Bueno, primero debo pedir disculpas si mi lenguaje se muestra en ocasiones grosero, pero es que el tema me enciende.
Segundo, me asombra que alguien defienda un estado de cosas que asegura el mantenimiento de una injusticia (los privilegios de los llanitos) a base de imponer por la fuerza una situación absolutamente sin sentido. Es el mismo caso que el de los privilegios forales vascos y navarros. Los beneficios son comunes, pero los costes de los otros. Gibraltar se asegura una relación en la que todos los aspectos le favorecen. Claro, como los que barren las calles son de La Línea, no saben de qué se quejan los españoles.
Tercero, me asombra que un español defienda de forma tan absurda y vehemente que los gibraltareños no sólo tienen derechos a su posición de privilegio, si no que debemos defenderla como un derecho que tienen por serlo. ¿Es una cuestión política? Porque al final va a resultar que como todo lo que implica defender la idea nacional, la soberanía, etc es de fachas, hay que lavar convenientemente las mentes con la idea de que Gibraltar no vale una guerra, ni siquiera una crisis. Las municipales son pronto y la crisis achucha y mucho. Señores: Mohammed mira todo esto con mucha más atención de la que creemos, y en cuanto vea que cedemos los ceutíes y los melillenses que se vayan buscando nuevo domicilio e identidad.
Cuarto, me asombra que no nos demos cuenta del valor que para el Reino Unido tiene la plaza de Gibraltar. Mientras la tenga, y vuelvo a emplear una opinión malsonante, perdon, nos tendrá asidos por el cul*. El incidente de la banderita es sintomático. El TN al mando de la Scimitar, M J Sykes, este señor:
... dio la orden de emplear en un ejercicio de tiro a menos de cinco millas de la costa española la bandera Nº1 de la NATO, sabiendo que los colores de dicha bandera son los mismos que los del pabellón nacional. En el resto de su carrera se jactará en camaretas y pubs por todo el globo, ante compañeros de la RN y otras marinas, de su "hazaña", y ello será una baza en su carrera a la hora de alcanzar el almirantazgo. Así se fabrica un espíritu naval. A costa de los "españoles". No faltará alguien que me diga que es un uso normal. La próxima vez que empleen letra T, si tienen huevos.
Quinto. Tenemos que decidir, ya, que queremos de Gibraltar. Si lo que vamos a hacer es esperar que los llanitos decidan hacerse españoles, se lo digo ya. Que no cuenten conmigo. Me pondré del lado de mi paisano Pérez Reverte.
Gibraltar Inglés
Los guardias civiles son inocentes como criaturas. Tanto golpe de tricornio y bigotazo clásico, y luego salen pardillos vestidos de verde. A quién se le ocurre pedir instrucciones concretas al Gobierno español sobre cómo actuar en aguas próximas a Gibraltar, donde la Marina Real británica lleva tiempo acosándolos cuando sus Heineken se acercan a menos de tres millas del pedrusco, pese a que la colonia no tiene aguas jurisdiccionales. Cada vez que una lancha picolina anda por allí persiguiendo a narcotraficantes y demás gentuza, los de la Navy salen en plan flamenco a decirle que o ahueca el ala o se monta un desparrame, mientras la embajada británica denuncia «inaceptable violación de soberanía». Para más choteo, la marina de Su Graciosa usa boyas con la bandera española en sus prácticas de tiro, a fin de motivarse. Cada vez, nuestros sufridos guardias, «para evitar males mayores y siguiendo instrucciones», no tienen otra que dar media vuelta y enseñar la popa. Y claro. Como el papel es poco gallardo, algunas asociaciones profesionales de Picolandia piden que esas instrucciones se den de forma clara, para saber a qué atenerse. Porque hasta ahora, la única recibida de sus mandos es la de «seguir patrullando por las mismas aguas, pero evitar conflictos mayores». O sea, largarse de allí cada vez que los ingleses lo exijan. Que es cuando a éstos les sale del pitorro.
La verdad. No he hablado últimamente con el ministro Moratinos, ni con el ministro Pérez Rubalcaba. Ni últimamente, ni en mi puta vida. Pero eso no es obstáculo, u óbice, para que desde esta página me sienta cualificado –como cualquiera de ustedes– para despejar la incógnita que atormenta a nuestros picolinos náuticos. ¿Cuándo el ministerio español de Exteriores va a dar un puñetazo en la mesa?, preguntan. Y la respuesta es elemental, querido Watson. Nunca. Suponer a un ministro español dando puñetazos en una mesa inglesa, o somalí, requiere imaginación excesiva. Las instrucciones a la Guardia Civil puedo darlas yo mismo: obedecer toda intimación británica y no buscarle problemas al Gobierno, a riesgo de que los guardias chulitos acaben destinados forzosos en Bermeo, o por allí. Porque si insisten, y los detienen los ingleses, y se les ocurre resistirse a la detención, para qué le voy a contar, cabo Sánchez. Sujétese la teresiana. La instrucción, que ya regía en pleno esplendor cuando gobernaba el Pepé –a ése también se la endiñaban bien–, vale para todo incidente imaginable: desde ametrallamiento de bandera, a copita y puro de la Navy con las zódiacs de los narcos, pasando por submarinos nucleares con tubo de escape chungo y paradas navales con banda de música y majorettes. Por el mismo precio también incluye la opción de desembarco de los Royal Marines de maniobras en las playas de La Línea, como ocurrió hace unos años, y la sodomización sistemática de los agentes del servicio marítimo de la Guardia Civil o de Vigilancia Aduanera a quienes la marina inglesa, al mirarlos con prismáticos, encuentre atractivos. Todo sea por evitar conflictos mayores.
Y ahora, una vez claras las instrucciones –luego no digan que no son concretas–, una sugerencia: podríamos dejarnos ya de mascaradas. De teatro estúpido que ofende la inteligencia del personal, guardias civiles incluidos. Gibraltar no va a ser devuelto a España jamás, y ninguno de los gobiernos pasados, presentes ni futuros de este país miserable, con el Estado sometido a demolición sistemática y los ciudadanos en absoluta indefensión, está capacitado para sostener reivindicación ninguna, ni en Gibraltar ni en Móstoles. Y no es ya que los gibraltareños abominen de ser españoles. En esta España incierta y analfabeta, desgobernada desde hace siglos por sinvergüenzas que han hecho de ella su puerco negocio, lo que desearíamos algunos es ser gibraltareños, o franceses, o ingleses. Lo que sea, con tal de escapar de esta trampa. Huir de tanta impotencia, tanta ineptitud, tanta demagogia, tanto oportunismo y tanta mierda. Largarnos a cualquier sitio normal, donde no se te caiga la cara de vergüenza cuando ves el telediario. Lejos de esta sociedad apática, acrítica, suicida, históricamente enferma.
Podrían dejarse de cuentos chinos. Reconocer que España es el payaso de Europa, y que Gibraltar pertenece a quienes desde hace tres siglos lo defienden con eficacia, en buena parte porque nadie ha sabido disputárselo. Y porque la Costa del Sol, donde los gibraltareños y sus compadres británicos tienen las casas, el dinero y los negocios, se nutre de la colonia; y sin ésta esa tierra sería un escenario más, como tantos, de paro y miseria. Así que declaremos Gibraltar inglés de una maldita vez. Acabemos con este sainete imbécil, asumiendo los hechos. La Historia demuestra que la razón es de quien tiene el coraje de sostenerla. Nunca de las ratas cobardes, escondidas en su albañal mientras otros tiran de la cadena.
Y que sí Carlogratto, que lo habéis conseguido. Que nos rendimos y que, con suerte, hasta le sacamos gusto a eso de que nos sodomize cualquiera que pase por nuestro lado.