Cesar desembarca en Britania.
La guerra de las Galias por Gayo Julio Cesar Libro IV traducción hallada en
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XXII. Durante la estancia de César en aquellos lugares con motivo de aprestar las naves, viniéronle diputados de gran parte de los morinos a excusarse de los levantamientos pasados; que por ser extranjeros, y poco enseñados a nuestros usos, habían hecho la guerra, y que ahora prometían estar a cuanto les mandase. Pareciéndole a César hecha en buena coyuntura la oferta, pues ni quería dejar enemigos a la espalda, ni la estación le permitía emprender guerras, ni juzgaba conveniente anteponer a la expedición de Bretaña el ocuparse en estas menudencias, mándales entregar gran número de rehenes. Hecha la entrega, los recibió en su amistad. Aprestadas cerca de ochenta naves de transporte, que a su parecer bastaban para el embarco de dos legiones, lo que le quedaba de galeras repartió entre el cuestor, legados y prefectos. Otros dieciocho buques de carga, que por vientos contrarios estaban detenidos a ocho millas de allí sin poder arribar al puerto, destinólos para la caballería. El resto del ejército lo dejó a cargo de los tenientes generales Quinto Titurio Sabino y Lucio Arunculeyo Cota, para que los condujesen a los menapios y ciertos pueblos de los morinos que no habían enviado embajadores. La defensa del puerto encomendó al legado Quinto Sulpicio Rufo con la guarnición competente.
XXIII. Dadas estas disposiciones, con el primer viento favorable izó velas a la medianoche; y mandó pasar la caballería al puerto de más arriba con orden de que allí se embarcase y le siguiese. Como ésta no hubiese podido hacerlo tan presto, él con las primeras naos cerca de las cuatro del día (79) tocó en la costa de Bretaña, donde observó que las tropas enemigas estaban en armas ocupando todos aquellos cerros. La playa, por su situación, estaba tan estrechada de los montes, que desde lo alto se podía disparar a golpe seguro a la ribera. No juzgando esta entrada propia para el desembarco, se mantuvo hasta las nueve sobre las áncoras aguardando a los demás buques. En tanto, convocando los legados y tribunos, les comunica las noticias que le había dado Voluseno, y juntamente las órdenes de lo que se había de hacer, advirtiéndoles estuviesen prontos a la ejecución de cuanto fuese menester a la menor insinuación y a punto, según lo requería la disciplina militar, y más en los lances de marina, tan variables y expuestos a mudanzas repentinas. Con esto los despidió, y logrando a un tiempo viento y creciente favorable, dada la señal, levó áncoras, y navegando adelante, dio fondo con la escuadra ocho millas de allí en una playa exenta y despejada.
XXIV. Pero los bárbaros, penetrado el designio de los romanos, adelantándose con la caballería y los carros armados, de que suelen servirse en las batallas, y siguiendo detrás con las demás tropas, impedían a los nuestros el desembarco. A la verdad el embarazo era sumo, porque los navíos por su grandeza, no podían dar fondo sino mar adentro. Por otra parte, los soldados en parajes desconocidos, embargadas las manos, y abrumados con el grave peso de las armas, a un tiempo tenían que saltar de las naves, hacer pie entre las olas y pelear con los enemigos; cuando ellos, a pie enjuto, o a la lengua del agua, desembarazados totalmente y con conocimiento del terreno, asestaban intrépidamente sus tiros y espoleaban los caballos amaestrados. Con estos incidentes, acobardados los nuestros, como nunca se habían visto en tan extraño género de combate, no todos mostraban aquel brío y ardimiento que solían en las batallas dé tierra.
XXV. Advirtiéndolo César, ordenó que las galeras cuya figura fuese más extraña para los bárbaros, y el movimiento más veloz para el caso, se separasen un poco de los transportes, y a fuerza de remos se apostasen contra el costado descubierto de los enemigos, de donde con hondas, trabucos y ballestas los arredrasen y alejasen. Esto alivió mucho a los nuestros, porque atemorizados los bárbaros de la extrañeza de los buques, del impulso de los remos, y del disparo de tiros nunca visto, pararon y retrocedieron un poco. No acabando todavía de resolverse los nuestros, especialmente a vista de la profundidad del agua, el alférez mayor de la décima legión, enarbolando el estandarte, e invocando en su favor a los dioses: «Saltad, dijo, soldados, al agua, si no queréis ver el águila en poder de los enemigos. (80) Por lo menos ya habré cumplido con lo que debo a la República y a mi general. » Dicho esto a voz en grito, se arrojó al mar y empezó a marchar con el águila derecho a los enemigos. Al punto los nuestros, animándose unos a otros a no pasar por tanta mengua, todos a una saltaron del navío. Como vieron esto los de las naves inmediatas, echándose al agua tras ellos, se fueron arrimando a los enemigos.
XXVI. Peleóse por ambas partes con gran denuedo. Mas los nuestros, que ni podían mantener las filas, ni hacer pie, ni seguir sus banderas, sino que quién de una nave, quién de otra se agregaban sin distinción a las primeras con que tropezaban, andaban sobre manera confusos. Al contrario los enemigos, que tenían sondeados todos los vados, en viendo de la orilla que algunos iban saliendo uno a uno de algún barco, corriendo a caballo daban sobre ellos en medio de la faena. Muchos acordonaban a pocos; otros por el flanco descubierto disparaban dardos contra el grueso de los soldados. Notando César el desorden, dispuso que así los esquifes de las galeras como los pataches se llenasen de soldados, que viendo a algunos en aprieto fuesen a socorrerlos. Apenas los nuestros fijaron el pie en tierra, seguidos luego de todo el ejército, cargaron con furia a los enemigos y los ahuyentaron; si bien no pudieron ejecutar el alcance, a causa de no haber podido la caballería seguir el rumbo y ganar la isla. En esto sólo anduvo escasa con César su fortuna.
En la segunda expedición los legionarios pasaron dos semanas, sacando las naves del agua para repararlas y protegerlas de las tormentas. ¿Alguien imagina a los ejércitos de Alejandro trabajando en esto? o ¿Construyendo un puente como el que uso para la expedición a Germania?
Cesar dijo que sus legiones ganaban las batallas con los pies, y es cierto, la legión doblaba la capacidad de marcha diaria a cualquier otro ejército y aun era capaz de levantar campamentos fortificados para pasar la noche.
A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.