La II República no es la España constitucional
(14 de abril de 2011. La voz de Galicia)
S e cumplen ochenta años de la proclamación de la II República. Un buen momento, sin duda, para seguir profundizando en su estudio, pero no desde luego para, primero, conmemorar el evento de forma extrañamente efusiva, y segundo, para tratar interesadamente de identificarla como el mejor precedente de esta España constitucional. Nada más inexacto y ausente de la verdad, al margen de los excesos de una desmemoriada ley de la memoria histórica. Entre la II República y esta España constitucional hay dos diferencias esenciales que impiden cualquier comparación.
Primera: su ilegitimidad político-constitucional de origen, ya que unas elecciones municipales -erigidas de facto, ante la ausencia de defensores de la Monarquía de Alfonso XIII (tocada de muerte tras su respaldo a la dictadura de Primo de Rivera) en un «cambio constitucional extraconstitucional»- terminaron por derrumbar el trasnochado funcionamiento del modelo de la Restauración canovista y de la Constitución de 1876. Por el contrario, tras la muerte del general Franco, se instó una ejemplar transición política, que desmantelaba las rancias estructuras totalitarias y abría la puerta, tras la Ley para la Reforma Política de 1976 -sometida a referendo del pueblo español- a unas elecciones democráticas en junio de 1977, y después a la elaboración de la carta magna de 1978.
Segunda: su ilegitimidad de ejercicio. De nuevo, el maestro Stanley Payne lo ha resumido con clarividencia: la República fracasó por su propia incapacidad y sus excesos. Una época caracterizada por el sectarismo, la bandería, la facción, la persecución del otro. Un tiempo al que se ha denominado, con razón, la «edad del odio» (Niall Fergusson), caracterizado por la peor «brutalización de la política» (George Mosse). El desprecio a las opiniones contrarias, la postergación de los que no pensaban como uno, se presenta, pues, como lo más antitético a los tres baluartes sobre los que se construyeron los basamentos de esta España de 1978: la reconciliación, el perdón y el pacto. El consenso, ha afirmado bien Virgilio Zapatero, es el lenguaje político de estos años. Así las cosas, los logros republicanos -la extensión del sufragio universal a las mujeres, el reconocimiento de los derechos sociales y económicos y una política proactiva a favor de la educación- se vieron pronto desbordados por los más reprobables desatinos: exaltación de la dictadura del proletariado, la invocación de la revolución permanente, una radical Ley de Defensa de la República, la suspensión de muchos de los derechos y libertades fundamentales, la persecución religiosa, las revoluciones anarquistas de 1933, la ausencia de respeto a los resultados electorales de 1934, la insurrección armada de 1934, los ajusticiamientos durante el Frente Popular de 1936? Una experiencia republicana marcada, por tanto, por la oposición de las derechas (monárquicos, falangistas y tradicionalistas) y por el sectarismo de las izquierdas (comunistas, anarquistas y socialistas). No es esto, no es esto, clamaría un desencantado Ortega y Gasset. Y el propio Manuel Azaña no pudo reprimir tampoco su pesar en La velada en Benicarló.
Nada mejor quizás que las palabras del añorado Javier Tusell: «La República supuso una democracia poco democrática». En suma, no nos equivoquemos.
http://www.lavozdegalicia.es/opinion/20 ... P18992.htm
Saludos