El cuento chino de la Semana Santa
El plazo se cumplió hace más de un año y ni el sistema de radares funciona ni la multa se ha cobrado. ¿Por qué el sistema no está operando si ya pasaron los 18 meses?".
"Give me the shadows graph, please". El general César Ramos, director de Logística de la Fuerza Aérea, trata de hacerse entender por el técnico chino que opera el radar. Le pide un tipo específico de imagen en la pantalla: el gráfico de sombras. "Shadows graph! Shadows graph!", desespera el general ante la cara de incomprensión absoluta de su interlocutor, que no habla jota de español y cuyo inglés, a más de precario, resulta ininteligible: "Shut off? Shut off?", malentiende el chino y se dispone a apagar el sistema. "¡Noo!", le detienen a coro cuatro voces: "Sha-dows-graph!".
Ocurrió el miércoles en algún punto selvático cercano a la frontera. En una colina no más alta que el cerro de El Carmen cuyo nombre y ubicación son secretos de Estado, se encuentra uno de los cuatro radares para la defensa aérea que la compañía china CETC International vendió al Ecuador por sesenta millones de dólares a raíz de los sucesos de Angostura. El general Ramos ha descendido del helicóptero Dhruv que lo trajo desde la base aérea más cercana, se ha cuadrado ante el respetuosísimo mayor a cargo del recinto y le ha preguntado, marcial, sin cambiar la posición de firmes ni bajar la mano de la frente: "¡informe, mayor, cuántos chinos hay!".
Sus acompañantes asisten a la ceremonia pegando el mentón al pecho para disimular la risa. "¡Cinco chinos, mi general!", grita el mayor haciendo restallar los talones de las botas, relucientes a pesar del lodo y las anfractuosidades del terreno. Tres de ellos, jovencísimos nerds de lentes gruesos y sonrisas inescrutables, saludan con reverencias orientales a los recién llegados: el general Ramos, el coronel de la Fuerza Aérea José Cobos y el asambleísta Galo Lara, por cuya petición oficial tiene lugar esta visita.
Bajo el brazo, Lara lleva copias de varios documentos: el contrato entre el Estado ecuatoriano y la compañía china (cincuenta páginas sumilladas con ideogramas); la media decena de cartas que cruzó con el ministerio de Defensa en su calidad de integrante de la comisión de Fiscalización de la Asamblea; las preguntas (16 en total, impresas en una carilla) que le ayudó a formular algún especialista sobre cuestiones muy técnicas relacionadas con la ciencia de la defensa aérea. "Preguntas caso radares", dice el título.
La más importante no está escrita en esa lista: ¿por qué el sistema de radares no ha entrado aún en funcionamiento? Según la cláusula octava del contrato, los proveedores tenían 18 meses para instalarlo, integrarlo y comprobarlo, transferir la tecnología respectiva y entrenar a los operadores locales. De no hacerlo así, debían pagar al comprador el uno por mil del monto del contrato por cada día de retraso, hasta completar el cinco por ciento del total. El plazo se cumplió hace más de un año y ni el sistema de radares funciona ni la multa se ha cobrado. ¿Por qué?
Los altos oficiales que acompañan al asambleísta en su aventura selvática son capaces de contestar a todas sus preguntas menos a esta. Ramos y Cobos absuelven las inquietudes técnicas de la lista con una solvencia que no deja lugar a dudas de su preparación. En cuanto al porqué del retraso, hay que preguntárselo a los chinos. Pero ¿en qué idioma?
"¿Por qué el sistema no está operando si ya pasaron los 18 meses? ¿Por qué? ¿Por qué?", ametralla Lara al chino en castellano y este, impertérrito, con la sonrisa de oreja a oreja, no para de hacer minúsculas reverencias. Finalmente el general Ramos consigue explicárselo en inglés. "Aydonóu", responde: "I don't know".
No sabe nada. Él y sus cuatro compañeros son nada menos que los diseñadores del radar, según la presentación que hace de ellos el coronel Cobos. Botados en un cerro selvático del fin del mundo, su sola misión es poner en funcionamiento el radar y capacitar a los técnicos ecuatorianos. A propósito, reflexionan el asambleísta y sus acompañantes: ¿cómo demonios piensan instruir a un capitán si no consiguen comunicarse con un general?
Lara escudriña en su lista de preguntas en busca de la más pertinente, pero la pantalla que tiene por delante es demasiado complicada y él está a punto de perder la paciencia con el chino, sonriente muro contra el que van a estrellarse todas sus interrogantes. No ha visto ni verá el dichoso Shadows graph que figura en el puesto once de la lista. Y de repente todo se vuelve demasiado confuso y demasiado caluroso al interior de la cabina de control, apenas una caseta de dos metros cuadrados o menos en la parte trasera del camión portador del radar móvil.
Algunas preguntas se le venían cayendo al asambleísta desde el mediodía. El general Ramos y el coronel Cobos no resultaron fáciles de atrapar. La primera medición verbal entre las partes tuvo lugar en el jet ejecutivo Sabreliner en que arribaron a la primera escala de su viaje.
Lara: "Quiero asegurarles que mi presencia aquí tiene por objeto inspeccionar no a las Fuerzas Armadas, sino a la compañía china que ha incumplido su contrato".
Ramos: "soy el jefe logístico de la Fuerza Aérea. Tengo a mi cargo desde las agujas hasta los aviones".
El político elige palabras que adulen el oído de los uniformados: "Me duele ver a mi Fuerza Aérea equipada muy por debajo de su nivel". ¿Radares CTEC de la China? ¿Helicópteros Dhruv de la India? ¿Cazabombarderos Cheetah de Sudáfrica? "Usted se merece más, general, usted tiene esto y esto": lo dice llevándose la mano del corazón al brazo derecho, donde Ramos luce la insignia que lo identifica como piloto de Kfir.
Los dos oficiales saben demasiado de aviones para no sentirse halagados, pero no se dejan engatusar. Se limitan a sonreír de manera enigmática: si eso significa que conceden la razón a su interlocutor, jamás lo dirán. Prefieren explicarle las razones logísticas que justifican las compras. Esos radares eran el único sistema de vigilancia a nuestro alcance; esos aviones eran los únicos que podíamos operar de inmediato; esos helicópteros con los mejores para nuestras necesidades.
Precisamente es un helicóptero Dhruv el que espera ahora a un costado de la pista aérea para llevarlos hasta el radar más próximo. Solo la presencia de dos militares de tan alto rango logra persuadir a Galo Lara de treparse en el aparato, hermano gemelo de aquel que se cayó en la base aérea de Quito el día de su vuelo inaugural. La opinión de los pilotos y las explicaciones de Ramos sobre el tablero de mando consiguen hacerle cambiar de opinión.
Para cuando saca por primera vez su lista de preguntas, parece haberle perdido la confianza. Empieza a omitir algunas y a cambiar el sentido de otras.
El caso es que el radar cumple todas las especificaciones: es transportable, está empotrado en un camión Volvo con tratamiento anticorrosivo que se ajusta a todos los estándares de la OTAN, tiene un sistema de enfriamiento por aire, la salida de potencia es la recomendada, su nivel de detección es coherente con las amenazas posibles…
Hasta donde se ve todo está en orden menos la fecha de entrega. Ahí están cinco chinos haciendo funcionar el radar (y Lara se pregunta si eso se debe a que él vino de visita) pero el sistema de vigilancia aérea, que incluye el trabajo coordinado y unificado de cuatro radares, continúa sin existir. Lara termina por olvidarse de su lista de preguntas y se queda con esta única, contundente certeza. El fiscalizador salió de caza y dio con una buena presa.
Pasada la media tarde se comparte el rancho de los soldados y él está de buen humor. Pide una porción extra de cocolón para acompañar el contundente seco de gallina y vuelve a la carga con los oficiales. "¿Qué va a hacer usted si al que sabemos no le gusta lo americano sino lo chino?", pincha cuando Ramos alaba los sistemas de movilidad del ejército de Estados Unidos. "¿Cómo va a haber mística si el que sabemos se le carga a las Fuerzas Armadas cada sábado?", provoca cuando el general hace votos para que el espíritu militar se mantenga en alto.
El viaje de regreso bien pueden dedicarlo a hablar de la vida. Hijos, estudios, profesores, personajes favoritos. Cruce de impresiones sobre historia militar. Ciudades. Tres radares en tres rincones distintos del país esperan por ellos para las próximas tres semanas. El reto es no flaquear ni traicionarse. Hasta el momento, todos han obtenido lo que buscaban.
Roberto Aguilar
Diario expreso
Saludoos