Un soldado de cuatro siglos

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Domper
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por Domper »


—Mi teniente, el capitán ha llamado a los oficiales.

—Gracias, Pepe. Voy ahora mismo.

¿Qué mosca le habría picado? ¿Tendría otra sorpresa como esos Sulcis? Igual era por darles faena, que no estaban en Arsuf de vacaciones, y Barrau tampoco olvidaba que Estébanez quería héroes muertos. Se puso el chaquetón, tomó el fusil y el tirogiro —cualquiera los dejaba rondando por ahí tantos dedos largos— y se calzó el chambergo, que volvía a caer una lluvia fina.

Cuando entró en la tienda, la llovizna se había convertido en chaparrón. Barrau se quitó el sombrero y lo sacudió, mientras refunfuñaba—. Yo que pensaba que venía a un desierto... Si lo llego a saber me quedó a disfrutar del clima de Flandes.

—Acércate a la estufa, Barrau —le indicó el capitán—, y no protestes, que ya llegará el verano y te arrepentirás.

—Sí, mi capitán, pero no negarás que este tiempo es una m***da.

—Con chorreras y pinchada en un palo, pero aprovecha para calentarte mientras esperamos a los demás.

Cuando estuvieron todos —además de Izquierdo y Barrau, los tenientes García y Villegas, y tres alféreces, entre ellos Rojas—, el capitán le pidió a Pepe que repartiera unas tazas con vino peleón.

—Mejor no puede ser, que a los cabrones de moros no les gusta el morapio, todo porque el guarro de Mahoma era un estirao. Ahí tenéis unos chuscos y un poco de chorizo, por si alguien tiene gazuza ¿Estáis todos servidos? Pues al grano. Como me temía, al Estébanez no le hace gracia nuestra presencia y ha decidido meternos en otro berenjenal. Barrau y Rojas, como sois nuevos no sabréis del lío del Chivaso, cuando el Grajo lo envió a Jafa para que saliera escaldado. Ahora ha debido pensar que, como no le salió bien la primera vez, si repite con menos soldados igual suena la flauta por casualidad. Nuestro batallón va a reforzar a los que quedan del Chivaso para intentar tomar Jafa. La compañía tendrá que reforzar el flanco de tierra y, si vienen mal dadas, proteger la retirada. La caballería estará al tanto.

—Perdona, mi capitán —interrumpió Villegas— ¿El Grajo nos manda con planes de retirada? ¿Tan poca confianza tiene?

—Esas son las órdenes.

—¿Tendremos algún apoyo?

—Esta vez sí. Una batería de obuses. Los que trajo el novato —respondió, mirando a Barrau.

—¿Quién los manda? Por si lo conozco —preguntó Barrau.

—No creo. Va a ser el teniente Guirao, que vino aquí con nosotros. Un pajarito me ha dicho que tampoco le hace mucha gracia a su mandamás y se lo ha quitado de encima. Hablaré con él, pero la idea es que los obuses vayan con la compañía. Si todo va bien, ni veremos tiros, pero si toca salir por piernas, les daremos protección mientras el batallón y los del Chivaso se retiran. Saldremos mañana al amanecer. Avisad a los hombres, y no os preocupéis porque los turcos se alarmen, que el Grajo ha dicho a la caballería que se adelante, por si algún culinegro aun no se ha enterado de que vamos a atacar.



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Domper
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Mensaje por Domper »


—Seguro que los Sulcis les vinieron la mar de bien en el Naralauja.

—Mejor que bien. Si no los hubiéramos llevado no estaría aquí. Resultó que al poco de que la Armada nos dejara Arsuf el tiempo volvió a empeorar. Los navíos tuvieron que hacerse a la mar y alejarse de la costa, pero justo antes un bergantín trajo una orden diciéndole a Grajal que se moviera de una vez. Por lo visto, al de Savona le había llegado la noticia de que Lazán ya estaba en Alejandría, y fue cuando decidió mover el cul*, después de pegarse semanas tocándose la pirindola… —Don Félix tosió y se disculpó—. Lo siento, ya sabe cómo me pone esa alimaña.

—No se necesitan disculpas.

—Es que a Doña Miriam no le hace mucha gracia la parla cuartelera. Bueno, sigamos, que si me voy por las ramas no bajo. Le decía que Savona despertó y, viendo que cualquier día aterrizaría el Marqués, decidió moverse de una puta vez a ver si ganaba algún laurel. Savona se decidió por fin a asaltar Ascalón, y necesitaba que atrajésemos a los turcos. Por desgracia, no imaginaba lo bien que le iba a salir la estrategia. Ya le he dicho que nos había tocado un turco listo, el pachá Elmes Mehmed, y le tenía tomada la medida al Grajo, digo a Grajal…

—¿El Grajo?

—Así le llamaba Izquierdo, que no lo tenía en muy bien concepto. Con todo, mejor será mostrar respeto con el mando, ahora que lo soy —contestó, riéndose de su propio chiste—. Le decía que el turco ya había visto que Grajal no era un Alejandro. Valor tenía, he de decirlo, pero en la cabeza no le entraba ni media compañía. Decidió que tenía que tomar Jafa, que era el objetivo inicial, pero en lugar de llevar toda su fuerza, lo iba a intentar con solo la caballería y dos batallones, el que quedaba del Chivaso y el mío. Si mala idea era mandar tan pocos, peor todavía mezclar unidades con diferentes lenguas. Que se suponía que los italianos entendían el cristiano, pero para mí que ponían cara de comprender y luego hacían lo que les daba la gana. Elmes Mehmed se imaginó que Grajal iba a meter otra vez la pata, y decidió que era mejor sacrificar Ascalón si a cambio nos daba un repaso.

—Pero Ascalón resistió ¿No es así? —Pregunté a Don Félix.

—Pues sí. Ya le he dicho que nos tocó un turco listo. Había ordenado a los suyos que levantaran terraplenes, pero como sabía que los cañones los desharían, el muy cuco hizo que cavaran trincheras unos metros atrás. La idea era que allí la artillería no les haría pupa y, cuando los nuestros asomaran por las brechas, los moros se les tirarían encima a sablazos. En Jafa también había preparado algunas defensas así, pero solo al pie de las murallas, porque quería que nos metiéramos en una trampa. En la que Grajo cayó, como buen gamusino que era.



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reytuerto
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Mensaje por reytuerto »

Haré bien en colmar de elogios la construcción naval española antes de Otamendi: El galeón de Manila, pese a su desplazamiento, se mostraba muy avaro con los vientos, pues aprovechaba hasta la más pequeña ráfaga para moverse por los mares. No, no voy a engañarlos diciendo que era un buque ágil, pues tardaba lo suyo en virar, pero para lo que fue diseñado, ir cargado hasta los topes con seguridad y economía, lo hacía muy bien.

Como en los navíos zarpados del Callao, no había pilotos expertos ni en el viaje a las Indias Orientales, ni en el Tornaviaje, Lastra cedió a parte de sus pilotos, así dos vascos Juan Bilbao fue al San Cosme y Santiago Ugalde a la Santa Apolonia y un par de montañeses Gabriel de Aldecoa y Juan Arbaiza a la Derna y la zabra. Aun así, La Concepción tenía aún 4 pilotos experimentados, además de otros 8 que estaban aprendiendo las mañas de la ruta.

Cada cierto tiempo, Lastra, García y Mejicano subían a la San Cosme. Los primero que detectaron es que por bien entrenados que estuviesen los mosqueteros de la Compañía del Hospital y la Reina, estos no tenían ni idea de cómo repeler un abordaje. Pero, una cosa por otra, tal como José de Burgos señaló, los tlaxcaltecas aún disparaban mosquetes de mecha, una antigualla y no tenían idea del uso de los estoques breda, por lo que sus formaciones eran alternando piqueros y arcabuceros, otra antigualla. Eso significó que del San Cosme partiesen 150 fusiles y bredas, con todos sus accesorios, bien aceitados y en sus barriles; simétricamente, de la Concepción llegaron recias moharras de asta corta, alfanjes, mazas y hachas de abordaje. Y así, las carencias bélicas de unos y otros, fueron limándose en las cubiertas gracias al entrenamiento cruzado.

En mi amplio camarote, yo no perdía el tiempo. Ignacio me había hecho los planos de una fragata a remos, inspirada en buques similares rusos y suecos del siglo XVIII. Pero para un nostálgico de Artemisión y Salamina, un navío de guerra a remos sin espolón estaba manco. Así que calculando pesos, fui haciendo unos planos alternativos: Sin el bauprés ni las velas de cuchillo de proa, habría un ahorro de casi una tonelada, y si tenemos en cuenta que el espolón de Athlit pesaba casi media tonelada y tenía dos metros y medio de largo por uno de alto, tendría aun por lo menos 400 kgs de madera para reforzar la proa. Y siempre me quedaba el manido recurso de si quedaba muy pesado de morros, zampar lingotes de plomo en el sollado de popa. Eso sí, no mucho plomo porque los canales de navegación en las islas japonesas no son muy profundos y sus juncos mucho calado no tienen. Pero no solo eso. Los dos meses y medio de navegación me dieron tiempo a repasar muchas notas de química. Después de todo, algunos pigmentos eran muy apreciados por todo el lejano oriente, y nunca hay que perder de vista que alguna fórmula y procedimiento enrevesado, era tener una carta alta bajo la manga. Además, confiaba en que la “diplomacia del escalpelo” me podría abrir tantas puertas como la buena plata de Taxco.
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Además, Fray Santiago se afanaba en que aprendiese el japonés lo mejor posible. No soy lento en aprender, pero los matices de la lengua japonesa son muy, pero muy difíciles de dominar:
- Así no, hermano! Humillad la cabeza y decidlo en un tono muy sumiso, de lo contrario, estaréis dando la apariencia de decir una cosa con la boca, pero otra con vuestras actitudes.
- A ver, Miki San: Sumimasen, onegaishimasu…
- Mejor, pero la “u” de onegaishimasu hacedla menos sonora.
- Todo para pedir disculpas.
- Para pedir disculpas antes de pedir la palabra.
- Vuestra lengua es más fácil cuando es para ser ásperos.
- Jai! Pero vos estaréis ahí para ser suave como la seda. Así que practicad vuestros modales, Haisha-Sama.
- Ah, ese es mi nombre en vuestra lengua.
- En realidad vuestro título- lo dijo sonriendo, y agregó- pero vos sabéis mejor que yo, que a veces el titulo se convierte en el nombre.

Y así pasaron las semanas, he de confesar que el tiempo fue benévolo con nuestra pequeña flota, los vientos de fresquito a frescachón siempre de popa nos acercaban al Japón con rapidez, no tuvimos ni un día de calma chicha, ni tampoco una tormenta que nos obligase a recoger trapos. Hicimos una escala en la Isla de las Velas, la principal y mayor de las Marianas, para aguar y comprar carne de cerdo fresca y en cecina (la verdad es que la presencia española en Guam era nula, de no ser por el paso del Galeón de Manila en el viaje de ida una vez al año. Por suerte, su llegada siempre era bien recibida). Estuvimos apenas un par de días, lo suficiente para que todos los tripulantes se diesen un atracón de cerdo asado con piña, pues la carne fresca la consumimos al momento.

A las pocas semanas divisamos en el horizonte una costa verde elevada. Lastra se acercó brevemente al San Cosme y nos instruyó acerca de lo que vendría:
- La costa que veis allí, es el norte de la isla Cebú, la más septentrional de las Filipinas. Aquí nos separamos, pues Nuestra Señora de la Concepción debe aproar al Sur hacia Manila, en tanto vosotros deberéis seguir hacia el Norte.
- Vuestros pilotos nos han traído con bien, Don José.
- Son gente baqueana. Ahora van a seguir la corriente del tornaviaje, aquella que los navegantes naturales de vuestra isla –lo dijo respetuosamente dirigiéndose a Fray Santiago- llaman corriente negra. Esta los llevará de sur a norte, y pasareis por la isla pequeña para luego llegar a la isla principal de Cipango.
- Recordad, por favor, que estaremos esperando con ansia ver las velas del Almirante Bracamonte y todas las que el Almirante Cereceda pueda enviar para recoger a las almas que vamos a rescatar.
- Os prometo, señor marqués, que haré cuanto pueda para que vuestras angustias sean breves. Sé que el tiempo os apremia, porque Fray Santiago me ha contado las opresivas condiciones que viven nuestros hermanos en la fe en sus islas. Regreso a mi nave. Id con Dios.

Así fue. La corriente del tornaviaje nos acercaba al Japón con más rapidez que los vientos, el veterano piloto Juan Bilbao nos iba describiendo las costas por la que íbamos pasando.
- Ved, ese promontorio que veis a la lotananza corresponde a Kagoshima, el punto más meridional de la isla más meridional, nosotros seguiremos la corriente, navegaremos algo más hacia levante, pero siempre de sur a norte.
A los días, nos actualizó:
- Ahora, la estamos navegando frente a la isla principal. Hace diez años, cuando el comercio era más libre, nuestros galeones iban hasta el puerto de la principal ciudad de Cipango, Edo, donde reside el válido del rey de esas tierras. Los portugueses hacían la ruta con carracas enormes, pero se quedaban en la isla del sur.

Aunque los términos no eran los más exactos, Bilbao sabía de lo que hablaba: en la bahía de Edo, residía el Shogún. Ieyasu ya había muerto, pero después de 37 años de gobernar sin sombras para su familia, el shogunato Tokugawa era firme en las manos de su nieto Iemitsu. Y hacia Edo debíamos de ir, para tratar de comprar las vidas de todos y cada uno de los “kirishitan” del Japón.


La verdad nos hara libres
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