Visto el interés de algún compañero de foro [sr.Roy] en el suceso de Duiveland, procedo a recuperarlo para que tengamos una idea más precisa de lo que sucedió.
En primer lugar, respetando la cronología, narraré el socorro de Targoes, similar al de Duiveland, aunque como se verá, con algunas diferencias importantes.
Entre otras hazañas memorables y dignas de eterna memoria, se verán aquí aquellas dos nunca assaz loadas: que esta nación y las demás por dos vezes, con escuadrón formado del modo que se pudo, vadeó el mar océano desde tierra firme a las Islas de Zeelanda, de noche y con frío, por distancia de dos leguas, con agua a los pechos, a la garganta y a ratos más arriba, por donde algunos se anegaron en ella; y llegados de la otra parte, hambrientos, desnudos, mojados, tiritando de frío, cansados y pocos, cerraron con los enemigos, que eran muchos más en número y estavan hartos, armados y descansados y atrincheados, y los hizieron huir a espadas bueltas
Fadrique Furio Ceriol, censor de los “Comentarios” de Bernardino de Mendoza.
Sitio de Targoes
El 26 de agosto de 1572, partían desde Flesinga [Vlissingen] 50 naves con siete mil hombres, la mayoría de ellos hugonotes franceses, pero también ingleses y escoceses levados por la reina de Inglaterra y flamencos. Su propósito, desembarcar en la isla de Walkeren, donde pondrían sitio a la villa abastionada de Targoes, entendiendo que caída esta, caerían después Middelburg y Ramua.
Por gobernador de la villa e isla estaba el capitán Isidro Pacheco, con su compañía de españoles y asimismo, con soldados valones. Desembarcados los rebeldes a una legua de Targoes, Pacheco envía a reconocer al enemigo, que se aloja a una cuarto de legua de la villa, escaramuzando los defensores a campo abierto con el campo invasor. Abriendo trinchera, al cabo de seis días pudieron plantar su batería [8 piezas de bronce y 4 de hierro colado] . Batieron por unos días por la cara de la puerta de la Cabeza, y arruinando la defensa en esta banda, mudaron el puesto, desplazando la artillería a la puerta del Emperador, donde estuvieron atacando hasta que abrieron una batería por donde pudieron dar asalto, acometiendo 3000 hombres “de todas naciones” equipados además con 30 escalas, durando el combate dos horas, siendo rechazados los asaltantes.
Los atacantes solicitaron un refuerzo, y Monsieur de Lumay les envió 2500 alemanes a cargo de un teniente [de coronel]. En esta ocasión, acometieron por la cara de la puerta de Sirquerque, abriendo trincheras de nuevo para poder plantar la artillería lo más próxima posible. Teniendo ahora tres baterías [brechas en la muralla] abiertas, planearon un asalto masivo por los tres lados. En tanto dilataron el asalto un día, Pachecho hizo trabajar a los de la villa construyendo un caballero [un bastión] frente a la batería de Sirquerque. Reconocidas las defensas [podían tener hasta 50 soldados en él] por el enemigo, este decidió postergar el asalto hasta que las circunstancias le fueran más propicias, y variaron el operativo: arrimando barriles de brea quisieron quemar el rastrillo de la puerta de Sirquerque.
Este intento fue rechazado por la defensa, y 20 soldados de la villa atacaron las trincheras, haciendo desampararlas a los franceses. Al día siguiente, hicieron una nueva salida, esta vez sobre las trincheras flamencas, tomando 7 prisioneros que ahorcaron en las murallas, y carne salada que robaron en los cuarteles de estos.
Intentaron asimismo los sitiadores ejecutar una mina, pero al oir la construcción de la contramina que los defensores realizaban, desistieron de su propósito. Intentaron sangrar el foso – quitar el agua abriendo canales para desaguarlo – y de nuevo lanzar un ataque contra los rastrillos de las puertas para quemarlo, pero fueron de nuevo rechazados.
Socorro de Targoes
El duque de Alba había ordenado a Sancho de Ávila y a Cristóbal de Mondragón que acudieran a la defensa del sitio desde Amberes, pero tras dos intentos de llegar a la isla embarcados, en los cuales fueron rechazados por la armada rebelde, decidieron buscar otras formas de llegar a la isla.
La gente de la tierra dio aviso a Sancho de Ávila de que Targoes había sido tierra firme y península, pero que un temporal tenido lugar hacía décadas había inundado la lengua de tierra que unía la ahora isla con la tierra firme, y que ese terreno, aunque ahora bajo el mar, era de aguas bajas, especialmente en la menguante.
De aquí se dedujo que el terreno inundado era lo bastante elevado como para poder ser vadeado a pie en hora de marea baja, a pesar de la distancia [tres leguas y media: más de 14 quilómetros en total, y 2 leguas >8 km de vado sumergido] y de la existencia de tres canales que cruzaban esta lengua de tierra.
Juntó Cristóbal de Mondragón tres mil hombres, españoles, alemanes y flamencos, y haciéndoles cargar pólvora, cuerda y bizcocho en unos saquillos de lienzo, para colocárselos sobre la cabeza, y siendo el maestre de campo de edad casi 60 años, se metió en el agua para dirigir la marcha.
Las mareas en el mar del norte implican una variación en el nivel de las aguas de varios metros: los españoles la midieron en una pica [unos cinco metros]. Había por tanto que darse prisa en cruzar el vado antes de que el agua creciera.
Tardaron en recorrer la distancia total unas cinco horas, ahogándose 9 hombres. Llegados a tierra firme, hicieron los fuegos prometidos que servirían de señal de llegada para los que quedaban en Brabante, y descansaron, para al día siguiente, llegar hasta Targoes, para atacando a los sitiadores, socorrer la villa.
Pero los enemigos tomaron la vía prudente, y haciendo ellos mismos señas con fuegos para avisar a su armada para que los viniera a recoger, se retiraron esa misma mañana levantando el campo para embarcarse y huir.
Desde Targoes, Isidro Pachecho no salió con su gente para dar en la retaguardia de los sitiadores, por no tener noticia de la llegada del socorro y considerar la retirada un ardid para atraer a sus pocos hombres a una trampa, pero conociendo la llegada de Mondragón, le pidió 400 arcabuceros de los que este traía para atacar a los que todavía estaban por embarcar, matando unos 700 hombres de los que quedaban en retaguardia.
Targoes y Duiveland. Dos hazañas con el agua al pecho.
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Roy escribió:¡Ardo en deseos de ver lo que nos prepara para Duiveland!
Pues aquí lo tiene usted.
Un saludo, y como dijo aquel: "me agrada que le agrade"
Duiveland, 1575
En este tiempo se continuaba la empresa de ganar las islas de Zelanda. Las personas conocedores de los canales de esta provincia dieron aviso de que desde la isla de Tolen [Landt van der Tolen] se podía llegar en barcas a Philipe Landt, una isla desde la cual se podía vadear andando en horas de marea baja, cruzando el canal y llegando a la isla de Duyvelandt, desde la cual, y cruzando un canal, se podía entrar en Schowen, isla donde se ubicaba Zierickzee, que era la villa y puerto que se pretendía tomar, pues daba el dominio de este grupo de islas.
El Comendador Mayor, Luis de Requesens, gobernador y capitán general de Flandes, acompañado por Sancho Dávila, Chapin Vitelli, el coronel Mondragón y Juan Usoria de Ulloa partió de Amberes a Bergen op Zoom, de allí a la isla de la Tola [o Toleno] de allí a la villa Saint Annelandt.
Las tropas: seis banderas de españoles que habían venido de Holanda del tercio de Julián Romero y cinco del de Valdés, la compañía de Isidro Pacheco y cien soldados del castillo de Amberes y algunas banderas de valones de las coronelías del Conde de Rus, Cristóbal de Mondragón y Francisco Verdugo, la compañía de alemanes altos de Francisco de Montesdoca, gobernador de Maastricht, otras banderas de alemanes del Conde Haníbal y dos de gastadores, siendo número de mil soldados de cada nación y tres mil en total, doscientos gastadores y cuatro compañías de caballos, que servían de hacer guardia en la Tolen.
Se enviaron cuatro compañías [dos de españoles y dos de valones] a reconocer el paso, “a tentar el vado”. Yendo en barcas hasta la isla de Philipslandt, aguardaron la menguante, y comenzaron a cruzar el vado que había de pasarles a Duiveland, recorriendo la mitad del camino, donde la armada de los rebeldes salió a defenderles el paso. En este punto se dieron la vuelta, y viendo la dificultad física del paso, y el impedimento que les ponía la armada rebelde, informaron al Comendador que “serían más los soldados que se perderían al vadear que los que pasarían en salvo”.
Juan Osorio de Ulloa, empeñado en recibir el mando de esa misión, no quiso oir las voces que descartaban la factibilidad del paso, así que envió a Juan de Aranda, sargento de la compañía del capitán Juan Daza a reconocer el vado de noche, junto con 12 hombres y dos guías que certificaban el paso, con el empeño personal de traer tierra y hierba del dique de Duiveland, o morir en la empresa.
Así, haciendo el camino indicado, con barcas hasta Philipslandt, y caminando a la menguante, pasaron de noche entre las dos partes en que se dividía la armada rebelde, cada una a cada costado del bajío por el que caminaban. Pasando dificultades por haber de caminar la mayor parte del camino en el agua, consiguieron poner el pie en el dique Juan de Aranda, Lezcano y Francisco de Marradas, pero descubriendo una guardia a Marradas, tocaron alarma, y tuvieron que volver a hacer el camino. [1]
Teniendo éxito en el reconocimiento, lo comunicaron, y la decisión de efectuar el cruce se tomó, no sin que se presentaran varios pareceres, algunos de ellos discordantes, basados en el testimonio de los primeros cuatro capitanes, que tuvieron problemas para cruzar, por la existencia de la armada rebelde, que aquello “era más locura que deseo de acertar”.
Pero el recuerdo del cruce de Targoes, junto con el reconocimiento de Aranda, fueron los puntales para sostener la idea de que el cruce era posible, hubiera armada rebelde o no.
La víspera de San Miguel, 28 de septiembre, llegaron al fuerte de Saint Annenland los 1500 hombres de las tres naciones que habían de cruzar el vado. Allí se les dio un par de zapatos, y unas alforjas a cada uno, para que llevasen dos libras de pólvora y otras dos de queso y bizcocho.
el comendador mayor habló a los soldados, visitando cada cuartel en particular, que mostraron gran contentamiento de que los quisiese honrar tanto como elegirlos entre los demás que tenía Su Magestad en los Estados para tal jornada.
A las once de la noche del 28, reunió el Comendador a los cabezas de la expedición. A Sancho de Ávila le encomendó el cargo de las galeras con que cruzaría la gente a Philippeland. A Mondragón, el mando de los alemanes y valones, y a Juan de Osorio los españoles, y con ellos, el mando de la gente que había de cruzar.
De vanguardia, le tocaba a Juan de Osorio con los españoles, seguido por los alemanes y valones, y tras ellos, los gastadores, y cerrando la marcha, Gabriel de Peralta, con su compañía de españoles, haciendo los efectos de escoba.
El objetivo, llegar a Duiveland, donde los rebeldes tenían hechos fuertes [Oostduiveland] y trincheras en el mismo dique que daba vida a la isla, cruzando de una isla a otra un vado de mar de legua y media, en el espacio temporal de la menguante, entre dos armadas de los rebeldes, y hecho el cruce, asaltar las posiciones de los rebeldes, que se encontraban en posición firme y descansados, y esto, hecho por hombres cansados y desnudos.
Desnudándose [quedándose en medias calzas y camisa] Juan Osorio de Ulloa, el resto de capitanes y hombres que habían de cruzar el vado le imitaron, y se metieron en las barcas con que habían de cruzar a Philippeland. Hecho el desembarco, atravesaron la isla, y llegando ya al bajío, comenzaron a caminar en fila de uno, con los arcabuces, picas y espadas en las manos, metiéndose en el agua, la cual les llegaba primero a las rodillas, luego a la cinta, y luego a los pechos, caminando sobre un lecho enlodado que entorpecía el paso.
Apercibida de ordinario la armada rebelde para vigilar las aguas, más aún después de la expedición de Aranda, aguardaban el cruce: 38 navíos gruesos y 200 barcas, a banda y banda del bajío o banco por el que transitaban las tropas del rey de España, haciéndoles un paseíllo por ser el paso inexcusable.
A pesar de ser de noche, y ser cumplido el silencio en la marcha, el chapoteo del caminar en el agua dio noticia a los rebeldes de la presencia de los soldados del rey, los cuales empezaron a recibir fuego de artillería y arcabuces. El único factor positivo de todo era que el bajío impedía a los navíos artillados aproximarse, pero la menguante había acabado ya, y comenzaban a crecer las aguas, arrimándose de tal manera las barcas que desde las mismas, con unas batidoras de trigo [tres palos unidos a una vara por unas correas de cuero, una especie de rudimentario pero efectivo nunchaku] golpeaban a los soldados, y con ganchos los atrapaban, sin que estos pudieran aprovecharse de sus armas, ni detenerse a defender, pues lo único que había que hacer era caminar, caminar y no ahogarse antes de llegar a tierra firme, al dique que debían asaltar.
El capitán Isidro Pacheco, que había defendido Targoes de los rebeldes, y que había sido liberado por una expedición como en la que ahora él mismo participaba, fue muerto por la artillería de la armada.
Don Gabriel de Peralta, del cual dijimos que llevaba la retaguardia caminaba lo aprisa que podía, llegando incluso a mezclarse su compañía con los gastadores que habían de empujar, ahogándose ya muchos con la creciente. Por no haber hecho ni la mitad del camino, y ver que el agua les comía, y que el paso lento de los últimos de la cola le entorpecía, tuvo que darse la vuelta, retornando al comienzo de su camino.
Llegaban ya los españoles encabezados por Juan Osorio al dique, que era defendido por 10 banderas de ingleses, franceses y escoceses dirigidos por Monsieur de Boissot, y tomando 20 soldados, que eran los que con él iban a la cabeza, con espadas y picas en la mano, por no tener otra cosa que hacer que ocupar el dique, se subieron a él, y atacaron a los rebeldes que lo defendían, desamparando estos sus puestos, y retirándose a los fuertes que sobre el mismo dique estaban hechos, o a sus navíos.
Retirados los rebeldes, y ganada este cabeza de puente, tan “sólo” quedó ocupar la isla. Un proceso que no se completó hasta el 2 de julio de 1576, amotinándose a continuación las tropas que en esta durísima empresa habían participado, y dando lugar a los sucesos de ese año.
No tenemos el detalle de las bajas que sufrieron las tropas, pero de los 200 gastadores no quedaron sino 10 vivos. La mayor parte de las bajas fueron valonas y alemanes, y los españoles sufrieron menos en el cruce, probablemente, por el hecho de ir primeros.
Por si se les ocurre buscar en un mapa actual la situación geográfica en la cual se desarrolló esta acción encontraran que la acción del hombre ha convertido en península este antaño grupo de islas. Para que se hagan una idea adjunto un mapa de algo parecido a lo que se pudieron encontrar las tropas del rey: un conjunto de islas, y agua, mucha agua.
Pasando de Lant van der Tolen a Phillipe Landt, para cruzar a posterioridad al dique de Duivelandt, en la misma Oostduivelandt, o cerca de esta villa.
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