Crisis. El Visitante, tercera parte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
He sido un lector silencioso de tu trabajo. Lo encontré de casualidad y desde hace unas semanas vengo atrapado leyéndolo. Considero necesario felicitarte y manifestarte que espero con ansias tu próxima publicación. Atte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Muchas gracias. Saludos
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Crisis. El Visitante, tercera parte
El Nadir no estaba solo. Al recibirse la alerta los tres submarinos más próximos se acercaron para darle apoyo, aunque no les sería fácil interceptar a un veloz crucero. Además la combinada aproó hacia las Feroe por si el avistamiento era preludio de una salida de la Home Fleet, y el almirante Ciliax destacó a la división de cruceros de Regalado.
Mientras el barco español jugaba al gato y al ratón con el crucero ligero Birmingham. En cuanto se alejó el avión de reconocimiento el comandante Lostau cambió su rumbo al sur sureste, como si se dirigiese directamente hacia Irlanda. Era la dirección de huída más improbable y el Birmingham, seguido a su vez por un Condor, pasó a treinta millas por la popa del Nadir sin llegar a verlo. Sin embargo un Catalina volvió a encontrar al corsario español poco antes del atardecer. Otro cambio de rumbo, esta vez al norte y después al este volvieron a salvar al crucero auxiliar, pero por muy poco: el equipo FuMB 7 Timor que se había instalado poco antes de la salida detectó las misiones próximas de un radiotelémetro enemigo. Tras esquivar al barco británico el Nadir cambió al suroeste, en demanda de los cruceros de Regalado.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Menuda juerga la que nos corrimos esa tarde. Por la mañana tuvimos que escuchar por la radio la retransmisión que Fernández de Córdoba y Esquer hizo de la ceremonia de Metz. Nada menos que en directo, todo un alarde porque la señal se enviaba a Madrid y luego se retransmitía al mundo; supongo que nuestros amiguetes de Berlín tenían mucho que ver, porque mis compatriotas voluntad le pondrían mucha pero no me los imaginaba zascandileando con alambres de cobre y lámparas de vacío. Montes animaba la retransmisión —que fue una pesadez, no vayamos a engañarnos— con comentarios sobre el futuro de Europa y el porvenir glorioso de España; yo pensaba que el porvenir glorioso que le deseábamos a ese badulaque era meterlo hasta las orejas en una cochiquera. No hubiésemos estado poco mejor jugando una partidita de mus, o incluso dando un paseo, que para un día que salía bueno y no había que ensayar… Pero el plasta de Montes siguió insistiendo en lo de la ocasión del milenio y no sé qué zarandajas.
La verdad sea dicha, el que gabachos y teutones se diesen las manos o puñaladas se nos daba un ardite; había sido tradición española quedarnos tan panchos mientras ellos cruzaban bofetadas, y si no hubiese sido por el hijo de la Gran Bretaña de Churchill yo seguiría con la vidorra de guarnición y ya hubiese comprado el anillo para la Merchines. A quien más y a quien menos, empezando por un servidor, nos emocionaba más bien poco los tratados e igual nos daba que berlineses y parisinos aclarasen de una vez si se mataban o si se besaban, siempre que antes apiolasen a los herejes y acabasen con tanta murga, que pueden imaginarse las ganas que teníamos de volver a la Patria. Con un poco de suerte, con esa estrellita de más que me había prometido Galera.
A las doce fue el momento álgido y luego empezaron a oírse campanazos por todas partes, como si los gabachos tuviesen que celebrar que sus cordiales enemigos les habían birlado un trozo patrio. Claro que a cambio se quedaron ahítos con Bélgica, pero no es lo mismo, que yo me imaginaba como me quedaría si me quitaban Zaragoza a cambio de Portugal. Pero los franceses debían verlo de otra manera y sacaron botellas de pimple y hasta empezaron a invitar. Eso sí que era una ocasión celestial que no se repetiría en siglos y qué le íbamos a hacer, si eran nuestros aliados teníamos que ayudarles no fuese que con tanto alpiste la pillasen llorona y se acabase la fiesta. Así que nos dedicamos a hacer honor a champanes, borgoñas y burdeos y hasta algún coñac. Incluso Montes se dio al levantamiento de vidrio; viendo como empinaba me fijé en las caras que ponían mis camaradas que eran entre todos los mejores, y empezamos a mezclar su vino con unas gotitas de licor para que le aprovechase mejor. Hubo apuestas a ver quién acertaba con los vasos que necesitaría para acabar a cuatro patas, y he de decir que fue un servidor el que atinó; no voy a decir cuántos fueron, que Montes aun ronda por ahí y no quiero que se chive al coronelucho de mis amores.
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El amanecer trajo otro Catalina. Esta vez, seguido por un hidroavión que podía mantenerse un día entero en el aire y con tantas horas de luz por delante, el Nadir estaba perdido. Cuatro horas después avistó humo en el horizonte y el capitán Lostau se aprestó para un combate sin esperanza. Pero aun estaba fuera del alcance del crucero enemigo cuando también por proa se avistaron mástiles.
Durante la hora siguiente el Nadir intentó protegerse con humaredas y zigzagueó como nunca hubiesen creído posible sus constructores, evitando las andanadas que una y otra vez lo rodeaban y respondiendo —infructuosamente— con sus cañones de 10,2 cm. Solo cuando el Birmingham había disparado dos centenares de proyectiles el Nadir recibió el primer impacto, pero el corsario era un barco grande del que se habían desembarcado tiempos ha los elementos inflamables. El proyectil del quince hizo poco más que un agujero en la banda y agujerear algún mamparo, pero era heraldo de los por llegar. Pero…
El Birmingham tampoco había tenido una navegación tranquila. En Faslane se había librado por poco de las bombas, y para salir al mar tuvo que pasar por un estrecho canal, precedido por un patrullero ya que las minas infestaban los estuarios escoceses. No llevaba escolta ya que la mayor parte de los destructores estaban con lo que quedaba de la Home Fleet o preparados para repeler la inminente invasión; además no tenían ni la autonomía que se necesitaría ni podrían mantener la velocidad en el tempestuoso Atlántico norte. Pero la falta de escolta había estado cerca de ser fatal para el crucero. Apenas había dejado de ver las montañas escocesas cuando tuvo que evadir los torpedos lanzados por tres Do 217; al menos consiguió derribar uno de los bombarderos. Al día siguiente eludió por poco los que le lanzó un submarino, y no acabaron ahí sus problemas con los sumergibles: gracias al radar pudo evitar otros tres, pero el retraso le había impedido cazar al crucero auxiliar. Pero ahora lo tenía a tiro y aunque maniobraba como un loco ya solo le quedaban minutos de vida. Pero…
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Los cruceros pesados eran un tipo de barco con tantas deficiencias que ya pocas marinas los construían; el Seydlitz, que había entrado pocos meses antes en servicio, iba a ser el último del Pacto. Eran hijos bastardos del Tratado de Washington que había hecho nacer buques casi tan caros como los antiguos cruceros de batalla pero aun más vulnerables. Ya antes de la guerra se había ido uno al fondo: el español Baleares (gemelo del Canarias) voló por los aires tras ser alcanzado por dos torpedos republicanos durante el combate de Palos, en 1938. Los dos Baleares ya eran de los últimos en ser construidos, ya que la mayor parte de las marinas se habían pasado a cruceros «ligeros» igual de grandes pero con mejor equilibrio entre potencia de fuego y protección. Incluso japoneses y norteamericanos, los únicos que seguían construyéndolos, habían entendido que era imposible diseñar una unidad equilibrada que desplazase solo las diez mil toneladas especificadas en el Tratado, y sus nuevos cruceros pesados rondaban las quince mil.
Con todo, aunque los cruceros del tipo Washington fuesen caros y vulnerables, tenían una cualidad: la velocidad. Las tres unidades que mandaba el almirante Regalado habían podido superar los treinta nudos a pesar de la mala mar, y tras veinticuatro horas de estrepada primero el Nadir y luego el crucero enemigo aparecieron en la pantalla del radiotelémetro FuMO 302, flamante equipo que acababa de ser instalado sobre la torre de mando del Canarias.
Otra cualidad de los cruceros pesados era el alcance de su artillería, que sobrepasaba a los acorazados de la Gran Guerra. Los cañones de las torres proeles del Canarias y de los dos cruceros italianos se elevaron y abrieron fuego cuando el Birmingham aun estaba a veintiséis mil metros de distancia. Regalado sabía que iba a ser un desperdicio de valiosos proyectiles ya que a esa distancia resultaba casi imposible corregir el tiro, aun suponiendo que las salvas cayesen agrupadas. Algo que no iba a ocurrir, pues las torres italianas estaban mal diseñadas. Los dos cañones estaban en un único montaje, con los tubos muy próximos, disposición que ahorraba peso pero que hacía que las vibraciones de un tubo afectasen al otro. Unido al pobre control de calidad de la munición hacía que la dispersión de las salvas italianas fuese la mayor de las marinas en conflicto. A cambio, el Canarias estaba reputado como uno de los mejores tiradores del Pacto, sobre todo desde que durante el verano anterior se habían sustituido los tubos desgastados de su artillería principal. Ya sin holguras que afectasen a la precisión, y con proyectiles que habían sido comprobados varias veces durante su fabricación, el crucero español volvía a ser el tirador certero de la flota del Pacto. Lástima que el blindaje estuviese casi ausente. Aun así, veintiséis kilómetros de distancia era una distancia excesiva y mejor hubiese sido esperar a que el crucero inglés estuviese más cerca, pero Regalado sabía que al Nadir se le estaba acabando el tiempo.
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Los tres cruceros siguiendo navegando a toda máquina hacia el enemigo que, por su silueta, parecía un crucero moderno. Pero eso no era decir mucho; lo mismo podía tratarse de un pequeño Arethusa que de un Town, que eran cruceros pesados salvo de nombre y que montaban una potente batería de doce piezas de 152 mm. Malos bichos ya que sus cañones doblaban la cadencia de tiro de los de 203 mm y podían tener efectos demoledores sobre los tres cruceros del Pacto cuyo blindaje era de papel de fumar. Idealmente Regalado hubiese intentado librar un combate a larga distancia, donde sus cañones de mayor calibre pudieran darle ventaja, pero en ese caso el Nadir podía darse por perdido. Era necesario dar al enemigo algo en qué pensar, así que siguió navegando directamente hacia el enemigo, a sabiendas de que solo podría emplear la mitad de su artillería y de que en poco tiempo sus cruceros de cristal estarían al alcance de los cañones ingleses.
A causa de la bruma desde el Birmingham no se habían avistado los cruceros enemigos y el primer aviso de su llegada fue el de los piques que rodearon al crucero. Desde el puente el capitán Crane vio con alarma que el enemigo lo había centrado en alcance. No entendía mucho el patrón de las salvas enemigas ya que algunas caían más agrupadas que otras, pero supuso que era un método para centrar el tiro cuanto antes; afortunadamente para los buques de Regalado, Crane no conocía los problemas de los cañones italianos. Por entonces el corsario enemigo, que se divisaba claramente, aun estaba a once mil metros y por tanto la agrupación enemiga estaba bastante más lejos. El Birmingham aun tenía una oportunidad para acabar con él. Pero las salvas seguían cayendo a su alrededor y un proyectil cayó tan cerca de la proa que algunos cascos de metralla la alcanzaron. Entonces se divisó por fin al contrario: eran tres cruceros y los tres disparaban: tres cruceros pesados.
Crane sopesó sus opciones. Se le había ordenado acabar con el crucero auxiliar enemigo siempre que no arriesgase su propia unidad, pero los lores del Almirantazgo no aceptarían una retirada tras disparar unos pocos cañonazos. Como el corsario enemigo ya estaba al alcance de las piezas de cuatro pulgadas el capitán ordenó dirigir el fuego de la batería de seis pulgadas contra el crucero que encabezaba la línea enemiga mientras finiquitaba al auxiliar con los antiaéreos. Los cañones de 102 mm no eran tan potentes como los de 152 mm, pero la cadencia de tiro lo compensaría. El crucero auxiliar enemigo resistiría algún impacto pero ¿podría soportar decenas?
Desde el puente del Canarias Regalado veía al Nadir rodeado de los surtidores de los disparos enemigos, que momentos después empezaron a rodear al Canarias. También apreció que el crucero inglés estaba intentando interponer al Nadir para dificultar el tiro de los barcos del Pacto. Pero la distancia ya se había caído a quince mil metros y ya no sería tan difícil alcanzar el británico. Además navegando directamente contra el contrario facilitaba el tiro en alcance. Previamente ya habían establecido las tácticas a seguir según el enemigo que encontrasen, y el Canarias ordenó a los dos barcos italianos que virasen dos cuartas a babor para sobrepasar al Nadir por su popa y disparar contra el crucero inglés. Mientras el Canarias cayó a estribor para descubrir todas las torres.
Los cruceros italianos quedaron cegados por la cortina de humo que levantaba el Nadir y tuvieron que suspender el fuego. Mientras el Canarias y el Birmingham prosiguieron el duelo mientras disminuía la distancia. Esta todavía favorecía al Canarias, ya que el largo vuelo de los proyectiles anulaba la ventaja británica en cadencia de tiro, al tener que esperar a la caída de las salvas para corregir el tiro. Ambos barcos intentaban centrar el fuego cuanto antes: el Canarias tirando con medias salvas, una corta y otra larga, y el Birmingham respondiendo con tres, cada una con diferentes alcances. Fue el primero en conseguir centrar al Canarias; hubiese sido el momento para zigzaguear para hacer perder la solución de tiro enemiga a costa de la propia, pero Rodríguez González confiaba en sus apuntadores. Aun así el peligro era inminente: las dos salvas británicas siguientes cayeron agrupadas y tan cerca que los surtidores bañaron al crucero pesado. El Birmingham tampoco viraba; era cuestión de segundos que alguno fuese alcanzado. Como así ocurrió.
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Los impactos fueron prácticamente simultáneos. Un proyectil perforante del Birmingham alcanzó la antiestética chimenea del Canarias, pero era semiperforante y las finas planchas no bastaron para que la espoleta se activase. Aun así se desprendieron esquirlas que llovieron sobre la cubierta causando bajas en la antiaérea pero sin afectar a la capacidad combativa del crucero español. Al mismo tiempo un proyectil de español atravesó la chimenea de popa el Birmingham. Tampoco estalló, pero un fragmento al rojo alcanzó al hidroavión Walrus. La práctica habitual era vaciar sus depósitos cuando no se iba a emplear, pero significaba que en lugar de estar llenos de inflamable gasolina, lo estaban de explosivos vapores. El hidro se convirtió en una gran llamarada. Crane ordenó lanzarlo por la borda, y diligentemente los tripulantes activaron la catapulta para que la masa en llamas cayese al mar. Por lo demás, el barco inglés seguía intacto.
El Nadir seguía intentando mantener la distancia con el crucero británico. Aunque los proyectiles caían a su alrededor, el cañón británico de 102 mm adolecía de precisión y el corsario solo fue tocado dos veces. El Nadir respondía a su vez, y aunque sus cañones eran algo mejores que los ingleses (aunque del mismo calibre) al carecer de una dirección de tiro eficaz sus proyectiles también se perdieron.
Hasta entonces el combate había sido parejo, pero el escenario cambió cuando el Trento y el Trieste sobrepasaron la cortina de humo y volvieron a disparar. Crane comprendió que no podría mantener el combate mucho tiempo. El duelo con el crucero español (su silueta era característica) estaba siendo parejo, y el marino inglés ya sabía que el Canarias era un enemigo de cuidado. Tampoco había conseguido causar daños de importancia al corsario, que seguía a toda máquina. Ahora aparecían los otros cruceros pesados con la clara intención de cogerle entre dos fuegos. Si mantenía el combate antes o después recibiría un impacto fatal. Se resignó a abandonar a su presa y viró hacia levante, ocultándose con una cortina de humo. Hasta ahora el objetivo del Birmingham había sido hundir al Nadir; ahora trataría de escapar.
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Regalado vio como el buque enemigo ocultaba su virada con una cortina de humo. Suponiendo que iba a tratar de huir hacia el este, ordenó al comandante Rodríguez que mantuviese un curso paralelo al del enemigo. Así podría disparar con toda la artillería en cuanto los apuntadores volviesen a distinguir al barco inglés, que había sido identificado como un crucero del tipo Town o tal vez Crown Colony. Asimismo ordenó al Trento y al Trieste que hiciesen lo mismo pero por la otra banda, manteniendo la distancia. Teniendo al barco inglés entre dos fuegos, si intentaba virar para conseguir mejor posición contra una de las divisiones se pondría en mala posición respecto de la otra. Pero El Trento y el Trieste mantuvieron el curso como si no hubiesen recibido la orden. Regalado vio con fastidio como se alejaban sin que respondiesen a las órdenes por radio o con el telégrafo óptico. Los dos cruceros pesados seguían disparando pero imprecisamente.
El almirante sabía que a esas distancias el fuego italiano era inefectivo, por lo que la persecución se convertía en un duelo entre el crucero británico y el Canarias en el que el barco español estaba en desventaja. Regalado no podía olvidar que era el mejor buque que le quedaba a la Armada Española y como su gemelo Baleares había volado por los aires, así que decidió unirse al Trento y al Trieste. Ordenó al comandante Rodríguez González que virase al nordeste, lo que además cruzaría la popa del buque enemigo dándole una excelente solución de tiro. En cuanto el viento disipó la cortina de humo el Canarias volvió a disparar.
La distancia era de solo nueve mil metros y ya con la primera andanada un proyectil alcanzó de nuevo la chimenea popel del Birmingham, abriéndola como si fuese una lata. El inglés respondió con sus torres de popa y un proyectil estalló en el castillo del barco español, pero momentos después la torre Y del barco británico se atoró cuando un cañonazo del Canarias alcanzó su barbeta. Ahora el Birmingham estaba en franca inferioridad no solo táctica sino también en armamento. Si viraba para descubrir las torres de proa se exponía a ser atrapado por los otros dos cruceros pesados, que por fin habían virado y disparaban furiosamente aunque sin puntería. Crane empezó a zigzaguear para esquivar los proyectiles, mientras intentaba poner la mayor distancia antes de que algún impacto desafortunado alcanzase algún órgano vital. Aun así el crucero fue alcanzado otras tres veces más. Un proyectil perforó el techo de la ya dañada torre Y estallando en su interior; afortunadamente ya había sido evacuada. Otro explotó en la catapulta y un tercero lo hizo en la línea de flotación, causando una inundación que pudo ser contenida antes de que afectase a las salas de máquinas.
Por desgracia para Regalado el fallo de los barcos italianos que había obligado a la maniobra del Canarias había permitido que el enemigo se distanciase. Los tres cruceros siguieron disparando, rodeando de surtidores al crucero inglés pero aparentemente sin tocarlo. Por entonces el alcance era de diecinueve mil metros y a ese ritmo iban a vaciar sus pañoles con mínimas probabilidades de alcanzar al contrario. Regalado se resignó a perder a su presa y ordenó que el fuego cesase. Durante tres horas más mantuvo la persecución, esperando a ver si el enemigo había sufrido algún daño que finalmente le hiciese perder velocidad, pero al ver que el crucero británico seguía a toda máquina decidió suspender la caza y reincorporarse a la flota combinada.
En el Nadir se tapaban con tableros y cuñas los orificios de la metralla mientras que orgullosamente volvía su posición de patrulla.
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Que no se diga que critico a los del Siglo de Oro mientras yo no me aplico el cuento; va nueva entrega.
Alphonse guio a diez hombres hasta el centro de la ciudad. Eran cuatro rusos y seis franceses, y llevaban las ropas propias de los trabajadores que atestaban las calles, aprovechando que muchos vecinos y más de un gendarme enarbolaban botellas de vino. Recorrieron las calles como si fuesen alegres jaraneros, hasta que pasaron ante la puerta de una casa que no tenía nada de especial; solo tras comprobar que no hubiese mirones Alphonse dio paso a los nuevos invitados.
Momentos después salió a buscar otro grupo. Aunque no era lo previsto, la fiesta que llenaba las calles era ideal para introducir a los comandos ante las barbas de la Gendarmería. Esa misma noche estarían todos en la casa. La hora se acercaba.
Alphonse guio a diez hombres hasta el centro de la ciudad. Eran cuatro rusos y seis franceses, y llevaban las ropas propias de los trabajadores que atestaban las calles, aprovechando que muchos vecinos y más de un gendarme enarbolaban botellas de vino. Recorrieron las calles como si fuesen alegres jaraneros, hasta que pasaron ante la puerta de una casa que no tenía nada de especial; solo tras comprobar que no hubiese mirones Alphonse dio paso a los nuevos invitados.
Momentos después salió a buscar otro grupo. Aunque no era lo previsto, la fiesta que llenaba las calles era ideal para introducir a los comandos ante las barbas de la Gendarmería. Esa misma noche estarían todos en la casa. La hora se acercaba.
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La batalla que se estaba librando en el Atlántico se extendía a las costas británicas. Las fuerzas aéreas del Pacto estaban empleando todo lo que tenía alas para culminar el bloqueo. Los bombarderos italianos siguieron cebándose en las costas meridional y oriental de Inglaterra, lanzando sobre los puestos toneladas de bombas sin encontrar otra oposición que la antiaérea. El Armée de l’Air estaba devolviendo las incursiones que por las noches la RAF estaba realizando contra las ciudades francesas, y enviaba a sus bombarderos más modernos a castigar los puertos británicos. Los vecinos de los puertos del canal de Bristol, del estuario del Támesis o del Solent ya conocían el distintivo sonido de los motores de los LeO 452 que casi diariamente les visitaban tras el ocaso. Los bombarderos más modernos de la Luftwaffe tomaron como objetivo los puertos y astilleros del norte, repitiendo los ataques nocturnos sobre Glasgow, el Tyne y el Humber. Al mismo tiempo los menos capaces Dornier 17 y Heinkel 111 volvieron a las Midlands y a los suburbios de Londres, a castigar las industrias que quedaban.
El bloqueo extendió al interior. Las escuadrillas de cazas sobrevolaban el centro y el sur de Inglaterra; al no encontrar oposición aérea, dirigían su atención a las comunicaciones ametrallando trenes y cualquier vehículo que encontrasen en las carreteras. Los cazabombarderos sembraron minas en los canales y atacaron puentes, pero la mayor parte de sus misiones fueron en las costas. Patrullas de cazabombarderos las recorrían buscando cualquier cosa que flotase. No importaba que fuesen mercantes grandes, pequeños o de cabotaje, pesqueros o incluso veleros. Si el objetivo era valioso atraía a los torpederos alemanes o italianos; si se trataba de una embarcación ligera, se encargaban los cazabombarderos Bf 110, Potez 670 o MB.175.
Casi la tercera parte de los explosivos lanzados eran minas, que iban de pequeñas bombetas destinadas a dificultar la reconstrucción a grandes artefactos capaces de herir a un acorazado. Con ellos se sembraban los accesos a los puertos y las bocanas de los ríos navegables. La amenaza de las minas era tal que casi la tercera parte de la flota pesquera había tenido que dedicarse a la limpieza de los canales navegables. Ayunos de medios adecuados, los pescadores tendían redes entre las embarcaciones para barrer los fondos, rezando para que las explosiones se produjesen lejos de sus frágiles embarcaciones. Para su desgracia parte de los artefactos habían sido diseñados expresamente contra los dragaminas, y los marineros se acostumbraron a permanecer en las cubiertas llevando salvavidas y trajes de protección contra el frío para así tener alguna oportunidad de escapar; menos suerte corrían los fogoneros de las barcas que seguían empleando carbón. Además las minas no eran el único peligro para los pesqueros, pues los cazas enemigos se cebaban en ellos aprovechando que como mucho disponían de alguna ametralladora antiaérea.
Además de intensas las operaciones resultaron costosas. La RAF volvió a los cielos y sobre las costas se produjeron grandes batallas aéreas cuando los Bf 109 y Fw 190 intentaban proteger a bombarderos y cazabombarderos. Aunque las bases de los cazas nocturnos ingleses eran atacadas una y otra vez, consiguieron hacer que Glasgow se convirtiese en un objetivo temido. Incluso la antiaérea perfeccionó sus procedimientos y no parecía faltarle municiones. Aun así, vuelta a vuelta se fue cerrando el dogal que estrangulaba a los británicos.
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De Globalpedia, la Enciclopedia Total.
El «Convoy panic»
Se llamó «convoy panic» a la caída del mercado de valores de la Bolsa de Nueva York desencadenada por el ataque al convoy HX-174 y que marcó el comienzo de la crisis bursátil y monetaria que desde 1942 afectó a los Estados Unidos.
Antecedentes
La economía británica no estaba preparada para la Guerra de Supremacía. Había sido una de las más afectadas por la Gran Depresión, en parte por su estrecha relación con la norteamericana pero también por la adhesión al patrón oro (decisión de Churchill en su periodo de Lord del Tesoro) que solo había conseguido encarecer los productos ingleses. En 1931 la libra abandonó el patrón oro y se devaluó, pero era tarde para reconquistar los mercados perdidos. A finales de los treinta se produjo una tímida recuperación basada casi exclusivamente en el consumo interno y las exportaciones a las colonias. Mientras que en la Gran Guerra el Reino Unido era capaz de financiar sus gastos de guerra, los de Italia y dos tercios de los de Francia y Rusia, en 1939 apenas era capaz de atender a sus propias necesidades, y era insuficiente para atender a la guerra global que Alemania emprendió en la segunda mitad de 1940.
Para solventar sus carencias Inglaterra tuvo que hacer grandes adquisiciones de armas y de materias primas y al no haber reservas suficientes tuvieron que hacerse a crédito. El endeudamiento amenazó a la cotización de la libra y a la capacidad para adquirir las materias primas necesarias para mantener el esfuerzo bélico, pero el presidente Roosevelt tomó una decisión en ese momento desapercibida pero de trascendencia similar a la Ley de Préstamo y Arriendo: en 1940 la Reserva Federal norteamericana y el Tesoro británico llegaron a un acuerdo que imponía un tipo de cambio fijo entre la libra esterlina y el dólar. Como las reservas británicas de metales preciosos, aunque grandes, no bastaban para sostener el valor de la libra (ni siquiera tras la apropiación del oro belga y francés que había sido evacuado a Canadá), pasó a ser la economía norteamericana la que sostenía el valor de la libra. Sin embargo Estados Unidos se estaba recuperando del repunte de 1937 de la Gran Depresión, y el crecimiento era sobre todo gracias a los pedidos militares, en buena parte destinados a Gran Bretaña y camuflados como cesiones por la Ley de Préstamo y Arriendo. Así se inició un círculo vicioso ya que la libra se apoyaba en el dólar, que a su vez se sostenía por los encargos ingleses.
Para conseguir más fondos el tesoro británico tuvo que emitir bonos pagaderos a treinta años. Los bonos británicos siempre se habían considerado un valor seguro, y la protección del cambio fijo permitía endeudarse sin temor a afectar a la cotización de la libra. Pero en pocos meses se captó prácticamente todo el ahorro británico bien por compras de los ciudadanos o de los bancos, y las sucesivas derrotas hicieron que los bonos se cotizasen a la baja en los pocos mercados internacionales que seguían abiertos. Como la depreciación de los bonos podía afectar a la libra y por tanto al dólar, a partir de 1941 la Reserva Federal norteamericana se vio obligada a adquirir grandes cantidades de deuda inglesa.
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El desfavorable curso del conflicto empeoró las dificultades económicas que sufría el tesoro británico: la pérdida de Oriente medio obligó a adquirir petróleo en México, Venezuela y las Indias Orientales Holandesas, y cuando arreció la campaña submarina al gobierno tuvo que cubrir las primas de riesgo de guerra y a soportar las pérdidas de Lloyd’s, ya que su reserva no bastaba para cubrir las pérdidas de los sindicatos participantes. Al no conseguir financiarse mediante bonos el gobierno de Churchill decidió aumentar la masa monetaria, es decir, se dispuso fabricar dinero. Era un socorrido método de financiación pero peligroso ya que el aumento del dinero circulante producía una inflación que acababa con cualquier beneficio que pudiera obtenerse, y al socavar la confianza en la bodega podía llevar a una hiperinflación como la sufrida por Alemania en la inmediata posguerra. Pero Londres confiaba que el cambio fijo protegiese a la libra de cualquier maniobra arriesgada.
Se necesitaban fondos en tal cantidad que imprimir billetes no era práctico y Londres obtuvo el dinero actuando sobre el mercado interbancario. Se trataba de una vieja argucia: si dos bancos se prestaban cantidades entre sí, ambas entidades pasaban a tener además del dinero original un pagaré del otro banco que podía usarse para adquirir bienes y servicios, y que incluso podía volverse a prestar: en un solo paso se había duplicado el dinero. Sin embargo el sistema solo se sostenía mientras se siguiesen aceptando los pagarés, y si alguna entidad tenía problemas podían producirse quiebras en cadena. Fue un suceso frecuente durante el siglo XIX y por eso los gobiernos controlaban férreamente el mercado interbancario, imponiendo tasas y límites a las cantidades que podían prestarse. A principios de 1941 el tesoro británico aflojó las riendas para aumentar la masa monetaria, y emitió aun más deuda que fue adquirida por las entidades bancarias británicas, bien con sus propios fondos o con los pagarés. Londres empleó ese dinero ficticio para abonar los intereses de la deuda externa y poder seguir solicitando más créditos. En círculos bancarios norteamericanos el sistema fue apodado «la imprenta de libras de Churchill». El sistema era en realidad una enorme estafa piramidal que solo se sostenía en dos pilares: en la cotización de la libra y en la esperanza de que Inglaterra pudiese pagar sus deudas. Pero para desgracia de los inversores, eran cimientos de arena.
En condiciones normales el aumento de la masa monetaria hubiese llevado a la devaluación de la libra o incluso a la hiperinflación, pero la cotización fija permitió que Londres siguieses financiándose consiguiendo dólares reales a cambio de libras de humo. La economía norteamericana no era tan grande como para soportar indefinidamente ese flujo monetario y el secretario del tesoro norteamericano Henry Morgenthau solicitó la revisión del acuerdo cambiario, pero el presidente se negó ya que mantener el tipo de cambio era de las pocas formas que tenía de auxiliar a los ingleses cuando estaba arreciando la crisis irlandesa. Además los bancos norteamericanos estaban tan comprometidos con la deuda británica que una devaluación de la libra podría afectar a su viabilidad.
El otro pilar era la esperanza de que Inglaterra ganase la guerra o al menos lograse unas tablas que permitiesen que el imperio sobreviviese. Victoria o empate, los Estados Unidos saldrían ganando ya que el Imperio Británico se convertiría en su títere económico. Aunque las catastróficas derrotas que a lo largo de 1941 sufrieron los ingleses hubiesen debido hacer reflexionar a los inversores, estos prefirieron pensar que si los ingleses no podían vencer solos sería Estados Unidos quien intervendría para aplastar a los alemanes y sus aliados, como en 1918. Sin embargo Roosevelt estaba encontrando aun más dificultades que Wilson un cuarto de siglo antes. El amargo recuerdo de la anterior guerra había hecho que los norteamericanos volviesen al aislacionismo. Además tras los cambios políticos en Alemania y el asunto irlandés muchos ciudadanos empezaron a pensar que la guerra ya no era por la democracia sino por mantener el imperio colonial inglés.
Casi la única esperanza de Roosevelt y de Churchill estaba en Japón. El presidente llegó a decir a sus allegados que el futuro británico dependía de que los nipones hiciesen alguna tontería, y fiel a ese principio Roosevelt provocaba a Tokio una y otra vez. Por eso cayó como un jarro de agua fría la noticia del acuerdo de Utrech entre Alemania, Holanda y Japón. El acuerdo anulaba las maniobras norteamericanas ya que las Indias Orientales iban a reabrirse a Japón, que a su vez recibiría un crédito que equivalía a los activos congelados por Estados Unidos. El acuerdo de Utrech fue la última ocasión para que los inversores se retirasen del mercado de valores y bonos, pero pocos supieron leer la escritura en la pared.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Los Freedom Bonds
Los rumores del desencuentro entre Morgenthau y Roosevelt se filtraron a la prensa y el gran público empezó a dudar de la solvencia de los grandes bancos. Su cotización comenzó a declinar, síntoma preocupante en una nación escarmentada por el derrumbe de 1929. Las autoridades (que esta vez incluían a Morgenthau, que había sido llamado al orden por Roosevelt) se apresuraron a declarar que no existía ningún peligro. Aunque algunos ahorradores abandonaron las posiciones peligrosas la mayoría creyó al presidente y la economía siguió dando pasos hacia el precipicio.
Además Inglaterra seguía necesitando más dinero que ya no podía obtener con maniobras financieras, contra las que Roosevelt había advertido. A cambio el presidente autorizó la venta en los Estados Unidos de los «Freedom Bonds», unos bonos emitidos por el gobierno británico cuyo nombre recordaba el de los bonos federales de la anterior guerra. Estaban dirigidos al gran público y tenían condiciones muy atractivas ya que prometían un interés del 7,5% anual. Como Londres precisaba fondos urgentemente la emisión sería adquirida por los bancos norteamericanos con un descuento del 10%, y después se revendería a los ciudadanos.
A principios de 1942 los bancos sabían que las perspectivas británicas no eran halagüeñas, pero prácticamente todos los grupos financieros estaban comprometidos con Londres y no quisieron pensar en lo que ocurriría si Alemania vencía. Como en el cuento del traje nuevo del emperador, nadie se atrevió a decir que Inglaterra estaba desnuda y el programa de los Freedom Bonds siguió adelante. Los bancos adquirieron la emisión y se dispusieron a venderla con el montaje publicitario que era el sello de fábrica estadounidense. Hollywood colaboró con películas como «La gran esperanza», que presentaba a un Napoleón que intentaba conquistar el mundo pero que era derrotado in extremis por Welligton, o «El desierto de sangre» sobre las matanzas alemanas en Namibia durante la revuelta de principios del siglo XX. Hasta hubo películas infantiles que animaban a los niños a invertir sus ahorros; para ellos hubo bonos de un dólar que daban derecho a llevar insignias del superhéroe «Captain Freedom», creado por Timely Comics para la ocasión.
La primera campaña tuvo cierto éxito y fue seguida por otra en febrero, pero por entonces ya se había librado la batalla de Mogador y los bancos empezaron a encontrar dificultades a pesar de una publicidad cada vez más agresiva. Finalmente solo se consiguió vender el 75% de la primera emisión y el 35% de la segunda. Casi la mitad había quedado en manos de los bancos, que vieron con preocupación cómo se incrementaban sus riesgos con Gran Bretaña.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
La campaña del grupo Hearst
El sábado veintiuno de marzo de 1942 se produjo el ataque a Derry y comenzó la batalla del convoy HX-174. Aunque el gobierno británico intentó censurar las noticias la prensa europea publicó fotografías de un crucero de batalla hundiéndose. Londres quiso desmentir a los alemanes declarando que el barco hundido era un crucero auxiliar con algún parecido a un acorazado; fue un error.
El martes los periódicos de William Randolph Hearst (el famoso magnate de prensa, que era hostil a Roosevelt) publicaron exageradas versiones de la batalla llegando a decir que el convoy había sido aniquilado. Utilizaron la fotografía del crucero auxiliar para afirmar que la Royal Navy se había quedado sin barcos y que tenía que usar transatlánticos disfrazados para proteger sus convoyes (algo que era cierto). La edición vespertina publicó un relato del ataque italiano en Derry, con relatos de testigos irlandeses que decían que el norte de Irlanda estaba cubierto por el humo de los barcos ardiendo. Al día siguiente casi todas las páginas de los periódicos del grupo estaban dedicadas a descripciones de los combates navales (en buena parte, figuradas), al avance alemán por el golfo Pérsico, al desembarco en Socotora y la recuperación de Kismayo por los italianos. La impresión que obtenían los lectores era que Gran Bretaña se estaba desmoronando.
Ese mismo día la prensa de Hearst también publicó un editorial en el que se decía que los Freedom Bonds eran una medida desesperada para obtener dinero con el que hacer frente a las enormes cantidades que iban a exigir los armadores de los barcos hundidos en el convoy y en Derry. Asimismo decía que la devaluación de la libra era inminente, con la consiguiente depreciación de los bonos.
Además los periódicos del grupo siguieron acusando a Roosevelt de estar de parte de los británicos sin que lo justificase el interés de la nación o las cuestiones morales, ya que en ese caso debía estar al lado de los oprimidos irlandeses. Afirmaban que si el presidente quería ir a la guerra era para salvaguardar los intereses de unas pocas familias de plutócratas que estaban haciendo su fortuna con la guerra, como los reyes de la industria química Du Pont, los magnates petroleros Rockefeller o los especuladores Mellon. Los periódicos recordaban a los lectores que los Roosevelt eran otra familia adinerada y que el actual presidente jamás se había ganado la vida trabajando. Hearst animaba a los jóvenes estadounidenses a morir por la fortuna de los Getty y para que los ingleses siguiesen tomando gin-tonics atendidos por sumisos sirvientes indios.
Aunque el grupo Hearst era conocido por cómo exageraba y manipulaba las noticias, semejantes editoriales en medio de la campaña de los Freedom Bonds podían hacer fracasar la emisión. Esa misma tarde el presidente volvió a dirigirse a la nación diciendo que los reveses británicos no habían sido excesivamente graves, que la industria naval norteamericana podía reponer lo perdido en pocos días, y que Inglaterra era la primera línea de defensa de los norteamericanos frente a los herederos de Hitler. Pero muchos pensaron que si Roosevelt se había apresurado a desmentir al grupo Hearst, al que normalmente ignoraba, era porque había algo de verdad. Algunos inversores empezaron a dudar de las posibilidades inglesas y de lo que sería de sus ahorros si los británicos perdían la guerra. Pero ya era tarde.
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