Con su propio escroto le hicieron una vagina en el año 2000. Con su propia prolactina de varón, que ya de por sí "llegaba a niveles femeninos", y gracias a mucha hormonación, consiguió unos pechos de mujer. Quitar la barba costó lo suyo: primero, cera para arrancar los pelos; luego, depilación eléctrica. Me cuenta el proceso con entusiasmo, me llena de fotos el móvil. "¡Me da yuyu!", le digo. Se ríe. "Y todavía me quito con las pinzas pelos que me salen... Pero, vamos, como cualquier mujer".
Hoy, en 2024, aún tiene que ir cada dos meses a que le abran los conductos de la uretra, para que no se le cierren:
"Me meten una cánula y ya está". Y ya está.
Cuando María José Hernández Parazuelos nació, en 1957 en Madrid, nació hombre. No puedo escribir aquí con qué nombre, ella no me lo dice. Pero nació en un mundo que veía "una monstruosidad" lo que ella es hoy -o una enfermedad, cosa que siguió siendo para la OMS hasta 2018-.
Casi medio siglo después, con España ya en color, María José presidirá Transexualia entre 1996 y 2001. También liderará la Federación Estatal de Asociaciones de Transexuales. Será, hasta 2015, coordinadora estatal de transexualidad del grupo federal LGTBI del PSOE.
María José es transexual, y ha transitado el
"infierno" que tenía que transitar para poder
"ser mujer".
Para poder inscribirse mujer en el Registro Civil se fue una tarde de 2001 a los juzgados de Toledo, a que un forense viera "qué había abajo". "Me pidió que me desnudara de cintura para abajo, se puso a metro y medio y simplemente, miró".
LA ODISEA
No hay estación de esa odisea, de ese viaje que debemos admitir increíble, que ella se haya saltado.
Pero María José, además de ser una admisible heroína, también es tránsfoba.
Porque después de haber peleado todo lo peleable para normalizar su persona, y de haberlo hecho en condiciones de auténtica opresión -en medio de un régimen autoritario y no ante el cómodo fascismo de Twitter de 2024-, "si aún siendo lo que soy no estoy de acuerdo con la secta queer es que soy tránsfoba.
Y que me autoodio".
Ningún ataque más ad hominem y más anulante, por cierto: te odias y no lo sabes.
¿Por qué no comulga María José con el credo queer, con el tú eres lo que quieras ser? "Porque es falso que tu mente te diga lo que eres, o que lo elijas porque sí. Y porque es cierto que hay un contagio social que dice que ser trans es guay, y eso puede llevar a muchos adolescentes a equivocarse y a sufrir", dice. "Esto no es una fiesta, esto es muy jodido y sólo se puede llevar si realmente, desde lo más profundo de tu ser, lo quieres y lo necesitas".
Tiene 66 años, las ha visto de todos los colores. "A mí ya no me venden burras", dice.
Estoy casi acabando el libro y vuelvo a sumirme violentamente en las historias de las protagonistas. Amelia, violada en su propia cama y refugiada en la idea de ser hombre "para no sufrir más". Éric, que se lanza a las vías del tren tras creer que la transexualidad arreglaría una vida rota.
Silvia, que logra arrancar a su hija del "delirio" instigado por el colegio. Flavia, que alucina como profesora cuando le venden la "golosina transgenerista", y luego ve zampársela a su propia hija -hoy hijo-. También Anna, que consigue escapar del espejismo y del suicidio y razona con lucidez: "Tienes dificultades y te empujan a buscar un trastorno para validarlas".
O Susana, donde el vacío se hace carne: por sus dolencias mentales pierde en un quirófano público pechos y útero antes de caer en su insondable error.
Y todos los padres, médicos, psicólogos y profesores que llevan años alertando de todo esto. En el desierto.
María José es el reverso. Ella "sí" era trans, pero eso no le impide sentir terror ante la dulce y "alocada" melodía transgenerista.
"Con nueve años los escolapios me obligaban a ponerme uniforme de niño, pero yo no quería. Iba en chándal, lo que fuera, para evitarlo".
"Con 12, nos encontramos en un merendero a una amiga de la infancia de mi madre. Y la mujer, de forma espontánea, dice señalándome: '¿Es la mayor?'. Mi madre responde: 'Es un niño'. Me cagué en los pantalones. ¡Me cagué de verdad!".
"Desde los ocho o nueve años yo cogía la ropa de mi madre, me la ponía con la complicidad de mi hermano y me miraba al espejo".
Con 16, hurgando en la librería de El Corte Inglés, encuentra al fin una definición de transexualidad: "Decían que era una desviación, una perversión. Y me dije: 'Pues nada, soy un desviado'".
A los 19, en 1976, el paso definitivo: cae en sus manos El enigma, la novela en la que el historiador Jan Morris cuenta cómo consiguió cambiar de sexo en Marruecos en 1972. "Allí estaba lo que yo quería, era evidente que necesitaba eso. Lo que me faltaba era estabilidad emocional para llegar ahí.
No sabía que aún el miedo iba a frenarme mucho".
En clase de Arte Dramático, poco después, María José interpreta como monólogo un texto del periodista Ramón Sánchez-Ocaña sobre Lorena Capelli, una transexual brasileña que muere en un quirófano barcelonés operándose para ensancharse la vagina.
[Inciso: la transexual Sandrita me contaría en 2022: "Todos los días tengo que meterme varias veces algo ahí abajo para que no se me cierre:
el cuerpo entiende que es una herida y tiende a querer cerrarla"]
En los 80 María José, aún hombre, empieza a trabajar en la radio. Se afilia a UCD: tiene una prima que canta y su representante es hermano de Adolfo Suárez.
En el 83 empieza a quitarse la barba. Luego se detiene. Sestea, duda.
"FUE CASARME Y LA COSA ME SALIÓ"
De pronto, piensa que lo puede "controlar". «Yo pensaba que podía vivir como hombre y que nadie tenía por qué saberlo... Pero luego era: 'Córcholis, no'». Más bandazos. En el 89 se casa, atención, "con una chica". Quién sabe qué pasa entonces por su cabeza. "Pero fue casarme y la cosa me salió otra vez".
Empieza a travestirse, primero a espaldas de su mujer, "luego con ella". Que era, dice, esteticién. "Me empieza a maquillar ella misma, vuelvo a travestirme...". Maquillado y travestido por su mujer: Almodóvar, Fassbinder, lo que el lector prefiera.
En 1991, aún casado, se va a un endocrino del Hospital Virgen de la Luz de Cuenca a explorar el cambio de sexo a lo Jan Morris. "Ahí ya ven la prolactina muy alta. Yo podía producir leche de forma natural, como una mujer. Pero no se atreven a hacerlo".
En 1994 se separa. Se va a vivir a Guadalajara y empieza a cambiarse la cara. Poro a poro, pelo a pelo, va sacando cada raíz. Si la cara fuera el espejo del alma, ahí empieza María Jesús su viraje.
En 1996 se va a una sede de Transexualia, entonces una de las asociaciones trans más importantes. Aunque no ha empezado a hormonarse lo tiene todo tan claro que, cuando le ofrecen presidirla -"la presidenta anterior tenía que dejarlo y por lo que sea, se les ocurrió que yo podía hacerlo"-, dice que sí.
Un año después está hormonándose en la mítica Clínica Isadora, una de las primeras de España que practicó abortos tras su legalización.
Conforme la hormona va cambiándole, María José emerge de las sombras.
"Primero iba un poco ambiguo pero luego ya fui subiendo peldaños. Una falda, unos tacones... Empecé a darme vueltas por Toledo, donde vivía. Era la forma de hacerme a ello". En 1999 hace su "presentación oficial" en el teatro de Rojas, en la Plaza Mayor. "Había un cineclub y una compañera de Radio Nacional me dijo: '¿Te vienes?'". Ambas llegan a la sesión "justo cuando iba a empezar, pero aún con luz". Recorren "toda la sala hasta la primera fila, con todo el mundo mirándonos".
Ya no hay marcha atrás.
En ese mismo 1999 "me apunto al PSOE". Allí coincide, cuenta, con otra mujer trans vieja conocida de este libro: "Poco después de entrar Pedro Zerolo nos mete a Carla Antonelli y a mí en lo que sería luego el grupo federal LGTBI".
En 2000 contacta con Iván Mañero, cirujano plástico barcelonés responsable de los primeros cambios de sexo de la Historia de España.
El 13 de septiembre Mañero le crea una vagina a partir, ya se ha dicho, de su propia piel. La de sus cojo***, en concreto. María José nacía y a la vez acababa de cumplir 44 años.
"Antes y después de la operación me acompañaron mis padres, por cierto. Mi madre siempre me ha dicho que, cuando me bajaban al quirófano, llevaba tal expresión de felicidad que si hubiera muerto entonces ella lo habría dado por bueno".
LA CIENCIA NO LO SABE
Un año después, en los juzgados de lo Contencioso, al fin, registralmente, María José. Pero aún hoy, 22 años después, habiendo descubierto quién es, admite que no sabe exactamente qué es. "
Nadie sabe cómo se produce esto: si es neuronal, si de cromosomas... ¡La ciencia no lo sabe aún! Y yo, aunque haya hecho este camino, tampoco. Pero es una contradicción orgánica, no de sentimiento: está en el cuerpo. Algo hay y aún no se sabe qué es".
María José huye del espíritu, de lo sentido, de la volubilidad emocional. "No, los homosexuales nacen así, no eligen serlo: lo son. Nosotros, igual".
"Por supuesto hay que facilitar este camino a quien crea que es transexual, pero a quien lo tenga claro, como yo lo tuve claro después de muchos años.
Una mujer es una hembra humana, y un hombre un macho humano. Para llamarte hombre o mujer, tienes que ser eso. Lo demás, lo siento pero no".
"Y ahora, además", se encamina María José al corazón de este libro, "está habiendo una moda. No es normal que los activistas vayan a un colegio y de pronto salgan cinco o seis personitas diciendo: 'Yo soy no binario', 'yo soy trans'...
No es normal porque la ciencia dice que somos muy poquitos, que en 50 ó 100 colegios puede haber una persona o dos. No dos por clase".
Sigue: "Ser trans se ha convertido en algo guay, moderno. Son contagios ideológicos.
Los chicos, a esas edades, son fáciles de engañar, permeables a modas".
"NO QUIERO ANIMAR A NADIE A QUE SE CAMBIE DE SEXO"
Él mismo, explica, dio charlas en los años 90 en colegios (él, porque entonces era hombre): "Recuerdo que estaba haciendo una entrevista en 1997 y el periodista me dice: 'Para acabar, no sé si quieres animar a la gente a que lo haga'. 'Pero, ¿a que haga qué?
No, hombre, yo no quiero animar a nadie a que se cambie de sexo. ¿Cómo voy a hacer eso? Esto es sufrir, ¿entiende?'".
Porque luego, dice, "pasa lo que pasa".
"Meses después de mi operación, el cirujano, Mañero, me llamó, en mi calidad de activista. Después que a mí había operado a otra persona, también mayor de edad:
le había quitado todo, sus genitales, pero después esta persona había vuelto a su consulta y le había dicho que se había equivocado. Que no tenía que haberse operado. Mañero me dio su teléfono. Le llamé y le dije que estaba ahí para él, pero me dijo que se sentía tan mal que por favor no le volviera a llamar. Han pasado 23 años. No se me quita de la cabeza esta persona".
María José tiene una idea muy clara de qué hacer con los niños que se creen trans. "Prudencia. Ojalá mis padres me hubieran hormonado y operado justo al nacer, me habrían quitado mucho sufrimiento. Pero, a la vez, te digo también: ni mis padres hubieran debido hacer eso, ni los de nadie. Porque el menor lo puede tener muy claro, pero quien en absoluto debe tenerlo claro son sus padres, ni sus profesores, ni siquiera los médicos. Y mucho menos, los políticos. Hay que esperar. Nadie puede dejar a un menor hacer lo que quiera. Por esa puerta entran problemas para los que luego no hay solución".
Apenas me deja hablar, ya no hay quien la pare: "El resultado es que hoy, en España, un tío con barba dice que es mujer y no se le puede decir que eso no es una mujer. Es lamentable y estúpido. Ponerte falda no te convierte en una mujer. La transexualidad es una ficción jurídica, la ley no puede cambiar la biología por mucho que no empeñemos".
De golpe me siento yo tránsfobo también: diantre, la voz de María José suena por teléfono aún varonil, e inconscientemente me empuja a tratarla como hombre todo el rato. Suerte que ella lo saca sin que le pregunte: "Es verdad que mi voz, aunque ha cambiado mucho con las hormonas, sigue sonando masculina. El jueves pasado, en [la estación de] Atocha, tuve que pedirle a un trabajador de Renfe que me dejara cambiarme de vagón, y el tipo me trataba en masculino: 'Caballero'. Y yo: 'No, perdone: señora'. Y él: 'Pues disculpe, pero es que es la voz'. Es una tontería, algo formal, pero te cabrea".
Ay, María José, qué poco le va a gustar a mucha gente esto que piensas: "Mira, eso de que el binarismo no existe es una completa estupidez, y es acientífico.
Una mujer es una hembra y un hombre es un macho, qué coñ* es eso de que no hay binarismo. La reproducción es binaria: son dos gametos. Y
lo nuestro, lo de las personas como yo, es una anomalía orgánica, punto. Respeto, derechos, lo que es justo, pero es una anomalía. Y no pasa nada por decirlo, caramba".
https://www.elmundo.es/papel/historias/ ... b4592.html