Quizá no esté e más recordar que cuando las sociedades europeas eran más fuertes y viriles, ardientes de valores, la crisis económica llevó a Europa al fascismo, el nazismo y el comunismo, según lugares y costumbres y finalmente a la guerra. Es posible que proteger a los que lo pierden todo con la crisis -quizá como garantizar a esa canalla servicios sanitarios o alimentos para sus hijos- haya restado fuerza y vigor a la sociedad, pero hasta este momento hemos resistido como sociedad la crisis mejor que ninguna anterior y eso que Europa ya no tiene el resto del mundo para explotar y paliar sus problemas.Una de las causas de ese proceso de trivialización y puerilización, en la que coinciden analistas y sociólogos, es la excesiva protección de unos ciudadanos que se han acostumbrado a que se les facilite la vida sin apenas exigirles nada a cambio. Servicios garantizados, dinero fácil y subvencionado, diversión y ocio sin límites, aprobados sin esfuerzo, derechos sin deberes. Sobre tan tupida red, se ha debilitado a la sociedad, que tiende a llorar con enfado y aspavientos sus problemas, a buscar culpables de sus propios fracasos, mientras olvida con demasiada frecuencia asumir sus responsabilidades. Hemos auspiciado una sociedad, en definitiva, que no está preparada para los contratiempos. Al contrario, se ha reemplazado el trabajo por el disfrute como aspiración social. Al mismo tiempo, hemos desincentivado el mérito y fomentado la reivindicación y la exigencia. Se ha consumado una pérdida de valores, eclipsados por intereses o modas puntuales. Y así hemos llegado al paroxismo de una ciudadanía que no cesa de exigir a los demás, cuando ella se perdona todo.
En mi opinión simplón es quien se atreve a decir que la sociedad de hoy es una sociedad débil y que no está preparada para los contratiempos, cuando cualquiera puede darse cuenta que, incluso haciéndolo mal y en algunos casos muy mal, lo estamos haciendo mil veces mejor que nunca antes.