Adrenalina a 3.500 km/h
Un día con la élite de la FAE. Superando varias veces la velocidad del sonido, decenas de pilotos se entrenan a diario en la base de Taura, en los aviones de combate.
El olor a combustible y grasa es inevitable en el silo 2 del escuadrón 2113 del Ala de Combate No. 21, donde descansa uno de los aviones supersónicos ‘Kfir’ de la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE), en Taura.
Allí no se escuchan ruidos. Solo las voces de un grupo de seis aerotécnicos se cuela mientras revisan cuidadosamente cada parte de la poderosa máquina de más de 15 metros de largo y 10 de ancho.
La ubicación es estratégica. Un túnel de un metro de grosor, construido de concreto puro -capaz de soportar cualquier atentado de bomba para destruir al ‘animal’- lo protege; sin mencionar que 3.000 metros antes de llegar al lugar, existe una estación de monitoreo satelital, dotada de una docena de carros lanzamisiles, que registra lo que ocurre alrededor.
No sentir la sensación de un ambiente de guerra es imposible, pero para los militares es su hábitat cotidiano. Mientras los técnicos trabajan, el motor de una camioneta doble cabina y el rechinar de las llantas contra la tierra advierten a quienes se encuentran en el lugar que alguien se aproxima.
Las voces se callan y todos se cuadran ante uno de sus ocupantes. Se trata de Juan Francisco Vivero, el comandante de la base de Taura, quien como todos los días y al igual que los pilotos del lugar, realizará un vuelo ordinario de prueba.
La camaradería es evidente en el personal. El “cómo está mi comandante”, se repite, sin perder la rigidez castrense.
El overol verde aceituna que distingue a Vivero no es suficiente protección para manejar la nave supersónica que alcanza velocidades de hasta 2.448 kilómetros por hora, superando incluso la del sonido (1.200 km/h). Sin embargo todos lucen relajados y concentrados.
El comandante se atreve a bromear: “¿quién me acompaña a coger billetes del cielo?”, a lo que todos responden con una carcajada. El mayor Santiago Galarza será su dupla.
A pocos metros se encuentra la sala de trajes especiales. Una especie de faja que cubre espalda, abdomen, piernas y brazos, es colocada con broches y cierres alrededor del overol. Cuando estén en el aire, esta se inflará y permitirá que la sangre fluya normalmente al cerebro.
Por la altura que alcanzan (30 km), la gravedad puede hacer que la irrigación se vaya a los pies. Un cinturón ubicado alrededor del cuello y la cintura les sirve de chaleco salvavidas. El casco les proporciona oxígeno por medio de una manguera.
Todo está listo. En el ambiente, la presión aumenta cuando los pilotos caminan hacia la nave para hacer, junto a los aerotécnicos, el chequeo respectivo.
Solo la voz de uno de los hombres se escucha: “llantas listas, remaches listos, sistema hidráulico ok...”. No debe haber una sola pieza sin revisar. “La vida depende de eso”, acota en voz baja el capitán Christian Vivero, jefe de comunicación social del Ala 21.
Ya en el encendido, el sistema computarizado del Kfir C-2 produce un pitido leve y casi imperceptible que marca la cuenta regresiva para encender motores, por lo que Vivero y Galarza bajan el ‘canopy’, o cobertor de la cabina, y en menos de 15 segundos toda el proceso empieza.
El sonido del ‘monstruo’ es estridente y solo se puede estar cerca de la nave con audífonos. El estruendo puede romper tímpanos y causar traumas.
La fuerza de la propulsión es tal, que si algunos de los que presencian el despegue tienen credenciales colgantes, estas son absorbidas.
El clima es perfecto. No hace sol y el cielo está despejado, pero cuando el C-2 hace su entrada a la pista a 300 metros, un avión Mirage F-1, casi de las mismas dimensiones e igualmente poderoso, aparece para formarse en la línea de partida. Las prácticas siempre se desarrollan entre dos aviones.
La adrenalina es inevitable y el estruendo se duplica. Primero acelera para despegar el Kfir soltando un halo de fuego, cuya fuerza alborota la arboleda que bordea la pista. Bastan tres segundos para que el Mirage F-1 cause el mismo efecto.
Son dos ‘gladiadores’ en práctica de prueba, pero en competencia al fin, ya que siempre -sin usar cohetes- ambos deben simular la persecución del uno al otro en el aire y en caso de que el vídeo posvuelo demuestre que alguno estuvo en ángulo para ser atacado, es derribado.
Las maniobras son infaltables. Ascienden y descienden en el cielo a miles de kilómetros por hora. Parece como si bailaran, pero es pura persecución. “Es este el verdadero peligro”, afirma uno de los pilotos. “Las aves suelen estrellarse en el ‘canopy’ y morir aplastadas contra el vidrio”.
La práctica no dura más de 40 minutos, al cabo de los cuales regresan a tierra. Para quien observa el entrenamiento por primera vez es una experiencia única, pero para ellos es cosa de todos los días. Como los miles de soldados de la patria, deben estar listos al llamado el día que sea, a la hora que sea.
Datos
Preparación
Para subirse a un avión supersónico, los pilotos pasan más de cuatro años de entrenamiento que no termina ahí, sino que continúa día a día. Los que llegan a pilotar uno son la élite de su rama.
De aniversario
La única base que tiene aviones de combate en el país, el Ala de Combate No. 21 de Taura, está de aniversario. El 28 de este mes cumple 54 años siendo la punta de lanza de este tipo de naves en el país, por lo que alistan un pregón.
Cifras
12 aviones posee cada escuadrón en Taura. Hay 2: el 2113 Kfir y el 2112 Mirage. Las escuadrillas son de 4 naves.
666 nudos por hora alcanza el Kfir. 1 nudo=1,8 km/h. Romper la velocidad del sonido significa sobrepasar los 1.200 km/h.
Fuente:
http://www.expreso.ec/ediciones/2009/08/16/guayaquil/adrenalina-a-3-500-km-h/Default.asp