El Ejército se potenció luego de Angostura
La estrella blanca cosida al pecho de su camuflaje da cuenta de su paso por el Cenepa.
“En la selva no hay que asustarse, encontramos los cuatro elementos que necesitamos: comida, agua, medicina y techo, a la selva jamás hay que verla mal, es nuestra amiga”, dice casi a gritos el suboficial César Tanguila, en la pista de sobrevivencia de la Escuela de Selva del Ejército.
El amazónico, de Pañococha, es soldado Iwia, nacido en la jungla, y conocedor de las plantas medicinales. “Este musgo que crece en los tallos de árboles y bejucos sirve para detener la hemorragia en caso de heridas. Se recoge una buena porción, se lo lava, se lo machaca y se pone en la herida”, explica el militar,
quien en 1995 combatió en Tiwintza y ahora luce parches de cursos de Infantería en EE.UU. y de Comando con la Legión Francesa, en Guyana.
Tanguila, indígena padre de seis hijos, es instructor de militares; comparte sus conocimientos ancestrales con los integrantes del Ejército,
en la Escuela de Selva Shangrilá, en las orillas del río Napo. Allí, la pista de sobrevivencia en selva es una de las 17 que deben sortear los oficiales para convertirse en ‘tigres’.
“A partir del incidente del 1 de marzo se incluyó en nuestro entrenamiento a la Marina y a la Aviación”, revela el Tcrn. Alexánder Levoyer, director de la Escuela de Selva y Contrainsurgencias.
Se refiere al bombardeo de Angostura, que abatió al jefe de la guerrilla de las FARC, Raúl Reyes, en una base ilegal en Ecuador.
“Cuando fue lo de Angostura, en realidad teníamos muchas limitaciones de tipo operativo”, reconoce el general Fabián Narváez, jefe de la IV División del Ejército, con sede en Coca, también en la ribera del Napo.
“Luego del 1 de marzo, 1 211 militares -oficiales y tropa- fueron reentrenados en la Escuela de Selva”, detalla Levoyer. De ellos, 228 uniformados fueron de las otras dos ramas: 196 infantes de la Fuerza Aérea y 32 infantes de Marina. En cambio, todos los militares del Ejército han pasado al menos dos veces en su carrera por ese campo selvático.
Al perfeccionamiento se suma la redefinición de los enemigos militares. El coronel Celso Andrade, jefe de Operaciones de la IV División, señala que ahora la primera misión subsidiaria de la defensa de la soberanía es el combate a los Grupos Irregulares Armados de Colombia (GIAC).
“Antes del bombardeo teníamos un entrenamiento con una doctrina fundamentalmente brasileña”, señala Levoyer. Pero desde entonces se han hecho ajustes con base en los hallazgos de los patrullajes en la frontera norte.
“Ahora tenemos pistas de entrenamiento guerrilleras, para que el personal vea cómo se preparan los grupos irregulares, así como réplicas de bases guerrilleras, para que sepan cómo actuar”.
El 1 de marzo marcó un hito. Desde 2008, el Presupuesto de Fortalecimiento de la Defensa sirvió principalmente para comprar armamento y equipos, a diferencia de lo que ocurría hasta 2007, cuando se restringió al mantenimiento del material.
El Ministerio de Defensa puntualiza que el año anterior se destinaron USD 193,8 millones para la adquisición de armas (ver gráfico). “Durante 2008, con el aporte del Gobierno, en la IV División hemos incrementado la capacidad operativa en un 50%”, reconoce el general Narváez.
“Desde Angostura, aumentaron los recursos para los sobrevuelos en la frontera norte”, refiere Andrade. En esos patrullajes participaron aeronaves Casa (212 y 232), Cessna, Aravá, Avro, Gazelle, Súper Puma, MI-171 y Aluete, según la IV División.
“Hubo 1 001 horas de vuelo”. Eso representó un incremento de cerca del 80% en acción aérea, con relación a 2007.
“Antes solo teníamos un helicóptero Gazelle en el Coca, porque los otros fueron a reparación, pero ahora la orden del Mando es que exista al menos una unidad mediana para el transporte de personal”, menciona Narváez.
Esa aeronave es un helicóptero (MI-171 de origen ruso o Súper Puma hecho en Francia) y está al servicio de una fuerza de élite de 40 hombres: el Destacamento de Reconocimiento (Recon).
El capitán Marlon Luna tiene línea directa de diálogo con los pilotos del MI. Camina una hora por la selva y no pierde el ritmo, como si las 60 libras que carga no hicieran mella en su espalda.
Se aproxima a Yana Amarum, a la base guerrillera de las FARC hallada y desmontada por su unidad hace 10 meses, al sur del limítrofe río San Miguel. Allí, Raúl Reyes pasó su cumpleaños, antes de morir en Angostura.
“Esta base fue de un jefe de las FARC. Hay cambuches (camas de ramas) para 80 personas, un puesto de mando, un aula y filtros para beber agua de vertiente”, explica Luna, jefe de la unidad Recon, quien hace un año estuvo al frente de la patrulla ecuatoriana que llegó a la base de Angostura, a 4 km al oeste de Yana Amarum, tras el bombardeo de Colombia.
“Sí. Estuve en Angostura. Ingresamos al recibir la orden de operación, para dar seguridad al área. Fue impresionante. Uno está acostumbrado a ver gente que cae por un tiro, pero no por un bombardeo aéreo. Estuve seis días. Tenía la ración C (alimentos) y era difícil comer en esas condiciones”, refiere Luna, quien lleva un casco antibalas, con un dispositivo para visores nocturnos.
Tras ese bombardeo, a los integrantes de la unidad Recon les dieron nuevos equipos.
Cargan fusiles M16 con lente Acog, útil para los francotiradores. “Esto tiene una visión efectiva de 600 metros”, dice Luna, quien, como jefe de patrulla, lleva un GPS y una maleta: un computador resistente (‘toughbook’), conectado a un radio Harris, para transmitir información en tiempo real. A través de la portátil, Luna chatea con la IV División desde la selva.
“El Recon es una unidad de recolección de información; está en comunicación permanente conmigo”, sostiene Narváez. Los Recon son cuatro patrullas de ocho soldados que recorren la selva por una semana, en el norte de Sucumbíos. Cada uniformado lleva un equipo de comunicación inalámbrico Rino 130, con audífonos adheridos a sus orejas, y más de 500 municiones.
“Nuestra misión consiste en infiltrarnos, con base en información, para determinar si un objetivo es claro; entonces, puede entrar una patrulla mayor. No se han hallado bases nuevas”, asegura Luna, de 35 años y padre de dos hijos, quien no recibe un ingreso adicional a los USD 1 100 de un capitán, pese al alto riesgo.
El curso de Recon también se imparte en Shangrilá; en siete semanas con instructores de selva, iwias y antiterroristas, estos últimos, del Grupo Especial de Operaciones (GEO). “Ya tenemos nueve promociones”, resalta Levoyer, también héroe del Cenepa, condecorado por dirigir a los artilleros que en 1995 derribaron a cuatro helicópteros peruanos.
El oficial es de las Fuerzas Especiales, al igual que Luna y Tanguila. Este último es generoso con sus alumnos ‘tigres’ y Recon en la pista de sobrevivencia. “Si una conga lo pica, debe ponerse la savia de la hoja de esta planta, el lalo. La savia también sirve para pescar, la echa al agua y tendrá peces a 10 metros a la redonda”, instruye Tanguila.
“El saber iwia fue crucial en el Cenepa y lo es ahora para la frontera norte”, dice Levoyer, mientras Tanguila, quien se apresta a dejar el uniforme tras 31 años de servicio, explica cómo armar una trampa para pavas con su fusil.
Fuente:
http://www.elcomercio.com/noticiaEC.asp?id_noticia=255637&id_seccion=4