Ascanio Cavallo
La hora de los relojes blandos
Publicado en La Tercera, 08 de diciembre de 2012
En un mundo de relojes blandos, Perú podría haber pedido territorios y Chile habérselos concedido; alterar un tratado, nunca. Quizás Chile exagere en esto, pero la intangibilidad de los tratados es parte de su sentimiento de supervivencia.
EL PRIMER abogado de Chile en intervenir el jueves ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, Pierre Marie Dupuy, se preguntó si no existiría un espacio surrealista donde la validez de los tratados pudiese ser tan flexible como los relojes blandos de Salvador Dalí.
La tarea de Dupuy era confirmar que la Declaración de Santiago, el acuerdo marítimo firmado en 1952 y ratificado en 1954, tiene la calidad, la intención y la vigencia de un tratado, que es lo que Perú rechaza como base de su demanda contra Chile. En realidad, una parte sustancial de la estrategia peruana descansa sobre la negación de la categoría de tratado de ese acuerdo que ha hecho funcionar la frontera marítima por más de 60 años. Una parte sustancial, pero no toda, porque, en función de intrincadas razones de técnica jurídica, la demanda peruana incluye una segunda petición (“alternativa”), distinta del cambio de la delimitación actual: el reconocimiento de su soberanía sobre el “triángulo exterior”, un área de 28 mil kilómetros cuadrados que Chile, como suscriptor de la Convención del Derecho del Mar, considera “alta mar”, es decir, un área no sujeta a pretensiones de soberanía. Para esta segunda petición Perú necesita apoyarse en la Declaración de Santiago.
Como suele ocurrir en las disputas fronterizas, las technicalities oscurecen el fondo real de las posiciones de cada parte e inducen a pensar que sus cuotas de justicia son equivalentes al peso de sus intereses, lo que es una perfecta falacia.
Es bastante probable que en Perú se pase por alto la importancia vital que tienen los tratados de límites para Chile. Toda la historia de la política exterior de Chile en el siglo XX puede ser interpretada como un esfuerzo por dar seguridad a sus fronteras mediante tratados perdurables. La diplomacia chilena no aceptó que Argentina intentara reinterpretar los límites en el canal Beagle -y casi fue a la guerra por ello-, pero estuvo dispuesta a perder Laguna del Desierto después de que se consolidó el Tratado de Paz de 1984. En un mundo de relojes blandos, Perú podría haber pedido territorios y Chile habérselos concedido; alterar un tratado, nunca. Quizás Chile exagere en esto, pero la intangibilidad de los tratados es parte de su sentimiento de supervivencia.
La construcción del caso por parte de Perú, que comenzó hace casi 30 años, tiene este defecto: no logró ingeniar un camino mejor para sostener su posición que el de atacar un elemento esencial de la política vecinal chilena. No hubiese tenido este problema si lo hubiese hecho, por ejemplo, ante Ecuador o Brasil, por citar otros países con los cuales limita. Con Chile lo tiene.
En contrapartida, la diplomacia chilena tiende a cerrar los ojos ante la persistencia del rencor peruano por las conquistas territoriales de la Guerra del Pacífico, y más especialmente por la ocupación de Lima y sus ciudades principales. Los mayores héroes nacionales de Perú no son los de la Independencia, ni siquiera los de la resistencia a la Corona española, sino aquellos que lucharon con éxito contra Chile: el almirante Miguel Grau, que inspira todas sus tesis marítimas, y el general Andrés Cáceres, líder de la guerra regular e irregular contra la ocupación.
Ideológicamente, la demanda peruana comenzó a gestarse en 1975, cuando las conversaciones entre los generales Pinochet y Hugo Banzer mostraron en Charaña que Chile podría estar dispuesto a ceder a Bolivia una salida soberana al mar mediante un corredor entre Arica y la frontera con Perú. La reacción peruana -repetida muchas veces en años posteriores- consistió en afirmar que no tenía interés en perder la frontera con Chile. ¿Por qué querría retener una frontera que nunca tuvo hasta el fin de la Guerra del Pacífico?
Perú no quiere ni puede ni debe sincerar el hecho de que no quiere volver a tener a Bolivia en el medio; su demanda por la delimitación marítima busca garantizar el nulo atractivo que tendría un corredor terrestre conducente a un mar bloqueado. La demanda es la cancelación de cualquier nuevo Charaña y resulta increíble que esto no lo divisara el canciller chileno Jaime del Valle -cuya competencia diplomática parece cada día más dudosa- cuando el embajador especial Juan Miguel Bákula le planteara la necesidad de un tratado marítimo
A uno y otro lado de la Línea de la Concordia, muchos diplomáticos opinan que la recuperación de Tarapacá sólo es parte de los delirios de unos pocos archinacionalistas peruanos. Pero para ser una fiebre, hay que admitir que ha sido notablemente persistente y que, de no ser por ella, la frontera chileno-peruana debería ser un tema tan poco interesante como casi todas las fronteras en el mundo de la globalización.
Así como Perú parece insensible a la gravedad que para Chile tienen los tratados, Chile se ha mostrado indiferente hacia la necesidad de los peruanos de obtener ganancias en su extremo sur. Hay algo que suena inmensamente anacrónico en todo esto. Dos países se enfrentan en la forma más moderada de la guerra -el juicio-, mientras un tercero interesado los observa, para reivindicar los resultados de un conflicto de hace más de 130 años. ¿Cuántas fronteras tendrían que mover Alemania, Francia, Polonia, los Balcanes, Rusia, para cubrir todos esos años?
Chile y Perú están metidos en un lío que ya suena a paleontología. Pero sus situaciones emocionales no son simétricas. Como ha dicho Juan Gabriel Valdés, en Perú hay una herida abierta y en Chile no. De esa y las otras diferencias no nace la paz, sino el peligro.
Esto es lo que confiere una importancia secreta, subliminal, a la metáfora del abogado Dupuy. La pintura de Dalí que hizo famosos los relojes blandos tiene un título que es como un latigazo en todo este proceso: La persistencia de la memoria.
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Gabriel Gaspar
Chile-Perú: más diplomacia
Con Perú vivimos un buen momento en inversiones, pero reconozcamos que estamos en medio de un enrarecido momento político-diplomático.
por Gabriel Gaspar - 08/12/2012 - 04:00
LOS ALEGATOS en La Haya han concluido su primera etapa. Viene la segunda ronda, pero queda el sabor de más de lo mismo. ¿Y después de los alegatos, qué? Se trata de un juicio cuyo fallo conoceremos a mediados del próximo año. ¿Y qué pasa mientras tanto con la agenda bilateral?
Obviamente todos los chilenos queremos que nos vaya bien, pero me vuelvo a preguntar: ¿El papel que nos cabe es sólo esperar que nuestros abogados hagan bien su tarea? Lo que se demuestra en estos días es la necesaria fase jurídica de las relaciones internacionales, ¿pero la diplomacia se agota con el solo uso del recurso legal?
En una óptica, la respuesta es que debemos dejar trabajar tranquilos a los abogados y del resto de la relación bilateral se encarga el mercado. Para algunas visiones sería, además, lo medular. Es aquella que diagnostica que Chile y Perú “vivimos el mejor momento de nuestra relación”, y como argumento se proporciona el nivel de la inversión y el volumen de los negocios.
Es una apreciación errónea. Vivimos un momento difícil de la relación bilateral, nadie quiere que esa dificultad se profundice, pero para evitarla hay que empezar por reconocer que ella existe. En ese sentido, la tesis del “encapsulamiento” es impresentable en estos días.
Esta tesis iba de la mano de las llamadas “cuerdas separadas” (“dejemos en La Haya lo que es de La Haya”). Junto con tratar de reducir todo el diferendo a un debate de abogados en lejanas tierras, se partía del supuesto de que como “estábamos en el mejor momento de la relación”, había que dejar que esto prosiguiese; es decir, prosiguiésemos con el buen momento económico bilateral.
Ahí está uno de los equívocos, porque vivimos un buen momento de inversiones y comercio, pero reconozcamos que estamos en medio de un enrarecido momento político-diplomático. Dicho de otro modo, se demuestra que no basta con el mercado para resolver los desafíos de las relaciones internacionales. También queda claro que el mercado no es lo único en los objetivos nacionales.
Se dice que las crisis son también oportunidades y ésta puede serlo. Para ello hay que retomar la diplomacia y el buen uso de las herramientas de la política exterior. Una posibilidad es que chilenos y peruanos aprovechemos este momento para formalizar que no existen reclamaciones territoriales pendientes entre nosotros.
Allan Wagner lo señaló así en su presentación; también lo dijo el canciller De Trazygni en 1999, con ocasión de la firma de las actas pendientes del Tratado de 1929. Usaron las mismas palabras, “el último de los asuntos pendientes”. Sería muy positivo que esa voluntad se protocolizara. Hacerlo ahora, antes de que se conozca el fallo, permitiría crear condiciones propicias para un aterrizaje suave cualquiera sea la sentencia.
¿Es lo único que se puede hacer? Claro que no. Existe otro ámbito en que podemos avanzar. Si para muchos analistas -chilenos y extranjeros- la presentación de esta demanda buscaba torpedear las conversaciones entre Santiago y La Paz (la llamada “agenda de los 13 puntos”), eso podría despejarse con una manifestación de la diplomacia peruana en pro del diálogo chileno-boliviano, manifestando su voluntad de apoyar lo que ese diálogo produzca.
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saludos,
Falcon V8