Luis M. García escribió: Si además le añades unas estructuras laborales antediluvianas y absolutamente inadecuadas a nuestras necesidades, siendo además muy difíciles de reformar debido a la oposición de buena parte de la sociedad, pues ya tienes los ingredientes perfectos para un alto paro estructural.
Curioso... sin duda lo es.
Estaré de acuerdo en que, a día de hoy, lo que expone es así: para moverse en esta selva, se ha hecho necesario, o lo parece, andar ligero, tanto de equipaje como de consideraciones. Pero no debiera serlo.
Es una frase repetida y conocida, pero que sigue siendo cierta: la economía ha de estar al servicio de las personas, no las personas y sus derechos y dignidad sometidos a la economía.
Hace un tiempo, en un periódico, no recuerdo bien cuál de ellos, se publicó un artículo titulado "Ha pasado la crisis" o algo parecido. El articulista venía a decir que, un buen día, nos dirían que la crisis había terminado, pasado, quedado atrás, pero que sus efectos, su finalidad última se habría consumado. Aún en situación de "bonanza económica" todo el mundo tendría ya presente que hay que "conformarse y dar gracias" con lo que haya quedado, que el poder trabajar y comer cada día es lo esencial, no importando tanto lo que se haya quedado por el camino: derechos, libertades, salarios dignos... y que habría que estar agradecido por no "haberlo perdido todo". Estaríamos en una situación y posición de "menos mal" y agarrados, aferrados a lo que ha quedado, sin llorar ni pretender recuperar lo que se ha perdido, lo que ha quedado por el camino de la crisis hecho jirones.
Exponía el articulista que, para dar un giro importante al tablero de juego, para modificar profundamente las reglas y hacerlas a gusto de quien pretende ese cambio, nada como una buena crisis, "un buen susto" que haga que todo el mundo sepa cuál es y va a ser su lugar, una especie de sopapo en las narices que baje los humos y haga más conformistas y sumisas a las gentes. La crisis entonces, podrá darse por cerrada... porque su función ya la habrá cumplido.
Por eso, amigo mío, no estoy de acuerdo en llamar y tildar de obsoletos ni antediluvianos esos derechos y nivel de bienestar, de garantía social que vamos perdiendo. No eran un regalo, tampoco una entelequia utópica... costaron sangre, siglos de evolución y reivindicación de los más humildes (la mayoría), de nuestros padres y abuelos. Y ahora, simplemente, algunos, han decidido que "ya no", que el juego cambia para hacerlo más acorde a sus intereses, para poder moverse por el tablero con unas reglas que les favorecen en toda situación.
Pero no, no debiera ser así.
Esta modernidad, este neoliberalismo que endiosa al mercado y que de la competitividad hace un ídolo al que sacrificar dignidad, derechos y hasta la subsistencia, es centrar el ojo en el dedo en lugar de en la luna que señala.
Es un recurso fácil: para ser competitivos... basta con bajar los costes. Pues no, no es así, no basta ni me sirve esa ecuación.
Esos "costes" son bienestar de los que ven como su salario se pierde o encoge para rebajarlos, es no invertir en desarrollar nuevos proyectos, en formar nuevos profesionales, en innovar y progresar.
Desde luego, es mucho más fácil así: se reduce a mínimos lo que me cuesta y queda de este modo más limpio lo que gano... pero a menudo se nos olvida que esos sueldos en que escatimamos, reducimos o anulamos en aras de "santa competitividad" son los mismos llamados a generar la demanda que hace posible y viable lo que producimos y queremos vender.
Es una ecuación diabólica, un juego que se hace trampas a sí mismo.
Si toda nuestra competitividad ha de descansar en salarios tercermundistas, en servicios tercermundistas, en niveles de vida y libertad bananeros... apañaditos vamos, que la espiral no tiene tope ni freno.
No digo que el sector público deba hipertrofiarse haciéndolo un monstruo ficticio o sin sentido. Tampoco digo que todo deba constreñirse a una estatalización asfixiante e irreal. Pero sí mantengo que otro modo de competir es posible: calidad, innovación, desarrollo sostenible y estímulo a la demanda que pueda absorber y estimular a su vez la oferta y, desde luego, la garantía de unos mínimos acordes con la dignidad que toda persona encarna y cuyo respeto merece.
Los tiempos del capitalismo salvaje de la Standard Oil, del acero o el ferrocarril norteamericanos, son y debieran ser historia, como las repúblicas bananeras que el mercado creó y mantuvo a raya... son historia, y deben seguir siéndolo, por más que parece que algunos intentan resucitarla.
Un saludo
"Ser español y lúcido aparejó siempre una seca soledad." A. Pérez Reverte