Domper escribió: ↑23 Dic 2021, 11:20
Todo esto, como siempre, sin valorar donde se producen los contactos. Se dice lo de siempre, que la mayoría son en la familia, pero lo que importa es como pasa la enfermedad de una unidad a otra. Y las vías principales son dos: escolares (están contagiados hasta los pupitres) y hostelería. Luego lo sensato hubiera sido, a ser posible antes del puente, cerrar los colegios un par de semanas (y volver al teletrabajo, a pesar de lo incordio que es) y el interior de los bares.
Lo triste es que la medida funcionará, pero no porque sea eficaz, sino porque la gente se asusta. Ya hay hasta estudios al respecto, que demuestra que medidas absurdas como fumigar funcionan, no porque lo hagan, sino porque la gente recuerda las precauciones. Pero si se trata de dar miedo ¿No sería mejor poner una peli de Drácula?
Dices muchas veces que lo importante no es lo que diga la política, sino la ciencia. Pero yo te digo que el discurso científico (como cualquier otro) es igual a cero si no se tiene fuerza para imponerlo. Las Leyes de Núremberg eran científicamente demenciales, pero los nazis tenían el poder para imponerlas. Es decir, si no se tiene el poder político no hay ciencia que valga. Discutir sobre ciencia es tan absurdo como discutir sobre el Teorema de Pitágoras. Lo realmente práctico es discutir sobre política. Y ahí el aborregamiento es absoluto. Y se juntan el hambre con las ganas de comer: personal aborregado, poder político que se niega a coger el toro por los cuernos y sociedad hedonista e irresponsable.
Los contagios, en efecto, se producen en aulas y bares. Y el poder político no quiere cerrar ni unos ni otros. Las aulas no porque la sociedad es egoísta y los padres se quejan de que no tienen con quién dejar a sus hijos (lo cual es su problema, para eso los han tenido). Y se podrían cerrar perfectamente, pero no es la ciencia, sino la política, el criterio empleado para tenerlas abiertas. Ya he dicho que yo me niego a dar una clase telemática desde mi casa. Pero si me dejan ir a mi puesto de trabajo y dar la clase online bajo ciertas premisas, no tengo problema. No será lo mismo que una clase presencial, sobre todo en primaria y secundaria, pero es una clase al fin y al cabo. El problema son los papás. A los papás les da igual que los nenes estén a un metro uno del otro, treinta en un aula que salen pasada una hora para que en ese mismo espacio entren otros treinta, con tal de tenerlos fuera de casa. Los de Primaria, porque no tengo con quién dejarlos. Los de Secundaria, que sí se pueden quedar solos, porque en lugar de conectarse a las clases se quedan dormidos o jugando a la Play. Y los papás votan. Y no conviene tenerlos enfadados. El otro espacio de contagio es la hostelería, especialmente el ocio nocturno. Ahí entran, por un lado, intereses económicos (las consecuencias de haber entrado en la Unión Europea: la condición fundamental era desmantelar la potentísima industria nacional estatal, y convertir España en un país de servicios). Por otro, sociológicos (la borregada en España no concibe el ocio si no hay una mesa con copas o platos encima). De nuevo la política se pliega a la sociedad, y la ciencia queda como lo que es: una de las dos grandes prostitutas de la política. Callada y sumisa. La ciencia nos decía que las mascarillas no eran necesarias pero sí los guantes, justo cuando no había mascarillas y sobraban guantes. En cuanto la política compró mascarillas, la ciencia dijo que sí eran vitales. Premio para Alberto Garzón, el Ministro de Consumo comunista que, en lugar de estar en enero acaparando mascarillas, se dedicaba a instar a que se etiquetasen las latas de conserva con perspectiva de género. Y ese sinvergüenza sin dimitir.
He dicho que la ciencia es una de las dos prostitutas de la política. La otra evidentemente es la prensa. El periodismo es la gran ramera del poder, y así lo hemos visto. Quitando hierro al asunto cuando convenía al poder, asustando a las viejas cuando tocaba trincarnos en casa, con opinólogos como Ferreras y Mejide riéndose de lo que según ellos era "un resfriado fuerte", y ahora diciendo poco menos que hay que ponerse escafandra, un traje NBQ, siete dosis de vacuna y un condón para ir a comprar mandarinas...
Ojalá la vida me dé muchos años para poder ser testigo de los análisis sociológicos que se harán de esta distopía demencial en la que la ciencia es un convidado de piedra, porque aquí quien manda es la política, y el criterio es la sociedad.