III parte
Este plan de ataque consistía en que las tres fragatas de su escuadra, que tenían menos calado que los grandes navíos, se acercarían a la costa lo más posible en la oscuridad y desembarcarían las tropas para atacar las partes altas y las baterías al nordeste de la ciudad. El capitán de navío Troubridge del Culloden sería el encargado de la fuerza de desembarco. La bombardera Rayo abriría entonces fuego en la ciudad en ese momento con sus morteros. Al amanecer los navíos de línea se acercarían, preparados para bombardear la ciudad. A menos que los buques mercantes que se hayaran en el muelle y su carga y todo el tesoro o lingotes que se hubieran desembarcado en la ciudad fueran entregados, la ciudad sería destruida por el bombardeo.
El día 18 la tripulación se dedicó a la instrucción de armas cortas. El día 20 Troubridge se traslada al Theseus para recibir las últimas instrucciones y detalles de la operación. La fuerza de desembarco consistía de 200 hombres por cada navío de línea, 100 más por cada una de las fragatas, completada por 80 artilleros, es decir, unos 1.000 hombres. La maniobra de desembarco comprendería dos fases. En la primera se desembarcaría a unas dos millas al nordeste del muelle de Santa Cruz, en la playa de Valle Seco, para tomar en maniobra de envolvimiento el castillo de Paso Alto. En la segunda fase, si no se rendía la ciudad tras conquistar Paso Alto, se dirigirían al muelle, para ocupar desde allí la ciudad.
Orden de Nelson a Troubridge:
Theseus, en alta mar, 20 de julio
Señor:
Deseo que toméis bajo vuestro mando el número de marineros e infantes de marina nombrados al margen (a), que estarán a las órdenes de los capitanes Hood, Miller, Fremantle, Bowen y Waller; y los infantes de marina bajo el cuidado del capitán Thomas Oldfield, y un destacamento de la artillería real mandada por el teniente Baynes, los cuales están ahora embarcados en las fragatas Seahorse, Terpsichore y Emerald. Con este destacamento os acercaréis a la plaza de Santa Cruz tanto como os sea posible, procurando no ser descubierto; y entonces embarcará a todos aquellos hombres que puedan transportar los botes y efectuará su desembarco en la parte nordeste de la bahía de Santa Cruz, próximo a una gran fortaleza. Desde el momento en que se encuentre en tierra, le recomiendo que primero asalte la batería; después de lo cual, una vez tomada, y asegurada su posición, procederá a asaltar la población y la batería de la cabeza del muelle, o enviará mi carta, como lo juzguéis más a propósito, que contiene una intimación de la cual le envío una copia; y los términos han de ser aceptados o rechazados en el plazo especificado, a menos que usted vea alguna buena causa para prorrogarlo, aunque no se alterará su sentido en lo más mínimo: y usted llevará a cabo cualesquiera otros medios que juzgue más oportunos para el pronto cumplimiento de mis órdenes, que son las de posesionarme de todos los cargamentos y tesoros que puedan estar desembarcados en la isla de Tenerife. Teniendo la más firme confianza en su habilidad, valentía y celo, así como en la de todos los que están bajo su mando, sólo me resta desearle de corazón que triunfe, y asegurarle que soy su más obediente y fiel servidor.
Horatio Nelson [Envío y traducción del original de Manuel García]
A continuación exponemos la carta intimidatoria que Nelson escribió y dio a Troubridge. No tiene desperdicio la educación de Nelson al comienzo de la misma. Hoy en día pudiera parecernos incluso de burla, pero era un lenguaje y unas costumbres de respeto y admiración muy usuales entre oficiales de alta graduación aún entre países en guerra:
Comienzo del mensaje de intimidación a la plaza:
Theseus, 20 de Julio.
Tengo el honor de informarle que he venido a exigir la inmediata entrega del navío Príncipe de Asturias, procedente de Manila y con destino a Cádiz, perteneciente a la Compañía de Filipinas, junto a su entero y completo cargamento, y así mismo todos aquellos cargamentos y propiedades que hayan podido ser desembarcadas en la isla de Tenerife, y que no sean para el consumo de sus habitantes. Y, siendo mi ardiente deseo que ni uno sólo de los habitantes de la isla de Tenerife sufra como consecuencia de mi petición, ofrezco los términos más honrosos y liberales; que si son rechazados, los horrores de la guerra que recaerán sobre los habitantes de Tenerife deberán ser imputados por el mundo a vos, y a vos únicamente; pues destruiré Santa Cruz y las demás poblaciones de la isla por medio de un bombardeo, exigiendo una muy pesada contribución a la isla.
Artículo 1°. Deberán entregarme los fuertes poniendo al momento a las fuerzas británicas en posesión de las puertas.
Artículo 2°. La guarnición depondrá las armas, permitiéndose sin embargo a los oficiales que conserven sus espadas y aquélla, sin condición de ser prisionera de guerra, será transportada a España o quedará en la isla, siempre que su conducta agrade al oficial comandante.
Artículo 3º. Con tal que se cumpla con el primer artículo de que me entreguen los cargamentos ya citados, no se exigirá a los habitantes ni la más pequeña contribución; al contrario, gozarán bajo mi protección de toda seguridad en sus personas y propiedades. [...]
(H.Nelson) [Envío y traducción del original de Manuel García]
Entre el 21 y 22 de julio se pone en marcha el plan. Sin embargo, las fragatas con las corrientes fuertes inesperadas no pueden acercarse a menos de una milla de la costa y desde la ciudad se dio la alrma, perdiendo la sorpresa estratégica, aunque no la táctica, ya que no se sabía donde iban a desembarcar. No se pudo realizar un bombardeo naval, ya que los navíos no podían acercarse y las fragatas al estar armadas con cañones navales de tiro directo no podían hacer un fuego efectivo. Un gran fallo fue el contar sólo con una bombardera provista de morteros de tiro curvo por elevación. Ni siquiera contaban con obúses y sus afamadas carronadas no servían de nada en esta situación. Navegaban en dos formaciones de botes. Una compuesta por 23 lanchas y botes que se dirigían al barranco del Bufadero y la otra, con 16, se dirigía al centro de la ciudad. Pero las malas condiciones metereológicas y el alertamiento del enemigo hacen abortar el desembarco y se vuelven a los buques con alguna pérdida de lanchas que zozobraron.
A las 10 de la mañana del 22 las fragatas, remolcadas por sus botes, fondean en las proximidades del barranco del Bufadero y desembarcan 1.000 hombres, que pusieron pie en la playa de Valle Seco, a pesar del fuego de Paso Alto. El desembarco se realizó en condiciones penosas, algunos botes zozobraron en la oscuridad y debido al desconocimiento de la zona quedaron muy desperdigados, además la artillería de campaña a falta de caballería para su movilización tenía que ser transportada por los hombres, con el cansancio y lentitud que esto suponía. Las fuerzas defensoras enviadas previamente por Gutierrez en el risco de la Altura frena a los británicos, estas fuerzas estaban compuestas por unos 165 hombres escogidos de la guarnición. Gutiérrez ante la posibilidad de que desembarcaran más hombres mandó al jefe del batallón Canarias ir al pueblo cercano de La Laguna para conseguir más milicianos y que se dirigiera con ellos hacia el Valle Seco, cortando la posible progresión de los británicos. Así, con 30 hombres de su batallón y 50 civiles, ocuparon el mismo día 22, tras una rapidísima marcha, los objetivos previstos.
Durante todo el 23 hubo un intercambio de fuego de fusil y de cañón. Los británicos, atascados y sin posibilidad de progresar procedieron al reembarque, tras dar Nelson la señal desde el Theseus de retirada, con la pérdida de dos hombres. Las tres fragatas navegaron entonces por las proximidades del barranco Hondo y de la Candelaria tratando de desconcertar y atemorizar a los defensores. Pero lo cierto es que Gutiérrez, una vez más, se adelantó a las intenciones de Nelson y había dispuesto fuerzas en Santa Cruz, dejanto el castillo de Paso Alto sólo con 30 hombres, desplegando las fuerzas mejor adiestradas en el Castillo de San Cristóbal en el sudoeste, dejando al batallón de Canarias en reserva, para acudir donde se pusieran las cosas feas. Este ir y venir de tropas españolas hacía que pareciera que eran muchos más los defensores.
Tras las tentativas fracasadas Nelson se encontraba con una situación insólita en su carrera que debía resolver para salvar el honor de la Royal Navy. Para ello convocó a sus capitanes a una reunión el 23 y les dijo que, tras reconocer el fracaso de su plan inicial, que había decidido un asalto directo a Santa Cruz por la noche. Nelson había decidido atacar por el centro, yendo directamente al castillo central de San Cristóbal, donde se encontraba la mayoría de las tropas españolas. Nelson ordenó el ataque, conduciendo personalmente uno de los seis grupos de abordaje, los otros cinco eran mandados por los capitanes Troubridge, Miller, Hood, Waller y Thompson.
Nelson escribió a Jervis: "Tomaré el mando de todas las fuerzas destinadas a desembarcar bajo fuego de las baterías de la ciudad y mañana probablemente será coronada mi cabeza con laureles o con cipreses".
Desde luego Nelson se resistía a quedarse en su buque insignia como correspondería a su grado de contra almirante y comandante en jefe de la operación, y se exponía a un grave peligro que podía dejar sin mando a la fuerza de desembarco. Acto valiente, pero irresponsable, tal y como se vería más tarde.