Crisis. El Visitante, tercera parte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Introducción
En 1939 la India (que incluye las actuales India, Paquistán y Bangla Desh) llevaba casi dos siglos sometida a los británicos, primero bajo el dominio de la Compañía de las Indias Orientales y después gobernada directamente. La dominación inglesa nunca había sido aceptada por los hindúes, que en 1857 protagonizaron una gran rebelión. Aunque fue sofocada sangrientamente, las ansias de independencia solo se aquietaron temporalmente. Resurgieron a comienzos del siglo XX, cuando el desarrollo económico y la mejora de las comunicaciones permitieron la aparición de una clase media hindú con conciencia nacional y que odiaba la marginación a la que era sometida por los británicos. Los mejores puestos en la administración o en la industria estaban reservados a los europeos, y ni los hindúes más ricos podían acceder a tugurios en los que era aceptado cualquier oficinista inglés. En la India los británicos se comportaban con prepotencia despreciando a los hindúes llamándolos «niggers», negros.
Tras la Gran Guerra arreciaron las protestas, que generalmente fueron pacíficas. La mayor fue la «marcha de la sal», cuando decenas de miles de hindúes, encabezados por Mohandas Gandhi, protestaron contra el monopolio británico evaporando agua de mar. Era un acto prohibido ya que la sal era un bien de primera necesidad para conservar alimentos que estaba sujeta a gravosos impuestos. Más de sesenta mil hindúes fueron detenidos, y aunque los manifestantes no lograron su objetivo demostraron a los británicos que su dominio sobre la India dependía del consentimiento de los hindúes. Consentimiento que estaban perdiendo.
La respuesta británica a las protestas fue brutal. Hubo tímidas reformas, pero los manifestantes fueron reprimidos violentamente y en varias ocasiones el ejército disparó contra las multitudes. Aun así los líderes hindúes dieron prueba de lealtad cuando durante los años treinta apoyaron a los ingleses frente al expansionismo alemán. Sin embargo cuando en 1939 se desencadenó el conflicto el virrey Linlithgow declaró la guerra unilateralmente, sin consultar con la asamblea de la India. Un grave error ya que probablemente el voto hubiese sido favorable, pero al no contar con la asamblea se demostró el nulo respeto que merecían las instituciones hindúes. Los miembros del Partido del Congreso dimitieron en masa como protesta, mientras que los delegados musulmanes mantuvieron el apoyo a los ingleses, signo de la división del país. En lo sucesivo los británicos pudieron apoyarse en los musulmanes, que a pesar de ser minoría habían controlado buena parte de la India hasta la conquista británica, y temían ser sometidos por sus enemigos hinduistas.
A pesar de las protestas del Partido del Congreso y de las tensiones internas la India actuó con una lealtad que los ingleses no merecían: millones de voluntarios acudieron a las oficinas de reclutamiento, y destacados líderes como Gandhi declararon que la lucha por la independencia debía suspenderse durante el conflicto.
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El ejército de la India
El ejército de la India había sido reformado tras el motín de 1857, disminuyendo la recluta de bramines, a los que se acusaba de la rebelión, y reclutando en su lugar castas guerreras como sijs, birmanos o gurjas nepaleses. Aun así los británicos ataron al ejército en corto: lo equiparon con armas obsoletas, no permitieron que hubiese unidades exclusivamente indígenas superiores al batallón (las divisiones hindúes normalmente tenían un batallón europeo por cada dos indígenas), y reservaron las armas técnicas como la artillería a los británicos; solo era hindú la artillería de montaña de pequeño calibre. A principios del siglo XX y al aumentar la tensión internacional se permitió la modernización del ejército, pero seguía siendo considerado una fuerza de segunda clase. Fue empleado en campañas coloniales en Mesopotamia y en África en condiciones infrahumanas, y sufrió muchas bajas debido a las pésimas condiciones sanitarias. Un importante cambio fue que la recluta masiva varió su composición étnica y volvieron a ser mayoría los hindúes.
Al comenzar la Guerra de Supremacía los soldados del ejército de la India se vieron en la misma situación que sus padres en la anterior guerra. Fueron enviados a campañas coloniales en condiciones en poco mejores a las de 1915, solo para sufrir repetidos desastres. Los supervivientes de Mesopotamia relataron la horrorosa retirada, contando versiones exageradas de incidentes como el de Salih, donde un sargento había obligado a los heridos hindúes a desembarcar de un camión para hacer espacio a los británicos.
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La carestía de Gujarat
La proximidad de los ejércitos del Pacto fue el desencadenante de la hambruna que afligió a la costa occidental de la India en la segunda mitad de 1941. Desde 1940 el gobierno colonial había seguido una política de producción forzosa dando prioridad a cultivos textiles destinados a la industria militar. Además en 1940 la sequía había hecho que la cosecha de arroz fuese deficitaria, y en 1941 varios ciclones afectaron a la costa occidental arruinando los cultivos. Aun así la producción fue apenas un 10% inferior a la de otros años, y en algunas zonas de la India, mayor de lo habitual. Sin embargo la demanda se había incrementado por el desplazamiento de miles de trabajadores a las cercanías de Bombay para mejorar las comunicaciones, construir aeródromos y fortificaciones costeras. Además el gobierno colonial estaba acumulando grandes reservas de cereal destinadas a las fuerzas expedicionarias en Kenia y para asegurar la manutención del ejército de la India. Un factor añadido fue que tras la toma de Bab-el-Mandeb y Adén los sumergibles del Pacto emprendieron una campaña en el Índico que dificultó la navegación costera y la llegada del cereal birmano. La consecuencia fue que los precios del arroz se cuadruplicaron.
Las autoridades británicas tanto las de Delhi como las de Londres recibieron repetidas advertencias de lo que estaba ocurriendo sin que reaccionasen, y las pocas ayudas que llegaron a los necesitados lo fueron por iniciativa personal. A principios de 1942 los más desfavorecidos empezaron a pasar hambre, y en marzo empezaron a morir. En los meses siguientes la rebelión hizo que la hambruna se convirtiese en una terrible catástrofe que costó al menos cinco millones de vidas.
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El desastre de Mori y el hundimiento del Orduña
En febrero de 1942 el Pacto de Aquisgrán pasó a la ofensiva en el Índico, avanzando en el sur de Somalia, por el golfo Pérsico y desembarcando en Socotora, una isla casi deshabitada situada entre Somalia y Yemen. Los ingleses intentaron sostenerse a pesar de la superioridad aeronaval enemiga y los barcos que llevaban refuerzos fueron diezmados. El peor desastre se produjo en Mori, en la costa norte de Socotora, cuando un convoy de tropas fue aniquilando pereciendo la mitad de la 17ª división hindú. Dos días después el transporte de tropas SS Orduña fue torpedeado por el submarino francés Le Héros a poca distancia de Bombay, cuando navegaba hacia Dar-el-Salaam. El viejo buque, que había sido botado en 1913, se hundió en pocos minutos llevándose consigo setecientos hombres del 4º regimiento Gurja de la 19ª división. Esos desastres costaron casi tantas vidas al ejército de la India como la campaña de Mesopotamia. Los agitadores propalaron la especie de que los ingleses embarcaban a los soldados hindúes en cascarones herrumbrosos que se hundían como piedras.
El resto de la 19ª división (las brigadas 62ª y 64ª hindúes) estaba estacionado en Bombay esperando su traslado a Kenia. Se trataba de una división formada recientemente con una proporción muy elevada de reclutas. Un tercio de sus fuerzas debía ser británico, pero los batallones de Worcestershire y de Berkshire estaban muy disminuidos, con apenas trescientos hombres cada uno. Mandaba la división el general Scoones, un oficial capaz pero al que no preocupaba por el malestar de sus hombres.
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La masacre del Gowalia Tank Maidan
El 25 de marzo el partido del Congreso convocó manifestaciones por toda la India contra la participación de la India en guerras británicas. En Bombay la protesta fue también contra la hambruna, que ya había causado las primeras muertes en los barrios marginales del norte. En el parque Gowalia se reunió una gran muchedumbre (se ha calculado que estaba compuesta por unas veinte mil personas) para escuchar las arengas de los dirigentes del partido del Congreso.
Aunque la manifestación era pacífica el gobernador de Bombay (Roger Lumley, marqués de Scarborough) temió que degenerase en disturbios y saqueos, y ordenó a los policías del teniente coronel Hobson detener a los oradores y disolver a los manifestantes. Como Hobson dudaba de la lealtad de sus hombres solicitó el auxilio del ejército. El general Scoones envió dos compañías de baluchis (de fe musulmana y poco proclives a confraternizar con los hindúes) al mando del capitán Dyer, un oficial emparentado con el infame autor de la matanza de Amritsar de 1919. Dyer llevó cuatro ametralladoras Vickers y munición adicional. Al llegar a la plaza emplazó sus armas automáticas y anunció que dispararía si la manifestación no se disolvía en diez minutos. El teniente de la policía Pushpa Sankaran intentó razonar con el capitán pero Dyer, que admiraba la «mano dura» de su tío, ordenó a sus hombres que arrestasen al teniente y que abriesen fuego. Las ametralladoras dispararon contra la multitud desarmada, y los que no fueron alcanzados intentando escapar pisoteando a los demás. No se conoce con exactitud el número de víctimas, pero se estiman en unas dos mil entre alcanzados por los proyectiles y aplastados. Los hospitales de la ciudad admitieron a novecientos heridos.
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La huelga general
Tras la matanza el Partido del Congreso descartó cualquier vía pacífica y llamó a una huelga general que paralizó las ciudades de mayoría hinduista. En Bombay los alborotadores atacaron los locales frecuentados por europeos, varios británicos fueron acosados y tres desaparecieron; probablemente fueron asesinados pero sus restos no llegaron a aparecer.
El gobernador Lumley se encontró con que la policía india también se había unido a la huelga general y pidió ayuda al ejército, solicitando que se enviasen fuerzas musulmanas o europeas. El 2º batallón del regimiento galés de la 19ª división, al mando del mayor Huxley, recibió la orden de entrar en la ciudad y reprimir las manifestaciones; sin embargo el mayor consideró que sus hombres no serían suficientes (la unidad, que hubiese debido contar con ochocientos soldados, solo tenía trescientos en filas) y pidió ser reforzado. El 2º batallón Worcestershire fue enviado en su apoyo. A medida que se adentraba en la ciudad los soldados se veían rodeados por multitudes amenazadoras, y Huxley solicitó refuerzos adicionales. Lumley también apremiaba al general Scoones para que enviase más tropas y así hacer una exhibición de poder militar que amedrentase a los nacionalistas. El general Scoones se vio obligado a enviar unidades de mayoría musulmana: el 5º batallón del 10º regimiento Baluchi y el 8º del 12º regimiento de la frontera, de mayoría pastún. Aunque estaban incompletos suponían mil hombres más, y los soldados avanzaron hacia el centro de la ciudad.
Durante su marcha se encontraron con barricadas desde las que se les lanzaban vegetales podridos y excrementos. Los militares respondieron golpeando a los manifestantes, destacando los musulmanes por su brutalidad. Cuando estaban cerca de la estación naval se encontraron con una obstrucción protegida por una multitud entre al que había policías. Cuando un pelotón de pastunes intentó desmontar la obstrucción fue atacado con piedras y tejas desde las azoteas. Los pastunes respondieron disparando contra los pisos altos, otro pelotón entró en un edificio y empezó a lanzar civiles por las ventanas. Los soldados dispararon a los policías que intentaron interponerse, y estos respondieron con sus armas personales. El tiroteo se generalizó y se produjo una nueva desbandada.
Posteriormente Huxley acusó a los manifestantes y a los policías de haber disparado los primeros, pero existen testigos de que los pastunes ya habían cometido tropelías antes de llegar a la estación naval. En todo caso la policía hindú se puso del lado de los manifestantes y los combates se extendieron por la ciudad.
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Hay pequeños cambios en el mensaje anterior. El texto pasa a ser:
Tras la matanza el Partido del Congreso descartó cualquier vía pacífi-ca y llamó a una huelga general que paralizó las ciudades de mayoría hin-duista. En Bombay los alborotadores atacaron los locales frecuentados por europeos, varios británicos fueron acosados y tres desaparecieron; proba-blemente fueron asesinados pero sus restos no llegaron a aparecer.
El gobernador Lumley se encontró con que la policía india también se había unido a la huelga general y pidió ayuda al ejército, solicitando que se enviasen fuerzas musulmanas o europeas. El 2º batallón del regimiento galés de la 19ª división, al mando del mayor Huxley, recibió la orden de entrar en la ciudad y reprimir las manifestaciones; sin embargo el mayor consideró que sus hombres no serían suficientes (la unidad, que hubiese debido contar con ochocientos soldados, solo tenía trescientos en filas) y pidió ser reforzado. El 2º batallón Worcestershire fue enviado en su apoyo. A medida que se adentraba en la ciudad los soldados se veían rodeados por multitudes amenazadoras, y Huxley solicitó refuerzos adicionales. Lumley también apremiaba al general Scoones para que enviase más tropas y así hacer una exhibición de poder militar que amedrentase a los nacionalistas. El general Scoones se vio obligado a enviar unidades de mayoría musulmana: el 5º batallón del 10º regimiento Baluchi, el 8º del 12º regimiento de la frontera, de mayoría pastún, y el 1º del 6º de gurjas. Aunque estaban incompletos suponían mil doscientos hombres más, y los soldados avanzaron hacia el centro de la ciudad.
Durante su marcha se encontraron con barricadas desde las que se les lanzaban vegetales podridos y excrementos. Los militares respondieron golpeando a los manifestantes, destacando los musulmanes por su brutali-dad. Cuando estaban cerca de la estación naval se encontraron con una obstrucción protegida por una multitud entre al que había policías. Cuando un pelotón de pastunes intentó desmontar la obstrucción fue atacado con piedras y tejas desde las azoteas. Los pastunes respondieron disparando contra los pisos altos, otro pelotón entró en un edificio y empezó a lanzar civiles por las ventanas. Los soldados dispararon a los policías que intenta-ron interponerse, y estos respondieron con sus armas personales. El tiroteo se generalizó y se produjo una nueva desbandada.
Posteriormente Huxley acusó a los manifestantes y a los policías de haber disparado los primeros, pero existen testigos de que los pastunes ya habían cometido tropelías antes de llegar a la estación naval. Con todo, poco importó quién había empezado, pues tras el choque de la estación naval la policía hindú se puso del lado de los manifestantes y los combates se extendieron por la ciudad.
Tras la matanza el Partido del Congreso descartó cualquier vía pacífi-ca y llamó a una huelga general que paralizó las ciudades de mayoría hin-duista. En Bombay los alborotadores atacaron los locales frecuentados por europeos, varios británicos fueron acosados y tres desaparecieron; proba-blemente fueron asesinados pero sus restos no llegaron a aparecer.
El gobernador Lumley se encontró con que la policía india también se había unido a la huelga general y pidió ayuda al ejército, solicitando que se enviasen fuerzas musulmanas o europeas. El 2º batallón del regimiento galés de la 19ª división, al mando del mayor Huxley, recibió la orden de entrar en la ciudad y reprimir las manifestaciones; sin embargo el mayor consideró que sus hombres no serían suficientes (la unidad, que hubiese debido contar con ochocientos soldados, solo tenía trescientos en filas) y pidió ser reforzado. El 2º batallón Worcestershire fue enviado en su apoyo. A medida que se adentraba en la ciudad los soldados se veían rodeados por multitudes amenazadoras, y Huxley solicitó refuerzos adicionales. Lumley también apremiaba al general Scoones para que enviase más tropas y así hacer una exhibición de poder militar que amedrentase a los nacionalistas. El general Scoones se vio obligado a enviar unidades de mayoría musulmana: el 5º batallón del 10º regimiento Baluchi, el 8º del 12º regimiento de la frontera, de mayoría pastún, y el 1º del 6º de gurjas. Aunque estaban incompletos suponían mil doscientos hombres más, y los soldados avanzaron hacia el centro de la ciudad.
Durante su marcha se encontraron con barricadas desde las que se les lanzaban vegetales podridos y excrementos. Los militares respondieron golpeando a los manifestantes, destacando los musulmanes por su brutali-dad. Cuando estaban cerca de la estación naval se encontraron con una obstrucción protegida por una multitud entre al que había policías. Cuando un pelotón de pastunes intentó desmontar la obstrucción fue atacado con piedras y tejas desde las azoteas. Los pastunes respondieron disparando contra los pisos altos, otro pelotón entró en un edificio y empezó a lanzar civiles por las ventanas. Los soldados dispararon a los policías que intenta-ron interponerse, y estos respondieron con sus armas personales. El tiroteo se generalizó y se produjo una nueva desbandada.
Posteriormente Huxley acusó a los manifestantes y a los policías de haber disparado los primeros, pero existen testigos de que los pastunes ya habían cometido tropelías antes de llegar a la estación naval. Con todo, poco importó quién había empezado, pues tras el choque de la estación naval la policía hindú se puso del lado de los manifestantes y los combates se extendieron por la ciudad.
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El motín del batallón de Assam
Al haber enviado los batallones europeos y musulmanes al centro de la ciudad en los cuarteles quedaron casi exclusivamente fuerzas nativas. Eran reclutas atemorizados por el desastre del Orduña, que temían el traslado a Kenia, y que habían sido terreno fértil para la propaganda partido del Congreso. La mayor parte de los veteranos eran sijs a los que había ofendido que un Dyer hubiese estado implicado en la matanza.
Cuando se oyeron nuevos disparos los soldados hindúes pidieron a sus oficiales nativos que frenasen a los ingleses. Estos, que simpatizaban con sus tropas, pero querían mantener la disciplina, consiguieron aquietar a los hombres prometiendo que enviarían una delegación para hablar con sus superiores. Mientras Scoones había reunido a los oficiales superiores (que eran británicos) que le informaron del profundo descontento de los hindúes de la división. El general comprendió que se estaba avecinando una crisis, pero las únicas fuerzas fiables que le quedaban eran los artilleros ingleses u los pocos gurjas del 4º de gurjas, que era una formación que había sufrido mucho en Irak y cuyos efectivos apenas llegaban a dos débiles compañías. Fue entonces cuando llegó la delegación hindú a la que Scoones ordenó arrestar por insubordinación, y ordenó a los gurjas a los batallones hindúes. Sin embargo se les adelantó un asistente que corrió a avisarles. La orden de Scoones precipitó los acontecimientos y el primer batallón del regimiento de Assam detuvo a sus oficiales ingleses e izó la bandera del Congreso. Fue seguido por el tercer batallón del 6º Rajputana y por el primero del 15º del Punjab, de mayoría sij. Los gurjas se mantuvieron al margen y los pocos británicos que quedaban en los acuartelamientos fueron apresados sin poder impedir que los rebeldes se apoderasen de la artillería divisionaria. Contrariamente a lo ocurrido en 1857 los prisioneros fueron tratados correctamente salvo Dyer, que fue ahorcado tres días después en el lugar de la matanza.
La rebelión se extendió a las unidades militares situadas en las cercanías. A las cuarenta y ocho horas llegaron las avanzadas de la 23ª división, que tras amotinarse había marchado hacia la ciudad tras dejar atrás a las unidades inglesas y musulmanas. A los sublevados se les unieron miles de voluntarios, muchos de ellos veteranos del ejército, que fueron equipados con las armas de los almacenes de las dos divisiones. Afortunadamente para los rebeldes, en Bombay estaba el prestigioso capitán Alaggapan, un oficial nacionalista al que se le había negado el ascenso a mayor. Fue elegido por sus compañeros para dirigir las operaciones, y tomó el cargo provisional de coronel. Con el apoyo de la artillería las dos divisiones empezaron a presionar a los leales a los británicos, al mismo tiempo que Alaggapan se esforzaba en integrar a los voluntarios en las unidades existentes sin debilitar su estructura; lo que hizo fue crear nuevos batallones empleando como núcleos las compañías de las unidades que se habían amotinado.
Disponiendo de superioridad numérica y mayor potencia de fuego los rebeldes consiguieron expulsar a los británicos de los suburbios, después del centro de la ciudad y finalmente consiguieron tomar la estratégica península de Colaba, donde encontraron grandes almacenes de alimentos; su distribución logró que la población de Bombay se inclinase por los amotinados y que aumentase el flujo de voluntarios. A los cuatro días de iniciarse el motín los ingleses solo resistían en dos puntos. En Malabar Hill el batallón de Gales y los baluchis se había reforzado con personal administrativo, algunos policías y bastantes sijs, gurjas y musulmanes que habían abandonado a los rebeldes. En el puerto el batallón Worcestershire y el de la frontera se habían unido al personal de la base naval. Aunque no tenían una línea tan fácil de defender contaban con el apoyo del crucero Diomede y del cañonero Warrego (de la marina australiana). En el puerto se produjo un corto combate cuando el cañonero Clive izó la bandera de la India; el Diomede acabó con él pero no antes que el cañonero consiguiese dañar las máquinas del añoso crucero.
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La revuelta se extiende
La rebelión se contagió tan rápidamente a las zonas de mayoría hindú que sospechó de la existencia de planes preparados. Sin embargo no se han encontrado pruebas de que hubiese ninguna conjura, y los historiadores se inclinan por pensar que la causa de la cadena de levantamientos que se produjeron los días siguientes fue el profundo malestar que reinaba en la colonia.
La huelga general ya había sumido a buena parte de la colonia en el caos, y cuando llegaron las noticias de Bombay los nacionalistas se sublevaron, detuvieron (o asesinaron) a los funcionarios británicos y sustituyeron a los nativos que no eran afines a su causa. Los rebeldes cortaron las líneas eléctricas, de ferrocarriles, de teléfono y de telégrafo, paralizando la colonia e incomunicando a los ingleses. Ni siquiera eran de fiar los enlaces radiofónicos ya que las emisoras de los alzados interferían con las radios inglesas.
Además, en los tres días siguientes se sublevaron varias unidades del ejército de la India. La que fue clave en la rebelión fue la 29ª división, estacionada cerca de Delhi. Se trataba de otra unidad que se estaba organizando a toda prisa reuniendo supervivientes evacuados de Mesopotamia con voluntarios hindúes. Entre sus mandos había partidarios del Congreso que mantenían contactos con los de la 19ª división, aprovechando que las líneas telefónicas aun funcionaban. Al día siguiente del motín del Assam los oficiales nacionalistas detuvieron a sus jefes británicos y marcharon hacia la capital, que estaba casi desguarnecida. Aun así los británicos consiguieron resistir en el barrio gubernamental reuniendo personal de servicios, policías, voluntarios civiles, el 2º batallón del 6º de gurjas y dos compañías del North Staffordshire. La inexperta 29ª división a pesar de su superioridad no consiguió aplastar a los leales a los ingleses, pero consiguió aislar al mando británico, y sin dirección central los ingleses de la India tardaron en presentar una respuesta coordinada. Posteriormente el general Wavell fue evacuado a Karachi por vía aérea, pero el virrey Linlithgow fue asesinado por un sirviente sij. Su última orden, emitida poco antes del corte de las comunicaciones, fue desarmar a las unidades nativas.
Posteriormente se ha considerado que la orden del virrey fue fatal para los intereses británicos. Buena parte del ejército de la India les seguía siendo fiel, e incluso en las unidades alzadas se habían producido muchas deserciones. Pero retirar las armas a soldados profesionales, muchos de los cuales pertenecían a castas guerreras, fue un insulto que inclinó por los rebeldes a la mayor parte de los sij e incluso a algunos musulmanes. Varias unidades dudosas, como la 26ª división estacionada en Calcuta, se sublevaron cuando recibieron la orden. En un clima de sospecha incluso se disolvió a los gurjas a pesar de su probada lealtad; aunque poco después fueron rearmados, muchos habían abandonado sus unidades que ya no recuperaron la potencia previa al levantamiento.
En las dos semanas siguientes la India enloqueció. Por todas partes había unidades británicas, musulmanas o de gurjas (unos treinta mil ingleses y otros tantos nativos) que intentaban reagruparse y resistir, rodeadas de una masa de insurrectos. Los rebeldes eran mucho más numerosos y se estima que al final de la primera semana disponían de unos doscientos mil hombres, pero estaban mal armados y desorganizados. Solo algunas unidades militares consiguieron mantener la cohesión, especialmente las citadas (la 19ª en Delhi, la 19ª y la 23º en Bombay, y la 26ª en Calcuta). Donde se mantuvo la estructura del ejército los rebeldes consiguieron afirmarse, pero en el resto fueron los organizados leales los que tuvieron ventaja a pesar de su inferioridad numérica. Los líderes locales intentaron crear milicias, pero a pesar de ser numerosas estaban mal armadas y peor entrenadas y no eran enemigo para los británicos y sus aliados. Finalmente los rebeldes se vieron obligados a adoptar una estrategia fabiana, evitando los enfrentamientos pero acosando a las formaciones británicas más grandes y bloqueando a las más pequeñas. Aun así, los ingleses en las zonas de mayoría hindú estaban en situación similar a los soldados de Napoleón en España, que solo controlaban el terreno que pisaban. Especialmente grave fue la situación de la RAF, que tenía buen número de bases muy extensas y con guarniciones débiles. Aunque varias consiguieron resistir, no pudieron evitar la destrucción de sus aviones, y los pocos que pudieron salvar fueron saboteados por los hindúes. La consecuencia fue que los ingleses perdieron el control de los cielos.
Solo tras quince días de enfrentamientos empezaron a establecerse los frentes. Los británicos conservaron las zonas de mayoría musulmana y el sur de la India, gracias al apoyo del nizam de Hyderabad. También se mantenían en multitud de enclaves, pero los más pequeños, que solían estar defendidos por policías y civiles armados, fueron aplastados por los rebeldes. Lamentablemente la rebelión atrapó a miles de civiles europeos. Los líderes del partido del Congreso pidieron a sus seguidores que los respetasen, y muchos oficiales y policías hindúes intentaron protegerles, pero las masas no perdonaron los años de opresión y se repitieron matanzas como las del siglo anterior. También comenzaron las masacres de hinduistas y musulmanes que iban a bañar de sangre el subcontinente.
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Savely no podía quedarse encerrado en su cubil. Dependía de los periódicos para recibir órdenes aunque fuese arriesgado salir a buscarlos. Tuvo que esperar a la noche para escurrirse por la puerta trasera, que había dejado preparada para salir y entrar sin alertar al portero. Después se dirigió a la Hauptbahnhof, uno de esos rincones de Berlín que nunca paraban, y paseó por ella hasta que vio un periódico que alguien había dejado. Vio con disgusto que era del día anterior; iba a tener que buscar otro. Pero primero revisó, por si acaso, los anuncios por palabras. Entonces aferró el papel al leer la inocente oferta de un apartamento: era la orden de actuar.
Intentando mantener la calma se levantó y se dirigió a la salida; pero entonces notó que otros dos hombres también se ponían en pie. Ni lo pensó: echó a correr ignorando los gritos, y tampoco paró al escuchar una bala silbar junto a su oreja. En la puerta empujó a un policía que se estaba volviendo al escuchar el tumulto, y aprovechó el oscurecimiento para escurrirse en las sombras de la calle.
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—No sé si son tontos o si les falta poco —decía Gerard a sus subordinados—. Creo que mis órdenes eran claras: en cuanto viesen al Alto, tiro en la tripa ¿sí o no? También advertí que lo habíamos sacado de su escondrijo y buscaría algún rincón para meterse ¿Es así? —los presentes asintieron—. Pero a esos héroes de pacotilla no les bastaba con cazarlo, que querían atraparlo. Encima esos imbéciles han intentado organizar un seguimiento tan torpe que hubiese alertado a un colegial. Ahora lo hemos perdido otra vez.
—Sabemos que se mueve por la Hauptbahnhof.
—No sabemos nada. Ha podido llegar de cualquier rincón de la ciudad, que es lo que haría yo ¿Pensáis que es tan tonto que habrá ido a la estación de al lado de su guarida? El Alto será muchas cosas, pero tonto no. Como mucho, podemos imaginar que su escondrijo no estará demasiado lejos para que pueda volver a pie, pero eso puede ser ¿media hora? ¿una hora? En una hora puede recorrer medio Berlín. De lo único que estamos seguros es de que no volverá a pisar la estación ¿Qué han dicho los cretinos esos que hacía el Alto?
—Consultaba un periódico.
—Vaya por Dios —dijo Gerard—. Me parece que ese tipo ya tiene sus órdenes.
Un silencio de preocupación se extendió por la sala. Dos días antes Johan había vuelto a contactar con sus agentes para que pusiesen un insulso anuncio en la prensa. Obviamente, era una señal, y el Alto la había recibido.
—Habrá que volver a empezar de cero —dijo Gerard— ¿Sabemos algo del apartamento de ese tal Felix?
—No mucho. Ni una nota, ni anotaciones, ni objetos personales. Nada de nada. Cuando vi lo sucio que estaba pensamos que el Alto habría olvidado algo, pero al final no era más que serrín y un par de clavos doblados.
Gerard pensó un momento antes de preguntar— ¿Serrín dices?
—Sí, como si alguien hubiese estado trabajando con maderas. También encontramos un serrucho, un martillo y algunos recortes de madera.
—¿Qué tipo de madera?
—Paneles de mala calidad. Como los que se usan para las ventanas… —el subdirector calló.
—¡Ya sabemos qué ha estado haciendo ese tipo! Se movía disfrazado como si fuese un carpintero de los que reparan ventanas rotas. Ya os podéis imaginar lo que hay que hacer. Empezad desde la Hauptbahnhof y donde veáis paneles puestos recientemente, interrogad a los porteros. Así pillaremos al Alto.
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Capítulo 41
No está obligado por haber sido conquistado por otro, es decir, por haber sido derrotado y tomado, o forzado a ponerse en fuga, sino porque se entrega y se somete al vencedor.
Thomas Hobbes
Tras abrir las válvulas el agua llenó el dique seco hasta el nivel de la pleamar. Después se abrió la compuerta y dos máquinas de arsenal ayudaron a salir al viejo acorazado. En la sala del timón los operarios seguían trabajando, y lo harían hasta que el blindado saliese al mar; pero los trabajadores del arsenal habían logrado un milagro al reconstruir el timón del Barham en cinco días y no en cuatro meses.
Edmund Craig, ingeniero jefe del astillero Fairfield, sabía que la suerte les había acompañado. En una primera inspección parecía que el mecanismo del timón había quedado completamente destruido, pero después se vio que de la bomba alemana había arrancado un mamparo que cayó sobre el mecanismo, protegiéndolo. El sistema hidráulico estaba seriamente dañado, pero se pudo sustituir por el del portaaviones Implacable cuya construcción estaba detenida. Para acceder hasta la sala hubo que cortar varias cubiertas incluyendo la de protección, y unir los viejos timones con la nueva máquina había requerido unas chapuzas que hubiesen significado un suspenso fulminante en Strathclyde. Craig desconfiaba no ya de que el engendro funcionase sino incluso de la estanqueidad de la popa, ya que la bomba había debilitado el casco del Barham. Los boquetes peores habían sido tapados con planchas de acero dulce remachadas, pero las planchas deformadas seguían dejando que se filtrase. Las bombas iban a tener que trabajar a pleno rendimiento para impedir que la sala de los timones se inundase. Como Craig tampoco confiaba en el sistema hidráulico y recomendó al capitán Cooke que intentase no forzar los timones.
Una vez en la ría los remolcadores ayudaron al viejo acorazado hasta que llegó a aguas más abiertas; entonces se dirigió a Faslane, donde se estaba reuniendo la Home Fleet.
Cuando el Barham abandonó el fondeadero Craig se dirigió hacia lo que quedaba de su oficina, esquivando los montones de escombros que alfombraban las instalaciones. Para evitar la maraña de hierros en que se había convertido una grúa cruzó unos jardines, sin ver la bombeta SD-2 que estaba enganchada en una rama.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Desde que la flota combinada estaba bloqueando Gran Bretaña las reuniones del gabinete eran electrizantes. Era una operación naval mucho más arriesgada que la que llevó a la batalla de Mogador; al fin de cuentas, entonces contábamos con el auxilio de nuestra aviación terrestre y la flota podía refugiarse en cualquier puerto, pero ahora estábamos realizando una operación exclusivamente naval, en medio del océano y no podíamos olvidar la veteranía enemiga en el mar.
A la reunión acudió el grossadmiral Marschall que explicó nuestros planes.
—Estamos intentando aprovechar la ventaja que tenemos tras la gran victoria del mes pasado. Por primera vez en siglos los ingleses son inferiores en el mar. Sus islas dependen de los recursos que les en barco y ahora nuestra flota va a hacerles conocer el hambre.
Curiosamente fue el mariscal Von Manstein el primero en discrepar.
—Perdone, almirante, porque ya sé que es una cuestión que debatimos hace unos días, pero le agradecería que nos explicase otra vez por qué ha preferido esa operación y no otras más resolutivas. Por ejemplo, un desembarco en sus costas.
—Eric, yo me estaba preguntando lo mismo —dijo Von Papen— ¿por qué no desembarcar nuestros pánzer en alguna playa y acabar de una vez? No creo que su ejército pueda resistir a nuestros tanques y menos con el apoyo de la Luftwaffe y de los cañones de la Kriegsmarine.
El mariscal dejó que fuese el almirante el que contestase. Por su expresión vi que la cuestión había sido retórica y que Marschall tenía argumentos sobrados.
—Ministro, lo que usted dice ya se planteó en esta misma sala hará un año y medio y la respuesta tendrá que ser la misma. Entonces la marina británica dominaba los mares. Ya no lo hace, pero nuestra superioridad aun no es la que desearíamos. Ni tenemos capacidad para desembarcar nuestro ejército en Inglaterra ni para apoyarlo y ni siquiera para asegurar que no quede aislado. Tampoco es el mejor momento.
—Explíquese, almirante —intervino Von Papen—. Yo creía que a estas alturas no sería tan difícil. A fin de cuentas, si podemos cruzar ríos como el Sena o el Nilo ¿Cómo no vamos a hacerlo con unos pocos kilómetros de mar?
—Ministro, usted dice lo mismo que el mariscal Keitel hará año y pico y tendrá la misma respuesta. Un río no es el mar. En un río podemos aislar un sector con artillería y aviación y cruzar hasta con medios de fortuna. Pasar el Canal es una navegación de altura que requiere buques especiales.
—¿Buques especiales para treinta kilómetros? Si hay quien lo ha cruzado nadando.
Von Manstein se estaba impacientando, como siempre que Von Papen se salía de su redil—. Franz, no son treinta kilómetros sino muchos más. El Canal solo tiene esa anchura en Dover, por donde no podemos cruzar, salvo que quieras ver una repetición de Galípoli. Los ingleses llevan casi dos años cavando trincheras y construyendo fortificaciones. Tú tienes experiencia de la Gran Guerra ¿Enviarías a tus hombres contra las ametralladoras enemigas? —Preguntó el mariscal a sabiendas de que Von Papen había ordenado precisamente eso, con los resultados esperables para los desgraciados que tuvo a sus órdenes—. Pues en Dover sería igual o peor. Además el almirante tiene otras objeciones.
—Así es, mariscal. En las cercanías de Dover parte de las costas son abruptas y no son aptas para un asalto. Eso simplifica el problema para los ingleses, que solo han tenido que fortificar unos cuantos kilómetros de playa que han erizado de cañones. Si queremos tener alguna oportunidad tendríamos que desembarcar en el extremo occidental del canal o en la costa este. No es que sean lugares ideales, ya que en esa zona del Canal de la Mancha el litoral es aun más abrupto y las playas no son amplias. La costa este es baja y pantanosa, salvo en algunos sectores que también están densamente fortificados. Además si el clima en el Canal de la Mancha es malo, en el mar del Norte es pésimo, y les recuerdo el mal tiempo que estamos soportando —mientras decía eso el aguanieve azotaba los cristales de la sala—. En todo caso la flota de invasión tendría que recorrer ciento cincuenta o doscientos kilómetros, y necesitaría al menos un día completo de navegación para cruzar el Canal…
—¿Tan lentos son nuestros barcos que necesitan un día para esa distancia? Hasta un velero puede cruzar en las horas de luz.
—Ministro Von Papen, debe tener en cuenta que las embarcaciones tienen que salir de muchos puertos que están en profundos estuarios y después reunirse. Además me permito recordarle que se trata de aguas famosas por sus temporales, capaces de tragarse navíos de gran porte. Incluso en verano se producen tormentas peligrosas. Puede ocurrir que desembarquemos y al día siguiente tengamos que soportar un temporal como no se imagina. Pero no es el único problema con el que nos encontramos. Aunque la industria se está esforzando en proveernos de los medios que necesitamos —todos miraron a Speer, que asintió—en este momento apenas tenemos capacidad para llevar a una división al otro lado. Como mucho dos si empleamos barcazas que apenas podrán mantener los tres o cuatro nudos, es decir, poco más que un hombre andando, y que será mejor que no se enfrenten a una tormenta. Les repito que este año el tiempo está siendo muy malo, y las previsiones no son buenas.
—Me parece que olvida a los paracaidistas —insistió Von Papen—. Además, si se tienen medios para dos divisiones, pues se cruza con dos divisiones. Ya enviaremos las demás.
—Franz —contestó Von Manstein—, atacar con medios insuficientes es la mejor manera de salir trasquilados. Aun suponiendo que pillemos borrachos a los ingleses, con tan pocas fuerzas apenas lograríamos hacernos con una estrecha cabeza de playa de la que no sería fácil salir. Además está la cuestión de los suministros ¿No es así, almirante?
—Así es. Sería un problema doble. Desembarcar suministros en una playa es un método ineficiente y lento que requiere buen tiempo. La única manera de llevar provisiones y refuerzos en cantidad es capturar un puerto, algo que me parece improbable ya que están bien defendidos y preparados para su demolición. Tras la experiencia de Alejandría creo que necesitaríamos semanas para despejarlo. Además está su flota.
—¿No decía que tenemos superioridad naval?
—Superioridad relativa. En este momento y siendo optimistas, de tres a dos. Solo tenemos seis acorazados en el Atlántico, y tres son viejas unidades modernizadas. Bastaría cualquier revés, un submarino que se escurra o un campo de minas sin marcar para que nos despidamos de la superioridad, como ya pasó en Larache el año pasado. Yo recomendaría no meter nuestra flota en el Canal, al menos hasta que tengamos un dominio completo de esas aguas y las hayamos limpiado de artefactos.
—Ya veo —dijo Von Papen—. Usted se niega a decidir la guerra y nosotros aceptamos sus sugerencias ¿Y si le diésemos una orden? Supongo que en la marina saben cumplirlas.
El ministro de Exteriores se había pasado. Speer ponía cara de disgusto y las facciones de Von Manstein habían adoptado un tono entre bermellón y grana. Conociéndolo me imaginé el esfuerzo que tuvo que hacer para contestar con educación.
—Ministro, yo no le digo como organizar sus embajadas —todos notamos que el mariscal había abandonado las familiaridades—. Espero que usted me deje dirigir nuestras fuerzas armadas. No dudo que el almirante Marschall obedecería esa orden, pero no seré yo quien se la dé. Confío en su juicio y no creo que haya nadie en esta sala que tenga motivos para no hacerlo.
—Franz, Eric tiene razón —intervino Speer, intentando disminuir la tensión. Si el almirante dice que meter la flota en el Canal es demasiado peligroso tendremos que aceptar su criterio. Supongo que sin acorazados la flota de invasión quedaría indefensa.
—No del todo, canciller. La marina italiana tiene bastantes cruceros y destructores. Además los británicos se encontrarían en el Canal con los mismos problemas que nosotros. Aun así, recuerden que en los enfrentamientos nocturnos que hemos tenido con los ingleses siempre hemos salido malparados. Hay que reconocer que están mejor preparados. Estamos entrenando continuamente, pero ellos estarán haciéndolo también.
—Por tanto y según su criterio, será imposible cualquier tipo de desembarco.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
El otro día los duendes se comieron parte del texto. Sigue así:
El almirante miró a Von Manstein, que asintió imperceptiblemente.
—Canciller, en las reuniones previas el mariscal me señaló que tenemos que mantener la presión sobre las costas enemigas o los ingleses emplearán su ejército para seguir depredando las colonias de nuestros aliados. Estamos estudiando lanzar un ataque con algún objetivo limitado. Podrían ser las Hébridas, es decir, las islas más cercanas a Noruega, la isla de Wight en el Canal, o incluso Cornualles. Pero no será ahora. Tengo que repetirles que estamos en marzo y que este invierno está siendo muy duro. Habrá que esperar por lo menos un par de meses.
—Además para entonces tendremos disponible otra división paracaidista y más medios anfibios —dijo Von Manstein—. Pero me pareció que dar meses de respiro a los ingleses era peligroso, y lo mismo opinaba el almirante. Quedaban pocas alternativas entonces. Una era atacar algún objetivo alejado, como las Bermudas o las Bahamas, a pesar del riesgo de molestar a los americanos, o tal vez Cabo Verde. Pero son operaciones excéntricas y los ingleses podrían ignorar nuestros movimientos y aprovechar ese tiempo para recuperarse. El almirante me ha convencido de que la mejor manera de emplear sus barcos era bloqueando al enemigo y acabando con sus convoyes, como hizo Lütjens el otro día. Si intentan defenderlos tendrán que enfrentarse con nuestra flota, y entonces seremos nosotros los que marquemos las condiciones.
Todos asintieron. Menos el general Schellenberg, que no había abierto la boca en toda la reunión.
El almirante miró a Von Manstein, que asintió imperceptiblemente.
—Canciller, en las reuniones previas el mariscal me señaló que tenemos que mantener la presión sobre las costas enemigas o los ingleses emplearán su ejército para seguir depredando las colonias de nuestros aliados. Estamos estudiando lanzar un ataque con algún objetivo limitado. Podrían ser las Hébridas, es decir, las islas más cercanas a Noruega, la isla de Wight en el Canal, o incluso Cornualles. Pero no será ahora. Tengo que repetirles que estamos en marzo y que este invierno está siendo muy duro. Habrá que esperar por lo menos un par de meses.
—Además para entonces tendremos disponible otra división paracaidista y más medios anfibios —dijo Von Manstein—. Pero me pareció que dar meses de respiro a los ingleses era peligroso, y lo mismo opinaba el almirante. Quedaban pocas alternativas entonces. Una era atacar algún objetivo alejado, como las Bermudas o las Bahamas, a pesar del riesgo de molestar a los americanos, o tal vez Cabo Verde. Pero son operaciones excéntricas y los ingleses podrían ignorar nuestros movimientos y aprovechar ese tiempo para recuperarse. El almirante me ha convencido de que la mejor manera de emplear sus barcos era bloqueando al enemigo y acabando con sus convoyes, como hizo Lütjens el otro día. Si intentan defenderlos tendrán que enfrentarse con nuestra flota, y entonces seremos nosotros los que marquemos las condiciones.
Todos asintieron. Menos el general Schellenberg, que no había abierto la boca en toda la reunión.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Al mismo tiempo que el Barham entraba en Belfast, la nueva base de la Home Fleet, en sus astilleros se trabajaba intensamente para alistar al resto de las unidades. El portaaviones de escolta Biter estaba en el muelle rodeado de grúas mientras se trabajaba de noche y día para reparar su cubierta de vuelo. A su lado estaba el Archer, recién llegado de su periplo por el Atlántico sur y con sus motores en regular estado. Mecánicos británicos intentaban reconstruir su compleja transmisión, construyendo las piezas necesarias para no tener que esperar a que llegasen desde los Estados Unidos. Después tendría que iniciar sus pruebas en el mar pues en su corta vida aun no había operado con aviones. Pero el tiempo urgía.
Los dos portaaviones no estaban solos. En la rada habían amarrado cinco barcos MAC, que eran petroleros a los que habían colocado una cu-bierta de vuelo. Los MAC no tenían la velocidad que se necesitaba para operar con la flota, ni la necesitaban, ya que su misión iba a ser actuar como señuelos.
El Ju 86P-2 T5-RM se acercó desde el nordeste. Ese día los cielos mezclaban nubes y claros, pero un hueco dejaba ver la rada y los tripulan-tes alistaron las cámaras. En tierra empezaron a seguir al avión los enormes cañones QF 3.7-inch Mk IV, engendros construidos sustituyendo el ánima de un potente cañón naval para que disparasen proyectiles de menor calibre a cotas mayores. Cuando «Jerry the gossip» empezó a sobrevolar la base las tres piezas de la batería dispararon, pero sus proyectiles estallaron inofensivamente mil metros bajo el aparato germano. Tampoco los dos Spitfire modificados consiguieron alcanzar la cota del Junkers, que tras fotografiar la rada volvió a su base en Aalborg. Los rollos de película fueron llevados al laboratorio de la base, y apenas dos horas después los analistas inspeccionaron las imágenes. Los signos eran evidentes: la Royal Navy se estaba preparando para salir a la mar.
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