Sábado, 17 de Julio de 2010 - 19:43
Redacción Expreso
Una Crónica inédita de un hecho ocurrido hace 22 años
El Guayas vs Cilla: Cuando el buque enfrentó un ciclón
Foto: Expreso
A bordo. A la travesía partieron oficiales, guardiamarinas y tripulantes, quienes debieron luchar juntos para sobrevivir al inesperado ciclón Cilla.
En marzo de 1988 el Buque Escuela Guayas zarpó a la regata Hobart-Sídney, en Australia. La tripulación nunca imaginó que en su travesía serían alcanzados por el ciclón Cilla.
Consecuencias. El Buque Escuela Guayas sufrió enormes averías como consecuencia del ciclón y debió atracar en Tahití, para su reparación.
Eduardo Sandoval (*)
Un día de marzo de 1988 salimos de casa con el corazón triste, porque dejábamos a nuestras esposas, hijos, padres y parientes, pero con el espíritu lleno de emoción, porque íbamos a trabajar por nuestra Armada y a representar a nuestra patria.
Hay una reflexión muy importante, en letras grandes y doradas en una de las cámaras: “El buque es un claustro heroico, no entres en él si no sientes la vocación sublime, pues mientras seáis allí depositarios de la bandera de la patria, cualquier debilidad humana puede arrastrarnos al deshonor”.
Con el pasar de los días, íbamos recordando instrucciones y claves. Hubo tardes de lluvia y sol, de trabajo y maniobras. Puertos a los que arribamos, puertos de los que zarpamos.
El comandante de la nave, Fernando Donoso, un día hizo esta reflexión: “El que no sabe orar, que no vaya al mar”.
Zarpamos para lo que fue la regata Hobart-Sídney, dos puertos australianos. Todos teníamos la esperanza, fe y seguridad de que íbamos a triunfar. Eso sí, respetando mucho a nuestros rivales.
Los españoles del buque Juan Sebastián Elcano vinieron a saludarnos y a despedirse. Al conocer nuestra ruta, comentaron: “¡Hostias, joder!, ¿sabéis que van a la boca del lobo? ¿Qué tan decepcionados de la vida estáis? ¿O acaso tenéis muchos cojo***, pues hombre? Allá las bajas presiones y huracanes no se dejan esperar. Bueno, que vayáis con Dios”.
Zarpamos de Wellington (Nueva Zelanda). ¿El recuerdo? Muchachitas y amigas que nos despiden, la banda de música que toca y nos anima.
Al siguiente día de la partida se anunció una baja presión atmosférica que venía del norte, directo hacia nosotros. El comandante Donoso cambió de rumbo directo al norte para evadir esos vientos de treinta, cuarenta nudos y más, para evitar una desagradable sorpresa en este mar embravecido.
Así pasaron los días. Casi nos habíamos acostumbrado. Días que hay sopa, días en que no; la gente ni preguntaba. Se comía lo que daban, pero se comía con gusto.
Las condiciones del tiempo se fueron poniendo difíciles: huracán al sur y baja de presión al norte.
Los días más agitados fueron un miércoles y un sábado. Cuando ocurren estas emergencias la gente lo llama “salir a retreta”, ya que justo es el día y la hora para aquello.
El martes 1 de marzo de 1988, en la formación de la mañana, nos anunciaron el cambio de rumbo. El huracán “Cilla”, con una fuerza de sesenta nudos y una velocidad de veinte, venía directamente hacia nosotros. A la velocidad que íbamos, de uno a dos nudos con vientos y corrientes en contra, nos agarrará justo en el “Ojo del Diablo”. Así llamaban al ojo de los huracanes los antiguos marinos. ¡Ay del que cae allí! Es una licuadora gigante. Nos destrozaría por completo.
Por ese motivo el comandante Donoso decidió tratar de sacar el buque lo más pronto posible de todo esto. El velero estaba muy golpeado. Había resistido mucho y con suerte.
El miércoles hubo una mala noticia. En formación en la cámara, el segundo comandante nos dijo la plena: “El huracán nos alcanzará, por más que hemos tratado de evitarlo”.
¡Nos alcanzará!, y nos instaba a revisar y trincar todo y actuar serenamente como lo hemos venido haciendo. Con la ayuda de Dios saldremos de esta. Nos dio ánimo. Lo vimos sereno. Sus palabras eran de confianza. Creíamos en él.
Ese día merendamos medio entre bromas y medio en serio. A ratos hubo risas. Cayeron platos y tazas. Algunos gritaron: “Nos cogió el Cilla”. Otros, “El Nola”. Y nunca faltó el chistoso que dijera “El Yala”. Aún no nos dábamos cuenta de la magnitud del problema que se nos venía. Y bromeábamos.
Luego, algunos trataron de descansar. Otros de leer o cantar al son de la vieja guitarra: “Larga distancia, por favor”.
De pronto, el buque comenzó a moverse más de lo acostumbrado. Aseguramos con dificultad la mesita de la cámara. Parecía que ya nos había agarrado el “Cilla”. Después se apagaron las luces. Se escucharon voces de alarma: “¡Es una emergencia, salir lo más rápido posible, todo el mundo a cubierta, más rápido! “¡Estamos sin gobierno, moverse!”.
Los electricistas lograron prender el generador de emergencia, pero la máquina principal estaba fuera de servicio ¿Cómo llamamos a esto? ¿El juicio final?
El mar estaba agitado. El agua empezaba a entrar por la borda. El buque se hundía y salía del mar. La gente caía, se resbalaba y levantaba. Alguien se cortó un dedo pero no de gravedad. Todos nos mirábamos como alelados. En nuestro interior decíamos: “Dios, si me llega la hora, que sea con dignidad y luchando hasta cuando nos cobijes con tu manto”.
Tratamos de descansar, pero era imposible. Alguien dijo que el agua estaba entrando a la sala de máquinas. No conocíamos la magnitud de la avería, pero no necesitábamos acudir: solo causaríamos estorbo.
De pronto, otra vez la alarma de emergencia: el buque se movía más que antes. De nuevo se apagó la máquina.
Nos ordenan que salgamos rápidamente. Lo hacemos con los chalecos salvavidas en la mano. Afuera, el viento pasa de los sesenta nudos por hora. Entraba demasiada agua por la borda. Por suerte, las falucheras trabajaban muy bien dejándola salir. Pero si alguien resbalaba en una de esas bruscas caídas, iría a dar directo al mar.
Nos agarrábamos de donde más podíamos por el instinto de sobrevivir. Vimos que un marinero estaba en la toldilla, colgado de las cadenas de protección. La nave vuelve a escorarse y su instinto lo regresan a bordo. En ese momento, alguien expresa: “Llegada la hora del combate, cada uno se habrá de superar”. Son palabras del himno de nuestra Armada.
Otra vez apareció el comandante en el puente de botes ordenando a gritos: “Icen el foque, ya icen el foque”.
La nave vuelve a ladearse bruscamente y el comandante desaparece de nuestra vista. “Cayó al agua”, me gritan en la oreja. Otro corrige: “No, allí está, aferrado a la borda”. Los que nos dimos cuenta de esto solo agradecimos a Dios y sonreímos inquietos y nerviosos.
Los oficiales, guardiamarinas y tripulantes, todos luchamos para salvar el buque. Parecía increíble pero estábamos saliendo del ciclón. Estuvimos muy cerca del ojo del Diablo y del Diablo en persona mismo.
¿Fue acaso nuestro esfuerzo el que nos sacó de esto? ¿Un milagro de Dios? Todos pensamos realmente que lo era.
Al día siguiente nos enteramos que solo un radioaficionado chileno, quien vivía en Sídney, Australia, nos había acompañado durante el ciclón.
El buque estaba maltrecho, el barbiquejo roto. Eran muchas cosas por reparar. Había poco combustible y de no cambiar el rumbo era imposible llegar. Felizmente, autorizaron buscar el puerto más cercano. El único, a doce días de navegación, era Tahití. Según la tradición, a Tahití no se viene una vez sino dos. “Ojalá”, me digo, pero también repito: “El que no sabe orar, que no vaya al mar”.
(*) Tripulante de la nave en ese viaje, autor de la crónica.
http://www.expreso.ec/ediciones/2010/07 ... un-ciclon/