Desde el estallido de la guerra la actividad en Madrid se había reducido al mínimo indispensable, los propios automóviles del monarca estaban aparcados por falta de bencina, pues el gobierno había decretado el embargo de todo el combustible que, tan solo podía ser expedido tras aprobación del estamento militar por medio de cupones de suministro. Con ello se trataba de anticipar al seguro embargo o bloqueo que los británicos instaurarían sobre la península.
Al menos de momento la situación no era mala del todo. Durante la década anterior se habían constituido unas importantes reservas estratégicas que tras la llegada del último envío de combustible estaban al 100%, y suponían combustible para al menos 4 a 6 meses de operaciones al ritmo actual. Además, los dos petroleros pertenecientes a la nueva sociedad estatal CAMPSA que, operaban principalmente con Persia podían seguir viajando, de hecho uno de ellos acababa de regresar de Persia días antes, cruzando el canal de Suez solo unos días antes del estallido de la guerra. El otro en cambio estaba en Persia, lo que sin duda lo obligaría a regresar circunnavegando África…
Con todas estas dificultades en mente, esta vez fue el Rey en persona el que se trasladó a caballo hasta el ministerio de la guerra, por supuesto vestido de uniforme como ocurría habitualmente desde el estallido de la guerra. No tardo en acudir a la reunión que tenía lugar en esos momentos, pues esa mañana se estaba nombrando al nuevo comandante de los ejércitos en Francia. No tardo en reunirse con el propio ministro y el general Ochando, quienes estaban acompañados por varios oficiales del Estado Mayor de este último.
-Majestad, le presento al Tte. gral Ochando Chumillas. –Estaba diciendo el ministro de la guerra, Ramón Echagüe. –Nuevo comandante en jefe del nuevo grupo de ejércitos Norte. El ejército en el que hemos agrupado todas las fuerzas que combaten en Francia.
-Ya nos conocemos, señor ministro. –Dijo el Rey Alfonso XIII. –Espero que en su nuevo mando logre éxitos semejantes a los que logro en los EEUU, general Ochando.
-Gracias, Majestad, aunque debo advertirle que la situación es sumamente critica. –Respondió Ochando, deseoso de evitar interferencias del monarca en su mando, algo que imaginaba estaba a punto de ocurrir.
-Vamos, general. Sé perfectamente que nuestros ejércitos avanzan imparables y están ocupando todo el sur de Francia. Las reformas de la última década están rindiendo sus frutos.
-Las reformas… y el que los franceses estén centrados en Flandes…
-Exacto, general Ochando, en Flandes, cuando los alemanes logren la victoria estaremos en disposición de subir al carro de la victoria y plantear nuestras exigencias a Francia.
-Disculpe, Majestad, pero no creo que eso ocurra. –Respondió Ochando. –He estudiado la situación en Flandes, y los franceses han logrado rechazar cada intento de ruptura alemán. Mucho me temo que la guerra está a unos días de quedar estancada en el norte, y eso nos deja a nosotros en una pésima posición en el sur.
-No diga tonterías, general. El ejército imperial alemán es imparable.
-Supongo que es cierto, Majestad, tan imparable como lo era para nosotros el enemigo de hace 16 años…
-No me gusta su tono, general Ochando, no me gusta nada. Debemos imponernos, la supervivencia de España depende de ello.
-Por supuesto majestad, pero eso es algo distinto. Disculpe el tono pero no quiero llevarnos a engaños y menos tratándose de su Majestad. Si queremos imponer la fuerza de nuestras armas debemos ser capaces de afrontar la realidad. No podemos vencer en el campo de batalla, así de simple. No con las armas actuales que conceden tanta ventaja al defensor. Un soldado atrincherado y cubierto por defensas de alambre de espino fácilmente puede disparar de 10 a 20 veces en un minuto, 50 o más en el caso de nuestros fusileros. Súmele los disparos del resto de su compañía, e incluya las ametralladoras, y 100 defensores pueden acabar fácilmente con 5 ó 6 veces su número de atacantes. No, mucho me temo que tan solo nos resta el recurso de llevar la guerra al terreno económico y agotar al enemigo, bien sus armas, bien sus recursos humanos.
-¿A qué se refiere? –Interrogo el Rey viendo que su ira se desvanecía a causa de la intrigada por las palabras del general.
-Majestad, con ayuda de mi estado mayor llevo tres días revisando todos los informes de campaña, y los indicadores económicos de nuestro país y de Francia y Gran Bretaña. De resultas de ello he podido obtener 2 conclusiones
- No se producirá la ruptura del frente.
El frente se estancara y se convertirá en una batalla de trincheras, en la que por experiencia sabemos que la defensa es inmensamente superior al ataque. Recordará usted que en Cod, hace 15 años el Tte general Weyler rechazo ataques con una ventaja numérica del enemigo de 5 a 1. Pues ahora es incluso peor, los nuevos desarrollos armamentisticos favorecen aún más la defensa.
Por lo tanto a partir de este momento debemos enfrentarnos al hecho que en vistas a preservar nuestra fuerza, debemos renunciar a nuevas operaciones ofensivas a menos que sea contra zonas indefensas. Asimismo y con el fin de evitar dañar nuestra economía, debemos reducir al mínimo indispensable el consumo de munición y combustibles, pues si la guerra se alarga, es muy probable que acabemos enfrentándonos a la carestía de esos materiales.
-¿Está usted seguro de eso, general?
-Sí, Majestad. Estoy tan seguro que ya estoy preparando planes para retroceder de nuevo a los pirineos de ser necesario.
-Retroceder…pero si estamos ocupando una amplia franja de territorio enemigo.
-Cierto majestad, pero esa amplia franja tiene cientos de kilómetros de largo, y el ejército que será puesto bajo mis órdenes, una vez llegados los refuerzos y los voluntarios, tendrá alrededor de 300.000 hombres. Debemos estar preparados para retroceder a una línea más defendible que maximice nuestras posibilidades de defensa, por supuesto arrasando todo el territorio durante la retirada para perjudicar la economía del adversario.
En vistas a ello mis planes iniciales son muy simples, aunque por supuesto están sujetos a cambios dependiendo de la situación que encuentre en Francia.
-Adelánteme esos planes, general.
-Por supuesto, Majestad. En cuanto llegue a Francia evaluare detenidamente la situación del frente. Aclaro que la situación en Flandes aún está lejos de tranquilizarse, así que es dudoso que los franceses logren enviar un ejército de consideración. Con esto en mente ya he dado órdenes a Luque para que reduzca sus ataques sobre Burdeos y a Villalba que haga otro tanto en la zona oriental. Si los franceses reaccionan enviando tropas a Burdeos es posible que desprotejan la zona del mediterráneo, en cuyo caso atacaremos en dirección a Tolon para destruir su base naval.
-¿Y si los franceses no reaccionasen como espera?
-En ese caso nos atrincheraremos en la línea alcanzada, es fácilmente defendible y la aprovecharemos. Mientras tanto, a lo largo del invierno requisaremos todas las industrias, talleres, y elementos aprovechables por los ejércitos al igual que hicimos en la guerra del 98, al mismo tiempo que desmontaremos las líneas de ferrocarril palmo a palmo para su traslado a la península.
Logrado esto, retrocederemos hacia los pirineos el próximo verano, con ello impediremos la siembra de los campos del sur de Francia o nos aprovecharemos de ella de forma que, cuando los ejércitos enemigos nos persigan, carezcan de medios para sostenerse sobre el terreno a la vez que de medios para trasladar sus suministros con facilidad.
-Ya veo, general, interesante, muy interesante y aleccionador. Eso retrasara los ataques enemigos sobre los pirineos durante meses… Bien, espero que logre nuevos éxitos en su nuevo destino, toda España y yo mismo estamos con usted. ¡Suerte! Señor ministro, general…
Con estas palabras el Rey abandono la sala, en su mente aparentando cierto disgusto causado por las palabras del general Ochando. En realidad mientras la guerra le permitiese reafirmar su poder le daba igual, de hecho prefería retroceder a los pirineos para minimizar riesgos y quien sabe, tal vez acercarse al ejército y al pueblo como un monarca preocupado por sus súbditos. Con ello sus planes de acercarse al ejército para reafirmar su poder empezaban a tomar forma. Debía ser visto al lado del ejército y hacer suyos sus éxitos, y si eso suponía tragar con ciertas cosas…
Lo haría
En el ministerio, el general Ochando esperaba junto al ministro de la guerra, Ramón Echagüe y Méndez Vigo.
-Dios Santo, por un momento creí que estabas acabado, enfrentarte al Rey de esa forma con tu nombramiento pendiente de un hilo... Por cierto, he visto las órdenes referentes a limitar los bombardeos de artillería sobre edificios y monumentos… curioso que esa orden fuese enviada en una clave antigua y probablemente conocida por el enemigo. Venga, confiesa, un ¿Qué te propones?
-Nada en realidad, simplemente prefiero evitar las sorpresas. Los franceses carecen de imaginación. Al dejarles esos puentes será por ahí por donde vendrá su ejército. En cambio si los destruimos tendrán que improvisar y pueden elegir cualquier otra zona del frente para venir, y ese frente es demasiado largo para poder cubrirlo en su totalidad.
Le Roi
Ochando
Ministro de la guerra