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Tiempo de Historia nº 82, septiembre 1981
Glorias y miserias de la improvisación de un ejército.
Felipe C. R. Maldonado
EL volumen que ha suscitado con los recuerdos, este artículo, encierra, pese a sus cortas dimensiones, un conjunto heterogéneo al que dan unidad el sujeto, Gustavo Durán, y la circunstancia, nuestra guerra civil (1). Comprende una conferencia que leyó Durán en Dartington Hall, Inglaterra, finalizando 1939, de la que se conserva el original castellano, una versión inglesa, «aproximada y bastante reducida», y un fragmento con una serie de apuntes, asimismo en inglés, independiente al parecer de la conferencia en torno al mismo tema. Es una lástima que el editor no haya publicado la totalidad de los textos ingleses, aunque los hubiera utilizado, como hace cuando lo juzga conveniente, para apostillar el original castellano. A título de apéndices incluye el fragmento conservado de un diario de campaña, unas notas de agenda, unas páginas sobre la batalla de Teruel debidas a Durán, y el extracto de una carta que dirigiera éste a Hugh Thomas. Por último, cierra la miscelánea un capítulo del libro Front de la liberté. Espagne. 1937-1938, en el que Simone Téry reunió las crónicas que había publicado en la prensa francesa, dedicada la que se ha escogido a Gustavo Durán.
No es mucho, desde luego, pero tampoco abunda esta clase de material, sin pretensiones autobiográficas y escrito durante la contienda o a poco de haber concluido, cuando ideas y opiniones ganan espontaneidad aunque pierdan ponderación, cuando la realidad vivida y las posturas adoptadas no se han sosegado suficientemente ni están alteradas por la perspectiva ni la profunda reflexión. A estas circunstancias entendemos que apuntan las consideraciones iniciales de Durán acerca de la verdad, la realidad y la objetividad, al abordar la conferencia en Dartington Hall.
La semblanza personal que hace Martín-Artajo, editor del volumen, tiene muchos puntos reales, como corresponde a un conocimiento directo del sujeto, bien que fuera en sus últimos años; sin embargo, cabría señalar su presencia dentro del grupo de músicos y musicólogos -los Halffter, Salas Víu, Salazar— que acompañan en la residencia de estudiantes a la generación poética del 27; la ulterior aventura cinematográfica con Edgar Neville, Benito Perojo e Imperio Argentina en los estudios de la Paramount; sus primeras actividades políticas, de buena voluntad, en los mítines a favor del Frente Popular, poniendo su automóvil y su persona como chófer al servicio de María Teresa León y de Alberti, viejos amigos. Por cierto, que en estos viajes, el de Cuenca posiblemente, conoció a otro personaje histórico-literario, Angel González Moros, obrero ferroviario, miembro del comité de Castilla del PC y, al cabo de unos meses, comisario del tren blindado en que Durán haría sus primeras armas como combatiente. Los azares comunes de ambos se verían luego reflejados en L'Espoir, de Malraux, bajo los nombres de Ramos y Manuel, Angel y Gustavo, respectivamente. De igual modo, hubiera sido útil una sucinta «hoja de servicios» que ayudase a comprender la evolución de Gustavo Durán y su proyección militar. Acaso Martín-Artajo ignoraba los datos, por lo que aportamos una breve noticia que pueda servir de guía, si alguien desea profundizar en la materia.
Abandonó el tren blindado al cabo de unos meses y el mando del Quinto Regimiento le encomendó la creación de la Motorizada; quizás convenga precisar que no era una unidad de combate, sino de un cuerpo absolutamente indispensable en la transición a formaciones militares regulares: se trataba de centralizar a todos los motoristas que servirían de enlace entre los cuarteles generales y los puestos de mando, encuadrando a los hombres y atendiendo al entretenimiento y reparación de las máquinas. No estuvo aquí mucho tiempo, y tras cumplir esa misión organizativa, la entrada en combate de las brigadas internacionales y sus conocimientos de francés, inglés y alemán determinaron su incorporación al Estado Mayor del general Kleber (Larz Fakeete). A este período corresponden, precisamente, las anotaciones del llamado «diario de campaña» recogidas en el libro.
Motoristas republicanos en Talavera en 1936.
Estabilizado el frente de Madrid en aquella zona, recibió la orden de organizar la 69 Brigada Mixta, que tuvo como núcleo principal el primitivo batallón de Leones Rojos, voluntarios de la rama sindical del comercio madrileño, muy diezmado y los destrozados restos de otros dos batallones de milicias. Entendemos que las llamadas «notas de agenda» pertenecen a este período de organización y acoplamiento, que a los pocos días acabó en Carabaña para iniciar su acción en el Jarama en los combates del Pingarrón. Luego habría que subir a Guadalajara, cubrir bajas y participar en el ataque contra Segovia, ocupando Cabeza Grande, donde Durán caería herido. En julio del 37 le llegaría la orden de formar la 47 División con las Brigadas 34 y 69, que entró en fuego a primeros de agosto en Quijorna. Cumplida la misión y apenas retirada la unidad del frente, se produjo el efímero paso de Durán por la sección madrileña del SIM (Servicio de Investigación Militar) , que también se menciona en el libro.
Reintegrado al mando de la 47 División, se trasladó con la unidad a tierras de Cuenca, donde se cubren bajas, los batallones y servicios adquieren sus cupos reglamentarios y, por primera vez, se les somete a una preparación concienzuda, cuya eficacia demostrará la conquista de la muela de Teruel en la madrugada del 1.° de enero de 1938. Luego de un breve descanso en Alcira, se refleja la crónica de Simone Téry, volvió con sus hombres a ocupar posiciones en la serranía de Teruel, defendiendo el Muletón junto a unidades internacionales; duras jornadas en las que Durán hubo de ser evacuado y hospitalizado unos días por agotamiento. Pasos que siguieron casi todos los oficiales de su puesto
de mando.
Nuevo relevo, cuando parece que amainan los ataques, y Durán debe salir urgentemente con la 47 División para situarla al norte de la sierra del Maestrazgo, sobre la carretera que une Montalbán y Alcañiz. En Alcorisa, frente al camino que baja de Andorra, y estudiando el mejor emplazamiento para sus efectivos, preguntó a Modesto:
—¿Y ahora dónde está nuestra primera línea?
—Pues, aquí —contestó Modesto sonriendo—: Este, tú, yo, aquél... Y nuestros soldados más próximos, los del último camión que dejamos atrás.
Soldado republicano en periodo de instrucción con su fusil Moisin-Nagant.
El frente se había hundido y se combatía con dureza en Calanda y Alcañiz. Las primeras fuerzas que se aproximaron al segundo día eran italianas, Fiamme Nere, llegaban en formación cerrada por la carretera; los dos motoristas que les precedían rebasaron la primera línea sin advertirlo. Pero no había un frente continuo, sino unidades a caballo de las carreteras que bajan a Morelia; una clase de combate muy difícil con los flancos descubiertos, y comenzó un largo repliegue por las rutas del Maestrazgo. Al principio, había soldados que lloraban de ira. En Morella, con la 47 y restos de otras brigadas Durán improvisó una Agrupación de Montaña que al llegar a Vinaroz y quedar dividida la 47, volvió a recomponerse como Agrupación de Costa.
Al sur de Castellón, en Villarreal, se produjo una reacción insólita y esta población se llegó a perder y reconquistar hasta siete u ocho veces luchando cuerpo a cuerpo. Poco más abajo, al norte de Nules quedó por fin estabilizado el frente, apoyado en las alturas que bajan de Espadán. Salvo unas acciones de división en apoyo de la campaña del Ebro, ya no hubo más combates. Durán, ascendió a coronel, obtuvo el mando del XX Cuerpo del Ejército.
LA CONFERENCIA.
Aunque le demos ese nombre, ya se dijo que es el original básico en castellano, que Martín-Artajo amplía y apostilla con fragmentos de los otros dos manuscritos. Tiene un doble carácter, narrativo, porque relata la evolución y desarrollo del Ejército popular, y reflexivo, por las consideraciones que a menudo provocan los sucesos o las circunstancias que refiere. Durán no puede sustraerse a su condición de protagonista, cualquiera que sea la dimensión real de ese protagonismo, para limitarse a exponer unos hechos; y si por razones éticas y de objetividad rechaza el comentario justificativo, la clara conciencia de una responsabilidad asumida libre y razonadamente le mueve de continuo a esbozar juicios, a extraer consecuencias. Cuando en el párrafo inicial afirma que no habla para la Historia, no hace retórica, sino que puntualiza el intento de sinceridad subjetiva con que trata de afrontar el tema. Cuando los fragmentos intercalados de los otros dos manuscritos concretan o modifican algún punto de vista, se pone precisamente de manifiesto ese valor de reflexión en voz alta que tiene la conferencia; reflexión inevitable tras una tremenda crisis a la que cada uno de sus personajes aportó su grano de arena.
Traza una noción retrospectiva del contenido revolucionario que la guerra del 14 tiene para España, para la renovación y ampliación de una conciencia social; subraya la importancia ideológica que adquiere una minoría intelectual burguesa y su fracaso en la política práctica; apunta la represión del 34, el triunfo del Frente Popular y el enfrentamiento social que acaba en oposición armada. Introduce aquí unas consideraciones acerca del pronunciamiento, como fenómeno histórico, y de las psicosis de pronunciamiento que precedió a la guerra, en las que se aprecian opiniones altamente sugestivas —sobre todo en los momentos actuales—, porque siendo muy probable que por aquellas fechas preliminares Durán compartiera la postura negativa que denuncia tres años más tarde en la izquierda, su prolongada experiencia militar y la relación personal con Rojo, Menéndez, Laiglesia e incluso con el que fue jefe de Estado Mayor del XX Cuerpo del Ejército durante un año, militares profesionales todos ellos, le hicieron reconsiderar los factores de la situación real y apreciar mejor los errores cometidos.
Soldados republicanos de las últimas quintas movilizadas: "La quinta del biberón"
Sin embargo, las vivencias quedan tan próximas cuando escribe su conferencia, que la narración de los primeros días de lucha está marcada y determinada por factores emocionales, donde el raciocinio trata de poner orden o de buscar explicaciones: «Podríamos llamar al primer período de la guerra el período de la desorganización organizada» (en otro momento vacila y escribe «organización desorganizada»); y prosigue: «En el caos aparente de España, ciertas leyes no formuladas, derivadas del entusiasmo y la esperanza existentes, permitían conjugar —rudimentariamente, desde luego— los esfuerzos individuales... De mí sé decir que durante las distintas fases de mi mando jamás me vi ante una situación que por sí mismo o con la espontánea ayuda de los demás no pudiera fácilmente resolver. Nunca me vi desasistido de la colaboración ajena. Nada parecía insuperable. ¿Era la guerra o lo concreto de nuestros ideales lo que nos llevaba a obrar así?». Esta idea que debió de acosarle mucho, como veremos al final de la conferencia y que incluso apostilló con el recuerdo de San Marcos (16, 18), se nos antoja un auténtico problema de conciencia en Gustavo Durán, puesto que incluye una crisis ideológica y un profundo sentido de la responsabilidad. Este último, y no el principio de eficacia que apunta Martín-Artajo, entendemos que es el factor determinante de los juicios que le merecen algunas conductas. Por ejemplo, el principio de eficacia cabe aplicarlo al contraste que Durán señala entre la conducta, incluso militarmente organizada, de algunas unidades «cuyos soldados han perdido la guerra sin haber hecho nada por ganarla» y el provecho obtenido por las fuerzas de Franco aplicando las ventajas de que disponían o las que hallaban dispuestas. Durán ilustró este pasaje con un suceso que no recoge en el texto, limitándose a indicar «Anécdota de Arniches y las trincheras». Se trata del hijo del comediógrafo, arquitecto y adscrito a la Junta de Fortificaciones de Madrid; hubo de intervenir en la construcción de las que se hicieron en el sector del Jarama, y comentaba luego lo contrariado:
— Chico, hacernos unas trincheras estupendas, con sus casamatas, sus refugios, sus líneas de evacuación, perfectas. Pero apenas las terminamos, zas, se nos llenan de moros. ¡Mala suerte, chico, eso es lo que nos pasa, que tenemos muy mala suerte!
La eficacia de Arniches y sus hombres, quedaban a salvo, su responsabilidad también; pero no sucedía lo mismo con los que debían ocupar y defender aquellas obras, ni con los responsables, convertidos en oficiales, que les mandaban. Léase despacio el párrafo de la conferencia trascrito arriba y se apreciará el valor que concede a la voluntad responsable. Corrobora esta interpretación otro suceso cuya veracidad puedo garantizar. En diciembre de 1937, poco antes de acudir a Teruel, Durán estuvo recorriendo las líneas propias en los Montes Universales; uno de los sectores le dejó muy bien impresionado por la calidad de las fortificaciones y por el acierto con que se había estudiado y establecido el plan de fuego de las armas automáticas. Al retirarse, preguntó al oficial que sirviera de guía y acompañante quién tenía el mando de aquellas posiciones. La contestación fue terminante: Nadie, aquí somos de la FAI. Comentando la respuesta, ya de vuelta, Durán distinguió: Políticamente y desde su punto de vista, correcta; pero militarmente, un desastre. El Ejército no es Fuenteovejuna.
Atribuye Durán al general Rojo las líneas maestras de la organización del ejército popular, y juzga que llegó bajo su dirección «al límite de eficacia» que podíamos alcanzar; aunque la sustitución del regimiento por la Brigada Mixta no rindiera cuanto se esperaba (2), la «disciplina llegó a ser casi perfecta en el Ejército». Desde luego, la batalla del Ebro resulta inconcebible de todo punto en términos del año 36. De la que pudiera llamarse disposición formal, pasa Durán a examinar el estado de ánimo de los hombres que formaban las unidades. Frente a la que fue contestación habitual en una sucesión de adversidades: «No pasa nada, y si pasa, no importa», que considera símbolo de una «heroica y consciente indiferencia», duda si era fruto de la naciente disciplina, de la pérdida de fe (que conlleva la pérdida de la noción del valor de las cosas, incluido el de la propia vida), o si precisamente nacía de que la fe en sí mismo era más acendrada que nunca Veterano republicano del Ejército Popular. en la desgracia. Cita una frase de Napoleón: «la moral lo es todo», pero la desvirtúa cuando identifica moral y fe, afirmando que «la fe en la causa por la que se lucha puede recompensar (¿a veces?) la desventaja de estar mal equipados»; o bien, «las batallas se pierden, no en el campo donde éstas se libran, sino en la imaginación del general y del soldado. «La derrota es una pérdida de fe». Se entiende que esto suceda dentro de una cierta correlación de fuerzas; sin embargo, insisto en que Durán parece identificar dos virtudes militares distintas: la moral y la fe en la causa defendida; la adversidad puede hundir la primera sin alterar la segunda, en tanto que, a la inversa, cabe mantener la moral en razón de los éxitos aunque la fe desaparezca por motivos personales.
Más arriba hemos señalado la importancia que Durán concede a la fe, pero al llegar a estas apreciaciones finales no es fácil deslindar cuándo son juicios objetivos y cuándo afloran sus propios problemas de conciencia en la valoración general. En una de las frases con que cierra la conferencia en su versión inglesa, dice que la historia de la guerra civil en el campo republicano «es la historia de un país dirigido por un Gobierno que alcanzó por primera vez su plena capacidad de rendimiento sólo unas pocas horas antes de su muerte». Tal afirmación, aunque discutible, se corresponde con la visión de un ejército popular casi maduro poco antes de abandonar las armas. Y Gustavo Durán. es consciente de que él es uno de los que ha contribuido, dentro de unos límites, a ese perfeccionamiento gradual. Los hechos y juicios expuestos pueden estar deformados por la inmediatez, pero el sentido de responsabilidad compartida interfiere también a la hora de concluir la conferencia y de extraer unas conclusiones.
Pocos días antes de abandonar definitivamente el Cuartel General del XX Cuerpo del Ejército, hubo de viajar una noche a Valencia. Durante el trayecto hizo con el oficial que le acompañaba un apresurado análisis de la situación militar: pérdida de Cataluña, decisión de Casado en Madrid con la inevitable fisura política en los mandos, y moral de las propias fuerzas en aquellas circunstancias. ¿Hasta qué punto los veteranos voluntarios mantenían alguna esperanza, y en qué medida el grueso de las unidades procedente de reclutas conservaría la moral teniendo que combatir y retroceder? El Partido Comunista proponía una retirada lenta y dificultosa para dar tiempo a que Alemania comenzase su agresión militar en Europa. Durán y otros jefes convocados rechazaron tal posibilidad. En efecto, la idea de la derrota militar estaba en la mente de todos y no era fácil percibir que la batalla por la libertad había cambiado de frente, y que la fe necesaria exigía otros fundamentos que la surgida el 18 de julio.
DIARIO DE CAMPAÑA.
Ocupa 19 hojas de bloc y corresponde a los días del 11 de noviembre al 1.° de diciembre de 1936, aunque falten datos de los días 26 a 29 y la información del 21 remite a «las órdenes y partes adjuntos». Esta expresión así como el contenido y forma de las notas, hacen sospechar que no pertenecen a un diario personal sino más bien a un guión para componer el parte del día o para dar un informe. No son tampoco los apuntes propios de un jefe de posición, sino del oficial de operaciones de un Estado Mayor. Lacónicos y expresivos, se refieren a las operaciones que tuvieron lugar en la Ciudad Universitaria, Puente de San Fernando y Casa Quemada. Los españoles que nombra son todos conocidos, unos más y otros menos; los brigadistas, en cambio, ya no son tanto, aunque Hans Beimler, Kleber o Ludwig Renn sean familiares, con todo es fácil identificarlos en el libro de Andreu Castells, Las Brigadas Internacionales de la guerra de España; incluso el Adam citado en la hoja 10 (17-XI-36) es Ernst Adam Raabe, luego jefe de Estado Mayor con Durán en la 69 BM y en la 47 División.
Las llamadas Notas de Agenda, seis hojas escritas por ambas caras, tienen distinto contenido; la primera corresponde a la última etapa de Durán en el sector Oeste de Madrid, ya estabilizado, con el enemigo en Brunete, Navalagamella y Chapinería, mientras las fuerzas al mando de Barceló se situaban en Valdemorillo, Villanueva del Pardillo y Boadilla del Monte; son anotaciones sucintas, con indicación de fuerzas y armamento. Las hojas 2 a 5 son una noticia elemental, casi un estadillo, de la tropa y servicios adscritos al cuartel general de la 69 BM y del armamento y vestuario de los tres batallones iniciales. La hoja 6 sólo contiene cinco líneas preparatorias de la entrada en combate en el sector del Jarama el 23 de febrero de 1937.
Es el banco de prueba para un mando y un conato de unidad que no está completa ni conjuntada. Entre los olivares, el fuego de fusilería y ametralladoras era tan intenso que arrancaba las hojas de los árboles. Está lloviendo verde, dijo alguien, y esa pincelada poética la recogió Malraux en L'Espoir, aunque inexplicablemente la sitúa en la sierra, donde no encajan los olivos ni el terreno enfangado. Las órdenes eran severísimas, había que impedir a toda costa que el enemigo dominase la carretera de Madrid a Cuenca. Una tarde comenzó a flaquear uno de los batallones y a dar la espalda los milicianos. Fueron retiradas dos compañías, se las hizo formar, diezmando se sacaron tres hombres que fueron fusilados en el acto. Vueltas las unidades a sus posiciones y Durán al puesto de mando, pidió línea telefónica para dar parte de lo sucedido. No puedo hacerlo, la emoción le había dejado completamente afónico.
PAGINAS SOBRE LA BATALLA DE TERUEL.
Este fragmento apenas requiere comentario, ya que supone una mínima parte del libro de Robert Payne, The Civil War in Spain, y su valor intrínseco está en lo que escribiera Durán y en el hecho de que algunas frases reflejan situaciones y sucesos perceptibles sólo para quienes lo vivieron. Por ejemplo, hablando del paisaje irreal que ofrecía la carretera de Cuenca a Teruel en su último tramo, dice de las gentes: «parecían haberse perdido en sí mismas en la reclusión de sus montañas, y sus gestos, su manera de estar mientras nos hablaban con una tímida dignidad, evocaban de algún modo su absoluta lejanía. Era agradable sentir el olor de la comida que cocinaban a fuego abierto..., era agradable hablar con ellos». El encadenamiento de las ideas de dignidad, distanciamiento de las gentes y olor de comida hecha en la chimenea, está sin duda relacionado con los dueños de la casa de Villaespesa, en cuya cocina y al calor de la lumbre se recogían para dormir Durán, Adam y los oficiales que no quedaban de guardia en el puesto de mando durante la noche. El abuelo, noventa años o más, guardaba un silencio absoluto sentado en un sillón cerca del fuego; la dueña preparaba la cena para ella, el viejo y dos criaturas, mientras hablaba sin cohibirse con los suyos, o discretamente con los extraños. Apenas comían, se retiraban a dormir. Los intrusos hacían por sacudirse el frío acumulado, secarse las botas y, ya solos, Durán dictaba el parte del día y la orden de operaciones para la jornada siguiente. Una de las noches, la relativa placidez quedó rota por el violento fuego de mortero, fusil y armas automáticas. El abuelo se irguió afirmando las manos en los brazos del sillón:Un anónimo teniente en campaña.
— Los carlistas, ya están ahí los carlistas. ¡La escopeta!
Y de nuevo se dejó caer en el sillón, silencioso pero con la mirada inquieta. Por unos momentos, los gestos, las palabras de aquel anciano surgido de otro tiempo, de otra realidad, de una lejanía concentrada en su reclusión.
EXTRACTOS DE UNA CARTA A HUGH THOMAS.
En la primera edición del libro de Thomas, The Spanish Civil War, y a causa de las fuentes utilizadas, el autor publicó unas páginas en las que se vertían graves calumnias contra Gustavo Durán. Para ningún español, en la inmensa multitud de los vencidos, ni para quienes antepusieran, entre los vencedores, un estricto sentido de justicia, cabía el conceder rigor histórico a la Causa General abierta por el franquismo contra sus adversarios, ni mucho menos imparcialidad. Apenas apareció el libro, Durán escribió a su autor una carta rechazando de plano aquellas infamias y reprobando las fuentes de que se había servido. Me consta que hubo problemas, pero el historiador acabó reconociendo su error, retiró las páginas insidiosas de la primera edición y nunca volvió a reimprimirlas. Modernamente incluso ha informado a Martín-Artajo de otra documentación hoy asequible que corrobora la reivindicación que hizo Durán de su dignidad. La puntualización que éste hace de su efímero paso por los servicios madrileños del SIM, instalados a espaldas del Ministerio de Marina en su esquina con Montalbán, es rigurosamente cierta. No llegaron a veinte los días en que abandonó el mando de la 47 División, a poco de haberla retirado del frente de Quijorna, y antes de que se trasladara con sus hombres a tierras de Cuenca.
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EL ARTICULO DE SIMONE TERY.
Está escrito en dos tiempos que corresponden a dos entrevistas separadas por más de cinco meses. La primera tuvo lugar en Valencia, septiembre de 1937, apenas reincorporado Durán al mando de la 47 División y, muy posiblemente, cuando fue llamado por el general Rojo para reorganizar la unidad y prepararla convenientemente con vistas a su participación en la batalla de Teruel. Aunque otras personas intervengan en la conversación, es un diálogo vis a vis en el que la periodista trata de fijar a su personaje, de analizar su condición bifronte, pero el hall de un hotel y en una situación relajada no eran las condiciones más favorables, por lo que ha de cerrar esa primera imagen con una anécdota.
La segunda entrevista tampoco le fue favorable al principio. Finalizaba febrero de 1938, la 47 División había sido retirada de Teruel y reponía fuerzas en la zona de Alberique, Manuel y Carcagente. El cuartel general de la División estaba en Alcira, que tal es el «soleado pueblo de Levante» que describe Simone Téry. No era el frente que ella deseaba como escenario —ni Durán admitió nunca periodistas en su puesto de mando—, pero siquiera le encontraba en el ambiente distendido de su Estado Mayor. De ahí que no pudieron vivir y observar la tensión del combate, ni lograr que Durán o cualquiera de sus oficiales hablasen del pasado inmediato, la periodista hubiera de manipular un tanto la situación; de literaturalizarla, creando un extraño climax con unas canciones que, realmente, se cantaron durante la cena, junto con otras bastante desenfadadas, en abierta complicidad con su jefe y escamoteando cualquier información sobre la guerra.
Creo que Simone Téry no acertó a percibir el pudor de quien vivía la guerra con plena responsabilidad, con una voluntad total, sintiéndose incapaz de minimizarla, de convertirla en anécdotas personales. Cuando confiesa defraudada que hubiera deseado una conversación seria, sobre Teruel, por ejemplo, la contestación de Durán no puede ser más clara:
— «La próxima vez... Esas cosas necesitan contarse con tiempo..., que salgan por sí solas... El heroísmo de los soldados... y de los oficiales también..., el frío, dieciocho bajo cero..., la nieve hasta las rodillas..., tantas cosas».
Una clara conciencia del esfuerzo colectivo, del sacrificio de todos. Durán se sentía solidario y responsable de todos sus hombres, y exigía idéntico sentimiento a sus inmediatos. No era un jefe fácil; pero Adam, su jefe de Estado Mayor, lo fue desde los primeros momentos de la 69 BM hasta la repatriación de los internacionales, y todos sus oficiales, socialistas, comunistas, anarquistas, le guardaron idéntica lealtad. El problema de Simone Téry estriba en que Durán era muchísimo más que el músico-general que ella estaba buscando.
F. C. R. M.
(1) Una enseñanza de la guerra española. Glorias y miserias de la improvisación de un ejército, Madrid, ediciones Júcar, 1980.
(2) En este pasaje Durán intercala una cita de Virgilio en latín, amant alterna camoena (las musas gustan de la alternativa), que parece haber desconcertado al editor.
Fuentes:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm/Duran/Duran.htm
Glorias y miserias de la improvisación de un ejército.
Felipe C. R. Maldonado
EL volumen que ha suscitado con los recuerdos, este artículo, encierra, pese a sus cortas dimensiones, un conjunto heterogéneo al que dan unidad el sujeto, Gustavo Durán, y la circunstancia, nuestra guerra civil (1). Comprende una conferencia que leyó Durán en Dartington Hall, Inglaterra, finalizando 1939, de la que se conserva el original castellano, una versión inglesa, «aproximada y bastante reducida», y un fragmento con una serie de apuntes, asimismo en inglés, independiente al parecer de la conferencia en torno al mismo tema. Es una lástima que el editor no haya publicado la totalidad de los textos ingleses, aunque los hubiera utilizado, como hace cuando lo juzga conveniente, para apostillar el original castellano. A título de apéndices incluye el fragmento conservado de un diario de campaña, unas notas de agenda, unas páginas sobre la batalla de Teruel debidas a Durán, y el extracto de una carta que dirigiera éste a Hugh Thomas. Por último, cierra la miscelánea un capítulo del libro Front de la liberté. Espagne. 1937-1938, en el que Simone Téry reunió las crónicas que había publicado en la prensa francesa, dedicada la que se ha escogido a Gustavo Durán.
No es mucho, desde luego, pero tampoco abunda esta clase de material, sin pretensiones autobiográficas y escrito durante la contienda o a poco de haber concluido, cuando ideas y opiniones ganan espontaneidad aunque pierdan ponderación, cuando la realidad vivida y las posturas adoptadas no se han sosegado suficientemente ni están alteradas por la perspectiva ni la profunda reflexión. A estas circunstancias entendemos que apuntan las consideraciones iniciales de Durán acerca de la verdad, la realidad y la objetividad, al abordar la conferencia en Dartington Hall.
La semblanza personal que hace Martín-Artajo, editor del volumen, tiene muchos puntos reales, como corresponde a un conocimiento directo del sujeto, bien que fuera en sus últimos años; sin embargo, cabría señalar su presencia dentro del grupo de músicos y musicólogos -los Halffter, Salas Víu, Salazar— que acompañan en la residencia de estudiantes a la generación poética del 27; la ulterior aventura cinematográfica con Edgar Neville, Benito Perojo e Imperio Argentina en los estudios de la Paramount; sus primeras actividades políticas, de buena voluntad, en los mítines a favor del Frente Popular, poniendo su automóvil y su persona como chófer al servicio de María Teresa León y de Alberti, viejos amigos. Por cierto, que en estos viajes, el de Cuenca posiblemente, conoció a otro personaje histórico-literario, Angel González Moros, obrero ferroviario, miembro del comité de Castilla del PC y, al cabo de unos meses, comisario del tren blindado en que Durán haría sus primeras armas como combatiente. Los azares comunes de ambos se verían luego reflejados en L'Espoir, de Malraux, bajo los nombres de Ramos y Manuel, Angel y Gustavo, respectivamente. De igual modo, hubiera sido útil una sucinta «hoja de servicios» que ayudase a comprender la evolución de Gustavo Durán y su proyección militar. Acaso Martín-Artajo ignoraba los datos, por lo que aportamos una breve noticia que pueda servir de guía, si alguien desea profundizar en la materia.
Abandonó el tren blindado al cabo de unos meses y el mando del Quinto Regimiento le encomendó la creación de la Motorizada; quizás convenga precisar que no era una unidad de combate, sino de un cuerpo absolutamente indispensable en la transición a formaciones militares regulares: se trataba de centralizar a todos los motoristas que servirían de enlace entre los cuarteles generales y los puestos de mando, encuadrando a los hombres y atendiendo al entretenimiento y reparación de las máquinas. No estuvo aquí mucho tiempo, y tras cumplir esa misión organizativa, la entrada en combate de las brigadas internacionales y sus conocimientos de francés, inglés y alemán determinaron su incorporación al Estado Mayor del general Kleber (Larz Fakeete). A este período corresponden, precisamente, las anotaciones del llamado «diario de campaña» recogidas en el libro.
Motoristas republicanos en Talavera en 1936.
Estabilizado el frente de Madrid en aquella zona, recibió la orden de organizar la 69 Brigada Mixta, que tuvo como núcleo principal el primitivo batallón de Leones Rojos, voluntarios de la rama sindical del comercio madrileño, muy diezmado y los destrozados restos de otros dos batallones de milicias. Entendemos que las llamadas «notas de agenda» pertenecen a este período de organización y acoplamiento, que a los pocos días acabó en Carabaña para iniciar su acción en el Jarama en los combates del Pingarrón. Luego habría que subir a Guadalajara, cubrir bajas y participar en el ataque contra Segovia, ocupando Cabeza Grande, donde Durán caería herido. En julio del 37 le llegaría la orden de formar la 47 División con las Brigadas 34 y 69, que entró en fuego a primeros de agosto en Quijorna. Cumplida la misión y apenas retirada la unidad del frente, se produjo el efímero paso de Durán por la sección madrileña del SIM (Servicio de Investigación Militar) , que también se menciona en el libro.
Reintegrado al mando de la 47 División, se trasladó con la unidad a tierras de Cuenca, donde se cubren bajas, los batallones y servicios adquieren sus cupos reglamentarios y, por primera vez, se les somete a una preparación concienzuda, cuya eficacia demostrará la conquista de la muela de Teruel en la madrugada del 1.° de enero de 1938. Luego de un breve descanso en Alcira, se refleja la crónica de Simone Téry, volvió con sus hombres a ocupar posiciones en la serranía de Teruel, defendiendo el Muletón junto a unidades internacionales; duras jornadas en las que Durán hubo de ser evacuado y hospitalizado unos días por agotamiento. Pasos que siguieron casi todos los oficiales de su puesto
de mando.
Nuevo relevo, cuando parece que amainan los ataques, y Durán debe salir urgentemente con la 47 División para situarla al norte de la sierra del Maestrazgo, sobre la carretera que une Montalbán y Alcañiz. En Alcorisa, frente al camino que baja de Andorra, y estudiando el mejor emplazamiento para sus efectivos, preguntó a Modesto:
—¿Y ahora dónde está nuestra primera línea?
—Pues, aquí —contestó Modesto sonriendo—: Este, tú, yo, aquél... Y nuestros soldados más próximos, los del último camión que dejamos atrás.
Soldado republicano en periodo de instrucción con su fusil Moisin-Nagant.
El frente se había hundido y se combatía con dureza en Calanda y Alcañiz. Las primeras fuerzas que se aproximaron al segundo día eran italianas, Fiamme Nere, llegaban en formación cerrada por la carretera; los dos motoristas que les precedían rebasaron la primera línea sin advertirlo. Pero no había un frente continuo, sino unidades a caballo de las carreteras que bajan a Morelia; una clase de combate muy difícil con los flancos descubiertos, y comenzó un largo repliegue por las rutas del Maestrazgo. Al principio, había soldados que lloraban de ira. En Morella, con la 47 y restos de otras brigadas Durán improvisó una Agrupación de Montaña que al llegar a Vinaroz y quedar dividida la 47, volvió a recomponerse como Agrupación de Costa.
Al sur de Castellón, en Villarreal, se produjo una reacción insólita y esta población se llegó a perder y reconquistar hasta siete u ocho veces luchando cuerpo a cuerpo. Poco más abajo, al norte de Nules quedó por fin estabilizado el frente, apoyado en las alturas que bajan de Espadán. Salvo unas acciones de división en apoyo de la campaña del Ebro, ya no hubo más combates. Durán, ascendió a coronel, obtuvo el mando del XX Cuerpo del Ejército.
LA CONFERENCIA.
Aunque le demos ese nombre, ya se dijo que es el original básico en castellano, que Martín-Artajo amplía y apostilla con fragmentos de los otros dos manuscritos. Tiene un doble carácter, narrativo, porque relata la evolución y desarrollo del Ejército popular, y reflexivo, por las consideraciones que a menudo provocan los sucesos o las circunstancias que refiere. Durán no puede sustraerse a su condición de protagonista, cualquiera que sea la dimensión real de ese protagonismo, para limitarse a exponer unos hechos; y si por razones éticas y de objetividad rechaza el comentario justificativo, la clara conciencia de una responsabilidad asumida libre y razonadamente le mueve de continuo a esbozar juicios, a extraer consecuencias. Cuando en el párrafo inicial afirma que no habla para la Historia, no hace retórica, sino que puntualiza el intento de sinceridad subjetiva con que trata de afrontar el tema. Cuando los fragmentos intercalados de los otros dos manuscritos concretan o modifican algún punto de vista, se pone precisamente de manifiesto ese valor de reflexión en voz alta que tiene la conferencia; reflexión inevitable tras una tremenda crisis a la que cada uno de sus personajes aportó su grano de arena.
Traza una noción retrospectiva del contenido revolucionario que la guerra del 14 tiene para España, para la renovación y ampliación de una conciencia social; subraya la importancia ideológica que adquiere una minoría intelectual burguesa y su fracaso en la política práctica; apunta la represión del 34, el triunfo del Frente Popular y el enfrentamiento social que acaba en oposición armada. Introduce aquí unas consideraciones acerca del pronunciamiento, como fenómeno histórico, y de las psicosis de pronunciamiento que precedió a la guerra, en las que se aprecian opiniones altamente sugestivas —sobre todo en los momentos actuales—, porque siendo muy probable que por aquellas fechas preliminares Durán compartiera la postura negativa que denuncia tres años más tarde en la izquierda, su prolongada experiencia militar y la relación personal con Rojo, Menéndez, Laiglesia e incluso con el que fue jefe de Estado Mayor del XX Cuerpo del Ejército durante un año, militares profesionales todos ellos, le hicieron reconsiderar los factores de la situación real y apreciar mejor los errores cometidos.
Soldados republicanos de las últimas quintas movilizadas: "La quinta del biberón"
Sin embargo, las vivencias quedan tan próximas cuando escribe su conferencia, que la narración de los primeros días de lucha está marcada y determinada por factores emocionales, donde el raciocinio trata de poner orden o de buscar explicaciones: «Podríamos llamar al primer período de la guerra el período de la desorganización organizada» (en otro momento vacila y escribe «organización desorganizada»); y prosigue: «En el caos aparente de España, ciertas leyes no formuladas, derivadas del entusiasmo y la esperanza existentes, permitían conjugar —rudimentariamente, desde luego— los esfuerzos individuales... De mí sé decir que durante las distintas fases de mi mando jamás me vi ante una situación que por sí mismo o con la espontánea ayuda de los demás no pudiera fácilmente resolver. Nunca me vi desasistido de la colaboración ajena. Nada parecía insuperable. ¿Era la guerra o lo concreto de nuestros ideales lo que nos llevaba a obrar así?». Esta idea que debió de acosarle mucho, como veremos al final de la conferencia y que incluso apostilló con el recuerdo de San Marcos (16, 18), se nos antoja un auténtico problema de conciencia en Gustavo Durán, puesto que incluye una crisis ideológica y un profundo sentido de la responsabilidad. Este último, y no el principio de eficacia que apunta Martín-Artajo, entendemos que es el factor determinante de los juicios que le merecen algunas conductas. Por ejemplo, el principio de eficacia cabe aplicarlo al contraste que Durán señala entre la conducta, incluso militarmente organizada, de algunas unidades «cuyos soldados han perdido la guerra sin haber hecho nada por ganarla» y el provecho obtenido por las fuerzas de Franco aplicando las ventajas de que disponían o las que hallaban dispuestas. Durán ilustró este pasaje con un suceso que no recoge en el texto, limitándose a indicar «Anécdota de Arniches y las trincheras». Se trata del hijo del comediógrafo, arquitecto y adscrito a la Junta de Fortificaciones de Madrid; hubo de intervenir en la construcción de las que se hicieron en el sector del Jarama, y comentaba luego lo contrariado:
— Chico, hacernos unas trincheras estupendas, con sus casamatas, sus refugios, sus líneas de evacuación, perfectas. Pero apenas las terminamos, zas, se nos llenan de moros. ¡Mala suerte, chico, eso es lo que nos pasa, que tenemos muy mala suerte!
La eficacia de Arniches y sus hombres, quedaban a salvo, su responsabilidad también; pero no sucedía lo mismo con los que debían ocupar y defender aquellas obras, ni con los responsables, convertidos en oficiales, que les mandaban. Léase despacio el párrafo de la conferencia trascrito arriba y se apreciará el valor que concede a la voluntad responsable. Corrobora esta interpretación otro suceso cuya veracidad puedo garantizar. En diciembre de 1937, poco antes de acudir a Teruel, Durán estuvo recorriendo las líneas propias en los Montes Universales; uno de los sectores le dejó muy bien impresionado por la calidad de las fortificaciones y por el acierto con que se había estudiado y establecido el plan de fuego de las armas automáticas. Al retirarse, preguntó al oficial que sirviera de guía y acompañante quién tenía el mando de aquellas posiciones. La contestación fue terminante: Nadie, aquí somos de la FAI. Comentando la respuesta, ya de vuelta, Durán distinguió: Políticamente y desde su punto de vista, correcta; pero militarmente, un desastre. El Ejército no es Fuenteovejuna.
Atribuye Durán al general Rojo las líneas maestras de la organización del ejército popular, y juzga que llegó bajo su dirección «al límite de eficacia» que podíamos alcanzar; aunque la sustitución del regimiento por la Brigada Mixta no rindiera cuanto se esperaba (2), la «disciplina llegó a ser casi perfecta en el Ejército». Desde luego, la batalla del Ebro resulta inconcebible de todo punto en términos del año 36. De la que pudiera llamarse disposición formal, pasa Durán a examinar el estado de ánimo de los hombres que formaban las unidades. Frente a la que fue contestación habitual en una sucesión de adversidades: «No pasa nada, y si pasa, no importa», que considera símbolo de una «heroica y consciente indiferencia», duda si era fruto de la naciente disciplina, de la pérdida de fe (que conlleva la pérdida de la noción del valor de las cosas, incluido el de la propia vida), o si precisamente nacía de que la fe en sí mismo era más acendrada que nunca Veterano republicano del Ejército Popular. en la desgracia. Cita una frase de Napoleón: «la moral lo es todo», pero la desvirtúa cuando identifica moral y fe, afirmando que «la fe en la causa por la que se lucha puede recompensar (¿a veces?) la desventaja de estar mal equipados»; o bien, «las batallas se pierden, no en el campo donde éstas se libran, sino en la imaginación del general y del soldado. «La derrota es una pérdida de fe». Se entiende que esto suceda dentro de una cierta correlación de fuerzas; sin embargo, insisto en que Durán parece identificar dos virtudes militares distintas: la moral y la fe en la causa defendida; la adversidad puede hundir la primera sin alterar la segunda, en tanto que, a la inversa, cabe mantener la moral en razón de los éxitos aunque la fe desaparezca por motivos personales.
Más arriba hemos señalado la importancia que Durán concede a la fe, pero al llegar a estas apreciaciones finales no es fácil deslindar cuándo son juicios objetivos y cuándo afloran sus propios problemas de conciencia en la valoración general. En una de las frases con que cierra la conferencia en su versión inglesa, dice que la historia de la guerra civil en el campo republicano «es la historia de un país dirigido por un Gobierno que alcanzó por primera vez su plena capacidad de rendimiento sólo unas pocas horas antes de su muerte». Tal afirmación, aunque discutible, se corresponde con la visión de un ejército popular casi maduro poco antes de abandonar las armas. Y Gustavo Durán. es consciente de que él es uno de los que ha contribuido, dentro de unos límites, a ese perfeccionamiento gradual. Los hechos y juicios expuestos pueden estar deformados por la inmediatez, pero el sentido de responsabilidad compartida interfiere también a la hora de concluir la conferencia y de extraer unas conclusiones.
Pocos días antes de abandonar definitivamente el Cuartel General del XX Cuerpo del Ejército, hubo de viajar una noche a Valencia. Durante el trayecto hizo con el oficial que le acompañaba un apresurado análisis de la situación militar: pérdida de Cataluña, decisión de Casado en Madrid con la inevitable fisura política en los mandos, y moral de las propias fuerzas en aquellas circunstancias. ¿Hasta qué punto los veteranos voluntarios mantenían alguna esperanza, y en qué medida el grueso de las unidades procedente de reclutas conservaría la moral teniendo que combatir y retroceder? El Partido Comunista proponía una retirada lenta y dificultosa para dar tiempo a que Alemania comenzase su agresión militar en Europa. Durán y otros jefes convocados rechazaron tal posibilidad. En efecto, la idea de la derrota militar estaba en la mente de todos y no era fácil percibir que la batalla por la libertad había cambiado de frente, y que la fe necesaria exigía otros fundamentos que la surgida el 18 de julio.
DIARIO DE CAMPAÑA.
Ocupa 19 hojas de bloc y corresponde a los días del 11 de noviembre al 1.° de diciembre de 1936, aunque falten datos de los días 26 a 29 y la información del 21 remite a «las órdenes y partes adjuntos». Esta expresión así como el contenido y forma de las notas, hacen sospechar que no pertenecen a un diario personal sino más bien a un guión para componer el parte del día o para dar un informe. No son tampoco los apuntes propios de un jefe de posición, sino del oficial de operaciones de un Estado Mayor. Lacónicos y expresivos, se refieren a las operaciones que tuvieron lugar en la Ciudad Universitaria, Puente de San Fernando y Casa Quemada. Los españoles que nombra son todos conocidos, unos más y otros menos; los brigadistas, en cambio, ya no son tanto, aunque Hans Beimler, Kleber o Ludwig Renn sean familiares, con todo es fácil identificarlos en el libro de Andreu Castells, Las Brigadas Internacionales de la guerra de España; incluso el Adam citado en la hoja 10 (17-XI-36) es Ernst Adam Raabe, luego jefe de Estado Mayor con Durán en la 69 BM y en la 47 División.
Las llamadas Notas de Agenda, seis hojas escritas por ambas caras, tienen distinto contenido; la primera corresponde a la última etapa de Durán en el sector Oeste de Madrid, ya estabilizado, con el enemigo en Brunete, Navalagamella y Chapinería, mientras las fuerzas al mando de Barceló se situaban en Valdemorillo, Villanueva del Pardillo y Boadilla del Monte; son anotaciones sucintas, con indicación de fuerzas y armamento. Las hojas 2 a 5 son una noticia elemental, casi un estadillo, de la tropa y servicios adscritos al cuartel general de la 69 BM y del armamento y vestuario de los tres batallones iniciales. La hoja 6 sólo contiene cinco líneas preparatorias de la entrada en combate en el sector del Jarama el 23 de febrero de 1937.
Es el banco de prueba para un mando y un conato de unidad que no está completa ni conjuntada. Entre los olivares, el fuego de fusilería y ametralladoras era tan intenso que arrancaba las hojas de los árboles. Está lloviendo verde, dijo alguien, y esa pincelada poética la recogió Malraux en L'Espoir, aunque inexplicablemente la sitúa en la sierra, donde no encajan los olivos ni el terreno enfangado. Las órdenes eran severísimas, había que impedir a toda costa que el enemigo dominase la carretera de Madrid a Cuenca. Una tarde comenzó a flaquear uno de los batallones y a dar la espalda los milicianos. Fueron retiradas dos compañías, se las hizo formar, diezmando se sacaron tres hombres que fueron fusilados en el acto. Vueltas las unidades a sus posiciones y Durán al puesto de mando, pidió línea telefónica para dar parte de lo sucedido. No puedo hacerlo, la emoción le había dejado completamente afónico.
PAGINAS SOBRE LA BATALLA DE TERUEL.
Este fragmento apenas requiere comentario, ya que supone una mínima parte del libro de Robert Payne, The Civil War in Spain, y su valor intrínseco está en lo que escribiera Durán y en el hecho de que algunas frases reflejan situaciones y sucesos perceptibles sólo para quienes lo vivieron. Por ejemplo, hablando del paisaje irreal que ofrecía la carretera de Cuenca a Teruel en su último tramo, dice de las gentes: «parecían haberse perdido en sí mismas en la reclusión de sus montañas, y sus gestos, su manera de estar mientras nos hablaban con una tímida dignidad, evocaban de algún modo su absoluta lejanía. Era agradable sentir el olor de la comida que cocinaban a fuego abierto..., era agradable hablar con ellos». El encadenamiento de las ideas de dignidad, distanciamiento de las gentes y olor de comida hecha en la chimenea, está sin duda relacionado con los dueños de la casa de Villaespesa, en cuya cocina y al calor de la lumbre se recogían para dormir Durán, Adam y los oficiales que no quedaban de guardia en el puesto de mando durante la noche. El abuelo, noventa años o más, guardaba un silencio absoluto sentado en un sillón cerca del fuego; la dueña preparaba la cena para ella, el viejo y dos criaturas, mientras hablaba sin cohibirse con los suyos, o discretamente con los extraños. Apenas comían, se retiraban a dormir. Los intrusos hacían por sacudirse el frío acumulado, secarse las botas y, ya solos, Durán dictaba el parte del día y la orden de operaciones para la jornada siguiente. Una de las noches, la relativa placidez quedó rota por el violento fuego de mortero, fusil y armas automáticas. El abuelo se irguió afirmando las manos en los brazos del sillón:Un anónimo teniente en campaña.
— Los carlistas, ya están ahí los carlistas. ¡La escopeta!
Y de nuevo se dejó caer en el sillón, silencioso pero con la mirada inquieta. Por unos momentos, los gestos, las palabras de aquel anciano surgido de otro tiempo, de otra realidad, de una lejanía concentrada en su reclusión.
EXTRACTOS DE UNA CARTA A HUGH THOMAS.
En la primera edición del libro de Thomas, The Spanish Civil War, y a causa de las fuentes utilizadas, el autor publicó unas páginas en las que se vertían graves calumnias contra Gustavo Durán. Para ningún español, en la inmensa multitud de los vencidos, ni para quienes antepusieran, entre los vencedores, un estricto sentido de justicia, cabía el conceder rigor histórico a la Causa General abierta por el franquismo contra sus adversarios, ni mucho menos imparcialidad. Apenas apareció el libro, Durán escribió a su autor una carta rechazando de plano aquellas infamias y reprobando las fuentes de que se había servido. Me consta que hubo problemas, pero el historiador acabó reconociendo su error, retiró las páginas insidiosas de la primera edición y nunca volvió a reimprimirlas. Modernamente incluso ha informado a Martín-Artajo de otra documentación hoy asequible que corrobora la reivindicación que hizo Durán de su dignidad. La puntualización que éste hace de su efímero paso por los servicios madrileños del SIM, instalados a espaldas del Ministerio de Marina en su esquina con Montalbán, es rigurosamente cierta. No llegaron a veinte los días en que abandonó el mando de la 47 División, a poco de haberla retirado del frente de Quijorna, y antes de que se trasladara con sus hombres a tierras de Cuenca.
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EL ARTICULO DE SIMONE TERY.
Está escrito en dos tiempos que corresponden a dos entrevistas separadas por más de cinco meses. La primera tuvo lugar en Valencia, septiembre de 1937, apenas reincorporado Durán al mando de la 47 División y, muy posiblemente, cuando fue llamado por el general Rojo para reorganizar la unidad y prepararla convenientemente con vistas a su participación en la batalla de Teruel. Aunque otras personas intervengan en la conversación, es un diálogo vis a vis en el que la periodista trata de fijar a su personaje, de analizar su condición bifronte, pero el hall de un hotel y en una situación relajada no eran las condiciones más favorables, por lo que ha de cerrar esa primera imagen con una anécdota.
La segunda entrevista tampoco le fue favorable al principio. Finalizaba febrero de 1938, la 47 División había sido retirada de Teruel y reponía fuerzas en la zona de Alberique, Manuel y Carcagente. El cuartel general de la División estaba en Alcira, que tal es el «soleado pueblo de Levante» que describe Simone Téry. No era el frente que ella deseaba como escenario —ni Durán admitió nunca periodistas en su puesto de mando—, pero siquiera le encontraba en el ambiente distendido de su Estado Mayor. De ahí que no pudieron vivir y observar la tensión del combate, ni lograr que Durán o cualquiera de sus oficiales hablasen del pasado inmediato, la periodista hubiera de manipular un tanto la situación; de literaturalizarla, creando un extraño climax con unas canciones que, realmente, se cantaron durante la cena, junto con otras bastante desenfadadas, en abierta complicidad con su jefe y escamoteando cualquier información sobre la guerra.
Creo que Simone Téry no acertó a percibir el pudor de quien vivía la guerra con plena responsabilidad, con una voluntad total, sintiéndose incapaz de minimizarla, de convertirla en anécdotas personales. Cuando confiesa defraudada que hubiera deseado una conversación seria, sobre Teruel, por ejemplo, la contestación de Durán no puede ser más clara:
— «La próxima vez... Esas cosas necesitan contarse con tiempo..., que salgan por sí solas... El heroísmo de los soldados... y de los oficiales también..., el frío, dieciocho bajo cero..., la nieve hasta las rodillas..., tantas cosas».
Una clara conciencia del esfuerzo colectivo, del sacrificio de todos. Durán se sentía solidario y responsable de todos sus hombres, y exigía idéntico sentimiento a sus inmediatos. No era un jefe fácil; pero Adam, su jefe de Estado Mayor, lo fue desde los primeros momentos de la 69 BM hasta la repatriación de los internacionales, y todos sus oficiales, socialistas, comunistas, anarquistas, le guardaron idéntica lealtad. El problema de Simone Téry estriba en que Durán era muchísimo más que el músico-general que ella estaba buscando.
F. C. R. M.
(1) Una enseñanza de la guerra española. Glorias y miserias de la improvisación de un ejército, Madrid, ediciones Júcar, 1980.
(2) En este pasaje Durán intercala una cita de Virgilio en latín, amant alterna camoena (las musas gustan de la alternativa), que parece haber desconcertado al editor.
Fuentes:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm/Duran/Duran.htm
Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
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El "Método Español" en el tratamiento d las herida
Monografías Beecham
El "Método Español" en el tratamiento de las heridas de guerra.
(Técnica de Orr-Bastos-Trueta)
Dr. Juan Moral Torres
Ex profesor numerario de Patología Quirúrgica. Universidad Autónoma. Madrid
Ex profesor de Cirugía de Guerra. Academia de Sanidad Militar. Madrid
Ex jefe del Servicio de Cirugía Ortopédica y Traumatología. Hospital Militar Gómez Ulla. Madrid
Es de todos sabido cómo la guerra ha sido la mejor escuela de cirugía y la base de su progreso. Al revisar, como lo hace esta publicación, los hechos más importantes que jalonan la actuación médico-quirúrgica en la guerra civil española nos parece que la aportación más importante es sin duda el «Método Español» para tratar las heridas de guerra, así denominado peyorativamente por los colegas franceses que atendieron a los heridos evacuados en la retirada de Cataluña. No supieron valorar cómo muchos de los casos que ellos observaron eran el resultado de una actuación en derrota, cuando la falta de medios humanos y materiales, junto a circunstancias de inestabilidad y nerviosismo, dificultan la actuación técnica y originan acciones a veces alejadas de una buena ortodoxia.
CONCEPTO
Podría definirse el «Método Español» como una suma de actuaciones consistentes en unir la técnica de Friedrich, aplicada con el mayor rigor, y la cura oclusiva, utilizando como elemento fundamental el vendaje de escayola, que sumaba la acción inmovilizadora e hizo del método el ideal para tratar fracturas abiertas.
ESTUDIO DE SUS ELEMENTOS CONSTITUTIVOS
Vemos, pues, cómo las actuaciones sucesivas son:
1) La limpieza quirúrgica de la herida.
2) La cura oclusiva e inmovilizadora.
1) Limpieza quirúrgica de la herida.
Es un método que, pese a su evidencia, no fue valorado realmente hasta la guerra europea de 1914-18 y en ambos campos casi simultáneamente. Los aliados reunidos en el Congreso de Bruselas confirmaron las observaciones de Friedrich (1898). Este meticuloso cirujano alemán realizó un trabajo experimental, impregnando heridas que alcanzaban el plano muscular con tierra de jardín y otros materiales contaminantes, tal como se encontraba en las lesiones accidentales. Comprobó que la germinación de las bacterias contenidas en dicho material se iniciaba en las primeras seis u ocho horas y que sólo a partir de ese tiempo puede demostrarse mediante cultivo la presencia de gérmenes en el tejido muscular profundo y vías linfáticas regionales. Todos los animales a los que suturó la herida sucumbieron con graves infecciones, incluso gangrena gaseosa. Recomendaba que para prevenir la infección debía realizarse una extirpación en bloque de toda la herida (tratarla como un tumor maligno) que alcanzase una profundidad de dos o tres milímetros. Este radical procedimiento encuentra sus limitaciones en los vasos y nervios principales por los graves trastornos subsiguientes a su sección. En estos casos hay que ser tan radicales como se pueda, desbridando cualquier receso que pudiera quedar en su contacto (vasos y nervios) pero sin lesionarlos. El autor alemán preconizaba que si la limpieza había sido satisfactoria podría realizarse la sutura primaria, verdadero desiderátum en el tratamiento de los heridos. La práctica civil confirmó estas experiencias; sin embargo, cuando quiso extenderse el método a los heridos de guerra se observaron resultados en general desfavorables. La evolución posterior de estos estudios ha justificado que se prescinda siempre, en cirugía de guerra, de la sutura primitiva, dando preferencia a la sutura retardada y a la secundaria, previo control bacteriológico. En una conversación que tuvimos con Trueta en 1959, cuando visitamos su Departamento en Oxford, nos señalaba que la limpieza quirúrgica era la parte fundamental de la técnica por él seguida y que los fracasos que los autores franceses señalaron al «Método Español» eran debidos a que vieron casos en los que no se había seguido con rigor este principio.
2) Cura oclusiva.
En rigor, el método de las curas espaciadas bajo yeso fue conocido a través de los escritos de Ollier, «oclusión inamovible», en 1872, y si bien no ha sido nunca olvidado, ha sufrido altos y bajos en el aprecio de los cirujanos y muchos lo han «reinventado». El principio dominante del método es favorecer con la inmovilización rigurosa la defensa tisular contra la infección. Ollier utilizaba una resistente férula de silicato para conseguir el reposo absoluto, espaciando ampliamente las curas. Basaba su actuación en la evolución de la fiebre. Si el herido estaba apirético, nada importaba que los exudados empaparan los apósitos. Si la curva febril se elevaba se imponía el desbridamiento. Este indicador es tan útil que podemos decir que aún conserva su valor. Un precursor de este método fue Pirogoff, que en la guerra de Crimea (1854-55) trató durante el asedio de Sebastopol 250 fracturas cerradas y 330 abiertas utilizando el vendaje enyesado en forma de cura retardada. Publica sus resultados en 1854 en la revista Klinische Chirurgie, editada en Leipzig. Von Bergmann utilizó esta técnica en la guerra franco-prusiana de 1870. Estos trabajos fueron muy poco conocidos, y ello ha hecho que el autor francés Ollier goce de la paternidad del método. Al final de la guerra europea de 1914-18, Winett Orr, de Nebraska, tuvo ocasión de tratar gran cantidad de fracturas abiertas infectadas. El procedimiento por él seguido es el siguiente: colocado el paciente en la mesa para tratar fracturas, es sometido a tracción continua. Sigue luego el tratamiento operatorio de la herida y a continuación, amplio relleno con grasa vaselinada y encima algodón seco. A continuación procede al enyesado, que se mantiene, sin abrir ventanas, hasta la curación. La evolución de estos heridos resultó muy favorable, por lo que el autor recomendó esa técnica para el tratamiento de las infecciones crónicas de los huesos, de manera que hoy se conoce a Orr, fundamentalmente, por su método para tratar las osteomielitis. Parece ser que en las guerras que siguieron a la europea de 1914-18 se usó bastante el método, y la experiencia española en las campañas de Africa hizo que alcanzara entre nosotros el máximo perfeccionamiento.
EL "MÉTODO ESPAÑOL"
Después del estudio sucinto de lo que pudiéramos llamar sus elementos básicos, es decir, la técnica de Friedrich y la cura oclusiva, vamos a ver cómo pensamos que nace como tal y su evolución posterior. Bastos Ansart tuvo una actuación muy importante en las campañas bélicas de España en Marruecos. Dadas las condiciones del territorio, los heridos eran tratados inicialmente en los hospitales africanos y posteriormente evacuados a centros sanitarios establecidos en Andalucía y especialmente en Málaga. Las fracturas eran frecuentes entre estos heridos y, por tanto, se imponía, tras su reducción, una técnica de inmovilización. Revisando los diferentes medios pronto llegó a la conclusión que el vendaje de yeso era el ideal. Después se observó que en las heridas de alguna importancia la inmovilización era un factor importante en su evolución, lo cual facilitó que se extendiera esta actuación hasta hacerla casi sistemática, utilizándola como tratamiento de todas las lesiones abiertas. En la Revolución de Asturias de 1934 prácticamente todos los heridos fueron evacuados al Servicio que Bastos dirigía en el actual Hospital Gómez Ulla, entonces denominado de Madrid-Carabanchel, y él marcó la forma de actuar en lo que pudo, pues durante los primeros días las condiciones de la lucha hicieron imposible cualquier actuación reglada. Con esta experiencia, Bastos publica en 1936 un librito sobre «Las heridas por arma de fuego»*, que, dada la personalidad del autor, fue estudiado por la mayoría de los cirujanos españoles y que al estallar la guerra civil puede decirse que sirvió de norma para la actuación de casi todos los equipos quirúrgicos. Copiando casi literalmente decía: «Cuando la herida es amplia e irregular está indicada la limpieza quirúrgica a fondo, haciendo una extirpación total de todas las paredes de la brecha, desde la piel hasta lo más hondo. En el caso de fracturas, esta extirpación debe detenerse en el hueso. Por muy conminuta que sea la fractura, por muy numerosos que sean los fragmentos, no hay razón ninguna para quitarlos, sobre todo cuando conservan una conexión intrínseca, por tenue que ésta sea. En cambio, no debe tenerse reparo en abrir bien las partes blandas, extirpar ampliamente los tejidos mortificados que contiene la herida, en regularizar sus bordes y ponerla a plano, por así decirlo, aplicando a continuación la cura oclusiva en forma de vendaje enyesado. El tamaño o la profundidad de la herida no es nunca una contraindicación a la cura oclusiva. La técnica de colocación del escayolado es bien conocida. Nosotros seguimos las prescripciones de Orr -conspicuo propugnador de dicha cura- y así, después de haber hecho una minuciosa limpieza de la herida, la taponamos con gasa vaselinada. El apósito de yeso ha de mantener una rigurosa inmovilización del foco que, en caso de fractura, deberá extenderse más allá de las dos articulaciones limitantes del hueso fracturado. La actitud del miembro es la típica o estándar para cada hueso. La molestia subjetiva, junto al hedor, obliga a veces a levantar el apósito. Con ello puede comprobarse generalmente el notable avance que ha hecho la curación de la herida, que aparece por lo común enteramente rellenada y casi a nivel de piel, quedando reducida a una superficie granulosa de buen aspecto, rodeada de un borde cicatrizado bien aparente». Otros cirujanos como Jimeno Vida¡, D'Harcourt, Aguilar, Ribó, Linares, Folch, Oriol y tantos y tantos utilizaron esta técnica, pero fue sin duda Trueta Raspall el hombre que tuvo el gran mérito de sistematizarla con gran rigor y divulgarla con tal entusiasmo que muchos autores extranjeros le atribuyen su paternidad. Cita Domenech Alsina en su «Tratado de Cirugía de Urgencia» que Trueta ensayó la técnica de Ollier en algún accidente civil a partir de 1934. Lo cierto es que la primera publicación de este autor fue: «Tratamiento de las fracturas de guerra»**, donde señala cómo «la desgraciada guerra civil que padecemos en España nos ha permitido poner en práctica en gran escala las sugerencias de los americanos Orr y Baer». Dice a continuación cómo la intervención precoz correctamente realizada debe ir seguida de la cura oclusiva. Los fracasos atribuidos al método son fruto del desconocimiento de estos principios, olvidando que el primer tiempo de esta técnica debe ser quirúrgico. En la recopilación que hizo Trueta en 1938 sobre 605 fracturas de guerra no había realizado ninguna amputación ni tenía mortalidad. En otra publicación en 1939 puntualiza que durante la guerra civil trató 1.073 heridos por este método y sólo en un 0,75 por 100 fue necesario interrumpir la oclusión por alguna complicación. Muy interesante fue el informe presentado en la LII Asamblea de la Sothern Surgical Association por el profesor Rodolfo Matas, de Nueva Orleans, celebrada en Augusta en diciembre de 1939. Resultado de su estancia en los hospitales de Cataluña durante la guerra civil, describe el «Método Español», que él, influido por el lugar donde lo vivió, denomina «Catalán», y le sorprende cómo la herida, perfectamente limpia, se mantiene bajo el yeso, y precisa cómo en los primeros tiempos después de la excisión quirúrgica se taponaba con gasa vaselinada, pero poco a poco todos fueron viendo que la vaselina se escurría y realizaba una acción desfavorable, por lo que se acabó utilizando gasa esterilizada sin ningún aditamento. Señala Matas cómo en los últimos períodos, y sobre todo al abrir el yeso, la pestilencia del vendaje era nauseabunda. «Se veía un magma de pus descompuesto, secreciones de la herida, etcétera. Sin embargo, después del lavado con agua estéril templada la herida presentaba una excelente apariencia y sus superficies estaban en magnífico estado de granulación.» Terminaba su estudio con una frase lapidaria: «Not all cheese that smells bad, is bad» (no todo queso que despide hedor es malo). Después de aplicado el yeso, según el estado de la herida, se puede dejar terminar la cicatrización o bien realizar una sutura secundaria que mejore las características de la misma. El método tuvo también sus detractores, y éstos fueron fundamentalmente los cirujanos franceses que asistieron a los evacuados de Cataluña. André Garné, cirujano de los hospitales civiles de Perpignan, presentó a la Academia de Cirugía de París un trabajo, «A propósito del empleo de los yesos circulares en el tratamiento de las heridas de guerra», que leyó P. Funck Brentano en la sesión del 7 de febrero de 1940. En él señala que como cirujano de un hospital de la frontera pirenaica ha tenido la oportunidad de estudiar el estado de los heridos evacuados en la campaña de Cataluña, que afluyeron con un ritmo de 400 diarios durante una semana de febrero de 1939. Ello le permitió hacer el estudio sobre el tratamiento de las heridas de guerra con el vendaje de yeso como elemento oclusivo y aporta documentos «de alto interés a este método», que M. Carpenter estigmatizará con el nombre de «mística española». Señala Garné que podían agruparse los heridos en dos apartados:
1.° Heridos con muy mal estado general. unos recientes y otros con evolución de varios meses.
2.° Con un estado general satisfactorio.
- Entre los heridos recientes ha observado: cinco tétanos generalizados, tres gangrenas húmedas y dos gangrenas gaseosas.
- Entre los heridos antiguos ha encontrado seudoartrosis con grandes pérdidas de sustancia, osteomielitis fracturarias y notables vicios de consolidación.
En la discusión de la Academia intervinieron Leveuf, Lenormant y Lambret, para concluir todos ellos condenando este «método de embalaje de los heridos, que realmente sólo circunstancias excepcionales y comprometidas pueden justificar para alejarlos rápidamente del frente».
Posteriormente otros cirujanos que atendieron también a estos heridos van mejorando su impresión. En abril de 1944, Perves, Moruan y Renon presentaron a la Academia de Cirugía de París un trabajo sobre «Las heridas graves de los miembros», donde enjuician la llamada «cura española». En este informe, bastante objetivo, señalan:
1. ° Que el método había sido empleado en muchos casos de manera incorrecta.
2.° Que si los resultados morfológicos eran con frecuencia malos, la realidad era que las heridas que se encontraban bajo el yeso aparecían cubiertas de mamelones carnosos con un excelente aspecto, y que las infecciones que existían tenían un carácter tórpido, evolucionando los heridos sin fiebre ni dolor.
En otro estudio presentado en la Academia de Cirugía de París por M. M. Wagiar y Marc Leroy en mayo de 1945, con el título «Tratamiento de los heridos de guerra por el yeso cerrado», señalan también que con frecuencia el «Método Español» no fue aplicado correctamente y ello condujo a su descrédito.
En general, vemos con claridad que muchas de las críticas que se hicieron al método fueron un lamentable malentendido, valorando como normal lo que fue simplemente un episodio de tratamiento de extrema urgencia para alejar del frente a unos heridos que, forzosamente, tenían que recorrer etapas sin posible asistencia y a sabiendas de que no seguían una verdadera ortodoxia. Es curioso cómo Lagrot, al marchar con un grupo expedicionario de Normandía como cirujano consultor, aplicó el método «closed plaster» y lo encuentra satisfactorio, señalando que de forma muy semejante lo había aplicado él en 1917. Es curioso ver cómo cambia la opinión de nuestros colegas galos cuando pasan a ser «protagonistas».
EL «MÉTODO ESPAÑOL» EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Hemos visto cómo Trueta, en su Servicio del Hospital General de Cataluña, practica el método de forma sistemática y con resultados casi increíbles, consecuencia natural de que dispone de medios, está muy favorablemente situado en la cadena de evacuación y practica un Friedrich perfecto antes de aplicar la cura oclusiva con el yeso cerrado. Al terminar la guerra civil española este autor marcha a Inglaterra, al servicio de su antiguo maestro, el profesor Gildestone, en Oxford. Es muy bien recibido y rápidamente le pone en contacto con el mando superior de la Sanidad Militar británica, que, olvidado un poco de lo que es la cirugía en la guerra y viendo cómo las circunstancias hacían prever una próxima conflagración de la que Inglaterra no podía salvarse, le encarga que les actualice los métodos de tratamiento con arreglo a su reciente experiencia. Como resultado de esta gestión Trueta realiza la publicación de su obra «Treatment of war wound and fractures», 1939, Hamilton Publisher, 90 Great Rushell St. W. C. London. Este libro lo difunden entre los médicos ingleses primero y sus aliados después, publicándose casi sin variaciones en varios idiomas. Uno de los grandes méritos del que después sería eminente profesor de Oxford fue convencer al mando de la Sanidad Militar británica de la bondad del método frente a algunas opiniones, ya citadas, imperantes en aquellos días. Se inicia la guerra, el método es seguido a rajatabla y sus éxitos son totales, alcanzando el acmé de su gloria con el «milagroso yeso de Tobruk», facilitado por las condiciones que se daban en la guerra del desierto, que eran las más idóneas para su aplicación. No fue inútil el esfuerzo realizado por Trueta con motivo de esta guerra, pues debió influir muy notablemente en su posterior nombramiento como catedrático de Oxford, hecho singular que no se repitió con ningún extranjero. Asimismo, la práctica del «Método Español» contribuyó a que Trueta alcanzase renombre internacional como promotor y divulgador del mismo. Ya en tiempo de paz, en 1945, y en colaboración con Barnes, realiza este autor un trabajo experimental sobre la acción de la inmovilización por vendaje enyesado sobre la progresión de la infección en los tejidos. Comprueban cómo la marcha de los gérmenes desde el foco de entrada hasta el torrente sanguíneo se hace fundamentalmente por vía linfática y es favorecida por las contracciones musculares y los movimientos articulares. La inmovilización del miembro disminuye la circulación linfática y, por tanto, limita en extremo la progresión de los gérmenes. Lo que Trueta fue en los ejércitos aliados lo fue Jimeno Vidal en los ejércitos alemanes. Este fiel colaborador y traductor del libro de Bóhler se refugió en Viena el año 1939, al terminar la guerra civil española, y el maestro, que conocía su valor, le puso al frente del Hospital Rudolf, en la capital austriaca. En un principio se establece una discordancia entre la norma seguida por Bóhler, que era la extensión continua sistemática, y la practicada por Jimeno Vidal, que era el que denominamos «Método Español». Poco a poco, y cuando empezaron a valorarse los resultados de forma comparativa, comprobaron su valor. Como dice Franz en su «Tratado de Cirugía de Guerra», el método es muy sencillo, no requiere material especial, facilita la evacuación a los escalones sanitarios y es cómodo para el médico. Señala, por otra parte, como inconvenientes que dificulta la vigilancia de las heridas y las molestias del hedor y la suciedad. Estas afirmaciones, hechas en 1940, no cambian con la evolución de la guerra, y el «Método Español» alcanzó gran predicamento entre los cirujanos de guerra de los frentes alemanes. Al entrar en la guerra los Estados Unidos, tomaron de la Sanidad inglesa casi toda la norma de actuación y, por tanto, este método, que tenía además para ellos la gracia de haber sido utilizado primeramente por su compatriota Winett Orr. En un principio dio un buen resultado. Sin embargo, con sus grandes medios de evacuación, hospitalización, etcétera, en la última fase de la contienda siguieron las normas sistematizadas por Edward Churchill en su publicación «Tratamiento quirúrgico de los heridos en el teatro de operaciones del Mediterráneo en el momento de la caída de Roma». Este autor aprovechó también la experiencia de la propia guerra con el uso de la penicilina y de la cirugía reparadora. La importancia del método es en primer lugar la posibilidad de reintegrar con prontitud al servicio activo un número creciente de combatientes heridos y evitar deformaciones e invalideces. En conjunto, consistía en realizar de entrada un Friedrich y, sin cerrar la herida, colocar un apósito estéril. Pasados dos o tres días, si la herida tiene buen aspecto, se realiza la sutura, previa cruentización de los tejidos, y a continuación la inmovilización del miembro con vendaje enyesado que se abre longitudinalmente al terminar la intervención. Si se trata de una fractura abierta se inmoviliza con el método más adecuado para permitir la subsiguiente intervención. Si al levantar el apósito a las cuarenta y ocho horas se aprecian signos de infección, se aplica cura retardada y, una vez vencida esta complicación, se practica la sutura secundaria. Esta norma se mantiene actualmente en el Manual de Cirugía Militar de la NATO. En el conflicto bélico que tuvo lugar en el Sahara español se practicó con éxito y, posteriormente, nosotros mismos tuvimos ocasión de utilizarlo en heridas de arma de fuego en nuestro Servicio del Hospital Gómez Ulla con buenos resultados. En estos casos conseguimos disminuir mucho el hedor aplicando el yeso con soluciones de glucosa al 12 por 100 y repitiendo la aplicación de este elemento en fomentaciones periódicas. De lo expuesto se deduce que en un futuro, siempre que se disponga de medios suficientes, el «Método Español» pasará a un segundo plano, pero indudablemente mantendrá su utilidad para los casos en que las circunstancias bélicas lo impongan.
RESUMEN.
1.° Se estudia la evolución histórica de un método, consistente en unir la técnica de Friedrich y la cura oclusiva para el tratamiento de los heridos de guerra, conocido en el mundo con el nombre de «Método Español».
2.° Se justifica la denominación de técnica de Orr, Bastos, Trueta, por haber sido estos autores los que han jalonado su perfeccionamiento.
3.º Se sistematizan sus tiempos de realización:
a) Limpieza quirúrgica perfecta.
b) Vendaje enyesado cerrado.
4.º Se marca su especial utilización en el tratamiento de las fracturas abiertas.
5.º Se realiza una síntesis de su utilización en los conflictos bélicos que han seguido a la guerra civil española.
* M. Bastos Ansart. Ed. Labor. Madrid, 1936.
** J. Trueta Raspall. Biblioteca Médica de Cataluña. Barcelona, 1938.
Bibliografia:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... Metodo.htm
El "Método Español" en el tratamiento de las heridas de guerra.
(Técnica de Orr-Bastos-Trueta)
Dr. Juan Moral Torres
Ex profesor numerario de Patología Quirúrgica. Universidad Autónoma. Madrid
Ex profesor de Cirugía de Guerra. Academia de Sanidad Militar. Madrid
Ex jefe del Servicio de Cirugía Ortopédica y Traumatología. Hospital Militar Gómez Ulla. Madrid
Es de todos sabido cómo la guerra ha sido la mejor escuela de cirugía y la base de su progreso. Al revisar, como lo hace esta publicación, los hechos más importantes que jalonan la actuación médico-quirúrgica en la guerra civil española nos parece que la aportación más importante es sin duda el «Método Español» para tratar las heridas de guerra, así denominado peyorativamente por los colegas franceses que atendieron a los heridos evacuados en la retirada de Cataluña. No supieron valorar cómo muchos de los casos que ellos observaron eran el resultado de una actuación en derrota, cuando la falta de medios humanos y materiales, junto a circunstancias de inestabilidad y nerviosismo, dificultan la actuación técnica y originan acciones a veces alejadas de una buena ortodoxia.
CONCEPTO
Podría definirse el «Método Español» como una suma de actuaciones consistentes en unir la técnica de Friedrich, aplicada con el mayor rigor, y la cura oclusiva, utilizando como elemento fundamental el vendaje de escayola, que sumaba la acción inmovilizadora e hizo del método el ideal para tratar fracturas abiertas.
ESTUDIO DE SUS ELEMENTOS CONSTITUTIVOS
Vemos, pues, cómo las actuaciones sucesivas son:
1) La limpieza quirúrgica de la herida.
2) La cura oclusiva e inmovilizadora.
1) Limpieza quirúrgica de la herida.
Es un método que, pese a su evidencia, no fue valorado realmente hasta la guerra europea de 1914-18 y en ambos campos casi simultáneamente. Los aliados reunidos en el Congreso de Bruselas confirmaron las observaciones de Friedrich (1898). Este meticuloso cirujano alemán realizó un trabajo experimental, impregnando heridas que alcanzaban el plano muscular con tierra de jardín y otros materiales contaminantes, tal como se encontraba en las lesiones accidentales. Comprobó que la germinación de las bacterias contenidas en dicho material se iniciaba en las primeras seis u ocho horas y que sólo a partir de ese tiempo puede demostrarse mediante cultivo la presencia de gérmenes en el tejido muscular profundo y vías linfáticas regionales. Todos los animales a los que suturó la herida sucumbieron con graves infecciones, incluso gangrena gaseosa. Recomendaba que para prevenir la infección debía realizarse una extirpación en bloque de toda la herida (tratarla como un tumor maligno) que alcanzase una profundidad de dos o tres milímetros. Este radical procedimiento encuentra sus limitaciones en los vasos y nervios principales por los graves trastornos subsiguientes a su sección. En estos casos hay que ser tan radicales como se pueda, desbridando cualquier receso que pudiera quedar en su contacto (vasos y nervios) pero sin lesionarlos. El autor alemán preconizaba que si la limpieza había sido satisfactoria podría realizarse la sutura primaria, verdadero desiderátum en el tratamiento de los heridos. La práctica civil confirmó estas experiencias; sin embargo, cuando quiso extenderse el método a los heridos de guerra se observaron resultados en general desfavorables. La evolución posterior de estos estudios ha justificado que se prescinda siempre, en cirugía de guerra, de la sutura primitiva, dando preferencia a la sutura retardada y a la secundaria, previo control bacteriológico. En una conversación que tuvimos con Trueta en 1959, cuando visitamos su Departamento en Oxford, nos señalaba que la limpieza quirúrgica era la parte fundamental de la técnica por él seguida y que los fracasos que los autores franceses señalaron al «Método Español» eran debidos a que vieron casos en los que no se había seguido con rigor este principio.
2) Cura oclusiva.
En rigor, el método de las curas espaciadas bajo yeso fue conocido a través de los escritos de Ollier, «oclusión inamovible», en 1872, y si bien no ha sido nunca olvidado, ha sufrido altos y bajos en el aprecio de los cirujanos y muchos lo han «reinventado». El principio dominante del método es favorecer con la inmovilización rigurosa la defensa tisular contra la infección. Ollier utilizaba una resistente férula de silicato para conseguir el reposo absoluto, espaciando ampliamente las curas. Basaba su actuación en la evolución de la fiebre. Si el herido estaba apirético, nada importaba que los exudados empaparan los apósitos. Si la curva febril se elevaba se imponía el desbridamiento. Este indicador es tan útil que podemos decir que aún conserva su valor. Un precursor de este método fue Pirogoff, que en la guerra de Crimea (1854-55) trató durante el asedio de Sebastopol 250 fracturas cerradas y 330 abiertas utilizando el vendaje enyesado en forma de cura retardada. Publica sus resultados en 1854 en la revista Klinische Chirurgie, editada en Leipzig. Von Bergmann utilizó esta técnica en la guerra franco-prusiana de 1870. Estos trabajos fueron muy poco conocidos, y ello ha hecho que el autor francés Ollier goce de la paternidad del método. Al final de la guerra europea de 1914-18, Winett Orr, de Nebraska, tuvo ocasión de tratar gran cantidad de fracturas abiertas infectadas. El procedimiento por él seguido es el siguiente: colocado el paciente en la mesa para tratar fracturas, es sometido a tracción continua. Sigue luego el tratamiento operatorio de la herida y a continuación, amplio relleno con grasa vaselinada y encima algodón seco. A continuación procede al enyesado, que se mantiene, sin abrir ventanas, hasta la curación. La evolución de estos heridos resultó muy favorable, por lo que el autor recomendó esa técnica para el tratamiento de las infecciones crónicas de los huesos, de manera que hoy se conoce a Orr, fundamentalmente, por su método para tratar las osteomielitis. Parece ser que en las guerras que siguieron a la europea de 1914-18 se usó bastante el método, y la experiencia española en las campañas de Africa hizo que alcanzara entre nosotros el máximo perfeccionamiento.
EL "MÉTODO ESPAÑOL"
Después del estudio sucinto de lo que pudiéramos llamar sus elementos básicos, es decir, la técnica de Friedrich y la cura oclusiva, vamos a ver cómo pensamos que nace como tal y su evolución posterior. Bastos Ansart tuvo una actuación muy importante en las campañas bélicas de España en Marruecos. Dadas las condiciones del territorio, los heridos eran tratados inicialmente en los hospitales africanos y posteriormente evacuados a centros sanitarios establecidos en Andalucía y especialmente en Málaga. Las fracturas eran frecuentes entre estos heridos y, por tanto, se imponía, tras su reducción, una técnica de inmovilización. Revisando los diferentes medios pronto llegó a la conclusión que el vendaje de yeso era el ideal. Después se observó que en las heridas de alguna importancia la inmovilización era un factor importante en su evolución, lo cual facilitó que se extendiera esta actuación hasta hacerla casi sistemática, utilizándola como tratamiento de todas las lesiones abiertas. En la Revolución de Asturias de 1934 prácticamente todos los heridos fueron evacuados al Servicio que Bastos dirigía en el actual Hospital Gómez Ulla, entonces denominado de Madrid-Carabanchel, y él marcó la forma de actuar en lo que pudo, pues durante los primeros días las condiciones de la lucha hicieron imposible cualquier actuación reglada. Con esta experiencia, Bastos publica en 1936 un librito sobre «Las heridas por arma de fuego»*, que, dada la personalidad del autor, fue estudiado por la mayoría de los cirujanos españoles y que al estallar la guerra civil puede decirse que sirvió de norma para la actuación de casi todos los equipos quirúrgicos. Copiando casi literalmente decía: «Cuando la herida es amplia e irregular está indicada la limpieza quirúrgica a fondo, haciendo una extirpación total de todas las paredes de la brecha, desde la piel hasta lo más hondo. En el caso de fracturas, esta extirpación debe detenerse en el hueso. Por muy conminuta que sea la fractura, por muy numerosos que sean los fragmentos, no hay razón ninguna para quitarlos, sobre todo cuando conservan una conexión intrínseca, por tenue que ésta sea. En cambio, no debe tenerse reparo en abrir bien las partes blandas, extirpar ampliamente los tejidos mortificados que contiene la herida, en regularizar sus bordes y ponerla a plano, por así decirlo, aplicando a continuación la cura oclusiva en forma de vendaje enyesado. El tamaño o la profundidad de la herida no es nunca una contraindicación a la cura oclusiva. La técnica de colocación del escayolado es bien conocida. Nosotros seguimos las prescripciones de Orr -conspicuo propugnador de dicha cura- y así, después de haber hecho una minuciosa limpieza de la herida, la taponamos con gasa vaselinada. El apósito de yeso ha de mantener una rigurosa inmovilización del foco que, en caso de fractura, deberá extenderse más allá de las dos articulaciones limitantes del hueso fracturado. La actitud del miembro es la típica o estándar para cada hueso. La molestia subjetiva, junto al hedor, obliga a veces a levantar el apósito. Con ello puede comprobarse generalmente el notable avance que ha hecho la curación de la herida, que aparece por lo común enteramente rellenada y casi a nivel de piel, quedando reducida a una superficie granulosa de buen aspecto, rodeada de un borde cicatrizado bien aparente». Otros cirujanos como Jimeno Vida¡, D'Harcourt, Aguilar, Ribó, Linares, Folch, Oriol y tantos y tantos utilizaron esta técnica, pero fue sin duda Trueta Raspall el hombre que tuvo el gran mérito de sistematizarla con gran rigor y divulgarla con tal entusiasmo que muchos autores extranjeros le atribuyen su paternidad. Cita Domenech Alsina en su «Tratado de Cirugía de Urgencia» que Trueta ensayó la técnica de Ollier en algún accidente civil a partir de 1934. Lo cierto es que la primera publicación de este autor fue: «Tratamiento de las fracturas de guerra»**, donde señala cómo «la desgraciada guerra civil que padecemos en España nos ha permitido poner en práctica en gran escala las sugerencias de los americanos Orr y Baer». Dice a continuación cómo la intervención precoz correctamente realizada debe ir seguida de la cura oclusiva. Los fracasos atribuidos al método son fruto del desconocimiento de estos principios, olvidando que el primer tiempo de esta técnica debe ser quirúrgico. En la recopilación que hizo Trueta en 1938 sobre 605 fracturas de guerra no había realizado ninguna amputación ni tenía mortalidad. En otra publicación en 1939 puntualiza que durante la guerra civil trató 1.073 heridos por este método y sólo en un 0,75 por 100 fue necesario interrumpir la oclusión por alguna complicación. Muy interesante fue el informe presentado en la LII Asamblea de la Sothern Surgical Association por el profesor Rodolfo Matas, de Nueva Orleans, celebrada en Augusta en diciembre de 1939. Resultado de su estancia en los hospitales de Cataluña durante la guerra civil, describe el «Método Español», que él, influido por el lugar donde lo vivió, denomina «Catalán», y le sorprende cómo la herida, perfectamente limpia, se mantiene bajo el yeso, y precisa cómo en los primeros tiempos después de la excisión quirúrgica se taponaba con gasa vaselinada, pero poco a poco todos fueron viendo que la vaselina se escurría y realizaba una acción desfavorable, por lo que se acabó utilizando gasa esterilizada sin ningún aditamento. Señala Matas cómo en los últimos períodos, y sobre todo al abrir el yeso, la pestilencia del vendaje era nauseabunda. «Se veía un magma de pus descompuesto, secreciones de la herida, etcétera. Sin embargo, después del lavado con agua estéril templada la herida presentaba una excelente apariencia y sus superficies estaban en magnífico estado de granulación.» Terminaba su estudio con una frase lapidaria: «Not all cheese that smells bad, is bad» (no todo queso que despide hedor es malo). Después de aplicado el yeso, según el estado de la herida, se puede dejar terminar la cicatrización o bien realizar una sutura secundaria que mejore las características de la misma. El método tuvo también sus detractores, y éstos fueron fundamentalmente los cirujanos franceses que asistieron a los evacuados de Cataluña. André Garné, cirujano de los hospitales civiles de Perpignan, presentó a la Academia de Cirugía de París un trabajo, «A propósito del empleo de los yesos circulares en el tratamiento de las heridas de guerra», que leyó P. Funck Brentano en la sesión del 7 de febrero de 1940. En él señala que como cirujano de un hospital de la frontera pirenaica ha tenido la oportunidad de estudiar el estado de los heridos evacuados en la campaña de Cataluña, que afluyeron con un ritmo de 400 diarios durante una semana de febrero de 1939. Ello le permitió hacer el estudio sobre el tratamiento de las heridas de guerra con el vendaje de yeso como elemento oclusivo y aporta documentos «de alto interés a este método», que M. Carpenter estigmatizará con el nombre de «mística española». Señala Garné que podían agruparse los heridos en dos apartados:
1.° Heridos con muy mal estado general. unos recientes y otros con evolución de varios meses.
2.° Con un estado general satisfactorio.
- Entre los heridos recientes ha observado: cinco tétanos generalizados, tres gangrenas húmedas y dos gangrenas gaseosas.
- Entre los heridos antiguos ha encontrado seudoartrosis con grandes pérdidas de sustancia, osteomielitis fracturarias y notables vicios de consolidación.
En la discusión de la Academia intervinieron Leveuf, Lenormant y Lambret, para concluir todos ellos condenando este «método de embalaje de los heridos, que realmente sólo circunstancias excepcionales y comprometidas pueden justificar para alejarlos rápidamente del frente».
Posteriormente otros cirujanos que atendieron también a estos heridos van mejorando su impresión. En abril de 1944, Perves, Moruan y Renon presentaron a la Academia de Cirugía de París un trabajo sobre «Las heridas graves de los miembros», donde enjuician la llamada «cura española». En este informe, bastante objetivo, señalan:
1. ° Que el método había sido empleado en muchos casos de manera incorrecta.
2.° Que si los resultados morfológicos eran con frecuencia malos, la realidad era que las heridas que se encontraban bajo el yeso aparecían cubiertas de mamelones carnosos con un excelente aspecto, y que las infecciones que existían tenían un carácter tórpido, evolucionando los heridos sin fiebre ni dolor.
En otro estudio presentado en la Academia de Cirugía de París por M. M. Wagiar y Marc Leroy en mayo de 1945, con el título «Tratamiento de los heridos de guerra por el yeso cerrado», señalan también que con frecuencia el «Método Español» no fue aplicado correctamente y ello condujo a su descrédito.
En general, vemos con claridad que muchas de las críticas que se hicieron al método fueron un lamentable malentendido, valorando como normal lo que fue simplemente un episodio de tratamiento de extrema urgencia para alejar del frente a unos heridos que, forzosamente, tenían que recorrer etapas sin posible asistencia y a sabiendas de que no seguían una verdadera ortodoxia. Es curioso cómo Lagrot, al marchar con un grupo expedicionario de Normandía como cirujano consultor, aplicó el método «closed plaster» y lo encuentra satisfactorio, señalando que de forma muy semejante lo había aplicado él en 1917. Es curioso ver cómo cambia la opinión de nuestros colegas galos cuando pasan a ser «protagonistas».
EL «MÉTODO ESPAÑOL» EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Hemos visto cómo Trueta, en su Servicio del Hospital General de Cataluña, practica el método de forma sistemática y con resultados casi increíbles, consecuencia natural de que dispone de medios, está muy favorablemente situado en la cadena de evacuación y practica un Friedrich perfecto antes de aplicar la cura oclusiva con el yeso cerrado. Al terminar la guerra civil española este autor marcha a Inglaterra, al servicio de su antiguo maestro, el profesor Gildestone, en Oxford. Es muy bien recibido y rápidamente le pone en contacto con el mando superior de la Sanidad Militar británica, que, olvidado un poco de lo que es la cirugía en la guerra y viendo cómo las circunstancias hacían prever una próxima conflagración de la que Inglaterra no podía salvarse, le encarga que les actualice los métodos de tratamiento con arreglo a su reciente experiencia. Como resultado de esta gestión Trueta realiza la publicación de su obra «Treatment of war wound and fractures», 1939, Hamilton Publisher, 90 Great Rushell St. W. C. London. Este libro lo difunden entre los médicos ingleses primero y sus aliados después, publicándose casi sin variaciones en varios idiomas. Uno de los grandes méritos del que después sería eminente profesor de Oxford fue convencer al mando de la Sanidad Militar británica de la bondad del método frente a algunas opiniones, ya citadas, imperantes en aquellos días. Se inicia la guerra, el método es seguido a rajatabla y sus éxitos son totales, alcanzando el acmé de su gloria con el «milagroso yeso de Tobruk», facilitado por las condiciones que se daban en la guerra del desierto, que eran las más idóneas para su aplicación. No fue inútil el esfuerzo realizado por Trueta con motivo de esta guerra, pues debió influir muy notablemente en su posterior nombramiento como catedrático de Oxford, hecho singular que no se repitió con ningún extranjero. Asimismo, la práctica del «Método Español» contribuyó a que Trueta alcanzase renombre internacional como promotor y divulgador del mismo. Ya en tiempo de paz, en 1945, y en colaboración con Barnes, realiza este autor un trabajo experimental sobre la acción de la inmovilización por vendaje enyesado sobre la progresión de la infección en los tejidos. Comprueban cómo la marcha de los gérmenes desde el foco de entrada hasta el torrente sanguíneo se hace fundamentalmente por vía linfática y es favorecida por las contracciones musculares y los movimientos articulares. La inmovilización del miembro disminuye la circulación linfática y, por tanto, limita en extremo la progresión de los gérmenes. Lo que Trueta fue en los ejércitos aliados lo fue Jimeno Vidal en los ejércitos alemanes. Este fiel colaborador y traductor del libro de Bóhler se refugió en Viena el año 1939, al terminar la guerra civil española, y el maestro, que conocía su valor, le puso al frente del Hospital Rudolf, en la capital austriaca. En un principio se establece una discordancia entre la norma seguida por Bóhler, que era la extensión continua sistemática, y la practicada por Jimeno Vidal, que era el que denominamos «Método Español». Poco a poco, y cuando empezaron a valorarse los resultados de forma comparativa, comprobaron su valor. Como dice Franz en su «Tratado de Cirugía de Guerra», el método es muy sencillo, no requiere material especial, facilita la evacuación a los escalones sanitarios y es cómodo para el médico. Señala, por otra parte, como inconvenientes que dificulta la vigilancia de las heridas y las molestias del hedor y la suciedad. Estas afirmaciones, hechas en 1940, no cambian con la evolución de la guerra, y el «Método Español» alcanzó gran predicamento entre los cirujanos de guerra de los frentes alemanes. Al entrar en la guerra los Estados Unidos, tomaron de la Sanidad inglesa casi toda la norma de actuación y, por tanto, este método, que tenía además para ellos la gracia de haber sido utilizado primeramente por su compatriota Winett Orr. En un principio dio un buen resultado. Sin embargo, con sus grandes medios de evacuación, hospitalización, etcétera, en la última fase de la contienda siguieron las normas sistematizadas por Edward Churchill en su publicación «Tratamiento quirúrgico de los heridos en el teatro de operaciones del Mediterráneo en el momento de la caída de Roma». Este autor aprovechó también la experiencia de la propia guerra con el uso de la penicilina y de la cirugía reparadora. La importancia del método es en primer lugar la posibilidad de reintegrar con prontitud al servicio activo un número creciente de combatientes heridos y evitar deformaciones e invalideces. En conjunto, consistía en realizar de entrada un Friedrich y, sin cerrar la herida, colocar un apósito estéril. Pasados dos o tres días, si la herida tiene buen aspecto, se realiza la sutura, previa cruentización de los tejidos, y a continuación la inmovilización del miembro con vendaje enyesado que se abre longitudinalmente al terminar la intervención. Si se trata de una fractura abierta se inmoviliza con el método más adecuado para permitir la subsiguiente intervención. Si al levantar el apósito a las cuarenta y ocho horas se aprecian signos de infección, se aplica cura retardada y, una vez vencida esta complicación, se practica la sutura secundaria. Esta norma se mantiene actualmente en el Manual de Cirugía Militar de la NATO. En el conflicto bélico que tuvo lugar en el Sahara español se practicó con éxito y, posteriormente, nosotros mismos tuvimos ocasión de utilizarlo en heridas de arma de fuego en nuestro Servicio del Hospital Gómez Ulla con buenos resultados. En estos casos conseguimos disminuir mucho el hedor aplicando el yeso con soluciones de glucosa al 12 por 100 y repitiendo la aplicación de este elemento en fomentaciones periódicas. De lo expuesto se deduce que en un futuro, siempre que se disponga de medios suficientes, el «Método Español» pasará a un segundo plano, pero indudablemente mantendrá su utilidad para los casos en que las circunstancias bélicas lo impongan.
RESUMEN.
1.° Se estudia la evolución histórica de un método, consistente en unir la técnica de Friedrich y la cura oclusiva para el tratamiento de los heridos de guerra, conocido en el mundo con el nombre de «Método Español».
2.° Se justifica la denominación de técnica de Orr, Bastos, Trueta, por haber sido estos autores los que han jalonado su perfeccionamiento.
3.º Se sistematizan sus tiempos de realización:
a) Limpieza quirúrgica perfecta.
b) Vendaje enyesado cerrado.
4.º Se marca su especial utilización en el tratamiento de las fracturas abiertas.
5.º Se realiza una síntesis de su utilización en los conflictos bélicos que han seguido a la guerra civil española.
* M. Bastos Ansart. Ed. Labor. Madrid, 1936.
** J. Trueta Raspall. Biblioteca Médica de Cataluña. Barcelona, 1938.
Bibliografia:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... Metodo.htm
Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
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Cipriano Mera. La muerte de un combatiente libertario
Tiempo de Historia nº 13 diciembre de 1.975
Cipriano Mera. La muerte de un combatiente libertario
Eduardo de Guzmán
El sábado 25 de octubre de 1975 fallece en un hospital de Saint Cloud un viejo obrero madrileño de la construcción llamado Cipriano Mera. El trabajador español, que ya ha cumplido los setenta y nueve años y lleva menos de cinco jubilado, reside hace tiempo en un modesto piso de la cercana localidad de Billancourt, suburbio proletario e industrial de París, mundialmente conocido por alzarse allí las grandes fábricas de automóviles Renault.
De obrero de la construcción y dirigente sindicalista, Cipriano Mera pasó a ser general del Ejército Republicano durante la Guerra Civil española. Y, cerrando el ciclo de su vida, la muerte le sorprendió cuando —el 25 de octubre de este año, en un suburbio parisino— de nuevo era un proletario más. Las fotos que figuran junto a estas líneas marcan la distancia entre el general republicano (arriba) y el trabajador de la construcción jubilado (foto G. Monedero), mientras que la imagen contigua le muestra con sus dos hijos durante la guerra,en compañía del comandante Perea.
De mediana estatura, enjuto, cetrino, con rostro de campesino castellano que parece tallado a hachazos, Cipriano es conocido en el hospital donde muere. No es la primera vez que ocupa una cama de este centro en que son asistidos enfermos y accidentados de la seguridad social. Muy recientemente, a comienzos de la primavera del año en curso, permanece internado durante un par de meses aquejado por una dolencia pulmonar. Luego, sensiblemente mejorado, retorna a su hogar de la calle Jean Jaurés de Billancourt hasta que una recaída a principios del otoño le fuerza a retornar a la clínica de la que no saldrá con vida. Durante el tiempo que en una y otra ocasión permanece internado son muchos los compañeros, amigos o simples conocidos que se interesan por su estado. Médicos, enfermeros, auxiliares y porteros se enteran de quién es y de quién ha sido. No porque él lo pregone en torpes anhelos de satisfacer una vanidad que jamás sintió; menos aún porque Teresa —compañera abnegada de toda su vida— quiera asombrar a quienes la escuchan o ganarse su conmiseración. Pero no son pocos los visitantes que compartieron sus antiguas y modernas luchas sindicales, le acompañaron en alguno de sus encierros o pelearon a sus órdenes en Somosierra, Gredos, Madrid, Jarama, Guadalajara o Brunete. «Fue un general del Ejército Popular —explican algunos con una leve nostalgia en la voz—, es decir del Ejército de la Segunda República durante toda la guerra de España».
Al mando de la XIV División, Cipriano Mera se ganó una merecida fama de hombre valiente, duro y responsable. Virtudes que le llevaron a ser nombrado comandante en jefe del 4.° Cuerpo de Ejército, al que marcó con su combatividad.
Dicen la verdad pura y simple, aunque Cipriano no alcanzase oficialmente tan elevada graduación. Pese a que durante casi toda la contienda luciera en su uniforme las barras de comandante y teniente coronel, actuó como general en jefe, primero de una división v luego de todo un cuerpo de ejército, interviniendo personal y decisoriamente en mayor número de combates que muchos famosos estrategas. Hace ya diez o doce años, cuando Mera, que ya sobrepasa la edad de la jubilación y se niega a ser jubilado porque necesita el salario íntegro para atender a su familia, ha de ser internado en otro hospital, se produce un incidente tan curioso como significativo. Necesita una trasfusión de sangre de determinado tipo de que carece el centro e indican a su mujer la conveniencia de que se presente a donarla alguno de sus familiares. La noticia circula con rapidez por París y al día siguiente más de un centenar de personas acuden a ofrecer generosamente su sangre. Los médicos se sorprenden ante la afluencia de donantes y preguntan intrigados quién es aquel modesto albañil cuya salud preocupa e inquieta a tantas gentes. Cuando se lo dicen quedan tan sorprendidos como desconcertados.
Nacido en Madrid en 1896, toda la infancia y la juventud de Cipriano Mera discurre en las proximidades de Estrecho, en la parte alta de Cuatro Caminos, cerca ya de Tetuán, en unas barriadas proletarias y humildes que se extienden por un lado hasta la Dehesa de la Villa y por otro sobrepasan Peña Grande para alcanzar las tapias del Pardo. Un buen novelista español, un tanto olvidado en los últimos tiempos —Vicente Blasco Ibáñez—, describe brillante y coloridamente en una de sus novelas —«La Horda»— lo que son estos barrios a comienzos de siglo. Callejuelas largas, estrechas, retorcidas, sin pavimentar, bordeadas por edificios de una o dos plantas, con incómodas y reducidas viviendas donde difícilmente caben numerosos moradores. Son en su casi totalidad familias proletarias más abundantes en bocas que en recursos. Abundan los traperos que por las madrugadas bajan al centro con carritos y seras para recoger las basuras y desperdicios de la gran ciudad. Y no faltan en los extensos descampados chabolas que dan cobijo a los campesinos que vienen a la capital en busca del trabajo y el pan que les falta en sus pueblos, grupitos de gitanos e incluso algunos golfos y maleantes de ínfima categoría. Personajes pintorescos son aun los cazadores furtivos que en los bosques de la cercana posesión real consiguen los conejos e incluso los venados que hacen las delicias de los frecuentadores de los merenderos de las afueras de la población.
Los chicos, que no caben en las casas, hacen su vida en la calle o los descampados vecinos. Tienen que empezar a trabajar apenas comienzan a saber andar. Para salir adelante las familias necesitan la aportación económica de todos sus miembros y los ocios y juegos de la infancia duran muy poco. Aunque la enseñanza es gratuita en general, frecuentar la escuela durante algún tiempo es un lujo que muy pocos pueden permitirse. El sueño de la mayoría es ingresar como aprendiz en un buen taller, pero son pocos los talleres y demasiados los aspirantes. Los muchachos han de apencar con lo que sea para ayudar a sus padres o a sí mismos. Laboran en la busca; escarban y clasifican las basuras; cuidan de las gallinas y los cerdos; se colocan como botones o recaderos; sirven las tabernas, tiendas, merenderos, etc. y ni aún así consiguen saciar de manera permanente su hambre. Cipriano Mera sigue las vicisitudes y la suerte de casi todos los chicos de su tiempo y barrio. Es un muchacho despierto, atrevido y habilidoso que apenas pisa la escuela y trabaja desde que tiene uso de razón en las más diversas ocupaciones. Al final, igual que muchos de ellos, entra como peón en una obra. Al cabo de unos años puede considerarse un magnífico albañil.
La construcción es prácticamente la única gran industria existente en Madrid, pero el trabajo en ella es duro y está mal pagado. Cuando llueve intensamente —y esto ocurre durante semanas enteras en los meses invernales— ni se trabaja ni se cobra. Algunos procuran resarcirse luego, laborando a destajo en jornadas interminables y agotadoras. Pero contratistas y capataces se aprovechan de las circunstancias e imponen salarios irrisorios. Mera es un trabajador serio, fiel cumplidor de su deber, pero intransigente por temperamento y decisión en la defensa de sus intereses como trabajador. Choca frecuentemente con los patronos, participa en todas las huelgas y encabeza algunas. Consecuencia lógica son sus primeros encierros. Como para tantos otros obreros, la cárcel le sirve de escuela para adquirir los conocimientos de que carece. Lee cuanto cae en sus manos, escucha con atención a otros compañeros más capacitados y va formando su conciencia revolucionaria. Enemigo por naturaleza de injusticias e imposiciones se siente atraído por el sindicalismo revolucionario. No tarda en ser conocido como militante de la Confederación Nacional del Trabajo e intervenir en las asambleas de su organización.
Participó Mera en todas las luchas proletarias de su tiempo bajo la bandera de la CNT. (El gráfico muestra, de izquierda a derecha, a algunos de sus compañeros cenetistas: Juan García Oliver, Mariano Rodríguez Vázquez y David Antona).
No es un orador elocuente ni tiene mucha facilidad de palabra. Pero le sobra buen juicio, ve con claridad los problemas, llama a las cosas por su nombre y, como todos los hechos de su vida avalan y ratifican lo que dice, goza desde muy joven de cierto prestigio entre sus compañeros. Serio, circunspecto, poco hablador en su trabajo, con cierto aspecto de seca hosquedad, Cipriano es un mozo bien-humorado, alegre y comunicativo. Le gusta participar en bromas y juegos en sus horas de asueto y en las excursiones y giras que se organizan los días festivos. Incluso en una época se siente atraído por los grupos teatrales de aficionados que actúan en los ateneos y círculos obreros. Mera llega a ser un discreto actor y algunos de sus viejos compañeros recuerdan todavía haberle visto interpretar con plausible acierto los protagonistas de «El sol de la humanidad» de Fola Igúrbide y el «Juan José» de Joaquín Dicenta.
Pero los tiempos son difíciles y a los militantes confederales queda poco espacio para la diversión y el asueto. Ni siquiera para atender como es debido a la propia familia ya formada. La C. N. T. es una organización combativa y revolucionaria. Sus sindicatos son clausurados con frecuencia y sus elementos más destacados perseguidos y encarcelados. Y si esto ocurre en los últimos tiempos de la monarquía constitucional, sucede con redoblada intensidad a lo largo de la Dictadura. Durante varios años las organizaciones cenetistas, colocadas al margen de la ley, han de funcionar en la clandestinidad. Forzados por las circunstancias, con sus locales cerrados, muchos de sus elementos han de ingresar en la U. G. T. para defender sus intereses como trabajadores. Cipriano Mera tiene que hacerlo en esta época, como tienen que hacerlo otros militantes cenetistas. Entre ellos, se encuentran, por lo que a Madrid respecta, figuras tan conocidas del movimiento libertario como Mauro Bajatierra, Feliciano Benito, Antonio Moreno, Melchor Rodríguez, Teodoro Mora, Paulet y los hermanos Inestal. Más adelante, cuando la Dictadura declina y la persecución se hace menos intensa, van agrupándose todos de nuevo en el Ateneo de Divulgación Social. Cae Primo de Rivera en enero de 1930 y a su Dictadura sucede la llamada «Dictablanda» de Berenguer. Comienza una etapa de extraordinaria actividad política que culminará, quince meses después, con la caída de la Monarquía. La C. N. T., con la que nadie cuenta, a la que nadie menciona y a la que una mayoría cree totalmente desaparecida, puede salir de su prolongada clandestinidad. Se produce entonces un fenómeno que ni comentaristas políticos ni historiadores se han tomado la molestia de estudiar y analizar a fondo: la rápida, la vertiginosa expansión del movimiento sindicalista revolucionario. Lo efectivo es que, aparentemente inexistente en enero, la Confederación Nacional del Trabajo tiene seis meses más tarde mayor número de afiliados que todos los partidos políticos de izquierda y derecha, monárquicos o republicanos, juntos.
El mayor éxito de Mera dentro del campo de batalla se produjo en Guadalajara, donde la XIV División infringió una completa derrota a las unidades de camisas y flechas negras. Vemos un aspecto de Brihuega tras los días de lucha.
Este sorprendente incremento no se produce sólo en Cataluña, Levante, Aragón y Andalucía donde los sindicatos confederales fueran mayoritarios con anterioridad, sino también en Galicia, Asturias, la Rioja y el Centro. En Madrid el sindicato más importante es, naturalmente, el de la construcción, cosa comprensible por las condiciones de trabajo imperantes en la industria y el temple de sus militantes. Como la C. N. T. no interviene en las contiendas electorales —que desdeña—, esos militantes son totalmente desconocidos en los círculos políticos y periodísticos de la capital. En cambio, son sobradamente conocidos por los trabajadores —que es lo que de verdad importa—, que los ven a diario en los mismos talleres, tajos o andamios en que todos laboran. En el sindicato de la construcción confederal no hay cargos retribuidos ni la esperanza de conseguir con facilidad sinecuras de ninguna clase. Todos son obreros auténticos y los militantes más destacados —Mera, Antona, Mora, Marcelo, Ciriaco, Inestal, etc.— no disfrutan de otro privilegio que servir de lección y ejemplo a sus compañeros trabajando tanto como el que más y arriesgándose y sacrificándose con absoluto desinterés por todos. Con esto basta y sobra para que los demás pongan en ellos mayor confianza que en cualquier arribista o escalatorres político por muchos que sean sus títulos universitarios o arrebatadora su elocuencia.
En estos meses de acusada transformación política, igual que en tiempos de la Dictadura y conforme sucederá con la República en los años venideros, la vida no es fácil ni cómoda para los sindicalistas madrileños. Una mayoría sufren persecuciones y encierros. Lejos de ser una excepción, Cipriano es una norma en esto. Participa en todas las luchas proletarias en un régimen o en otro y en todos tiene que sufrir largas temporadas de prisión. En diciembre de 1933, por ejemplo, forma parte del Comité Nacional que, como protesta contra el triunfo electoral de las derechas que da paso al llamado bienio negro, desencadena un fuerte movimiento revolucionario en Aragón, la Rioja y Levante. Como consecuencia es detenido y pasa largos meses en la cárcel de Zaragoza en unión del doctor Puente, Ejarque y varios centenares de compañeros. Ni siquiera varía fundamentalmente la situación para ellos cuando, en febrero de 1936, triunfa el Frente Popular. En Madrid se inicia a finales de la primavera de dicho año una huelga general de la construcción que pronto reviste especial violencia dadas las circunstancias que vive España. Cipriano Mera es uno de los primeros detenidos y sigue en la Cárcel Modelo de Madrid —en unión de David Antona, Teodoro Mora, Villanueva, Cecilio, López, Ciriaco y varios cientos de compañeros más— cuando se produce el levantamiento del 18 de julio.A mediodía del domingo 19 de julio, Cipriano Mera y sus compañeros son puestos en libertad. Inmediatamente se lanza a la lucha. Al día siguiente, lunes 20 de julio, participa activamente en los combates de Campamento. Veinticuatro horas después figura entre los grupos que se adueñan de Alcalá de Henares. El miércoles toma parte en una de las batallas más sangrientas de los comienzos de la guerra civil: el asalto de Guadalajara en que los muertos y heridos por ambos bandos se cifran en varios centenares. Sin tomarse un momento de descanso, Cipriano sigue hacia adelante. Al frente de unos grupos de hombres decididos avanza hacia el este y el sudeste a través de la Alcarria y la provincia de Cuenca. En pocos días los futuros frentes están en Alcolea del Pinar por un lado y en Albarracín por otro. (Se producen en estos días centenares de sangrientas escaramuzas libradas en cualquier rincón de la geografía peninsular. En una de ellas perece, más allá de Sigüenza, un buen militante madrileño: Tomás Lallave).
Cipriano Mera está de regreso en Madrid a finales de julio. Inmediatamente parte para la Sierra en una columna integrada por dos mil trabajadores madrileños y mandada por el teniente coronel Del Rosal. Durante más de un mes estas milicias confederales pelean en las estribaciones de Somosierra, por encima de Paredes de Buitrago, defendiendo los embalses que aseguran el abastecimiento de aguas de Madrid. Más tarde, durante los meses de septiembre y octubre, luchan en Gredos —Casas Viejas, La Adrada, La Iglesuela—... En el puerto Mijares, cerca de Piedralaves muere defendiendo una posición un conocido militante de la construcción: Teodoro Mora.
En los primeros días de noviembre, Cipriano Mera está tratando de formar una nueva columna con los hombres que han luchado en Sigüenza y Toledo. Cuando en la noche del 6 al 7 de noviembre se produce la huida de muchos hacia lo que entonces denominan algunos el Levante Feliz, se pone en movimiento en dirección opuesta. En la mañana del domingo 8 de noviembre, cuando la primera batalla de Madrid alcanza su mayor virulencia, Mera penetra en la Casa de Campo corno responsable político de una columna integrada por tres mil hombres, cuyo mando militar ostenta el teniente coronel Palacios. La primera brigada internacional y las Milicias Confederales tienen la misión de defender Madrid frenando el avance enemigo por las frondas del antiguo parque real. Durante dos semanas luchan encarnizadamente en un extenso frente que va desde Casa Quemada al Puente de San Fernando, cubriendo la Cuesta de las Perdices y las carreteras de Castilla y La Coruña. Aguantan bien y mantienen con energía sus posiciones, aún a costa de perder en menos de quince días la mitad de sus efectivos. Las bajas son cubiertas inmediatamente por combatientes voluntarios procedentes de todos los sindicatos. El Sindicato de la Construcción publica el día 9 de noviembre una orden impresionante. Dice escuetamente: «Todos los trabajadores de la construcción que no estén en lista y controlados por el Consejo Mixto de Fortificaciones, se concentrarán en los sitios indicados por sus organizaciones, con sus respectivas meriendas, para marchar dónde sea preciso en defensa del pueblo de Madrid». Van a luchar, a batirse empuñando el fusil abandonado por alguno de los muertos, tal vez a morir a su vez, peronadie les habla de premios ni recompensas. Se les exige, en cambio, que cada uno se lleve la comida. Y con orgullo podrá proclamar semanas más tarde el Sindicato de la Construcción, el sindicato de Mera, que ni uno solo de sus afiliados desoye el llamamiento de la organización. En torno a Madrid, en la dura lucha entablada en noviembre, caen muchos militantes confederales, algunos de los cuales pudieron llegar a ser buenos jefes una vez organizado el Ejército Popular. Perece así, oscuramente, lo mejor de la militancia madrileña. Tan anchos claros abre la muerte en sus filas que cuando el propio Mera recibe el encargo de comunicar a Federica Montseny la muerte de Durruti, la entonces ministro de Sanidad se duele de las elevadas pérdidas en compañeros destacados y pide a su interlocutor que sea prudente y no se arriesgue más de la cuenta. Sincero y rudo, Cipriano contesta moviendo la cabeza en gesto negativo: ¡Imposible! ¿No ves, mujer, que hay que ir siempre delante para que los demás nos sigan?»
Otro momento en que la XIV División demostró ser una de las mejores unidades del Ejército Popular fue en las batallas libradas en torno a Brunete, cuyo croquis operacional reproducimos sobre estas líneas. Terminada la guerra y tras pasar un tiempo en el exilio, Mera fue condenado a muerte. Indultado, forma parte de los presos destinados a trabajar en los destacamentos penitenciarios de la Sierra madrileña, que —entre otras obras— horadan una montaña en Cuelgamuros.
Con un valor sereno y frío, sin alardes espectaculares ni gestos teatrales, pero con una decisión inquebrantable, Cipriano Mera va siempre delante mostrando a los demás el camino, desdeñando el peligro que le acecha. Ve caer en torno suyo a centenares de compañeros y espera seguir en cualquier momento la misma suerte. Las balas le respetan y continúa en pie después de participar durante la segunda quincena de noviembre y los meses de diciembre y enero en todas las batallas que se libran entre Aravaca, por un lado, y la Ciudad Universitaria, por otro. Durante ese tiempo comienza a aureolarle un prestigio casi mítico.
A finales de 1936 y comienzos de 1937, en los frentes cercanos a Madrid empiezan a constituirse las primeras unidades del Ejército Popular. En el medio año que lleva luchando ha llegado a la conclusión de que la guerra sólo puede ganarse con el arma adecuada que es un buen ejército. Sincero consigo mismo y con los demás, admite primero y defiende después enérgicamente la militarización de las unidades de voluntarios. No aspira a ostentar ningún mando y se resiste a aceptar el que le ofrecen; pero cuando las necesidades de la lucha y la insistencia de la organización le fuerzan a asumirlo, expone con serenidad su pensamiento y propósitos. Mientras la guerra dure y tenga el mando de una unidad militar, no tolerará en ella indisciplinas, debilidades ni caprichos de nadie. Exigirá de todos, empezando por él mismo, el cumplimiento del deber por encima de cualquier consideración, incluso sobre las propias fuerzas del individuo, y aplicará los más duros castigos a quien no lo haga, aunque sea su mejor amigo y compañero. Los procedimientos que empleará repugnan a sus ideas y sentimientos, pero es la única manera de ganar una guerra en la que tanto se juegan los trabajadores.
La XIV División, cuyo mando se le confía a comienzos de febrero, está integrada por dos brigadas: la 70 y la 77, surgidas de la transformación de otras tantas columnas milicianas —«Espartaco» y «España Libre»— que ya han luchado en distintos frentes. Pocos días después tienen que participar en lo más duro de la batalla del Jarama. Sus integrantes reciben su bautismo de fuego en las proximidades del Pingarrón. Se comportan con heroísmo, pese a sufrir un número considerable de bajas. Apenas terminada la batalla del Jarama comienza la de Guadalajara. Varias divisiones italianas, bien protegidas por artillería y aviación, avanzan rápidas por tierras de la Alcarria con ánimo de completar el cerco de Madrid, cortando sus salidas por el sur y el este. Ante la abundancia de material enemigo, las unidades republicanas han de batirse en retirada. El Cuerpo de Tropas Voluntarias llega en pocas jornadas cerca de Guadalajara, conquista Brihuega y pone en serio aprieto las comunicaciones de la capital. La XIV División se enfrenta con ellas el 16 de marzo, consiguiendo de momento paralizar su progresión. Dos días después se lanza a su vez al asalto de las posiciones enemigas y el día 19 de marzo entra en Brihuega, pone en fuga a las unidades de camisas y flechas negras, infringiéndoles la más sonada de las derrotas de toda la guerra de España, apoderándose de parte de su material y haciendo varios centenares de prisioneros.
Posteriormente la XIV División toma parte en diferentes operaciones y a mediados de julio interviene en las batallas libradas en torno a Brunete. Ha de hacerlo en el instante más crítico y en las condiciones más desfavorables cuando, contenido el avance inicial de las fuerzas republicanas, los nacionales (que han concentrado en el frente el grueso de sus unidades) se lanzan a la contraofensiva, bien protegidas sus tropas por la aplastante superioridad aérea de los aparatos alemanes e italianos. Durante más de una semana los catorce mil hombres que manda Cipriano Mera se clavan en el terreno y aguantan todos los ataques sin retroceder un sólo paso. Cuando la batalla concluye, la 70 y la 77 Brigadas ofrecen anchos claros en sus filas, pero han demostrado ser de las mejores unidades del recién creado Ejército Popular. Ascendido por méritos de guerra a teniente coronel, Cipriano Mera es nombrado comandante en jefe del 4.° Cuerpo de Ejército. Con escasas fuerzas —tres divisiones como máximo, entre ellas la ya famosa XIV—, tiene que cubrir un frente extenso que va desde Somosierra en la parte izquierda a los Montes Universales, cerca de Teruel, donde enlaza con el Ejército de Levante, en la derecha. Ejerce el mando del mismo sector durante el resto de la guerra, interviniendo en numerosas operaciones. Tiene a sus órdenes entre treinta y cinco y cincuenta mil hombres, encuadrados en unidades que muchas veces son puestas por sus superiores como modelo de organización y eficacia combativa. Como jefe de cuerpo de Ejército, Mera impone la más rígida disciplina unida a un concepto exigente de la propia responsabilidad. Continúa ocupando en los combates los puestos de máximo riesgo y desarrolla una actividad incesante durante la calma en los frentes. Aunque tiene poco más de cuarenta años, los combatientes le llaman cariñosamente «El Viejo» y a nadie sorprende verle aparecer de día o de noche en las posiciones más avanzadas porque constantemente recorre las líneas en misión de inspección y vigilancia. Merced a todo ello llega a ser uno de los jefes del Ejército Popular que inspiran mayor confianza a cuantos combaten a sus órdenes.
En el mes de marzo de 1939, cuando la pérdida de Cataluña ha sellado definitivamente la suerte de la contienda, secunda por mandato expreso de su organización el movimiento contra Negrín, en el que participan todos los partidos y organizaciones del Frente Popular con excepción de los comunistas. El día 5 tiene que leer ante los micrófonos de Unión Radio una breve alocución expresando su apoyo a Julián Besteiro y Segismundo Casado que rechazan un intento de Negrín, que ya ha provocado la víspera la marcha a Bizerta de la flota republicana surta en Cartagena. Aunque el doctor, sus ministros y el Buró Político del P. C. abandonan España en la mañana del 6 de marzo, la situación del recién formado Consejo Nacional de Defensa, que ya preside Miaja, llega a ser extremadamente crítica durante los días 7, 8 y 9 ante la rebelión de parte de los tres cuerpos de ejército que defienden Madrid. Mera tiene que venir en su auxilio desde Guadalajara al frente de la XIV División para salvar al Consejo luego de una serie de encarnizados combates.
Cipriano Mera continua en su puesto de mando de Guadalajara hasta los últimos días de marzo. El martes 28, una vez caído Madrid y desaparecidos prácticamente los frentes del Centro, recibe orden de trasladarse a Valencia. De allí parte en la mañana del 29 con rumbo a Orán. En Argelia no le reciben con los brazos abiertos ni le tratan con consideraciones de ningún género. Al igual que otros varios millares de refugiados va a parar a un campo de concentración, donde ha de pasar varios meses padeciendo hambres, incomodidades y malos tratos. Al salir de España no ha llevado consigo bienes ni riquezas y este primer exilio no tiene para él nada de dorado.
Teresa, la compañera que Cipriano Mera tuvo a su lado a lo largo del accidentado recorrido que constituyó su vida. La foto está tomada por G. Monedero en el verano de 1974 dentro del modesto piso de Billancourt ocupado por la pareja.
Cuando al fin sale del campo de concentración tiene que ganarse la vida trabajando. Como en Orán no encuentra dónde laborar ha de marchar al Marruecos francés donde empieza a trabajar como simple peón en las obras de construcción del ferrocarril que, partiendo de Tánger, los franceses esperan que llegue algún día hasta Dakar. El «general» curtido en cien batallas, que mandó con eficacia y acierto un cuerpo de ejército, es un trabajador igual que los demás que ni pide ni admite ningún trato de favor. En la primavera de 1940 se produce el desastre francés y los alemanes llegan hasta la frontera de los Pirineos. En el otoño las autoridades españolas solicitan la extradición de algunas figuras destacadas de los exiliados republicanos —Azaña, Companys, Peiró, Zugazagoitia, Teodomiro Menéndez, Cruz Salido, Rivas Cheriff, etc.— y ven satisfecha sin tardanza su demanda, con la sola excepción de Azaña que fallece en Montauban. Algún tiempo después hacen la misma petición con respecto a una larga serie de exiliados refugiados en Argelia y el Marruecos francés. Pero las autoridades galas de las colonias —quizá porque los alemanes están más lejos— se muestran menos diligentes en atender la demanda. Nogués, el residente francés en Fez, procura dar largas al asunto y deja transcurrir unos meses sin hacer nada. Accede por último, no sin ciertas reservas mentales y, al parecer, tras haberle asegurado que ninguno de los refugiados que entregue será fusilado. Sea como fuere, entre los exiliados cuya extradición se concede figura Cipriano Mera que es conducido a Madrid y encerrado en la prisión de Porlier. Tras un periodo de espera es juzgado y condenado a la última pena. Le indultan a los pocos meses, demostrando tanto antes de ser juzgado como en el tiempo que tiene pendiente sobre su cabeza la más grave de las penas, absoluta serenidad y entereza. Luego de indultado, las autoridades disponen su traslado a la Prisión Central de Trabajadores de Santa Rita —que ocupa los edificios de un antiguo colegio reformatorio para señoritos calaveras— en el entonces pueblo de Carabanchel Bajo, actualmente simple barriada de Madrid. En Santa Rita se concentran en los años cuarenta y dos a cuarenta y cuatro los millares de presos destinados a trabajar en los destacamentos penitenciarios de la Sierra —aparte de los que construyen los túneles para el ferrocarril directo Madrid-Burgos, están los que horadan una montaña en Cuelgamuros— y en las obras de la nueva prisión que ha de sustituir en Carabanchel Alto a la que fue destruida durante la guerra en la plaza de la Moncloa.
Durante bastante tiempo Cipriano Mera sale todas las mañanas de Santa Rita en una columna formada por más de mil penados, bien custodiados por una veintena de funcionarios de prisiones y un pelotón de soldados, para ser trasladado a las obras que distan poco más de un kilómetro. Allí trabaja como albañil durante ocho o nueve horas, para volver a ser encerrado en Santa Rita al caer la tarde. Cada día de trabajo le permite redimir otro de condena, por lo que la pena de treinta años puede quedar reducida a quince. Aparte, recibe un salario de tres pesetas diarias: una que se destina a mejorar el rancho; otra que puede cobrar su familia y una tercera que ingresa en una cuenta de ahorros cuyo total se le entregará al recobrar la libertad. En cualquier caso abandona la prisión mucho antes de cumplir los quince años de reclusión, merced a uno de los varios indultos que se promulgan.
Pero sale —conviene precisarlo— en una llamada libertad condicional que difiere bastante de la libertad absoluta. El liberado condicional tiene que residir forzosamente en el lugar que se le designe, presentándose con periodicidad a las autoridades que se le indique para declarar dónde trabaja, el dinero que gana y la vida que hace, no pudiendo viajar ni cambiar de domicilio sin antes pedir y conseguir el correspondiente permiso. Caso de no cumplir al pie de la letra las instrucciones o incurrir en cualquier falta o delito puede ser encarcelado de nuevo, teniendo que cumplir entonces la totalidad de la condena que tiene pendiente. Al abandonar la prisión, Cipriano vuelve a vivir donde siempre ha vivido en compañía de su mujer. Torna también a buscar ocupación en su profesión y oficio. Lo encuentra en las obras de una constructora —Urbis, concretamente— que está levantando una extensa barriada entre las avenidas madrileñas de Menéndez Pelayo y Doctor Esquerdo. Allí vuelve a subir al andamio sin que se le caigan unos anillos que no lleva por seguir colocando ladrillos. Pero si ni en los años de mando militar ni en los que después pasa en prisión ha cambiado interiormente lo más mínimo, tampoco sus ideas han sufrido la menor variación. Sigue pensando exactamente igual que hace diez o quince años, lo que le ocasiona contrariedades y molestias. Sufre repetidas retenciones e interrogatorios y comprueba en múltiples ocasiones que está sometido a una discreta vigilancia.
Un día sabe que la Policía le anda buscando y resuelve abandonar Madrid para volver al exilio. Gana la frontera viajando como puede y consigue cruzar a pie los montes que le separan de Francia. En el país vecino procura rehacer su vida, no sin sin tener algunos tropiezos con la Policía francesa que en este momento —varios años después de finalizada la segunda guerra mundial— no ve con buenos ojos la presencia de determinados exiliados españoles en el sur de Francia. En Toulouse es detenido en alguna ocasión, acusado de participar en actividades políticas y amablemente se le invita a alejarse lo más posible de la frontera. Mera marcha a París donde trabaja como albañil, exactamente igual que ha hecho antes en Toulouse. Hay gentes que le ofrecen ayudas y colocaciones que rechaza sin vacilar. No quiere ni admite favores ni limosnas. Es un trabajador auténtico y prefiere seguir ganándose la vida con su propio esfuerzo. Algunos que no le conocen, insinúan que puede tratarse de una pose «pour épater les bourgeoises», pero todos tienen que reconocer al cabo que se trata de un hombre de una moral incorruptible. Aunque cuando pisa el suelo francés tiene más de cincuenta años, todavía trabaja como albañil durante veintitantos más.
Quince meses antes de su muerte, Cipriano Mera presentaba este aspecto. Se había jubilado cinco años atrás cuando, a los 79 de edad, una dolencia pulmonar le llevó a la muerte en un centro de la Seguridad Social francesa (Foto G.Monedero).
Vive exclusivamente de su trabajo mientras le quedan fuerzas. Con él, compartiendo estrecheces y penurias, su compañera de toda la vida, que no sin grandes dificultades ha podido ir a reunírsele en Francia. Tras residir y trabajar durante bastante tiempo en diferentes puntos, Cipriano Mera pasa los últimos años de su vida en un piso pequeño y modesto de la calle Jean Jaurés de Billancourt-sur-Seine. En su casa no hay lujos de ninguna clase; carece incluso de los aparatos electrodomésticos que hoy se consideran indispensables en cualquier familia humilde, pero vive con una austera y altiva dignidad. Sin intentarlo ni proponérselo, se convierte en un símbolo y un ejemplo para cuantos le conocen. No sólo por su valor y temple durante la guerra, sino por su conducta posterior. Porque si son muchos los capaces de comportarse valerosamente en el transcurso de una lucha y morir con entereza, son contados los que con una historia como la suya, con una aureola tan bien ganada vuelven con aire sencillo, sin aires teatrales para asombrar a la galería, a su trabajo habitual para ganarse durante varios lustros —hasta que las dolencias y la falta de reservas físicas le fuerzan a jubilarse, bien entrado ya en la senectud— la vida con el sudor de su frente colocando ladrillos en lo alto de un andamio. Buena prueba de su comportamiento es que en repetidas ocasiones acuden en su busca reporteros de distintos países que quieren oír sus confesiones respecto a la trayectoria de su vida o sus puntos de vista y opiniones sobre determinados problemas. Cipriano Mera, en cuyo pecho no tiene cabida la menor vanidad, les recibe con mayor o menor amabilidad pero se niega en redondo a lo que pretenden sus visitantes y más aún a dejarse retratar por ninguno. No hace mucho unos periodistas —españoles concretamente— acuden a su domicilio de Billancourt- sur - Seine con esta pretensión. Cuando el interesado se niega en redondo a decir una sola palabra para el diario que representan, los jóvenes reporteros, con una total falta de delicadeza, creyendo quizá que todo puede lograrse con dinero, le ofrecen una cantidad que consideran más que suficiente. Aunque Cipriano está ya viejo y enfermo, una llamarada de indignación brilla en sus pupilas, se yergue colérico y los periodistas han de abandonar precipitadamente la vivienda. Este era Cipriano Mera. Este era el luchador obrero, comandante en jefe un día del 4.° Cuerpo de Ejército, que supo vivir durante muchos años sostenido por una inquebrantable moral, y que ha muerto el pasado 25 de octubre en un hospital del arrabal parisino de Saint Cloud.
E. de G.
Bibliografia:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm/Mera/Mera.htm
Tiempo de Historia nº 13 diciembre de 1.975
Cipriano Mera. La muerte de un combatiente libertario
Eduardo de Guzmán[/b]
Cipriano Mera. La muerte de un combatiente libertario
Eduardo de Guzmán
El sábado 25 de octubre de 1975 fallece en un hospital de Saint Cloud un viejo obrero madrileño de la construcción llamado Cipriano Mera. El trabajador español, que ya ha cumplido los setenta y nueve años y lleva menos de cinco jubilado, reside hace tiempo en un modesto piso de la cercana localidad de Billancourt, suburbio proletario e industrial de París, mundialmente conocido por alzarse allí las grandes fábricas de automóviles Renault.
De obrero de la construcción y dirigente sindicalista, Cipriano Mera pasó a ser general del Ejército Republicano durante la Guerra Civil española. Y, cerrando el ciclo de su vida, la muerte le sorprendió cuando —el 25 de octubre de este año, en un suburbio parisino— de nuevo era un proletario más. Las fotos que figuran junto a estas líneas marcan la distancia entre el general republicano (arriba) y el trabajador de la construcción jubilado (foto G. Monedero), mientras que la imagen contigua le muestra con sus dos hijos durante la guerra,en compañía del comandante Perea.
De mediana estatura, enjuto, cetrino, con rostro de campesino castellano que parece tallado a hachazos, Cipriano es conocido en el hospital donde muere. No es la primera vez que ocupa una cama de este centro en que son asistidos enfermos y accidentados de la seguridad social. Muy recientemente, a comienzos de la primavera del año en curso, permanece internado durante un par de meses aquejado por una dolencia pulmonar. Luego, sensiblemente mejorado, retorna a su hogar de la calle Jean Jaurés de Billancourt hasta que una recaída a principios del otoño le fuerza a retornar a la clínica de la que no saldrá con vida. Durante el tiempo que en una y otra ocasión permanece internado son muchos los compañeros, amigos o simples conocidos que se interesan por su estado. Médicos, enfermeros, auxiliares y porteros se enteran de quién es y de quién ha sido. No porque él lo pregone en torpes anhelos de satisfacer una vanidad que jamás sintió; menos aún porque Teresa —compañera abnegada de toda su vida— quiera asombrar a quienes la escuchan o ganarse su conmiseración. Pero no son pocos los visitantes que compartieron sus antiguas y modernas luchas sindicales, le acompañaron en alguno de sus encierros o pelearon a sus órdenes en Somosierra, Gredos, Madrid, Jarama, Guadalajara o Brunete. «Fue un general del Ejército Popular —explican algunos con una leve nostalgia en la voz—, es decir del Ejército de la Segunda República durante toda la guerra de España».
Al mando de la XIV División, Cipriano Mera se ganó una merecida fama de hombre valiente, duro y responsable. Virtudes que le llevaron a ser nombrado comandante en jefe del 4.° Cuerpo de Ejército, al que marcó con su combatividad.
Dicen la verdad pura y simple, aunque Cipriano no alcanzase oficialmente tan elevada graduación. Pese a que durante casi toda la contienda luciera en su uniforme las barras de comandante y teniente coronel, actuó como general en jefe, primero de una división v luego de todo un cuerpo de ejército, interviniendo personal y decisoriamente en mayor número de combates que muchos famosos estrategas. Hace ya diez o doce años, cuando Mera, que ya sobrepasa la edad de la jubilación y se niega a ser jubilado porque necesita el salario íntegro para atender a su familia, ha de ser internado en otro hospital, se produce un incidente tan curioso como significativo. Necesita una trasfusión de sangre de determinado tipo de que carece el centro e indican a su mujer la conveniencia de que se presente a donarla alguno de sus familiares. La noticia circula con rapidez por París y al día siguiente más de un centenar de personas acuden a ofrecer generosamente su sangre. Los médicos se sorprenden ante la afluencia de donantes y preguntan intrigados quién es aquel modesto albañil cuya salud preocupa e inquieta a tantas gentes. Cuando se lo dicen quedan tan sorprendidos como desconcertados.
Nacido en Madrid en 1896, toda la infancia y la juventud de Cipriano Mera discurre en las proximidades de Estrecho, en la parte alta de Cuatro Caminos, cerca ya de Tetuán, en unas barriadas proletarias y humildes que se extienden por un lado hasta la Dehesa de la Villa y por otro sobrepasan Peña Grande para alcanzar las tapias del Pardo. Un buen novelista español, un tanto olvidado en los últimos tiempos —Vicente Blasco Ibáñez—, describe brillante y coloridamente en una de sus novelas —«La Horda»— lo que son estos barrios a comienzos de siglo. Callejuelas largas, estrechas, retorcidas, sin pavimentar, bordeadas por edificios de una o dos plantas, con incómodas y reducidas viviendas donde difícilmente caben numerosos moradores. Son en su casi totalidad familias proletarias más abundantes en bocas que en recursos. Abundan los traperos que por las madrugadas bajan al centro con carritos y seras para recoger las basuras y desperdicios de la gran ciudad. Y no faltan en los extensos descampados chabolas que dan cobijo a los campesinos que vienen a la capital en busca del trabajo y el pan que les falta en sus pueblos, grupitos de gitanos e incluso algunos golfos y maleantes de ínfima categoría. Personajes pintorescos son aun los cazadores furtivos que en los bosques de la cercana posesión real consiguen los conejos e incluso los venados que hacen las delicias de los frecuentadores de los merenderos de las afueras de la población.
Los chicos, que no caben en las casas, hacen su vida en la calle o los descampados vecinos. Tienen que empezar a trabajar apenas comienzan a saber andar. Para salir adelante las familias necesitan la aportación económica de todos sus miembros y los ocios y juegos de la infancia duran muy poco. Aunque la enseñanza es gratuita en general, frecuentar la escuela durante algún tiempo es un lujo que muy pocos pueden permitirse. El sueño de la mayoría es ingresar como aprendiz en un buen taller, pero son pocos los talleres y demasiados los aspirantes. Los muchachos han de apencar con lo que sea para ayudar a sus padres o a sí mismos. Laboran en la busca; escarban y clasifican las basuras; cuidan de las gallinas y los cerdos; se colocan como botones o recaderos; sirven las tabernas, tiendas, merenderos, etc. y ni aún así consiguen saciar de manera permanente su hambre. Cipriano Mera sigue las vicisitudes y la suerte de casi todos los chicos de su tiempo y barrio. Es un muchacho despierto, atrevido y habilidoso que apenas pisa la escuela y trabaja desde que tiene uso de razón en las más diversas ocupaciones. Al final, igual que muchos de ellos, entra como peón en una obra. Al cabo de unos años puede considerarse un magnífico albañil.
La construcción es prácticamente la única gran industria existente en Madrid, pero el trabajo en ella es duro y está mal pagado. Cuando llueve intensamente —y esto ocurre durante semanas enteras en los meses invernales— ni se trabaja ni se cobra. Algunos procuran resarcirse luego, laborando a destajo en jornadas interminables y agotadoras. Pero contratistas y capataces se aprovechan de las circunstancias e imponen salarios irrisorios. Mera es un trabajador serio, fiel cumplidor de su deber, pero intransigente por temperamento y decisión en la defensa de sus intereses como trabajador. Choca frecuentemente con los patronos, participa en todas las huelgas y encabeza algunas. Consecuencia lógica son sus primeros encierros. Como para tantos otros obreros, la cárcel le sirve de escuela para adquirir los conocimientos de que carece. Lee cuanto cae en sus manos, escucha con atención a otros compañeros más capacitados y va formando su conciencia revolucionaria. Enemigo por naturaleza de injusticias e imposiciones se siente atraído por el sindicalismo revolucionario. No tarda en ser conocido como militante de la Confederación Nacional del Trabajo e intervenir en las asambleas de su organización.
Participó Mera en todas las luchas proletarias de su tiempo bajo la bandera de la CNT. (El gráfico muestra, de izquierda a derecha, a algunos de sus compañeros cenetistas: Juan García Oliver, Mariano Rodríguez Vázquez y David Antona).
No es un orador elocuente ni tiene mucha facilidad de palabra. Pero le sobra buen juicio, ve con claridad los problemas, llama a las cosas por su nombre y, como todos los hechos de su vida avalan y ratifican lo que dice, goza desde muy joven de cierto prestigio entre sus compañeros. Serio, circunspecto, poco hablador en su trabajo, con cierto aspecto de seca hosquedad, Cipriano es un mozo bien-humorado, alegre y comunicativo. Le gusta participar en bromas y juegos en sus horas de asueto y en las excursiones y giras que se organizan los días festivos. Incluso en una época se siente atraído por los grupos teatrales de aficionados que actúan en los ateneos y círculos obreros. Mera llega a ser un discreto actor y algunos de sus viejos compañeros recuerdan todavía haberle visto interpretar con plausible acierto los protagonistas de «El sol de la humanidad» de Fola Igúrbide y el «Juan José» de Joaquín Dicenta.
Pero los tiempos son difíciles y a los militantes confederales queda poco espacio para la diversión y el asueto. Ni siquiera para atender como es debido a la propia familia ya formada. La C. N. T. es una organización combativa y revolucionaria. Sus sindicatos son clausurados con frecuencia y sus elementos más destacados perseguidos y encarcelados. Y si esto ocurre en los últimos tiempos de la monarquía constitucional, sucede con redoblada intensidad a lo largo de la Dictadura. Durante varios años las organizaciones cenetistas, colocadas al margen de la ley, han de funcionar en la clandestinidad. Forzados por las circunstancias, con sus locales cerrados, muchos de sus elementos han de ingresar en la U. G. T. para defender sus intereses como trabajadores. Cipriano Mera tiene que hacerlo en esta época, como tienen que hacerlo otros militantes cenetistas. Entre ellos, se encuentran, por lo que a Madrid respecta, figuras tan conocidas del movimiento libertario como Mauro Bajatierra, Feliciano Benito, Antonio Moreno, Melchor Rodríguez, Teodoro Mora, Paulet y los hermanos Inestal. Más adelante, cuando la Dictadura declina y la persecución se hace menos intensa, van agrupándose todos de nuevo en el Ateneo de Divulgación Social. Cae Primo de Rivera en enero de 1930 y a su Dictadura sucede la llamada «Dictablanda» de Berenguer. Comienza una etapa de extraordinaria actividad política que culminará, quince meses después, con la caída de la Monarquía. La C. N. T., con la que nadie cuenta, a la que nadie menciona y a la que una mayoría cree totalmente desaparecida, puede salir de su prolongada clandestinidad. Se produce entonces un fenómeno que ni comentaristas políticos ni historiadores se han tomado la molestia de estudiar y analizar a fondo: la rápida, la vertiginosa expansión del movimiento sindicalista revolucionario. Lo efectivo es que, aparentemente inexistente en enero, la Confederación Nacional del Trabajo tiene seis meses más tarde mayor número de afiliados que todos los partidos políticos de izquierda y derecha, monárquicos o republicanos, juntos.
El mayor éxito de Mera dentro del campo de batalla se produjo en Guadalajara, donde la XIV División infringió una completa derrota a las unidades de camisas y flechas negras. Vemos un aspecto de Brihuega tras los días de lucha.
Este sorprendente incremento no se produce sólo en Cataluña, Levante, Aragón y Andalucía donde los sindicatos confederales fueran mayoritarios con anterioridad, sino también en Galicia, Asturias, la Rioja y el Centro. En Madrid el sindicato más importante es, naturalmente, el de la construcción, cosa comprensible por las condiciones de trabajo imperantes en la industria y el temple de sus militantes. Como la C. N. T. no interviene en las contiendas electorales —que desdeña—, esos militantes son totalmente desconocidos en los círculos políticos y periodísticos de la capital. En cambio, son sobradamente conocidos por los trabajadores —que es lo que de verdad importa—, que los ven a diario en los mismos talleres, tajos o andamios en que todos laboran. En el sindicato de la construcción confederal no hay cargos retribuidos ni la esperanza de conseguir con facilidad sinecuras de ninguna clase. Todos son obreros auténticos y los militantes más destacados —Mera, Antona, Mora, Marcelo, Ciriaco, Inestal, etc.— no disfrutan de otro privilegio que servir de lección y ejemplo a sus compañeros trabajando tanto como el que más y arriesgándose y sacrificándose con absoluto desinterés por todos. Con esto basta y sobra para que los demás pongan en ellos mayor confianza que en cualquier arribista o escalatorres político por muchos que sean sus títulos universitarios o arrebatadora su elocuencia.
En estos meses de acusada transformación política, igual que en tiempos de la Dictadura y conforme sucederá con la República en los años venideros, la vida no es fácil ni cómoda para los sindicalistas madrileños. Una mayoría sufren persecuciones y encierros. Lejos de ser una excepción, Cipriano es una norma en esto. Participa en todas las luchas proletarias en un régimen o en otro y en todos tiene que sufrir largas temporadas de prisión. En diciembre de 1933, por ejemplo, forma parte del Comité Nacional que, como protesta contra el triunfo electoral de las derechas que da paso al llamado bienio negro, desencadena un fuerte movimiento revolucionario en Aragón, la Rioja y Levante. Como consecuencia es detenido y pasa largos meses en la cárcel de Zaragoza en unión del doctor Puente, Ejarque y varios centenares de compañeros. Ni siquiera varía fundamentalmente la situación para ellos cuando, en febrero de 1936, triunfa el Frente Popular. En Madrid se inicia a finales de la primavera de dicho año una huelga general de la construcción que pronto reviste especial violencia dadas las circunstancias que vive España. Cipriano Mera es uno de los primeros detenidos y sigue en la Cárcel Modelo de Madrid —en unión de David Antona, Teodoro Mora, Villanueva, Cecilio, López, Ciriaco y varios cientos de compañeros más— cuando se produce el levantamiento del 18 de julio.A mediodía del domingo 19 de julio, Cipriano Mera y sus compañeros son puestos en libertad. Inmediatamente se lanza a la lucha. Al día siguiente, lunes 20 de julio, participa activamente en los combates de Campamento. Veinticuatro horas después figura entre los grupos que se adueñan de Alcalá de Henares. El miércoles toma parte en una de las batallas más sangrientas de los comienzos de la guerra civil: el asalto de Guadalajara en que los muertos y heridos por ambos bandos se cifran en varios centenares. Sin tomarse un momento de descanso, Cipriano sigue hacia adelante. Al frente de unos grupos de hombres decididos avanza hacia el este y el sudeste a través de la Alcarria y la provincia de Cuenca. En pocos días los futuros frentes están en Alcolea del Pinar por un lado y en Albarracín por otro. (Se producen en estos días centenares de sangrientas escaramuzas libradas en cualquier rincón de la geografía peninsular. En una de ellas perece, más allá de Sigüenza, un buen militante madrileño: Tomás Lallave).
Cipriano Mera está de regreso en Madrid a finales de julio. Inmediatamente parte para la Sierra en una columna integrada por dos mil trabajadores madrileños y mandada por el teniente coronel Del Rosal. Durante más de un mes estas milicias confederales pelean en las estribaciones de Somosierra, por encima de Paredes de Buitrago, defendiendo los embalses que aseguran el abastecimiento de aguas de Madrid. Más tarde, durante los meses de septiembre y octubre, luchan en Gredos —Casas Viejas, La Adrada, La Iglesuela—... En el puerto Mijares, cerca de Piedralaves muere defendiendo una posición un conocido militante de la construcción: Teodoro Mora.
En los primeros días de noviembre, Cipriano Mera está tratando de formar una nueva columna con los hombres que han luchado en Sigüenza y Toledo. Cuando en la noche del 6 al 7 de noviembre se produce la huida de muchos hacia lo que entonces denominan algunos el Levante Feliz, se pone en movimiento en dirección opuesta. En la mañana del domingo 8 de noviembre, cuando la primera batalla de Madrid alcanza su mayor virulencia, Mera penetra en la Casa de Campo corno responsable político de una columna integrada por tres mil hombres, cuyo mando militar ostenta el teniente coronel Palacios. La primera brigada internacional y las Milicias Confederales tienen la misión de defender Madrid frenando el avance enemigo por las frondas del antiguo parque real. Durante dos semanas luchan encarnizadamente en un extenso frente que va desde Casa Quemada al Puente de San Fernando, cubriendo la Cuesta de las Perdices y las carreteras de Castilla y La Coruña. Aguantan bien y mantienen con energía sus posiciones, aún a costa de perder en menos de quince días la mitad de sus efectivos. Las bajas son cubiertas inmediatamente por combatientes voluntarios procedentes de todos los sindicatos. El Sindicato de la Construcción publica el día 9 de noviembre una orden impresionante. Dice escuetamente: «Todos los trabajadores de la construcción que no estén en lista y controlados por el Consejo Mixto de Fortificaciones, se concentrarán en los sitios indicados por sus organizaciones, con sus respectivas meriendas, para marchar dónde sea preciso en defensa del pueblo de Madrid». Van a luchar, a batirse empuñando el fusil abandonado por alguno de los muertos, tal vez a morir a su vez, peronadie les habla de premios ni recompensas. Se les exige, en cambio, que cada uno se lleve la comida. Y con orgullo podrá proclamar semanas más tarde el Sindicato de la Construcción, el sindicato de Mera, que ni uno solo de sus afiliados desoye el llamamiento de la organización. En torno a Madrid, en la dura lucha entablada en noviembre, caen muchos militantes confederales, algunos de los cuales pudieron llegar a ser buenos jefes una vez organizado el Ejército Popular. Perece así, oscuramente, lo mejor de la militancia madrileña. Tan anchos claros abre la muerte en sus filas que cuando el propio Mera recibe el encargo de comunicar a Federica Montseny la muerte de Durruti, la entonces ministro de Sanidad se duele de las elevadas pérdidas en compañeros destacados y pide a su interlocutor que sea prudente y no se arriesgue más de la cuenta. Sincero y rudo, Cipriano contesta moviendo la cabeza en gesto negativo: ¡Imposible! ¿No ves, mujer, que hay que ir siempre delante para que los demás nos sigan?»
Otro momento en que la XIV División demostró ser una de las mejores unidades del Ejército Popular fue en las batallas libradas en torno a Brunete, cuyo croquis operacional reproducimos sobre estas líneas. Terminada la guerra y tras pasar un tiempo en el exilio, Mera fue condenado a muerte. Indultado, forma parte de los presos destinados a trabajar en los destacamentos penitenciarios de la Sierra madrileña, que —entre otras obras— horadan una montaña en Cuelgamuros.
Con un valor sereno y frío, sin alardes espectaculares ni gestos teatrales, pero con una decisión inquebrantable, Cipriano Mera va siempre delante mostrando a los demás el camino, desdeñando el peligro que le acecha. Ve caer en torno suyo a centenares de compañeros y espera seguir en cualquier momento la misma suerte. Las balas le respetan y continúa en pie después de participar durante la segunda quincena de noviembre y los meses de diciembre y enero en todas las batallas que se libran entre Aravaca, por un lado, y la Ciudad Universitaria, por otro. Durante ese tiempo comienza a aureolarle un prestigio casi mítico.
A finales de 1936 y comienzos de 1937, en los frentes cercanos a Madrid empiezan a constituirse las primeras unidades del Ejército Popular. En el medio año que lleva luchando ha llegado a la conclusión de que la guerra sólo puede ganarse con el arma adecuada que es un buen ejército. Sincero consigo mismo y con los demás, admite primero y defiende después enérgicamente la militarización de las unidades de voluntarios. No aspira a ostentar ningún mando y se resiste a aceptar el que le ofrecen; pero cuando las necesidades de la lucha y la insistencia de la organización le fuerzan a asumirlo, expone con serenidad su pensamiento y propósitos. Mientras la guerra dure y tenga el mando de una unidad militar, no tolerará en ella indisciplinas, debilidades ni caprichos de nadie. Exigirá de todos, empezando por él mismo, el cumplimiento del deber por encima de cualquier consideración, incluso sobre las propias fuerzas del individuo, y aplicará los más duros castigos a quien no lo haga, aunque sea su mejor amigo y compañero. Los procedimientos que empleará repugnan a sus ideas y sentimientos, pero es la única manera de ganar una guerra en la que tanto se juegan los trabajadores.
La XIV División, cuyo mando se le confía a comienzos de febrero, está integrada por dos brigadas: la 70 y la 77, surgidas de la transformación de otras tantas columnas milicianas —«Espartaco» y «España Libre»— que ya han luchado en distintos frentes. Pocos días después tienen que participar en lo más duro de la batalla del Jarama. Sus integrantes reciben su bautismo de fuego en las proximidades del Pingarrón. Se comportan con heroísmo, pese a sufrir un número considerable de bajas. Apenas terminada la batalla del Jarama comienza la de Guadalajara. Varias divisiones italianas, bien protegidas por artillería y aviación, avanzan rápidas por tierras de la Alcarria con ánimo de completar el cerco de Madrid, cortando sus salidas por el sur y el este. Ante la abundancia de material enemigo, las unidades republicanas han de batirse en retirada. El Cuerpo de Tropas Voluntarias llega en pocas jornadas cerca de Guadalajara, conquista Brihuega y pone en serio aprieto las comunicaciones de la capital. La XIV División se enfrenta con ellas el 16 de marzo, consiguiendo de momento paralizar su progresión. Dos días después se lanza a su vez al asalto de las posiciones enemigas y el día 19 de marzo entra en Brihuega, pone en fuga a las unidades de camisas y flechas negras, infringiéndoles la más sonada de las derrotas de toda la guerra de España, apoderándose de parte de su material y haciendo varios centenares de prisioneros.
Posteriormente la XIV División toma parte en diferentes operaciones y a mediados de julio interviene en las batallas libradas en torno a Brunete. Ha de hacerlo en el instante más crítico y en las condiciones más desfavorables cuando, contenido el avance inicial de las fuerzas republicanas, los nacionales (que han concentrado en el frente el grueso de sus unidades) se lanzan a la contraofensiva, bien protegidas sus tropas por la aplastante superioridad aérea de los aparatos alemanes e italianos. Durante más de una semana los catorce mil hombres que manda Cipriano Mera se clavan en el terreno y aguantan todos los ataques sin retroceder un sólo paso. Cuando la batalla concluye, la 70 y la 77 Brigadas ofrecen anchos claros en sus filas, pero han demostrado ser de las mejores unidades del recién creado Ejército Popular. Ascendido por méritos de guerra a teniente coronel, Cipriano Mera es nombrado comandante en jefe del 4.° Cuerpo de Ejército. Con escasas fuerzas —tres divisiones como máximo, entre ellas la ya famosa XIV—, tiene que cubrir un frente extenso que va desde Somosierra en la parte izquierda a los Montes Universales, cerca de Teruel, donde enlaza con el Ejército de Levante, en la derecha. Ejerce el mando del mismo sector durante el resto de la guerra, interviniendo en numerosas operaciones. Tiene a sus órdenes entre treinta y cinco y cincuenta mil hombres, encuadrados en unidades que muchas veces son puestas por sus superiores como modelo de organización y eficacia combativa. Como jefe de cuerpo de Ejército, Mera impone la más rígida disciplina unida a un concepto exigente de la propia responsabilidad. Continúa ocupando en los combates los puestos de máximo riesgo y desarrolla una actividad incesante durante la calma en los frentes. Aunque tiene poco más de cuarenta años, los combatientes le llaman cariñosamente «El Viejo» y a nadie sorprende verle aparecer de día o de noche en las posiciones más avanzadas porque constantemente recorre las líneas en misión de inspección y vigilancia. Merced a todo ello llega a ser uno de los jefes del Ejército Popular que inspiran mayor confianza a cuantos combaten a sus órdenes.
En el mes de marzo de 1939, cuando la pérdida de Cataluña ha sellado definitivamente la suerte de la contienda, secunda por mandato expreso de su organización el movimiento contra Negrín, en el que participan todos los partidos y organizaciones del Frente Popular con excepción de los comunistas. El día 5 tiene que leer ante los micrófonos de Unión Radio una breve alocución expresando su apoyo a Julián Besteiro y Segismundo Casado que rechazan un intento de Negrín, que ya ha provocado la víspera la marcha a Bizerta de la flota republicana surta en Cartagena. Aunque el doctor, sus ministros y el Buró Político del P. C. abandonan España en la mañana del 6 de marzo, la situación del recién formado Consejo Nacional de Defensa, que ya preside Miaja, llega a ser extremadamente crítica durante los días 7, 8 y 9 ante la rebelión de parte de los tres cuerpos de ejército que defienden Madrid. Mera tiene que venir en su auxilio desde Guadalajara al frente de la XIV División para salvar al Consejo luego de una serie de encarnizados combates.
Cipriano Mera continua en su puesto de mando de Guadalajara hasta los últimos días de marzo. El martes 28, una vez caído Madrid y desaparecidos prácticamente los frentes del Centro, recibe orden de trasladarse a Valencia. De allí parte en la mañana del 29 con rumbo a Orán. En Argelia no le reciben con los brazos abiertos ni le tratan con consideraciones de ningún género. Al igual que otros varios millares de refugiados va a parar a un campo de concentración, donde ha de pasar varios meses padeciendo hambres, incomodidades y malos tratos. Al salir de España no ha llevado consigo bienes ni riquezas y este primer exilio no tiene para él nada de dorado.
Teresa, la compañera que Cipriano Mera tuvo a su lado a lo largo del accidentado recorrido que constituyó su vida. La foto está tomada por G. Monedero en el verano de 1974 dentro del modesto piso de Billancourt ocupado por la pareja.
Cuando al fin sale del campo de concentración tiene que ganarse la vida trabajando. Como en Orán no encuentra dónde laborar ha de marchar al Marruecos francés donde empieza a trabajar como simple peón en las obras de construcción del ferrocarril que, partiendo de Tánger, los franceses esperan que llegue algún día hasta Dakar. El «general» curtido en cien batallas, que mandó con eficacia y acierto un cuerpo de ejército, es un trabajador igual que los demás que ni pide ni admite ningún trato de favor. En la primavera de 1940 se produce el desastre francés y los alemanes llegan hasta la frontera de los Pirineos. En el otoño las autoridades españolas solicitan la extradición de algunas figuras destacadas de los exiliados republicanos —Azaña, Companys, Peiró, Zugazagoitia, Teodomiro Menéndez, Cruz Salido, Rivas Cheriff, etc.— y ven satisfecha sin tardanza su demanda, con la sola excepción de Azaña que fallece en Montauban. Algún tiempo después hacen la misma petición con respecto a una larga serie de exiliados refugiados en Argelia y el Marruecos francés. Pero las autoridades galas de las colonias —quizá porque los alemanes están más lejos— se muestran menos diligentes en atender la demanda. Nogués, el residente francés en Fez, procura dar largas al asunto y deja transcurrir unos meses sin hacer nada. Accede por último, no sin ciertas reservas mentales y, al parecer, tras haberle asegurado que ninguno de los refugiados que entregue será fusilado. Sea como fuere, entre los exiliados cuya extradición se concede figura Cipriano Mera que es conducido a Madrid y encerrado en la prisión de Porlier. Tras un periodo de espera es juzgado y condenado a la última pena. Le indultan a los pocos meses, demostrando tanto antes de ser juzgado como en el tiempo que tiene pendiente sobre su cabeza la más grave de las penas, absoluta serenidad y entereza. Luego de indultado, las autoridades disponen su traslado a la Prisión Central de Trabajadores de Santa Rita —que ocupa los edificios de un antiguo colegio reformatorio para señoritos calaveras— en el entonces pueblo de Carabanchel Bajo, actualmente simple barriada de Madrid. En Santa Rita se concentran en los años cuarenta y dos a cuarenta y cuatro los millares de presos destinados a trabajar en los destacamentos penitenciarios de la Sierra —aparte de los que construyen los túneles para el ferrocarril directo Madrid-Burgos, están los que horadan una montaña en Cuelgamuros— y en las obras de la nueva prisión que ha de sustituir en Carabanchel Alto a la que fue destruida durante la guerra en la plaza de la Moncloa.
Durante bastante tiempo Cipriano Mera sale todas las mañanas de Santa Rita en una columna formada por más de mil penados, bien custodiados por una veintena de funcionarios de prisiones y un pelotón de soldados, para ser trasladado a las obras que distan poco más de un kilómetro. Allí trabaja como albañil durante ocho o nueve horas, para volver a ser encerrado en Santa Rita al caer la tarde. Cada día de trabajo le permite redimir otro de condena, por lo que la pena de treinta años puede quedar reducida a quince. Aparte, recibe un salario de tres pesetas diarias: una que se destina a mejorar el rancho; otra que puede cobrar su familia y una tercera que ingresa en una cuenta de ahorros cuyo total se le entregará al recobrar la libertad. En cualquier caso abandona la prisión mucho antes de cumplir los quince años de reclusión, merced a uno de los varios indultos que se promulgan.
Pero sale —conviene precisarlo— en una llamada libertad condicional que difiere bastante de la libertad absoluta. El liberado condicional tiene que residir forzosamente en el lugar que se le designe, presentándose con periodicidad a las autoridades que se le indique para declarar dónde trabaja, el dinero que gana y la vida que hace, no pudiendo viajar ni cambiar de domicilio sin antes pedir y conseguir el correspondiente permiso. Caso de no cumplir al pie de la letra las instrucciones o incurrir en cualquier falta o delito puede ser encarcelado de nuevo, teniendo que cumplir entonces la totalidad de la condena que tiene pendiente. Al abandonar la prisión, Cipriano vuelve a vivir donde siempre ha vivido en compañía de su mujer. Torna también a buscar ocupación en su profesión y oficio. Lo encuentra en las obras de una constructora —Urbis, concretamente— que está levantando una extensa barriada entre las avenidas madrileñas de Menéndez Pelayo y Doctor Esquerdo. Allí vuelve a subir al andamio sin que se le caigan unos anillos que no lleva por seguir colocando ladrillos. Pero si ni en los años de mando militar ni en los que después pasa en prisión ha cambiado interiormente lo más mínimo, tampoco sus ideas han sufrido la menor variación. Sigue pensando exactamente igual que hace diez o quince años, lo que le ocasiona contrariedades y molestias. Sufre repetidas retenciones e interrogatorios y comprueba en múltiples ocasiones que está sometido a una discreta vigilancia.
Un día sabe que la Policía le anda buscando y resuelve abandonar Madrid para volver al exilio. Gana la frontera viajando como puede y consigue cruzar a pie los montes que le separan de Francia. En el país vecino procura rehacer su vida, no sin sin tener algunos tropiezos con la Policía francesa que en este momento —varios años después de finalizada la segunda guerra mundial— no ve con buenos ojos la presencia de determinados exiliados españoles en el sur de Francia. En Toulouse es detenido en alguna ocasión, acusado de participar en actividades políticas y amablemente se le invita a alejarse lo más posible de la frontera. Mera marcha a París donde trabaja como albañil, exactamente igual que ha hecho antes en Toulouse. Hay gentes que le ofrecen ayudas y colocaciones que rechaza sin vacilar. No quiere ni admite favores ni limosnas. Es un trabajador auténtico y prefiere seguir ganándose la vida con su propio esfuerzo. Algunos que no le conocen, insinúan que puede tratarse de una pose «pour épater les bourgeoises», pero todos tienen que reconocer al cabo que se trata de un hombre de una moral incorruptible. Aunque cuando pisa el suelo francés tiene más de cincuenta años, todavía trabaja como albañil durante veintitantos más.
Quince meses antes de su muerte, Cipriano Mera presentaba este aspecto. Se había jubilado cinco años atrás cuando, a los 79 de edad, una dolencia pulmonar le llevó a la muerte en un centro de la Seguridad Social francesa (Foto G.Monedero).
Vive exclusivamente de su trabajo mientras le quedan fuerzas. Con él, compartiendo estrecheces y penurias, su compañera de toda la vida, que no sin grandes dificultades ha podido ir a reunírsele en Francia. Tras residir y trabajar durante bastante tiempo en diferentes puntos, Cipriano Mera pasa los últimos años de su vida en un piso pequeño y modesto de la calle Jean Jaurés de Billancourt-sur-Seine. En su casa no hay lujos de ninguna clase; carece incluso de los aparatos electrodomésticos que hoy se consideran indispensables en cualquier familia humilde, pero vive con una austera y altiva dignidad. Sin intentarlo ni proponérselo, se convierte en un símbolo y un ejemplo para cuantos le conocen. No sólo por su valor y temple durante la guerra, sino por su conducta posterior. Porque si son muchos los capaces de comportarse valerosamente en el transcurso de una lucha y morir con entereza, son contados los que con una historia como la suya, con una aureola tan bien ganada vuelven con aire sencillo, sin aires teatrales para asombrar a la galería, a su trabajo habitual para ganarse durante varios lustros —hasta que las dolencias y la falta de reservas físicas le fuerzan a jubilarse, bien entrado ya en la senectud— la vida con el sudor de su frente colocando ladrillos en lo alto de un andamio. Buena prueba de su comportamiento es que en repetidas ocasiones acuden en su busca reporteros de distintos países que quieren oír sus confesiones respecto a la trayectoria de su vida o sus puntos de vista y opiniones sobre determinados problemas. Cipriano Mera, en cuyo pecho no tiene cabida la menor vanidad, les recibe con mayor o menor amabilidad pero se niega en redondo a lo que pretenden sus visitantes y más aún a dejarse retratar por ninguno. No hace mucho unos periodistas —españoles concretamente— acuden a su domicilio de Billancourt- sur - Seine con esta pretensión. Cuando el interesado se niega en redondo a decir una sola palabra para el diario que representan, los jóvenes reporteros, con una total falta de delicadeza, creyendo quizá que todo puede lograrse con dinero, le ofrecen una cantidad que consideran más que suficiente. Aunque Cipriano está ya viejo y enfermo, una llamarada de indignación brilla en sus pupilas, se yergue colérico y los periodistas han de abandonar precipitadamente la vivienda. Este era Cipriano Mera. Este era el luchador obrero, comandante en jefe un día del 4.° Cuerpo de Ejército, que supo vivir durante muchos años sostenido por una inquebrantable moral, y que ha muerto el pasado 25 de octubre en un hospital del arrabal parisino de Saint Cloud.
E. de G.
Bibliografia:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm/Mera/Mera.htm
Tiempo de Historia nº 13 diciembre de 1.975
Cipriano Mera. La muerte de un combatiente libertario
Eduardo de Guzmán[/b]
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GUERRA CIVIL, COMERCIO Y CAPITAL EXTRANJERO
Bueno chicos, esta mañana cuando estaba redactando un pequeño contrato mio pues e echo lo que todo el mundo, me puesto a leer los periodicos y los foros, todo antes de hacer lo que tenia que hacer, pero he encontrado este trabajo colgado en el foro de, http://guerracivil.es gracias al forero el palleter
Os dejo el link por que tiene casi 100 folios pero este es el titulo
GUERRA CIVIL, COMERCIO Y CAPITAL EXTRANJERO EL SECTOR EXTERIOR DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA (1936-1939)
Elena Martínez Ruiz
Estudios de Historia Económica N.º 49
http://www.bde.es/informes/be/sroja/roja49.pdf
Os dejo el link por que tiene casi 100 folios pero este es el titulo
GUERRA CIVIL, COMERCIO Y CAPITAL EXTRANJERO EL SECTOR EXTERIOR DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA (1936-1939)
Elena Martínez Ruiz
Estudios de Historia Económica N.º 49
http://www.bde.es/informes/be/sroja/roja49.pdf
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LA SANIDAD Y LA ASISTENCIA SOCIAL DURANTE LA GUERRA CIVIL
Monografías Beecham
LA SANIDAD Y LA ASISTENCIA SOCIAL DURANTE LA GUERRA CIVIL
Dña. FEDERICA MONTSENY
Esta retrospectiva histórica estará forzosamente limitada, en el tiempo y en el espacio. Sólo puedo referirme a lo que yo viví personalmente durante los meses que duró mi mandato como ministro de Sanidad y Asistencia Social. Y sólo puedo referirme, también, a lo que fueron los problemas planteados a la Sanidad en el espacio ocupado por la España republicana. Ignoro lo que ocurriera en el resto de la España ocupada por las fuerzas franquistas.
El Ministerio de Sanidad y Asistencia Social fue creado en noviembre de 1936, en cierto modo para responder a la necesidad de dar cuatro Carteras ministeriales a la CNT. Existía una Dirección General de Sanidad dependiente del Ministerio de la Gobernación, y otra Dirección de Asistencia Social que dependía, asimismo, de ese Ministerio.
Con esas dos Direcciones Generales de Sanidad y Asistencia Social se creó el Ministerio al que yo fui destinada.
ORGANIZACIÓN DEL MINISTERIO
En realidad, no era una mala idea dar independencia y personalidad a la Sanidad y a la Asistencia Social, que estaban, en cierto modo, desasistidas en el conjunto de Secciones del Ministerio de la Gobernación. La guerra, con sus peligros y sus exigencias, reclamaba una atención especial para los aspectos sanitarios y la asistencia social debía hacer frente a multitud de necesidades creadas por la propia guerra. Empezaban a producirse las evacuaciones de pueblos enteros que huían de la guerra, planteando lo que iba siendo el pavoroso problema de los refugiados.
Cuando me hice cargo del Ministerio me esforcé en buscar personal idóneo, con la voluntad de potenciar la presencia femenina en este mundo político, del que la mujer se había visto casi siempre marginada. Nombré subsecretaria a la doctora Mercedes Maestre; directora de Asistencia Social a la doctora Amparo Poch. En cuanto a la Dirección General de Sanidad, tuve que conformarme a lo que fueron indicaciones del Sindicato Nacional de Sanidad, que señaló la conveniencia de que fuese nombrado para ese cargo el doctor Morata Cantón.
Como inciso, señalaré que se me había sugerido el nombre del doctor Gregorio Marañón como subsecretario de Sanidad. Teniendo una opinión formada sobre las reservas de Marañón ante las derivaciones de la guerra civil, me atrincheré en mi propósito de valorar presencias femeninas en el Ministerio, designando, como he dicho antes, a la doctora Mercedes Maestre, que, por cierto, no pertenecía a la CNT sino a la UGT.
Mi reserva respecto a Marañón, cuyos grandes méritos como hombre de ciencia no he puesto nunca en duda, se vio justificada muy pronto: Enviado en misión al extranjero, no regresó a España, mostrando su hostilidad a lo que era proceso revolucionario con el que el pueblo respondiera al levantamiento fascista, no escondiendo que, colocado ante una opción, siempre debería preferir las ideas de orden y de continuidad que, para él, encarnaba mejor el franquismo que una República desbordada por las masas.
Sin embargo, el doctor Marañón había jugado un papel importante en el advenimiento de la Segunda República, de la que se decía había sido quien le ayudara a nacer.
Algo parecido ocurrió con el doctor Gustavo Pittaluga. Pese a mi desconfianza, se le envió en delegación fuera de España. Tampoco regresó a ella y mejor perjudicó a la causa republicana, ya que no supo guardar, por lo menos, una neutralidad que hubiera podido excusarle históricamente.
Por desgracia, carezco de datos concretos y de estadísticas a mi alcance para poder establecer, de manera fidedigna, todo lo que fueron problemas a resolver durante ese período en que todo estaba trastocado y en que hubo que improvisar muchas cosas. Había, además, una triple función similar. Por una parte, había una Sanidad que respondía a la Generalidad de Cataluña. Por otra, existía una Sanidad de Guerra que formaba parte del Ministerio de Defensa. Y existía la nuestra, que, en cierto modo, debía tomar bajo su cargo los heridos, cuando éstos eran evacuados de los hospitales de sangre y pasaban a la retaguardia.
No hay que exagerar las dificultades de esta triple función, porque las sobrellevamos con buena voluntad y espíritu solidario, evitando roces y malos entendidos. En primer lugar, debo decir que el comportamiento de los médicos fue generalmente ejemplar. En ningún momento, o en raras ocasiones, las ideologías políticas o las influencias religiosas se antepusieron al sentimiento de responsabilidad del médico ante el herido o el enfermo. Tampoco encontré, en ningún momento, hostilidad ante la mujer, confedera) y libertaria, que ocupaba la dirección del Ministerio.
Todos cuantos médicos debí tratar y colocar en cargos importantes cumplieron con su deber y fueron siempre correctos conmigo. Cito como ejemplo el caso del doctor Mestres Puig, que me secundó activamente en la Subsecretaría de Sanidad en los últimos meses de mi gestión.
Recuerdo, como dato anecdótico, que puse a disposición del doctor Trueta los locales del Instituto Pedro Mata, de Reus, para que en ellos se ensayaran los métodos de curación de brazos y piernas por medio del procedimiento de la gangrena seca, que más tarde salvó a tantos hombres de mutilaciones fatales en el curso de la segunda guerra mundial.
Allí se instaló un equipo de médicos, ganados a las ideas de Trueta, que recogían a heridos procedentes de los hospitales de sangre y a los que generalmente salvaban de la pérdida de uno de sus miembros. Tuve ocasión de visitar este instituto, convertido en hospital de ensayo, y de comprobar los éxitos obtenidos.
SANIDAD
Otro de los grandes problemas a los que tuvo que hacer frente la Sanidad Civil fue el temor a las epidemias. Como antes apuntábamos, por decreto de la Presidencia del Consejo de Ministros del 21 de noviembre de 1936, fueron refundidos los Consejos y Juntas Técnicas del anterior Ministerio en el Consejo Nacional de Sanidad y Consejo Nacional de Asistencia Social.
El Consejo Nacional de Sanidad constaba de los siguientes departamentos:
1.° Higiene y Profilaxis.
2.° Hospitales y Sanatorios.
3.° Farmacia y Suministros.
4.° Personal y Organizaciones profesionales.
5.° Secretaría General.
Mi mayor preocupación y la de mis colaboradores consistía en combatir las infecciones, atajar las epidemias, hacer que el resquebrajamiento de la salud del pueblo con la guerra no se convirtiera en un segundo frente. Ejemplo de esta preocupación es la circular que publica el Ministerio a principios de diciembre de 1936, a través de su departamento de Higiene y Profilaxis, en la que se expresa lo siguiente:
«El desplazamiento de una parte de la población española debido a las contingencias de la guerra, y su aglomeración en determinadas regiones y provincias, obliga a la Administración Sanitaria a la adopción de aquellas medidas profilácticas que impiden la aparición de focos de enfermedades epidémicas...»
Había que vigilar atentamente el estado sanitario de las aguas y la higiene de las poblaciones que, en el maremágnum de las instalaciones improvisadas, de las concentraciones de soldados y de refugiados, exigían una vigilancia continua para evitar ciertos contagios, e incluso algunas de las formas que podía utilizar el enemigo para envenenar aguas o para producir focos infecciosos.
EL COMITE DE HIGIENE DE LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES
Tan convencidos estaban en Ginebra del peligro de epidemias, que el Comité de Higiene de la Sociedad de las Naciones envió a España dos delegaciones, una a la España republicana y otra a la España franquista, para examinar «de visu» el estado sanitario de las ciudades y de los frentes.
La obsesión de los médicos comisionados era que se produjese, en una o en otra zona, una epidemia de tifus exantemático. Ignoro lo que ocurriera en la zona sometida por Franco y los suyos, pero en lo que respecta a la zona republicana, no se produjo ni un solo caso de tifus exantemático. La Comisión tuvo que reconocer que el estado sanitario, tanto en las ciudades como en los propios frentes, no dejaba nada que desear, y que se observaban las más rigurosas reglas de higiene y de vigilancia ante la propagación posible de enfermedades clásicas en todo período de guerra, como son las enfermedades venéreas.
ASISTENCIA SOCIAL
La otra gran orientación que guiaba nuestras actividades con respecto a la Asistencia Social tenía una proyección para después de la guerra, y en ella se acometieron reformas cuyo objetivo primordial consistía en cortar por la base los problemas concernientes a las antiguas instituciones benéficas. El Decreto de la Presidencia del Consejo de Ministros del 25 de noviembre de 1936, por el que se creaba el Consejo Nacional de Asistencia Social, disponía que éste «tendrá como misión primordial coordinar todo cuanto antes constituía el objeto y fines de la beneficencia oficial, particular y pública». En efecto, se trataba de aprovechar, por un lado, los bienes e instituciones pertenecientes a la antigua Beneficencia, pero tratando al mismo tiempo de erradicar el espíritu humillante de la caridad que lo inspiraba.
Procuramos mejorar el régimen de los antiguos hospicios, lo mismo en la acogida a los viejos que a los niños. Se utilizaron también grandes residencias requisadas, instalándolas en condiciones humanas.
La Asistencia Social fue regulada por el decreto del 14 de enero de 1937, según el cual el Consejo Nacional constaría de cinco Consejerías, que serían:
1ª Anormales, inválidos y desvalidos.
2ª Protección a madres embarazadas y lactantes, y a niños lactados.
3ª Hogares de la infancia (ex asilos), guarderías infantiles, etcétera.
4ª Escuelas de corrección y reforma.
5ª Secretaría general.
A su vez, los Consejos Provinciales constarían de cinco secciones análogas en su cometido. Y, al mismo tiempo, quedaban «disueltas todas las instituciones de beneficencia particular, se hallasen o no afectas al protectorado del Gobierno, cualquiera que fuese su carácter, ya se las conociera como fundación, asilo, junta, patronato u otro nombre que pueda haber empleado». De acuerdo con la doctora Amparo Poch, quise mejorar la condición económica de las asistentas sociales, que cobraban sueldos irrisorios. Pero allí choqué con lo que era y sigue siendo el estatuto de los funcionarios, que establece un principio de jerarquización que me sublevaba. Existía tal diferencia entre lo que cobraba un director general y lo que percibía una asistenta social, que no era posible consentirlo.
Pero no hubo manera de modificar legalmente este principio de jerarquía, que temo continúe subsistiendo. No pude hacer más que buscar medios indirectos para aumentar los sueldos de los funcionarios menos favorecidos y disminuir, apelando a su conciencia de hombres y de sindicalistas, a los que ocupaban cargos elevados.
En lo que a mí respecta, y en lo que se refiere a cuantos estábamos delegados por nuestra organización, el principio quedó establecido: Entregábamos el importe de nuestros honorarios al Comité Nacional de la CNT y éste nos daba mensualmente el sueldo que cobraba un miliciano.
INVITACIÓN DEL COMITÉ DE HIGIENE DE LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES
Como consecuencia de la visita a la zona republicana de la Comisión enviada por el Comité de Higiene de la Sociedad de las Naciones, fui personalmente invitada a asistir a una reunión de este Comité, ante el cual expondría las conclusiones de su viaje la delegación antes citada, a lo que yo podría agregar lo que estimase conveniente.
Asistimos a esta reunión la que esto firma, acompañada por los doctores Cuatrecasas y Marín de Bernardo, y aprovechamos la ocasión para defender la causa de la España republicana, denunciando el abandono en que nos dejaban las democracias, de las que era máximo exponente la Sociedad de las Naciones.
Tuvimos el atrevimiento de decir que no era preocupándose del estado sanitario de un país civilizado, como era España, como se defendía a esta democracia que ponían en peligro las huestes fascistas que pretendían enseñorearse de nuestro país.
Me disculpo de referirme a este inciso anecdótico, que nada tiene que ver con la Sanidad. Pero es que, en aquellos días, todo estaba tan íntimamente confundido que era imposible establecer separaciones entre los diversos aspectos de la vida económica, social y política de España.
CREACIÓN DE LA OCEAR
A nuestro regreso nos esperaban las grandes dificultades, creadas por la caída de Málaga, a la que había precedido la de Irún, derramando sobre la zona que continuaba en poder de la República miles y miles de refugiados, la mayor parte mujeres, viejos y niños. Cada día era también mayor el número de heridos a cargo de la Sanidad de Guerra y que pasaban después a cargo de la Sanidad Civil. Ello nos obligó a crear la Oficina Central de Evacuación y Asistencia a los Refugiados (OCEAR), con sede en Valencia y en Barcelona. Cabe decir que en esos días la situación de Madrid, rodeado por las fuerzas enemigas, salvo las rutas que llevaban de Madrid hacia Valencia, había obligado al Gobierno, a todos los servicios oficiales y a los Comités Nacionales de todos los partidos, a abandonar Madrid, instalándose en Valencia.
Sin embargo, en Madrid siguió funcionando la Sanidad Civil y la Asistencia Social, tomando a su cargo los niños en edad escolar, que eran trasladados a zonas más seguras, algunas situadas incluso en Francia, donde ya existían colonias infantiles de niños refugiados.
EL PROBLEMA DEL ABORTO
Uno de los problemas que me propuse abordar, aprovechando las dificultades que ofrecía una situación revolucionaria, fue el de encontrar medios para evitar la hecatombe de mujeres que eran víctimas de maniobras abortivas, que las mutilaban para siempre y que en muchas ocasiones les costaban la vida.
En unos momentos en que tener un hijo creaba dificultades casi insolubles, miles de mujeres recurrían a curanderas o a prácticas primitivas que eran causa de infecciones de gravísimas consecuencias. Urgía encontrar una solución sanitaria a este problema, permitiendo que la mujer que se encontraba embarazada, habiendo fallado todo procedimiento anticoncepcional puesto en práctica, pudiera interrumpir este embarazo con garantías de higiene que no pusieran en peligro su salud.
Todo escrúpulo religioso o de otra índole pesaba poco en la vida de las mujeres que debían afrontar tal estado de cosas. Consciente de la necesidad de encontrar solución al caso, sin ser partidaria, ni mucho menos, de la práctica del aborto, decidimos de común acuerdo la doctora Mercedes Maestre y yo preparar un decreto que permitiera la interrupción artificial y voluntaria del embarazo. Decreto que quedó en suspenso en la cartera del presidente a causa de la oposición de la mayoría de miembros del Gobierno.
Esta fue la causa por la cual tuve que recurrir al subterfugio de extender al resto de la España republicana los beneficios del decreto sobre el derecho a la interrupción artificial del embarazo adoptado por la Generalidad de Cataluña en agosto de 1936. Este decreto de la Generalidad, que redactara el subsecretario de la Consejería de Sanidad, el doctor Félix Martí Ibáñez, lo hizo aprobar el compañero Pedro Herrera, nombrado por la CNT para ocupar el cargo de consejero de Sanidad. Al elaborar estos decretos éramos conscientes de que debía buscarse una solución al drama de miles de mujeres que, cargadas de hijos, recurrían a medios extramedicales o caseros para suprimir embarazos no deseados. Debo añadir que la oposición a tal proyecto de buena parte de los entonces miembros del Gabinete derivaba de que sólo veían en él los aspectos negativos. Para ellos, esta permisibilidad sería motivo de desbordes sexuales, y se prestaría a ciertas inmoralidades de las que, a la larga, serían víctimas las propias mujeres.
De todo ello poco quedó, y hoy las tímidas tentativas de legalización del aborto, con muchas limitaciones, chocan, una vez más, con los obstáculos que a ella oponen aquellos que, por prejuicios religiosos, no se dan cuenta de que no sólo no evitan los abortos, sino que exponen a numerosos peligros a muchas mujeres. Por lo demás, estos escrúpulos son trasunto de una hipocresía evidente, de la que son víctimas las mujeres pobres, ya que las ricas pueden ir tranquilamente a Inglaterra, a Suiza o a otro país extranjero a liberarse de un embarazo inoportuno.
LA LUCHA CONTRA LA PROSTITUCIÓN
Otra de las iniciativas que, de acuerdo con la doctora Amparo Poch, directora de Asistencia Social, pusimos en práctica fue crear las contingencias favorables para que aquellas mujeres que quisieran liberarse de la prostitución pudieran hacerlo encontrando medios que les permitieran abandonar el ejercicio de una profesión considerada la más antigua del mundo.
Creamos hogares, llamados Liberatorios de Prostitución, en los que eran alojadas y asistidas aquellas mujeres que quisieran encontrar otro trabajo. Había allí talleres donde aprendían oficios y un servicio mediante el cual se les iba colocando en otras actividades remuneradas. Debo decir que algunas mujeres reincidieron en su antigua profesión, que juzgaban menos penosa que aquella que se les enseñaba. Pero, en honor a la verdad, hubo una gran mayoría que se reintegraron a lo que, por llamarlo de alguna manera, llamaremos vida honrada, algunas de ellas casándose incluso y siendo esposas y madres ejemplares.
CONSIDERACIONES FINALES
Es difícil imaginar, a cincuenta años de distancia, lo que fueron esos meses terribles. Los bombardeos de la aviación enemiga se abatían, sin discriminación, sobre ciudades abiertas, donde la defensa antiaérea poco podía hacer contra los aviones enemigos. Ignoramos si de manera deliberada, en lugar de buscar puntos estratégicos, se atacaban sistemáticamente los barrios obreros en las grandes aglomeraciones.
Y que conste que la República nunca bombardeó ninguna ciudad de la zona ocupada por Franco. Que conste, también, que la mayor parte de estos aviones asesinos eran pilotados por aviadores alemanes e italianos. Es necesario evocar lo que fue la matanza de niños y mujeres en muchas capitales para comprender el pánico que se apoderara de las familias y que les hizo buscar desesperadamente un refugio, una solución para salvar la vida de sus hijos.
Precisan estas explicaciones para que la historia conozca las razones por las cuales tanto el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social como las familias tuvimos que aceptar ofertas de Méjico y de la Unión Soviética, que se ofrecieron a acoger niños españoles a fin de salvarlos de los peligros de la guerra.
Y fue una labor ímproba, a cargo sobre todo de la OCEAR, la de reunir y dirigir, primero sobre Valencia y luego sobre Barcelona, los miles de niños destinados a salir de España, unos hacia Francia, otros hacia Méjico y otros hacia Rusia.
En ningún momento se violentó la conciencia y la voluntad de las familias que acompañaron a sus hijos hasta los puntos de embarque. Hago gracia de lo que fue, casi siempre, el espectáculo desgarrador de estas separaciones. Pero en todas y en todos había la angustia y la incertidumbre del mañana.
Personalmente, he sentido siempre una pena inmensa diciéndome que, tanto nosotros como los familiares, contribuimos, forzados por las circunstancias trágicas que se vivían, a que muchos de estos niños jamás pudieran regresar a España y a que muchos se perdieran en la vorágine de la guerra que se acercaba, sobre todo los que fueron a Rusia. He procurado ser lo más objetiva posible y, aunque sucintamente, destacar lo más esencial de lo que fue mi labor en el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social y de las realizaciones que me fue permitido acometer en el corto lapso de tiempo de mi gestión. Sólo lamento no haber podido hacer más y, sobre todo, no haber podido consolidar lo hecho. Éramos ricos en imaginación y en grandiosidad. Pensábamos hacer mucho bien y el bien que hicimos, pese a todo, es superior al mal que se nos ha atribuido. He procurado también abstenerme de todo sentimiento de hostilidad y de toda dura acusación contra los que, históricamente, tendrán siempre la responsabilidad de la tragedia en la que España fue sumida. Cuarenta años de dictadura son muchos años. Es útil que se recuerde ese pasado y que las generaciones actuales lo conozcan y nos conozcan.
Bibliografia:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... ntseny.htm
LA SANIDAD Y LA ASISTENCIA SOCIAL DURANTE LA GUERRA CIVIL
Dña. FEDERICA MONTSENY
Esta retrospectiva histórica estará forzosamente limitada, en el tiempo y en el espacio. Sólo puedo referirme a lo que yo viví personalmente durante los meses que duró mi mandato como ministro de Sanidad y Asistencia Social. Y sólo puedo referirme, también, a lo que fueron los problemas planteados a la Sanidad en el espacio ocupado por la España republicana. Ignoro lo que ocurriera en el resto de la España ocupada por las fuerzas franquistas.
El Ministerio de Sanidad y Asistencia Social fue creado en noviembre de 1936, en cierto modo para responder a la necesidad de dar cuatro Carteras ministeriales a la CNT. Existía una Dirección General de Sanidad dependiente del Ministerio de la Gobernación, y otra Dirección de Asistencia Social que dependía, asimismo, de ese Ministerio.
Con esas dos Direcciones Generales de Sanidad y Asistencia Social se creó el Ministerio al que yo fui destinada.
ORGANIZACIÓN DEL MINISTERIO
En realidad, no era una mala idea dar independencia y personalidad a la Sanidad y a la Asistencia Social, que estaban, en cierto modo, desasistidas en el conjunto de Secciones del Ministerio de la Gobernación. La guerra, con sus peligros y sus exigencias, reclamaba una atención especial para los aspectos sanitarios y la asistencia social debía hacer frente a multitud de necesidades creadas por la propia guerra. Empezaban a producirse las evacuaciones de pueblos enteros que huían de la guerra, planteando lo que iba siendo el pavoroso problema de los refugiados.
Cuando me hice cargo del Ministerio me esforcé en buscar personal idóneo, con la voluntad de potenciar la presencia femenina en este mundo político, del que la mujer se había visto casi siempre marginada. Nombré subsecretaria a la doctora Mercedes Maestre; directora de Asistencia Social a la doctora Amparo Poch. En cuanto a la Dirección General de Sanidad, tuve que conformarme a lo que fueron indicaciones del Sindicato Nacional de Sanidad, que señaló la conveniencia de que fuese nombrado para ese cargo el doctor Morata Cantón.
Como inciso, señalaré que se me había sugerido el nombre del doctor Gregorio Marañón como subsecretario de Sanidad. Teniendo una opinión formada sobre las reservas de Marañón ante las derivaciones de la guerra civil, me atrincheré en mi propósito de valorar presencias femeninas en el Ministerio, designando, como he dicho antes, a la doctora Mercedes Maestre, que, por cierto, no pertenecía a la CNT sino a la UGT.
Mi reserva respecto a Marañón, cuyos grandes méritos como hombre de ciencia no he puesto nunca en duda, se vio justificada muy pronto: Enviado en misión al extranjero, no regresó a España, mostrando su hostilidad a lo que era proceso revolucionario con el que el pueblo respondiera al levantamiento fascista, no escondiendo que, colocado ante una opción, siempre debería preferir las ideas de orden y de continuidad que, para él, encarnaba mejor el franquismo que una República desbordada por las masas.
Sin embargo, el doctor Marañón había jugado un papel importante en el advenimiento de la Segunda República, de la que se decía había sido quien le ayudara a nacer.
Algo parecido ocurrió con el doctor Gustavo Pittaluga. Pese a mi desconfianza, se le envió en delegación fuera de España. Tampoco regresó a ella y mejor perjudicó a la causa republicana, ya que no supo guardar, por lo menos, una neutralidad que hubiera podido excusarle históricamente.
Por desgracia, carezco de datos concretos y de estadísticas a mi alcance para poder establecer, de manera fidedigna, todo lo que fueron problemas a resolver durante ese período en que todo estaba trastocado y en que hubo que improvisar muchas cosas. Había, además, una triple función similar. Por una parte, había una Sanidad que respondía a la Generalidad de Cataluña. Por otra, existía una Sanidad de Guerra que formaba parte del Ministerio de Defensa. Y existía la nuestra, que, en cierto modo, debía tomar bajo su cargo los heridos, cuando éstos eran evacuados de los hospitales de sangre y pasaban a la retaguardia.
No hay que exagerar las dificultades de esta triple función, porque las sobrellevamos con buena voluntad y espíritu solidario, evitando roces y malos entendidos. En primer lugar, debo decir que el comportamiento de los médicos fue generalmente ejemplar. En ningún momento, o en raras ocasiones, las ideologías políticas o las influencias religiosas se antepusieron al sentimiento de responsabilidad del médico ante el herido o el enfermo. Tampoco encontré, en ningún momento, hostilidad ante la mujer, confedera) y libertaria, que ocupaba la dirección del Ministerio.
Todos cuantos médicos debí tratar y colocar en cargos importantes cumplieron con su deber y fueron siempre correctos conmigo. Cito como ejemplo el caso del doctor Mestres Puig, que me secundó activamente en la Subsecretaría de Sanidad en los últimos meses de mi gestión.
Recuerdo, como dato anecdótico, que puse a disposición del doctor Trueta los locales del Instituto Pedro Mata, de Reus, para que en ellos se ensayaran los métodos de curación de brazos y piernas por medio del procedimiento de la gangrena seca, que más tarde salvó a tantos hombres de mutilaciones fatales en el curso de la segunda guerra mundial.
Allí se instaló un equipo de médicos, ganados a las ideas de Trueta, que recogían a heridos procedentes de los hospitales de sangre y a los que generalmente salvaban de la pérdida de uno de sus miembros. Tuve ocasión de visitar este instituto, convertido en hospital de ensayo, y de comprobar los éxitos obtenidos.
SANIDAD
Otro de los grandes problemas a los que tuvo que hacer frente la Sanidad Civil fue el temor a las epidemias. Como antes apuntábamos, por decreto de la Presidencia del Consejo de Ministros del 21 de noviembre de 1936, fueron refundidos los Consejos y Juntas Técnicas del anterior Ministerio en el Consejo Nacional de Sanidad y Consejo Nacional de Asistencia Social.
El Consejo Nacional de Sanidad constaba de los siguientes departamentos:
1.° Higiene y Profilaxis.
2.° Hospitales y Sanatorios.
3.° Farmacia y Suministros.
4.° Personal y Organizaciones profesionales.
5.° Secretaría General.
Mi mayor preocupación y la de mis colaboradores consistía en combatir las infecciones, atajar las epidemias, hacer que el resquebrajamiento de la salud del pueblo con la guerra no se convirtiera en un segundo frente. Ejemplo de esta preocupación es la circular que publica el Ministerio a principios de diciembre de 1936, a través de su departamento de Higiene y Profilaxis, en la que se expresa lo siguiente:
«El desplazamiento de una parte de la población española debido a las contingencias de la guerra, y su aglomeración en determinadas regiones y provincias, obliga a la Administración Sanitaria a la adopción de aquellas medidas profilácticas que impiden la aparición de focos de enfermedades epidémicas...»
Había que vigilar atentamente el estado sanitario de las aguas y la higiene de las poblaciones que, en el maremágnum de las instalaciones improvisadas, de las concentraciones de soldados y de refugiados, exigían una vigilancia continua para evitar ciertos contagios, e incluso algunas de las formas que podía utilizar el enemigo para envenenar aguas o para producir focos infecciosos.
EL COMITE DE HIGIENE DE LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES
Tan convencidos estaban en Ginebra del peligro de epidemias, que el Comité de Higiene de la Sociedad de las Naciones envió a España dos delegaciones, una a la España republicana y otra a la España franquista, para examinar «de visu» el estado sanitario de las ciudades y de los frentes.
La obsesión de los médicos comisionados era que se produjese, en una o en otra zona, una epidemia de tifus exantemático. Ignoro lo que ocurriera en la zona sometida por Franco y los suyos, pero en lo que respecta a la zona republicana, no se produjo ni un solo caso de tifus exantemático. La Comisión tuvo que reconocer que el estado sanitario, tanto en las ciudades como en los propios frentes, no dejaba nada que desear, y que se observaban las más rigurosas reglas de higiene y de vigilancia ante la propagación posible de enfermedades clásicas en todo período de guerra, como son las enfermedades venéreas.
ASISTENCIA SOCIAL
La otra gran orientación que guiaba nuestras actividades con respecto a la Asistencia Social tenía una proyección para después de la guerra, y en ella se acometieron reformas cuyo objetivo primordial consistía en cortar por la base los problemas concernientes a las antiguas instituciones benéficas. El Decreto de la Presidencia del Consejo de Ministros del 25 de noviembre de 1936, por el que se creaba el Consejo Nacional de Asistencia Social, disponía que éste «tendrá como misión primordial coordinar todo cuanto antes constituía el objeto y fines de la beneficencia oficial, particular y pública». En efecto, se trataba de aprovechar, por un lado, los bienes e instituciones pertenecientes a la antigua Beneficencia, pero tratando al mismo tiempo de erradicar el espíritu humillante de la caridad que lo inspiraba.
Procuramos mejorar el régimen de los antiguos hospicios, lo mismo en la acogida a los viejos que a los niños. Se utilizaron también grandes residencias requisadas, instalándolas en condiciones humanas.
La Asistencia Social fue regulada por el decreto del 14 de enero de 1937, según el cual el Consejo Nacional constaría de cinco Consejerías, que serían:
1ª Anormales, inválidos y desvalidos.
2ª Protección a madres embarazadas y lactantes, y a niños lactados.
3ª Hogares de la infancia (ex asilos), guarderías infantiles, etcétera.
4ª Escuelas de corrección y reforma.
5ª Secretaría general.
A su vez, los Consejos Provinciales constarían de cinco secciones análogas en su cometido. Y, al mismo tiempo, quedaban «disueltas todas las instituciones de beneficencia particular, se hallasen o no afectas al protectorado del Gobierno, cualquiera que fuese su carácter, ya se las conociera como fundación, asilo, junta, patronato u otro nombre que pueda haber empleado». De acuerdo con la doctora Amparo Poch, quise mejorar la condición económica de las asistentas sociales, que cobraban sueldos irrisorios. Pero allí choqué con lo que era y sigue siendo el estatuto de los funcionarios, que establece un principio de jerarquización que me sublevaba. Existía tal diferencia entre lo que cobraba un director general y lo que percibía una asistenta social, que no era posible consentirlo.
Pero no hubo manera de modificar legalmente este principio de jerarquía, que temo continúe subsistiendo. No pude hacer más que buscar medios indirectos para aumentar los sueldos de los funcionarios menos favorecidos y disminuir, apelando a su conciencia de hombres y de sindicalistas, a los que ocupaban cargos elevados.
En lo que a mí respecta, y en lo que se refiere a cuantos estábamos delegados por nuestra organización, el principio quedó establecido: Entregábamos el importe de nuestros honorarios al Comité Nacional de la CNT y éste nos daba mensualmente el sueldo que cobraba un miliciano.
INVITACIÓN DEL COMITÉ DE HIGIENE DE LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES
Como consecuencia de la visita a la zona republicana de la Comisión enviada por el Comité de Higiene de la Sociedad de las Naciones, fui personalmente invitada a asistir a una reunión de este Comité, ante el cual expondría las conclusiones de su viaje la delegación antes citada, a lo que yo podría agregar lo que estimase conveniente.
Asistimos a esta reunión la que esto firma, acompañada por los doctores Cuatrecasas y Marín de Bernardo, y aprovechamos la ocasión para defender la causa de la España republicana, denunciando el abandono en que nos dejaban las democracias, de las que era máximo exponente la Sociedad de las Naciones.
Tuvimos el atrevimiento de decir que no era preocupándose del estado sanitario de un país civilizado, como era España, como se defendía a esta democracia que ponían en peligro las huestes fascistas que pretendían enseñorearse de nuestro país.
Me disculpo de referirme a este inciso anecdótico, que nada tiene que ver con la Sanidad. Pero es que, en aquellos días, todo estaba tan íntimamente confundido que era imposible establecer separaciones entre los diversos aspectos de la vida económica, social y política de España.
CREACIÓN DE LA OCEAR
A nuestro regreso nos esperaban las grandes dificultades, creadas por la caída de Málaga, a la que había precedido la de Irún, derramando sobre la zona que continuaba en poder de la República miles y miles de refugiados, la mayor parte mujeres, viejos y niños. Cada día era también mayor el número de heridos a cargo de la Sanidad de Guerra y que pasaban después a cargo de la Sanidad Civil. Ello nos obligó a crear la Oficina Central de Evacuación y Asistencia a los Refugiados (OCEAR), con sede en Valencia y en Barcelona. Cabe decir que en esos días la situación de Madrid, rodeado por las fuerzas enemigas, salvo las rutas que llevaban de Madrid hacia Valencia, había obligado al Gobierno, a todos los servicios oficiales y a los Comités Nacionales de todos los partidos, a abandonar Madrid, instalándose en Valencia.
Sin embargo, en Madrid siguió funcionando la Sanidad Civil y la Asistencia Social, tomando a su cargo los niños en edad escolar, que eran trasladados a zonas más seguras, algunas situadas incluso en Francia, donde ya existían colonias infantiles de niños refugiados.
EL PROBLEMA DEL ABORTO
Uno de los problemas que me propuse abordar, aprovechando las dificultades que ofrecía una situación revolucionaria, fue el de encontrar medios para evitar la hecatombe de mujeres que eran víctimas de maniobras abortivas, que las mutilaban para siempre y que en muchas ocasiones les costaban la vida.
En unos momentos en que tener un hijo creaba dificultades casi insolubles, miles de mujeres recurrían a curanderas o a prácticas primitivas que eran causa de infecciones de gravísimas consecuencias. Urgía encontrar una solución sanitaria a este problema, permitiendo que la mujer que se encontraba embarazada, habiendo fallado todo procedimiento anticoncepcional puesto en práctica, pudiera interrumpir este embarazo con garantías de higiene que no pusieran en peligro su salud.
Todo escrúpulo religioso o de otra índole pesaba poco en la vida de las mujeres que debían afrontar tal estado de cosas. Consciente de la necesidad de encontrar solución al caso, sin ser partidaria, ni mucho menos, de la práctica del aborto, decidimos de común acuerdo la doctora Mercedes Maestre y yo preparar un decreto que permitiera la interrupción artificial y voluntaria del embarazo. Decreto que quedó en suspenso en la cartera del presidente a causa de la oposición de la mayoría de miembros del Gobierno.
Esta fue la causa por la cual tuve que recurrir al subterfugio de extender al resto de la España republicana los beneficios del decreto sobre el derecho a la interrupción artificial del embarazo adoptado por la Generalidad de Cataluña en agosto de 1936. Este decreto de la Generalidad, que redactara el subsecretario de la Consejería de Sanidad, el doctor Félix Martí Ibáñez, lo hizo aprobar el compañero Pedro Herrera, nombrado por la CNT para ocupar el cargo de consejero de Sanidad. Al elaborar estos decretos éramos conscientes de que debía buscarse una solución al drama de miles de mujeres que, cargadas de hijos, recurrían a medios extramedicales o caseros para suprimir embarazos no deseados. Debo añadir que la oposición a tal proyecto de buena parte de los entonces miembros del Gabinete derivaba de que sólo veían en él los aspectos negativos. Para ellos, esta permisibilidad sería motivo de desbordes sexuales, y se prestaría a ciertas inmoralidades de las que, a la larga, serían víctimas las propias mujeres.
De todo ello poco quedó, y hoy las tímidas tentativas de legalización del aborto, con muchas limitaciones, chocan, una vez más, con los obstáculos que a ella oponen aquellos que, por prejuicios religiosos, no se dan cuenta de que no sólo no evitan los abortos, sino que exponen a numerosos peligros a muchas mujeres. Por lo demás, estos escrúpulos son trasunto de una hipocresía evidente, de la que son víctimas las mujeres pobres, ya que las ricas pueden ir tranquilamente a Inglaterra, a Suiza o a otro país extranjero a liberarse de un embarazo inoportuno.
LA LUCHA CONTRA LA PROSTITUCIÓN
Otra de las iniciativas que, de acuerdo con la doctora Amparo Poch, directora de Asistencia Social, pusimos en práctica fue crear las contingencias favorables para que aquellas mujeres que quisieran liberarse de la prostitución pudieran hacerlo encontrando medios que les permitieran abandonar el ejercicio de una profesión considerada la más antigua del mundo.
Creamos hogares, llamados Liberatorios de Prostitución, en los que eran alojadas y asistidas aquellas mujeres que quisieran encontrar otro trabajo. Había allí talleres donde aprendían oficios y un servicio mediante el cual se les iba colocando en otras actividades remuneradas. Debo decir que algunas mujeres reincidieron en su antigua profesión, que juzgaban menos penosa que aquella que se les enseñaba. Pero, en honor a la verdad, hubo una gran mayoría que se reintegraron a lo que, por llamarlo de alguna manera, llamaremos vida honrada, algunas de ellas casándose incluso y siendo esposas y madres ejemplares.
CONSIDERACIONES FINALES
Es difícil imaginar, a cincuenta años de distancia, lo que fueron esos meses terribles. Los bombardeos de la aviación enemiga se abatían, sin discriminación, sobre ciudades abiertas, donde la defensa antiaérea poco podía hacer contra los aviones enemigos. Ignoramos si de manera deliberada, en lugar de buscar puntos estratégicos, se atacaban sistemáticamente los barrios obreros en las grandes aglomeraciones.
Y que conste que la República nunca bombardeó ninguna ciudad de la zona ocupada por Franco. Que conste, también, que la mayor parte de estos aviones asesinos eran pilotados por aviadores alemanes e italianos. Es necesario evocar lo que fue la matanza de niños y mujeres en muchas capitales para comprender el pánico que se apoderara de las familias y que les hizo buscar desesperadamente un refugio, una solución para salvar la vida de sus hijos.
Precisan estas explicaciones para que la historia conozca las razones por las cuales tanto el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social como las familias tuvimos que aceptar ofertas de Méjico y de la Unión Soviética, que se ofrecieron a acoger niños españoles a fin de salvarlos de los peligros de la guerra.
Y fue una labor ímproba, a cargo sobre todo de la OCEAR, la de reunir y dirigir, primero sobre Valencia y luego sobre Barcelona, los miles de niños destinados a salir de España, unos hacia Francia, otros hacia Méjico y otros hacia Rusia.
En ningún momento se violentó la conciencia y la voluntad de las familias que acompañaron a sus hijos hasta los puntos de embarque. Hago gracia de lo que fue, casi siempre, el espectáculo desgarrador de estas separaciones. Pero en todas y en todos había la angustia y la incertidumbre del mañana.
Personalmente, he sentido siempre una pena inmensa diciéndome que, tanto nosotros como los familiares, contribuimos, forzados por las circunstancias trágicas que se vivían, a que muchos de estos niños jamás pudieran regresar a España y a que muchos se perdieran en la vorágine de la guerra que se acercaba, sobre todo los que fueron a Rusia. He procurado ser lo más objetiva posible y, aunque sucintamente, destacar lo más esencial de lo que fue mi labor en el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social y de las realizaciones que me fue permitido acometer en el corto lapso de tiempo de mi gestión. Sólo lamento no haber podido hacer más y, sobre todo, no haber podido consolidar lo hecho. Éramos ricos en imaginación y en grandiosidad. Pensábamos hacer mucho bien y el bien que hicimos, pese a todo, es superior al mal que se nos ha atribuido. He procurado también abstenerme de todo sentimiento de hostilidad y de toda dura acusación contra los que, históricamente, tendrán siempre la responsabilidad de la tragedia en la que España fue sumida. Cuarenta años de dictadura son muchos años. Es útil que se recuerde ese pasado y que las generaciones actuales lo conozcan y nos conozcan.
Bibliografia:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... ntseny.htm
Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
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Las matanzas de Badajoz de Rafael Tenorio
Tiempo de Historia nº 56 julio 1979
Las matanzas de Badajoz
Rafael Tenorio
¡Qué verbena de sangre y de horror homicida! - Julián Zugazagoitia
La ciudad de Badajoz tenía, en agosto de 1936, 40.000 habitantes y estaba defendida por tres o cuatro mil hombres. Unos tres mil milicianos sin preparación militar y de entusiasmo desigual y 500 soldados que tenían que hacer frente a dos columnas de mil quinientos hombres cada una, al mando del teniente coronel Yagüe. El armamento de los atacantes y su organización eran infinitamente superiores a todo lo que podía ofrecer para su defensa la ciudad de Badajoz. Además, la aviación alemana e italiana acudieron en auxilio de Yagüe (parece ser que los Ju-52 despegaron de aeródromos portugueses y también que algunas tropas de Yagüe se infiltraron por la raya de Portugal para sorprender a los republicanos por la espalda).
Cadáveres en las tapias del cementerio de Badajoz
EL día 11 de agosto, la columna de Tella se apoderó de Mérida, cortando el ferrocarril y la carretera de Madrid-Badajoz, lazo de unión de esta última con el resto de España.
Entonces Yagüe tomó las columnas de Castejón y de Asensio -cada columna se componía de una Bandera del Tercio (800 hombres); un Tabor de regulares (600 hombres); una o dos baterías; fuerzas de ingenieros y servicios complementarios; cada columna llevaba detrás pelotones de requetés, falangistas o simplemente voluntarios de derechas que actuaban como policía política en el terreno conquistado- y se dirigió hacia la capital extremeña, donde llegó el 13 de agosto.
Pero el día 12 la ciudad fue bombardeada por los aires y empezaron las deserciones en masa. El día 13 Badajoz estaba sin luz eléctrica y rodeada de enemigos por todas partes. Sólo conservaba sus murallas del siglo XVIII, defendidas por grupos de milicianos y de soldados.
Por la tarde del día 13, Castejón lanzó a sus hombres contra las murallas de la ciudad. Se combatió en varios sectores: Puerta del Pilar, Fuerte de la Pardalara, Puerta de la Trinidad, por donde atacó Asensio, y Cuartel de Menacho. El comandante Alonso y los milicianos rechazaron con fuego de ametralladoras el primer asalto. La guardia civil de Badajoz aprovechó la confusión del combate para sublevarse por la espalda. Los tiroteos internos no cesaron en toda la noche.
Carabineros, Guardias Civiles y soldados leales, recién fusilados contra las tapias del cementerio.
Al amanecer del día 14, la artillería rebelde abrió fuego contra las murallas de Badajoz. Este intenso bombardeo duró varias horas y destrozó las murallas y las viviendas de los alrededores. Álvarez del Vayo asegura que el armamento venía directamente de Portugal en camiones.
Por la tarde recomenzó el asalto por las brechas que había abierto la artillería. Las tanquetas de la columna de Asensio forzaron la Puerta de la Trinidad, derruida por los impactos, y los legionarios se lanzaron de nuevo al asalto; el fuego de las ametralladoras volvió a parar de nuevo sus grandes impulsos y a ocasionarles numerosas bajas. A pesar de las grandes pérdidas -127 en el primer momento-, los legionarios de la 16 compañía echaron pie en la ciudad y establecieron los primeros escalones para su conquista.
A las cuatro de la tarde, los rebeldes dominaban ya gran parte de la ciudad, pero la lucha callejera continuaba, y continuará hasta el anochecer. En la catedral se refugiaron cincuenta milicianos y pelearon hasta quedarse sin municiones; luego fueron capturados y ejecutados ante el altar mayor -pese a que se ha dicho que se suicidaron, la verdad es que fueron ejecutados a los pies del altar mayor por los legionarios.
El teniente coronel Yagüe pudo liberar a 380 prisioneros políticos de derechas, que se encontraban en la cárcel sanos y salvos.
Los fascistas han tenido siempre la fea y cobarde costumbre de negar la existencia de sus crímenes. Con la caída de Badajoz se cometió una matanza feroz que, a pesar de haber sido reconocida por su promotor el teniente coronel Yagüe, ha sido siempre considerada como inexistente y como mera propaganda republicana.
Militar leal republicano, malamente fusilado en Badajoz...
Sin embargo, hubo dos matanzas en Badajoz de gente humilde y nada ha podido justificar este horrendo crimen. Las matanzas de Badajoz parecen ser las más caprichosas y sanguinarias que se hayan perpetrado en la guerra. El 14 de agosto de 1936, los hombres del teniente coronel Yagüe se apoderaron por la fuerza de Badajoz y, horas más tarde, el último foco de resistencia de la catedral cayó en poder de los legionarios.
Inmediatamente después sucedió la primera matanza. Los moros, sueltos como perros rabiosos y armados hasta los dientes, cayeron sobre la ciudad martirizada y asesinaron alevosamente a todo aquel que se aventuraba a salir a la calle. Cayó mucha gente inocente, mujeres indefensas, hombres que no habían combatido, niños y ancianos. Hubo quien murió acuchillado simplemente por llevar un reloj o una cadena de oro que despertaba la codicia de los mercenarios moros al servicio del fascismo español. En Badajoz se vieron cadáveres con cuchillos clavados hasta la empuñadura. Las cifras que puedan avanzarse pecan desde su origen, ya que nunca se han hecho estadísticas de los muertos de Badajoz. No obstante, se ha hablado de un millar de muertos en la primera jornada. Y este crimen lo hicieron los moros y los legionarios.
Algunos oficiales alemanes, al servicio del general Franco, se dieron el gusto de fotografiar cadáveres castrados por los moros, y fue tal la sacudida de espanto que produjeron los cadáveres castrados, que el general Franco se vio en la obligación de mandar a Yagüe que cesaran las castraciones y los ritos sexuales con el enemigo muerto. Sin embargo, en Toledo, mes y medio después, también encontraremos cadáveres castrados, y en diciembre, en los combates alrededor de Madrid, también habrá cadáveres de internacionales castrados por los moros o los legionarios. La segunda matanza sucedió cuando Yagüe hizo acopio de prisioneros -la mayoría civiles- que había recogido por toda la provincia castigada o que le había entregado el caballero cristiano Antonio de Oliveira Salazar, sabiendo éste perfectamente que los entregaba a un verdugo.
Hubo también un grupo de oficiales rebeldes que entraron en Portugal -en la ciudad de Elvas y sus inmediaciones- a buscar refugiados para llevárselos a las trágicas arenas de la Plaza de Toros de Badajoz, donde pensaban dar un festival de sangre como no se había visto nunca en el mundo. Entre los refugiados capturados había también numerosos civiles que no habían participado en los combates por edad o temperamento y heridos que serían fusilados en la ignominiosa ceremonia de la Plaza de Toros.
Miembros de las fuerzas de Orden Público yacen amontonados en Badajoz...
Las tropas victoriosas amontonaron a los prisioneros y, sin establecer responsabilidades o buscar a los culpables, los ejecutaron. Sacaban a las víctimas por la puerta de caballos y los dejaban en el ruedo sin defensas. Las ametralladoras habían sido fijadas en las contrabarreras del toril. Para este espectáculo hubo entradas e invitaciones, a él acudieron señoritos de Andalucía y de Extremadura, terratenientes sedientos de venganza y falangistas de reciente camisa; también acudieron mujeres. Allí fueron sacrificados milicianos, soldados, hombres de izquierda, campesinos sin partido, jornaleros, pastores y sospechosos. Las arenas quedaron rojas y húmedas de sangre. De nuevo podrían citarse varias cifras, aunque siempre pecarían por los mismos motivos que ya hemos citado más arriba. El periodista norteamericano Jay Allen, que entró en Badajoz poco después, dijo que hubo 1.800 ejecuciones en las primeras doce horas y oyó decir a oficiales rebeldes que había habido 4.000 ejecuciones en total.
Hugh Thomas, que estudió el caso más de veinte años después, cree que la cifra de víctimas está más cerca de 200 que de 2.000. Thomas es el único que avanza una cifra tan pequeña, que ni siquiera Yagüe sé ha atrevido a reducir.
César M. Lorenzo dice que hubo, aproximadamente, mil quinientas ejecuciones. Manuel Tuñón de Lara avanza la cifra de mil doscientos, antes del 15 de agosto. Ricardo Sanz menciona a más de «tres mil antifascistas ejecutados». El filósofo cristiano Jacques Maritain protestó contra el crimen de «cientos de hombres», y James Cleugh, que simpatizaba con los rebeldes, dijo que hubo dos mil ejecuciones.
De todos modos, importan menos las cifras que lo que simbolizan. Doscientos o cuatro mil, ¿qué importa? -ha pasado tanto tiempo-; lo que realmente cuenta es el hecho de matar colectivamente a gente indefensa. Este hecho no pierde su trágico contenido porque la cifra sea más o menos reducida. Por primera vez en la historia de España, un ejército mandado por oficiales y jefes españoles entraba en una ciudad española y cometía una carnicería monstruosa, castrando cadáveres, apuñalando heridos y mujeres, ametrallando a gente indefensa en las arenas de la Plaza de Toros. Y todo eso delante de varios periodistas extranjeros, que entraron en la ciudad poco después que los moros y los legionarios y que divulgaron amplias noticias de esta hecatombe sin precedentes.
Pilas de cadáveres calcinados en el cementerio de Badajoz...
Esta vez los rebeldes se dieron cuenta del poder que ejercía la prensa en la opinión pública, y fue entonces cuando decidieron atajar el mal que ellos mismos habían engendrado con su barbarie.
En Badajoz entraron, por lo menos, cinco periodistas: Jacques Berthet, de Le Temps; Mario Neves, del Diario de Lisboa; otro francés llamado Marcel Dany, de la Agencia Havas; el norteamericano John T. Whitaker, del New York Herald Tribune; el fotógrafo y camerógrafo francés René Bru y, poco más tarde, Jay Allen, del Chicago Tribune y del News Chronicle. También logró entrar un corresponsal de la United Press, que no ha sido todavía identificado. Todos ellos hablaron de las matanzas de Badajoz.
El domingo 16 de agosto, Le Populaire y Le Temps, en primera plana, y Le Figaro y Paris-Soir, en la página tres, anunciaron los sucesos de Badajoz.
«LOS FASCISTAS ASESINAN A LA POBLACION DE BADAJOZ» era el título de Le Populaire, que poseía la información del enviado de la Agencia Havas, y en su comunicado se pueden leer cosas como éstas: «La sangre corre por las aceras. Los legionarios y los moros continúan ejecutando en masa», «Barrios enteros están en llamas y el número de víctimas, mujeres, niños y ancianos es innumerable. En los pueblos de los alrededores las tropas han pasado por las armas a todos los que eran fieles al Gobierno», «Están teniendo lugar ejecuciones en masa», «Los cadáveres cubren el suelo», «En la plaza del Ayuntamiento yacen los partidarios del Gobierno que fueron ejecutados contra el muro de la catedral», «La sangre corre por las aceras. Por todas partes se encuentran charcos coagulados».
Jacques Berthet escribía para Le Temps del 16 de agosto: «Se mata por las calles», «ejecuciones en masa», «imágenes de un horror sombrío», « numerosas ejecuciones han tenido lugar en el campo de don Juan». En Le Fígaro apareció la crónica detallada del enviado de la Agencia Havas: « Los medios militares (rebeldes) estiman que varios centenares de gubernamentales han sido fusilados. Alrededor de mil han sido hechos prisioneros. Las autoridades insurgentes examinan actualmente sus casos ».
Le Populaire del lunes 17 de agosto titulaba en primera plana: «Mil milicianos han sido fusilados en Badajoz por los fascistas». Ese mismo lunes 17, Le Temps publicaba una crónica de Jacques Berthet, en la que éste daba detalles de la lucha y de la represión en Badajoz: «En estos momentos -escribía el 15 de agosto a las 22,30- alrededor de mil doscientas personas han sido fusiladas (...) Hemos visto las aceras de la Comandancia Militar empapadas de sangre (...) Los arrestos y las ejecuciones en masa continúan en la Plaza de Toros.. Las calles de la ciudad están acribilladas de balas, cubiertas de vidrios, de tejas y de cadáveres abandonados. Sólo en la calle de San Juan hay trescientos cuerpos (...)».
El teniente coronel Yagüe, comandante en jefe de las tropas que operaban en el sector de Badajoz, declaraba satisfecho al representante de Le Temps:
«Es una espléndida victoria. Antes de avanzar de nuevo, y ayudados por los falangistas, vamos a acabar de limpiar Extremadura».
El día 17 escribía Henri Danjou para Paris Soir:
«Las fuerzas del Tercio hacían blanco sobre los cadáveres. Había varios centenares, a los cuales se empezaba ya a dar sepultura».
Le Populaire publicaba, el martes 18, la siguiente noticia:
Los cadavéres anteriores antes de ser calcinados...
«El número de personas ejecutadas sobrepasa ya los mil quinientos».
La noticia procedía de la ciudad de Elvas, y decía así:
«Elvas, 17 de agosto. Durante toda la tarde de ayer y toda la mañana de hoy continúan las ejecuciones en masa en Badajoz. Se estima que el número de personas ejecutadas sobrepasa ya los mil quinientos. Entre las víctimas excepcionales figuran varios oficiales que defendieron la ciudad contra la entrada de los rebeldes: el coronel Cantero, el comandante Alonso, el capitán Almendro, el teniente Vega y un cierto número de suboficiales y soldados. Al mismo tiempo, y por decenas, han sido fusilados los civiles cerca de las arenas».
Ese mismo día 17, Jacques Berthet escribía para Le Temps del martes día 18:
«Los arrestos y las ejecuciones en masa continúan (...) Está prohibida la circulación después de las 21 horas».
Berthet también contaba que las mujeres hacían cola para indagar por el destino de sus padres, maridos y hermanos, y que los servicios municipales lavaban las numerosas manchas de sangre del asfalto.
Y el martes 18 de agosto publicaba François Mauriac, de la Academia francesa, en la primera plana de Le Figaro, su famoso artículo sobre Badajoz.
No quedaba ya la menor duda de que en Badajoz había ocurrido una matanza despiadada en dos turnos.
El caso de Mario Neves y del Diario de Lisboa merece renglón aparte.
Mario Neves, como su diario y su Gobierno, era favorable al alzamiento y el periódico estaba sometido a la censura del Gobierno portugués, que participaba activamente en la guerra civil española. El sábado 15 de agosto, Mario Neves escribía: «Escenas de horror y desolación en la ciudad conquistada por los rebeldes», «Acabo de presenciar un espectáculo de desolación y de espanto que no se apagará de mis ojos», «Junto a las paredes de la Comandancia Militar, la calle está salpicada de sangre», «En las arenas se ven algunos cadáveres», «En la nave central (de la catedral) dos cadáveres aguardan todavía la sepultura», «Le preguntamos (a Yagüe) si había muchos prisioneros. Nos responde que sí (...). -Y fusilamientos... decimos nosotros. Parece ser que ha habido dos mil...
El comandante (sic) Yagüe (...), sorprendido con la pregunta, declara:
-No deben ser tantos (...).
Estas notas redactadas nerviosamente (...) no conseguirán dar una pálida idea del espectáculo de desolación y de horror que han visto mis ojos (...).
Un gran silencio envuelve a toda la ciudad, que acaba de despertarse de una pesadilla tremenda».
El domingo 16 de agosto, Mario Neves publitaba otro artículo en el Diario de Lisboa:
«La justicia militar prosigue con inflexible rigor». «Desde ayer centenares de personas han perdido la vida en la capital extremeña. Y no ha habido tiempo para darles sepultura», «En este país se nota ahora una atmósfera de desconfianza», «Se afirmaba en Elvas, ayer, que la Plaza de Toros ha sido transformada ahora en prisión, y que están teniendo lugar numerosos fusilamientos», «Después de algunas dificultades, conseguimos entrar en la arena. Algunas decenas de presos aguardan que les den destino. Pero la plaza no tiene aspecto diferente del que observamos ayer, lo que nos hace suponer que el rumor no tiene fundamento», «En el patio próximo a las caballerías (del cuartel de la Bomba) se ven muchos cadáveres causados por la inflexible justicia militar», «Pasamos luego por el foso de la ciudad que está con montones de cadáveres: son los fusilados de esta mañana», «En las calles principales ya no se ven hoy, como se vieron ayer, a primeras horas de la mañana, cadáveres insepultos. Nos afirman varias personas que nos acompañan que los legionarios del Tercio v los marroquíes «regulares» encargados de ejecutar las decisiones militares deseaban conservar durante algunas horas los cadáveres en exposición, en tal o cual punto, para que el ejemplo produzca sus efectos».
Y Mario Neves, pese a ser un gran periodista, era favorable a los rebeldes, como favorable a los rebeldes era todo el Portugal oficial. Sin embargo, con lo que él nos dice ya podemos figurarnos que hubo una gran matanza -la del 14-15 de agosto-, aunque Neves no concede crédito a la matanza de la Plaza de Toros, pero nos dice que había decenas de prisioneros agrupados en espera de destino. Su destino será la ejecución en las arenas de la Plaza de Toros poco después, cuando Mario Neves no esté ya en Badajoz.
El fotógrafo francés René Bru fue detenido por haber filmado los cadáveres que yacían por las calles y los prisioneros que ingresaban en masa en la Plaza de Toros, y pasó varias semanas en la prisión de Sevilla. Luego, René Bru fue liberado y expulsado de la zona rebelde, pero sus películas y sus fotos se quedaron en poder de los rebeldes. ¿Dónde están ahora esos documentos, tan útiles para enseñar al mundo lo que fue la barbarie franquista?
John T. Whitaker y el corresponsal de la United Press comunicaron que las ejecuciones eran numerosísimas.
Mario Neves, en los setenta, entrevistado por Granada TV sobre las matanzas de Badajoz.
Por ultimo, el 30 de agosto apareció en el Chicago Tribune el famoso artículo de Jay Allen, que relataba en un estilo crudo y apasionado matanzas de Badajoz. Allen entró en la ciudad poco después de su caída, pero conocía bien Badajoz y hablaba castellano correctamente. Los alzados, sorprendidos por el eco de los artículos, se apresuraron a buscar a los responsables. Mario Neves tuvo que retractarse y negó la existencia de las matanzas que, pocos días antes, le habían llenado de «desolación y horror». La Agencia Havas afirmó que un corresponsal suyo, cuyo nombre guardaba en el anonimato para protegerle -era Marcel Dany- había visitado Badajoz, inmediatamente después de su caída. La United Press tuvo que hacer frente a un engorroso problema. El comunicado se había publicado con la firma de Reynolds Packard, y Packard fue molestado por las autoridades rebeldes. Packard negó haber enviado ningún escrito o comunicado sobre las matanzas de Badajoz, y negó también haber entrado en Badajoz cuando la ciudad fue tomada por Yagüe o cuando sucedieron las ejecuciones. La United Press negó oficialmente que Reynolds Packard hubiese escrito el comunicado, pero no desmintió nunca su contenido.
El comandante McNeill-Moss armó mucho ruido, en su día, buscando agencias y comunicados que testimoniaran de las matanzas de Badajoz. A él se encomiendan, entre otros, Brasillach y Bardéche para negar la autenticidad de los hechos. Para el estudio del personaje McNeill-Moss habrá que remitirse al historiador norteamericano Herbert Rutledge Southworth, que nos ha evitado la molestia de estudiarlo, haciéndolo él de un modo insuperable. McNeill-Moss había leído las tres crónicas principales de las matanzas: las de los periodistas franceses Jacques Berthet y Marcel Dany y la de Mario Neves. Como la del portugués, por sus gustos y la censura de su país, no coincide con la de los franceses -aunque coinciden en muchos puntos-, el comandante McNeill-Moss asegura que los franceses mentían.
En lo que se refiere al artículo que llevaba la firma de Reynolds Packard, y que fue divulgado por United Press, ya hemos dicho que la agencia y Packard negaron que éste se encontrara en Badajoz, pero la United Press no dijo nunca que el artículo fuese un embuste y defendió su contenido. Habría que saber quién lo escribió, ya que su contenido está respaldado por la prestigiosa agencia de noticias, y es difícil creer que la agencia divulgara noticias de tal importancia sin saber su procedencia. A pesar de todo esto, que sigue militando en favor de la existencia de las ejecuciones, está el artículo de Jay Allen; lo que ha escrito John T. Whitaker; lo que ha publicado Arthur Koestler, que estudió el asunto; la investigación que hizo Hugh Thomas, veintitrés años después, y la investigación que yo he hecho cuarenta años después.
Para terminar el asunto, quisiera señalar la opinión de Zugazagoitia, que sabía todo lo que había ocurrido por las confesiones de varios refugiados y del coronel Puigdengolas, pero que no puede creer que sea la obra del teniente coronel Yagüe. Zugazagoitia dice:
«A la rendición de los republicanos siguió una represalia colectiva de la que se hizo personalmente responsable, no sé bien con qué fundamento, al general Yagüe (entonces era sólo teniente coronel) (...) Dudo mucho, conociendo la posición política de Yagüe, que le alcance responsabilidad en semejante carnicería humana. Ella pudo haber sido la obra de la exclusiva iniciativa de algunos jefes de la guardia civil que, derrotados por los republicanos y perdonadas sus vidas, se dedicaron a madurar un odio monstruoso que había de fructificar en las matanzas del coso taurino (...) Y Yagüe, de quien yo no sospecho culpa, debería ayudar al esclarecimiento de un crimen que se encarnizó con hombres que, año tras año, nos habían dado a todos el trigo para nuestro pan» (1).
Pero el teniente coronel -y más tarde general- Yagüe ha respondido personalmente ante la Historia por lo menos dos veces de la gran responsabilidad que le incumbe. La primera, ya lo hemos visto, fue cuando Mario Neves le preguntó si había habido dos mil ejecuciones y dijo que no creía que fueran tantas. La segunda fue cuando el periodista John T. Whitaker, alarmado por lo que le contaba su colega y amigo Jay Allen, se presentó ante Yagüe y le preguntó si era verdad que habían sido asesinados varios miles de personas. Y el teniente coronel Yagüe respondió sonriendo:
«Naturalmente que los hemos matado. ¿Qué suponía usted? ¿Iba a llevar 4.000 prisioneros rojos con mi columna, teniendo que avanzar contra reloj? ¿0 iba a dejarlos en mi retaguardia para que Badajoz fuera rojo otra vez?» (2).
La plaza de Toros de Badajoz en los ochenta.
La declaración de Yagüe es perfectamente válida. Las tropas rebeldes se movían en un territorio donde no gozaban de simpatías, y si querían moverse con seguridad tenían que cometer genocidios periódicamente.
Pero confesar públicamente estas matanzas, siendo como él era el militar al mando de la tropa y el responsable de las operaciones, es también confesar su propia responsabilidad. Siento estar en desacuerdo con Zugazagoitia, máxime a propósito de Juan Yagüe, que fue el militar más prestigioso y el que más hondamente sintió la tragedia española de todos los alzados: pero si no era Yagüe, entonces ¿quién era? Resulta muy difícil creer que los guardias civiles se hicieron dueños de la Plaza de Toros y asesinaron a tanta gente sin contar con la aprobación del teniente coronel Yagüe.
Es más fácil repetir con Luis Quintanilla, y con el mismo Yagüe, que las matanzas de Badajoz tienen un responsable y que ese responsable se llama Juan Yagüe.
R. T.
(1) Julián Zugazagoitia, Guerra y vicisitudes de los españoles, Librería española, París, 1968, dos volúmenes, tomo I,p.124-125.
(2) John T. Whitaker, We cannot escape history, Macmillan, New York, 1943, p. 113. Citado en H. R. Southworth, El mito de la cruzada de Franco, Ruedo Ibérico, París, 1963,p. 123.
También para lo esencial, John T. Whitaker, Prelude to world war. Foreign relationa, octubre 1942. Citado por los comunistas, Guerra y Revolución en España, Ediciones Progreso, Moscú, tomo 1, p. 290.
Bibliografia:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... adajoz.htm
Las matanzas de Badajoz
Rafael Tenorio
¡Qué verbena de sangre y de horror homicida! - Julián Zugazagoitia
La ciudad de Badajoz tenía, en agosto de 1936, 40.000 habitantes y estaba defendida por tres o cuatro mil hombres. Unos tres mil milicianos sin preparación militar y de entusiasmo desigual y 500 soldados que tenían que hacer frente a dos columnas de mil quinientos hombres cada una, al mando del teniente coronel Yagüe. El armamento de los atacantes y su organización eran infinitamente superiores a todo lo que podía ofrecer para su defensa la ciudad de Badajoz. Además, la aviación alemana e italiana acudieron en auxilio de Yagüe (parece ser que los Ju-52 despegaron de aeródromos portugueses y también que algunas tropas de Yagüe se infiltraron por la raya de Portugal para sorprender a los republicanos por la espalda).
Cadáveres en las tapias del cementerio de Badajoz
EL día 11 de agosto, la columna de Tella se apoderó de Mérida, cortando el ferrocarril y la carretera de Madrid-Badajoz, lazo de unión de esta última con el resto de España.
Entonces Yagüe tomó las columnas de Castejón y de Asensio -cada columna se componía de una Bandera del Tercio (800 hombres); un Tabor de regulares (600 hombres); una o dos baterías; fuerzas de ingenieros y servicios complementarios; cada columna llevaba detrás pelotones de requetés, falangistas o simplemente voluntarios de derechas que actuaban como policía política en el terreno conquistado- y se dirigió hacia la capital extremeña, donde llegó el 13 de agosto.
Pero el día 12 la ciudad fue bombardeada por los aires y empezaron las deserciones en masa. El día 13 Badajoz estaba sin luz eléctrica y rodeada de enemigos por todas partes. Sólo conservaba sus murallas del siglo XVIII, defendidas por grupos de milicianos y de soldados.
Por la tarde del día 13, Castejón lanzó a sus hombres contra las murallas de la ciudad. Se combatió en varios sectores: Puerta del Pilar, Fuerte de la Pardalara, Puerta de la Trinidad, por donde atacó Asensio, y Cuartel de Menacho. El comandante Alonso y los milicianos rechazaron con fuego de ametralladoras el primer asalto. La guardia civil de Badajoz aprovechó la confusión del combate para sublevarse por la espalda. Los tiroteos internos no cesaron en toda la noche.
Carabineros, Guardias Civiles y soldados leales, recién fusilados contra las tapias del cementerio.
Al amanecer del día 14, la artillería rebelde abrió fuego contra las murallas de Badajoz. Este intenso bombardeo duró varias horas y destrozó las murallas y las viviendas de los alrededores. Álvarez del Vayo asegura que el armamento venía directamente de Portugal en camiones.
Por la tarde recomenzó el asalto por las brechas que había abierto la artillería. Las tanquetas de la columna de Asensio forzaron la Puerta de la Trinidad, derruida por los impactos, y los legionarios se lanzaron de nuevo al asalto; el fuego de las ametralladoras volvió a parar de nuevo sus grandes impulsos y a ocasionarles numerosas bajas. A pesar de las grandes pérdidas -127 en el primer momento-, los legionarios de la 16 compañía echaron pie en la ciudad y establecieron los primeros escalones para su conquista.
A las cuatro de la tarde, los rebeldes dominaban ya gran parte de la ciudad, pero la lucha callejera continuaba, y continuará hasta el anochecer. En la catedral se refugiaron cincuenta milicianos y pelearon hasta quedarse sin municiones; luego fueron capturados y ejecutados ante el altar mayor -pese a que se ha dicho que se suicidaron, la verdad es que fueron ejecutados a los pies del altar mayor por los legionarios.
El teniente coronel Yagüe pudo liberar a 380 prisioneros políticos de derechas, que se encontraban en la cárcel sanos y salvos.
Los fascistas han tenido siempre la fea y cobarde costumbre de negar la existencia de sus crímenes. Con la caída de Badajoz se cometió una matanza feroz que, a pesar de haber sido reconocida por su promotor el teniente coronel Yagüe, ha sido siempre considerada como inexistente y como mera propaganda republicana.
Militar leal republicano, malamente fusilado en Badajoz...
Sin embargo, hubo dos matanzas en Badajoz de gente humilde y nada ha podido justificar este horrendo crimen. Las matanzas de Badajoz parecen ser las más caprichosas y sanguinarias que se hayan perpetrado en la guerra. El 14 de agosto de 1936, los hombres del teniente coronel Yagüe se apoderaron por la fuerza de Badajoz y, horas más tarde, el último foco de resistencia de la catedral cayó en poder de los legionarios.
Inmediatamente después sucedió la primera matanza. Los moros, sueltos como perros rabiosos y armados hasta los dientes, cayeron sobre la ciudad martirizada y asesinaron alevosamente a todo aquel que se aventuraba a salir a la calle. Cayó mucha gente inocente, mujeres indefensas, hombres que no habían combatido, niños y ancianos. Hubo quien murió acuchillado simplemente por llevar un reloj o una cadena de oro que despertaba la codicia de los mercenarios moros al servicio del fascismo español. En Badajoz se vieron cadáveres con cuchillos clavados hasta la empuñadura. Las cifras que puedan avanzarse pecan desde su origen, ya que nunca se han hecho estadísticas de los muertos de Badajoz. No obstante, se ha hablado de un millar de muertos en la primera jornada. Y este crimen lo hicieron los moros y los legionarios.
Algunos oficiales alemanes, al servicio del general Franco, se dieron el gusto de fotografiar cadáveres castrados por los moros, y fue tal la sacudida de espanto que produjeron los cadáveres castrados, que el general Franco se vio en la obligación de mandar a Yagüe que cesaran las castraciones y los ritos sexuales con el enemigo muerto. Sin embargo, en Toledo, mes y medio después, también encontraremos cadáveres castrados, y en diciembre, en los combates alrededor de Madrid, también habrá cadáveres de internacionales castrados por los moros o los legionarios. La segunda matanza sucedió cuando Yagüe hizo acopio de prisioneros -la mayoría civiles- que había recogido por toda la provincia castigada o que le había entregado el caballero cristiano Antonio de Oliveira Salazar, sabiendo éste perfectamente que los entregaba a un verdugo.
Hubo también un grupo de oficiales rebeldes que entraron en Portugal -en la ciudad de Elvas y sus inmediaciones- a buscar refugiados para llevárselos a las trágicas arenas de la Plaza de Toros de Badajoz, donde pensaban dar un festival de sangre como no se había visto nunca en el mundo. Entre los refugiados capturados había también numerosos civiles que no habían participado en los combates por edad o temperamento y heridos que serían fusilados en la ignominiosa ceremonia de la Plaza de Toros.
Miembros de las fuerzas de Orden Público yacen amontonados en Badajoz...
Las tropas victoriosas amontonaron a los prisioneros y, sin establecer responsabilidades o buscar a los culpables, los ejecutaron. Sacaban a las víctimas por la puerta de caballos y los dejaban en el ruedo sin defensas. Las ametralladoras habían sido fijadas en las contrabarreras del toril. Para este espectáculo hubo entradas e invitaciones, a él acudieron señoritos de Andalucía y de Extremadura, terratenientes sedientos de venganza y falangistas de reciente camisa; también acudieron mujeres. Allí fueron sacrificados milicianos, soldados, hombres de izquierda, campesinos sin partido, jornaleros, pastores y sospechosos. Las arenas quedaron rojas y húmedas de sangre. De nuevo podrían citarse varias cifras, aunque siempre pecarían por los mismos motivos que ya hemos citado más arriba. El periodista norteamericano Jay Allen, que entró en Badajoz poco después, dijo que hubo 1.800 ejecuciones en las primeras doce horas y oyó decir a oficiales rebeldes que había habido 4.000 ejecuciones en total.
Hugh Thomas, que estudió el caso más de veinte años después, cree que la cifra de víctimas está más cerca de 200 que de 2.000. Thomas es el único que avanza una cifra tan pequeña, que ni siquiera Yagüe sé ha atrevido a reducir.
César M. Lorenzo dice que hubo, aproximadamente, mil quinientas ejecuciones. Manuel Tuñón de Lara avanza la cifra de mil doscientos, antes del 15 de agosto. Ricardo Sanz menciona a más de «tres mil antifascistas ejecutados». El filósofo cristiano Jacques Maritain protestó contra el crimen de «cientos de hombres», y James Cleugh, que simpatizaba con los rebeldes, dijo que hubo dos mil ejecuciones.
De todos modos, importan menos las cifras que lo que simbolizan. Doscientos o cuatro mil, ¿qué importa? -ha pasado tanto tiempo-; lo que realmente cuenta es el hecho de matar colectivamente a gente indefensa. Este hecho no pierde su trágico contenido porque la cifra sea más o menos reducida. Por primera vez en la historia de España, un ejército mandado por oficiales y jefes españoles entraba en una ciudad española y cometía una carnicería monstruosa, castrando cadáveres, apuñalando heridos y mujeres, ametrallando a gente indefensa en las arenas de la Plaza de Toros. Y todo eso delante de varios periodistas extranjeros, que entraron en la ciudad poco después que los moros y los legionarios y que divulgaron amplias noticias de esta hecatombe sin precedentes.
Pilas de cadáveres calcinados en el cementerio de Badajoz...
Esta vez los rebeldes se dieron cuenta del poder que ejercía la prensa en la opinión pública, y fue entonces cuando decidieron atajar el mal que ellos mismos habían engendrado con su barbarie.
En Badajoz entraron, por lo menos, cinco periodistas: Jacques Berthet, de Le Temps; Mario Neves, del Diario de Lisboa; otro francés llamado Marcel Dany, de la Agencia Havas; el norteamericano John T. Whitaker, del New York Herald Tribune; el fotógrafo y camerógrafo francés René Bru y, poco más tarde, Jay Allen, del Chicago Tribune y del News Chronicle. También logró entrar un corresponsal de la United Press, que no ha sido todavía identificado. Todos ellos hablaron de las matanzas de Badajoz.
El domingo 16 de agosto, Le Populaire y Le Temps, en primera plana, y Le Figaro y Paris-Soir, en la página tres, anunciaron los sucesos de Badajoz.
«LOS FASCISTAS ASESINAN A LA POBLACION DE BADAJOZ» era el título de Le Populaire, que poseía la información del enviado de la Agencia Havas, y en su comunicado se pueden leer cosas como éstas: «La sangre corre por las aceras. Los legionarios y los moros continúan ejecutando en masa», «Barrios enteros están en llamas y el número de víctimas, mujeres, niños y ancianos es innumerable. En los pueblos de los alrededores las tropas han pasado por las armas a todos los que eran fieles al Gobierno», «Están teniendo lugar ejecuciones en masa», «Los cadáveres cubren el suelo», «En la plaza del Ayuntamiento yacen los partidarios del Gobierno que fueron ejecutados contra el muro de la catedral», «La sangre corre por las aceras. Por todas partes se encuentran charcos coagulados».
Jacques Berthet escribía para Le Temps del 16 de agosto: «Se mata por las calles», «ejecuciones en masa», «imágenes de un horror sombrío», « numerosas ejecuciones han tenido lugar en el campo de don Juan». En Le Fígaro apareció la crónica detallada del enviado de la Agencia Havas: « Los medios militares (rebeldes) estiman que varios centenares de gubernamentales han sido fusilados. Alrededor de mil han sido hechos prisioneros. Las autoridades insurgentes examinan actualmente sus casos ».
Le Populaire del lunes 17 de agosto titulaba en primera plana: «Mil milicianos han sido fusilados en Badajoz por los fascistas». Ese mismo lunes 17, Le Temps publicaba una crónica de Jacques Berthet, en la que éste daba detalles de la lucha y de la represión en Badajoz: «En estos momentos -escribía el 15 de agosto a las 22,30- alrededor de mil doscientas personas han sido fusiladas (...) Hemos visto las aceras de la Comandancia Militar empapadas de sangre (...) Los arrestos y las ejecuciones en masa continúan en la Plaza de Toros.. Las calles de la ciudad están acribilladas de balas, cubiertas de vidrios, de tejas y de cadáveres abandonados. Sólo en la calle de San Juan hay trescientos cuerpos (...)».
El teniente coronel Yagüe, comandante en jefe de las tropas que operaban en el sector de Badajoz, declaraba satisfecho al representante de Le Temps:
«Es una espléndida victoria. Antes de avanzar de nuevo, y ayudados por los falangistas, vamos a acabar de limpiar Extremadura».
El día 17 escribía Henri Danjou para Paris Soir:
«Las fuerzas del Tercio hacían blanco sobre los cadáveres. Había varios centenares, a los cuales se empezaba ya a dar sepultura».
Le Populaire publicaba, el martes 18, la siguiente noticia:
Los cadavéres anteriores antes de ser calcinados...
«El número de personas ejecutadas sobrepasa ya los mil quinientos».
La noticia procedía de la ciudad de Elvas, y decía así:
«Elvas, 17 de agosto. Durante toda la tarde de ayer y toda la mañana de hoy continúan las ejecuciones en masa en Badajoz. Se estima que el número de personas ejecutadas sobrepasa ya los mil quinientos. Entre las víctimas excepcionales figuran varios oficiales que defendieron la ciudad contra la entrada de los rebeldes: el coronel Cantero, el comandante Alonso, el capitán Almendro, el teniente Vega y un cierto número de suboficiales y soldados. Al mismo tiempo, y por decenas, han sido fusilados los civiles cerca de las arenas».
Ese mismo día 17, Jacques Berthet escribía para Le Temps del martes día 18:
«Los arrestos y las ejecuciones en masa continúan (...) Está prohibida la circulación después de las 21 horas».
Berthet también contaba que las mujeres hacían cola para indagar por el destino de sus padres, maridos y hermanos, y que los servicios municipales lavaban las numerosas manchas de sangre del asfalto.
Y el martes 18 de agosto publicaba François Mauriac, de la Academia francesa, en la primera plana de Le Figaro, su famoso artículo sobre Badajoz.
No quedaba ya la menor duda de que en Badajoz había ocurrido una matanza despiadada en dos turnos.
El caso de Mario Neves y del Diario de Lisboa merece renglón aparte.
Mario Neves, como su diario y su Gobierno, era favorable al alzamiento y el periódico estaba sometido a la censura del Gobierno portugués, que participaba activamente en la guerra civil española. El sábado 15 de agosto, Mario Neves escribía: «Escenas de horror y desolación en la ciudad conquistada por los rebeldes», «Acabo de presenciar un espectáculo de desolación y de espanto que no se apagará de mis ojos», «Junto a las paredes de la Comandancia Militar, la calle está salpicada de sangre», «En las arenas se ven algunos cadáveres», «En la nave central (de la catedral) dos cadáveres aguardan todavía la sepultura», «Le preguntamos (a Yagüe) si había muchos prisioneros. Nos responde que sí (...). -Y fusilamientos... decimos nosotros. Parece ser que ha habido dos mil...
El comandante (sic) Yagüe (...), sorprendido con la pregunta, declara:
-No deben ser tantos (...).
Estas notas redactadas nerviosamente (...) no conseguirán dar una pálida idea del espectáculo de desolación y de horror que han visto mis ojos (...).
Un gran silencio envuelve a toda la ciudad, que acaba de despertarse de una pesadilla tremenda».
El domingo 16 de agosto, Mario Neves publitaba otro artículo en el Diario de Lisboa:
«La justicia militar prosigue con inflexible rigor». «Desde ayer centenares de personas han perdido la vida en la capital extremeña. Y no ha habido tiempo para darles sepultura», «En este país se nota ahora una atmósfera de desconfianza», «Se afirmaba en Elvas, ayer, que la Plaza de Toros ha sido transformada ahora en prisión, y que están teniendo lugar numerosos fusilamientos», «Después de algunas dificultades, conseguimos entrar en la arena. Algunas decenas de presos aguardan que les den destino. Pero la plaza no tiene aspecto diferente del que observamos ayer, lo que nos hace suponer que el rumor no tiene fundamento», «En el patio próximo a las caballerías (del cuartel de la Bomba) se ven muchos cadáveres causados por la inflexible justicia militar», «Pasamos luego por el foso de la ciudad que está con montones de cadáveres: son los fusilados de esta mañana», «En las calles principales ya no se ven hoy, como se vieron ayer, a primeras horas de la mañana, cadáveres insepultos. Nos afirman varias personas que nos acompañan que los legionarios del Tercio v los marroquíes «regulares» encargados de ejecutar las decisiones militares deseaban conservar durante algunas horas los cadáveres en exposición, en tal o cual punto, para que el ejemplo produzca sus efectos».
Y Mario Neves, pese a ser un gran periodista, era favorable a los rebeldes, como favorable a los rebeldes era todo el Portugal oficial. Sin embargo, con lo que él nos dice ya podemos figurarnos que hubo una gran matanza -la del 14-15 de agosto-, aunque Neves no concede crédito a la matanza de la Plaza de Toros, pero nos dice que había decenas de prisioneros agrupados en espera de destino. Su destino será la ejecución en las arenas de la Plaza de Toros poco después, cuando Mario Neves no esté ya en Badajoz.
El fotógrafo francés René Bru fue detenido por haber filmado los cadáveres que yacían por las calles y los prisioneros que ingresaban en masa en la Plaza de Toros, y pasó varias semanas en la prisión de Sevilla. Luego, René Bru fue liberado y expulsado de la zona rebelde, pero sus películas y sus fotos se quedaron en poder de los rebeldes. ¿Dónde están ahora esos documentos, tan útiles para enseñar al mundo lo que fue la barbarie franquista?
John T. Whitaker y el corresponsal de la United Press comunicaron que las ejecuciones eran numerosísimas.
Mario Neves, en los setenta, entrevistado por Granada TV sobre las matanzas de Badajoz.
Por ultimo, el 30 de agosto apareció en el Chicago Tribune el famoso artículo de Jay Allen, que relataba en un estilo crudo y apasionado matanzas de Badajoz. Allen entró en la ciudad poco después de su caída, pero conocía bien Badajoz y hablaba castellano correctamente. Los alzados, sorprendidos por el eco de los artículos, se apresuraron a buscar a los responsables. Mario Neves tuvo que retractarse y negó la existencia de las matanzas que, pocos días antes, le habían llenado de «desolación y horror». La Agencia Havas afirmó que un corresponsal suyo, cuyo nombre guardaba en el anonimato para protegerle -era Marcel Dany- había visitado Badajoz, inmediatamente después de su caída. La United Press tuvo que hacer frente a un engorroso problema. El comunicado se había publicado con la firma de Reynolds Packard, y Packard fue molestado por las autoridades rebeldes. Packard negó haber enviado ningún escrito o comunicado sobre las matanzas de Badajoz, y negó también haber entrado en Badajoz cuando la ciudad fue tomada por Yagüe o cuando sucedieron las ejecuciones. La United Press negó oficialmente que Reynolds Packard hubiese escrito el comunicado, pero no desmintió nunca su contenido.
El comandante McNeill-Moss armó mucho ruido, en su día, buscando agencias y comunicados que testimoniaran de las matanzas de Badajoz. A él se encomiendan, entre otros, Brasillach y Bardéche para negar la autenticidad de los hechos. Para el estudio del personaje McNeill-Moss habrá que remitirse al historiador norteamericano Herbert Rutledge Southworth, que nos ha evitado la molestia de estudiarlo, haciéndolo él de un modo insuperable. McNeill-Moss había leído las tres crónicas principales de las matanzas: las de los periodistas franceses Jacques Berthet y Marcel Dany y la de Mario Neves. Como la del portugués, por sus gustos y la censura de su país, no coincide con la de los franceses -aunque coinciden en muchos puntos-, el comandante McNeill-Moss asegura que los franceses mentían.
En lo que se refiere al artículo que llevaba la firma de Reynolds Packard, y que fue divulgado por United Press, ya hemos dicho que la agencia y Packard negaron que éste se encontrara en Badajoz, pero la United Press no dijo nunca que el artículo fuese un embuste y defendió su contenido. Habría que saber quién lo escribió, ya que su contenido está respaldado por la prestigiosa agencia de noticias, y es difícil creer que la agencia divulgara noticias de tal importancia sin saber su procedencia. A pesar de todo esto, que sigue militando en favor de la existencia de las ejecuciones, está el artículo de Jay Allen; lo que ha escrito John T. Whitaker; lo que ha publicado Arthur Koestler, que estudió el asunto; la investigación que hizo Hugh Thomas, veintitrés años después, y la investigación que yo he hecho cuarenta años después.
Para terminar el asunto, quisiera señalar la opinión de Zugazagoitia, que sabía todo lo que había ocurrido por las confesiones de varios refugiados y del coronel Puigdengolas, pero que no puede creer que sea la obra del teniente coronel Yagüe. Zugazagoitia dice:
«A la rendición de los republicanos siguió una represalia colectiva de la que se hizo personalmente responsable, no sé bien con qué fundamento, al general Yagüe (entonces era sólo teniente coronel) (...) Dudo mucho, conociendo la posición política de Yagüe, que le alcance responsabilidad en semejante carnicería humana. Ella pudo haber sido la obra de la exclusiva iniciativa de algunos jefes de la guardia civil que, derrotados por los republicanos y perdonadas sus vidas, se dedicaron a madurar un odio monstruoso que había de fructificar en las matanzas del coso taurino (...) Y Yagüe, de quien yo no sospecho culpa, debería ayudar al esclarecimiento de un crimen que se encarnizó con hombres que, año tras año, nos habían dado a todos el trigo para nuestro pan» (1).
Pero el teniente coronel -y más tarde general- Yagüe ha respondido personalmente ante la Historia por lo menos dos veces de la gran responsabilidad que le incumbe. La primera, ya lo hemos visto, fue cuando Mario Neves le preguntó si había habido dos mil ejecuciones y dijo que no creía que fueran tantas. La segunda fue cuando el periodista John T. Whitaker, alarmado por lo que le contaba su colega y amigo Jay Allen, se presentó ante Yagüe y le preguntó si era verdad que habían sido asesinados varios miles de personas. Y el teniente coronel Yagüe respondió sonriendo:
«Naturalmente que los hemos matado. ¿Qué suponía usted? ¿Iba a llevar 4.000 prisioneros rojos con mi columna, teniendo que avanzar contra reloj? ¿0 iba a dejarlos en mi retaguardia para que Badajoz fuera rojo otra vez?» (2).
La plaza de Toros de Badajoz en los ochenta.
La declaración de Yagüe es perfectamente válida. Las tropas rebeldes se movían en un territorio donde no gozaban de simpatías, y si querían moverse con seguridad tenían que cometer genocidios periódicamente.
Pero confesar públicamente estas matanzas, siendo como él era el militar al mando de la tropa y el responsable de las operaciones, es también confesar su propia responsabilidad. Siento estar en desacuerdo con Zugazagoitia, máxime a propósito de Juan Yagüe, que fue el militar más prestigioso y el que más hondamente sintió la tragedia española de todos los alzados: pero si no era Yagüe, entonces ¿quién era? Resulta muy difícil creer que los guardias civiles se hicieron dueños de la Plaza de Toros y asesinaron a tanta gente sin contar con la aprobación del teniente coronel Yagüe.
Es más fácil repetir con Luis Quintanilla, y con el mismo Yagüe, que las matanzas de Badajoz tienen un responsable y que ese responsable se llama Juan Yagüe.
R. T.
(1) Julián Zugazagoitia, Guerra y vicisitudes de los españoles, Librería española, París, 1968, dos volúmenes, tomo I,p.124-125.
(2) John T. Whitaker, We cannot escape history, Macmillan, New York, 1943, p. 113. Citado en H. R. Southworth, El mito de la cruzada de Franco, Ruedo Ibérico, París, 1963,p. 123.
También para lo esencial, John T. Whitaker, Prelude to world war. Foreign relationa, octubre 1942. Citado por los comunistas, Guerra y Revolución en España, Ediciones Progreso, Moscú, tomo 1, p. 290.
Bibliografia:
http://www.sbhac.net
http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm ... adajoz.htm
Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
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Se siguen dando por reales sucesos que nunca existieron. El periodista norteamericano Jay Allen, principal precursor de esa leyenda, es considerado hoy en día por muchos historiadores como fuente principal de información sobre lo que ocurrió. Pero cabe preguntarse si realmente estuvo en Badajoz en agosto de 1936 o se inventó lo que escribió. Jay Allen escribió su artículo en Elvas y allí, hablando con los refugiados que llegaban, adquirió la información que posteriormente publicó. Esta información, tomada de diversas versiones emitidas por los huidos de la ciudad, le llevó a cometer enormes errores que si realmente hubiera estado en la ciudad no hubiera cometido. Jay Allen manifiesta textualmente: «Fuimos directos hasta el centro de Badajoz. Estas son mis notas: la catedral está intacta. No, no lo está. Al pasar junto a ella en coche veo que ha desaparecido una parte de la torre cuadrada» «Las enormes paredes del Alcázar asoman al final de la calle de San Juan. Fue allí donde los defensores de la ciudad, refugiados en la torre de Espantaperros, fueron asfixiados con humo y tiroteados». Es increíble que Jay Allen manifieste que él vio que a la torre de la catedral le faltaba una parte, lo que es totalmente incierto ya que dicha torre en ningún momento fue alcanzada por las bombas y también es totalmente incierto que en la torre de Espantaperros se ofreciera resistencia y los rebeldes se vieran obligados a «asfixiar con humo» a los defensores. Todo esto ocurrió en la iglesia de Almendralejo, no en Badajoz y Jay Allen se formó un gran lío al escribir su artículo mezclando las diversas historias que le contaban.
Es casi seguro que Allen no pisó Badajoz y, a pesar de lo que él diga, no vio la torre de la catedral y, si, por el contrario, realmente estuvo y la vio, mintió a sabiendas, lo que le quita autoridad y credibilidad en el resto de su artículo. Si continuamos leyendo su crónica, publicada en el Chicago Tribune el día 30 de agosto, aunque la noticia la transmitió el día 25 de agosto, observamos que sigue adoleciendo de falta de contacto personal en el lugar de los hechos. Continúa diciendo Jay Allen, refiriéndose a la presunta matanza en la plaza de toros: «Dicen que la primera noche la sangre alcanzó un palmo de profundidad. No lo dudo. Allí se asesinó a mil ochocientos hombres y mujeres en un plazo de doce horas. En 1.800 cuerpos hay más sangre de lo que uno se imagina». Esta afirmación, que presumiblemente Jay Allen copió de la que había emitido el periodista francés Jacques Berthet del diario Le Temps, se ha convertido en el principal argumento de muchos investigadores, pero contrasta ostensiblemente con lo que manifestó Mario Naves el día 16 de agosto, que no vio nada de eso. Precisamente, el día 16, Mario Neves que había oído rumores de los asesinatos cometidos en la plaza de toros, vuelve a ese lugar, acompañado de Jacques Berthet y de Marcel Dany de la Agencia Havas, donde ya habían estado el día anterior y manifiesta textualmente: «Por eso, nos dirigimos hacia allá, con el fin de verificar la exactitud de este rumor. Tras algunas dificultades, conseguimos entrar en la arena. Algunas decenas de prisioneros aguardan su destino. Pero la plaza no tiene un aspecto diferente al que observamos ayer, lo que nos lleva a suponer que el rumor es infundado».
Jay Allen habría leído la crónica de Mario Neves en la que, acertadamente, manifiesta que en el cementerio se quemaban los cadáveres. Cosa cierta, qué duda cabe. La falta de mano de obra para excavar tantas fosas y las altas temperaturas, con riesgo de epidemias, hicieron que se tomara esta decisión antes de enterrar a aquellos desgraciados en la fosa común. Aunque, evidentemente, no sólo estaban allí los cuerpos de los represaliados en la plaza de toros sino también los que cayeron en la batalla. Jay Allen, para no ser menos que Mario Neves, manifiesta que desde Elvas vio fuego: «Están quemando los cuerpos. Cuatro mil hombres y mujeres han muerto en Badajoz desde que los moros y legionarios rebeldes del general Franco treparan sobre los cuerpos de sus propios muertos para escalar las muralla». Observemos que dice que el día 23 se veía, no ya el humo, sino las llamas de los cuerpos ardiendo y, además, aumenta el número de asesinados a cuatro mil. Y ya no hablemos de cuando describe su presunta visita a Puerta Trinidad, de la que dice: «Llegamos a la Puerta Trinidad atravesando las antañas invencibles fortificaciones. La luna lo iluminaba todo. Una semana antes entró por ella un batallón de 280 legionarios. Sólo veintidós sobrevivieron para contar la historia de cómo se encaramaron a los cuerpos de sus propios muertos para silenciar con granadas de mano y cuchillos dos ametralladoras asesinas». Como vemos, dijo que de 280 legionarios sólo sobrevivieron al ataque 22, lo cual es totalmente falso, ya que la IV Bandera, la que entró por ese lugar, sólo tuvo 24 muertos, de los que la 16 Compañía del capitán Pérez Caballero, que atacó en vanguardia, se llevó la peor parte con 11 muertos. Es decir, que independientemente de que Jay Allen hubiera estado o no en Badajoz el día 23 de agosto, lo cierto es que su crónica es totalmente falsa e inventada. Como ejemplo veamos qué dijo Mario Naves sobre su visita al cementerio donde se quemaban los cadáveres acompañado por un sacerdote cuyo nombre no indica: «Hace diez horas que la hoguera arde... al fondo, en un escalón cavado aprovechando un desnivel del terreno se encuentran vigas de madera transversales, parecidas a las que se utilizan en las vías del ferrocarril, sobre una superficie de más de cuarenta metros, más de 300 cadáveres, en su mayoría carbonizados... a un lado, 30 cadáveres de paisano aguardan su turno, enfrente 23 cuerpos de legionarios, los que cayeron bajo el fuego intenso de las ametralladoras... en la puerta del cementerio, un camión descarga otros cuatro cuerpos que han sido recogidos en alguna parte».
Mario Neves fue testigo presencial de todos los horrores que describió, pero nunca habla ni de 1.500 cadáveres ni mucho menos de cuatro mil, y si nos fijamos detenidamente, se tomó la molestia de contar los cuerpos de los legionarios y dijo que había 23 cuerpos, cifra casi exacta. También matiza que se estaban quemando unos 300 cuerpos y que otros 30 aguardaban su turno. Esta crónica la escribió Mario Neves el día 16, lo cual quiere decir que para entonces ya se había producido la tan traída y llevada matanza en la plaza de toros y Mario Neves sólo vio 300 cuerpos. ¿Qué quiere decir esto?, Muy sencillo, si a este número le sumamos los ejecutados que Neves vio todavía por las calles, en especial en el cuartel de la Bomba y en algún que otro lugar y teniendo en cuenta, como se ha dicho, que entre estos 300 cadáveres también estarían incluidos los que murieron en la batalla por parte de las milicias y que a partir del día 17 las ejecuciones comenzaron a realizarse en las tapias del cementerio, como así lo acreditan las imágenes grabadas por el cámara francés René Brú, filmadas entre los días 16 y 17 de agosto y en las que también se ven los cuerpos alineados y quemados de aquellos desdichados y el hecho de que a partir de ese mismo día 17 se llevara una relación de las personas que eran ejecutadas, podemos aseverar que la cifra de las víctimas de la matanza de Badajoz no superó las 500 personas.
Es casi seguro que Allen no pisó Badajoz y, a pesar de lo que él diga, no vio la torre de la catedral y, si, por el contrario, realmente estuvo y la vio, mintió a sabiendas, lo que le quita autoridad y credibilidad en el resto de su artículo. Si continuamos leyendo su crónica, publicada en el Chicago Tribune el día 30 de agosto, aunque la noticia la transmitió el día 25 de agosto, observamos que sigue adoleciendo de falta de contacto personal en el lugar de los hechos. Continúa diciendo Jay Allen, refiriéndose a la presunta matanza en la plaza de toros: «Dicen que la primera noche la sangre alcanzó un palmo de profundidad. No lo dudo. Allí se asesinó a mil ochocientos hombres y mujeres en un plazo de doce horas. En 1.800 cuerpos hay más sangre de lo que uno se imagina». Esta afirmación, que presumiblemente Jay Allen copió de la que había emitido el periodista francés Jacques Berthet del diario Le Temps, se ha convertido en el principal argumento de muchos investigadores, pero contrasta ostensiblemente con lo que manifestó Mario Naves el día 16 de agosto, que no vio nada de eso. Precisamente, el día 16, Mario Neves que había oído rumores de los asesinatos cometidos en la plaza de toros, vuelve a ese lugar, acompañado de Jacques Berthet y de Marcel Dany de la Agencia Havas, donde ya habían estado el día anterior y manifiesta textualmente: «Por eso, nos dirigimos hacia allá, con el fin de verificar la exactitud de este rumor. Tras algunas dificultades, conseguimos entrar en la arena. Algunas decenas de prisioneros aguardan su destino. Pero la plaza no tiene un aspecto diferente al que observamos ayer, lo que nos lleva a suponer que el rumor es infundado».
Jay Allen habría leído la crónica de Mario Neves en la que, acertadamente, manifiesta que en el cementerio se quemaban los cadáveres. Cosa cierta, qué duda cabe. La falta de mano de obra para excavar tantas fosas y las altas temperaturas, con riesgo de epidemias, hicieron que se tomara esta decisión antes de enterrar a aquellos desgraciados en la fosa común. Aunque, evidentemente, no sólo estaban allí los cuerpos de los represaliados en la plaza de toros sino también los que cayeron en la batalla. Jay Allen, para no ser menos que Mario Neves, manifiesta que desde Elvas vio fuego: «Están quemando los cuerpos. Cuatro mil hombres y mujeres han muerto en Badajoz desde que los moros y legionarios rebeldes del general Franco treparan sobre los cuerpos de sus propios muertos para escalar las muralla». Observemos que dice que el día 23 se veía, no ya el humo, sino las llamas de los cuerpos ardiendo y, además, aumenta el número de asesinados a cuatro mil. Y ya no hablemos de cuando describe su presunta visita a Puerta Trinidad, de la que dice: «Llegamos a la Puerta Trinidad atravesando las antañas invencibles fortificaciones. La luna lo iluminaba todo. Una semana antes entró por ella un batallón de 280 legionarios. Sólo veintidós sobrevivieron para contar la historia de cómo se encaramaron a los cuerpos de sus propios muertos para silenciar con granadas de mano y cuchillos dos ametralladoras asesinas». Como vemos, dijo que de 280 legionarios sólo sobrevivieron al ataque 22, lo cual es totalmente falso, ya que la IV Bandera, la que entró por ese lugar, sólo tuvo 24 muertos, de los que la 16 Compañía del capitán Pérez Caballero, que atacó en vanguardia, se llevó la peor parte con 11 muertos. Es decir, que independientemente de que Jay Allen hubiera estado o no en Badajoz el día 23 de agosto, lo cierto es que su crónica es totalmente falsa e inventada. Como ejemplo veamos qué dijo Mario Naves sobre su visita al cementerio donde se quemaban los cadáveres acompañado por un sacerdote cuyo nombre no indica: «Hace diez horas que la hoguera arde... al fondo, en un escalón cavado aprovechando un desnivel del terreno se encuentran vigas de madera transversales, parecidas a las que se utilizan en las vías del ferrocarril, sobre una superficie de más de cuarenta metros, más de 300 cadáveres, en su mayoría carbonizados... a un lado, 30 cadáveres de paisano aguardan su turno, enfrente 23 cuerpos de legionarios, los que cayeron bajo el fuego intenso de las ametralladoras... en la puerta del cementerio, un camión descarga otros cuatro cuerpos que han sido recogidos en alguna parte».
Mario Neves fue testigo presencial de todos los horrores que describió, pero nunca habla ni de 1.500 cadáveres ni mucho menos de cuatro mil, y si nos fijamos detenidamente, se tomó la molestia de contar los cuerpos de los legionarios y dijo que había 23 cuerpos, cifra casi exacta. También matiza que se estaban quemando unos 300 cuerpos y que otros 30 aguardaban su turno. Esta crónica la escribió Mario Neves el día 16, lo cual quiere decir que para entonces ya se había producido la tan traída y llevada matanza en la plaza de toros y Mario Neves sólo vio 300 cuerpos. ¿Qué quiere decir esto?, Muy sencillo, si a este número le sumamos los ejecutados que Neves vio todavía por las calles, en especial en el cuartel de la Bomba y en algún que otro lugar y teniendo en cuenta, como se ha dicho, que entre estos 300 cadáveres también estarían incluidos los que murieron en la batalla por parte de las milicias y que a partir del día 17 las ejecuciones comenzaron a realizarse en las tapias del cementerio, como así lo acreditan las imágenes grabadas por el cámara francés René Brú, filmadas entre los días 16 y 17 de agosto y en las que también se ven los cuerpos alineados y quemados de aquellos desdichados y el hecho de que a partir de ese mismo día 17 se llevara una relación de las personas que eran ejecutadas, podemos aseverar que la cifra de las víctimas de la matanza de Badajoz no superó las 500 personas.
EX NOTITIA VICTORIA
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En 1974, José Luis Vila San Juan publicaba una obra acerca de los enigmas de la guerra civil en la que se incluye un capítulo titulado «Las represalias tras la toma de Badajoz» que contiene un certero análisis de lo ocurrido en la capital pacense y de la leyenda nacida entre «el silencio de una parte y el exceso de imaginación de la otra» 1. También nosotros hemos dedicado algunas páginas al mismo asunto, coincidentes en lo sustancial con lo afirmado desde la Universidad de Extremadura por Fernando Sánchez Marroyo 2. Sin embargo, algunos siguen repitiendo las mismas mentiras de una propaganda empeñada en imaginar un macabro espectáculo que nunca existió y en el que se habrían repartido hasta invitaciones. Así describen lo sucedido los autores de Víctimas de la guerra:
«El 14, las tropas del general Juan Yagüe tomaban Badajoz, mostrando, para que todo el mundo se enterara, que el éxito en el frente de guerra pasaba por no dejar posibles enemigos en la retaguardia. Cientos de prisioneros fueron llevados a la plaza de toros donde, de nuevo en palabras del dirigente socialista, "atraillados como perros de caza, eran empujados al ruedo para blanco de las ametralladoras que, bien emplazadas, los destruían con ráfagas implacables" [...]
Si creemos a Julián Zugazagoitia, en la ya citada masacre de la plaza de toros de Badajoz se distribuyeron invitaciones para el “espectáculo”» 3.
NACE LA LEYENDA
Después de algunos preliminares, el 14 de agosto de 1936 se producía el asalto definitivo de las tropas nacionales a Badajoz mediante una serie de operaciones que son bien conocidas 4. La V Bandera de la Legión penetró en la ciudad a través de los cuarteles de Menacho y la Bomba, el II Tabor de Tetuán entró por la Puerta de Carros y la 16a Compañía de la IV Bandera atacó por Puerta Trinidad logrando atravesar la brecha en cuatro oleadas sucesivas. Algunas autoridades y buen número de combatientes habían abandonado la ciudad con dirección a Portugal o a la bolsa que se formó en el suroeste de la provincia, pero otros se quedaron o no pudieron huir. La defensa en las casas y encrucijadas trajo consigo una tenacísima lucha que duró hasta entrada la noche: «Los terribles combates, y luego la persecución del enemigo, habían tenido lugar dentro de un casco urbano densamente poblado, cuyo vecindario vivió horas de grandísimo terror y angustia» 5.
Los testimonios de los periodistas, estuvieran o no en Badajoz en los primeros momentos, han tenido parte principal en la difusión de ciertas versiones sobre lo ocurrido en esta ciudad. Más tarde serían los historiadores de la guerra quienes asumieron aquellos relatos o trataron de depurar su contenido.
Los corresponsales que acompañaban a la Columna Madrid no consiguieron entrar en la capital pacense, en cambio tres periodistas atravesaron la frontera portuguesa a partir de la madrugada del 15 de agosto y se movieron con relativa facilidad por Badajoz con posterioridad a la conquista: M. Dany, de la agencia Havas; J. Berthet, de Le Temps y Mario Neves, del Diario de Lisboa 6. Pero fue el norteamericano Jay Allen, corresponsal del The Chicago Tribune que llegaba a Badajoz nueve días más tarde, quien publicó el 30 de agosto un reportaje en la línea que cristalizará definitivamente. En términos similares, se presenta a Yagüe como responsable de una carnicería indiscriminada en la plaza de toros en el reportaje aparecido en el diario madrileño La Voz (27-octubre) 7.
«Cuando Yagüe se apoderó de Badajoz, utilizando para el ataque el territorio portugués, hizo concentrar en la Plaza de Toros a todos los prisioneros milicianos y a quienes, sin haber empuñado las armas, pasaban por gente de izquierda. Y organizó una "fiesta". Y convidó a esa fiesta a los cavernícolas de la ciudad cuyas vidas habían sido respetadas por el pueblo y la autoridad legítima.
Ocuparon los tendidos caballeros respetables, piadosas damas, lindas señoritas, jovencitos de San Luis y San Estanislao de Kotska, afiliados a Falange y Renovación, venerables eclesiásticos, virtuosos frailes y monjas de albas tocas y mirada humilde. Y, entre tan brillante concurrencia, fueron montadas algunas ametralladoras.
Dada la señal —suponemos que mediante clarines—, se abrieron los chiqueros y salieron a la arena, que abrasaba el sol de agosto, los humanos rebaños de los liberales, republicanos, socialistas, comunistas y sindicalistas de Badajoz. Confundíanse los viejos y los niños, también figuraban mujeres: jóvenes algunas, ancianas otras; gritaban, gemían, maldecían, increpaban, miraban con terror y odio hacia las gradas repletas de espectadores. ¿Qué iban a hacer con ellos? ¿Exhibirlos?¿Contarlos?¿Vejarlos? Pero pronto, al ver las máquinas de matar con los servidores al lado, comprendieron. Iban a ametrallarlos.
Quisieron retroceder, penetrar nuevamente en los chiqueros. Pero fueron rechazados, a golpes de bayoneta y de gumía por los legionarios y cabileños que estaban a su espalda. Y se apelotonaron lívidos, espantados, esperando la muerte.
Yagüe estaba en un palco, acompañado de su segundo, Castejón. Le rodeaban, obsequiosos y rendidos, terratenientes, presidentes de cofradías, religiosos, canónigos, señoras y damiselas vestidas con provinciana elegancia.
Levantó un brazo y flameó un pañuelo. Y las ametralladoras comenzaron a disparar» 8
No es necesario insistir acerca de la falsedad e irresponsabilidad de esta crónica publicada en Madrid en vísperas de los fusilamientos de Paracuellos y después de tres meses de terror. Como apuntaremos después, había que contrarrestar tan penoso espectáculo y quizás por eso se explique su enorme difusión tanto dentro como fuera de España.
CONTRADICCIONES
Acerca del testimonio de uno de los periodistas citados, M.Dany, escribe McNeil-Moss:
«Me preocupé por saber cómo se escribió esta historia. El corresponsal era un tal señor Marcel Dany. No era corresponsal fijo de la "Havas ", y ninguno de los corresponsales de la Agencia que acompañaban al ejército de Franco conocía su existencia. Parece ser que no hablaba español. En compañía del periodista portugués Sr. Mario Neves, que le sirvió de guía e intérprete, salió de Lisboa el 15 de agosto a las 2 de la mañana. Llegaron a la frontera portuguesa y enseguida consiguieron una autorización telefónica de la Comandancia Militar de Badajoz para visitar la ciudad. En compañía del periodista portugués y de otro francés, M. Dany pasó allí algunas horas.
En contra de la historia escrita por Dany tengo en mi poder una crónica de lo que el periodista portugués vio y describió cuando acompañaba a aquél. No hace referencia alguna a que hubiese una matanza indiscriminada; afirma sí que hubo horas de duro combate en las calles y seguidamente algunas ejecuciones» 9.
Se han tratado de explicar las discrepancias entre estos relatos porque unos periodistas escribían para países democráticos mientras que Mario Neves estaba condicionado por la censura portuguesa pero teniendo en cuenta el tono de las precisiones de este último, parece más acertado recordar que los testimonios publicados en la prensa deben tomarse con precaución y no olvidar la función propagandística y la evidente parcialidad de muchos periódicos y de sus reporteros 10. Por ejemplo, es difícil no sospechar —como sugiere Ricardo de la Cierva 11— que Jay Allen quería contrarrestar con su artículo la terrible impresión que había causado internacionalmente el asalto de la Cárcel Modelo de Madrid.
El testimonio del portugués Mario Neves es tajante. Visitó la plaza de toros el 15 de agosto y anotó lo siguiente:
«Nos dirigimos enseguida a la plaza de toros, donde se concentran los camiones de las milicias populares. Muchos de ellos están destruidos. Al lado, se ve un carro blindado con la inscripción “Frente Popular, D.Benito, N°10”.
Este lugar ha sido bombardeado varias veces. Sobre la arena aún se ven algunos cadáveres, lo que da a la plaza un aspecto macabro de teatro anatómico. Todavía hay, aquí y allá, algunas bombas que no han explotado, lo que hace difícil y peligrosa una visita más pormenorizada» 12.
Los artículos de Mario Neves, que se han querido aducir como prueba de las matanzas y que resultan especialmente interesantes dada su posición pro-izquierdista, invalidan los relatos que pretenden que a esas mismas horas estaban teniendo lugar ejecuciones indiscriminadas en la plaza de toros, un lugar en el que resultaba inseguro permanecer debido a que habían quedado allí bombas sin explotar. El siguiente relato, publicado por uno de los autores que citan Reig Tapia o Espinosa, pertenece a lo que podemos llamar con toda propiedad historia-ficción:
«Poco después de la salida del sol del día 15 de agosto, las tropas victoriosas habían amontonado ya a los prisioneros en la arena de la plaza. No se establecieron responsabilidades. No se juzgó a nadie. Las víctimas eran sacadas por la puerta de caballos. Las ametralladoras habían sido fijadas en las contrabarreras del toril. Entre las siete y media y ocho de la mañana, las ametralladoras abrían fuego. En unos momentos caían muertos, sacrificados, más de 1.200 hombres, milicianos y soldados, comunistas y socialistas, republicanos, hombres de izquierda, campesinos, jornaleros, obreros, pastores..., La arena enrojeció, empapada de sangre. Los gritos de horror, los lamentos, los gemidos agónicos se escuchaban a gran distancia de la plaza» 13.
Y no es sólo que el estado en que encuentra la plaza no resulta compatible con estas escenas de matanzas masivas, al día siguiente, el desmentido es rotundo:
«Ayer se decía en Elvas que en la plaza de toros, transformada en prisión, se han llevado a cabo numerosos fusilamientos. Por eso, nos dirigimos hacia allá, con el fin de verificar la exactitud del rumor. Tras algunas dificultades, conseguimos entrar en la arena. Algunas docenas de prisioneros aguardan su destino. Pero la plaza no tiene un aspecto diferente del que observamos ayer, lo que nos lleva a suponer que el rumor es infundado. Los mismos automóviles destruidos y los mismos cadáveres que ayer tanto me impresionaron y que aún no han sido retirados» 14
En sus crónicas, Mario Neves no niega el hecho de la represión pero lo despoja de añadidos legendarios: si las bajas experimentadas en la lucha fueron cuantiosas, también resultaron numerosas las ejecuciones llevadas a cabo en los días siguientes a la ocupación de la ciudad. Esos fueron los cadáveres que Neves tuvo ocasión de ver en algunos puntos de la ciudad como la calle de San Juan, los cuarteles y en las hogueras que tanto le impresionaron en el cementerio 15 y donde se mezclarían, sin duda, los milicianos caídos en la lucha y los soldados y paisanos ejecutados como consecuencia de lo que él mismo llamó la inflexible justicia militar:
«De allí fuimos al cuartel de La Bomba uno de los puntos en donde más se ha luchado en estos días trágicos. Los barracones están totalmente destruidos a consecuencia del bombardeo. En el patio, cerca de las caballerizas, todavía se ven muchos cadáveres: la inflexible justicia militar...[...]
Después pasamos por el foso de la ciudad, que aún está repleto de cadáveres. Son los fusilados esta mañana, en su mayoría oficiales que combatieron hasta el último momento entre los que se mantuvieron fieles al gobierno de Madrid[...]
En las calles principales hoy ya no se ven, como ayer a primeras horas de la mañana, cuerpos insepultos. Nos aseguran personas que nos acompañan que los legionarios del Tercio y los regulares marroquíes encargados de ejecutar las decisiones de la justicia militar sólo quieren mantener expuestos los cadáveres durante algunas horas, en uno o en otro punto, para que sirvan de ejemplo» 16.
LOS SUCESOS DE BADAJOZ Y LA HISTORIOGRAFÍA RECIENTE
Prescindiendo de testimonios tan claros como el de Mario Neves, que sitúan la cuestión es sus justos términos, son varios los autores —entre ellos Paul Preston, Alberto Reig Tapia y Francisco Espinosa Maestre— que se han referido en términos muy semejantes a una serie de matanzas que habrían jalonado el avance de las tropas nacionales sobre Madrid y de las cuales la de Badajoz sería únicamente la que adquirió mayor relevancia gracias al testimonio de unos periodistas que pudieron romper el cerco de silencio.
Paul Preston 17 se ha convertido en portavoz de quienes descargan en Franco la última responsabilidad de estos sucesos:
«Franco sentía la misma consideración por los milicianos obreros opuestos a su avance sobre Madrid que por los cabileños a quienes había tenido que pacificar entre 1912 y 1925. Dirigía las primeras etapas de su esfuerzo bélico como si fuese una guerra colonial contra un enemigo racialmente despreciable. Los marroquíes sembrarían el terror por doquier, saquearían los pueblos que capturaran, violarían a las mujeres que encontrasen, matarían a sus prisioneros, mutilarían sexualmente sus cadáveres. Franco sabía que tal sería el caso y había escrito un libro en que hacía patente su aprobación de semejantes métodos» 18.
El tono de párrafos como el anterior —a cuyo lado las páginas más exaltadas de lo escrito hasta ahora sobre la Guerra Civil adquieren un todo de moderación— se repite constantemente en las páginas que Preston dedica a lo ocurrido en Badajoz:
«Fácilmente tomaron pueblos y ciudades de las provincias de Sevilla y Badajoz [...] aniquilando a todos los izquierdistas o supuestos simpatizantes del Frente Popular que encontraban y dejando un terrible rastro de asesinatos a su paso. A la ejecución de los milicianos campesinos capturados se referían sarcásticamente como “darles la reforma agraria”. Tras la captura de Almendralejo fueron fusilados mil prisioneros, incluidas cien mujeres. Las matanzas eran útiles desde diversos puntos de vista. Saciaban la sed de sangre de las columnas africanas; eliminaban gran número de oponentes potenciales (anarquistas, socialistas y comunistas a quienes Franco despreciaba como chusma); y, sobre todo, generaban un terror paralizante» 19.
En la misma línea de Paul Preston, a quien reconoce como «el inspirador principal de mis investigaciones» 20, Sebastián Balfour pretende estudiar —entre otras cuestiones— la relación entre la Guerra de Marruecos y la Guerra Civil. Entre sus numerosos desenfoques no extraña que, al relatar la matanza de la plaza de toros, no falten alusiones a las mil doscientas víctimas —en la primera noche—, a los gestos de júbilo para celebrar cada ejecución, a una especie de corrida de toros con seres humanos y a la banda de música. Todavía el 23 de agosto, el periodista Jay Allen «podía percibir el olor de la sangre de tantos hombres y mujeres ejecutados». En síntesis: una serie de detalles que ponen de relieve cómo únicamente repite lo ya dicho por autores como Peter Wyden 21, Reig Tapia, Vila Izquierdo 22 o el propio Preston.
El relato de Alberto Reig Tapia 23 sobre Badajoz está al servicio de su idea acerca de lo que llama los mitos de la tribu, un intento de diferenciar, leemos en la contraportada del libro: «Entre la historia y la memoria de la guerra y las manipulaciones propagandísticas que aún circulan debidas a un consenso políticamente funcional para el restablecimiento de la democracia en España, pero científicamente disfuncional para el afianzamiento y desarrollo de su cultura política».
El resultado es una puesta al día de los viejos mitos de la propaganda frentepopulista que se apoya sobre una base historiográfica completamente distorsionada y se expresa en el lenguaje agresivo y plagado de descalificaciones que estos autores han puesto en circulación y que se viene haciendo, desgraciadamente, cada vez más frecuente. Su fuente principal son los relatos de los periodistas Mario Neves y Jay Allen mientras que afirma haberse servido del ya citado Vila Izquierdo para situar el contexto histórico general de la guerra en la zona. En cambio, prescinde de las investigaciones elaboradas en torno a la Universidad de Extremadura, probablemente porque uno de sus principales representantes, el Doctor Sánchez Marroyo, es uno de los que ha puesto en sus verdaderos límites el asunto de Badajoz 24 y Reig Tapia hubiera tenido que renunciar a seguir escribiendo.
Las huellas de Vila Izquierdo y de Jay Allen son palmarias cuando Reig Tapia vuelve a darnos su versión de episodios como el intento de asalto a la cárcel de Badajoz, de los mil fusilados en Almendralejo o cuando los derechistas asesinados en Talavera la Real por milicianos en retirada se convierten en dieciocho ejecutados por un Tribunal Popular. Como tampoco ha sido muy riguroso al dar las cifras de las víctimas causadas por los frentepopulistas, tal vez espera que no seamos demasiado escrupulosos como para poner en cuestión que en esta última localidad fueron unos seiscientos los campesinos fusilados por los sublevados sin formación de causa 25.
Con semejantes precedentes, y otros que pueden comprobarse fácilmente, no parece que sea necesario prestar demasiada atención a las páginas que Reig Tapia dedica a la matanza de Badajoz, sí cabría exigir mayor rigor en la selección y empleo de sus fuentes a quien se presenta como Profesor de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid y de Política Española Contemporánea en la Universidad de Nueva York.
Las conclusiones de Reig Tapia han sido asumidas posteriormente por Francisco Espinosa Maestre 26, un autor que ha manejado exhaustivamente las Actas de Defunción de los Registros Civiles pacenses y la documentación de otros archivos mientras que en el uso de fuentes secundarias se muestra mucho más avezado que Reig Tapia.
[...]
Por paradójico que pueda parecer y aunque él pretende demostrar otra cosa, la investigación de Espinosa Maestre 27 viene a corroborar las cifras que otros hemos dado acerca de la represión en la capital pacense. En efecto, en el trabajo colectivo dirigido por Fernando Sánchez Marroyo y publicado en la Revista Alcántara 28, en el artículo de este último sobre la represión en Badajoz antes citado y en mis anteriores investigaciones 29 se coincide —con ligeras variantes— en que se registraron en Badajoz algo más de mil fusilamientos entre 1936 y 1945. Centrándonos en la critica que Espinosa Maestre hace a mis cifras, estas son sus palabras:
«El “error” es notable: ateniéndonos solo al Registro Civil de Badajoz, los 1.080 registrados de su trabajo para el período 1936-1945 se convierten según mi investigación en 1.243, una diferencia de 163 casos, casi todos relativos al 1936; y frente a sus 493 casos –simples números– contamos realmente con 663, que ahora se ofrecen por primera vez con sus datos personales y fecha de muerte. Naturalmente todas esas cifras aumentarían si tuviéramos en cuenta a los que habiendo sido asesinados en Badajoz fueron inscritos fuera de ella o a los que proceden de fuentes distintas al Registro de Defunciones, ninguno de los cuales fueron tenidos en cuenta en ese trabajo» 30.
Dejando de momento a un lado esta esperanza en un hipotético aumento de las cifras; observemos lo que dice Espinosa: «los 1.080 registrados de su trabajo para el período 1936-1945 se convierten según mi investigación en 1.243, una diferencia de 163 casos, casi todos relativos al 1936; y frente a sus 493 casos —simples números— contamos realmente con 663».
Es decir, que el incremento de víctimas en 1936 (170) supera en varios casos al incremento para todo el periodo (163), esperando que Espinosa nos aclare cómo es posible esto, podemos constatar cómo después de una búsqueda exhaustiva ha logrado incrementar la cifra de fusilados en Badajoz capital durante el año 1936 en un total de ciento sesenta y tres personas. Aún suponiendo que esta cifra fuera correcta cabe preguntarse si estaba más cerca de la realidad la cifra que habíamos proporcionado a partir del Registro Civil o las que venían repitiendo Vila Izquierdo, Preston, Reig Tapia y tantos otros (que oscilaban entre las mil doscientas solamente para la primera noche y las nueve mil). No cabe duda de que habíamos sido nosotros los primeros en fijar el orden de magnitud correcto: en torno a las quinientas personas para todo el año.
Pero es que, además, el incremento de las cifras no responde a esos ciento sesenta y tres casos y para demostrarlo basta acudir a las relaciones nominales 31; comprobamos allí que entre las víctimas de 1936 Espinosa incluye a las que se produjeron con anterioridad a la entrada en la ciudad de las tropas nacionales y que, por lo tanto, fallecieron en el asalto al Cuartel de Santo Domingo o como consecuencia de los bombardeos; mezcla víctimas de la represión y caídos en combate, añade caídos del bando nacional 32, tiene nombres repetidos... En síntesis, será necesaria una depuración de estos datos para poder determinar hasta que punto hay que elevar —siempre de manera no significativa— aquellas quinientas bajas con las que se efectuaron en otros Registros Civiles de la provincia.
1 VILA SAN JUAN, José Luis, Enigmas de la Guerra Civil Española, Nauta, Barcelona, 1974, p.57-74.
2 Cfr. SÁNCHEZ MARROYO, Fernando (et all.), «Una aproximación a la represión nacionalista en Extremadura», Alcántara 18 (1989), p.175-195; y SÁNCHEZ MARROYO, Fernando, «Los sucesos de Badajoz: entre la realidad y la propaganda» en ALONSO BAQUER, Miguel (dir.), La guerra civil española (Sesenta años después), Actas Editorial, Madrid, 1999, p.137-155.
3 Julián Casanova, en JULIÁ, Santos (coord.), Víctimas de la guerra civil, Temas de Hoy, Madrid, 1999. p.76 y 106.
4 MARTÍNEZ BANDE, José Manuel, La marcha sobre Madrid, Librería Editorial San Martín, Madrid, 1982, p.143-150. Numerosas precisiones sobre los relatos publicados acerca de lo ocurrido en Badajoz pueden verse en MARTÍN RUBIO, Ángel David, Salvar la memoria. Una reflexión sobre las víctimas de la guerra civil, Fondo de Estudios Sociales, Badajoz, 1999, p.152-162.
5 MARTÍNEZ BANDE, José Manuel, La marcha sobre, p.149.
6 En el New York Herald Tribune apareció una crónica firmada por Reynolds Packard pero la agencia United Press desmintió su presencia en la ciudad.
7 También un informe del Colegio de Abogados de Madrid afirmaba que «En Badajoz, al entrar las fuerzas fascistas, encerraron en los corrales de la plaza de toros a 1.500 obreros. Colocaron ametralladoras en los tendidos de la plaza y, haciendo salir a aquéllos a la arena, los ametrallaron impíamente. En terrible amontonamiento permanecieron los cadáveres en el ruedo. Algunos obreros quedaron heridos y nadie atendió los lamentos de su agonía», cit. por REIG TAPIA, Alberto, Ideología e Historia. Sobre la represión franquista y la guerra civil, Akal, Madrid, 1984, p.163.
8 Cit. por CABANELLAS, Guillermo, Cuatro Generales. II. La lucha por el poder, Planeta, Barcelona, 1977, p.287-288.
9 Mc NEIL-MOSS, The legend of Badajoz cit. por NEVES, Mario, Las matanzas de Badajoz, Editora Reg. de Extremadura, Mérida, 1986, p.90.
10 «La opinión inglesa, como la de los demás países, tenía conocimiento de los acontecimientos que estaban ocurriendo en España a través de los corresponsales de agencias de noticias y periódicos; y en este aspecto, la actitud de cada uno de los bandos a la hora de utilizar los servicios de los periodistas fue muy distinta, pues mientras los republicanos manejaron a la perfección esta arma, sus contrarios no le dieron demasiada importancia, o dándosela, no supieron emplearla adecuadamente», SUÁREZ, Federico, «El carácter de la guerra de España», Razón Española 18 (1986), p.24.
11 CIERVA, Ricardo de la, Historia actualizada de la Segunda República y la Guerra de España, 1931-1939, Fénix, Madrid, 2003, p.314.
12 Crónica del 15-agosto; NEVES, Mario, Las matanzas de Badajoz, p.44-45.
13 VILA IZQUIERDO, Justo, Extremadura: la Guerra Civil, Universitas Editorial, Badajoz, 1984, p.56. Citas semejantes podrían reproducirse de otros muchos libros cuyos autores prefieren repetir a los promotores de la leyenda que acudir a las fuentes.
14 Crónica del 16-agosto; NEVES, Mario, Las matanzas de Badajoz, p.50.
15 Crónica del 17-agosto, censurada por el gobierno portugués, publicada por primera vez en 1964 y reproducida en NEVES, Mario, Las matanzas de Badajoz, p.59-61.
16 Crónica del 16-agosto; NEVES, Mario, Las matanzas de Badajoz, p.50-51.
17 PRESTON, Paul, Franco, Caudillo de España, Grijalbo-Mondadori, Barcelona, 1994.
18 PRESTON, Paul, Franco, Caudillo de España, p.189. No veo fundamento para la afirmación de que Franco despreciara a los milicianos como no lo hizo más tarde con el Ejército Popular. Valga como ejemplo la alusión a un episodio ocurrido precisamente en la Marcha sobre Madrid: «Franco alaba el heroísmo de un grupo de rojos que han resistido ocho días sitiados en la iglesia de Almendralejo. Eran cincuenta y aguantaron el incendio de la torre», IRIBARREN, José María, Con el General Mola, Librería General, Zaragoza, 1937, p.271.
19 PRESTON, Paul, Franco, Caudillo de España, p.209.
20 BALFOUR, Sebastián, Abrazo mortal. De la guerra colonial a la guerra civil en España y Marruecos. 1909-1939, Ediciones Península, Barcelona, 2002, p.9.
21 WYDEN, Peter, La guerra apasionada. Historia narrativa de la Guerra Civil Española, 1936-1939, Martínez Roca, Barcelona, 1983.
22 VILA IZQUIERDO, Justo, Extremadura: la Guerra Civil.
23 REIG TAPIA, Alberto, Memoria de la Guerra Civil. Los mitos de la tribu, Alianza Editorial, Madrid, 1999, p.107-147. El valor que hay que conceder a las páginas que Reig Tapia dedica a Badajoz se puede calibrar comparándolas con las que dedica al Alcázar de Toledo que considera «uno de los mitos más caros, si no el mito por antonomasia, del franquismo» (cfr. pp. 149-187). Para sostener su desmitificación tiene que prescindir y desprestigiar –naturalmente sin conseguirlo– las sustanciales aportaciones de todos los que han estudiado con rigor esta cuestión, sobre todo Alfonso Bullón de Mendoza y Luis E. Togores (cfr. BULLÓN DE MENDOZA, Alfonso - TOGORES, Luis Eugenio, El Alcázar de Toledo. Fin de una polémica, Actas Ed., Madrid, 2001). Una refutación de la exposición de Reig sobre el Alcázar puede verse en MOA, Pío, Los mitos de la guerra civil, La Esfera de los libros, Madrid, 2003, p.265-273.
24 Este rechazo a los trabajos procedentes de la Universidad de Extremadura es compartido por Espinosa Maestre que no se limita a silenciarlos sino que critica abiertamente a autores como Sánchez Marroyo y Chaves Palacios.
25 REIG TAPIA, Alberto, Memoria de la Guerra Civil, p.112.
26 ESPINOSA MAESTRE, Francisco, La columna de la muerte, Crítica, Barcelona, 2003, p.257-258.
27 ESPINOSA MAESTRE, Francisco, La columna de la muerte.
28 Cfr. SÁNCHEZ MARROYO, Fernando (et all.), «Una aproximación a la represión».
29 MARTÍN RUBIO, Ángel David, Salvar la memoria, p.148-149.
30 ESPINOSA MAESTRE, Francisco, La columna de la muerte, p.504.
31 Cfr. ESPINOSA MAESTRE, Francisco, La columna de la muerte, p.340-348.
32 Por ejemplo Antonio Bravo González, Felipe Díaz Toro, Miguel Pérez Oñiveniz, José Prieto Uña y Agustín de la Cruz González.
[“Los mitos de la represión en la Guerra Civil”, págs. 117-127, 132-3]
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ZULU 031 niegas el exterminio en dicha ciudad en las susodichas fechas?¿
Eso si ni un bando ni el otro dice nunca toda la verdad, pero eso es algo que todos hemos asumido hace años, pero un asesinato en masa es un asesinato.
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Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
- ZULU 031
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La Guerra Civil terminó hace 70 años
Hasta hace escasamente cinco años, la guerra fratricida que asoló nuestra Patria entre 1936 y 1939, parecía muy lejana y el eco del 1 de abril con el “parte de la Victoria” del vencedor era prácticamente inexistente, quedando únicamente en la mente de algún nostálgico, pero he aquí que de pronto una guerra con todos sus divisiones y odios se nos ha vuelto presente y nos parece que fue ayer cuando terminó el conflicto. Si repasamos la gran cantidad de publicaciones, reportajes, películas, etc., que se han generado en los últimos años, nos damos cuenta que la guerra se nos ha hecho patentes y los que casi no la habían oído nombrar, ahora hablan de las batallas y de los hechos que se produjeron en aquellos lúgubres años.
Me recuerda esta resurrección a la de la religión cristiana tras setenta años de olvido, oprobio y persecución en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), hoy Rusia y repúblicas colindantes, de tal forma que nada más desmantelarse la dictadura comunista, resurgió de sus cenizas la Iglesia Ortodoxa y se pudieron ver a los antiguos “zares del régimen dictatorial” besar el anillo de los patriarcas.
Evidentemente las concomitancias entre los dos hechos prácticamente termina con el tiempo de permanencia en la oscuridad. En el caso de los países del Este habría que decir que la religión, queramos o no, forma parte intrínseca del ser humano, necesitado de un apoyo espiritual para su angustia existencial, de tal manera que no se puede erradicar por decreto esa capacidad de la persona humana de enlazar con Dios.
El caso de España es totalmente distinto. Parece como si hubiera sido una estrategia política bien planeada, poniendo en un lugar a los sucesores de los vencedores, pero al mismo tiempo enmarcándolos como sucesores de las dictaduras fascistas y de un régimen sin libertad, y en el otro a los derrotados y sucesores de las victoriosas democracias de la II Guerra Mundial. No importa que con ello haya llegado la crispación social, al fin y al cabo lo que interesan son votos para gobernar.
España es desgraciadamente conocedora de las guerras civiles, de tal forma que no existe país occidental que no haya tenido más a lo largo de su historia. Comienza la edad moderna con una guerra en donde se enfrentan Isabel y Fernando a la legítima (mal que pese) reina de Castilla; continúan la guerra de las comunidades; el levantamiento de los moriscos; el intento de desmembración con Felipe IV, la guerra de Sucesión; la de la Independencia, en donde recordemos que había españoles en el bando del rey José; la constitucionalista de 1823; la carlista o de los siete años, las segunda y terceras de la misma denominación; los alzamientos republicanos de 1869 y 1872; la guerra cantonal; la de Cuba y Puertos Rico; para culminar con la Civil del 36 al 39. ¿No son demasiadas guerra entre hermanos para resucitar la última?
Una guerra civil es siempre muy dolorosa porque las familias se rompen y los hermanos luchan contra los hermanos. En mi familia se recuerda una escena, escrita en una carta, en la cual en la batalla de Somorrostro, que debió ocurrir sobre 1873 o 1874, mi bisabuelo y su hermano se encontraban en bandos opuestos, y cuando terminó el combate, se aprobó un armisticio para recoger a los heridos de cada bando, encontrándose los dos hermanos al buscar si el otro había caído. Se abrazaron y lloraron y luego volvieron a separarse para seguir cada uno su camino. Terminada la guerra y reintegrados a la paz, nunca volvieron a comentar aquel episodio, descubierto muchos años después al remover los papeles familiares.
Las guerras carlistas, no fueron solo dinásticas, sino conllevaban una gran carga ideológica, similar (teniendo que hacer la salvedad de los años) a la de 1936 a 1939. En todas ellas se dilucidaba una forma distinta de entender la convivencia nacional. Pero curiosamente a las primeras se les ha descargado en los textos escritos de cualquier odio, rememorándolas como hechos significativos de la historia española. No así a la segunda, en donde desde determinadas instancias se sigue insistiendo machaconamente en recordar el enfrentamiento ideológico, el encasillar a unos en el bando de los “buenos” y a otros en el de los “malos”.
La generación de la democracia, a la que me honro en pertenecer, dio muestras de generosidad, descargando de pasión los años pasados e ilusionando a los españoles con el futuro, pero algunos de la siguiente generación, la de los nietos, la que nunca oyó hablar de la guerra, quiere encender la mecha de la discordia y revivir el pasado como presente.
Paz y honra a los que cayeron por sus ideales. Sea el setenta aniversario el recordatorio de una merecida reconciliación.
Hasta hace escasamente cinco años, la guerra fratricida que asoló nuestra Patria entre 1936 y 1939, parecía muy lejana y el eco del 1 de abril con el “parte de la Victoria” del vencedor era prácticamente inexistente, quedando únicamente en la mente de algún nostálgico, pero he aquí que de pronto una guerra con todos sus divisiones y odios se nos ha vuelto presente y nos parece que fue ayer cuando terminó el conflicto. Si repasamos la gran cantidad de publicaciones, reportajes, películas, etc., que se han generado en los últimos años, nos damos cuenta que la guerra se nos ha hecho patentes y los que casi no la habían oído nombrar, ahora hablan de las batallas y de los hechos que se produjeron en aquellos lúgubres años.
Me recuerda esta resurrección a la de la religión cristiana tras setenta años de olvido, oprobio y persecución en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), hoy Rusia y repúblicas colindantes, de tal forma que nada más desmantelarse la dictadura comunista, resurgió de sus cenizas la Iglesia Ortodoxa y se pudieron ver a los antiguos “zares del régimen dictatorial” besar el anillo de los patriarcas.
Evidentemente las concomitancias entre los dos hechos prácticamente termina con el tiempo de permanencia en la oscuridad. En el caso de los países del Este habría que decir que la religión, queramos o no, forma parte intrínseca del ser humano, necesitado de un apoyo espiritual para su angustia existencial, de tal manera que no se puede erradicar por decreto esa capacidad de la persona humana de enlazar con Dios.
El caso de España es totalmente distinto. Parece como si hubiera sido una estrategia política bien planeada, poniendo en un lugar a los sucesores de los vencedores, pero al mismo tiempo enmarcándolos como sucesores de las dictaduras fascistas y de un régimen sin libertad, y en el otro a los derrotados y sucesores de las victoriosas democracias de la II Guerra Mundial. No importa que con ello haya llegado la crispación social, al fin y al cabo lo que interesan son votos para gobernar.
España es desgraciadamente conocedora de las guerras civiles, de tal forma que no existe país occidental que no haya tenido más a lo largo de su historia. Comienza la edad moderna con una guerra en donde se enfrentan Isabel y Fernando a la legítima (mal que pese) reina de Castilla; continúan la guerra de las comunidades; el levantamiento de los moriscos; el intento de desmembración con Felipe IV, la guerra de Sucesión; la de la Independencia, en donde recordemos que había españoles en el bando del rey José; la constitucionalista de 1823; la carlista o de los siete años, las segunda y terceras de la misma denominación; los alzamientos republicanos de 1869 y 1872; la guerra cantonal; la de Cuba y Puertos Rico; para culminar con la Civil del 36 al 39. ¿No son demasiadas guerra entre hermanos para resucitar la última?
Una guerra civil es siempre muy dolorosa porque las familias se rompen y los hermanos luchan contra los hermanos. En mi familia se recuerda una escena, escrita en una carta, en la cual en la batalla de Somorrostro, que debió ocurrir sobre 1873 o 1874, mi bisabuelo y su hermano se encontraban en bandos opuestos, y cuando terminó el combate, se aprobó un armisticio para recoger a los heridos de cada bando, encontrándose los dos hermanos al buscar si el otro había caído. Se abrazaron y lloraron y luego volvieron a separarse para seguir cada uno su camino. Terminada la guerra y reintegrados a la paz, nunca volvieron a comentar aquel episodio, descubierto muchos años después al remover los papeles familiares.
Las guerras carlistas, no fueron solo dinásticas, sino conllevaban una gran carga ideológica, similar (teniendo que hacer la salvedad de los años) a la de 1936 a 1939. En todas ellas se dilucidaba una forma distinta de entender la convivencia nacional. Pero curiosamente a las primeras se les ha descargado en los textos escritos de cualquier odio, rememorándolas como hechos significativos de la historia española. No así a la segunda, en donde desde determinadas instancias se sigue insistiendo machaconamente en recordar el enfrentamiento ideológico, el encasillar a unos en el bando de los “buenos” y a otros en el de los “malos”.
La generación de la democracia, a la que me honro en pertenecer, dio muestras de generosidad, descargando de pasión los años pasados e ilusionando a los españoles con el futuro, pero algunos de la siguiente generación, la de los nietos, la que nunca oyó hablar de la guerra, quiere encender la mecha de la discordia y revivir el pasado como presente.
Paz y honra a los que cayeron por sus ideales. Sea el setenta aniversario el recordatorio de una merecida reconciliación.
Rafael Vidal Delgado
Coronel de Artillería en la Reserva
Diplomado de Estado Mayor y de Estados Mayores Conjuntos
Diplomado en Inteligencia Militar Conjunta
Diplomado en Mando de Unidades Paracaidistas
Doctor en Historia por la Universidad de Granada
Master Ejecutivo en Dirección de Seguridad Global (MEDSEG), por la Universidad Europea de Madrid y Belt Ibérica, S.A.
Master Ejecutivo en Dirección de Sistemas de Emergencia (MEDSEM), por la Universidad Europea de Madrid y Belt Ibérica, S.A
Presidente del Real Club Mediterráneo de Málaga
Profesor del Master Ejecutivo en Dirección de Seguridad Global (MEDSEG)
Profesor Principal del Master Ejecutivo en Dirección de Sistemas de Emergencia (MEDSEM)
Asesor de Planificación Estrátegica
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ZULU 031 escribió:SI. Pero no volver a repetirla como se pretende.
Te refieres a no volver a repetir la guerra como se pretende? he entendido eso y mejor no contesto hasta que me confirmes que has dicho eso, haber si luego quisiste decir otra cosa y te entendí mal y meto la gamba, explícate please
Licenciado en Geografía, Técnico en Gestión Ambiental y Planificación Territorial
- ZULU 031
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