¿son las cifras de violencia de género, prácticamente constantes desde hace dos décadas, lo mejor a lo que podemos aspirar como sociedad? Me resisto a creerlo y, por tanto, aventuro que el problema puede ser otro.
La violencia de género es un problema mundial, pero en otros países se denomina quizá de forma más adecuada violencia doméstica [4] (como lo hace la policía en Suecia) o violencia de pareja [5] (en EEUU). El matiz tiene cierta relevancia, pues el concepto de violencia “de género” parte de hipótesis sesgadas.
En efecto, podría tener sentido llamar a la violencia de pareja violencia “de género masculino” si atendiéramos al sexo mayoritario del agresor, pues en el 88% de los casos se trata de un hombre (nótese que el 90 % de todos los homicidios en el mundo son cometidos por hombres y el 80 % de las víctimas también lo son [6]). Sin embargo, la denominación “de género” no se refiere a esto, sino que es una verdadera atribución de intenciones tendente a la estigmatización del hombre.
Así, el preámbulo de la ley de Zapatero del 2004 definía la violencia de género como
«el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad (…), que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo».
Es decir, que la ley partía de una hipótesis no verificada (y, como veremos, falsa) de que la violencia de género era una violencia contra la mujer «por el mero hecho de serlo» basada en la «desigualdad», es decir, una mezcla de misoginia y machismo.
Quizá sea éste el motivo del fracaso de la lucha contra esta lacra en nuestro país, pues ¿cómo vamos a combatir el mal si no partimos de la verdad? En primer lugar, aunque en los últimos años el 88 % de asesinatos a manos de parejas o exparejas en España la víctima haya sido una mujer, en el 12 % restante la víctima ha sido un hombre [7]. ¿Han sido estos hombres asesinados «por el mero hecho de serlo»?
LA IDEOLOGIZACIÓN, CLAVE DEL FRACASO
En definitiva, el análisis objetivo de los datos cuestiona la idoneidad de calificar la violencia doméstica o de pareja como violencia “de género” y descalifica su denominación como violencia “machista”, epíteto que no soporta el escrutinio de los datos. Sin embargo,
desde que la izquierda lo transformara en 2004 en bandera política y la derecha lo acogiera con su seguidismo crónico, la violencia “machista” sigue siendo una consigna repetida ad nauseam por la clase política y periodística de nuestro país. No es de sorprender, por tanto, que, si se parte de un diagnóstico erróneo del problema, éste no se resuelva, como lamentablemente estamos viendo en España.
La ideologización y frivolidad con que se trata este tema es grave, pues la violencia de pareja no sólo causa una media anual de más de 50 muertes de mujeres a manos de sus parejas y deja huérfanos a docenas de niños, sino que aun en los casos no letales provoca secuelas físicas y psicológicas que afectan no sólo a la víctima, sino a menores que son testigos de una violencia traumática que quizá normalicen cuando lleguen a su vida adulta con una posible repetición de patrones. Si el Gobierno quisiera combatir esta lacra social dejaría la ideología feminista a un lado, lo denominaría violencia doméstica o de pareja y no engañaría a la población con los conceptos “machista” o “de género”.
Ítem más. Dada la carencia de rigor de la ley socialista del 2004 sobre las causas de la violencia “de género”, no parece que el objetivo real del legislador fuera sólo combatirla, sino también promover una agenda política que agitara la lucha de sexos como sustituta de la lucha de clases. Se trató de un ejemplo más de una acción política en la que un fin aparentemente loable escondía en realidad un objetivo siniestro:
dividir y confrontar.
De hecho, cabe preguntarse si aún hoy existe verdadera intención de abordar con seriedad el problema o si, por el contrario, el feminismo más radical se conforma con la propaganda semanal de demonización del hombre que permea cada noticia de estos espantosos crímenes.
https://confilegal.com/20240115-el-frac ... de-genero/