Corona virus ( COVID 19 )
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- Comandante
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Corona virus ( COVID 19 )
Mientras los datos siguen confirmando que Omicron es mucho más leve que otras cepas, incluso entre los no vacunados:
https://twitter.com/buceadorestadi3/sta ... mD_4opAAAA
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+1500 y subiendo
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- Comandante
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Corona virus ( COVID 19 )
Cotización de Pfizer de los últimos 5 años. Veremos hasta cuándo dura la fiesta:
+1500 y subiendo
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- General de Ejército
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Corona virus ( COVID 19 )
¿Qué fiesta ni qué niño muerto?
Pfizer ha hecho una apuesta muy costosa, y le ha salido bien. Sin embargo, Astrazeneca no puede decir lo mismo, y llegó a perder un 30% de su valor en bolsa, Johnson % Johnson también se ha dado una buena bofetada, y mejor no nombremos a Sanofi-Pasteur.
Recuérdese que para comenzar cuanto antes la producción de las citadas vacunas hubo que crear las factorías cuando la vacuna aun estaba en ensayos. Si sale bien, premo. Si no... SE lo pregunten a Sanofi.
Es lo que tiene el sistema capitalista. Si no gusta, pues a Cuba. Pero ya dije en su día que el artículo que avalaba la supuesta eficacia e su vacuna tenía aspectos un tanto cuestionables, por mucho que ls portavoces la alaben.
Saludos
Pfizer ha hecho una apuesta muy costosa, y le ha salido bien. Sin embargo, Astrazeneca no puede decir lo mismo, y llegó a perder un 30% de su valor en bolsa, Johnson % Johnson también se ha dado una buena bofetada, y mejor no nombremos a Sanofi-Pasteur.
Recuérdese que para comenzar cuanto antes la producción de las citadas vacunas hubo que crear las factorías cuando la vacuna aun estaba en ensayos. Si sale bien, premo. Si no... SE lo pregunten a Sanofi.
Es lo que tiene el sistema capitalista. Si no gusta, pues a Cuba. Pero ya dije en su día que el artículo que avalaba la supuesta eficacia e su vacuna tenía aspectos un tanto cuestionables, por mucho que ls portavoces la alaben.
Saludos
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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- Sargento Primero
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Corona virus ( COVID 19 )
Claro, claro, Vd. siempre que llama "negacionista" a alguien de este foro, lleva razón, porque seguramente sabe que, o niega la existencia del SARS-CoV-2, o niega la eficacia de las vacunas contra el mismo, o niega el cambio climático. Que sí, que sí.Domper escribió: ↑10 Ene 2022, 19:32Es mezclar churras con merinas.
Una cosa es que uno pueda ser vegano, vegetariano, o dedicarse a la paleodieta (otra estupidez, por cierto), y otra, la evidencia científica.
Lo voy a repetir, por si alguien no se ha enterado: estamos en uan pandemia producida por un virus letal. No es la viruela, no es la gripe asiática, pero mata, y la única manera de mitigarlo es mediante inmunización y medidas de protección.
Los que se niegan a la inmunización, a pesar de la evidencia científica, no solo se hacen daño a sí mismos sino a lso demás. Por extender la enfermedad, y por el coste que supoen su tratamiento. Sí, dirán lo de siempre, lo del tabaco, la obesidad… Pero los fumadores del foro sabrán lo sencillo que es abandonar la adicción. No hay vacuan contra el tabaco, sí contar el covid.
Yo, por ahora, no establecería la inmunización obligatoria, pero sí medidas coercitivas ¿Qué alguien, ejerciendo su derecho democrático a hacer el imbécil no se vacuna? Perfecto, pero tiene prohibido el acceso a determinados lugares. Incluso se podría considerar la sanción económica, sobre todo si no inmuniza a sus hijos.
Saludos
P.D.: sobre estigmatizar... imagine la opinión que me merecen los que difunden mensajes falsos que están costando vidas. Para eso, el código penal.
Saludos.
- Urbano Calleja
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Corona virus ( COVID 19 )
Hasta que saquen vacunas mas eficientes y economicas.
Y se lo dice un inversor de Pfizer que entro a 32.
Saludos
"Qué miedo me dais algunos, rediós. En serio. Cuánto más peligro tiene un imbécil que un malvado". Arturo Pérez-Reverte
- KL Albrecht Achilles
- General de Ejército
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Corona virus ( COVID 19 )
Pues esa afirmacion es lo que hace confuso que muchos se nieguen a vacunarse o a usar mascarilla.
No solo se resisten a la logica de prevenir y combatir la enfermedad (que hasta alli podriamos llegar, si dejan de respirar y pal hueco, pues ya es asunto de cada quien) sino que pareciera que se creen con el derecho de contagiar al resto de la poblacion, y alli se debe marcar la linea.
Saludos
It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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- Sargento Primero
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Corona virus ( COVID 19 )
Parece que alguna parte de la Medicina se empieza a inclinar por plegar velas y volver a la "vieja" normalidad. Transcribo el texto completo por su interés. Luego ya veremos lo que hacen los políticos que tenemos, igual nos ponen otra mascarilla. :
Hacia el fin de la excepcionalidad
El cambio de año viene marcado por el sexto período epidémico de COVID-19 en España. Esta ola ha sido distinta a todas las demás: la llegada de ómicron está dejando una gran cantidad de infecciones con niveles máximos de incidencia, pero con pocos casos graves en términos relativos. Según datos del Instituto de Salud Carlos III, actualmente la mitad de las infecciones detectadas son asintomáticas y los indicadores de hospitalización y muerte están en mínimos históricos1. Esto se debe en parte a la menor patogenicidad intrínseca de ómicron respecto a variantes previas, y también a su mayor facilidad para infectar a personas con inmunidad previa (por infección o por vacuna) y que, por tanto, presentan un riesgo bajo de enfermedad grave.
La baja frecuencia de enfermedad grave, junto a la saturación tanto de la Atención Primaria como de Salud Pública por casos leves, nos debe llevar a replantearnos cómo afrontar la pandemia a partir de este momento. Desde el Comité de Redacción de AMF queremos contribuir a este debate a partir de cinco ideas clave.
El virus no va a desaparecer
El escenario más probable es que el SARS-CoV-2 conviva con nosotros durante muchos años. Hasta el momento se ha presentado en forma de períodos epidémicos con alta concentración de infecciones durante un período corto de tiempo (8-10 semanas). No sabemos si en el futuro seguirán existiendo este tipo de olas ni con qué cadencia (por ejemplo, la gripe o el virus respiratorio sincitial (VRS) se presentan en una única epidemia anual) o si entrará en una endemia estacional con una circulación más o menos constante durante los meses fríos (como hacen muchos otros virus respiratorios, entre ellos los cuatro coronavirus catarrales que afectan a los humanos). Tampoco es descartable, aunque resulta poco probable, que acabe desapareciendo como sucedió con el SARS-CoV-1, que circuló entre 2002 y 2004.
Hay cuatro factores que determinan el nivel de circulación de un virus respiratorio en cada momento: factores del propio microrganismo (aparición de mutaciones que lo hacen más contagioso, por ejemplo), la inmunidad desarrollada por la población (ya sea por infección previa o por vacunación), la estacionalidad (cada virus tiene sus meses predilectos) y el comportamiento humano (factores no solo individuales, sino también sociales y culturales). Del equilibrio de estos factores dependerá el futuro de la epidemia.
Los virus mutan constantemente y la selección natural favorece aquellas mutaciones que devienen en una mayor contagiosidad (y, en menor medida, aquellas que provocan menos gravedad). La variante ómicron cumple ambas condiciones, y podría representar un paso en la evolución de SARS-CoV-2 hacia un coronavirus catarral; solo el tiempo dirá si es así. En sentido inverso, los humanos nos infectamos (o más recientemente nos vacunamos) y en este proceso desarrollamos una respuesta inmunológica que nos protege de nuevas infecciones y especialmente de enfermar de forma grave en el futuro. De esta forma se llega a un equilibrio o conllevancia entre virus y humanos: infecciones leves y repetidas durante la infancia y la juventud van construyendo una buena inmunidad que nos protege de infecciones potencialmente graves en la edad avanzada.
La aparición súbita de un nuevo microrganismo rompe temporalmente este equilibrio, ya que muchas personas sin inmunidad previa tienen su primer contacto con el virus a una edad con más riesgo de enfermedad grave; este hecho, junto a la gran sincronización de muchos casos iniciales por ser toda la población susceptible, puede llevar al colapso al sistema sanitario. Por suerte, vivimos en una época donde las vacunas pueden simular esas infecciones leves iniciales y generar inmunidad en personas mayores sin los riesgos que representaría una infección natural. Lo esperable sería que, una vez vacunadas las personas vulnerables, todos nos contagiemos múltiples veces en nuestros repetidos contactos con el virus, y que este hecho vaya mejorando nuestra inmunidad tanto individual como colectiva. Cada nueva ola aumenta la inmunidad poblacional hasta lograr un equilibrio entre la evolución del virus y la capacidad de nuestro sistema inmunitario para combatirlo.
Vacunación basada en la evidencia y la equidad
Desde el principio de la pandemia sabemos que el riesgo de enfermedad grave no es homogéneo, siendo la edad avanzada el principal factor de riesgo para hospitalización y muerte. Desde finales de 2020 disponemos de varias vacunas que han demostrado ser muy efectivas para la prevención de la enfermedad grave. Los ensayos clínicos iniciales se han visto corroborados por los datos de uso en el mundo real, que han arrojado una efectividad que pocos habríamos imaginado unos meses atrás.
No obstante, aunque las vacunas siguen siendo muy efectivas contra la enfermedad grave, no lo son tanto contra la infección y la enfermedad leve, especialmente con ómicron2. Mientras la protección contra la infección, mediada por la inmunidad humoral, tiende a disminuir con el tiempo y la aparición de nuevas variantes, la protección contra la enfermedad grave se mantiene gracias a la inmunidad celular.
Como profesionales sanitarios, debemos intentar convencer a todas las personas de riesgo de que se vacunen, muy especialmente a aquellas que aún no se han infectado, porque estamos seguros del beneficio de las vacunas. A la gente joven y sana se les debe ofrecer la vacuna, pero vacunarlos no debe ser una prioridad del sistema de salud; en este caso hay que introducir valoraciones de beneficio-riesgo y de número de personas a vacunar para evitar una hospitalización o muerte. En el caso particular de la población infantil, la vacunación debería valorarse caso a caso entre la familia y su equipo de salud.
El papel de las dosis de recuerdo debe estudiarse con más detalle para analizar en qué grupos poblaciones pueden contribuir a una disminución adicional del riesgo de enfermedad grave. Necesitamos más estudios para aclarar a quién deben administrarse, cada cuánto tiempo, y si sería conveniente hacerlo con vacunas adaptadas a las nuevas variantes. En cualquier caso, parece claro que las dosis de recuerdo deberían reservarse para las poblaciones más vulnerables.
La disminución de la protección contra infección y enfermedad leve, especialmente con ómicron, tiene implicaciones importantes para la política de vacunación2. Vacunar a toda la población, incluyendo a la de muy bajo riesgo y la infantil, no va a evitar la circulación del virus. Vacunarse o no es una decisión individual, y no se debe presionar a nadie para que se vacune en aras de un beneficio colectivo que no sabemos hasta qué punto existe y cuánto tiempo podría durar. No lo hemos hecho nunca antes y no debemos hacerlo ahora. Los certificados de vacunación para acceder a ciertos servicios, más allá de las dudas éticas sobre su implantación, carecen de evidencia científica sobre su utilidad en la disminución de contagios y casos graves.
La situación de la vacunación a nivel mundial es profundamente inequitativa. Mientras los países ricos están vacunando a niños y niñas o administrando dosis de recuerdo a gente joven, algunos países pobres aún no han podido completar la vacunación de los mayores o los profesionales sanitarios; en África solo el 10% de la población ha completado la vacunación3. Siendo las vacunas un bien finito, entre todos tenemos el deber de racionalizar su uso en función del beneficio esperado de cada dosis administrada.
Comunicación para una sociedad adulta
Algunos gobiernos, «expertos» en COVID y medios de comunicación siguen usando el miedo como estrategia comunicativa. Los peores escenarios y las previsiones más catastrofistas siempre gozan de mayor espacio comunicativo. Errar por exceso de alarma siempre penaliza menos que errar por defecto. En general, sobra alarmismo y falta análisis y contexto.
Se retransmiten en directo cifras récord de contagios sin aclarar que la mitad son asintomáticos y que la inmunidad conseguida y la llegada de ómicron han roto por completo la relación entre contagios, enfermos, ingresos y muertes. Nunca antes ha existido tanta confusión entre el número de personas contagiadas, detectadas, contagiosas y enfermas. Tenemos que dejar de contar y reportar el número de infecciones diarias, que ya no tienen ningún interés: la sexta ola puede haber infectado a más del 10% de la población en pocas semanas, mientras que los casos graves se han mantenido en valores relativamente bajos1.
Lo importante siempre deberían haber sido las defunciones, y en este sentido nunca volveremos a la situación catastrófica de marzo y abril de 2020. En la comunicación de las defunciones es importante introducir conceptos como el exceso sobre la mortalidad esperada, los años potenciales de vida perdidos, y distinguir si las defunciones son por COVID o con COVID. Por otro lado, tendremos que admitir como sociedad (igual que hacemos con la gripe, el tabaquismo, los suicidios o los accidentes, entre otras muchas causas) que durante los próximos años habrá un número de defunciones por o con COVID que serán inevitables. La pandemia no acabará cuando no haya defunciones, sino cuando los medios y gobiernos les den el mismo tratamiento que al resto de causas.
Se ha usado también el miedo a un posible colapso hospitalario que obligue a demorar la atención a otras patologías, como sucedió durante la primera ola. Esa situación no se ha vuelto a producir o lo ha hecho de forma muy puntual, aunque continúa siendo cierto que una proporción muy pequeña de casos graves en un contexto de un número muy grande de infecciones simultáneas puede acabar por causar un número importante de hospitalizaciones. Habrá que homogeneizar protocolos de ingreso tanto convencional como a unidades de críticos, así como distinguir si hablamos de ingresos por COVID (cuadros de infección grave), con COVID (descompensaciones de otras patologías), hallazgos casuales (por ejemplo en las pruebas de ingreso por otros procesos) o infecciones nosocomiales. Conocer la estancia media y el porcentaje de pacientes que requieren ventilación mecánica también ayudarían a comprender mejor la dimensión del problema, así como la ocupación hospitalaria global (no solo el número de pacientes con un test positivo). Sea como fuere, ha habido tiempo suficiente para elaborar planes de contingencia que permitan ampliar la capacidad hospitalaria del sistema público de forma rápida si fuera necesario; no podemos colapsar la Atención Primaria indefinidamente y seguir hipotecando la vida social y económica del país para evitar un hipotético colapso hospitalario en el futuro.
Al miedo se le une a menudo la culpabilización. Contagiarse o contagiar un virus respiratorio no es culpa de nadie. Si los casos suben, no es porque «nos hayamos relajado» o porque «nos portemos mal». Como se ha visto, la dinámica de una epidemia es mucho más compleja y en ella influyen multitud de factores. No se pueden obviar además los determinantes sociales que contribuyen a la infección: imposibilidad de teletrabajar, necesidad de desplazarse en transporte público, hacinamiento o imposibilidad de aislarse en la vivienda, dificultad laboral para hacer aislamientos y cuarentenas, etc. Los gobiernos no pueden traspasar a los ciudadanos sus responsabilidades en estos ámbitos.
Recuperación de la (vieja) normalidad
Durante 2020 y 2021 se han ensayado multitud de medidas poblacionales para tratar de reducir la interacción social, con la asunción de que eso reduciría la circulación del virus y por ende las formas graves de la COVID-19. Estas medidas incluyen desde el confinamiento domiciliario inicial hasta confinamientos perimetrales, limitación de aforos o cierre de negocios, toques de queda, uso obligatorio de mascarillas, educación superior no presencial o limitación de reuniones. Los distintos países y comunidades autónomas han ensayado varias de estas medidas en distintos momentos, sin que hasta el momento tengamos una evaluación clara y rigurosa de cuál es la efectividad de cada una de ellas en términos de hospitalizaciones y defunciones, y cuáles son sus potenciales efectos nocivos: pérdidas económicas y de puestos de trabajo, conculcación de derechos fundamentales (circulación, reunión, propia imagen, educación), aumento de trastornos de salud mental, etc. En definitiva, ha faltado una correcta evaluación de la relación beneficio-riesgo de cada una de las medidas adoptadas y un verdadero debate social sobre su implantación. En el momento actual ya no tiene sentido mantenerlas y debe planificarse su eliminación, empezando por la absurda recuperación de la obligatoriedad de la mascarilla en espacios exteriores4.
Los gobiernos deben centrar sus esfuerzos en proteger a las personas más vulnerables en lugar de tratar de frenar, probablemente con poco éxito, la circulación del virus a nivel poblacional, circulación que, por otra parte, sabemos que mejora nuestra inmunidad. Esta protección focalizada se puede conseguir a partir de tres ejes: vacunación de las personas de riesgo, recomendaciones específicas para las personas vulnerables (minimizar contactos cercanos con personas con sintomatología respiratoria, valorar el uso de mascarillas FFP2 en situaciones de alto riesgo de contagio en momentos de incidencia elevada) y actuaciones específicas en ámbitos como las residencias geriátricas, que en algunas comunidades autónomas han concentrado más de la mitad de todas las defunciones por COVID-19. Cualquier política de salud debe contemplar la correcta atención a las residencias como una de sus prioridades.
Debemos recuperar cuanto antes la «vieja» normalidad, es decir, la vida como la conocíamos antes de marzo de 2020: sin mascarillas ni limitaciones de la interacción social. La prevención cuaternaria también debe aplicarse a la salud pública, y es especialmente urgente en el ámbito escolar. Sabemos que los niños y niñas no sufren las formas graves de la enfermedad ni son transmisores particularmente efectivos, pero a pesar de ello tuvimos las escuelas cerradas durante meses, y luego les hemos impuesto las medidas más severas: uso de mascarilla durante toda la jornada, prohibición de mezcla entre grupos y pruebas y cuarentenas cada vez que se detecta un positivo. Estas medidas provocan dificultades en el aprendizaje y la socialización, además de dificultar la conciliación familiar al no existir ninguna ayuda para mantener las cuarentenas infantiles. El balance beneficio-riesgo es desfavorable y en estos casos la prudencia no es hacer muchas cosas, sino que, como sabemos en Atención Primaria, a menudo lo prudente es no hacer nada.
Dejar de hacer para poder hacer
La mayoría de países, entre ellos España, han implantado un sistema de control individual de los contagios basado en el testeo de los casos sospechosos y su aislamiento domiciliario en caso de resultar positivos, junto con el rastreo y cuarentena domiciliaria de sus contactos. Este sistema consume mucho tiempo y recursos y, como se ha vuelto a demostrar en la sexta ola, cuando aumenta de forma importante el número de casos deja de ser viable y colapsa rápidamente.
En España, el sistema pivota sobre la Atención Primaria. La detección de casos, el estudio de los contactos más cercanos, la prescripción de las bajas correspondientes y la atención a los enfermos de COVID-19, añadida a la atención habitual, han supuesto una carga en muchas ocasiones insoportable para los centros de salud. Esta sobrecarga, añadida a una ya muy precaria situación anterior, ha hecho imposible mantener nuestras señas de identidad: accesibilidad, longitudinalidad, presencialidad y equidad. Mantener el sistema de testeo y rastreo, gestionar los casos positivos por autodiagnóstico en asintomáticos, asumir la vacunación y afrontar las consecuencias de la pandemia han desplazado las actividades preventivas, el diagnóstico de nuevas enfermedades graves o el control de enfermedades crónicas. Las consecuencias negativas de todo ello se verán en un futuro inmediato.
Como apuntaba Juan Simó en una excelente entrada en su blog, ha llegado el momento de dejar de hacer para poder hacer: dejemos de visitar y testar a personas sanas con síntomas menores, dejemos de rastrear y testar a sus contactos, abandonemos los aislamientos y las cuarentenas. Todas estas actividades, que tuvieron sentido en el pasado, se han visto superadas con la inmunidad adquirida (tanto por infección como por vacunación) y la llegada de ómicron.
El objetivo debe ser tratar la COVID como hacemos con la gripe: diagnóstico clínico y recomendaciones generales sobre autocuidado y prevención de contagios a personas vulnerables, reservando la atención sanitaria para las personas que lo necesiten por su sintomatología o vulnerabilidad. Solo así podremos atender debidamente a quien de verdad lo necesite, por COVID o por cualquier otra dolencia.
La sexta ola y el colapso que ha producido en la Atención Primaria y en Salud Pública en muchas partes del país nos han hecho avanzar en esta dirección. El Consejo Interterritorial ha propuesto medidas como establecer criterios de priorización para el testeo en función de la sintomatología o la vulnerabilidad, la limitación del rastreo a ámbitos vulnerables, el acortamiento de los aislamientos o la eliminación de las cuarentenas en las personas vacunadas. Estas medidas deben consolidarse y mantenerse más allá de la actual situación de colapso, además de establecer un calendario realista para el cese progresivo del sistema de control de contagios. Es necesario un mensaje contundente y coordinado desde todas las instituciones para revertir la necesidad que hemos creado de realizar diagnóstico etiológico de las infecciones respiratorias leves, ya sea en los centros de salud o con test de autodiagnóstico; el diagnóstico etiológico debe reservarse solo para los sistemas centinela de vigilancia epidemiológica. La incapacidad temporal merece una mención especial: es el momento de apostar definitivamente por las bajas autodeclaradas para la patología aguda leve, como ya se hace en otros estados, asegurando la equidad de acceso.
Ni el sistema de salud ni la sociedad en su conjunto pueden permitirse continuar testando a personas asintomáticas o con síntomas leves y aislando a todos los positivos, con las consecuencias que ello conlleva a nivel social y económico por las bajas laborales masivas de personas sanas. Debemos acabar con la excepcionalidad: la COVID-19 debe ser tratada como el resto de enfermedades. La inmunidad adquirida y la llegada de ómicron así lo permiten.
En definitiva, 2022 debe ser el año de la recuperación no solo de la Atención Primaria, sino de nuestra vieja normalidad.
Feliz año a todos.
https://amf-semfyc.com/web/article/3063
Saludos.
Hacia el fin de la excepcionalidad
El cambio de año viene marcado por el sexto período epidémico de COVID-19 en España. Esta ola ha sido distinta a todas las demás: la llegada de ómicron está dejando una gran cantidad de infecciones con niveles máximos de incidencia, pero con pocos casos graves en términos relativos. Según datos del Instituto de Salud Carlos III, actualmente la mitad de las infecciones detectadas son asintomáticas y los indicadores de hospitalización y muerte están en mínimos históricos1. Esto se debe en parte a la menor patogenicidad intrínseca de ómicron respecto a variantes previas, y también a su mayor facilidad para infectar a personas con inmunidad previa (por infección o por vacuna) y que, por tanto, presentan un riesgo bajo de enfermedad grave.
La baja frecuencia de enfermedad grave, junto a la saturación tanto de la Atención Primaria como de Salud Pública por casos leves, nos debe llevar a replantearnos cómo afrontar la pandemia a partir de este momento. Desde el Comité de Redacción de AMF queremos contribuir a este debate a partir de cinco ideas clave.
El virus no va a desaparecer
El escenario más probable es que el SARS-CoV-2 conviva con nosotros durante muchos años. Hasta el momento se ha presentado en forma de períodos epidémicos con alta concentración de infecciones durante un período corto de tiempo (8-10 semanas). No sabemos si en el futuro seguirán existiendo este tipo de olas ni con qué cadencia (por ejemplo, la gripe o el virus respiratorio sincitial (VRS) se presentan en una única epidemia anual) o si entrará en una endemia estacional con una circulación más o menos constante durante los meses fríos (como hacen muchos otros virus respiratorios, entre ellos los cuatro coronavirus catarrales que afectan a los humanos). Tampoco es descartable, aunque resulta poco probable, que acabe desapareciendo como sucedió con el SARS-CoV-1, que circuló entre 2002 y 2004.
Hay cuatro factores que determinan el nivel de circulación de un virus respiratorio en cada momento: factores del propio microrganismo (aparición de mutaciones que lo hacen más contagioso, por ejemplo), la inmunidad desarrollada por la población (ya sea por infección previa o por vacunación), la estacionalidad (cada virus tiene sus meses predilectos) y el comportamiento humano (factores no solo individuales, sino también sociales y culturales). Del equilibrio de estos factores dependerá el futuro de la epidemia.
Los virus mutan constantemente y la selección natural favorece aquellas mutaciones que devienen en una mayor contagiosidad (y, en menor medida, aquellas que provocan menos gravedad). La variante ómicron cumple ambas condiciones, y podría representar un paso en la evolución de SARS-CoV-2 hacia un coronavirus catarral; solo el tiempo dirá si es así. En sentido inverso, los humanos nos infectamos (o más recientemente nos vacunamos) y en este proceso desarrollamos una respuesta inmunológica que nos protege de nuevas infecciones y especialmente de enfermar de forma grave en el futuro. De esta forma se llega a un equilibrio o conllevancia entre virus y humanos: infecciones leves y repetidas durante la infancia y la juventud van construyendo una buena inmunidad que nos protege de infecciones potencialmente graves en la edad avanzada.
La aparición súbita de un nuevo microrganismo rompe temporalmente este equilibrio, ya que muchas personas sin inmunidad previa tienen su primer contacto con el virus a una edad con más riesgo de enfermedad grave; este hecho, junto a la gran sincronización de muchos casos iniciales por ser toda la población susceptible, puede llevar al colapso al sistema sanitario. Por suerte, vivimos en una época donde las vacunas pueden simular esas infecciones leves iniciales y generar inmunidad en personas mayores sin los riesgos que representaría una infección natural. Lo esperable sería que, una vez vacunadas las personas vulnerables, todos nos contagiemos múltiples veces en nuestros repetidos contactos con el virus, y que este hecho vaya mejorando nuestra inmunidad tanto individual como colectiva. Cada nueva ola aumenta la inmunidad poblacional hasta lograr un equilibrio entre la evolución del virus y la capacidad de nuestro sistema inmunitario para combatirlo.
Vacunación basada en la evidencia y la equidad
Desde el principio de la pandemia sabemos que el riesgo de enfermedad grave no es homogéneo, siendo la edad avanzada el principal factor de riesgo para hospitalización y muerte. Desde finales de 2020 disponemos de varias vacunas que han demostrado ser muy efectivas para la prevención de la enfermedad grave. Los ensayos clínicos iniciales se han visto corroborados por los datos de uso en el mundo real, que han arrojado una efectividad que pocos habríamos imaginado unos meses atrás.
No obstante, aunque las vacunas siguen siendo muy efectivas contra la enfermedad grave, no lo son tanto contra la infección y la enfermedad leve, especialmente con ómicron2. Mientras la protección contra la infección, mediada por la inmunidad humoral, tiende a disminuir con el tiempo y la aparición de nuevas variantes, la protección contra la enfermedad grave se mantiene gracias a la inmunidad celular.
Como profesionales sanitarios, debemos intentar convencer a todas las personas de riesgo de que se vacunen, muy especialmente a aquellas que aún no se han infectado, porque estamos seguros del beneficio de las vacunas. A la gente joven y sana se les debe ofrecer la vacuna, pero vacunarlos no debe ser una prioridad del sistema de salud; en este caso hay que introducir valoraciones de beneficio-riesgo y de número de personas a vacunar para evitar una hospitalización o muerte. En el caso particular de la población infantil, la vacunación debería valorarse caso a caso entre la familia y su equipo de salud.
El papel de las dosis de recuerdo debe estudiarse con más detalle para analizar en qué grupos poblaciones pueden contribuir a una disminución adicional del riesgo de enfermedad grave. Necesitamos más estudios para aclarar a quién deben administrarse, cada cuánto tiempo, y si sería conveniente hacerlo con vacunas adaptadas a las nuevas variantes. En cualquier caso, parece claro que las dosis de recuerdo deberían reservarse para las poblaciones más vulnerables.
La disminución de la protección contra infección y enfermedad leve, especialmente con ómicron, tiene implicaciones importantes para la política de vacunación2. Vacunar a toda la población, incluyendo a la de muy bajo riesgo y la infantil, no va a evitar la circulación del virus. Vacunarse o no es una decisión individual, y no se debe presionar a nadie para que se vacune en aras de un beneficio colectivo que no sabemos hasta qué punto existe y cuánto tiempo podría durar. No lo hemos hecho nunca antes y no debemos hacerlo ahora. Los certificados de vacunación para acceder a ciertos servicios, más allá de las dudas éticas sobre su implantación, carecen de evidencia científica sobre su utilidad en la disminución de contagios y casos graves.
La situación de la vacunación a nivel mundial es profundamente inequitativa. Mientras los países ricos están vacunando a niños y niñas o administrando dosis de recuerdo a gente joven, algunos países pobres aún no han podido completar la vacunación de los mayores o los profesionales sanitarios; en África solo el 10% de la población ha completado la vacunación3. Siendo las vacunas un bien finito, entre todos tenemos el deber de racionalizar su uso en función del beneficio esperado de cada dosis administrada.
Comunicación para una sociedad adulta
Algunos gobiernos, «expertos» en COVID y medios de comunicación siguen usando el miedo como estrategia comunicativa. Los peores escenarios y las previsiones más catastrofistas siempre gozan de mayor espacio comunicativo. Errar por exceso de alarma siempre penaliza menos que errar por defecto. En general, sobra alarmismo y falta análisis y contexto.
Se retransmiten en directo cifras récord de contagios sin aclarar que la mitad son asintomáticos y que la inmunidad conseguida y la llegada de ómicron han roto por completo la relación entre contagios, enfermos, ingresos y muertes. Nunca antes ha existido tanta confusión entre el número de personas contagiadas, detectadas, contagiosas y enfermas. Tenemos que dejar de contar y reportar el número de infecciones diarias, que ya no tienen ningún interés: la sexta ola puede haber infectado a más del 10% de la población en pocas semanas, mientras que los casos graves se han mantenido en valores relativamente bajos1.
Lo importante siempre deberían haber sido las defunciones, y en este sentido nunca volveremos a la situación catastrófica de marzo y abril de 2020. En la comunicación de las defunciones es importante introducir conceptos como el exceso sobre la mortalidad esperada, los años potenciales de vida perdidos, y distinguir si las defunciones son por COVID o con COVID. Por otro lado, tendremos que admitir como sociedad (igual que hacemos con la gripe, el tabaquismo, los suicidios o los accidentes, entre otras muchas causas) que durante los próximos años habrá un número de defunciones por o con COVID que serán inevitables. La pandemia no acabará cuando no haya defunciones, sino cuando los medios y gobiernos les den el mismo tratamiento que al resto de causas.
Se ha usado también el miedo a un posible colapso hospitalario que obligue a demorar la atención a otras patologías, como sucedió durante la primera ola. Esa situación no se ha vuelto a producir o lo ha hecho de forma muy puntual, aunque continúa siendo cierto que una proporción muy pequeña de casos graves en un contexto de un número muy grande de infecciones simultáneas puede acabar por causar un número importante de hospitalizaciones. Habrá que homogeneizar protocolos de ingreso tanto convencional como a unidades de críticos, así como distinguir si hablamos de ingresos por COVID (cuadros de infección grave), con COVID (descompensaciones de otras patologías), hallazgos casuales (por ejemplo en las pruebas de ingreso por otros procesos) o infecciones nosocomiales. Conocer la estancia media y el porcentaje de pacientes que requieren ventilación mecánica también ayudarían a comprender mejor la dimensión del problema, así como la ocupación hospitalaria global (no solo el número de pacientes con un test positivo). Sea como fuere, ha habido tiempo suficiente para elaborar planes de contingencia que permitan ampliar la capacidad hospitalaria del sistema público de forma rápida si fuera necesario; no podemos colapsar la Atención Primaria indefinidamente y seguir hipotecando la vida social y económica del país para evitar un hipotético colapso hospitalario en el futuro.
Al miedo se le une a menudo la culpabilización. Contagiarse o contagiar un virus respiratorio no es culpa de nadie. Si los casos suben, no es porque «nos hayamos relajado» o porque «nos portemos mal». Como se ha visto, la dinámica de una epidemia es mucho más compleja y en ella influyen multitud de factores. No se pueden obviar además los determinantes sociales que contribuyen a la infección: imposibilidad de teletrabajar, necesidad de desplazarse en transporte público, hacinamiento o imposibilidad de aislarse en la vivienda, dificultad laboral para hacer aislamientos y cuarentenas, etc. Los gobiernos no pueden traspasar a los ciudadanos sus responsabilidades en estos ámbitos.
Recuperación de la (vieja) normalidad
Durante 2020 y 2021 se han ensayado multitud de medidas poblacionales para tratar de reducir la interacción social, con la asunción de que eso reduciría la circulación del virus y por ende las formas graves de la COVID-19. Estas medidas incluyen desde el confinamiento domiciliario inicial hasta confinamientos perimetrales, limitación de aforos o cierre de negocios, toques de queda, uso obligatorio de mascarillas, educación superior no presencial o limitación de reuniones. Los distintos países y comunidades autónomas han ensayado varias de estas medidas en distintos momentos, sin que hasta el momento tengamos una evaluación clara y rigurosa de cuál es la efectividad de cada una de ellas en términos de hospitalizaciones y defunciones, y cuáles son sus potenciales efectos nocivos: pérdidas económicas y de puestos de trabajo, conculcación de derechos fundamentales (circulación, reunión, propia imagen, educación), aumento de trastornos de salud mental, etc. En definitiva, ha faltado una correcta evaluación de la relación beneficio-riesgo de cada una de las medidas adoptadas y un verdadero debate social sobre su implantación. En el momento actual ya no tiene sentido mantenerlas y debe planificarse su eliminación, empezando por la absurda recuperación de la obligatoriedad de la mascarilla en espacios exteriores4.
Los gobiernos deben centrar sus esfuerzos en proteger a las personas más vulnerables en lugar de tratar de frenar, probablemente con poco éxito, la circulación del virus a nivel poblacional, circulación que, por otra parte, sabemos que mejora nuestra inmunidad. Esta protección focalizada se puede conseguir a partir de tres ejes: vacunación de las personas de riesgo, recomendaciones específicas para las personas vulnerables (minimizar contactos cercanos con personas con sintomatología respiratoria, valorar el uso de mascarillas FFP2 en situaciones de alto riesgo de contagio en momentos de incidencia elevada) y actuaciones específicas en ámbitos como las residencias geriátricas, que en algunas comunidades autónomas han concentrado más de la mitad de todas las defunciones por COVID-19. Cualquier política de salud debe contemplar la correcta atención a las residencias como una de sus prioridades.
Debemos recuperar cuanto antes la «vieja» normalidad, es decir, la vida como la conocíamos antes de marzo de 2020: sin mascarillas ni limitaciones de la interacción social. La prevención cuaternaria también debe aplicarse a la salud pública, y es especialmente urgente en el ámbito escolar. Sabemos que los niños y niñas no sufren las formas graves de la enfermedad ni son transmisores particularmente efectivos, pero a pesar de ello tuvimos las escuelas cerradas durante meses, y luego les hemos impuesto las medidas más severas: uso de mascarilla durante toda la jornada, prohibición de mezcla entre grupos y pruebas y cuarentenas cada vez que se detecta un positivo. Estas medidas provocan dificultades en el aprendizaje y la socialización, además de dificultar la conciliación familiar al no existir ninguna ayuda para mantener las cuarentenas infantiles. El balance beneficio-riesgo es desfavorable y en estos casos la prudencia no es hacer muchas cosas, sino que, como sabemos en Atención Primaria, a menudo lo prudente es no hacer nada.
Dejar de hacer para poder hacer
La mayoría de países, entre ellos España, han implantado un sistema de control individual de los contagios basado en el testeo de los casos sospechosos y su aislamiento domiciliario en caso de resultar positivos, junto con el rastreo y cuarentena domiciliaria de sus contactos. Este sistema consume mucho tiempo y recursos y, como se ha vuelto a demostrar en la sexta ola, cuando aumenta de forma importante el número de casos deja de ser viable y colapsa rápidamente.
En España, el sistema pivota sobre la Atención Primaria. La detección de casos, el estudio de los contactos más cercanos, la prescripción de las bajas correspondientes y la atención a los enfermos de COVID-19, añadida a la atención habitual, han supuesto una carga en muchas ocasiones insoportable para los centros de salud. Esta sobrecarga, añadida a una ya muy precaria situación anterior, ha hecho imposible mantener nuestras señas de identidad: accesibilidad, longitudinalidad, presencialidad y equidad. Mantener el sistema de testeo y rastreo, gestionar los casos positivos por autodiagnóstico en asintomáticos, asumir la vacunación y afrontar las consecuencias de la pandemia han desplazado las actividades preventivas, el diagnóstico de nuevas enfermedades graves o el control de enfermedades crónicas. Las consecuencias negativas de todo ello se verán en un futuro inmediato.
Como apuntaba Juan Simó en una excelente entrada en su blog, ha llegado el momento de dejar de hacer para poder hacer: dejemos de visitar y testar a personas sanas con síntomas menores, dejemos de rastrear y testar a sus contactos, abandonemos los aislamientos y las cuarentenas. Todas estas actividades, que tuvieron sentido en el pasado, se han visto superadas con la inmunidad adquirida (tanto por infección como por vacunación) y la llegada de ómicron.
El objetivo debe ser tratar la COVID como hacemos con la gripe: diagnóstico clínico y recomendaciones generales sobre autocuidado y prevención de contagios a personas vulnerables, reservando la atención sanitaria para las personas que lo necesiten por su sintomatología o vulnerabilidad. Solo así podremos atender debidamente a quien de verdad lo necesite, por COVID o por cualquier otra dolencia.
La sexta ola y el colapso que ha producido en la Atención Primaria y en Salud Pública en muchas partes del país nos han hecho avanzar en esta dirección. El Consejo Interterritorial ha propuesto medidas como establecer criterios de priorización para el testeo en función de la sintomatología o la vulnerabilidad, la limitación del rastreo a ámbitos vulnerables, el acortamiento de los aislamientos o la eliminación de las cuarentenas en las personas vacunadas. Estas medidas deben consolidarse y mantenerse más allá de la actual situación de colapso, además de establecer un calendario realista para el cese progresivo del sistema de control de contagios. Es necesario un mensaje contundente y coordinado desde todas las instituciones para revertir la necesidad que hemos creado de realizar diagnóstico etiológico de las infecciones respiratorias leves, ya sea en los centros de salud o con test de autodiagnóstico; el diagnóstico etiológico debe reservarse solo para los sistemas centinela de vigilancia epidemiológica. La incapacidad temporal merece una mención especial: es el momento de apostar definitivamente por las bajas autodeclaradas para la patología aguda leve, como ya se hace en otros estados, asegurando la equidad de acceso.
Ni el sistema de salud ni la sociedad en su conjunto pueden permitirse continuar testando a personas asintomáticas o con síntomas leves y aislando a todos los positivos, con las consecuencias que ello conlleva a nivel social y económico por las bajas laborales masivas de personas sanas. Debemos acabar con la excepcionalidad: la COVID-19 debe ser tratada como el resto de enfermedades. La inmunidad adquirida y la llegada de ómicron así lo permiten.
En definitiva, 2022 debe ser el año de la recuperación no solo de la Atención Primaria, sino de nuestra vieja normalidad.
Feliz año a todos.
https://amf-semfyc.com/web/article/3063
Saludos.
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Corona virus ( COVID 19 )
Muy interesante (aunque no estaría de más poner solo el enlace y entresacar párrafos, que fusilar el artículo entero no es lo más correcto). Pero no debe olvidarse que no es sino un editorial, es decir, la opinión de un señor. Que, además, no trabaja en un hospital.
Ahora bien, no hay nada como buscar otras opiniones, y vengo de hablar con uno de los responsables de Medicina Interna de mi hospital. También ha dicho que sí, que es una pena que Atención Primaria se sature y todo eso. Ahora bien, ha planteado un nimio detalle: la cobertura vacunal sigue estando lejos de estar completa. Es del 80% de la población diana, y la dosis de refuerzo, solo el 33%. El problema es que en estos momentos las UCI están a casi el 25% de ocupación, y en algunas comunidades supera el 40%.
El problema ¿Qué pasará si todo el mundo se contagia de golpe? Es lo que pasará si se vuelve a esa normalidad prepandemia, es decir, fuera mascarillas y vida normal. Con la experiencia de esta variante, en menos de un mes se van a contagiar entre el 70% y el 90%.
Seguro que semejante incremento de casos ni afecta a la economía, ni a Atención Primaria (los pobres están saturados de tanto pedir pruebas y firmar bajas). Aparte de lo que pueda pasar en los hospitales. Los vacunados tienen un riesgo disminuido, pero no nulo, que los ancianos y los pluripatológicos siguen muriendo. En los no vacunados, la nueva variante no es un catarro y tiene una morbimortalidad elevada.
Con el doble de casos colapsará el sistema sanitario. Con el cuádruple... A ver si ese editorialista (que está saturado de tanto pedir test y firmar bajas, qué pobre) les dice a unos familiares a unos familiares «su padre se va a morir porque no tenemos respiradores libres».
Algunas medidas son sensatas y de hecho, ya se hacen, como no seguir a los contactos, o el autodiagnóstico. Ahora bien, que expliquen a la gente que no tiene que hacer nada; porque Urgencias está llena de gente que quieren hacerse pruebas. Explique también a un trabajador con síntomas y autotest positivo (muy fiables, los autotest) que se quede en casa ¿Es que nadie le va a firmar la baja, o es mejor que vaya a su centro y contagie a todo el mundo?
En resumen: es una visión tremendamente parcial, que olvida que nos estamos jugando muchas vidas. Es lamentable que Primaria sufra tanta presión, pero donde se salvan vidas es en las UCI.
Saludos
Ahora bien, no hay nada como buscar otras opiniones, y vengo de hablar con uno de los responsables de Medicina Interna de mi hospital. También ha dicho que sí, que es una pena que Atención Primaria se sature y todo eso. Ahora bien, ha planteado un nimio detalle: la cobertura vacunal sigue estando lejos de estar completa. Es del 80% de la población diana, y la dosis de refuerzo, solo el 33%. El problema es que en estos momentos las UCI están a casi el 25% de ocupación, y en algunas comunidades supera el 40%.
El problema ¿Qué pasará si todo el mundo se contagia de golpe? Es lo que pasará si se vuelve a esa normalidad prepandemia, es decir, fuera mascarillas y vida normal. Con la experiencia de esta variante, en menos de un mes se van a contagiar entre el 70% y el 90%.
Seguro que semejante incremento de casos ni afecta a la economía, ni a Atención Primaria (los pobres están saturados de tanto pedir pruebas y firmar bajas). Aparte de lo que pueda pasar en los hospitales. Los vacunados tienen un riesgo disminuido, pero no nulo, que los ancianos y los pluripatológicos siguen muriendo. En los no vacunados, la nueva variante no es un catarro y tiene una morbimortalidad elevada.
Con el doble de casos colapsará el sistema sanitario. Con el cuádruple... A ver si ese editorialista (que está saturado de tanto pedir test y firmar bajas, qué pobre) les dice a unos familiares a unos familiares «su padre se va a morir porque no tenemos respiradores libres».
Algunas medidas son sensatas y de hecho, ya se hacen, como no seguir a los contactos, o el autodiagnóstico. Ahora bien, que expliquen a la gente que no tiene que hacer nada; porque Urgencias está llena de gente que quieren hacerse pruebas. Explique también a un trabajador con síntomas y autotest positivo (muy fiables, los autotest) que se quede en casa ¿Es que nadie le va a firmar la baja, o es mejor que vaya a su centro y contagie a todo el mundo?
En resumen: es una visión tremendamente parcial, que olvida que nos estamos jugando muchas vidas. Es lamentable que Primaria sufra tanta presión, pero donde se salvan vidas es en las UCI.
Saludos
Última edición por Domper el 11 Ene 2022, 10:34, editado 1 vez en total.
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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Corona virus ( COVID 19 )
Pues si alguien emplea los argumentos que continuamente veo en medios negacionistas (accedo a ellos para saber de qué van, y luego poder informar a mis pacientes), qué quiere que le diga, me parece negacionista. A cuatro patas y ladra, igual es un perro ¿no?
Expresiones como «bozal» estoy harto de verlas, cuando las mascarillas son medios básicos de protección ¿Los inútiles de la Moncloa dan instrucciones absurdas? Desde luego, pero no olvide el motivo: por todos los irresponsables con derecho a voto a los que no les importa que muera gente siempre que ellos puedan bailar en la disco. Eso no quita que las medidas de autoprotección sean básicas.
Parecido, con el «ataque a las libertades» ¿Libertad para matar? ¿Por qué nadie se queja cuando le prohíben beber antes de conducir? ¿También es atentado a la libertad que esté prohibido fumar en el trabajo?
Similar, con los ataques a las malísimas farmacéuticas. No son angelitos del cielo, todos lo sabemos, como tampoco lo son Volkswagen, Amazon, Boeing, etcétera. Pero el mensaje subliminal (el que cala en los incautos) es «todo es un montaje para ganar dinero». Resultado: que hay gente que no se vacuna, y muere.
A ver si nos entendemos: estamos ante una pandemia de una enfermedad letal. Enfermedad que dentro de ciertos límites tiene tratamiento, pero requiriendo medios intensivos que son limitados. Sin las medidas de autoprotección, sin vacunas, el sistema colapsará y la gente morirá.
Será interesante ver a todos esos que tanto hablan de libertades (pero a los que no les molesta que no les dejen pasear por una autovía, o acercarse a ver ese volcán tan bonito) si se pillan una forma severa de la enfermedad y les dicen que los hospitales están llenos.
Saludos
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Corona virus ( COVID 19 )
Alucino en colorines.Domper escribió: ↑11 Ene 2022, 10:24 Muy interesante (aunque no estaría de más poner solo el enlace y entresacar párrafos, que fusilar el artículo entero no es lo más correcto). Pero no debe olvidarse que no es sino un editorial, es decir, la opinión de un señor. Que, además, no trabaja en un hospital.
Sin más comentarios.
Saludos.
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Corona virus ( COVID 19 )
Pues sin comentarios. Aviso que yo sí trabajo en un hospital.
Saludos
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Corona virus ( COVID 19 )
O sea, que si no se trabaja en un hospital, esos médicos de atención primaria están automáticamente desautorizados en las opiniones que emitan respecto al COVID, y encima Vd. se arroga la "autoridad" para decirnos a los demás en este foro qué es lo correcto al escribir mensajes, sencillamente alucinante.
Saludos.
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- KL Albrecht Achilles
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Corona virus ( COVID 19 )
Regla 4.1 y 4.19.
Que no, ahi esta escrito como debe ser.
Saludos
It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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Corona virus ( COVID 19 )
Pero tendrá que ser el moderador de turno, o el administrador, los que llamen la atención ¿no?KL Albrecht Achilles escribió: ↑11 Ene 2022, 15:10Regla 4.1 y 4.19.
Que no, ahi esta escrito como debe ser.
Saludos
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- KL Albrecht Achilles
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Yo no te estoy llamando la atencion (y Domper tampoco), solo señalo que la manera correcta de citar una informacion ya esta descrita en las reglas del foro. En lo personal puedes continuar haciendolo asi si gustas, ya dependera de algun moderador recordarte la regla o no.vivitar escribió: ↑11 Ene 2022, 15:18Pero tendrá que ser el moderador de turno, o el administrador, los que llamen la atención ¿no?KL Albrecht Achilles escribió: ↑11 Ene 2022, 15:10Regla 4.1 y 4.19.
Que no, ahi esta escrito como debe ser.
Saludos
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