronales agrarias redoblaron su lucha contra la ley de reforma agraria. La asamblea celebrada en marzo reunió, junto a la derecha clásica, al jefe de los agrarios Martínez de Velasco y hasta a republicanos de corte conservador como Maura y Salazar Alonso. Se trataba de hacerle la vida imposible al Gobierno y hay que decir que lo consiguieron. Vino luego la asamblea cerealista del mes de mayo y se preparó una Asamblea «magna» de elementos agrarios, especie de marcha sobre Madrid, para el mes de septiembre, que no tuvo lugar a causa de la crisis de gobierno. Adolfo Rodríguez-Jurado, que era diputado de la CEDA, habló en nombre de la Asociación de Propietarios de Fincas Rústicas propugnando «alentar un movimiento popular contra el .marxismo».
Pero también se movió el sector urbano de la patronal, que reunió en Madrid, los días 19 y 20 de julio, una Asamblea Económico-Social bajo los auspicios de «Unión Económica». Dicha Asamblea concentró su fuego graneado contra los Jurados Mixtos y de ella surgió la Iniciativa de crear una Unión General de Patronos.
Lo característico de estas reuniones patronales, y por eso las incluimos en el «búnker» de la época, era: 1.°) que sus dirigentes lo eran también de partidos de derecha y extrema derecha: Mariano Matesanz, Adolfo Rodríguez-Jurado, etc.; 2.°) que sus campañas se encaminaron a derribar el Gobierno de Azaña con participación socialista; 3°) que en sus asambleas, declaraciones y prensa no ocultaron su simpatía por las «experiencias» de Alemania e Italia, por las Ligas fascistas de Francia, etc.
La derecha, en la encrucijada
Llegaron las elecciones de noviembre de 1933 y «pacíficos» y «violentos» de la derecha se unieron en un solo frente para obtener el mayor número de diputados, cosa que consiguieron tanto más fácil-mente cuanto que la izquierda, lejos de seguir ese ejemplo, se presentó a las elecciones en orden disperso. Aquellas elecciones llevaron al Parlamento a 36 diputados que se pueden calificar de extrema derecha: «Renovación Española» y Comunión Tradicionalista, más algunos ndependientes de extrema derecha. Diputados eran Vallellano, Matesanz, Oreja, Oriol, Bau, Calvo Sotelo, Fanjul, Fuentes Pila y un largo etcétera. Además, la heterogeneidad de la CEDA acogía en su seno a políticos como Fernández Ladreda, S. Sóñer, Moreno Torres, R. Jurado, Mayalde, Pujol, Valiente, etc., que eran tan de extrema derecha como el que más.
Comienza entonces una nueva etapa que, momentáneamente, separará más a las dos corrientes de derecha. Para la CEDA y sus amigos, que desde que se abran las Cortes declarará su «acatamiento leal al Poder público», se abre una ancha vía que lleva hacia ese mismo Poder, pasando por un período previo de apoyo condicionado a los gobiernos centro-derecha de Lerroux y Samper. El Poder está al alcance de la mano: lo sabe Gil Robles, lo sabe El Debate y no se privan de pedirlo, apoyando sus peticiones con alardes propagandísticos que, como la concentración de la JAP en El Escorial y el estilo «pre-fascista» de esa organización juvenil, despiertan hondos recelos en los medios republicanos.
Para los Goicoechea y Calvo Sotelo (éste volverá amnistiado de su exilio) no hay más camino que a intransigencia, y se acercarán a las organizaciones de corte totalitario como F. E. y JONS, que, precisamente, realizan su unificación al comenzar 1934. Los ocho primeros meses de ese año serán una encrucijada para esas fuerzas de derecha. Mientras tanto, os propietarios agrarios se creen ya con derecho para rebajar los salarios, se ven apoyados por las autoridades provinciales y exigen, sin conseguirlo por el momento, que se detenga la tímida aplicación de la reforma agraria. Salazar Alonso, ministro de la Gobernación, del partido radical pero en íntima conexión con la derecha hacia la que evoluciona ideológicamente, destituye a centenares de ayuntamientos socialistas y toma pretexto de la huelga de campesinos de junio, para desmantelar las organizaciones sindicales de las regiones latifundistas.
El proyecto de Estatuto Vasco es bloqueado en el Parlamento y el conflicto con el Gobierno de Cataluña sobre la Ley de Cultivos coloca al Gobierno en una situación difícil. Mientras tanto, Falange ha organizado sus grupos de combate; hay violencia en las calles. Mueren bajo las balas el falangista Matías Montero, pero también la joven socialista Juanita Rico y el joven comunista Joaquin de Grade. El «búnker» está armado, tiene sus instructores militares. Ciertamente, es el tiempo de la violencia y todas las organizaciones tienen miilcias, las de derecha y las de izquierda; hasta «Renovación» tiene sus «camisas grises» uniformados y con botas altas.
Al poder por la fuerza
Lo característico de la extrema derecha durante el año 1934 es que continúa preparándose para tomar el poder mediante un golpe de fuerza. Dos hechos fundamentales se producen en ese sentido; uno, la entrevista de Goicoechea y los tradicionalistas con Mussolini; otro, el nombramiento de Fal Conde, por el pretendiente Alfonso Carlos, como secretario general de la Comunión Tradicionalista.
El 31 de marzo, Mussolini, flanqueado por Italo Balbo y por el coronel Longo, recibe al general Barrera, a Goicoechea y a los carlistas Olazábal y Lizarza. El gobernante fascista dio facilidades y se firmó un acuerdo según el cual Italia ayudaría a monárquicos y tradicionalistas a derribar el régimen republicano y sustituirlo por una regencia que prepararía la instauración de la monarquía corporativa y orgánica. (Las fuentes de este Acuerdo son hoy archiconocidas, por haber sido encontrada el acta de la reunión por Ios norteamericanos, entre Ios documentos de asuntos extranjeros italianos; además, por protagonistas como Lizarza, etc.) El acuerdo prevé la entrega a la ultraderecha española de 20.000 fusiles (10.000 según el acta y 20.000 según Lizarza), 20.000 ó 10.000 granadas, y 200 ametralladoras. Antes de salir de Italia recibieron del Duce medio millón de pesetas y poco más tarde recibió Olazábal un millón. A partir de entonces fueron enviados a Italia jóvenes tradicionalistas «para instruirse en el uso de las armas», que figuraban legalmente como «oficiales peruanos en viaje de prácticas».
La tensión se cargaba; en el mes de abril Fal Conde comenzó los aplecs, concentraciones militarizadas; los requetés que desfilan en Sevilla, en Potes, en Villarreal y en Poblet son, por definición del citado jefe carlista, «la verdadera milicia nacional contrarrevolucionaria»; en mayo, el presidente de la JAP, José M. Valiente, visitaba a Alfonso XIII; al divulgarse la noticia dimitió de su puesto y evolucionó hacia la extrema derecha. Pero en la misma JAP los «slogans» favoritos eran tales como «aplastar al marxismo, la masonería y el separatismo», «No cabe diálogo ni convivencia con la anti-España. 0 ellos o nosotros, «El jefe no se equivoca» y tantos otros de impronta fascista. Gil Robles mismo ha dicho que, sobre todo desde octubre de 1934 la JAP se apartó netamente de las tendencias democráticas. Y como, efectivamente —y Gil Robles lo ha confirmado—, dirigía la propaganda de la CEDA y una serie de servicios, entre ellos los de rompe-huelgas (han sido calificadas las JAP, sin duda exageradamente, de eje de la contrarrevolución en octubre de 1934), es lógico suponer lo que la mayoría de los españoles de izquierdas pensaban de aquellas JAP e incluso de aquella CEDA que avalaba tal proceder.
Mayo fue también el mes del regreso de Calvo Sotelo, que ya abrigaba la idea de reunir a la extrema derecha en un bloque que, con la inveterada manía derechista de confundirse nada menos que con la patria, podría apellidarse «nacional». En aquel mes de mayo José Antonio Primo de Rivera va a Alemania y celebra una «larga entrevista con Hitler», asunto hoy precisado gracias a las investigaciones del profesor Angel Viñas (Gil Robles fue en septiembre a Berlín, pero parece que no se entrevistó con el Führer).
No sólo era eso. Aquel invierno se había constituido la Unión Militar Española, por el coronel retirado Rodríguez Tarduchy, y por el capitán de Estado Mayor Bartolomé Barba. También en ese mayo español del 34 en el que se diría que la extrema derecha tiene una cita con el Destino, se estructura la UME con una Junta Central que, aunque sin militares de máxima graduación, mantenía ya contacto con lo generales Goded y Mola, y tal vez con alguno más. La UME va deslizándose hacia posiciones de extrema derecha.
En fin, el talante agresivo de las escuadras de Falange mandadas por Ansaldo va generalizándose: asalto a la Casa del Pueblo de Cuatro Caminos, asalto al Fomento de las Artes de Madrid, asalto a una exposición en el Ateneo... Todo ello con la «mise en scéne» y los procedimientos que, ¡ay!, siguen teniendo demasiada actualidad y frecuencia cuarenta y tres años después. Y así llega, tras una reyerta en El Pardo, el asesinato de la joven socialista Juanita Rico, por las calles de Madrid; y, semanas después, el del joven comunista Joaquín de Grado, cuyos entierros constituyen una demostración impresionante de obreros y de jóvenes.
Se ha dicho que los socialistas preparaban la revolución; también se ha dicho que sólo preparaban la defensa de la legitimidad republicana frente al «asalto legal» fascista como en Italia y Alemania (tesis de la Comisión Ejecutiva del PSOE expresada por Vidarte y que comparte Prieto).
No entramos en ello; pero es bien cierto que el «búnker» está preparando desde hace tiempo la guerra civil, con el mismo espíritu que los propietarios agrarios están tomándose el «desquite» con sus obreros de la tierra y protestando aún porque la tímida reforma agraria no se ha paralizado durante el año 34.
Mientras tanto, «Renovación Española» y Falange Española y de las JONS se entendían bien. El 20 de agosto Goicoechea y José Antonio Primo de Rivera firmaban un pacto que podríamos llamar político-financiero. La base política —«los diez puntos de El Escorial»— había sido firmada por José Antonio Primo de Rivera y P. Sainz Rodríguez varias semanas antes; el décimo de esos puntos decía: La violencia es licita al servicio de la razón y de la justicia. En cuanto al acuerdo del 20 de agosto constaba de siete artículos y tras aprobar las bases de El Escorial (por ejemplo: «El liberalismo es una actitud errónea, ya superada, en el sentido de la libertad. La libertades tradicionales de los españoles serán conjugadas en un sis-tema de autoridad, jerarquía y orden...» «se proscribe el sufragio inorgánico y la necesidad de los partidos políticos» un largo etcétera de lindezas totalitarias que han hecho sus pruebas durante cuarenta años) «Renovación» se compromete a pagar a Falange diez mil pesetas mensuales (y si la cantidad fuese superior al 45 por 100 del subsidio habría en todo caso de aplicarse a la organización de milicias), a cambio de que «Falange Española y de las JONS no ataca en sus propagandas orales o escritas ni al partido Renovación Española ni a la doctrina monárquica, comprometiéndose a no crear deliberadamente con su actuación ningún obstáculo a la realización del programa de dicho partido». Al mismo tiempo (según fuentes de Payne, G. Caballero y otros), Falange recibía ayudas financieras de personalidades de la oligarquía económica, tales como Lequerica y March. En cuanto a la ayuda financiera italiana, demostrada documentalmente por el profesor Viñas, tiene todo el aspecto de haber sido posterior, en 1935. En cambio, también parece que desde fines de 1934 no hubo ya ayuda de «Renovación», si bien «la juventud de «Renovación» siguió obrando en intimo contacto con Falange» (declaraciones de Cortés Cavanillas a Richard H. Robinson).
Hacia la Cruzada nacional
No estamos haciendo una historia completa de aquellos años. No obstante, conviene no ignorar que tras el fallido intento revolucionario de octubre del 34 y la participación de la CEDA en el Gobierno, se produce igualmente la participación creciente de miembros de la derecha y de la oligarquía en los centros de decisión y aparatos del Estado. En muchas ocasiones he tratado este tema y baste aportar ahora algunos ejemplos: el general Franco como jefe del Estado Mayor Central desde que Gil Robles es ministro de la Guerra; el general Fanjul de subsecretario de este Ministerio; el general Goded de director general de Aeronáutica; el general Mola como jefe de las fuerzas militares del Protectorado de Marruecos; tras la amnistía por la sublevación del 10 de agosto, vino la reintegración de los militares en ella comprometidos, dándoles mandos de fuerza, pese a la oposición del presidente de la República; son los casos, entre otros, de Varela y Acedo Colunga.
En el aparato de Seguridad se llegó a que el jefe de la Brigada Social de la Monarquía y conspirador con sueldo designado en la sublevación de agosto del 32, fuese propuesto para director general de Seguridad por Lerroux; y que, frustrado el intento, por Alcalá Zamora y Chapaprieta, fue, sin embargo, designado para jefe superior de Policía de Barcelona.
La penetración se realizaba a todos los niveles y eso fue la principal causa de que, por razones de táctica, se operase una seria división en la derecha. El sector representado por la CEDA y fuerzas análogas (no olvidemos la filiación en el sector derecha de la CEDA de los representantes de la gran propiedad agraria) pensaba que la vía legal iba a permitir el triunfo total de la contrarrevolución. Y, en efecto, se liquidó la reforma agraria, se liquidó virtualmente la autonomía de Cataluña, se produjo una infiltración general en los aparatos del Estado republicano, se crearon «servicios de información» partidistas dentro del Ejército con el falaz pretexto de «luchar contra la subversión».
Pero había un «búnker» cuyo criterio era diferente, que podría personificarse en Calvo Sotelo y Goicoechea. Y surgió el llamado Bloque Nacional, destinado a la conquista del Estado con un programa fascista-maurrasiano. Partían de la base de que «la revolución no está vencida todavía» y, como decía Calvo, «el que no está contra la revolución, está con la revolución»; «la era ruinosa de la lucha de clases está tocando a su fin...» «El Ejército no es sólo el brazo armado de la patria, sino su columna vertebral».
Y Goicoechea añadía que Italia era «el mejor ejemplo donde podemos mirarnos». Mientras Ramiro de Maeztu prefería una reacción más hispánica, llegando a afirmar la necesidad de volver a los valores hispánicos de la Edad Media, ya a los lemas de «servicio, jerarquía y hermandad» para salvar a Occidente del amenazador Oriente.
Calvo Sotelo, portavoz del Bloque, criticaba la táctica «pacífica» de la CEDA, pero entre bastidores los miembros de la UME vinculados a la extrema derecha del Bloque, se reunían con el subsecretario de la Guerra, general Fanjul; en realidad, durante el verano de 1935 la UME estuvo dividida entre los que querían ya dar el golpe de fuerza y los que, más cautamente, pensaban que la «penetración» era eficaz. A propósito de aquellos que estaban incrustados en altos cargos, Joaquín Chapaprieta (jefe del Gobierno en la segunda mitad de 1935) ha contado en sus memorias, que Alcalá Zamora había instado a Gil Robles para que Fanjul fuese separado del puesto de subsecretario, pero que pese a las promesas que se e hicieron quedó allí todo el tiempo. También añade que Goded llegó a afirmar delante del jefe del Estado (siendo inspector general del Ejército y director de Servicios de Aeronáutica), que el Ejército no consentiría que el poder fuese a manos de las izquierdas. (Era evidente que la legalidad era buena mientras se tenían los resortes del poder. Luego será «inadmisible».)
Alcalá Zamora entendió que las palabras de Goded eran una coacción o amenaza manifiesta. No hay que olvidar que el 10 de diciembre de 1935 Fanjul era partidario de dar un golpe de fuerza y se lo dijo así a Gil Robles (según las memorias de éste), quien se limitó a decirle que consultase con otros generales. Franco era opuesto (él seguía siendo Jefe de Estado Mayor, sin la CEDA); Varela y Goded dudaron. Luego, todos desistieron; pero todos ellos, y el general Rodríguez del Barrio también, intentaron, primero, un golpe de Estado «desde los centros de poder» y luego una sublevación de guarniciones, en la noche del 17 al 18. de febrero de 1936.
Claro que los partidarios de la vía violenta no habían cesado de preparar la guerra ciivil durante 1935. No fueron otras las palabras de José Antonio Primo de Rivera ante la Junta Política de Falange reunida en el Parador de Gredos en junio de 1935. «La Falange —ha escrito su historiógrafo Francisco Bravo— decidió ir a la guerra civil y santa para el rescate de la patria». Según diversas fuentes, todas comprobadas, se proyectó después un alzamiento con cadetes de Toledo, propuesto a Moscardó por F. Cuesta. Se establecieron contactos con la UME, a través de Barba, pero la organización militar conspirativa, vacilaba aún entre penetración «legal» y golpe de Estado. El 22 de diciembre Ruiz de Alda no ocultó en Sevilla que «estamos preparando una cruzada nacional».
Sin duda, los tradicionalistas no les iban a la zaga: J. Bau, Oriol, el conde de la Florida y varios más constituyeron una llamada «Junta de Hacienda» encargada de recabar fondos y, en conexión con ella a la organización del «Socorro Blanco». Una Junta Militar Carlista se aprestaba ya a la acción en San Juan de Luz, mandada por el teniente coronel Utrilla. Una Inspección Nacional de Requetés era mandada por el teniente coronel Rada. Aquellas conspiraciones tuvieron sus aventuras y sus percances; por mediación de J. Luis Oriol se fletó un barco desde Bélgica con 6.000 fusiles, 150 ametralladoras pesadas.. 300 ligeras, 10.000 bombas de manos y cinco millones de cartuchos. Pero tal bélica cargazón fue decomisada, excepto las ametralladoras, que fueron recibidas en España (y suponemos utilizadas un año después). Se hizo una gestión cerca del rey de Bélgica (el mismo que luego se inclinaría ante Hitler, debiendo abdicar por ello), quien intervino con resultados favorables, pero —según las fuentes carlistas— las armas no llegaron a tiempo.
Se obtenían por otros medios; cuenta Lizarza que consiguió del representante de «Mauser» cien pistolas con culata de fusil y su munición que, «entregadas en la frontera, fueron desde allí transportadas a Pamplona»: No en balde dijo Fal Conde, el 3 de noviembre en Montserrat, pasando revista a sus unidades militarizadas: «Si la revolución quiere llevarnos a la guerra, habrá guerra.» Para ella se preparaba activamente el «búnker» de la época.
Febrero de 1936 significó para la derecha el fracaso de la «vía legal»; su sector más agresivo se desplazó hacia la extrema derecha, mientras se criticaba la táctica de Gil Robles y El Debate. La etapa que iba a empezar escapa ya al objeto de este trabajo, que ha querido limitarse a señalar las más importantes conspiraciones de extrema derecha durante casi cinco años contra el régimen republicano. Hemos podido ver que esa extrema derecha preconizó siempre el empleo de la violencia y lo utilizó en cuanto le fue posible; que utilizó igualmente las técnicas de penetración para intentar golpes de Estado, desechando, por el contrario, toda eventualidad de apoyarse en un movimiento de masas; que se trataba de organizaciones totalitarias, con programas totalitarios, en constante relación con el extranjero, del que recibían ayuda financlera y al que, de hecho, facilitaban una intervención en España (todo eso utilizando siempre el adjetivo de «nacional con carácter excluyente frente al adversario politico); que esa extrema derecha, que desde abril de 1931 niega la convivencia, tiene muchas más raíces en los propietarios agrarios que en los medios análogos urbanos; que suele servirse de la religión como «doctrina de justificación», aunque a veces ciertos excesos (como el de Castro Albarrán, predicando el derecho a la sublevación) sean menos apreciados en Roma.
En suma, y como sus portavoces mismos lo dijeron, aquella extrema derecha, bastante heteróclita, no tema otra cohesión y fuerza que las que da la negación; la pura y simple negación de la democracia.
Fuente:
Historia 16 Extra III de junio de 1977
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... racion.htm
Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
- ZULU 031
- General de Ejército
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Utiliza un lenguaje no usado en la época que, menciona como "bunker", sin ir más lejos. Expresión acuñada en los últimos años del régimen y en concreto por la izquierda y por supuesto radical, de donde proviene Tuñon.
Por otra parte, se el nota un profundo odio y rencor y no se muy bien de donde procede. Dando una visión extremadamente partidista y pintando a la derecha democrática de entonces, con afirmaciones alejadas de su realidad. Solamente quería el poder y conspiraba continuament con golpes para hacerse con el.
No comenta que la derecha tradicional quedó desorganizada tras la proclamación de la República en los primeros meses del nuevo régimen. La oposición conservadora quedó restringida a las Asociaciones Patronales como la Unión Económica Nacional y el Partido Radical de Lerroux. Este grupo de centro-derecha dirigió la oposición al gobierno en las Cortes. No se echaron al monte como parece dar a entender.
No comenta que se formó un Gobierno Provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora y formado por republicanos de izquierda y derecha, socialistas y nacionalistas. El gobierno debía dirigir el país hasta que unas nuevas Cortes Constituyentes dieran forma al nuevo régimen. Parece muy olvidadizo.
La izquierda revolucionaria no dio tregua al nuevo gobierno. La Confederación Nacional del Trabajo (CNT), con más de un millón de afiliados, siguió la línea extremista marcada por los militantes de la Federación Anarquistas Ibérica (FAI). El minoritario Partido Comunista de España (PCE) se hallaba también instalado en una línea radical, defendida en aquel momento por la Komintern y Stalin.
No habla de el debate en Cortes del Estatuto de Cataluña que provoca un oposición cerrada y democrática en las fuerzas de derecha.
Por otra parte, se el nota un profundo odio y rencor y no se muy bien de donde procede. Dando una visión extremadamente partidista y pintando a la derecha democrática de entonces, con afirmaciones alejadas de su realidad. Solamente quería el poder y conspiraba continuament con golpes para hacerse con el.
No comenta que la derecha tradicional quedó desorganizada tras la proclamación de la República en los primeros meses del nuevo régimen. La oposición conservadora quedó restringida a las Asociaciones Patronales como la Unión Económica Nacional y el Partido Radical de Lerroux. Este grupo de centro-derecha dirigió la oposición al gobierno en las Cortes. No se echaron al monte como parece dar a entender.
No comenta que se formó un Gobierno Provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora y formado por republicanos de izquierda y derecha, socialistas y nacionalistas. El gobierno debía dirigir el país hasta que unas nuevas Cortes Constituyentes dieran forma al nuevo régimen. Parece muy olvidadizo.
La izquierda revolucionaria no dio tregua al nuevo gobierno. La Confederación Nacional del Trabajo (CNT), con más de un millón de afiliados, siguió la línea extremista marcada por los militantes de la Federación Anarquistas Ibérica (FAI). El minoritario Partido Comunista de España (PCE) se hallaba también instalado en una línea radical, defendida en aquel momento por la Komintern y Stalin.
No habla de el debate en Cortes del Estatuto de Cataluña que provoca un oposición cerrada y democrática en las fuerzas de derecha.
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