Jefes adecuados para tiempos duros.
Desde su fundación a principios del siglo XIX, la academia militar de West Point formaba al cuerpo de ingenieros militares de EEUU.Tras la Segunda Guerra Mundial, Patton y Eisenhower se dieron cuenta de que a los cadetes les hacía falta algo más importante: aprender a mandar. Entonces, comenzaron a estudiar todos los modelos de liderazgo y a contratar a los mejores profesores.
Y ahora viene lo bueno: hoy West Point es la mejor fábrica de líderes del mundo. Y no solo para el Ejército porque tras casi cinco años de formación y prácticas en el más puro estilo de la vieja Esparta, los cadetes pueden escoger entre seguir en el servicio militar o abandonar los fríos cuarteles de la academia para introducirse el tejido del país. Apenas dan un paso afuera, estos chicos y chicas son contratados por las empresas privadas y las instituciones públicas porque llevan en la frente un sello de garantía.
Lo que pasa es que West Point, a diferencia de lo que se opina por ahí, no forma líderes que primero aprenden a obedecer diciendo «señor, sí señor», para luego ser los que joroban a los de abajo. No es así como funciona este invento. Al menos ésa no es la experiencia de Christina Juhasz, que salió en la promoción de 1990 y trabajó luego en Merrill Lynch. «Comandé a un grupo de novatos durante su entrenamiento básico. Pensé que había que hacerlo como lo había visto hacer a otros, con gritos y presión al estilo del sargento típico. Pues bien, mi unidad lo hizo fatal y acabaron odiándome. Me di cuenta de que el liderazgo no es una cuestión de imponer las reglas. No consiste en presionar. Es más bien una cuestión de inspiración, de plantear un modo de ver las cosas y de comunicarlas. Es cuestión de confianza mutua. Una vez te los has ganado y confían en ti, ya no te quieren decepcionar, y el liderazgo es pan comido».
Y, sobre todo, West Point construye líderes que sepan aguantar situaciones límite. ¿Y cuál es la madre de las situaciones límite? La guerra. Ahí se desintegra el orden y los jefes deben tomar decisiones rápidas con poca información, decisiones que pueden costar muchas vidas si son equivocadas. Por eso, los cadetes de West Point que han superado las pruebas y han afrontado misiones en todo el planeta durante su formación, se toman los conflictos empresariales con mucha más madurez y tranquilidad que los chicos de Harvard. Como decía un artículo de la revista americana Fast Company, «si Harvard es el West Point del capitalismo, bueno, en lo que se refiere al liderazgo, West Point es la pera limonera» (está en internet pinchando «grassroots leadership» y luego «Fast Company»).
Fundada poco después de la Guerra de Independencia, su primer director fue Sylvanus Thayer, un militar que creó las bases del modelo de la escuela: moral y disciplina. En su primer siglo, aparte de combatir a los indios y a Pancho Villa, los cadetes de West Point pasaron la mayor parte del tiempo elevando puentes, construyendo carreteras y vías férreas y hasta puertos de mar.Al llegar la Guerra de Secesión, la mayor fractura de la sociedad americana, hubo generales de West Point en los dos bandos: Lee con los confederados, y Grant con los unionistas.
Hoy, la academia sólo admite 900 alumnos al año de todos los países del mundo, aunque principalmente de EEUU. Proceden de las escuelas de secundaria y deben pasar los exámenes de grado que se exigen para entrar a cualquier universidad. No hay que desembolsar nada para estudiar en esta máquina de jefes.
Muchos de los jóvenes cadetes proceden de equipos de rugby donde han sido líderes. Pero una vez pisan West Point se les quitan las ganas de pavonearse porque todos son iguales. Lo importante es el equipo. En el primer año son plebeyos. Solo deben obedecer.En el segundo son yearlings (no existe traducción pero podía ser cachorros): se les asigna un pequeño equipo con el que deben compartir todo, crear las raíces de la confianza mutua. Al tercer año son vacas. Dirigen un grupo pequeño de jefes, y deben de aprender a mandar a través de ellos a la plebe, dando ejemplo y motivándolos con su comportamiento. Y al cuarto año ya son firsties, cadetes de primera clase.
En suma, hay permanentemente 4.000 cadetes de ambos sexos y de todas las razas en West Point. Los instructores los acogen a una edad que varía entre 18 y 23 años, un momento en el que la mayoría de los jóvenes sólo piensa en el botellón y la licencia de conducir. Deben ser solteros, no tener hijos a cargo y dar prueba de estar física y moralmente en su sitio. Cinco años más tarde son devueltos a la sociedad transformados en individuos capaces de afrontar cualquier desafío.
Muchos dicen que esa academia es Atenas y Esparta a la vez. Esparta por su dureza, por acostumbrarles a dormir en el suelo, en barracones de granito, sufrir inclemencias y esfuerzos colosales, aprender a no quejarse, y aguantar fuego enemigo. Y Atenas porque les educa al mismo tiempo los valores morales y humanos.
Por ejemplo, uno de los cursos más sorprendentes es el que tiene que ver con el arte del management. Nada que envidiar a una escuela de negocios: Introducción al Management, Marketing, Ingeniería, Relaciones Internacionales, Leyes, Finanzas, Management Estratégico, Recursos Humanos y, por supuesto, el Liderazgo Militar (vean el programa en
www.usma.es).
Los cadetes no pueden salir de la academia sin entregarse a los siete principios éticos de West Point: lealtad, deber, respeto, entrega, honradez, integridad, valor personal y, claro está, cumplir el Código de Honor: «Un cadete jamás miente, engaña, ni roba, ni tolerará a quienes lo cometen».
Creo que en las universidades españolas se debería introducir una materia que fuese Aprender a Mandar. Muchos estudiantes serán jefes tarde o temprano, así que ¿por qué esperar a que aprendan a fuerza de golpes? Si introdujéramos un poco de West Point en las facultades, tendríamos jefes que supieran mantenerse en pie ante un mundo en ruinas.
Refª:Carlos Salas. El Mundo 11Enero 2009.
Saludos.