RETAZOS DE GUERRA EN EL PACIFICO, finales de añoDestructor japonés ArareEl Tte. de navío Sato estaba exprimiendo su nave al máximo en un fútil intento de localizar y destruir a los submarinos que durante la última semana habían hundido 9 mercantes y un transporte de tropas, acabando con la vida de 1.467 de sus compatriotas. Él como muchos de sus compañeros había acogido la guerra con entusiasmo, dispuesto a aumentar el Imperio a costa de uno de los débiles y decadentes europeos, España. Un país que tan solo constaba con media docena de cruceros protegidos en aquellas aguas. Sin embargo ahora por primera vez desde que entraran en la guerra, comprendía el grave problema al que se enfrentaban las fuerzas de su nación.
Durante los primeros meses estos problemas habían quedado ocultados por la escasa actividad de ambos contendientes. Algún hundimiento por minas en las costas japonesas y poco más, señal inequívoca de la actividad española. Pero sin duda ambos contendientes se habían reservado para lanzarse al combate con el fin de la época de tifones. Ahora sin embargo las cosas habían cambiado, el ejército japonés había logrado poner más de 150.000 hombres en Luzón, con lo cual superaban en número a su exigua guarnición, pero al mismo tiempo habían creado un cuerpo que demandaba ingentes cantidades de alimentos y suministros de todo tipo, y con ello habían aparecido los problemas.
Como si lo estuviesen esperando, los submarinos españoles se lanzaron como lobos hambrientos sobre los buques encargados de llevar esos suministros a Luzón. Para ellos era fácil, las rutas que debían seguir los mercantes eran claras. Desde Kyushu o Taiwan las dos rutas convergían en puerto Irene, en el norte de Luzón, una zona en la que había numerosas islas entre las que los submarinos españoles se movían sin oposición, esperando el momento de atacar antes de regresar al sur, a Manila o Subic para reaprovisionarse de torpedos e incluso de municiones de cañón, pues el mercante británico Indrani había sido hundido al cañón 30 millas al noroeste de la isla Panuitan.
Para tratar de combatir a los submarinos no había quedado más remedio que destinar 12 destructores a puerto Irene, y otros 9 a Taiwan, creando varias divisiones de búsqueda para localizar a los escurridizos enemigos. Desgraciadamente eso no solucionaba el problema más evidente al que se enfrentaban, y creaba un problema añadido. No existía ningún arma capaz de atacar a los submarinos en inmersión. Cierto que se rumoreaba que los españoles si disponían de una, y se sabía que los franceses e ingleses habían hundido algún submarino alemán y español por el proceso de embestirlos. Pero el que sus posibilidades se limitasen a un abordaje de ariete digno de las galeras del mediterráneo de la poca clásica, y en cambio los submarinos pudiesen disparar sus torpedos sin problemas suponía un problema más que evidente. Además los 12 destructores destinados a Luzón significaban la creación de nuevos requerimientos de carbón, y obligaban al constante envío de carboneros a la zona, además ocupaban un sitio que ya no podrían emplear los buques de suministros del ejército.
Incluso para él quedaba claro que ahora las fuerzas de invasión estacionadas en Luzón se encontraban en el extremo de una línea logística muy deficiente.
SubicEl submarino Rayo había participado en los ataques a las unidades japonesas en el norte de Luzón, donde había empleado 8 torpedos hundiendo 3 mercantes con un total aproximado de 10.000 toneladas. Toda una hazaña lograda en tan solo 4 días de operaciones. Pese a ello su comandante, el Tte de navío Rubio no estaba contento, en una ocasión se vio obligado a disparar un segundo torpedo a un mercante que no quería hundirse. Sin duda había fallado 3 disparos, y en otra ocasión estaba seguro de haber acertado, pero el torpedo no había funcionado como correspondía. También existía otro caso en el que el torpedo se quedó atascado en el tubo sin querer funcionar, muestra evidente de las dificultades de la guerra submarina.
Mientras el submarino permanecía amarrado en el arsenal, la tripulación con la ayuda del personal del arsenal y una grúa de 20 toneladas, se esforzaba en cargar los 9 torpedos de dotación del submarino. Cuando acabasen podrían cargar provisiones agua y combustible. Saldrían de nuevo en cuanto estuviesen listos para relevar al Argonauta, el sumergible que ahora mismo debían estar operando en la zona, y sin duda el Monarca ya estaría viajando de regreso desde aquella zona. Los japoneses sin duda debían estar sintiendo los efectos de la presión que los 4 submarinos españoles ejercían sobre ellos
(1), pues se intentaba que siempre hubiese al menos uno de ellos actuando en la zona. Uno permanecía en puerto para mantenimiento, otro viajaba hacia el norte, deteniéndose unos días en el golfo de Lingayen para actuar como reserva, el otro operaba en la zona hasta agotar los torpedos, momento en el que regresaba a puerto mientras era sustituido por el submarino de reserva.
Se estaban logrando grandes victorias, pero el Bahamas indicaba que la presencia de destructores patrullando aquellas aguas empezaba a ser preocupante. Sin duda sería difícil repetir los éxitos iniciales.
Rota, islas MarianasEl acorazado pre Dreadnought Tango
(2) estaba destinado en Rota para proteger las nuevas conquistas de la escuadra española. En esos momentos navegaba cerca de la costa dirigiéndose al norte dispuesto a realizar un viaje de reconocimiento por las islas de la zona. Pese a ello nadie pudo advertir un periscopio que vigilaba atentamente sus movimientos desde las cercanías.

Poco después un único torpedo impactaba en el acorazado sin explosionar. A bordo del acorazado se advirtió el golpe, pero ante la ausencia de explosión y navegando tan cerca de la costa el golpe fue considerado como un choque con un bajío o roca que no aparecía en las cartas náuticas. El acorazado se detuvo mientras se realizaba una inspección de daños y se investigaba el origen de la sacudida.
A bordo del Neptuno, su comandante el Alférez de navío Mora no podía creer lo que veía. La mole del acorazado se había detenido y se le ofrecía como un blanco perfecto. Un suave viraje del submarino basto para colocarlo nuevamente en posición de disparo. Dos minutos después el acorazado era sacudido por una fuerte explosión y empezaba a escorar peligrosamente hundiéndose poco después.
Carretera Gonzaga-Manila, algún punto al norte de IguigEl Tte. Maturana comandaba un equipo de 20 hombres, todos ellos soldados entrenados como guerrilleros pertenecientes a una de las unidades más móviles del ejército. En esos momentos, él junto a sus hombres seguía con la mirada una columna japonesa formada por lo que parecían ser 24 carros de suministros tirados por bueyes, y una sección de caballería de unos 40 hombres como escolta.
-Apuntad a los jinetes y no dudéis en acabar con los caballos, dejar a los carreteros para el final. –Instruyo rápidamente a sus hombres, desplegados a ambos lados de su posición a excepción de 4 hombres situados como vigías a cierta distancia en sus flancos. –Disparad a mi señal.
Poco después empezó a disparar su Mondragón sobre la caballería, desatando una tormenta de fuego en la que se dispararon más de 150 proyectiles en menos de 10 segundos. Los jinetes japoneses fueron masacrados por los disparos, más de 24 caballos cayeron al suelo, abatidos, aplastando a sus jinetes. El resto huyeron desbocados. Mientras tanto tras ellos los guerrilleros cambiaban los cargadores de sus fusiles y empezaban a disparar sobre los carreteros. El combate fue corto, mientras los carreteros se refugiaban tras sus carros y disparaban para devolver el fuego, los guerrilleros concentraron sus disparos en las bestias de tiro acabando con ellas. Ya inmovilizadas, los guerrilleros lanzaron varias granadas que destruyeron las carretas y sus cargas. Poco después los guerrilleros corrían adentrándose en la espesura.
A primeros de enero el ejército japonés ya estaba firmemente asentado en la zona norte de Luzón, en los alrededores de Gonzaga. Mientras tanto un poderoso ejército de varias decenas de miles de hombres avanzaba hacia el sur enfrentándose a una dura lucha en la selva para la que no estaban preparados. Los soldados japoneses realizaban agotadoras marchas por la húmeda selva, deteniéndose una y otra vez a causa de los ataques españoles. A veces algunas compañías presentaban una dura resistencia a las avanzadillas niponas para retirarse cuando llegaba el grueso de su ejército, otras se trataba de francotiradores que abatían a uno o dos hombres antes de desaparecer como habían llegado, pero en todo caso era raro el día en que no caían abatidos una o dos decenas de hombres.
Ahora sin embargo había llegado el momento de poner en marcha los planes largo tiempo preparados. Desde la cordillera central y sierra Madre, 4 grupos de guerrilleros operarían sobre la ruta de los suministros japoneses. Divididos en equipos de unas decenas de hombres, los soldados atacarían los puestos aislados o los suministros que circulaban por la delgada carretera por la que los japoneses tenían que enviar todos sus suministros.
- Los otros dos estaban destinados en Guahán y patrullaban las islas Marianas, Palaos, y Carolinas.
- Tango, ex Poltava, capturado tras la guerra ruso-japonesa.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.