Crisis. El Visitante, tercera parte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Sin que sirva de precedente, nueva entrega. Aviso que la siguiente seguramente se retrasará (mucho), así que a disfrutar.
No cabían dudas de que la RAF había elevado sus apuestas; al menos, no las tuvimos aquel siete de mayo.
Nos levantamos cuando las gallinas aun estaban en la piltra, digo en su palo. Los asistentes repartieron jarras de café —del de verdad, un lujo que nunca hubiera esperado en plena guerra—, chuscos de pan y confitura, esa pasta dulce se estila en tierras gabachas. Para mí, donde hubiese choricillos, que se quitasen mermeladas, pero había que llenarse la tripa, y el dulce tampoco casaba tan mal con el café turco. Una vez aposentados y servidos, el comandante Salvador nos fue preparando para lo que se avecinaba.
—Buenos días. Siento ser tan tempranero, pero hoy tenemos que ganarnos la paga. Así que un poco de atención, y ni una gota de pirriaque, que aquí nos conocemos todos.
No sé por qué me miraba. Tal vez por la petaca que llevaba bajo la chaqueta de vuelo, pero que nadie crea que iba a empinar el codo antes de volar; era por si tenía que darme otro chapuzón sorlinguero. Así que puse cara de no haber roto nunca un plato y me apliqué a lo que decía el jefe.
—Con la actividad de estos días, todos os habréis imaginado que a los herejes no les hace gracia que hoyemos sus sacrosantas islas. Ellos pueden agenciarse Gibraltares o Malvinas cuando les viene en gana, pero que nadie les toque los pelendengues. Para mí que los alemanes se lo suponían, y si han ido para allí es para forzarles a asomar la molondra. Ahora bien, la han asomado más de la cuenta, y ahora vienen pidiendo que les echemos una mano para cortarla.
Tras el filosófico prólogo, Salvador nos fue contando de qué iba a ir la tarea.
—Esta vez ya no toca ni tirar bombas ni ametrallar trenes, sino la volatería. Los teutones se van a dedicar a atacar a unos barcos que se vienen desde Escocia, pero temen que los ingleses se venguen con los paracas de las islas. Van a tener Messer patrullando a gran altura, pero a nosotros nos tocará vigilar que nadie se cuele por abajo. Así que haremos turnos sobre las Sorlingas. Me han informado que hay una pista practicable en una que se llama Fresco…
—Tresco, mi comandante.
—Tú lo sabrás, Chiquitín, que has tenido unas vacacioncitas por allí. Ya me ha llegado una carta relatando tus actividades nocturnas. El caso es que en esa isla funciona un pequeño aeródromo, pero solo lo tenemos que emplear en caso de emergencia, porque no les sobra gasofa.
Todavía no había amanecido cuando despegamos. El día no acompañaba y había una capa de nubes a dos mil metros. Nos elevamos poco a poco, para no gastar ni una gota de esencia de más. Vimos multitud de aparatos, pues de toda la costa normanda se elevaban hileras de aviones. Los pobres tenían que atravesar las nubes, pero ese día debimos pillar levitando al de Cupertino, y salvo un par de alemanes que se la dieron —serían luteranos— no hubo especiales incidentes.
A nosotros las nubes nos venían de perlas, porque si nos manteníamos justo por debajo no podrían sorprendernos. Además teníamos ayuda, pues no solo habían puesto un radiotelémetro en las islas, sino que un par de destructores se la jugaron manteniéndose al norte del archipiélago para hacer de centinelas.
No nos dio tiempo para aburrirnos. Apenas habíamos llegado cuando el controlador en tierra —con la guerra que llevábamos ya chapurreábamos un poco el teutón y, más o menos, nos entendíamos— nos avisó que teníamos visita por el norte. Nos encaminaron hasta que pude ver una formación de media docena de bimotores que hacían como nosotros, rozar la panza de las nubes. Eran unos aviones bonitos y rápidos, pero donde haya Mochos… Sin dificultades nos pusimos a su cola, aprovechando que no llevaban ametrallador detrás, y les pusimos el cul* fino a plomazos. Ni uno se libró —Salvador se anotó uno y yo otro— pero nos quedamos justos de munición y gasolina y tocó volverse.
El na siguiente patrulla también mojamos. Nos avisaron que llegaban más aviones haciendo lo mismo, tocarles la tripa a las nubes. Eran cazabombarderos Kittihawk, cada uno con un par de pepinos. Los soltaron al vernos llegar y se metieron en la capa blanca. Intentamos seguirlos, pero fue inútil. Sin embargo, al descender vimos otros aparatos, y yo pienso que el comandante se relamió al ver que eran Hurricanes. Comidita fresca para nuestros Mochos; tan solo había que evitar meterse en un combate de giros, algo que no teníamos intención de hacer. Otros dos para Salvador y uno más para el servidor de ustedes.
Aun dio para una tercera salida, aunque a esas alturas ya no nos teníamos de pie. Esta vez poca emoción tuvimos, pero no por falta de herejes, que del cielo gris caían espirales llameantes una y otra vez. Ya nos íbamos a volver, cuando vimos un gran cuatrimotor que renqueaba mal que bien hacia el norte. El aparato estaba hecho un ecce homo, lleno de agujeros y con dos motores parados; hubiese bastado una ráfaga, pero me dio no sé qué matar a unos pobres desgraciados que tenían tantas ganas de estar ahí como yo. Me puse a su vera y agité las alas, hasta que entendieron que no tenía ganas de cazarlos. Entonces me siguieron obedientemente, hasta que estuvimos sobre tierra firme. Entonces abrí la capota y empecé a hacer señas hacia abajo. Como no se daban por aludidos, tuve que hacer un par de pasadas sin disparar, hasta que entendieron que una cosa que no quisiese convertirlos en angelitos, otra que fuese a dejar que ese avión tan majo se escapase. Al final empezaron a saltar en paracaídas, y al poco el gran avión, ya sin nadie en los mandos, dio la voltereta y cayó a tierra. No me apunté el derribo, pero esa noche dormí la mar de bien.
No cabían dudas de que la RAF había elevado sus apuestas; al menos, no las tuvimos aquel siete de mayo.
Nos levantamos cuando las gallinas aun estaban en la piltra, digo en su palo. Los asistentes repartieron jarras de café —del de verdad, un lujo que nunca hubiera esperado en plena guerra—, chuscos de pan y confitura, esa pasta dulce se estila en tierras gabachas. Para mí, donde hubiese choricillos, que se quitasen mermeladas, pero había que llenarse la tripa, y el dulce tampoco casaba tan mal con el café turco. Una vez aposentados y servidos, el comandante Salvador nos fue preparando para lo que se avecinaba.
—Buenos días. Siento ser tan tempranero, pero hoy tenemos que ganarnos la paga. Así que un poco de atención, y ni una gota de pirriaque, que aquí nos conocemos todos.
No sé por qué me miraba. Tal vez por la petaca que llevaba bajo la chaqueta de vuelo, pero que nadie crea que iba a empinar el codo antes de volar; era por si tenía que darme otro chapuzón sorlinguero. Así que puse cara de no haber roto nunca un plato y me apliqué a lo que decía el jefe.
—Con la actividad de estos días, todos os habréis imaginado que a los herejes no les hace gracia que hoyemos sus sacrosantas islas. Ellos pueden agenciarse Gibraltares o Malvinas cuando les viene en gana, pero que nadie les toque los pelendengues. Para mí que los alemanes se lo suponían, y si han ido para allí es para forzarles a asomar la molondra. Ahora bien, la han asomado más de la cuenta, y ahora vienen pidiendo que les echemos una mano para cortarla.
Tras el filosófico prólogo, Salvador nos fue contando de qué iba a ir la tarea.
—Esta vez ya no toca ni tirar bombas ni ametrallar trenes, sino la volatería. Los teutones se van a dedicar a atacar a unos barcos que se vienen desde Escocia, pero temen que los ingleses se venguen con los paracas de las islas. Van a tener Messer patrullando a gran altura, pero a nosotros nos tocará vigilar que nadie se cuele por abajo. Así que haremos turnos sobre las Sorlingas. Me han informado que hay una pista practicable en una que se llama Fresco…
—Tresco, mi comandante.
—Tú lo sabrás, Chiquitín, que has tenido unas vacacioncitas por allí. Ya me ha llegado una carta relatando tus actividades nocturnas. El caso es que en esa isla funciona un pequeño aeródromo, pero solo lo tenemos que emplear en caso de emergencia, porque no les sobra gasofa.
Todavía no había amanecido cuando despegamos. El día no acompañaba y había una capa de nubes a dos mil metros. Nos elevamos poco a poco, para no gastar ni una gota de esencia de más. Vimos multitud de aparatos, pues de toda la costa normanda se elevaban hileras de aviones. Los pobres tenían que atravesar las nubes, pero ese día debimos pillar levitando al de Cupertino, y salvo un par de alemanes que se la dieron —serían luteranos— no hubo especiales incidentes.
A nosotros las nubes nos venían de perlas, porque si nos manteníamos justo por debajo no podrían sorprendernos. Además teníamos ayuda, pues no solo habían puesto un radiotelémetro en las islas, sino que un par de destructores se la jugaron manteniéndose al norte del archipiélago para hacer de centinelas.
No nos dio tiempo para aburrirnos. Apenas habíamos llegado cuando el controlador en tierra —con la guerra que llevábamos ya chapurreábamos un poco el teutón y, más o menos, nos entendíamos— nos avisó que teníamos visita por el norte. Nos encaminaron hasta que pude ver una formación de media docena de bimotores que hacían como nosotros, rozar la panza de las nubes. Eran unos aviones bonitos y rápidos, pero donde haya Mochos… Sin dificultades nos pusimos a su cola, aprovechando que no llevaban ametrallador detrás, y les pusimos el cul* fino a plomazos. Ni uno se libró —Salvador se anotó uno y yo otro— pero nos quedamos justos de munición y gasolina y tocó volverse.
El na siguiente patrulla también mojamos. Nos avisaron que llegaban más aviones haciendo lo mismo, tocarles la tripa a las nubes. Eran cazabombarderos Kittihawk, cada uno con un par de pepinos. Los soltaron al vernos llegar y se metieron en la capa blanca. Intentamos seguirlos, pero fue inútil. Sin embargo, al descender vimos otros aparatos, y yo pienso que el comandante se relamió al ver que eran Hurricanes. Comidita fresca para nuestros Mochos; tan solo había que evitar meterse en un combate de giros, algo que no teníamos intención de hacer. Otros dos para Salvador y uno más para el servidor de ustedes.
Aun dio para una tercera salida, aunque a esas alturas ya no nos teníamos de pie. Esta vez poca emoción tuvimos, pero no por falta de herejes, que del cielo gris caían espirales llameantes una y otra vez. Ya nos íbamos a volver, cuando vimos un gran cuatrimotor que renqueaba mal que bien hacia el norte. El aparato estaba hecho un ecce homo, lleno de agujeros y con dos motores parados; hubiese bastado una ráfaga, pero me dio no sé qué matar a unos pobres desgraciados que tenían tantas ganas de estar ahí como yo. Me puse a su vera y agité las alas, hasta que entendieron que no tenía ganas de cazarlos. Entonces me siguieron obedientemente, hasta que estuvimos sobre tierra firme. Entonces abrí la capota y empecé a hacer señas hacia abajo. Como no se daban por aludidos, tuve que hacer un par de pasadas sin disparar, hasta que entendieron que una cosa que no quisiese convertirlos en angelitos, otra que fuese a dejar que ese avión tan majo se escapase. Al final empezaron a saltar en paracaídas, y al poco el gran avión, ya sin nadie en los mandos, dio la voltereta y cayó a tierra. No me apunté el derribo, pero esa noche dormí la mar de bien.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Muy bueno tu trabajo. Hace tiempo que sigo tus publicaciones y debo manifestar que me tienen realmente atrapado. Espero con ansias el próximo post.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Para variar, he metido la pata y alguien ha debido reflotar al torpedero T7, porque se ha vuelto a hundir. Pues bien, el primer torpedero hundido pasa a ser el T4. Gracias, como siempre, a Von Scheer. No sé qué haría sin su minuciosa contabilidad.
Saludos
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Siento el retraso, debido a causas no del todo ajenas a mi voluntad. Espero que esta semana termine el artículo (habla de batallas callejeras con tanques, no se lo pierdan) y pueda retomar la historia.
El combate aeronaval del Estrecho de San Jorge
La batalla se reanudó con las primeras luces. Ambas fuerzas aéreas hicieron un esfuerzo máximo: la RAF envió varios centenares de bombarderos ligeros y de cazabombarderos, que esta vez se encontraron con dura oposición: los destructores ZH1 y ZH2 se habían situado al norte de las Sorlingas, más allá de los campos minados, para detectar la aproximación de los aparatos enemigos, y los coordinadores de caza dirigieron contra los ingleses a las escuadrillas de cazas. Los combates fueron duros: por ejemplo, solo volvieron dos de los quince Mosquito del 105 Squadron que atacaron Tresco. El único éxito británico fue el hundimiento del ZH2 por seis cazabombarderos Hurricane.
Aun así, los alemanes encomendaron la defensa de las Sorlingas a un número relativamente pequeño de cazas. La mayor parte fueron empleados para escoltar a los aparatos que atacaron a las flotillas británicas. La primera atacada fue la de invasión, contra la que una docena de Do 217 lanzaron torpedos H3d de largo alcance. Fueron esquivados sin dificultades, aunque a costa de desorganizar la formación y disminuir la eficacia del fuego antiaéreo. Pocos minutos después, cazabombarderos Bf 110 echaron a pique al HMS Bruiser, un buque de desembarco de tanques. Una hora más tarde, durante un nuevo ataque torpedero, fue alcanzado el transporte de tropas Circassia, que llevaba al 7º batallón del regimiento de Norfolk. Aunque los soldados pudieron ser salvados por los buques de escolta y llevados a tierra, la operación había perdido la cuarta parte de las tropas antes de comenzar. Un cuarto ataque aéreo realizado por bombarderos Ju 188 fue infructuoso, demostrando la escasa utilidad de las bombas torpedo en mar abierto, pero el siguiente, efectuado por bombarderos en picado Ju 88, acabó con el dragaminas Gleaner y el cañonero Lychnis. Posteriormente el cielo sobre el convoy de invasión se calmó, ya que los bombarderos del Pacto se dirigieron contra los cruceros.
Las agrupaciones de Leatham y de Carter, que habían partido de Faslane, habían escapado inicialmente a la observación de Pacto, hasta que uno de los nuevos Ju 289 las detectó a la altura de South Stack (a pesar de su nombre, es un cabo al noroeste de Gales). En las reuniones previas a la operación, Boehm y Korten habían supuesto que cualquier intento de reconquista sería precedido de un bombardeo naval, y que las fuerzas encargadas debieran ser el principal objetivo de la aviación del Pacto. Aunque el mensaje del Ju 289 no fue recibido, el piloto tuvo el ánimo de abandonar su zona de patrulla y acercarse hacia Francia, hasta que pudo confirmar que se recibía su alerta.
Al saber que se acercaban barcos de guerra enemigos, se ordenó que las unidades entrenadas en el ataque aeronaval suspendiesen las operaciones previstas, y que en su lugar se dirigiesen contra a los cruceros. A mediodía los bombarderos y torpederos empezaron a despegar de la costa bretona.
El combate aeronaval del Estrecho de San Jorge
La batalla se reanudó con las primeras luces. Ambas fuerzas aéreas hicieron un esfuerzo máximo: la RAF envió varios centenares de bombarderos ligeros y de cazabombarderos, que esta vez se encontraron con dura oposición: los destructores ZH1 y ZH2 se habían situado al norte de las Sorlingas, más allá de los campos minados, para detectar la aproximación de los aparatos enemigos, y los coordinadores de caza dirigieron contra los ingleses a las escuadrillas de cazas. Los combates fueron duros: por ejemplo, solo volvieron dos de los quince Mosquito del 105 Squadron que atacaron Tresco. El único éxito británico fue el hundimiento del ZH2 por seis cazabombarderos Hurricane.
Aun así, los alemanes encomendaron la defensa de las Sorlingas a un número relativamente pequeño de cazas. La mayor parte fueron empleados para escoltar a los aparatos que atacaron a las flotillas británicas. La primera atacada fue la de invasión, contra la que una docena de Do 217 lanzaron torpedos H3d de largo alcance. Fueron esquivados sin dificultades, aunque a costa de desorganizar la formación y disminuir la eficacia del fuego antiaéreo. Pocos minutos después, cazabombarderos Bf 110 echaron a pique al HMS Bruiser, un buque de desembarco de tanques. Una hora más tarde, durante un nuevo ataque torpedero, fue alcanzado el transporte de tropas Circassia, que llevaba al 7º batallón del regimiento de Norfolk. Aunque los soldados pudieron ser salvados por los buques de escolta y llevados a tierra, la operación había perdido la cuarta parte de las tropas antes de comenzar. Un cuarto ataque aéreo realizado por bombarderos Ju 188 fue infructuoso, demostrando la escasa utilidad de las bombas torpedo en mar abierto, pero el siguiente, efectuado por bombarderos en picado Ju 88, acabó con el dragaminas Gleaner y el cañonero Lychnis. Posteriormente el cielo sobre el convoy de invasión se calmó, ya que los bombarderos del Pacto se dirigieron contra los cruceros.
Las agrupaciones de Leatham y de Carter, que habían partido de Faslane, habían escapado inicialmente a la observación de Pacto, hasta que uno de los nuevos Ju 289 las detectó a la altura de South Stack (a pesar de su nombre, es un cabo al noroeste de Gales). En las reuniones previas a la operación, Boehm y Korten habían supuesto que cualquier intento de reconquista sería precedido de un bombardeo naval, y que las fuerzas encargadas debieran ser el principal objetivo de la aviación del Pacto. Aunque el mensaje del Ju 289 no fue recibido, el piloto tuvo el ánimo de abandonar su zona de patrulla y acercarse hacia Francia, hasta que pudo confirmar que se recibía su alerta.
Al saber que se acercaban barcos de guerra enemigos, se ordenó que las unidades entrenadas en el ataque aeronaval suspendiesen las operaciones previstas, y que en su lugar se dirigiesen contra a los cruceros. A mediodía los bombarderos y torpederos empezaron a despegar de la costa bretona.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
De nuevo, gracias a Von Scheer por su ayuda. El Lychnis, en la realidad, se llamaba HIS Cornwallis y estaba en el Índico. Pasa a ser el Rosemary.
El Boxer, como bien indica el amigo, no se acabó en la realidad hasta 1943, pero por tener una construcción lentísima. En este caso, ya que se hizo en Belfast, uno de los pocos astilleros que no fueron molestados, he supuesto que sería acabado a toda prisa, aunque con deficiencias (que en la realidad fueron las que retrasaron las obras).
Saludos
El Boxer, como bien indica el amigo, no se acabó en la realidad hasta 1943, pero por tener una construcción lentísima. En este caso, ya que se hizo en Belfast, uno de los pocos astilleros que no fueron molestados, he supuesto que sería acabado a toda prisa, aunque con deficiencias (que en la realidad fueron las que retrasaron las obras).
Saludos
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La batalla aérea del Canal de San Jorge fue la que culminó la difícil campaña de las Sorlingas. Sabíamos que era el día definitivo y todos estábamos al quite, preparados para aniquilar a cualquier escuadra enemiga. Uno de los nuevos cuatrimotores Junkers había detectado la aproximación de buen número de cruceros, e íbamos a escoltar a los torpederos y los bombarderos que les iban a enseñar que esas aguas eran de la Luftwaffe.
Se iba a seguir una táctica similar a la de Mogador: un Junkers 88 acompañó a la escuadrilla hasta que localizamos al enemigo; no fue difícil ya que los cruceros ingleses estaban en el estrecho de San Jorge, es decir, la salida sur del mar de Irlanda. El paso no es muy amplio, unas decenas de kilómetros, y además los barcos ingleses navegaban cerca de la costa galesa, para facilitar la tarea a los cazas de la RAF que tenían que protegerlos.
Al llegar ya pudimos ver que la tarea no iba a ser sencilla. Divisamos aviones enemigos que se mantenían a distancia, demostrando que no querían saber nada de peleas entre cazas, sino que se reservaban para los bombarderos. Si les dejábamos, obviamente. No gastamos combustible en intentar seguirlos, pero nos mantuvimos dos mil metros por encima, hasta que se aproximaron los Junkers y los Dornier. Fue entonces cuando los ingleses se animaron, pero se encontraron con que nuestros Bf 109G picaban sobre ellos.
Nuestro objetivo fue una patrulla de aviones relámpago. Eran de un modelo que ya habían empleado en Mogador, y que se veía de vez en cuando. Resultaban inconfundibles, con su doble fuselaje y la barquilla central: venían a ser como los Fw 189 Uhu, pero más afinados. Eran rápidos, pero teníamos la ventaja de la altura y, por tanto, de la velocidad. Además, maniobraban regular y no costó demasiado ponerse a su cola. El mayor Quasthoff se anotó uno y, como siempre, el teniente Nussbaum se llevó la palma tirando tres. Pero apenas nos habíamos deshecho de esos bimotores cuando nos cayó encima un vuelo de Spitfires.
Menos mal que los combates de los días anteriores nos habían recordado lo importante que era no perder la concentración, y pude divisar a dos Spitfires que trataban de ponerse en la cola del mayor. Inmediatamente viró hacia mi, yo hacia él, y repetimos los virajes del «vuelo español» hasta que pude hacer un tiro de deflexión sobre un caza inglés. No sé si le di, pero su compañero se despistó, y en el siguiente cruce se plantó ante el Messer de Quasthoff, que le arrancó el ala con una ráfaga.
La pelea que había empezado a siete mil metros acabó librándose casi al nivel del mar, ambiente menos que ideal para nuestros aparatos. Además, íbamos cortos de fuel y de munición, y tuvimos que reemprender la vuelta. Fue tan intenso el combate que no pude ver qué pasó con los cruceros.
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La RAF hizo su postrer esfuerzo intentando proteger a los cruceros, lo que llevó a la mayor batalla aérea de la campañá. El Pacto envió una masa estimada en setecientos cazas, acompañando a tres centenares de torpederos Dornier y de bombarderos en picado Junkers 88; parte eran del modelo Ju 88F-1, una versión especializada en ataque naval que prescindía del montaje defensivo de «bola» pero que en su lugar podía llevar encastrada bajo el fuselaje una bomba de una tonelada o un torpedo. Esta vez no se cometió el error del anterior combate del mar de Irlanda, y los torpedos alemanes eran de los tipos LT-850b y LT-850c. Además, los ataques fueron coordinados, con unos Ju 88 bombardeando en picado mientras los torpederos lanzaban sus artefactos.
Los ingleses pusieron toda su voluntad para intentar proteger sus buques; aun así, los cazas ingleses se vieron superados por los más numerosos cazas germanos. La batalla fue llamada «la tumba de los veteranos» pues cayeron algunos de los pilotos más expertos de la RAF, incluyendo dos comandantes de grupo y cuatro de escuadrilla. En los enfrentamientos también participó la renacida escuadrilla Lafayette formada por voluntarios norteamericanos, que perdió la mitad de sus efectivos. Durante la tarde se repitieron los choques sobre el estrecho de San Jorge y el sur de Gales, en los que cayeron un centenar de aparatos británicos y centenar y medio germanos. Aunque las pérdidas britçanicas fueron menores, el triunfo fue de los alemanes, que podían permitirse las bajas, y consiguieron mantener alejados a los ingleses de los bombarderos.
Los barcos de Leatham, más adelantados, sufrieron el primer ataque. El Neptune fue el primer objetivo, y aunque pudo eludir los ocho torpedos que le lanzaron, una bomba estalló en su castillo de proa dejando fuera de combate la mitad de su artillería y causando una peligrosa inundación. Poco después el Orion logró escapar de todos los artefactos lanzados contra él, pero el destructor Arrow, alcanzado por tres bombas, se fue a pique rápidamente. Durante un tercer ataque, el crucero Galatea quedó seriamente dañado por un torpedo que afectó al timón y a las hélices. Tuvo que volver a Glasgow con el auxilio del remolcador de altura Retort. Casi simultáneamente, el destructor Bulldog perdió su proa tras ser torpedeado.
La primera oleada había dejado casi fuera de combate a la agrupación de Leatham, a la que solo quedaba un crucero —el Orion— y cuatro destructores. Entonces fue el turno de los barcos de Carter. Doce torpederos mandados por el as italiano Buscaglia echaron a pique al destructor Lightning, y después los Ju 88E alcanzaron al Nigeria con una bomba de una tonelada que destruyó una sala de calderas. Cazabombarderos Bf 110 averiaron al Trinidad y, finalmente, el Belfast se hundió tras recibir nada menos que seis torpedos.
Los ataques remitieron con el ocaso; pero solo era una tregua.
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Yo pensaba que tras el baño sorlinguero me correspondería un permiso, pero no era eso lo que el destino y una panda de coroneles cabrones me tenían reservado. Así que a la vuelta en Maupertus me encontré con un precioso Heinkel ametrallador recién salido de fábrica, con una dotación ansiosa por ceder su aparato al as de la noche. Yo me hice el modesto, diciendo que no merecía tal honor, que había mucha gloria para repartir, pero el coronel Neumann me dijo que me dejase de tonterías, que esa misma noche me quería ver en el aire. Tuve que aguantarme, aunque a modo de venganza elevé una oración mental pidiendo al creador que premiase al coronel con una secretaria como Inge.
Esa primera noche hubo movimiento en las Sorlingas, que desde lejos se veían las explosiones, pero a mí me mandaron a incordiar a una flotilla de lanchas cañoneras que un Dornier estaba siguiendo. Lancé un par de bengalas y me preparé para hacerles agujeritos. Pero las lanchas de marras me resultaron familiares, y preferí volver a lanzar la señal de reconocimiento, dos bengalas rojas. Contestaron con una roja y una verde, señal de ser alemanas. La noche, por tanto, fue de las de sueño perdido. Sueño que procuré recuperar durante la mañana, pues por lo que me había soltado Neumann, iba a adoptar hábitos de murciélago.
A la noche siguiente tocó volver, pero esta vez fui más lejos, hasta el estrecho que hay entre Irlanda y Gales. Los herejes —sigue sin quitárseme el dicho español, aunque le haga poca gracia le hace al coronel Neumann, que es luterano de pro— querían reconquistar las islas y habían mandado a lo más granado que les quedaba. Los camaradas que volaban de día ya se habían quedado a gusto, pero los británicos —es verdad, así queda más fino— tenían esa cualidad que en mi llamo tenacidad y que Inge describía como «estúpida cabezonería». Los últimos informes decían que los barcos seguían hacia el sur y que se plantarían en las islas en un amén si no hacíamos algo.
A esas alturas ya teníamos la técnica tan ensayada que a veces hasta salía bien. Los Dornier con radiotelémetro localizaron a los barcos enemigos, aunque esta vez no costó mucho porque uno de los nuevos Ju 289 los seguía desde el atardecer. Los marcaron con bengalas, hasta que llegásemos los ametralladores —esa noche, solo dos— para identificarlos y, de paso, entretener a los antiaéreos, mientras los torpederos, que esta vez eran Heinkel 111, los remataban. Más o menos salió así. Siguiendo las bengalas localicé un barco bastante grande, aunque la verdad es que pinta de crucero no tenía, sino por lo plano y ancho, más pinta tenía de acorazado, aunque de baratillo. Pero un barco hereje es un barco hereje, y la verdad es que tampoco se defendió con demasiada energía, algo de lo que no me voy a quejar. Le cayeron cuatro torpedazos y el barco dio la voltereta en segundos. Justo entonces me dispararon desde cerca, por suerte sin tino. Una bengala iluminó al tipo y esa vez sí que vi unos señores cañones. También lo saludé con unos miles de balas hasta que otro par de torpedazos lo dejaron a punto de boca. Más allá, el otro Heinkel también debía disfrutar de la noche porque vi una explosión bien aparente.
La noche no se estaba dando mal, pero estábamos lejos de casa y la aguja del fuel dijo eso de adiós muy buenas, que ustedes lo pasen bien. Volvimos para casa, casi sin gasolina y habiendo gastado la munición, y con la pena de haber dejado faena sin hacer.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Ya en Mogador la Luftwaffe había empleado con fortuna sus escuadrillas nocturnas, y esta vez volvió a enviarlas contra los barcos que se acercaban. Sin embargo, los aviones que seguían a las diferentes fuerzas británicas se vieron atraídos por el convoy de invasión, más numeroso y con barcos de mayor tamaño. En varios ataques aéreos fueron hundidos el monitor Roberts, el yate armado St. Modwen, y el transporte de asalto Daffodil, un ferri ferroviario convertido en transporte de barcazas de desembarco, cuya pérdida dejó a los británicos sin la tercera parte de sus lanchas.
El calvario sufrido por los cruceros en el mar de Irlanda había hecho dudosa las perspectivas de la operación. Lo correcto hubiese sido anularla, pero el almirante Moore, presionado por el Primer Ministro, no quiso suspenderla. Además, según los informes, la operatividad del nuevo aeródromo de Tresco era escasa, y el Bomber Command podría suprimirlo si los cruceros y destructores de Leatham lo marcaban. Por otra parte, un grupo de comandos que había desembarcado en uno de los islotes cercanos a St. Martin’s había informado que la isla estaba casi indefensa. Moore ordenó a Leatham que cañonease el nuevo aeródromo, aunque solo contase con el crucero ligero Orion y tres destructores. Por desgracia para los ingleses, la ruta que escogió le llevaba contra el campo plantado por los torpederos alemanes tres noches antes, que incluía minas EMD/S que hacían inútiles los paravanes.
Cuando el Orion se acercaba a la costa, una gran explosión lo dejó sin propulsión. El destructor Active trató de tomarlo a remolque, pero segundos después hizo estallar otras dos minas. Aunque lo lógico hubiese sido abandonar el lugar, los destructores Beagle y Boreas, en un alarde de valor, se abarloaron a los buques dañados y evacuaron a sus tripulantes. Una mina estalló cuando el Beagle se acercaba al crucero, pero no lo suficientemente cerca como para causar averías importantes; el análisis posterior desveló a los británicos que los alemanes estaban empleando detonadores magnéticos para sus minas de orinque. Tras recoger a los náufragos, el Orión fue hundido por tres torpedos del Beagle, y el Active por dos del Boreas. Sobrecargados con los supervivientes y en un área muy peligrosa, los dos destructores no tuvieron otra opción que retirarse.
Sin las indicaciones de tierra, el ataque del Bomber Command volvió a fracasar, ya que las bombas se descargaron sobre la isla de Bryhrer, aledaña a Tresco, y muy pocas cayeron cerca del aeródromo. El fallido bombardeo costó la pérdida de otros seis aparatos (cuatro Wellington y dos Ventura, ya que el general Harris, el nuevo jefe del Bomber Command, no autorizó el empleo de sus cuatrimotores en una operación que creía inútil) a cambio de dos Bf 110 alemanes. El último enfrentamiento de la noche se produjo cuando una flotilla alemana de cañoneras y torpederas sorprendió a dos lanchas británicas que pretendían recoger a los comandos. Aunque consiguieron escapar, los comandos tuvieron que rendirse a la mañana siguiente.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
De nuevo, gracias al infatigable Von Scheer por su ayuda. El Abercrombie, aunque fue iniciado en 1941 (en lo peor de la batalla del Atlántico, y cuando la construcción de portaviones estaba casi detenida; sensatez ante todo) no fue terminado hasta 1943.
Pasa a ser el Roberts.
Saludos
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Tras el desastre sufrido por la fuerza de bombardeo, el almirante Moore no tuvo otra opción que renunciar a la reconquista de las islas. No acabó con ello la ordalía británica, ya que la fuerza de invasión sufrió otros tres ataques aéreos. Los aviadores estaban cansados tras haber volado varias misiones el día anterior, y solo consiguieron hundir un buque, pero con funestas consecuencias: el transporte de tropas Queen Emma, que llevaba al Comando Número 8, se fue a pique en pocos segundos tras ser alcanzado por seis bombas y tres torpedos; solo pudieron recuperarse seis supervivientes.
La operación Bishop no fue anulada sino postergada, aunque era palmario que solo se reemprendería si cambiaba por completo la situación. Aun así, el revés no marcó el final de los combates en las Sorlingas. Los destructores británicos siguieron hostigando el aeródromo y enfrentándose con sus contrapartes alemanes. Dos noches después se produjo un choque con lanchas torpederas alemanas, que sufrieron la peor parte, y dos fueron hundidas a cambio de averías leves en el destructor Lamerton. La noche siguiente se produjo el segundo combate de St. Agnes, en el que una flotilla británica mandada por el comodoro Jacobs (que había sido rehabilitado) sorprendió y hundió a los torpederos T15 y T24, a costa del destructor Achates, que fue alcanzado por un torpedo del T9. El T9 poco disfrutó de su éxito, porque se hundiría cuatro días después a causa de una mina. Al día siguiente se perdió el ZB1 cuando escoltaba un convoy a Hugh Harbor. No fueron los únicos en pagar peaje ante las trampas submarinas, y la noche siguiente el destructor Chiddingfold zozobró cerca de Seven Stones a causa de una de las letales EMD.
Por otra parte, la presencia de buques de guerra en el Canal de Bristol siguió atrayendo los bombarderos del Pacto. Por entonces los principales puertos habían sido arrasados, y en Bristol costaba reconocer el trazado de las calles. Los buques británicos tuvieron que operar desde otros fondeaderos, a los que los siguió la Luftwaffe. El foco de los bombardeos se trasladó a Pembroke, en Gales, donde se habían trasladado los destructores ingleses. Las bombas aplastaron las instalaciones, y los destructores Broadway y Reading, los antiguos norteamericanos Hunt y Bailey, quedaron en el fondo de la rada. Solo entonces los británicos renunciaron a operar en las cercanías de las Sorlingas.
Lo siento, pero no hay Dieppe a la inversa ni nada de eso; más bien, algo parecido a la batalla del Mar de Bismarck. El que quiera cañonazos tendrá que esperar.
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De nuevo, meteduras de pata detectadas por el infatigable corrector Von Scheer. El T9 pasa a ser el T12, y el Broadway, el Cameron.
Gracias otra vez
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Nueva metedura de pata. El Broadway ya no es Cameron, sino HMS Dungannon que se supone es de los destructores adicionales cedidos por USA. Se supone que es el USS Ramsay.
Gracias de nuevo a Von Scheer.
Saludos
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Los combates de ese día se tradujeron en un gran éxito para nuestras armas, y fue motivo de orgullo el papel español. Durante la campaña se habían incorporado nuevas unidades, y al final quedaron desplegados en el Canal nada menos que cuatro grupos de caza y dos de bombardeo, que se unieron a los alemanes tanto en el martilleo de la costa británica.
Mi escuadrilla, la primera en llegar, tuvo otro motivo de distinción. Nada más tomar tierra en Maupertus, un ayudante entregó una nota al comandante Salvador. Al rato nos reunió para comunicarnos las nuevas órdenes: con las primeras luces, nos trasladaríamos a Saint-Inglevert, un aeródromo cerca de Calais.
El comandante no vino. Con la orden de traslado llegó la que le ascendía a teniente coronel y lo destinaba a la Escuela de Caza; fue el primer paso hacia la dirección de Grupo de Demostración del Pacto, cuya misión sería desarrollar nuevas tácticas, y enseñarlas a los aviadores de la alianza.
Sin el comandante —no me acostumbraba a llamarlo por su nuevo grado— la escuadrilla quedó a mis órdenes, y tuve que organizar la misión del día siguiente. Fue sencilla: escoltar a bombarderos rápidos tanto a la ida como a la vuelta. No encontramos oposición, ni tampoco tuvimos que hacer ametrallamientos.
Lo relevante fue que mi escuadrilla fue la primera española en sobrevolar Londres.
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Mensaje duplicado, lo elimino. A ver si el domingo hay nueva entrega.
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